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Lady Marmalade por AkiraYuu

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Notas del capitulo:

Leer notas finales*

Mi abuela tenía una frase típica, y esa era “aunque la jaula fuese de oro, no deja de ser prisión”, y no podía dejar de pensar en ello desde la ocupación de los americanos en nuestro país.

Eran finales del año 1946 y habíamos perdido la guerra. Una guerra que nunca apoyé y en la cual tuve que pelear. Nunca estuve en misiones de gran importancia, así que eso me dio el privilegio de seguir con vida, nuestro general fue muy inteligente y supo esconder a todo su pelotón.

Los americanos llegaron a finales del año pasado y como una plaga en los campos de arroz, se extendieron con rapidez en el país. Había extranjeros de punta a punta en el país y poco a poco este dejó de ser nuestro. Nuestro propio hogar se volvió una prisión.

Los ojos comenzaban a arderme, la luz de la pequeña lamparilla que utilizaba para mis lecturas nocturnas más que alumbrarme, solo cansaba mi vista. Resoplé profundo y cerré el libro de anotaciones que tenía frente a mí, me giré sobre la silla, haciendo tronar mi espalda y después de un momento, me levanté y apilé el libro en la tercera fila de diversos libros viejos que me rehusaba a tirar. Cada que me disponía a deshacerme de ellos, terminaba pensando que en algún momento los ocuparía, cosa que aún no sucedía. En su mayoría eran cuadernos con anotaciones, con dibujos o borradores y poesía japonesa. Me estaba convirtiendo en un acumulador.

Tenía que salir a comprar granos y verduras para preparar la comida, pero de solo pensar en salir me ponía de nervios. Podía sentir los grandes ojos azules o verdes de los extranjeros mirándome con burla, “míralo, ahí va el japonés que perdió la guerra”, es como si poco a poco nos fuésemos convirtiendo en sus mascotas.

Vuelvo a lo mismo, la jaula de oro no deja de ser prisión.

Ya nada era nuestro, ni nuestras calles, nuestras tiendas, nuestra diversión, nuestra familia, ni siquiera nosotros nos pertenecíamos.

Eran las seis menos quince y era un día nublado de diciembre. Corrí ligeramente mi cortina de la ventana y miré a la gente pasar. Algunos japoneses se rehusaban a dejar sus estilos y costumbres, así que aún vestían sus ropas tradicionales, pero otros comenzaban a adoptar la moda extranjera. Como detestaba los vaqueros de mezclilla.

Debía reconocerlo, era un poco receloso y me daba algo de rabia pensar que nuestra gente comenzaba a adoptar costumbres de los americanos, pero de alguna manera alejaba el pensamiento, asumiendo que soy así gracias a la educación militar que recibí durante la guerra, después de todo, solo tenía 27 años, la gente cambia en cuatro años.

Divisé una yukata azul con flores blancas a unos cinco metros de mi ventana y sonreí, el portador de esta me saludó levantando el brazo y moviendo su mano alegremente y corrí a abrir la puerta. Quité el cerrojo oxidado y tras un chirrido de la madera hinchada por la humedad con el suelo abracé a mi amigo y compañero.

—Te vi apenas la semana pasada, no sé por qué cada que nos vemos me abrazas de esta manera. —Solía abrazarle así cada que teníamos que salir de combate y no sabía si regresaría vivo o no. No quise sonar tan dramático así que solo me encogí de hombros. — ¿Puedo pasar? — Lo solté y me hice a un lado para dejarle entrar a mi pequeño y desordenado hogar. Hizo a un lado algunos viejos cojines y se sentó sobre la cama.

Mi hogar no era grande, apenas cabía la cocina, un baño, mi cama y un escritorio. No me quejaba, tenía todo lo necesario para vivir, pero debía reconocer que podría ser mejor. Le vi balancear sus piernas a modo de juego. Sus mejillas regordetas le hacían lucir como un chiquillo.

—¿A qué debo tu visita Izumi? Normalmente soy yo quien va a visitarte. —Me miró con sus ojos brillosos y torció la boca ligeramente. Si no lo conociera, no sabría que estaba tratando de disimular una sonrisa.

—Solo venía a saludar. —Me crucé de brazos y me recargué en la pared, encaré una ceja y rio divertido. —¡Esta bien! Soy malo guardando sorpresas. —Rebuscó entre los bolsillos de su yukata y sacó un sobre amarillento, cuadrado y un poco arrugado.

—¿Qué es eso? —Me sonrió y me lo entregó. Lo tomé y lo leí a detalle. Era una invitación, pero no decía quien lo había enviado ni tampoco reconocía la caligrafía. Voltee la hoja, pero estaba en blanco. —¿Lady Marmalade? ¿Es una especie de centro nocturno? —Izumi asintió. —Paso.

—¡No! Espera, déjame explicarte. —Estaba a punto de arrugar la invitación en una bola de papel para tirarla a la basura. —Es una invitación de nuestro general. —Cuando escuché la palabra “general” mi corazón dio un brinco tan grande que lo sentí en mi garganta. Mi respiración se hizo más aguda y mis manos comenzaron a sudar.

—¿Y como sabes eso? —Izumi dejó de jugar con sus piernas y las cruzó.

—Esta carta ha ido de mano en mano de cada uno de nuestros compañeros, los que estamos vivos al menos. Solo quedamos siete, y el general quiere vernos de nuevo. —Resoplé e instintivamente me llevé las yemas de los dedos a los labios. Mi general quería vernos de nuevo.

—Aún así, me rehúso a ir a uno de los prostíbulos de los americanos. —Con la aceptación de las autoridades a la ocupación americana, se organizó un sistema de burdeles para el beneficio de más de 300 000 tropas de ocupación. La estrategia consistía en crear una barrera de contención para proteger a las mujeres y muchachas normales, por medio del trabajo de mujeres experimentadas. Por lo tanto, la gran mayoría de nuestros centros de entretenimiento fueron adaptados a la cultura extranjera, donde poco importaban las artes, más bien querían todo un espectáculo cuya culminación fuese el sexo.

