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Todas las historias... por Radhe

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Todas las historias terminan con la muerte, pero la nuestra comenzó en un baile.

Uno al que yo no tenía el menor deseo de ir. Estaba comenzando a cansarme, estaba fastidiado de… no lo sé; de sonreír, de beber y festejar. Estaba cansado de los años que se sucedían uno tras otro sin que se notara diferencia entre ellos. ¿Qué estaba esperando? ¿Mi ascenso al trono? Como si eso fuera a cambiar algo, como si la ciudad dorada algún día pudiera dejar de brillar, sin importar quien se sentara en el trono.

Asgard era un faro entre los nueve reinos, y al mismo tiempo, era una cárcel. Yo huía cada vez que tenía alguna oportunidad, corría tan lejos como los confines del Yggdrasill me lo permitían, celebraba mis hazañas y cantaba mis victorias; una y otra vez… jamás era derrotado, tampoco había dolor o pena; nunca había pérdida. Para mí la felicidad era como una vela que se extinguía, nadie parecía notarlo porque la flama era tan luminosa como siempre, pero yo sabía que se agotaba, dentro de mí, en mi carne y en mis huesos, yo sabía que algo no andaba bien.

A pesar de mi certeza, no podía hablar de esas cosas; en ese entonces no tenía las palabras suficientes dentro de mi cabeza para siquiera pensar correctamente; desde luego que no, era el príncipe, el hombre más vano de los nueve reinos, que sólo bebía, y reía, y exigía que la fiesta perpetua no se interrumpiera en ningún momento; no debía haber pausa, ni descanso; porque si sucedía, si iba a acostarme sin estar exhausto o ebrio, entonces esa sensación de pesadez en la parte trasera de mi cabeza parecía crecer, ahondarse y engullirme.

Había estado corriendo todo el tiempo huyendo de algo que no sabía realmente qué era… hasta ese día.

Él había vivido con nosotros por siglos; era el confidente de mi padre, su mano derecha… la izquierda si se le preguntaba a Hogun y Munin; a penas un pie si se le preguntaba a los tres guerreros y una cosa monstruosa e infecta cuya sola mención era una blasfemia, si se le preguntaba a Sif y a la mitad de Asgard. Yo no estaba seguro de mi propia opinión, pero procuraba no tener tratos con él más allá de lo esencial. Su compañía parecía avivar lo peor de mí mismo, me recordaba cosas tristes y trágicas… me evocaba un dolor que yo no estaba preparado para sentir.

Como consejero de mi padre él estaba en la fiesta. Y su apariencia era ligeramente malévola, su sonrisa pérfida, unos ojos brillantes que parecían querer hacer arder el mundo… y sin embargo también había ternura: una intensa sinceridad de su alma que no gustaba de provocar, y que -de hecho- pretendía ocultar con ropa holgada; sin menor resultado. A Loki su abultado vientre lo traicionaba a voces, pero nadie decía nada. Aquella aberración se había visto en Asgard antes, una vez… un tema del que no queríamos hablar, en el que no queríamos siquiera pensar, por más que el producto de aquella concepción fuera el que nos encabezara a cada batalla, bajo la montura de mi padre. Aquella imagen me asqueó, me causo repulsión, curiosidad y frío a partes iguales. ¿Qué era Loki? ¿Con qué clase de criatura estaba compartiendo el salón?

Miles de veces aquella interrogante había atacado mi mente, y mil la había desterrado sin contemplaciones, llamando a viva voz una botella más de vino o un bocado más de carne. Esa noche no logré hacerlo, mi introspección se cernió sobre mí y me llevó a considerar con seriedad lo incongruente de todo lo que pasaba allí, todo lo que éramos nosotros. Verlo moverse entre la multitud y saludar y hacer reverencias era una comedia. Nosotros éramos æsir, él era un gigante d hielo, cualquiera de nosotros podría atravesarlo con su espada o su lanza en la menor de las oportunidades, muchos lo habían intentado antes y sin embargo mi padre lo protegía; había jurado mezclar sus copas y sus sangres… había aceptado a su engendro como montura y había ensuciado los palacios de Asgard al tolerar su sola presencia. O eso sentía la mitad de Asgard.

Viendo a mi gente sonreírle, alabarlo y luego desdeñarlo a sus espaldas comencé a sentir que esta situación no era una comedia, sino una tragedia; mientras daba pequeños y cuidadosos pasos en el salón comprendí que el abultado vientre no debía permitirle ver sus propios pies y que debía temer tropezar. Notando la mano que mantenía justo por encima de su pubis comprendí que si bien deseaba ocultar su embrazo, era más fuerte su necesidad de protegerlo.

observando su larga figura espigada y el movimiento de su cabello negro sentí lastima. ¿Qué le habíamos hecho a esta criatura? No solía involucrarme con él, pero le conocía y había conocido a su esposa… había sido una criatura repulsiva y deforme que había dado luz a terribles bestias, para las cuales se habían profetizado lo peor delo peor. Loki había aceptado renunciar a ellas, las había depositado en prisiones de donde nunca podían salir, en un vacío oscuro y terrible, sabiendo que jamás volvería a verlas. Con uno de esos monstruos se había presagiado mi propia muerte, pero eso nunca me hizo opinar nada; cuando la criatura fue llevada y se eliminó la amenaza, tampoco significó nada.

Gruñí y dije lo que todos esperaban que dijera: que debían haberme dejado matarlo yo mismo… pero nunca llegué a ver a Fenrir, y nunca lo sentí real. Era una idea, una amenaza invisible de la que realmente no podía hallar significado. Pero ¿esto? ¿Ese ente que se adivinaba en el cuerpo de Loki? Esa criatura era real. Viendo a Loki moverse, con pasos lentos y cuidadosos que bordeaban con agilidad el suelo de mármol y a los otros invitados, advirtiendo la forma en que rechazaba casi sin aparentarlo todas las bebidas que tenían alcohol, notando una expresión general de cansancio y una súbita de dolor yo pude verlo. No sabía qué era Loki o qué era lo que crecía dentro de su cuerpo, pero estaba vivo.

Estaba vivo y a punto de nacer. 


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