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Pomance estival por Marbius

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Notas del fanfic:

Básicamente vi una pic de Noruega, donde al parecer las personas que tienen árboles de manzanas cuelgan el fruto que no quieren/les sobra de la cerca en bolsas para quien quiera llevársela. Pensé que sería genial un par de vecinos que intercambiaran postres con esas manzanas, y bueno, dos meses después terminé este fic.

El título es por Poma = Manzana. Un tonto juego de palabras, porque el romance abunda en esta historia.

1.- Duelo.

 

La noticia de la muerte del tío Alphard había llegado con una semana de retraso porque éste así lo dispuso en su testamento, preparado con mucha, muchísima antelación.

Sirius no habría de ser quien lo culpara. El tío Alphard y Madre habían tenido una relación complicada que databa desde los días de su infancia, cuando como hermanos nacieron forzados a competir el uno con el otro con la misma ansia sanguinaria, igual que perros y gatos. Al parecer, los abuelos confiaban que con esa sana disputa se destacara entre ellos dos el heredero legítimo que mereciera heredar el renombre del apellido Black, pero en su lugar el tío Alphard había abandonado su casa apenas cumplir la mayoría de edad y se había enrolado en un barco mercante, en tanto que Madre no había encontrado mejor oficio que buscar como marido a un hombre de carácter débil y múltiples enfermedades imaginarias que le permitiera hacer con ello su santa voluntad sin inmiscuirse.

De ese matrimonio habían nacido sólo Sirius y su hermano menor Regulus, pues como en cada generación Black, sólo se necesitaban de dos miembros para empezar la eterna disputa y marcar con ello el inicio de una relación casi fratricida. Y Sirius y Regulus habían cumplido de maravilla su cometido por algunos años de la adolescencia, cuando juntos asistían a Hogwarts y pertenecían a casas enfrentadas, pero todo llegó a su fin cuando con la adultez descubrieron que no tenían interés real en odiarse, y que en realidad podían llevarse bien si se lo proponían.

Madre por supuesto no había estado de lo más contenta con aquel resultado, pero ya que por aquellos años una de las tantas enfermedades ficticias de Padre se tornó un cáncer de verdad, no le quedó de otra más que ocuparse de sus propios asuntos.

Padre no había tardado en palmarla, y a tiempo para que sus dos hijos heredaran los negocios familiares para los cuales se les había entrenado desde la más tierna infancia, y así habían seguido por un par de años hasta que fue el turno de madre para enfermar, y después morir como ya le tocaba.

Sólo entonces habían conocido Sirius y Regulus al tío Alphard, que se presentó al funeral vestido de riguroso negro pero con una corbata color rojo sangre que hablaba a la perfección de su verdadero sentir.

Se había presentado con ellos, y en cierta medida tanto Sirius como Regulus estaban al tanto de su existencia, pero no tuvieron muchas palabras que compartir con él pues una vida de desconocimiento se interponía entre ellos tres.

Al final el tío Alphard se hospedó en Grimmauld Place por un par de días, al menos mientras duraba el periodo normal de duelo, y compartió con sus sobrinos de la vida que había llevado en altamar, los años de su retorno, y la gran fortuna que había amasado no con pericia, sino simple suerte.

—He sido un hombre afortunado con el dinero, y desafortunado en... Ustedes me entienden —había dicho con ligereza, la vista perdida en el vacío—. Es una maldición que viene con ser Black y que nadie ha podido romper hasta este momento.

Su melancolía le siguió durante su estancia, y al despedirse les reveló a sus sobrinos que vivía en una propiedad al norte de Inglaterra, en donde esperaba recibirlos cuando les apeteciera vacacionar en el área.

Con un ofrecimiento sincero y solos en el mundo, durante la siguiente década de su vida Sirius y Regulus se hicieron por costumbre pasar un par de semanas al año con su tío, casi siempre en verano y también en invierno, donde los tres hombres Black restantes sobrellevaban su soledad y la reconocían como parte de su naturaleza, arraigada en su interior igual que la hiedra en muros de piedra, tan entramada que ya era parte de la estructura, y por lo tanto arrancarla alteraría su solidez inherente.

