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Sujeto 81194 por Fullbuster

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Notas del fanfic:

Advertencias: Spoiler, leer bajo propia responsabilidad. Recomendación personal: ver el anime antes de leer. Los primeros capítulos va a seguir el anime, luego cambiará a cuando sean más mayores.

 

Anime: Promised Neverland.

 

En japonés: Yakusoku no neverland

Las risas eran audibles en el patio. Todos los niños jugaban con la pelota, corrían de un lado a otro, pero como siempre, Ray permanecía bajo la sombra del árbol en lo alto de la colina. No era habitual verle sin un libro en las manos y hoy no era la excepción. Siempre estudiaba, siempre leía y no parecía interesado en jugar con los demás.

- Hace un buen día – sonrió Norman a su lado.

- Ajá.

Aquella única palabra fue suficiente para que Norman supiera que su mejor amigo estaba prestándole atención pese a no apartar la mirada del libro. Norman respiró con profundidad. ¡Sólo era otro día más! Allí la paz reinaba, eran felices y pese a no conocer a sus padres y vivir en un orfanato, todos ellos eran familia. Sólo había algunas normas básicas de convivencia y... "no cruzar la valla del final del bosque".

- ¿Jugamos a "las traes"? – preguntó un niño pequeño de seis años, que venía corriendo junto a otros dos hacia el gran árbol. Norman sonrió antes de asentir.

Por primera vez, Ray apartó sus ojos del libro para ver a todos los niños reunirse entorno al árbol. En breve, saldrían corriendo, entrarían en el bosque y tratarían de perderle la vista a norman durante unos diez y quince minutos, dependiendo el tiempo que ellos estipulasen.

En ese orfanato, con niños desde los dos años hasta los once, era fácil saber quienes no tenían opción de competir contra Norman y su inteligencia. Los pequeños serían fácilmente encontrados y eso dejaba... a Emma como la última jugadora en ser encontrada. Ella tenía once años, tenía notas excelentes y sus dotes atléticas eran admirables.

- ¿No vas a jugar Ray? – preguntó Norman al ver cómo volvía a fijar sus ojos en el libro.

- Otro día – susurró.

Norman sonrió. Para Ray aquel juego era pan comido. Su cerebro era brillante, un gran estratega, el único en el orfanato capaz de sobrepasarle a él mismo. Sin embargo, casi siempre estaba leyendo o estudiando. Hacía ya bastante tiempo que no había ido a jugar con los demás. Era un chico introvertido y solitario, sin embargo, Norman sabía que en el fondo, le hacía feliz estar rodeado de gente. Él solía llamarle "la enciclopedia humana" porque siempre parecía saberlo todo. Aún así y pese a sus grandes cualidades, era un chico que tendía a tirar pronto la toalla y rendirse.

- Uno... dos... tres... - empezó a contar Norman contra el tronco del árbol mientras Ray veía a todos los niños salir corriendo.

Por un instante, sonrió cuando nadie le vio. Allí todo era paz y tranquilidad. Tenían una vida feliz pero... todos vivían sumergidos en una gran mentira que a él, le creaba pesadillas por las noches.

- Cuatro... cinco... seis... Oye Ray, ¿Seguro que no quieres jugar con nosotros?

- No me apetece demasiado. Este libro está realmente interesante.

- Está bien. Enseguida vuelvo. No tardaré en encontrarlos.

- Estoy seguro de ello – sonrió – Esperaré aquí por los pequeños.

Tres minutos fue el tiempo que transcurrió desde que Norman había salido corriendo y fue el tiempo en el que el primer grupo de niños pequeños salió del bosque para sentarse junto a Ray bajo el árbol.

- Jooo, esta vez casi lo tenía – dijo uno de los pequeños.

- Yo he podido aguantar un poco más, aunque Norman siempre me encuentra enseguida – se maldijo Don, uno de los mayores.

- Eso es porque "las traes" es un juego de estrategia. No sirve sólo con huir y esconderse, debes pensar cómo lo hará tu perseguidor y dejar pistas falsas – comentó Ray – debes aprender a pensar como lo haría Norman para poder escapar de él.

Ray cerró el libro por primera vez en todo ese rato y se levantó para ir hacia el bosque. No le apetecía nada jugar, pero sí quería despejarse un poco y estirar las piernas. Llevaba demasiado rato sentado.

