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Chewing-gum por AlesaBe19

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Notas del capitulo:

Metamorfomago: Mago o bruja capaz de transformar su cuerpo a voluntad. Es decir, puede adoptar la forma que desee, un niño, una niña, mujer, hombre. Al igual puede cambiar color de ojos, cabello, piel etc. En mundo mágico son considerados un verdadero fenómeno pues son muy pocos aquellos que nacen con este don.

La pesadilla de Petunia Dursley era recurrente. 

Una que llegaba a ella cada vez que su cabeza reposaba en la almohada y sus ojos se cerraban. Su pesadilla, era recordar a su sangre, su hermana, Lily Evans, aunque a estas altura debía de ser Potter. Ella, era su pesadilla. 

Y la pobre Lily no era su pesadilla por cosas tan comunes como el hecho de ser mejor persona que ella, tener un esposo más rico que ella, o ser mejor parecida. No, no, no. Era porque su hermana, Lily Potter era una bruja, y ella no. Y si, la magia existía, no era que Petunia estuviera loca, no, para nada. Había pruebas tangibles que probaba la, existencia de la magia. Pruebas que Petunia no podía ver, ni quería hacerlo. Ella era… Lo que ellos llamaban muggle, alguien cuya fortuna de ser normal era exageradamente alta. 

Así se sentía bien. Había logrado superar su anhelo infantil de querer hacer magia hace mucho tiempo, muchas gracias. Pero eso no quitaba que era odioso recordar a su hermana cada vez que dormía, recordar que ella estaba en algún lugar del mundo, agitando un palito de madera para hacer flotar cosas o traerlas, aparecerlas de la nada incluso. 

Era verdaderamente odioso, por ello terminaba levantándose temprano, justificando a sí misma que se levantaba porque necesita cuidar de su pequeño Dudley, su bebé de un año y meses. La única cosa que evitaba que pensara que su vida era una basura. Y si, no estaba contenta con su vida, como cualquier persona, y no la mal entiendan, no es que Vernon, su esposo, fuera un mal hombre. Al contrario era todo lo que Petunia quería, y eso, en cierta forma, la hacía pensar en que su vida era una idiotez. Porque su vida no era interesante, estaba limita únicamente a hacer de la esposa ejemplar que se quedaba en casa, a cuidar de los hijos, cocinar, limpiar.

En resumen, una aburrida vida. 

Petunia alguna vez pensó en que podría viajar, conocer más lugares aparte de Londres. Tal vez la India o Francia, cualquier cosa, pero eso ya no era posible, ahora estaba atada, ya tenía un hijo y un esposo que la necesitaban en casa. Tal vez por eso odiaba tanto a su hermana, porque ella seguramente podría aún volar libre, o acompañada de su esposo, el tipo tenía dinero, no tenían hijos ¿Que los detenía de viajar a París o algún lugar perdido en España? Nada…

Petunia, deja de pensar idioteces, se reclamó a sí misma, mirando la taza de café frente a ella. Llevaba un buen rato levantada. Un sueño peculiar con su hermana había evitado que tuviera su sueño reparador. Y aunque quería volver a dormir, el reloj sobre su chimenea le indicaba que su jornada del día comenzaría en cinco minutos si quería servir el desayuno justo cuando Vernon se sentara en la mesa. 

Si iba a estar atada, al menos haría las cosas bien. Con una resolución poco común se levantó de la mesa y fue a cocina, buscando las botellas de leche vacias para dejarlas afuera y esperar al lechero para que trajera las otras. Camino hasta su puerta y la abrió sin ninguna duda. Un grito salió de su garganta antes de que siquiera pudiera controlarse. 

Un niño. Un. Niño.