Sin falsedad en su afecto, Sirius se había encariñado con el tío Alphard, y enterarse de su repentino deceso le había puesto de un terrible humor para el resto del día. El hombre había sido para él más un padre en la última década de lo que Padre lo había sido en el doble de tiempo mientras crecía, y saber que sus próximas vacaciones de verano estaban arruinadas porque ya no habría nadie en la vieja casa que éste tenía colindando en su jardín trasero con Escocía le deprimía.

—De igual manera deberías de ir —le aconsejó Regulus, que se había visto afectado igualmente por la pérdida de su tío, pero al menos lo disimulaba mejor que su hermano mayor.

—¿Qué, a tres pasos del fin del mundo? —Gruñó Sirius, utilizando el mote con el que su tío Alphard había reconocido la excentricidad de comprar terreno tan lejos como le fue posible de Londres pero sin salir de Inglaterra porque todavía se sentía un auténtico caballero inglés y antes muerto que renunciar a esa estirpe suya.

—En cualquier caso —dijo Regulus, sentado frente al fuego de su casa y bebiendo de su té con whisky como era su costumbre antes de retirarse a la cama—, alguien tiene que hacerlo. Según entiendo, alguien se encargó de despedir a los empleados y cerrar la casa, pero todavía quedan asuntos por solucionar.

—Deduzco que ha llegado el testamento —adivinó Sirius sin problemas, él también sentado frente al fuego, pero con el chocolate caliente que se había servido para aliviar sus nervios todavía intacto.

—Apenas esta mañana —dijo Sirius—. No imaginarías su contenido...

—Valuado en millones. Es todo lo que parece importarte.

—No se trata de eso, caray —resopló Regulus, pues era de entre ellos dos quien mayor interés le daba a los bienes materiales pero odiaba que se lo recalcaran—. El tío Alphard no tenía sólo antigüedades y acciones en el banco, y lo sabes tan bien como yo.

—Ya, uhm... Lo sé —admitió Sirius.

Por supuesto, el tío Alphard había tenido millones en el banco y su contable, el siempre confiable Ted Tonks, era quien se encargaba de esas minucias con honestidad y rectitud. Había sido él quien les enviara un avalúo que indicara con exactitud el valor de cada una de sus propiedades. Quisiera la buena suerte que su esposa Andrómeda hubiera sido la abogada del tío Alphard, así que juntos habían entregado un preciso compendio con cada una de las propiedades y su precio al mercado, además de especificar una sección completa en costes de mantenimiento y salarios para los empleados que todavía manejaban su gestión de manera eficiente.

Además de la casa y todo lo que había en ella, el tío Alphard había tenido consigo una enorme propiedad colindante en la que por capricho había plantado un buen número de árboles frutales y arbustos de todo tipo, que requerían jardinero de tiempo completo y también una decisión acerca de qué hacer con ellos. Sirius todavía recordaba de veranos pasados la delicia de caminar por entre los manzanos y coger una pieza a la que el sabor ácido al hincarle los dientes todavía despertaba en él tantas emociones que la boca se le llenó de saliva...

—Hablé con Pettigrew —dijo Regulus, que ajeno a los pensamientos de su hermano, quería adentrarse más en las practicidades de la vida—. Mencionó que las camadas no tardan en nacer, y que deberíamos de tener tomada una decisión para entonces.

—Ah, lo había olvidado...

Lo cual era una mentira flagrante por parte de Sirius que Regulus prefirió ignorar, porque no era ningún secreto lo mucho que su hermano había deseado un perro al crecer y las negativas constantes que había recibido cada vez que el tema salía a colación.

El tío Alphard también había tenido un negocio de cría de perros. Por elección propia, sólo de crías de caza, que le había proporcionado a un vecino un trabajo con paga decente y que además disfrutaba.

A Sirius le sentaba fatal pensar en todos los empleos que la fortuna del tío Alphard pagaba en la pequeña comunidad del Valle de Godric se perdieran, pero imaginaba él que la única solución sería encargar su cuidado a los administradores y desentenderse de ellos. Al fin y al cabo, la fortuna daba para una vida de eso y más, pero...

—No deberíamos postergarlo por más tiempo —dijo Regulus con voz apagada—. Andrómeda fue quien me lo pidió, ¿sabes?

—¿Uh?

