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EL DIARIO DE CAMUS por Kirykaze

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Los personajes del universo de Saint Seiya son propiedad de su autor, Masami Kurumada; la trama, los personajes ajenos a la serie original, así como la historia en general son ideas originales de servilleta y basadas en mini libros que escribo en mi ratos de ocio y que ayudan a pagar las cuotas de mis estudios de vez en cuando.

 

 

Nota: No es un Camus x Milo cualquiera

Notas del capitulo:

Despúes de muchos años de ausencia ya puedo decir: (^-^)/ ¡He vuelto baby!

- ¡Pero ¡qué es esto! - Comentó para sus adentros notando lo que parecía ser un pedacito de listón asomarse por la fisura de una vasija rota, la cual yacía a medio enterrar entre los escombros del templo de acuario. 

 

Lleno de curiosidad se acercó hasta ella y posando sus delicadas manos sobre el suelo comenzó a desenterrarla poco a poco con las manos desnudas, removiendo con mucho cuidado y delicadeza cada uno de los escombros y fragmentos que se encontraban cubriéndola.

 

- ¡Oye Hyoga, puedes venir un segundo! – Instó a su compañero a acercarse para compartir con el su descubrimiento. - ¡Mira esto… me parece que tú maestro usaba esta vasija como escondite, porque además de ese libro, adentro también encontré más cosas! – afirmó entregándole un pequeño cuaderno del cual sobresalía un de un color brillante, el cual recordaba a los hermosos ojos del caballero de acuario.

 

Con manos temblorosas tomó aquel pequeño libro de pastas duras y bellamente adornado. El corazón le latía tan rápido de la emoción que sentía que en cualquier momento se podría salir de su cuerpo, respiró profundamente un par de veces para calmarse y acarició suavemente la pasta del libro con los ojos rebosantes de lágrimas y de nostalgia, púes entre sus manos yacía el “journal intime” de su amado amaestro. Se debatía entre abrir y leer su contenido o no, ciertamente le daba mucha curiosidad conocer los pensamientos y los sentimientos más profundos del mentor al que tanto admiraba, pero al mismo tiempo no quería violar la privacidad del guardián de la onceava casa, era una extraña sensación difícil de explicar, misma que comparaba con el hecho de profanar la última morada del galo.

 

El ocaso no tardó en llegar y los jóvenes guerreros se reunieron con los caballeros dorados sobrevivientes al caer la noche alrededor de una fogata, justo en la explanada al pie del templo de aries, para cenar púes desde muy temprano por la mañana habían comenzado con las labores de limpieza en e santuario y por la tarde habían asistido al funeral de los caballeros caídos en la batalla de las 12 casas, motivo por el cual no habían probado bocado alguno. Por varios minutos el silencio reino entre los presentes, quienes miraban absortos la fogata, perdidos en sus pensamientos, mientras escuchaban el crujir de la leña, hasta que Aldebarán instó a todos a comer los pescados que estaban asando antes de que estos terminaran convertidos en carbón. Justo cuando el ruso se puso de pie y caminó hacia la fogata de su bolsillo cayó el libro que había encontrado por la tarde en aquella vasija rota del templo de acuario, cosa que no pasó desapercibida para ninguno de los presentes.

 

- ¡Eso es de Camus! – Mustió el caballero de escorpión al ver el objeto en el piso – Hacía tiempo que no lo veía, ¿en dónde lo encontraste? – Lo cuestionó haciendo que las mejillas del menor se tiñeran de carmín.

 

 

Hyoga se sentía avergonzado, como un niño que es atrapado por su madre justo en el momento en el que estaba haciendo algo indebido, y para colmo el comentario burló lo Aioria no hizo más que hacerlo sentir peor: - ¿Qué te sucede, por te ruborizas, acaso… leíste algo muy… “íntimo” que tiene escrito? – Lo cierto es que no había tenido oportunidad ni de hojearlo, pero las palabras burlonas de Aioria lo hacían sentir como si hubiera hecho algo indebido, ahora no solo sus mejillas sino su rostro completo se encontraba teñido de rojo y, dado a que no podía pronunciar palabra alguna a causa de la vergüenza que sentía, solo atino a bajar la mirada y a negar rápidamente con la cabeza; al mismo tiempo el caballero de escorpio se levantó de su lugar y caminó hasta el tomando y la cajita que yacían tirados en el piso antes del menor piso antes de que él menor pudiera reaccionar.