—¡Vernon! ¡Vernon!—llamó esperando que su esposo llegará e hiciera algo, o le dijera que estaba loca, que no había niño en una canasta en la entrada de su casa. Escuchó los ruidos bruscos en el piso de arriba de alguien luchando con las sábanas

Petunia se llevó una mano al pecho, mirando a la criatura dentro de la cesta. Más pánico llegó a su persona cuando el niño abrió los ojos. Verdes. Verdes como…

—¿Qué pasa Petunia? ¿Estás bien?— preguntó Vernon bajando las escaleras de la casa con un arma en las manos. Pero la mujer no fue capaz de hacer otra cosa que no fuera ver al niño para después apuntarlo —¿Pero qué demonios?— Vernon se asomó a la puerta y al ver al niño retrocedió

—¿Qué hacemos?— murmuró Petunia aturdida

—¡Metelo! ¡Metelo ahora, si no los vecinos lo verán! Bendito sea Dios si nadie lo ha visto todavía—  Petunia asintió y con mucha precaución tomó la cesta, el niño rió por el movimiento rápido y agitó las manitas al aire

—amá— exclamó mirando a la pareja. Petunia retrocedió con la cesta mientras Vernon miraba las casas vecinas, satisfecho por la ausencia de gente cerró la puerta. 

Mientras, la señora Dursley dejaba la cesta sobre la mesa de la cocina, mirando con más detalle el ser dentro de ella, era pequeño, con un delgado cabello negro que era anormalmente oscuro, su frente estaba marcada por una cicatriz que parecía reciente, hecha por un cuchillo por la forma de rayo. Y la cosa que tenía más perturbada a la mujer, un par de ojos verdes que eran tan iguales a los de su hermana. 

El niño se agitó y el sonido de papel la alertó de que la manta celeste no era el único objeto que acompañaba al niño. 

—¿De quién diablos es este niño, Petunia? ¿Quién vino a dejarlo? Y peor aún ¿por qué lo aceptaste?— Petunia ignoró a su esposo a favor de tomar la carta que estaba a los pies del niño. Era un sobre grueso que la hizo tener un deja vú. 

Señor y señora Dursley

Estaba escrito con una tinta verde que la hizo tener el peor presentimiento. Con cuidado giró la carta, el terror se hizo presente cuando vio el sello de la carta. La última carta que había recibido con el mismo sello había sido aquella que la hizo odiar a su hermana, una carta que le mostró que era la persona más normal del mundo, una carta que significó el fin de la amistad entre Petunia y su hermana Lily

—Una carta de Albus Dumbledore— susurró mirando a su esposo. Vernon quedó paralizado. Ella le había contado el secreto de su hermana cuando él le pidió casarse con ella, y por supuesto le había contado también del hombre que Lily consideraba un maestro.  Así que no fue necesario aclarar quien era Dumbledore, ni que Petunia se quedará en sus cinco sentidos luego de decir aquello. Por lo que ni cinco segundos habían pasado cuando se desmayó. 

El bebé desconocido aplaudió al escucharla caer. 

 

~ * ~ * ~ Chewing-gum ~ * ~ * ~

 

6 de Noviembre de 1981

 

—¡No, Harry! Dije que no— el silencio fue súbito. El pequeño niño inhaló con fuerza, pero obedientemente quedó en silencio. Sus ojos verdes comenzaron a llenarse de lágrimas silenciosas. Petunia se sintió culpable.

Habían pasado dos días desde que su sobrino, el bebé de ojos verdes iguales a los de su hermana, apareció en su puerta, con una carta de Albus Dumbledore comunicando que Lily, la pesadilla de Petunia, había sido asesinada junto a su esposo el último día de Octubre. Y, a falta de familia directa paterna, Petunia ahora era la tutora de Harry. El pequeño niño tenía un año y medio, solo un mes menor que su Dudley, pero era mucho más obediente y callado, ahora que sabía de quien era hijo podía encontrar más parecido que los ojos, también tenía la nariz de Lily, la forma de los labios. Incluso podía jurar que entre más minutos miraba al niño, más y más parecido iba teniendo con Lily.