—Queda pendiente hacer la sucesión de derechos como es debido, y que al menos uno de los dos acuda a firmar y a poner orden en las propiedades.

Sirius bufó. —¿Por qué tengo la impresión de que es un trabajo que me encomiendas y del que tú te zafas?

Regulus observó la taza en su regazo. —¿Honestamente? Porque eres tú entre nosotros dos quien más parece necesitar unas vacaciones con urgencia. Has estado... No eres el mismo desde que llegó la noticia del fallecimiento del tío Alphard.

—¿Y enviarme a el Valle de Godric ayudará a superar mi duelo? ¿Es eso lo que dices?

—No sé si es superarlo, pero al menos lo empezarás como es debido... Desde que te has enterado, no haces nada más que actuar como un fantasma. ¿Siquiera estás comiendo?

Sirius obvió mencionar que notaba sus trajes un poco flojos al cuerpo, y que no se había querido subir a la báscula por miedo a descubrir la verdad.

—Mira —dijo Regulus—, ¿por qué no tomas unas vacaciones adelantadas? En cualquier caso, ambos queríamos ir en verano al Valle de Godric, y serviría que te adelantaras para poner todo en orden y tener el resto listo para mi llegada.

—¿Algo más, mi amo y señor?

—No bromees —le reprochó Regulus—. Ambos sabemos que Londres en el verano es un muermo total que apenas toleras, y que yo puedo encargarme perfectamente bien de los negocios mientras tanto.

—Oh, si tan sólo Madre te escuchara hablar... —Masculló Sirius—. Estaría orgullosa de ti y la manera en que te deshaces de mí para apoderarte de todo.

Pese a la dureza de sus palabras, Sirius no iba en serio. Sabía que podía confiar en Regulus para tomar las riendas de los negocios Black y que no tenía nada de qué preocuparse, en eso no tenía incertidumbre alguna, pero... Era la idea de aceptar su proposición la que le alteraba los nervios.

El Valle de Godric era un sitio que le producía mayor conflicto del que estaba dispuesto a admitir. De su primera visita acaecida tantos años atrás se había llevado una estampa benevolente del lugar, que pequeño como un dedal para alguien que había crecido toda su vida en Londres, Sirius lo encontraba como un respiro de aire fresco antes que opresivo. La tranquilidad de sus espacios abiertos y la falta de hacinamiento podían llegar a convertirse en una adicción si no se iba con cuidado.

—Si eso piensas, entonces no insistiré —dijo Regulus con molestia, pues detestaba cuando Sirius le recordaba aquel periodo de su vida en que se había esforzado en encajar con sus padres, incluso si eso implicaba ser un imbécil sin voluntad propia.

Sirius exhaló. —Sabes que no. Pero lo que propones, mmm...

—Hazlo si quieres y si no, no lo hagas y ya. Sin presiones. De todos modos iremos juntos cuando llegue el verano, pero sería agradable que tuvieras todo listo para entonces. Sólo eso, sin dobles intenciones.

—Vale, Reggie...

Que si incluso no lo dijo entonces, Sirius ya se había hecho con un plan.

 

Sirius arribó al Valle de Godric poco menos de una semana después y con intenciones de sólo quedarse un par de días para poner en regla los asuntos de su difunto tío Alphard y darse por bien servido.

Antes de su partida, él y Regulus habían barajado la posibilidad de vaciar y vender la propiedad, pero la idea no terminaba de sentarles bien. No cuando ya de adultos tenían tan buenas memorias de su estancia en esa casa, y la perspectiva de jamás volver a poner un pie dentro de sus cuatro paredes les resultaba desagradable.

Así que Sirius acudía con toda la intención de analizar la situación, sopesar sus opciones, y si era posible, hacer que de algún modo la propiedad no cambiara de manos, al menos mientras legalmente fuera de él o de Regulus.

A su llegada al Valle de Godric, Sirius aspiró hondo la bien conocida fragancia del lugar, que en su mayoría eran parajes verdes con un ligero toque de sal porque no estaban tan lejos del mar y la brisa marina que desde aquella dirección llegaba.

—Perdone la pregunta —interrumpió su chofer, un hombre pelirrojo cuyo cabello clareaba cerca de la coronilla y se había presentado como Arthur Weasley—, ¿es usted uno de los sobrinos de Alphard, correcto?

