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Luz de luna por 1827kratSN

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Notas del fanfic:

 

Me ha ocurrido un par de veces que insultan la decisión tomada para que X personaje sea el pasivo.

Así que he decidido poner esta advertencia antes de empezar con esto.

La historia aquí creada, aunque contengan algo de occ, fue hecha con amor, PERO también fue creada con la mentalidad para que Reborn sea el pasivo de la relación. Además, en este fanfic es usado el omegaverse, derivados de sus propios AU, y en general posibilidad de m-preg.

Como a muchos, a Krat le vale verdura el estereotipo que le hayan dado a X personaje, así que ama la versatilidad, no importa la altura, edad, o alguna otra característica. Con eso aclarado, y bajo su propio riesgo, pueden continuar con la lectura.

 

En el reino había surgido una tristeza permanente. Dura era la realidad, cruel el destino, porque a la par que se avivó una voz dentro del palacio, también se apagó otra. El rey de esas tierras había anhelado tanto tener un heredero, pero en su espera había enfermado y luchó por respirar hasta que su hijo o hija naciera, pero apenas pudo escucharlo llorar y sonreír de felicidad, porque el mal le superó y se llevó su vida. Lágrimas descendían por el rostro de la orgullosa reina, quien en el fondo de su corazón sabía lo que pasó en la habitación lejana a la usada para el alumbramiento, pero quien se enfocó en acunar en su pecho al pequeño ser que llegó a ese mundo para hacer feliz a ella y al reino.

Tenían al heredero, al que criarían con estrictos valores, para que en un futuro trajera la paz que esas tierras melancólicas necesitaban. Y a pesar del luto que les generó la pérdida de su bondadoso soberano, supieron también llenar de flores la villa cercana para festejar la nueva vida. Fue un evento tan notorio que las visitas llegaron progresivamente, tal cual se enteraron de la dicha y desgracia de aquel reino. Trajeron regalos, flores, música, adornos, alegría, y Luce agradeció cada detalle porque de esa forma un poco de su dolor se apaciguó.

 

—Lamento lo ocurrido, mi querida —el rey del reino vecino era un rubio alto y de porte, que por nombre llevaba Iemitsu—, entiendo tu dolor —le besó la mano con delicadeza.

—Nana no aprobaría que siguieses lamentando su partida —habló con dulzura, admirando a ese imponente hombre entristecer—, así como mi esposo no aprobaría mi desdicha. Así que mejor sonriamos en sus nombres.

—Así lo haré —sonrió antes de caminar dentro de aquel palacio.

 

Pero Iemitsu no venía solo, no, en el carruaje se alistaba un pequeño niño de tres años quien recién estaba aprendiendo las normas que debería cumplir como heredero, y por eso se quedaba quieto para que las sirvientas le limpiaran la carita y las manos antes de que bajase del carruaje. Le entregaron el obsequio que debía dar y con inquietud sostuvo la mano de la mujer que lo había cuidado desde bebé, para adentrarse a ese castillo, tal vez un poco más pequeño que el suyo. Miró todo alrededor y distraídamente asintió a las órdenes que le dieron. Se maravilló con el lago que cruzaba por debajo de un puente y finalmente rio al ver a su padre a lo lejos llamarlo.

Corrió tan rápido como sus piernitas se lo permitieron, arregló un poco su disparatado cabello castaño, se aseguró de que llevase en manos el regalo, y se acercó a saludar a la reina vecina. Se sonrojó por la sonrisa que aquella mujer de cabellos azul oscuros le dio, y sonrió nervioso cuando se dio cuenta de los bonitos ojos azules que brillaban como el cielo. Se presentó como se lo enseñaron, después asintió cuando su padre le autorizó para acercarse y dejarle el regalo al nuevo príncipe de esas tierras. Se trepó en la cuna con habilidad y asomó su cabecita para fijarse en el pequeño bebé de negros cabellos y patillas en espiral que se chupaba el dedo con avidez.

 

—Wow —sonrió al ver al niño hacer burbujitas con su saliva—, hueles a mermelada de mora —como respuesta recibió una risita entre balbuceos.

—Vamos, Tsuna —se acercó el rubio—, dale el regalo.

—Sí —sonrió antes de estirar en su mano el fino collar que contenía un dije en forma de sol—. Esto es tuyo —pronunció lo mejor que pudo porque aún se trababa en algunas palabras.

—Es muy tierno.

 

Iemitsu se colocó junto a Luce para mirar, apreciando la adorable expresión del castaño que jugaba con las manos del bebé que le ponía completa atención, sonriendo por la imagen tan inocente que daban esos dos, dándose cuenta de aquella característica en sus dos herederos. Y entonces, tal vez por coincidencia, o por una broma de sus mentes, se devolvieron una mirada cómplice, traviesa y divertida a la vez. Luce señaló su nariz y la golpeó levemente dos veces con su dedo índice, Iemitsu soltó una carcajada antes de asentir. Con solo eso habían forjado un pacto silente.