- Vuelvo en un rato. Voy a estirar las piernas – avisó al resto de los pequeños.

Caminó despacio y empezó a perderse en el interior del bosque. El recinto del orfanato no era demasiado grande. Tenían prohibido cruzar una pequeña valla y la única puerta siempre estaba cerrada con gruesos barrotes. Él conocía el secreto del orfanato pero jamás pronunció ni una sola palabra al respecto.

Algunos niños seguían sus pasos. Por algún extraño motivo, la mayoría se sentía feliz a su lado pese a lo introvertido que era y que apenas le gustaba jugar "a las traes". Ray se giró una vez, y ellos, se detuvieron y sonrieron. Lanzó una sonrisa acogedora hacia ellos y continuó caminando. Ellos volvieron a seguirle a cierta distancia.

Finalmente, llegó hasta la pequeña valla. Allí estaban Norman y Emma mirándola fijamente.

- Ey – dijo Ray – el tiempo ha pasado.

- Oye Ray... ¿Crees que es peligroso cruzar la valla? – preguntó Emma.

- Lo dudo. No mide demasiado, se puede saltar fácilmente y aquí no hay animales salvajes ni nada parecido. Creo que sólo es una norma del orfanato para que no crucemos.

- Ray – habló esta vez Norman - ¿Qué crees que hay al otro lado de la puerta?

- La libertad – susurró.

- Los niños que se van del orfanato ya ni siquiera nos escriben – dijo uno de los pequeños - ¿Creéis que son felices?

Norman y Emma miraron hacia un silencioso Ray que observaba el bosque al otro lado de la pequeña valla. Nadie se atrevía a responder a esa cuestión, seguramente porque no estaban seguros de por qué nadie escribía.

- Seguramente están muy ocupados con sus nuevas familias – sonrió Emma – me siento feliz por ellos, de que una familia les haya acogido.

- Yo no quiero irme – mencionó Connie, una niña pequeña de unos seis años – pero... cuando lo haga, prometo escribiros muchas cartas – sonrió.

- Eso suena genial – sonrió Emma, animando a la pequeña - ¿Qué harás allí fuera? ¿Cuál es tu sueño?

- Quiero ser "mamá" – dijo en referencia a ser cuidadora de un orfanato.

- ¿Y tú Emma? – preguntó Norman.

- Montar en jirafa – bromeó Ray.

- Eso sería magnífico – sonrió Emma con gran entusiasmo – pero la verdad, es que soy feliz aquí, con todos vosotros. Sois mi familia así que no quiero irme nunca.

- Yo quiero viajar y ver muchos lugares diferentes – sonrió Norman - ¿Qué harías tú Ray ahí fuera? ¿Cuál es tu sueño?

Un silencio se hizo por un segundo. Ray miró la oscuridad del bosque al otro lado. Era algo que apenas había pensado, porque para él la libertad era algo que no significaba nada.

- Sobrevivir – susurró ante el asombro de todos.

- ¡Qué siniestro! – dejó escapar Norman, aunque al ver que Ray se giraba hacia él y sonreía, lo tomó a broma y sonrió también.

La campana del orfanato sonó con fuerza, por lo que todos los niños empezaron a alejarse del lugar para volver. Tan sólo Ray se quedó unos segundos observando la valla que jamás debía cruzar.

- ¿Vamos Ray? – preguntó Norman.

- Sí.

De vuelta en el edificio, mientras Emma jugaba con los pequeños, Ray y Norman cocinaban la cena. Ray siempre era muy silencioso, pero estos ratos era donde dejaba de leer y estudiar para centrarse en sus tareas. Todos los días les hacían exámenes, todos los días tenían que puntuar y ellos tres, los tres mayores, eran siempre los que mejores calificaciones sacaban. Ray nunca dejaba de estudiar. ¡Debía ser agotador! Pero él no se quejaba.

- "mamá" – pronunció uno de los niños pequeños, lanzándose sobre la amable cuidadora justo cuando Norman y Ray sacaban la comida.

Un segundo, Ray se detuvo a mirar la escena, pero enseguida continuó hasta la mesa donde dejó la gran olla.

- Qué buenos chicos – sonrió la mujer – Ray ¿Sirves la cena?

- Claro mamá – sonrió el chico, tomando los cuencos que iban dándole y sirviendo la sopa en ellos.