—Correcto.

—¿Podría preguntar cuál de los dos? Son tan similares entre sí... Me cuesta diferenciarlos, y mire que tengo gemelos por partida doble en la familia con mis cuñados y mis hijos.

—Eso nos han dicho. Yo soy Sirius —dijo éste, que no se tomó a mal el comentario porque él y Regulus eran como dos gotas de agua salvo por mínimas diferencias. En el pasado seguido los confundían con mellizos, y sólo el hecho de que Sirius era ligeramente más alto ponía fin a la duda de su diferencia de edad.

—Mucho gusto, Sirius. Imagino que viene a la casa del viejo Alphard para la cosecha anual de manzanas.

—¿Cosecha anual? Uhm... Ted Tonks no mencionó nada de eso en su última llamada.

—Ah, el buen Ted debe haberlo olvidado —dijo Arthur con afecto—. No es para tanto en realidad. Alphard plantó veinte árboles de manzana al mudarse al Valle de Godric, y sólo quince de esos arbolillos sobrevivieron para dar fruto, pero sin falta cada verano hacía un gran evento de la recolección de manzanas. Algunos críos aquí crecieron con esa tradición.

—Oh, pues vaya... —Murmuró Sirius, pues no sabía de aquella tradición. Normalmente cuando él y Regulus llegaban a pasar sus vacaciones con el tío Alphard esos árboles de manzana ya estaban vacíos de fruto y éste jamás había mencionado nada al respecto.

—No te preocupes —leyó Arthur la preocupación en las líneas de su rostro—. Les diré a Fab y a Gid que se encarguen ellos de la recolecta.

—¿Uh?

—Son mis cuñados —explicó Arthur—. Fabian y Gideon, aunque nadie los llama así salvo Molly, ella es mi esposa, y sólo cuando está enojada.

Sirius asintió, memorizando los nombres por si acaso le podían servir de utilidad.

—Mis hijos también suelen ayudar con la recolecta, y a veces se unen los hijos de los vecinos. Así que no te sorprendas si de pronto encuentras el jardín repleto de desconocidos —dijo Arthur de buen humor, doblando a la derecha y llegando a la calle que Sirius reconocía de estancias pasadas—. En fin, que casi llegamos.

La propiedad del tío Alphard se extendía a lo largo de la última calle del Valle de Godric, y tenía una longitud considerable si se comparaba al resto de las viviendas. El resto de la pequeña ciudad era como cualquier otra, con sus escuelas, parques, supermercados y demás comercios, pero en aquella área que colindaba con Escocia sólo había un par de casas repartidas en la distancia.

Sirius conocía a los Potter, que se encontraban relativamente cerca de la casa del tío Alphard. Tan cerca como para poderles dar los buenos días desde su porche, pero tan lejos como para tener que gritar y hacerse oír en la distancia.

En la otra dirección, había una casita que contrastaba de manera notable entre las otras dos, pues mientras que la casa del tío Alphard y la de los Potter bien podían considerarse pequeñas mansiones con sus dos plantas más ático e innumerables habitaciones, esa en realidad era pequeña y no daba la impresión de albergar demasiados inquilinos.

Al preguntarle alguna vez al tío Alphard a quién le pertenecía esa vivienda que a todas luces y a pesar de la modesta cerca de madera que los separaba se encontraba dentro de su propiedad, éste había mencionado tener un inquilino al que le rentaba por un módico precio aquel espacio y a quien probablemente no conocerían en su estancia pues tenía horarios diferentes al resto y con los que era imposible coincidir.

Había resultado el tío Alphard se profeta en sus palabras, porque en los siguientes años que habían ido de visita él y Regulus con su tío, ni siquiera en una ocasión habían tenido oportunidad de descubrir quién vivía en esa casa. Sabían que estaba habitada porque en la distancia podían distinguir luces, y también en las mañanas aparecían los cestos de basura para el recolector, pero por el resto era como si un ermitaño viviera ahí en completa soledad.

—Oye, Arthur, ¿por casualidad tú no sabrás quién-...? —La pregunta de Sirius murió en sus labios al pasar el taxi por un profundo bache que los sacudió a ambos—. ¡Woah!