—No es un prostíbulo americano, es todo lo contrario. —Izumi se acercó a mi y me sostuvo de los hombros. —Tu y yo sabemos que son unos morbosos de mierda, que lo único que buscan es aprovecharse de nuestra cultura y hacerla su diversión. Nuestras casas de té, espectáculos de danza y teatro ahora son solo lugares para follar. —Arrugué el cejo porque por más que no quisiera pensar de nuestros invitados (a la fuerza), no podía negar que Izumi tenía razón. —Por eso este es un centro tipo cabaret. Algo de lo que ellos tanto tienen en América, por eso no entran ahí; tal vez uno que otro, pero en su mayoría son japoneses. Se le llama psicología inversa. —Me guiñó un ojo.

—¿Ya has ido antes? — Izumi negó y un mechón negro cayó sobre su rostro, lo retiró con molestia y sonrió.

—No, pero Akiya ya fue a investigar el lugar y comprueba que es seguro. —Me quedé en silencio, me encantaría decir que estaba analizando la situación, pero en realidad mi mente estaba bloqueada, como si dijera “esta bien campeón, no tienes que pensar” y cuando mi cerebro se ponía así, me causaba ansiedad. No sabía que decir, me moría de ganas de ver de nuevo a mis compañeros y a mi general, pero la fobia social que había desarrollado en el último año me ponía de nervios. —¿Y bien? —Lo miré a los ojos sin hacerlo realmente. —Vamos Nao, por los viejos tiempos.

—Esta bien, ¿cuándo es? —Mi nostalgia pudo más, así que cuando di mi afirmativa, Izumi suspiro aliviado.

—En dos horas veremos a Akiya frente al lugar, así que alístate rápido.

 

 

 

 

 

 

 

El lugar no era exactamente como lo imaginé. La fachada era la de una casa de té tradicional, pero para ser una casa de té, era muchísimo más grande y tenía mucha seguridad. El lugar estaba escondido entre las distintas calles de la capital, normalmente en el día no era una calle muy concurrida, pero Izumi y yo llevábamos parados media hora esperando a que Akiya llegara y en ese lapso pudimos ver como gente que parecía conservar un buen estatus social entraba al lugar. El viento frío decembrino sopló y a pesar de traer un abrigo negro, sentí como si solo estuviese vistiendo mi yukata blanca con cuadros negros.

—Llegaron antes. —Akiya llevaba su cabello más corto y desordenado a como lo había visto hace un año, eso sí, aun conservaba su cabellera castaña. —Me alegra que hayas venido, el general estará feliz de verte. —Sonreí y estreché la mano de mi amigo y sonreí.

—¿Has hablado con él? —Asintió y soltó mi mano.

—Sí, pero nos verá terminando el espectáculo. Ojalá puedan relajarse. —Akiya se encaminó a la entrada del lugar, e Izumi y yo le seguimos. Dos personas abrieron ambas puertas corredizas de papel y nos permitieron entrar.

—¿Y los demás? —Pregunté por mis demás compañeros. Izumi se encogió de hombros y Akiya ni siquiera me contestó. Llegamos a una antesala donde dos mujeres con kimonos floreados recogieron nuestros abrigos y nos indicaron el camino a seguir. Cruzamos otra puerta corrediza, esta vez de metal, y cuando ingresé al lugar me sentí en un mundo completamente diferente.

Apenas entré y se me asemejó a un teatro, pues frente a mi había un pasillo de terciopelo rojo que llegaba hasta un gran escenario de madera rígida. No podía ver mucho sobre la escenografía pues el telón estaba abajo, aunque bien podía escuchar el ruido de las personas que ya se encontraban dentro. Todo estaba lleno de mesas cubiertas con manteles blancos, adornadas con velas y flores como centros de mesa, las sillas eran de herraje dorado y estaban adornadas con enredaderas de flores rojas, rosas y blancas. El piso también estaba cubierto de una alfombra tipo terciopelo, pero de un rojo mucho más suave que el que conducía al escenario, siempre he considerado que el color rojo es muy agresivo.

Alcé la vista y del centro colgaba un gran candelabro dorado del cual colgaban piedras brillantes que simulaban diamantes, de él salían colgantes que adornaban todo el techo de las mismas piedras. El lugar estaba tan bien cuidado y planificado que incluso sin la iluminación completa y sin el espectáculo ya se veía impresionante.

El lugar estaba casi lleno en su totalidad. Izumi tenía razón, la gran mayoría de asistentes eran japoneses, hombre y mujeres. Estaba tan asombrado con el lugar que el jalón de brazo que Akiya me dio para llevarnos a nuestro lugar me despertó.

Era una de las mesas centrales, muy cerca del escenario, lo que nos hacía gozar de una vista completa. Era una mesa para cuatro, así que había una silla sobrante. Uno de los meseros, quien vestía un traje negro de cola, guantes blancos y un sombrero de copa nos entregó bebidas alcohólicas de cortesía. No tenía idea de que era, pero aún así la bebí y sabía a frutos rojos, nos entregó una carta de platillos y se retiró con una reverencia. La escenografía y lo que veía dentro contrastaba mucho con la fachada del lugar.

—¿Quieren algo de comer? —Pregunto Akiya cuando le di el último sorbo a mi bebida.

—No sé, pero quiero más de esto. —Señalé la bebida y Akiya rio.

—Es el especial de la casa, Marmalade. Dicen que es como magia porque termina encantando a todos los gustos, justo como el espectáculo. —Era cierto, yo detestaba lo sabores dulces, pero la bebida me había fascinado.

—¿Y de qué es el espectáculo? —Preguntó Izumi mirando a su alrededor.

—Ya lo verás. —Akiya hizo una seña y trajeron más bebidas afrutadas que bebí como si de agua se tratase. De repente me sentía feliz, feliz de estar vivo y en un lugar donde pudiera sentirme libre.

No me sentía ebrio aún, pero escuché la segunda llamada para dar comienzo al show y me pregunté en qué momento habían dado la primera. Sonreí por mi estupidez y seguí conversando sobre temas banales con mis amigos, como solíamos hacer en las pocas noches tranquilas en el campamento militar.

—Te encantaba revolcarte con el general—Izumi lanzó una risotada y giré los ojos molesto.

—Jamás con acostamos. —Tanto Akiya como Izumi se quedaron callados y me miraron sorprendido.

—¿Enserio? —Asentí.

—Enserio, o sea, si había besos, una que otra manoseada —Akiya hizo una mueca de asco y rio—pero nunca hubo… bueno, penetración.