La noticia de que su hermana estaba muerta la había tomado desprevenida. Por alguna razón había pensado que por ser una bruja, su hermana era algo así como inmortal, si Petunia estaba condenada a envejecer y morir entonces Lily nunca lo haría. Pero ¡Oh sorpresa! Lily ya no estaba…

Algo de tristeza acudió a ella, antes de que se enojara ¿Por qué Lily no le dijo que estaba embarazada? ¿Y qué pasó cuando Harry nació? ¿Por qué no sabía nada? Y bueno si, no había invitado a Lily al nacimiento de tu hijo, pero fue porque no sabía cómo comunicarse con ella. ¿Qué justificación tenía Lily si ella era mágica? Podía agitar su varita y encontraría a Petunia ¿por qué no le dijo?

—amá— exclamó Harry y agitó su mano antes de meterla a su boca. Petunia gimió acercándose a la silla de bebé que Dudley uso cuando apenas tenía un año y pesaba menos de los catorce kilos pero que era perfecta para Harry

—No, Harry, no hagas eso, es grosero— regaño suavemente alejando la mano del pequeño de la zona bucal con paciencia. Llevaba un buen rato tratando de hacer a Harry comer. Pero al parecer al niño no le gustaba la papilla de manzana, ni la de mango o ciruelas. Incluso había tratado con un biberón pero Harry no quería comer nada. 

Dudley, sentado en su silla justo al lado de Harry, comía con algo de desesperación su segundo plato de papilla sin tomar importancia del niño a su costado. Algo que tenía aliviada a Petunia, se volvería loca si ambos niños comenzarán a llorar al mismo tiempo

—amá— llamó Harry mirando detrás de él. El pecho de Petunia se retorció ¿Por qué Lily? Si tan fabulosa era la magia que tenías ¿Por qué no la usaste para estar siempre con tu hijo? Pensó con pesar, Harry trataba de girarse a todos lados, seguramente en busca de su madre 

—Tu mamá no vendrá, Harry. Ya no— los ojos verdes dejaron la habitación para centrarse en ella. Petunia quiso llorar. Era tan parecidos a los de Lily

—¡Má! ¡Ató! ¡Ató!— comenzó a gritar Dudley golpeando la cuchara de plástico contra la mesa. Petunia puso atención afuera y efectivamente. El auto de Vernon acababa de estacionarse en el patio.. 

Tenía la manía de que cuando Dudley gritaba ató, lo cargaba, iba a la puerta y abría justo a tiempo para ver a Vernon bajando de su coche, entonces su esposo iría a ellos, le haría un elogio a Dudley y le besaría la mejilla a ella, entonces los tres entrarían y llegarían a la cocina para cenar. Esa tarde sin embargo Petunia no se movió ni un centímetro.

La puerta fue abierta con fuerza. Vernon no podía usar la llave porque su mano era muy ancha como para poder girarla. Por eso Petunia tenía el deber de abrir para que su marido no quedará en ridículo frente a los vecinos. 

—¿Por qué no me recibiste, Petunia?— preguntó Vernon llegando a la cocina. Dudley comenzó a brincar en la silla con fuerza, también acostumbrado a su ritual de recibimiento. Harry sin embargo había mirado a la puerta con emoción hasta que descubrió que el señor que entró no era ninguno de sus padres —Petunia. Dudley quiere bajar. Haz algo— 

—Harry no quiere comer— exclamó ignorando la implícita orden. Vernon resopló. 

La mañana que leyeron la carta de Dumbledore, su esposo fue muy hablador sobre lo desagradable que era asumir la responsabilidad de cuidar a Harry. Un niño que seguramente era igual a sus padres. Igual a Lily. Igual a su hermana. Y Petunia no sabía si era o muy malo o muy bueno que el niño fuera igual que ella.