—Lo siento —se disculpó Arthur—, pero este camino necesita reparaciones con urgencia.

Pasando la mano por la esquina del cráneo que ahora sentía adolorido, Sirius olvidó su pregunta de antes cuando frente a él apareció la casa del tío Alphard y supo que estaba de vuelta.

—No hay lugar como el hogar, ¿eh? —Dijo Arthur, bajando del vehículo y abriéndole la portezuela.

—Exacto —dijo Sirius—. Un hogar...

Y la palabra tuvo la calidez necesaria para resultarle cierta.

 

Sirius no tuvo que esperar mucho a que Ted y Andrómeda Tonks llegaran para abrirle la propiedad y hacerle entrega de un pesado manojo de llaves que ahora también le pertenecía.

—No tienes que preocuparte de nada —malinterpretó Andrómeda su expresión de sorpresa al recibir Sirius por lo menos medio kilo de metal—, el Valle de Godric es un lugar tranquilo y sin criminalidad. Creo que la última vez que Frank y Alice tuvieron que hacer una detención fue por algo menor y pudieron arreglarlo fuera de corte...

—Malo para el negocio, bueno para la comunidad —dijo Ted, pues esa era la especialidad de su mujer.

—Supongo que prefieres ahorrarte el tour por la propiedad en vista de que has estado aquí antes —dijo Andrómeda una vez que hubieran abierto la casa y el aroma a limpio les dio de lleno—. Por cierto que hice a la señora Winky limpiar todo para tu regreso.

—Oh, ¿está ella aquí? —Preguntó Sirius, pues la mujer había sido la empleada más fiel de su tío, cumpliendo labores de limpieza y cocina desde que él tenía memoria.

—No debe tener mucho de haberse marchado —señaló Ted en la entrada una hoja doblada a la mitad y dirigida a ‘el amo Sirius Black’.

Sirius la cogió, y tras leer su contenido en donde la señora Winky mencionaba estar dispuesta a pasar por la casa todos los días para limpiar y hacerle la comida, sonrió para sí al guardársela en el bolsillo trasero de sus pantalones.

—Dice que me ha dejado comida en el refrigerador —dijo Sirius, que entonces soltó una profunda exhalación—. Lo siento, creo que esperaba verla aquí justo como en mis recuerdos, y al tío Alphard en su estudio.

Andrómeda le puso la mano en el brazo. —Todos los extrañamos, Sirius.

—Unos más que otros —agregó Ted.

—Seh... —Confirmó Sirius, que de pronto encontró intolerable la idea de pensar que su tío Alphard ya no estaba más con ellos y lo echó de menos peor que alguna vez lo había hecho con sus propios padres. Sin embargo, la vida seguía, y no quería ni podía quedarse en el pasado—. ¿Creen que podríamos revisar a fondo el testamento y sus finanzas?

—Será un placer —confirmaron Ted y Andrómeda, y los tres se sentaron frente a la mesa de la cocina para examinar cada papel que requería firma y aprobación antes de convertirse en un asunto legal.

Sirius se asombró al comprobar que las propiedades del tío Alphard ascendían a mucho más de lo que él o Regulus habían supuesto, pues su tío era una especie de mecenas para el Valle de Godric, dejando estipulado en su testamento un sinnúmero de proyectos que debían continuar después de su muerte y por tiempo prolongado.

—Es importante saber si tienes intenciones de pelear su voluntad en este asunto —dijo Andrómeda luego de que Sirius escuchara una vez más de las donaciones que su tío tenía para la ciudad que había adoptado como hogar, y que en esa ocasión constituía en becas para los escolares que así lo solicitaran.

La mera idea de privar a esos críos de una educación por simple avaricia de dinero que en primer lugar ni siquiera sentía que fuera suyo asqueó a Sirius, y con un movimiento brusco de su cabeza declaró que esas disposiciones que el tío Alphard había dejado estipuladas antes de su muerte podían continuar igual que siempre.

Para mal que los morbosos preparativos para su muerte no estaban del todo solucionados, y Sirius encontró junto con Ted y Andrómeda algunos cabos sueltos a los que debían prestar atención.

—Arthur Weasley, erm, fue él quien me trajo hasta aquí en su taxi —dijo Sirius, y sus dos interlocutores asintieron al reconocer el nombre—. Él mencionó algo de una cosecha de manzanas...

