Capítulo 1:
Un Sueño de Inocencia
Lilas acuáticas florecen en el Gran Río.
Rojo brillante sobre el agua verde.
Su color es el mismo que el de nuestros corazones.
Sus raíces toman un desvío.
Las nuestras no pueden ser separadas.
(Hsiao Tsu Yun, Lilas acuáticas florecen)
Las risas resuenan como campanillas tañidas por el viento, y se pierden.
Son carcajadas sinceras y pequeñas, la alegría inocente de un niño que, a pesar de haberlo perdido todo en la vida, se siente el dueño del mundo solo porque es feliz; porque la memoria, frágil, traicionera, le ha robado su pasado y no recuerda todo el dolor vivido. No como tú lo haces.
Te mantienes un par de pasos tras él, los suficientes para darle libertad en su actuar pero al mismo tiempo atento a cada uno de sus movimientos, a cada una de sus expresiones y emociones, como si desearas memorizarlas y grabarlas dentro de tu cabeza, o tu corazón; grabarlas donde no puedan borrarse y escapar de tus recuerdos, porque es lo último que te queda de él. El último retazo que te queda para aferrarte a ese pasado que no deseas ni puedes dejar ir.
A-Yuan ríe encantado cuando los blancos e inquietos conejitos se acercan a comer de su mano y él los acaricia con torpe gentileza infantil, pero ellos no lo notan y se arremolinan a su alrededor como un esponjoso manto blanco.
Cuidar de un niño jamás estuvo en tus planes, no así por lo menos, pero el destino es caprichoso y tiene sus propios caminos, y del mismo modo que unió el tuyo con el de él tantos años atrás, tensando y anudando el hilo que aun los mantiene unidos, también lo hizo con el de aquel pequeño ser que inevitablemente acabó formando parte de la vida de ambos.
Sin que puedas evitarlo, los recuerdos golpean tu memoria, como cada día, como cada noche. Algunos suaves y hermosos como el roció matutino haciendo resplandecer las púrpuras gencianas que rodean la pequeña casa que una vez perteneció a tu madre, otros tan profundamente dolorosos e imborrables como los latigazos que recorren tu espalda y que, más que un castigo en sí mismo, son el constante recordatorio de tu fracaso y lo que has perdido.
Pero acaso, ¿no deberías estar ya acostumbrado? ¿No debería el dolor de la pérdida ser más fácil de sobrellevar ya que desde un temprano comienzo este ha rozado con sus fríos dedos tu vida?
Solo eras un poco mayor que el niño que tus ojos contemplan, y que ahora es tuyo, cuando comprendiste lo realmente efímera que es la vida; lo frágil que puede ser la existencia de alguien y como el cariño solo ata al recuerdo y al dolor que trae consigo la pérdida. Que por más que esperaras contemplando inocentemente las gencianas mecerse por la brisa, esconderse tras la nieve, ella no iba a regresar, porque no podía, tal como ahora por más que tu corazón grita en silencio, por más que anhelas e imploras, él tampoco regresa, más que en tus sueños, aquellos que nacieron al final de la inocente infancia, iluminándolo todo, y que acabaron cubiertos de sangre y dolor tras haberlo perdido.
La ligera vocecilla de A-Yuan llamándote suena clara y vibrante como las altas notas del guqin. Vas a su lado y asientes despacio a sus preguntas, aprobatoriamente, y él sonríe radiante, confiado e inocente, sujetando su pequeña mano con la tuya y llenándola de un ligero calor que no esperas y silenciosamente atesoras, porque aunque sea por un instante, por un segundo, el frío que rodea tu corazón desde su partida parece derretirse un poco.
Posando una mano en la pequeña y oscura cabeza, en una extraña caricia que te recuerda otros tiempos y a otro niño ansioso por recibir afecto y aprobación, ayudas a A-Yuan a alimentar a los conejos, observando como las blancas túnicas que ahora el niño usa se enredan entre la suave piel de los animalillos y la verde hierba, despertando más risas que se mezclan con el viento y disipan aunque sea un poco tu soledad.
Mientras lo observas hacer, mientras tú mismo le ayudas, te preguntas que pensaría él de aquella escena, qué sentiría. ¿Le alegraría ver que aun conservas los conejos que te obsequió con una alegre sonrisa y palabras burlonas para doblegar tu ánimo? ¿Aprobaría que el pequeño al que salvó de una miserable vida de esclavitud sea ahora parte de un clan donde él mismo se sintió tan oprimido por todas aquellas reglas que consideraba absurdas?
No lo sabes, porque no tienes forma de obtener las respuestas que ansías. Porque a quien creíste conocer mejor que a ti mismo acabó convirtiéndose en un completo desconocido que se robó lo que más querías; porque el sufrimiento y la pérdida acabaron transformando aquel corazón bullente y brillante en solo una sombra de lo que fue y jamás pudiste alcanzarlo, jamás pudiste hacerle comprender lo que en realidad sentías.
Y es así como el remordimiento se aferra a ti sin darte tregua, porque no hay dolor ni castigo más grande que haberlo perdido sin haber podido llegar a él y haberle hecho comprender que no estaba solo. Porque fuiste insuficiente e impotente ante su dolor y sufrimiento, de la misma forma que cuando niño no pudiste entender el dolor que consumía a tu madre. Porque por más que le amaste, por más que deseaste protegerlo del mundo, de él mismo, jamás pudiste llegar a rozar siquiera su corazón, probablemente porque tus palabras siempre resuenan vacías.
Sin embargo, mientras observas a A-Yuan sonreír lleno de aquella suave inocencia que también un día tuviste y perdiste de la peor forma, te determinas a no olvidar, a no volver a cometer los mismos errores otra vez; porque él regresará, lo sabes, quizás en algunos cuantos años o en miles, tal vez no en esta vida sino en la siguiente; pero cuando lo haga, lo encontrarás y estarás allí una vez más; estarás allí para él, una y otra vez, una y otra vez, luchando por preservar la inocencia que jamás debió abandonar sus ojos. Luchando porque sus sueños se hagan realidad, ya que si puedes volver a verle, si puedes reparar tus errores, él tuyo definitivamente será cumplido.