¡Un día más! Eso pensó Ray, un día rutinario en ese orfanato. Nada cambiaba allí y... pronto... una familia se lo llevaría a él también. Los doce años era el límite de edad, a los doce... sí o sí, ellos saldrían del orfanato. Le quedaban dos meses para su cumpleaños. A Conny se la llevarían esa misma noche, tras la cena, pero él... él debía esperar dos meses más. ¡Era el siguiente! Pero no se había atrevido a decir nada ni siquiera a los que consideraba sus hermanos.

- Oye Ray, si quieres puedo ayudarte a recoger las cosas luego – comentó Emma.

- No te preocupes, puedo hacerlo solo. Estaré bien.

No cenó demasiado, pero no tenía mucha hambre. Hoy iban a perder a otro miembro de la familia. Era un momento triste para todos, pero feliz para el niño que encontraba una familia. Todos le deseaban mucha suerte pero Ray se mantuvo a cierta distancia pese a ofrecerle una cálida sonrisa. Emma en cambio, se abrazó a la niña como si no quisiera soltarla jamás. Estaba triste por su despedida, pero feliz por la nueva vida que iba a emprender. Finalmente, "mamá" tomó la mano de la pequeña con dulzura y le indicó que la hora había llegado.

Se marcharon con rapidez, caminando bajo las estrellas de la noche, con un farol y la pequeña maleta de la niña por la explanada en dirección a la puerta. Tan sólo los días de recogida, los barrotes se abrían. Siempre les habían dicho que eran para mantenerlos a salvo y desde luego, no tenían motivos para dudar de ello. Ray volvió con rapidez a sus tareas, recogiendo la mesa hasta que Emma entró con rapidez al salón al ver el peluche favorito de Conny sentado en una de las sillas.

- Ohhhhh ¿Qué hace esto aquí? Conny no puede irse sin él.

- Se le habrá olvidado – dijo Ray - ¿Por qué no vais a entregárselo?

- Pero... tenemos prohibido acercarnos a la puerta – dijo Emma, mirando a Norman tras ella.

- Puede que aún no hayan cruzado. Si os dais prisa podríais alcanzarles. Se han ido hace muy poco – dio una solución Ray, como siempre solía hacer.

- Tienes razón – sonrió Norman – aún podemos alcanzarles. ¿Vamos Emma?

- Sí.

Los dos salieron corriendo del comedor, sin darse cuenta, que aquel peluche, Ray lo había mantenido allí para llevar a cabo su plan. ¡Tenía que salvarlos a todos! Y para ello, movería todos los hilos invisibles que pudiera y aunque nadie más se diera cuenta de sus acciones, él seguiría protegiendo a sus seres queridos, al menos... a todos los posibles.

Recogió la cocina entera, mirando por la ventana para ver si esos dos regresaban. Los minutos transcurrían pero ellos no aparecían. ¿Les habría ocurrido algo? ¿Habrían encontrado a Conny para devolverle el peluche? ¿"Mamá" les castigaría por incumplir sus órdenes e ir a la puerta? ¿Les habría pillado allí? Muchas dudas le asaltaron, pero continuó fregando las ollas mientras sus ojos se desviaban de vez en cuando a la ventana.

Finalmente, la puerta se escuchó y esos dos entraron con caras desanimadas. No traían el peluche pero no podía estar seguro si habían llegado a tiempo o habría ocurrido algo peor. Por las caras que tenían, parecía que no lo lograron.

- ¿Estáis bien? – preguntó Ray.

- Sí, nos vamos a dormir.

- ¿Habéis podido entregar el peluche? – volvió a preguntar al no verlo con ellos.

- No. Se nos cayó cerca de la puerta. Lo siento... no llegamos a tiempo.

- Vale – fue la escueta respuesta de Ray. Él... que conocía el secreto de ese orfanato... haría lo que fuera por mantener a su familia a salvo.

Tenía que seguir estudiando, tenía que seguir siendo el mejor en los exámenes, debía seguir captando la atención de todos y trazando planes. Su lucha... siempre era en solitario y nunca parecía tener fin. ¡Seis años! Llevaba seis años luchando solo, ideando planes para mantenerlos a salvo. Sólo le quedaban dos meses antes de tener que irse del orfanato.

 


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