—Ah, claro —asintió Ted—. Estaba programada para esta semana. No te molestarán. Sus cuñados ya tienen todo listo para empezar a trabajar, y apenas los notarás por el jardín mientras hacen lo suyo en los árboles.

Sirius dudaba que fuera el caso, pues eran más que un par de árboles en la parte trasera de la propiedad, y se preguntaba cómo conseguirían sacar toda la fruta de las ramas y encontrarle un lugar. Él hacía cálculos estimados de al menos unas cuantas toneladas, y le fastidiaba un poco la idea de tener que desperdiciarla por simple ignorancia.

—Me encargaré de avisarles que ya estás aquí y pasarán en la tarde —dijo Andrómeda, que tachó ese tema de su lista para lanzarse al siguiente.

Con un decreciente interés porque la charla legal se extendió hasta bien entrada la tarde y le estaba dando hambre, Sirius atendió al matrimonio casi hasta las siete con innumerables tazas de té y galletitas que encontró en la surtida despensa, y ya que todavía quedaron algunos asuntos por resolver, acordaron reencontrarse después.

—No hay prisa con este asunto —dijo Sirius, que había hecho énfasis en su voluminoso equipaje a la entrada de la casa—. Me quedaré por lo menos hasta el fin del verano.

—Es bueno saberlo —dijo Ted—. Un residente más para el Valle de Godric es siempre bienvenido.

—Cualquier cosa que necesites durante tu estancia házmela saber —secundó Andrómeda.

—Así lo haré —prometió Sirius, que los acompañó hasta la puerta y se quedó ahí hasta que su automóvil desapareció por el camino.

Una vez a solas con sus pensamientos, Sirius no se demoró en calentar la cena que la señora Winky había cocinado para él y llamar a su hermano para ponerlo al tanto de las últimas novedades.

—La casa está tal como la vimos la última vez —dijo Sirius, su móvil frente a él y puesto en altavoz para comer sin interrupciones—. Menos mal que el tío empleó a Ted y a Andrómeda para manejar sus asuntos. Las cuentas están precisas y no falta nada del inventario.

—Qué bien. ¿Y el resto?

Sirius rió entre dientes. —¿De qué resto hablas? Esto es el Valle de Godric, no hay mucho por hacer aquí. Menos mal que al tío le gustaba la lectura, o no tendría mucho más por hacer con mi tiempo libre.

—Velo como una manera de desconectarte del trabajo.

—Ya, pero... Casi podría decirse que estoy aburrido. Casi...

—Bah, eres imposible y espero que lo sepas —dijo Regulus—. Disfruta de tus vacaciones. Sal a caminar. Aprende crochet. Practica yoga. Yo qué sé. ¿No decías siempre que empezarías a leer Guerra y Paz cuando tuvieras tiempo libre? Ahora es tu momento.

—Mmm... —Sirius no lo descartó, pero por resabios de hermano mayor no le dio la razón a Regulus—. Ya veré.

Luego hablaron de un par de banalidades, y porque Regulus tenía sus propios asuntos que resolver, dieron fin a la comunicación.

Sólo entonces apreció Sirius la soledad en aquella casa.

 

Porque la idea de dormir en el dormitorio que alguna vez perteneciera al tío Alphard le ponía los pelos de punta por si acaso era la noche que la casa decidía elegir como la adecuada para empezar a mostrar actividad paranormal, Sirius escogió para sí la misma habitación donde se hospedaba siempre y se llevó consigo a la cama el primer tomo de cuatro que componían la edición de Guerra y Paz con la que su tío contaba, pero no leyó más de un par de líneas antes de cerrar los ojos un segundo y quedarse noqueado como si el libro le hubiera golpeado en medio de la frente.

La casa no era ni terrorífica ni decrépita, sino una construcción común y corriente en un buen vecindario, pero Sirius se puso nervioso cuando a mitad de la noche y en la quietud más absoluta, escuchó pisadas en la calle. Para alguien que había crecido en Londres, Sirius estaba más que acostumbrado al bullicio de personas y automóviles, pero sin planearlo había bajado su guardia en el silencio casi ominoso del Valle de Godric. Sin embargo, no había nada furtivo ni sospechoso allá afuera, sólo pasos tranquilos, y con el corazón latiéndole rápido en el pecho, Sirius suspiró con alivio cuando escuchó una voz aclarando su confusión:

—Vamos, Snuffles... Así, justo en ese arbusto, tu arbusto...