—Si no quiere comer, está bien, puede morirse de hambre— Vernon acercó su cara a Harry, el niño se alejó todo lo que la sillita permitió. Satisfecho con el resultado su esposo se alejó para ir a donde Dudley y cargarlo —¿Por qué no sirves la cena, hum? Tengo mucho que contarte del trabajo— 

Petunia miro a Vernon hacerle gestos a Dudley, su hijo reía en respuesta y manoteaba a todos lados emocionado. La escena la conmovió tanto que se levantó de la mesa para servir la cena olvidando al segundo infante, uno que miraba a su tío y primo con tristeza.

Su apá y nuto hacían lo mismo con él. Claro, cuando llegaban a su casa, con su amá. Harry se sentía mal, su cabeza picaba y su boca también, y la mujer extraña solo lo miraba sin ponerle lo que su amá ponía en su cabeza. Eso qué hacía a Harry ser Harry, el palito hacía que la picazón se fuera, pero el palito de amá ya no estaba, tampoco Amá, Apá o Nuto. 

Solo la señora larga, el niño bolita y el hombre gigante. A lo mejor, si el hombre gigante jugará con él como con el niño bolita se sentía mejor. Paciente esperó su turno, pero el hombre gigante nunca fue por él ese día. No había problema, Nuto y apá a veces también tardaban en jugar con él, podía esperar a que el hombre gigante viniera.

 

~ * ~ * ~ Chewing-gum ~ * ~ * ~



18 de Noviembre de 1981

—¡Amá! ¡Apá! ¡Nuto! ¡Amá!—

Harry había estado irritado. Lanzaba cosas, rechazaba la comida, Petunia tenía miedo de que el niño no estuviera comiendo nada en los últimos días aparte de una sola papilla por día. 

Pero lo que más movía su corazón, era ver al niño llamando a sus padres y al Nuto que seguramente era algún otro adulto que cuidaba de él. Las únicas ocasiones en que Harry era manejable, era cuando Vernon llegaba. Extrañamente la presencia de su esposo lograba hacer que su sobrino se calmara lo suficiente como para que comiera sin réplicas. Pero una vez Vernon se iba a dormir Harry volvía a su conducta irritable. Como ahora.

—Por favor, Harry, tienes que cenar. Te vas a enfermar y de verdad yo no quiero eso— susurró con cuidado, esperando que ni Dudley o Vernon despertaran. Pero su sobrino no pensaba igual que ella. Azotó con fuerza la cuchara en la mesa igual que Dudley hacía para llamar la atención de Vernon

—¡Ante!—gritó señalando las escaleras. Petunia suspiró. Ante, ¿Qué se supone que era? —¡Ante! ¡Ante!— Harry comenzó a moverse en la silla, agitandola de un lado al otro y provocando ruido. Petunia entró en pánico

—Ya basta, Harry— regaño sosteniendo al niño con fuerza, tal vez más de la necesaria, pero la situación la estaba teniendo al límite, Harry no comía y su actitud era poco tolerable, y Petunia no podía cuidar de él y de Dudley por completo sin descuidar sus quehaceres en la casa. Estaba estresada—Si no quieres comer bien. Dormirás sin cenar— dictó levantándose y sacando a Harry de la silla

Cargó a su sobrino en brazos hasta la habitación donde Dudley dormía. Había restaurado la anterior cuna de su hijo para que Harry durmiera, era una suerte que tuviera algunas cosas de su hijo. Dumbledore de verdad creía que Petunia podía cargar con todo, incluso los gastos de las cosas que Harry usaría y necesitaba. Esta era otra piedrita en el zapato junto con los demás problemas. 

—Espero que mañana tengas una mejor actitud muchachito— susurró mientras acomodaba al niño en la cuna a pesar de que los ojos verdes estaban bien abiertos, sin ninguna señal de cansancio. Pero Petunia se sentía tan cansada que no le importó.

Se aseguro de que Harry estuviera cubierto por las sábanas antes de salir de la habitación y dirigirse a la suya. Su cuerpo pedía a gritos que durmiera un poco. No se hizo del rogar, se cambió la ropa por su pijama y de inmediato se metió en la cama. Fue cuestión de minutos para que se quedará dormida.