—¿Y por qué? —Akiya dio un codazo a Izumi.

—¡Eso no se pregunta, pedazo de imbécil? —Reí y tomé mi sexta bebida del día.

—¿No se le paraba o no se la dejaba meter? —Izumi siguió molestando y antes de contestarle, otra bebida llegó a mi mesa. Me reí sin motivo alguno y disfruté de mii embriaguez.

—¡Tercera llamada! Damas y caballeros, tomen sus asientos que el espectáculo está a punto de comenzar. —Akiya nos hizo una seña con el dedo para que guardáramos silencio y poco a poco las voces del lugar fueron disminuyendo, al igual que las luces del lugar hasta quedar sumidos en una ligera oscuridad con un silencio expectante.

Estaba ansioso, nervioso y quería que el espectáculo iniciara ya. Parecía un niño emocionado por su regalo de cumpleaños que sabía donde lo escondían sus padres, pero que no podía abrir hasta que llegase el momento. Bebí toda mi copa y sentí ardor en mi garganta, mi cuerpo me dijo que tomara un descanso, pero cuando vi el telón que comenzaba a levantarse, acompañada de una voz masculina, no pude evitar que por la adrenalina terminara pidiendo otra ronda más.

—Damas y caballeros, están a punto de ver una historia de asesinato, avaricia, corrupción, violencia, explotación, adulterio y traición. Todas esas cosas que todos tenemos cerca y atadas a nuestros corazones. Gracias. —Mi bebida llegó, el telón se levantó y en el escenario estaban acomodadas al menos, a simple vista, unas treinta personas vistiendo diferentes trajes ostentosos, brillantes y llenos de plumas, la sala se lleno de aplausos y todos los integrantes del espectáculo comenzaron a dispersarse para iniciar la función.

—Antes de cualquier cosa, quiero decirle que estoy saliendo con Yuu. —Medio gritó Akiya. Izumi y yo nos giramos sorprendido. Yuu era uno de nuestros compañeros en el campamento militar. Uno de los más “machos” del grupo. El imbécil que se la pasaba presumiendo su gran miembro viril con el que complacía a todas las mujeres. Quise preguntar algo cuando el sonido de una trompeta y el encendido abrupto de las luce me deslumbró.

En el escenario, un par de señoritas vestidas de militares estadounidenses, con camisetas escotadas y recortadas hasta el ombligo, faldas cortas, medias de red, botas de combate y la clásica boina militar se pavoneaban por todo el escenario. Iban tan coordinadas que quedé embobado. Cada una tenía su estilo al moverse, pero parecían acoplarse tan bien que era imposible notar algún error o desacierto. Miré de reojo a mis compañeros quienes veían el escenario con la misma expresión que yo. Cada una se alineó dejando un espacio en medio de ellas, la música terminó y todos aplaudieron con euforia, me incluyo. Ninguna rompió la formación cuando se acercó otra señorita vestida con un corsé extremadamente ajustado y lleno de lentejuelas y pedrería. Sus hombros estaban al descubierto, pero su brazos estaban cubiertos por guantes verdes que llegaban debajo del codo, donde estaban rodeados por plumas del mismo color. Llevaba medias negras hasta los muslos, unidas con ligueros al corsé y tacones negros. Su rostro estaba cubierto por un antifaz brilloso del mismo verde que su corsé, el cabello negro lo llevaba recogido en una coleta alta y despeinada y un gran adorno de plumas de distintas tonalidades de verde adornaban su cabeza. Se veía hermosa, hasta que noté la gran manzana que sobresalía de su garganta. No era señorita, era señorito.

El joven saco una fusta de su espalda y dio un golpe que pareció resonar, aunque en realidad era la música del lugar. Las señoritas vestidas de militares rompieron la formación y salieron de manera ordenada del escenario.

—Es hombre, ¿verdad? —Le pregunté a Akiya en un susurro fuerte, el asintió mientras veía al bailarín con demasiado interés.

—Todos los bailarines principales lo son. Él es Aoi, el más guapo de todos. —Me reí de mi amigo y no dije nada más. Aoi se movía sensualmente al ritmo de la música, sus caderas se movían de un lado a otro dependiendo del ritmo, de repente bajaba y subía meneando el trasero, pero curiosamente no se veía vulgar, podía decir que incluso se veía artístico.

De repente una gran tela blanca cayó en medio del escenario, Aoi siguió bailando, pero cada vez iba retrocediendo hasta llegar al fondo del escenario, cuando estuvo ahí, otro bailarín, quien llevaba un vestido color piel que cubría toda la extensión de sus brazos, el vestido estaba lleno de lentejuelas y piedras color amarillo canario extremadamente corto y ajustado, con medias de red blancas y zapatillas amarillas con plumas en los tacones se deslizó a través de ella. Con gracia, comenzó a descender mientras se enredaba y desenredaba en la tela. También llevaba un antifaz del mismo color que su vestido, su caballera rubia, casi blanca hacían que su piel se viera del color del papel. Se enredó entre las telas y en un cambio de ritmo, se dejó caer. Todos soltamos un gritó de impresión, pero él se detuvo antes de caer de cara al suelo. Se incorporó poco a poco, dio una vuelta sobre su eje y comenzó a bailar al fondo del escenario, acercándose a donde Aoi estaba.

—Él es Uruha, y el que sigue es Reita. —Miré a Akiya con curiosidad y en ese momento entro otro bailarín, caminando con las manos, vestido con un corsé rojo que simulaba un corazón hecho de piedras rojas y negras en el pecho, llevaba una cola de plumas y sus piernas estaban desnudas, no llevaba medias, pero sus zapatillas parecían de cristal. Transparentes y llenas de piedras rojas que parecían rubíes. Sus guantes estaban llenos de lentejuelas brillosas al igual que su antifaz rojo. Llevaba largos pendientes de lo que parecían ser diamantes que lucían en su totalidad gracias a su corta cabellera rubia.