«Es un perro», pensó Sirius. «Un perro y su dueño... Dando un simple paseo...»

Que con ideas de la clase de perro que llevaba por nombre Snuffles y el tipo de dueño que salía a esas horas a pasearlo, Sirius no tardó en quedarse dormido otra vez.

 

La mañana sorprendió a Sirius con ruido en su jardín y la desorientación habitual de quien despierta por su alarma y no porque alguien llamara a la puerta, y al bajar éste se topó con una comitiva de pelirrojos que le hizo preguntarse si aquel no era esa una realidad alterna donde el relato de Sherlock Holmes había cobrado vida.

—Hola —le saludó uno de ellos—. Sirius Black, ¿correcto?

Sirius asintió mientras se cerraba mejor la bata con la que había bajado. Afuera, el frío de la mañana todavía era considerable.

—Soy Gideon y éste es mi hermano Fabian —dijo la misma persona, y Sirius sonrió inadvertidamente al descubrir que eran gemelos—. Vinimos a la pizca de manzana.

—¿La qué? —Preguntó Sirius.

—La recolección —explicó uno de los otros pelirrojos.

—Ah, ya veo —dijo Sirius, aclarándose la garganta mientras le daba orden a sus pensamientos—. ¿Necesitan algo o...?

—Nosotros nos encargaremos —dijo uno más de los pelirrojos, y Sirius tuvo un instante de pánico al pensar en tener que diferenciarlos. Eran bastantes, y salvo por una niña de cabello largo que iba con ellos y lucía divertida, eran fáciles de confundir. Más cuando apreció otro par de gemelos en el grupo.

—Erm, subiré a cambiarme y bajaré a ayudarles —dijo Sirius, y aunque escuchó algunas protestas amables de que no era necesario, insistió porque genuinamente estaba interesado en todo aquel proceso.

Tras asearse y vestirse, Sirius puso a calentar un par de teteras de té y salió al jardín con ellas, tazas suficientes, y bocadillos que dejó en una mesa cercana.

La pizca de manzana resultó ser más sencilla y a la vez más cansada de lo que Sirius había imaginado. Para mediodía le dolían los hombros, y al atardecer los muslos. A la comitiva se sumó una mujer pelirroja (cómo no) que se presentó como Molly, hermana de un par de gemelos y madre de otro, y que gustosa preparó comida para todos en la cocina de la casa del tío Alphard.

Rodeado de una docena de pelirrojos, Sirius rió y bromeó con ellos, poniéndose al tanto de los pormenores que se vivían en el Valle de Godric, y a su vez confirmándoles que los rumores eran ciertos y planeaba quedarse al menos por una corta temporada.

—Los Potter estarán felices de pasar y saludar —dijo Molly—. Nuestro Ron —y señaló a uno de sus hijos más pequeños— es el mejor amigo de su Harry.

—Supongo que deberé tener listo el té y un par de biscochos para su visita.

Hablando de panaderías y comercios locales, él y Molly compartieron un buen momento mientras sus hijos ayudaban a levantar la mesa y se preparaban para partir.

Sólo entonces apreció Sirius que aunque se llevaban consigo la mayor parte de las manzanas que habían recolectado, algo así como un 99%, atrás quedaban varios kilos que no se veía a sí mismo capaz de comer en el próximo año ni aun siguiendo la máxima de ‘una manzana al día mantiene alejado al doctor’.

—Erm... ¿Alguno de ustedes quiere llevarse unas pocas manzanas? —Ofreció a los Weasley, pero ellos también llevaban consigo su tajada.

—Lo usual aquí es empacarla en bolsas y colgarlas de la verja de entrada, querido —le explicó Molly—. Así cualquiera que pasa y los quiere puede llevarse lo que necesite.

—Oh, tiene sentido —asintió Sirius—. Eso haré. Gracias.