 

Milo volvió hasta su lugar y abrió el diario en una página al azar y comenzó a leer lo que estaba escrito en voz alta:

 

- Dimanche 14 juillet…

Esta tarde he recibido una carta escrita por el puño y letra del patriarca, en la que me ordena volver inmediatamente al santuario; debido a esto me atrevo a pensar que mis largos años de entrenamiento han llegado a su fin y habrá de otorgárseme una armadura. Deseo volver tanto al santuario y… -

 

- ¿Qué sucede Milo, porqué no continuas? – Lo interrogó el caballero de Pegaso al notar como interrumpía abruptamente la lectura y parecía perderse momentáneamente en sus pensamientos.

 

El griego cerró los ojos por un instante, echó su cabeza hacia atrás y dio un pequeño suspiro. Sin dejar de ver las estrellas afirmó en voz alta recordar bien aquellos tiempos. Su semblante se ensombreció por un momento, luego, bajó la cabeza y se acomodó mejor en la columna donde yacía sentado y con el mismo ánimo de siempre comenzó a hablar sobre el pasado, distrayendo la atención de los presentes con aquella charla, al mismo tiempo que, de manera muy discreta, se hacía con el diario y la caja de galletas, guardándolos entre sus ropas.

 

 - … ¡Si así es!, como les digo, ¡todo era muy diferente en aquel entonces! – Continúo el caballero de escorpión

 

- ¡Ja, ja, ja; nunca pensé tú serías capaz de hacer algo como eso Mü! – Se reía Seiya a carcajadas abrazándose a sí mismo y dándole una que otra palmada en la espalda a Aldebarán, quien tampoco paraba de reír

 

- ¡Cómo es posible, porque yo no recuerdo eso, en aquel entonces yo también estaba en el santuario! – Chilló Aioria haciendo un puchero y tratando de recordar más anécdotas.

 

- ¡Aquellos eran otros tiempos, yo era muy joven e inmaduro, además Milo tuvo la culpa en primer lugar! -Se defendió el lemuriano visiblemente avergonzado - ¡Siempre estaba metido en problemas y todo aquel que… -

 

Las horas pasaron muy rápido entre los caballeros atenienses, pronto se hizo tare y tuvieron que dejar las anécdotas para después. Cada uno se fuer retirando a sus aposentos, pero justo en el momento que Milo se adentró en la casa de aries su guardián lo detuvo sosteniéndolo firmemente del antebrazo.  – Podrás engañar al resto, pero no a mí caballero, dime, ¿qué fue lo que encontraste en ese diario? – Lo interrogó muy seriamente, pero en la voz del caballero de aries había algo más que una inocente curiosidad, parecía saber algo, o mejor dicho sospecharlo.  - ¡Nada! – Se defendió rápidamente, apartándose de su compañero de armas. Apenas avanzo unos cuantos pasos y, dándole le espalda terminó por decir: - ¡No encontré nada! Solo nostalgia y viejos recuerdos de un buen amigo caído en combate – dicho esto continuó con su camino sin volver la vista atrás, el mayor solo se limitó a contemplar como se alejaba rumbo a la octava casa notando su cosmos atribulado. Parecía que ese “nada”, lo había afectado demasiado.

 

 

- …Deseo volver tanto al santuario y poder verlo una vez más. Me preguntó qué habrá sido de él en todos estos años. El simple hecho de pensar en poder contemplar su cálida sonrisa y sus hermosos ojos llenos de luz una vez más me ha dado las fuerzas suficientes para soportar este duro entrenamiento. ¡Estoy decidido, tan pronto como lo vea habré de confesarle mis sentimientos! -  Volvió a leer Milo en silencio escuchando como resonaba la voz de Camus en su cabeza, como si fuese el mismo galo quien leyera en voz alta aquellas palabras escritas en el papel.

 

Tomó entonces aquel mechón de cabello, el que se encontraba atado con listón de color azul a una flor seca, mismo que le servía de marcapáginas, y lo contempló en silencio por un breve instante que a él le pareció eterno; dejó de lado el libro sobre la cama y cubrió con el dorso de la mano sus hermosos ojos turquesas, silenciosas lagrimas rodaban por sus mejillas mientras se mordía los labios, sintiendo como se desataba una revolución en su interior. Jamás imaginó que llegaría el día en que escucharía esas palabras del dueño de su corazón.

 

- ¡Yo te amaba amigo mío, aún te amo con todo mi ser!; jamás podrás saber cuánto anhele poder escuchar esas palabras de tus labios y ser yo el único dueño de tú corazón y, ahora, después de callar por tantos años, enterarme de esta manera que solo me usaste para llegar a mi maestro es algo que no te perdono, ¡No te lo perdonaré nunca Camus!

Notas finales:

Pa' los que ya me conocen y me leían: ¡Q'hubole cómo les va!

 

pa' los que no que nome conocen y me leen por primera vez: ¡Gracias por darme un chance!


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