—¿Cómo es que los conoces? —Izumi me robó la pregunta, pero Akiya no contestó nada. Reita, sin despegar las manos del suelo, dobló el cuerpo hasta que sus pies tocaran el escenario, formando una figura de 180° con su cuerpo, se levantó como si no fuese la gran cosa y la música se volvió un jazz mas alegre. Reita dio brincos y estiramientos por todo el escenario, impresionando a los asistentes con su gran flexibilidad. Yo mismo estaba impresionado, ¿cómo alguien podía doblarse de esa forma sin romperse un hueso? Akiya me tomó del brazo y me sacó de mi ensoñación. Estaba algo mareado y ya no sabía si era culpa de las luces, mi adrenalina, el espectáculo o el alcohol que no dejaba de ingerir.

—Y el que sigue es Kai. —Me dijo mirándome muy fijamente a los ojos. No supe que decirle, así que regresé la vista al escenario donde Reita ya se encontraba al fondo con sus demás compañeros. Las luces disminuyeron y una gran luz quedó al centro del escenario donde Kai entró en escena. Su vestimenta no era tan atrevida como los demás. Su cabeza llevaba un adorno blanco similar al de las mujeres americanas en los años 20´s, haciendo lucir sus rizos cafés más oscuros, una gran piedra brillante sobresalía del centro, su antifaz blanco no tenía tanta pedrería como los demás, pero algo que llamaba la atención era la forma en que estaban pintados sus labios, pues parecían de una muñeca antigua de porcelana. Su corsé blanco, adornado en su mayoría con plumas y algunas piedras grandes y brillantes contrastaban con su piel, que, aunque fuera blanca, la hacía ver más morena de lo que era. Sus guantes llegaban por arriba del codo y de este sobresalían tiras con lentejuelas. Sus medias blancas, unidas por un liguero al corsé estaban llenas en la parte superior de pedrería y llevaba unos botines blancos de agujeta con un tacón más pequeño que los demás.

La música bajó su intensidad y una melodía triste y lenta comenzó a sonar, las notas del piano guiaban a Kai, quien dio una perfecta interpretación de ballet. Yo no era un experto en ballet, pero para mí había sido perfecta. Con vueltas, se terminó juntando con sus demás compañeros al fondo hasta que e di cuenta que estaban en una formación.

De izquierda a derecha, Reita en rojo, Kai en blanco, un espacio, Aoi en verde y Uruha en amarillo.

—¿Y él? —Preguntó Izumi cuando un bailarín con el traje más vistoso de los otros cuatro. Su corsé era morado y simulaba picos en el pecho, cubiertos de pedrería y encaje rosa. Una pequeña faldilla del mismo morado que el corsé se unía con cuatro ligueros a las botas altas que a partir de la rodilla estaban llenas de piedras que con la luz reflejaban distintos colores, en la cola, llevaba un gran adorno de plumas rosa, morado y blanco que cubría desde su espalda hasta la punta de sus botas. Pude ver sus brazos desnudos y tatuados llenos de pulseras brillosas. Encaré una ceja, había visto ese tatuaje de golondrinas en vuelo en alguna parte, pero no recordaba donde. Su cabello negro, con las puntas rojas, estaba ondulado y en la parte superior de su cabeza llevaba un sombrero de copa rosa con plumas. Su antifaz era morado, justo como su bastón lleno de pedrería, el cual iba girando al momento de entrar. Se posicionó en el medio de los demás bailarines y varias mujeres vestidas con leotardos y lencería de encaje negra acomodaron la escenografía, colocando rejas movibles al frente de cada uno de los bailarines.

—Ah, ese es Ruki. —Las luces bajaron de intensidad hasta dejar las caras de los jóvenes a oscuras, pero sus vestuarios aún eras visibles.

—Y ahora, las cinco hermosas asesinas de la prisión del condado, en su interpretación del Tango de la Cárcel. —Comenzó una cuenta regresiva, en la que a cada segundo una de las figuras se iba moviendo en una pose distinta.

La música fue ascendiendo poco a poco en tono y volumen, y cuando las notas del tango se volvieron fuertes y claras, las luces se encendieron de nuevo, dejando ver el rostro de los bailarines ya sin antifaces.

Al único que reconocí fue a Ruki gracias a los tatuajes. Takanori había sido uno de nuestros compañeros en el pelotón de guerra, pero cuando el grito de Izumi llegó a mis oídos me di cuenta de que él era más observador que yo. Frente a mi estaban los compañeros faltantes del campamento militar.

Takanori era Ruki, Kouyou era Uruha, Aoi era Yuu (lo que explicaba la admiración de mi amigo momentos atrás), Akira era Reita y Kai era Yutaka, Kai era mi general.

Recordaba a Yutaka como un hombre firme, estricto, duro y varonil. Las veces que pasábamos la noche juntos me dejaba ver un poco de sus sentimientos, pero en su gran mayoría, era seco y callado. Jamás imaginé que mi reencuentro con él sería conmigo medio borracho y con él vestido como toda una señorita. La vida daba vueltas extrañas.

Aunque no iba a mentir, estaba (ligeramente) excitado.

Tenía ganas de gritar a todos que Kai me pertenecía. Pero eso de todas maneras no era cierto. Tal vez en tiempos difíciles nos sostuvimos el uno al otro, pero cuando todo terminó quedó en una ilusión, un bello momento que duró apenas unos minutos. Pero eso no significaba que aún fuéramos algo, si es que alguna vez lo fuimos…

Se lo buscaron, se lo buscaron. Fue culpa suya y mía no. De haber estado en mis zapatos, hubieras hecho igual que yo. —Su coro de voces masculinas resonó por todo el lugar.

La historia era de cinco mujeres que estaban encarceladas por haber asesinado a sus parejas sentimentales. La primera reja que se abrió fue la de Uruha, quien grácilmente se acercó a un bailarín vestido como militar americano. Bailaba mientras contaba la historia de una mujer que llegaba muy tarde del trabajo, mientras su marido bueno para nada se la pasaba bebiendo cerveza y mascando chicle, un día, harta del sonido de su esposo al reventar la goma de mascar le advierte que si lo vuelve a hacer le irá mal, su esposo vuelve a hacerlo y entonces ella toma una pistola y le dispara dos veces en la cabeza, cuando simuló el disparo, sacó un pañuelo rojo de su manga con el que representó la sangre de su víctima.

La segunda reja se abrió y Reita caminó estirando sus largas piernas, otro hombre vestido de militar le esperaba. Su historia era la de una mujer que se enamoraba perdidamente de un soldado arrepentido de sus actos, ambos se casaron y al año de vivir juntos, ella descubre que su marido tenía otras seis mujeres. Como parte del espectáculo, lo lanza al suelo, saca un pañuelo rojo del cuello del bailarín con los dientes y menciona haberlo matado con arsénico en su bebida.