Los Weasley se marcharon al atardecer, y Sirius se pasó la siguiente media hora buscando bolsas de plástico en la cocina hasta que apareció la señora Winky utilizando su propia llave y le ayudó. En palabras suyas, incluso si la pensión que el tío Alphard le había dejado por sus años de servicio era más que suficiente para retirarse con comodidad por el resto de sus años de vida, ella se sentiría fatal de no atender a su sobrino y se ofreció a pasar seguido para ayudarle con los quehaceres básicos.

—Se lo agradecería mucho —dijo Sirius, los dos en el jardín y colgando las bolsas de manzana en la reja, formando una larga línea—. Por supuesto, le pagaría por sus servicios.

En un estira y afloja en el que la señora Winky insistía en hacerlo por gusto y Sirius en que un trabajo merecía su paga, al final se impuso éste último con argumentos convincentes acerca de lo que era justo y lo que su tío habría querido que él hiciera.

—Buen chico, igual que tu tío —dijo la señora Winky, acariciándole la mejilla a pesar de medir al menos dos cabezas menos que Sirius—. Por eso es siempre un placer atenderte.

La señora Winky se despidió prometiendo volver al día siguiente, y Sirius se retiró por el día.

Tras una ducha y con mejores intenciones de avanzar en su lectura de Guerra y Paz, Sirius se quedó amodorrado en el sofá de la sala, arrebujado bajo una manta ligera que se había echado a los pies y tan cansado por el trabajo del día que hasta el piso le parecía un sitio adecuado para dormir a sus anchas.

Un instante eran las horas tempranas de la tarde y al siguiente de madrugada, y Sirius observó con la vista borrosa el reloj de pie de la entrada, que marcaba casi medianoche. Pero no había sido el ruido de su constante tic-tac el que lo había despertado, sino pisadas, y de nueva cuenta, una voz.

—Quieto, Snuffles.

«Debe ser un perro con vejiga incontinente», pensó Sirius, pues era tarde para sacar a pasear a una mascota. Por muy baja que estuviera la tasa de criminalidad en el Valle de Godric, no podía resultar divertido salir en lo más frío de la noche a que el perro orinara en su arbusto favorito. Cerca del verano, las temperaturas podían descender hasta grados de una cifra, y no quería ni imaginarse en invierno con nieve, o peor, con tormenta o el habitual viento que arrancaba sombrillas y cortaba la piel como navajas.

Con esos pensamientos en mente y fantaseando con un perro pequeño y peludo que soltara pipí por doquier, Sirius no tardó en volver a quedarse dormido de vuelta.

 

A la mañana siguiente, Sirius despertó lamentándose por su decisión de dormir en el sofá, que mullido a primera vista, había sido la muerte para su cuello.

—Ah, mierda —masculló al sentarse y descubrir que le dolía girar la cabeza en cualquier dirección.

Luego de una visita al sanitario para volver a ser humano, Sirius bajó a prepararse un té en la cocina, y con una sonrisa descubrió que una buena porción de las bolsas con manzanas habían desaparecido.

—Que les aproveche —brindó Sirius por la buena noticia, pero las sorpresas no habían terminado ahí.

Saliendo para recoger el periódico al que su tío Alphard seguía suscrito, Sirius encontró la bolsa que lo contenía en una de las mecedoras que adornaban la entrada, pero también un regalo que ni en sus más locas fantasías habría imaginado recibir.

Porque en un molde casero y con campana de cristal, alguien había dejado a su puerta un pay de manzana que todavía estaba caliente al tacto y que al abrir despidió un increíble aroma a canela y azúcar mascabada que le hizo agua la boca.

Sirius examinó la calle en ambas direcciones, buscando quién era la persona que tan generosamente había pasado antes de que él se despertara y en la madrugada había cocinado un pay para él. Claro está, no había nadie, y al examinar el recipiente en búsqueda de una nota fue que encontró una.

 

Gracias por las manzanas, han estado deliciosas.

Para muestra, un pay que espero les haga justicia.

R.J.L.

 

Sirius no conocía a nadie con esas iniciales, pero ya que era nuevo en el Valle de Godric y quería encajar, se hizo la promesa de averiguar de quién se trataba.

Mientras tanto, se serviría más té y una rebanada de pay para aderezarlo.

 

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Notas finales:

13 capítulos en total, y como siempre, todo comentario es bien recibido~


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