Entre los reinos había una especie de misterio que no lo era tanto, porque entre la nobleza existía los hechiceros bien dispuestos a servir a señores desde hace siglos, y fue por culpa de estos entes con poderes más allá de lo normal, que se ocasionó un desorden entre las personas de los reinos.

Por culpa de los hechiceros, en las familias de sangre azul solo nacían niños o niñas con una característica especial que los definía como seres “superiores”, o como lo dirían otros, seres “únicos”. Entre sus líderes nacían alfas y omegas, con destrezas más allá de sus gobernados, dispuestos e inteligentes, dotados de cualidades excepcionales y ligados a una vida llena de prohibiciones y deberes.

 

—Es un don y una maldición.

 

Solía decir la maestra de Tsuna, Lilya, quien le enseñaba todo lo que necesitaba saber para reinar con elocuencia. El castañito solo la observaba con sus ojitos chocolates y trataba de darle sentido a esa frase, porque a sus cortos cinco años aquellas palabras no tenían peso, no eran nada más que palabras.

 

—Son tonterías —su mejor amigo, Mukuro, hijo de Lilya, su maestra, solía decir eso sin miedo al regaño—. Tú eres tú, y yo soy yo. El que alguien sea alfa, omega, o no lo sea, no cambia las cosas.

—¿Tú crees?

—¡Lo afirmo! —decía orgulloso y seguro.

 

Lamentablemente, a sus nueve años, Tsuna entendió el peso de aquellas palabras, porque como único heredero de su reino, con la obligación de ser el rey de esas tierras y defender a su gente, le dijeron que tenía que contraer matrimonio para hacer todo eso. Se negó, a esa edad ni siquiera le gustaban las niñas, prefería seguir jugando con Mukuro y hacer travesuras —como robarse los pasteles de la cocina—, pero no pudo contra la voluntad de su padre. Poco después algo más se sumó a su estado rebelde, porque le dijeron que pronto vendría a visitarlo el príncipe Reborn del otro reino para que fueran amigos y en un futuro… más que buenos amigos —sea lo que sea que significase eso—.

Tsuna no quería lidiar con un niño menor que él, prefería quedarse solo con Mukuro que tenía su misma edad y con quien siempre se divertía, aun así, su padre le obligó a presentarse en la puerta del castillo para esperar la llegada de aquella carroza y el caballo. Hizo un puchero cuando su padre le limpió la cara por última vez y después bufó por las formalidades al saludarse de aquellos adultos. Y no era el único en ese berrinche porque el príncipe del otro reino hacía muecas de fastidio.

 

—Es un placer verlo —Reborn habló sin ganas, con los hombros abajo.

—¿Qué más? —añadió Luce dándole un golpecito a su hijo.

—Rey Iemitsu y príncipe Tsunayoshi —lanzó sus manos hacia atrás y reverenció marcadamente apoyado en su pie derecho.

—Bienvenidos —Tsuna intentó sonreír y lo hizo cuando se topó con la mirada divertida de la reina, pero después se fijó en el niño—, príncipe —frunció el ceño y quiso darse media vuelta.

—Ahora pueden conocerse mejor —fue empujado por Iemitsu.

—Pueden ir a jugar por ahí.

 

Luce e Iemitsu se hundían en sus pláticas extensas, sus recuerdos y su amistad de años, planeaban el futuro de sus reinos, confiaban en su buena relación que seguramente heredarían sus hijos, y planeaban el matrimonio de sus primogénitos para que todo mejorara. Ellos vivían en su mundo, invirtiendo tiempo en algo que parecía maravilloso, y tratando de ignorar que sus hijos al parecer no se llevaban tan bien.

Es más.

Se odiaban.

Pero ambos reyes siguieron con su idea inicial, intentando cada verano el acercamiento de sus herederos a través de visitas que se alternaban en los reinos. Presionaban a sus hijos en largas pláticas, les instaban a reconocer las cualidades ajenas, los obligaban a convivir lo máximo que se pudiera, pero jamás se dieron un minuto para recordar que su vida matrimonial no fue así de pesada y por el contrario fue algo que se desarrolló de forma natural.

 

 

 

 

Notas finales:

 

Es un cuento sencillo, así que no esperen demasiado XD

Por cierto. Este fanfic está destinado a cumplir con el Día 7: Cuento de hadas, propuesto para la actividad R27Week2019 del grupo de Facebook R27 fan club (the chaos club). El borrador ya está terminado y si no se me ocurre aumentar alguna que otra cosa, pues tendrá once capítulos cortos que se irán actualizando cada día —dependiendo del tiempo que disponga—.

Krat los ama~

Besos~


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