Tercera reja: la de Kai. Mi corazón se detiene un par de segundos al ver como se acerca a un bailarín vestido con ropa tradicional japonesa. Los bailes previos habían sido bruscos, agresivos y pasionales, en cambio, Kai no bailaba al ritmo del tango, lo hacía al ritmo del ballet. Su historia era la de una mujer que amaba muchísimo a su esposo quien le gustaba bañarse con la radio encendida, un día, por accidente golpeo la grabadora y esta cayó en la bañera, matando a su esposo. La encarcelaron, y cuando le preguntan si fue culpable dice que no y en vez de sacar un pañuelo rojo, saca uno blanco, en señal de su inocencia.

Solo quedan dos rejas más sin abrir, la siguiente es la de Ruki, quien por las botas no podía hacer gran acrobacia como los demás. Su historia era la de una mujer que se dedicaba a los espectáculos nocturnos de alto renombre, en una gira, su esposo y hermana deciden acompañarla, después de una función se reunieron en un hotel a beber y festejar cuando se quedaron sin hielo, ella va a buscar más y cuando regresa los encuentra teniendo sexo, en un arranque de ira termina matando a su esposo y su hermana.

Hubo un ligero cambio de música y Aoi entró a la escena bailando muy pegado a otro militar. Este se suponía era su novio, un soldado retirado quien se dedicaba al arte, cada noche salía a encontrarse a si mismo, pero en el camino se encontró diversas mujeres, y hombres también, al final se separan por diferencias artísticas. El apreciaba la vida, pero ella la muerte, lo ahorca con el pañuelo rojo y muere.

Los hombres se alejaron del escenario y cada uno de los bailarines principales se agruparon al centro. Las luces se volvieron rojas y con ellos se reunieron diversas bailarinas con leotardos, lencería de encaje, y medias negras. El coro volvió a sonar, esta vez con más fuerza pues ahora resonaban mas voces. Se encendieron las luces traseras, se iluminaron jaulas donde estaban mujeres encerradas, bailando al ritmo del coro.

Se lo buscaron, se lo buscaron. Fue culpa suya y mía no. De haber estado en mis zapatos, hubieras hecho igual que yo. —La fuerza con la que Ruki bailaba era excepcional. Su rostro feroz me recordó al Takanori que provocó el mayor número de bajas en el ejercito contrario, al Takanori que sabía llorar de rabia por la muerte de algún compañero. Trague saliva con dificultad. Detrás de ese maquillaje y ese vestuario estaban mis compañeros y amigos, en una faceta que jamás habría imaginado.

Todos se movían con una fuerza excepcional, pero si algo llamaba mi atención es que Kai no bailaba con la misma fuerza, y su traje blanco contrastaba con los colores violentos de la escenografía y del cuerpo de baile. Sus pasos eran más lentos y gráciles.

Todo el elenco dio un fuerte salto que hizo resonar sus tacones hasta el último rincón del lugar y la intensidad de la música comenzó a bajar. Las bailarinas comenzaron a retirarse lentamente, pero antes volvieron a colocar frente a ellos las jaulas movibles, dando a entender que volvían a estar encerradas por su crimen, hubo un golpeteo más de tambores, la canción terminó y las luces se apagaron.

Hubo un silencio de unos segundos hasta que la gente comenzó a aplaudir, vitorear, levantarse de sus asientos y silbar de emoción por el espectáculo. Debía reconocerlo, estuvo estupendo. Aplaudí estupefacto, aun procesando no solo el baile, las luces, la coreografía y la historia, también a quienes la habían contado.

—Daremos un breve receso de quince minutos. En breve reanudaremos el espectáculo. —Anunció una voz masculina. La gente comenzó a dispersarse para ir al sanitario o para pedir más bebidas. Yo había decidido que ocho cocteles habían sido suficientes.

—Señor, disculpe la molestia, pero ¿podría acompañarme por favor? —Uno de los mozos, ya sin su (para mi) ridículo sombrero de copa se acercó a mi y extendió su mano señalando un camino. Miré a mis amigos con duda y Akiya me sonrió.

—Ve, aquí te esperamos. —Izumi levantó su vaso medio lleno asintiendo y seguí al joven.

Me llevó a una puerta que conducía a la parte trasera del escenario. Lo miré con duda, pero él solo me sonrió y abrió la puerta para mí. Dentro todo era un desastre. Bailarines corriendo de un lado a otro, cambiando sus vestimentas, refrescándose y retocando su maquillaje. Había gritos y ropa por todos lados.

—¡Nao! ¡Naoki! —Voltee y Akira… no, Reita, movía su mano efusivamente a modo de saludo. De cerca podía ver la cicatriz de guerra que tenía en su nariz, pero el maquillaje y las luces lo disimulaban a la perfección. A su lado estaba Uruha, peleando con una de sus medias que aparentemente se había roto. Sentí unos brazos rodeando mi cuello y me estremecí al oír la voz de Aoi.

—¡Nao! ¿Qué te pareció? —Le sonreí sin saber muy bien que decir. —No importa, solo dime, ¿quién de todos lo hizo mejor? Tenemos una apuesta. —Reí al ver a mis amigos tan felices y distintos a como les había visto la última vez.

—Eso no es justo, sabemos que va a decir que Yutaka lo hizo mejor. —Ruki se acercó, quitándose su sobrero con dificultad y se sostuvo de Uruha, quien aún batallaba con su media, haciendo que se tambaleara al perder el equilibrio. —Espera, quiero quitarme estas botas porque me están matando.

—¿Y tú me quieres matar a mí? —Preguntó Uruha ofendido. No recordaba su voz tan grave. De los cinco, el era quien más femenino se veía, pero su voz era la más masculina. —Hola Nao. —Lo saludé con una mano.

—¿Y bien? ¿Quién lo hizo mejor? —Aoi se separó de mi y me miró expectante, justo como los otros tres.

—Yutaka. —Los cuatro hicieron sonidos de desagrado y resoplaron molestos.

—¡Te lo dije!

—¡No es justo! Deberíamos preguntarle a alguien más.