Mientras, en la otra habitación, sentado en medio de una cuna celeste. Harry miraba la puerta, esperando que su amá apareciera. La comezón en su cabeza era horrible, y cuando estaba por rascarse, la mujer larga le había puesto guantes para que no se rasguñara. Odiaba aquí. El lugar era feo, Nuto no había llegado y tampoco su Apá. Y el hombre gigante no había venido a jugar con él a pesar de siempre jugar con el niño bolita.

El niño bolita

Harry se levantó con dificultad, ayudado de los barrotes de la cuna para ponerse de pie. Por encima del varandal las cosas se veía mejor. Dio un par de saltitos antes de ver la otra cuna, estaba al otro lado del cuarto. En ella el niño bolita dormía con un grupo de aves sin cabeza girando sobre él. 

A Harry el niño le gustaba, era muy hablador, aunque siempre estaba sucio, con comida manchando sus dedos pero era buena onda. Tal vez por eso es que el hombre gigante solo jugaba con él... 

Había esperado demasiado, mucho tiempo, pero el hombre venía a jugar con él. La comezón no estaba ayudando en nada, así que Harry tenía muchas ganas de llorar pero tenía miedo de que la señora larga se enojara. La señora era fea, no le gustaba en lo absoluto, era mandona, y siempre lo obligaba a hacer cosas que no quería. 

Refunfuñado miro la cuna vecina. Tal vez si era igual al niño bolita, la señora dejaría de molestarlo y el hombre gigante vendría por él. Si, su apá decía que era muy listo. Salto un par de veces en la cuna, tratando de ver al niño.

Repentinamente, la comezón dejó de ser irritante y cosquillas aparecieron por todo su cuerpo haciéndolo reír con verdadera emoción. Cuando las cosquillas terminaron se sentía diferente, la picazón ya no estaba, pero sus manitas ya no podían sostenerlo bien del barandal, y la ropa le apretaba.

Harry se sentó en la cuna mirando alrededor, se dio cuenta que incluso la cuna era más pequeña que antes. Comenzaba a sentirse fatigado. Se retorció  en su lugar incómodo con la ropa y la cuna. 

Comenzó a llorar.

En la habitación principal, Vernon fue el primero en despertar, su ciclo de sueño no estaba tan perjudicado como el de Petunia así que fue fácil para el molesto sonido llegar a sus oídos

—Petunia— murmuró moviendo a su esposa —Petunia, uno de los niños llora— la mujer de cabellos rubios se removió un momento, despertando apenas. Escuchó los sollozos del otro cuarto, pero su mente encontró calma cuando identificó los lloriqueos de su Dudley

—Es Dudley cariño— respondió cubriéndose con la sábana —¿Puedes ir a ver que tiene?— Vernon agitó su bigote pensando en un argumento para no ir, pero Petunia ya estaba profundamente dormida otra vez.

—Esta bien, pero será la última vez— advirtió levantándose, ignorando el hecho de Petunia no lo estaba escuchando. 

Se puso sus pantuflas y camino a la habitación de su hijo. Inmediatamente fue a la cuna donde el niño lloraba, ignorando por completo la otra, pensando en que el fenómeno estaba ahí. Dudley lloraba en la cuna vieja, retorciéndose mientras jalaba la camisa con fuerza, Vernon notó que la ropa estaba muy ajustada

—Ya, ya, mi pequeño Dudley, papá está aquí— dijo tomando entre sus brazos a su hijo, Dudley automáticamente dejó de llorar, mirando el rostro de Vernon con curiosidad. El hombre miró extrañado a su hijo, Dudley siempre lloraba por largas horas y solo dejaba de hacerlo cuando Vernon le daba un chocolate. Tal vez su pequeño hijo tenía miedo. Si, seguramente eso era —Tu ropa es muy pequeña, ¿Qué diablos le pasa a tu madre poniendote esto?— el niño de llevó la mano a la boca, chocando con la tela de los guantecitos azules. Vernon resoplo

>>No te ponemos guantes desde hace meses Dudley— murmuró quitando ambos guantes. Dudley pareció contento de poder morderse los dedos —Bien, ahora hay que cambiarte esa ropa— avisó caminando al armario en busca de algún conjunto que ponerle al niño. Porque sabía lo esencial que era sentirse cómodo para poder dormir continuamente. 