—¡Eso es favoritismo!

—¡Preguntamos quien lo hizo mejor, no quien tenía mejor culo! —Ese último fue Aoi.

—Gracias por el cumplido, supongo. —La voz de Kai resonó en mis oídos e instintivamente me puse firme y rígido cuando lo vi. Este me miró con tristeza y suspiró.

—Ya no soy tu general, no tienes por qué comportante así. —Escuché un siseo burlón de parte de Reita y fruncí el cejo molesto.

—Viejas costumbres. —Se hizo un silencio incomodo entre nosotros, pero aún así se escuchaba el bullicio de todo el equipo que trabajaba para la siguiente parte del espectáculo.

—¡Salimos en cinco! —Anunció una chica, gritando a través de un papel que tenía doblado a forma de tubo.

—Ven. —Kai me tomó de la mano y cruzamos el pasillo, atravesando gente corriendo, zapatos, ropa lanzada por los aires y demás hasta llegar a una puerta blanca que tenía un papel con el kanji de “Kai” escrito en él. Abrió la puerta y me dejó pasar. Hice a un lado guantes, plumas y zapatos para hacer un pequeño espacio en el sillón donde me senté muy recto.

—¿No tienes que salir a escena? — Kai negó, quitándose el adorno de la cabeza y suspirando aliviado.

—No, nosotros somos el espectáculo final. —Pateó una caja llena de ropa con su bota blanca, hizo un espacio en el suelo y se sentó frente a mí. Jugueteó con sus dedos y me miró sonriente. Sus hoyuelos seguían siendo hermosos. —Pensé que no vendrías.

—Izumi me convenció. —Kai asintió y guardó silencio. Yo tampoco sabía muy bien que decir así que me golpee rítmicamente las piernas al ritmo de la canción que habían bailado. Era pegajosa.

—¿Y? —Preguntó Kai con interés, lo miré confundido y resopló. —Esta es la parte donde me dices que este no soy yo, que es un error y que estoy enfermo. —Encaré una ceja.

—Sí estoy confundido, pero no pienso que estés enfermo. —Rio bajando la vista. —Pero si gustas explicarme por qué terminaste aquí, soy todo oídos.

—Entre hace siete meses. —Hizo una pausa. —Antes de la guerra yo practicaba danza con mi hermana. No era muy bien visto, pero era práctico para mis padres llevarnos al mismo lugar, no tenían que dividirse para llevarme a entrenamientos de futbol y ballet a mi hermana. Lo reconozco, lo odiaba. Pero después de un tiempo comencé a tomarle gusto. —Se desabrochó las botas y se las quitó mientras seguía hablando. —Claro, esto no lo sabías porque nos conocimos en el campo de batalla, y ahí no importa quien eres, que quieres ser, tus sueños, miedos o aspiraciones. —Cuando se deshizo de su calzado, comenzó a masajear sus pies. A través de la media pude ver sus pies lastimados, vendados y rojos en algunas zonas. —Quería unirme a alguna compañía de danza o teatro, pero ni siquiera pude terminar mis clases. Así que la vida me llevó a ser un general de guerra. Ni siquiera sé como lo logré. Supongo que siempre fui bueno para acatar órdenes y en algún momento aprendí a darlas. —Asentí y me miró sin expresión alguna. —Cada noche me dormía con el temor de despertar vivo, y cada día despertaba con miedo de terminar muerto. Así que cuando terminó la guerra hice lo posible por deslindarme de ella, a mí y a todos ustedes. No quería que vivieran con el recuerdo de un pasado horrible.

—Pero el pasado no puede borrarse. —Suspiró resignado, masajeando su otro pie.

—Lo sé. El primero en venirme a buscar fue Akira. Nunca se separó de Kouyou, eran amigos desde los once, así que ellos me ofrecieron trabajar en esto. Al inicio me negué, pero cuando llegaron con Takanori no pude negarme. Tu conoces su poder de convencimiento, a veces creo que el debió ser general y no yo. —Negué.

—Takanori es demasiado impulsivo y visceral. Nos hubieran matado a todos en una semana. —Kai asintió riendo y se pasó la mano por sus cabellos.

—Tienes razón. —Puso sus piernas en posición de loto y echó su cuerpo hacia atrás, recargando sus palmas en el suelo, atrás de su espalda. —El último en unirse fue Yuu, y ambos éramos un desastre. La primera semana nos agarramos a golpes porque el aseguraba que yo era más descoordinado que él. Después salió el tema de cuantas bajas tuvimos en la Noche de los Espejos —Arrugué el cejo, así llamábamos a la peor noche de nuestro campamento, donde tuvimos una baja de ¾ partes del equipo. —Y terminé golpeándolo. El siempre va a decir que ganó la pelea, pero la verdad es que me detuve antes de partirle la nariz. —Reí y sin darme cuenta, ya no estaba tenso. —Al final creamos toda esta historia en contra de la ocupación extranjera en el país. Sé que no hicimos bien, pero estos bastardos están tomando nuestras tierras, nuestra gente y nuestra alma para saciar sus fetiches.

—Por eso todos los hombres que “asesinan” son militares americanos. —Kai asintió y resopló.

—Es lo menos que podemos hacer como protesta. Al menos con la ONU vigilándonos y encontrando “peros” en nuestros derechos humanos. —Carraspeó y siguió. —El de la idea fue Ruki, pero todos trabajamos en nuestra propia historia. No quería que todas fuésemos “mujeres” corrompidas por el odio y el rencor. Por eso inventé a una mujer asesina, pero inocente.

—Y tu baile sobresale. —Kai me miró confundido. —Eres quien más destaca. El blanco contrasta con todo el negro y rojo, así como tu baile, no es tan… ¿agresivo? —Kai me sonrió y asintió.

—Era exactamente lo que buscaba. —Asentí. —Así como también te buscaba a ti. —Mi corazón dio un vuelco y lo miré. Palmeo sus muslos y con duda me levanté del sillón para sentarme en sus piernas, así como cada noche en el campo de batalla. Me rodeó con sus brazos y pude sentir la fuerza de sus músculos. Olía a sudor, pero ni siquiera eso me desagradó. Aspiré su aroma y lo abracé también. —No quería separarme de ti, pero sentía que si me quedaba contigo te causaría dolor.

—No lo voy a negar, fue lo mejor. —Asintió y se separó levemente de mí. Mi cara quedó a su altura y aunque su rostro estaba cubierto de maquillaje, sus cejas estaban completamente delineadas de un café tan oscuro que parecía negro, un delineado de gato perfecto, donde la punta era negra y poco a poco se iba degradando en sombras rosa de distintas tonalidades, llevaba pestañas postizas y los pupilentes verdes hacían su mirada más profunda.

—¿No me odias? —Negué.

—¿Por qué habría de hacerlo?

—Porque tardé mucho en decidirme buscarte. —Suspiré y pegué mi frente con la suya.

—Pero al final lo hiciste. —Miré su boquita de muñeca y sonreí.

—¿De qué te ríes?

—Tu boca se ve graciosa. —Kai rio conmigo y por un momento me olvidé de todo lo que estuviese fuera de la habitación. Sus labios chocaron con suavidad con los míos y con lentitud abrí mis labios para succionar su labio inferior. Algo que sabía que le encantaba.

Su beso era lento y tierno. Suspiró profundo y me abrazó con más fuerza, como si tuviese miedo de que saldría corriendo, cosa que por supuesto no iba a hacer. A final de cuentas, él si era mío. Era tan mío como yo tan suyo.

Recorrí con mis manos sus clavículas, aún sin romper el beso. Se quitó uno de sus guantes y metió la mano bajo mi yukata. A pesar de que sus manos estaban calientes, me estremecí al sentir sus dedos sobre mi piel desnuda. Se separó de mi y pude ver el deseo en sus ojos.

—Te extrañé Nao, te extrañé muchísimo. —Tragué, sintiendo el corazón latirme con fuerza, pues nunca me había llamado por mi nombre, siempre era “Yamada” y nada más.

—Y yo a ti…—Hice una pausa sin saber cómo llamarle.

—Menjou. Mi nombre es Menjou. —Reprimí una risa. Hubiera preferido seguirle llamando general Yutaka o simplemente Kai. —¡No te burles! —Reí a carcajadas.

—¡Es que tu nombre es horrendo! Mejor seguiré diciéndote Yutaka. —Gruñó y atacó mi cuello con besos y chupetones. Un pequeño gemido escapó de mis labios y me llevé las manos a la boca. A Yutaka pareció causarle risa, así que siguió besando mi cuello y detrás de mis orejas, logrando estremecerme. Su mano dentro de mi ropa no dejaba de recorrer mi pecho. Tenía mucho calor, acarició con sus yemas mi pezón derecho y se separó para mirarme a los ojos. Su labial estaba corrido y tenía toda la boca manchada de rojo. —Arruiné tu maquillaje. —Se encogió de hombros restándole importancia.

—Pueden hacerlo de nuevo, por eso no te preocupes. —Sonreí y me acerqué nuevamente a sus labios, pero antes de poder besarlo otra vez tocaron su puerta.

—¡Quince minutos! —Una voz femenina llamó nuestra atención.

—Debo volver, pero ¿me esperaras en cuanto termine el espectáculo? —Le di un beso rápido en los labios y sonreí.

—Te esperé un año entero. Puedo esperar unas cuantas horas. —Me sonrió aliviado. Me levante de su regazo y se calzó las botas nuevamente. Lo ayudé a ponerse de pie y antes de cruzar la puerta, inspiré hondo, dándome valor y le di una fuerte nalgada que le hizo dar un respingo. Me miró entre enojado y sorprendido. —Y no es la única cosa por la que he esperado. Y el traje te queda perfecto. —Lo recorrí lascivamente con la mirada y Yutaka me miró con reproche, aunque sus ojos gritaban “¡DESVISTEME!” Pero solo asintió y cruzó la puerta, minutos después la crucé también para volver a la mesa donde mis demás amigos esperaban.

Cuando retomé mi asiento, mis dos amigos me miraban curiosos. Tomé de lo que estaba bebiendo Izumi, le di un trago y suspiré. Me acomodé en la silla y le sonreí.

—Mira como le mejoró el humor. —Akiya asintió. —Yo digo que por fin follaron.

—No follamos. —Akiya resopló.

—Yo veo labial por todo el cuello de tu yukata, así que yo digo que sí follaron. —Giré los ojos divertido y una voz, esta vez femenina, anunció el número final, donde participaba toda la compañía y los bailarines principales.

Una melodía rítmica del piano envolvió el salón y las bailarinas del cuerpo de baile formaron un círculo, chasquearon los dedos, coordinándose con el piano y cuando los demás instrumentos se incorporaron a la canción, el circulo se abrió y de este salieron mis amigos. Me carcajeé un poco al verlos tan emocionados con la coreografía, pero incluso yo me permití ponerme de pie, aplaudir y vitorear.

Era un baile distinto al primero, este era una clara invitación a divertirte, tener sexo y disfrutar. Todos llevaban el mismo vestuario, pero sin los ornamentos en sus cabezas y Reita y Ruki se habían quitado sus ostentosas colas de pluma.

Aoi jugaba con una fusta, Uruha apuntaba al publico con una pistola falsa, Reita se paseaba por el escenario mirándose en un espejo portátil, Kai bailaba alrededor de un tubo y Ruki permanecía en el centro, sosteniendo un micrófono y cantando las notas mas altas. Ruki era el único que había cambiado ligeramente su apariencia, pues llevaba una peluca rubia larga y esponjada.

Una presentadora vestida como cirquera se colocó en una esquina y comenzó a nombrar a cada uno de los participantes principales del espectáculo, la gente les gritaba y lanzaba flores o incluso billetes al escenario en agradecimiento. El más descarado de todos era Aoi, quien recogía el dinero, mostrando su trasero al publico y metiendo los billetes entre su corsé. Cuando terminó de presentarles, los cinco se acercaron al fondo donde había una escalera que los conducía a una estructura en forma de corazón, Uruha se sentó sobre un aro, el cual poco a poco se iba alzando y cuando terminó la canción cada uno terminó en poses distintas.

Uruha se agarró con las piernas al aro y dejó caer su cuerpo, Reita volvió a formar una curva con su espalda como cuando había entrado, Aoi se puso de cuclillas, Kai hizo un arabesque y Ruki terminó en un split. La gente aplaudió y gritó con más fuerza, incluyéndome. Se cerró el telón y la gente comenzó a desalojar poco a poco el lugar.