Unos minutos más tarde ya tenía a Dudley vistiendo un conjunto más adecuado que el anterior, uno que Petunia misma había dicho que ya no le quedaba a Dudley. 

Sinceramente. El pequeño fenómeno que había llegado estaba poniendo de nervios a Vernon, sabía por Petunia que su hermana era una anormal que podía hacer trucos extraños al igual que su marido. Y era más que obvio que un anormal saldría de ambos. Solo esperaba que Petunia pudiera recapacitar a tiempo, dejando de tratar al fenómeno como si fuera un niño igual a su Dudley. ¡Tan solo tenía ver que ropa le estaba poniendo a Dudley, distraída con el fenómeno! Una blasfemia

>> No te preocupes Dudley, tu mamá va a recapacitar—tranquilizó a su hijo poniéndolo en la cuna, pero el pequeño se negó a soltarlo —Dudley, debes dormir —exclamó tratando de que el niño lo soltara. Sin embargo se dio cuenta de algo.

La cuna era muy pequeña

>> ¡Tu mamá te puso en esta cuando la tuya es la otra!— exclamó molesto mirando la cuna nueva del otro lado del habitación. Comenzó a sentir una pizca de furia. Pensaba ser paciente, pero si Petunia comenzaba a tratar a su Dudley peor que ese fenómeno no se quedaría callado ¡Hablaría con Petunia en la mañana! Ese fenómeno ya tenía suficiente suerte de dormir bajo su techo. 

Pisando con fuerza se acercó a la cuna,  dispuesto a sacar al fenómeno de ahí. Pero lo que encontró le quitó el aliento. Miro a la cuna vieja, ahí estaba Dudley, mirándolo. A la espera de su cuna. Miró dentro de la cuna, ahí estaba Dudley, durmiendo tranquilamente.

Su mente explotó

—¡PETUNIA! ¡PETUNIA! ¡Maldita sea! ¡levantate!— los gritos y golpes hicieron a Petunia despertar asustada, de inmediato saltó de la cama para ir a la habitación de los niños, preocupada y asustada de que pudo ser lo que alteró tanto a su esposo. Los lloriqueos de dos niños llegaron a sus oídos y la hicieron correr más rápido

—¡Vernon! ¿Qué sucedió?—  preguntó al abrir la puerta encontrando a su esposo en medio de la habitación con un ligero color rojo en la piel. Petunia se estremeció ante la furia que brillaba en los ojos de su esposo

—¡El fenómeno Petunia! Me engañó ¡A mi!— reclamó agitando las manos. Ella instintivamente miro la cuna donde había dejado a su sobrino, un paseo de sorpresa salió de sus labios al ver a una versión de Dudley en ella, miro a la cuna donde había dejado a su hijo y ahí estaba otra vez, Dudley lloraba con fuerza —Cállate— gritó Vernon acercándose para callar al niño

—¡No! Vernon— se acercó a su esposo y detuvo el movimiento de mano. El Dudley de la cuna vieja se agitó en un hipido, pero el de la cuna nueva siguió llorando. Petunia miró al niño que estaba segura, era Dudley. Tenía puesto el conjunto de dormir que le había puesto horas antes. Lo tomó entre sus brazos y miró con precaución la otra cuna, la vieja. Vernon captó el movimiento

Giro sobre su eje y enfrentó al niño que minutos antes creía que era su hijo. El fenómeno hipo de nuevo. Esta vez sucedió algo escalofriante, sus ojos se volvieron verdes