 

 

 

 

 

 

 

—¡Espera! Aquí no… bebé. —Susurró Yuu eso último pensando que no podíamos escucharlo. Izumi y yo reímos divertidos. Era gracioso verle ya vestido como hombre y actuando tan meloso con Akiya.

—Supongo que volvemos a ser tres. —Comentó Takanori.

—¿Y Menjou? —Preguntó Akira, Kouyou lo miró con burla, después a mi y Akira formó una “O” con la boca.

—¿Yo qué? —Pregunto Yutaka, cerrando la puerta trasera del lugar. Aún podía ver restos de maquillaje en sus ojos. Lo tomé de la mano y me sonrió.

—Americanos. —Advirtió Kouyou en un susurró y nos separamos. Yuu también se separó de Akiya.

—Mejor vámonos, no es seguro. —Asentí.

—Izumi, te acompañaremos a casa. —Kouyou lo tomó de los hombros y mi amigo se despidió de mi con la mano, alejándose con Takanori, Akira y Kouyou como compañía.

—Nosotros también nos vamos. —Akiya se despidió de mi al igual que Yuu, dejándonos a Yutaka y a mi solos.

Shitty japanese— Pude escuchar como dos soldados americanos pasaban a nuestro lado burlándose. Apreté los puños con furia y cuando salieron de nuestro campo de visión, Yutaka tomó mi mano y negó con tranquilidad.

—Por ahora, debemos aguantar. —Resopló. Sabía que también estaba molesto. —Vamos, te acompaño a casa.

El camino a casa fue tranquilo y realmente no platicamos de nada. Solo caminamos juntos, muy juntos, disfrutando de la compañía y de nuestra cercanía. Cuando llegué a mi hogar, abrí la puerta, avergonzándome por el rechinido que esta hizo y Yutaka rio negando, restándole importancia, lo invité a pasar y así lo hizo.

—Es un lugar muy pequeño. —Asentí. —¿No te es incómodo?

—No realmente, tengo todo lo necesario. —Vi que miraba mis libros apilados y me rasqué la nuca.

—Recuerdo ese cuaderno. Lo tenías entre tus pertenencias. —Señaló la libreta que estaba leyendo antes de que Izumi llegara.

—Eran mis anotaciones diarias. —Me acerqué y lo tomé. —Antes de la guerra yo quería ser pintor. Amo dibujar. —Pasé las hojas hasta llegar a una en específico y le extendí la libreta a Yutaka, quien la tomó con cautela. Miró la hoja por un buen rato, tanto que me preocupó. —¿Estás bien? —Asintió, y cuando levantó la vista pude ver sus ojos llorosos. En los cuatro años que estuve como soldado, jamás había visto a Yutaka llorar. —Lo siento, ¿te molestó? —Me acerqué a él y lo abracé, negó nuevamente e inspiró con fuerza.

En la hoja, estaba dibujado un boceto de Yutaka dormido. En una de las tantas noches que compartimos juntos, me dedique a dibujar cada pliegue, cada arco, cada lunar, cada cicatriz, todo lo que es Yutaka para guardar la imagen del humano sensible, sin miedos y soñador que la guerra me quitaba cada mañana.

No dijo nada más, solo me abrazó y sollozó en mi hombro. Lo dejé llorar y acaricié su espalda con tranquilidad. Escuchamos ruido afuera e instintivamente nos separamos. Cuando vimos que solo eran personas caminando, suspiramos con pesar.

—¿Crees que algún día termine esto? —Pregunté después de un momento.

—Sí. No sé si pronto, pero terminará. —Me abrazó nuevamente y besó la comisura de mis labios con ternura.

—Mi abuela solía decir que, aunque la jaula fuese de oro, no dejaba de ser prisión. Y así me siento en este momento. Me siento aprisionado en libertad. —Me llevó a la cama y se recostó conmigo, cubriéndonos con las frazadas del clima invernal.

—Me siento igual que tú. —Me apretó con fuerza a su pecho e inspiró mi aroma. Ya no olía a sudor, olía a jabón. —Pero tal vez, juntos, podamos encontrar una llave para salir. ¿No? —Lo miré a los ojos, los cuales brillaban con la luz de la ventana y asentí. —Mientras, podemos distraernos con algo más. —Me sonrió de manera traviesa y reí levemente.

—¿Enserio? —Se encogió de hombros.

—Fuiste tu quien empezó. —Di un mordisco a su cuello y lo escuché reír divertido. Me tomó de las caderas y me hizo quedar encima de él, parpadeé sorprendido y mordí mi labio, me miró con duda y cuando entendió lo que quería se golpeó la frente con frustración.

—Anda, dilo. —Inspiré hondo y reí.

—¿No me diga, general, que le gusta que lo dominen? —Yutaka resopló con frustración y me giró con violencia sobre la cama.

—Si eres tú, no hay problema. —Lo sostuve de las caderas e impulsé mi pelvis, simulando penetraciones, aún con la ropa puesta. —Honestamente, me daba vergüenza decírtelo.

—¿Y por eso nunca quisiste tener sexo conmigo? —Asintió. —Que delicado, eso no cambia lo que siento por ti. —Lo vi sonrojarse y sentí el como el corazón se contraía de ternura. Hoy por fin podría amar a Yutaka como tantas noches lo había deseado.

 

 

La jaula no se abrió hasta finales de 1952, donde la gran mayoría de Japón comenzó a regirse como un Estado Independiente. Fueron años difíciles y crudos, pero sobreviví y hoy en día lo agradezco.  Yo era feliz de saber que, en todos estos años, y los que faltasen, Yutaka seguiría conmigo.

Notas finales:

Debido a la comodidad de adjuntar imagenes en wattpad (?) he agregado una descripción detallada sobre el fanfic en esta plataforma, recomiendo leerla, a continuación adjunto el enlace:

 

https://www.wattpad.com/821729136-lady-marmalade-nota-del-autor/page/2

 

¡Gracias poer leer! 

Nuevamente, Roxanne, lo lamento si no te gustó o si no cumplió tus expectativas, pero ojalá te haya sacado una sonrisa, sowwy. ;___;

 

¡Felices fiestas a todos! Feliz término de una decada e inicio de otra.


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