—¡Tú! Repulsivo fenómeno— gritó lleno de cólera. Se acercó al niño y sin tener el menor cuidado lo sacó de la cuna tomandolo de los brazos. El niño gritó

—¡Vernon! Déjalo, es solo un niño— intervinó Petunia, asustada del mal agarre que tenía su esposo sobre uno de los brazos del niño que comenzó a llorar y agitarse. Con cada sacudida el cabello del niño cambiaba entre el castaño, rubio o azabache

—¿¡Un niño Petunia!? ¡Es un Fenómeno! Tan solo míralo— señaló. Petunia suspiro, y aunque veía el acto tan anormal, algo en su pecho se retorció al ver a Vernon cargar su furia contra un niño que segundos antes era un Dudley. Algo de miedo cayó en ella al ver un episodio tan violento en su marido. Por ello apretó a su hijo en brazos y enfrentó a su marido

—¡También es mi sobrino! Mi familia— refutó. Vernon inhaló con fuerza. Miró incrédulo a su esposa

—¿familia? ¿¡FAMILIA!? ¿Todos estos años negaste tener algo con la madre de esta cosa y ahora son familia?— preguntó agitando a Harry, el niño por el brusco movimiento volvió a ser él, con su cabello azabache y cuerpo pequeño. Petunia tembló ante la declaración 

—¡Siempre lo fuimos! Yo estaba equivocada. Así que bajalo Vernon ¡Actuas como un bárbaro!—protestó, pero se arrepintió de sus palabras tan rápido como las dijo. Su esposo entrecerró los ojos mirándola con sospecha 

—¡Este fenómeno te ha embrujado!— declaró segundos después —Lo sacaré lejos de aquí ¡Así entraras en razón!— Vernon empujo a Petunia de la entrada, sin importarle que tuviera a Dudley aun en sus brazos

—¡Vernon! ¡Vernon! ¿A dónde llevas al niño?—  preguntó Petunia desde el suelo, protegiendo con su cuerpo a su hijo. Vernon no se giró

—A donde debí desde que supe quién era— Petunia sintió terror. Revisó a Dudley, verificando que no se hubiera golpeado antes de dejarlo en su cuna. 

Bajó con rapidez las escaleras, mirando que la puerta del armario debajo de ellas estaba abierta. Petunia revisó dentro y el pánico aumentó al ver que la cesta y manta donde Harry había llegado no estaba. El sonido del auto encenderse se escuchó

—¡Vernon! ¡Vernon! ¡No lo hagas!— gritó abriendo la puerta. Su esposo estaba al volante. Corrió al auto y golpeó la ventanilla con fuerza. Pero fue ignorada —¡VERNON!— gritó cuando el auto se echó de reversa para salir del patio. El hombre aceleró —¡No!— Petunia comenzó a llorar, viendo el auto de su esposo perderse en la negrura de la noche

Rogando a Dios que no le hiciera nada malo a su sobrino




Mientras, Vernon conducía a una velocidad alta en las calles. Con la radio en alto volumen para ocultar los lloriqueos de Harry, a quien había arrojado en  parte trasera

Había investigado con anterioridad la ubicación de un orfanato. Uno que no investigaba nada de la familia, era el peor de la ciudad, perfecto para el fenómeno. Seguramente ahí podrían tratar de volverlo normal. 

Cuarenta minutos le tomó llegar. Para entonces el fenómeno ya había guardado silencio. Vernon estaciono el auto. Salió y miró el edificio. Las rejas del lugar eran altas y delgadas. Las paredes tenían numerosos graffitis. Los cristales de las ventanas estaban rotos y pegados con cinta. 

Vernon agitó la cabeza, era el peor lugar para dejar a la cosa. Abrió la cajuela y ahí estaba el niño, agitándose en temblores por el frío. Invierno estaba cerca y los aires helados era una pequeña probada. Vernon tomó la cesta, arrojó al demonio dentro. Sacó la cesta y cerró la cajuela. 

—Espero nunca volver a saber de ti— exclamó dejando la cesta frente a las rejas

—Lamento decirlo, pero no creo que te puedas despedir de él— Vernon dio un salto asustado. Miró alrededor buscando al dueño de la voz. En su campo de visión apareció un hombre joven, su ropa gastada le daba aire de vagabundo. Estaba sentado en el suelo, recargado en las rejas

—¿Quién te crees para decirme que hacer o no?— preguntó altanero, mirando al contrario como se ve a una cucaracha

—La persona que vio a un hombre tener a su hijo en la cajuela— respondió. Vernon se puso rojo de ira

—No es mi hijo. No es nada de mi. Llegó en una cesta a nuestra casa ¡Es el demonio!— gritó con cólera, el muchacho no hizo más que reír

—Demonio o no. No puedes dejarlo. Este orfanato fue cerrado hace un par de días. Los niños serán reubicados— respondió. Vernon miró al suelo y la cesta donde el mocoso era cubierto por la sábana

—¿Y crees que eso me importa?— repuso acercándose al auto

—Muchos los regresan a los hogares de donde vinieron. Y yo, señor. Sé el número de su placa— el joven entonces se acercó, levantó la cesta y sin darle una mirada se la entregó a Vernon que por impulso la empujo

—Me quitaré a este demonio de encima. Y tú no podrás evitarlo— reclamó. Abrió la puerta del auto, subió y arrancó

—Ah. Muggles— murmuró el hombre solitario. De uno de sus bolsillos sacó su varita. Hizo un par de movimientos y la cesta desapareció. 

Cansado regresó al lugar donde estaba. Esperando que Petunia Evans apareciera con un Harry Potter. La compulsión que puso en la casa de la mujer debería de haber hecho efecto ya. Bueno, tal vez solo debía de esperar un poco más.




—¿De verdad cree ese imbécil que volveré con eso? Está loco— Vernon manejaba con violencia. Convencido que la madrugada le brindaba cierta libertad. 

El sonido de un hipido lo hizo frenar. Miró por el retrovisor y el corazón le dio un vuelco. En los asientos de atrás estaba la maldita cesta con el niño dentro. Vernon giró pensando que era una alucinación, pero el fenómeno de verdad estaba ahí.

>> ¡Maldito demonio!— gritó apagando el auto. Tomó la cesta y bajó. Se había detenido frente a una pequeña callejuela.

Una brillante idea apareció en su mente. Miró a todos lados, en busca de testigos. La calle estaba sola, los edificios de alrededor con las luces apagadas. Y no se veían autos cerca. 

Con decisión corrió al callejón. Abrió uno de los contenedores de basura. El olor de la comida pasada pico en su nariz

Hasta nunca, fenómeno.

Levantó la cesta y sin darle otra mirada la arrojó dentro. Escuchó las bolsas de basura ser movidas pero se negó a ver otra cosa. Cerró el contenedor y subió al auto. Arrancó y se alejó del lugar con prisa. 

Los contenedores de basura fueron limpiados a la mañana siguiente. Sin embargo, ningún niño fue encontrado dentro. 

Notas finales:

Bueno bueno. Casi lanzó mi celular pero ya esta.

Comenzando, soy Al, un escritor novato. Y esta es la primera historia que publicó en esta plataforma. Espero que sea de su agrado. 

 

Por si no se habían dado cuenta. Esta historia es Snarry, HarryPotter x Severus Snape. 

 

De verdad deseo que la sigan hasta el final pues nuestro Harry pasará por bizarras situaciones ahora que esta fuera del alcance de la familia Dursley. Sinceramente creó que Petunia es un personaje poco comprendido a quien mal interpretan, por ello, en esta historia tendrá un papel muy esencial y la volveremos a ver pronto.

 

Siguiente capítulo: Un trato recíproco


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