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Celestial por Niji_Takagawa

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Notas del fanfic:

Buenas tardes y bienvenidos sean todos aquellos lectores asiduos de mi trabajo, que hayan encontrado esta historia y que hayan decidido comenzar a leerla. Quienes me hayan leído antes saben bien que me "especializo" en los fics de la categoría "Music" debido a que usualmente escribo mis historias inspirándome en L'Arc~en~Ciel (mi banda favorita desde luego); sin embargo, en esta ocasión tuve una bonita idea para una historia con personajes originales así que decidí que debía intentar incursionar en ese género por lo menos una vez. Espero que les guste y que juntos lleguemos hasta el final de esta historia.

Notas del capitulo:

Buenas tardes~ primero que nada debo decir que me complace mucho volver a saludar después de tanto tiempo, además de anunciar que Niji finalmente volverá a escribir de forma constante~ Durante el último par de años estuve demasiado concentrada en el trabajo y en otros proyectos, por lo que me fue imposible continuar con los fanfics en ese tiempo; sin embargo, desde hace poco estuve preparando esta historia nueva con la cual volver a publicar. No olvido que tengo dos historias inconclusas (las cuales de hecho me han borrado de la página amor-yaoi debido al largo tiempo en el que no actualicé) pero no se preocupen, porque no sólo terminaré esas historias en cuanto pueda, sino que también planeo pulir las que ya tenía publicadas, y escribir otras tantas nuevas. Así que espero volver a contar con el apoyo de mis lectores, pues les tengo planeadas muchísimas sorpresas. Así que por el momento por favor lean, y disfruten:

El estilo de vida moderno suele estar irremediablemente dominado por niveles excesivos de estrés, por un grado cada vez más alto de tensión y por una cantidad desmedida de responsabilidades que deben ser atendidas en un periodo de tiempo inflexible, menor al que podría considerarse como adecuado. Es por todo lo anteriormente mencionado que dichos elementos, aquejando en conjunto a la mayor parte de los seres humanos, tienen como consecuencia un estilo de vida exageradamente acelerado. Sin embargo, ésta no es la inevitable situación de absolutamente todos, pues es popularmente sabido que en todo existen algunas excepciones que, a pesar de representar un número muy pequeño en las estadísticas, son privilegiados por tener la inusual oportunidad de vivir de un modo completamente relajado y sin la necesidad de preocuparse por nada, o por lo menos es así durante un tiempo. Después de todo, las responsabilidades del mundo de los adultos siempre terminan alcanzando a todos en algún momento: es una ley de la vida de la que nadie puede escapar, a pesar de que ocurra con diferentes matices.

Un muy claro ejemplo de dicha situación era el joven Sorato Ishiguro, quien nació en el seno de una familia adinerada y bien acomodada: él era el primogénito en su familia, y además el único hijo varón de un conocido abogado, propietario de un prestigioso bufete localizado en uno de los mejores barrios de la ciudad capital japonesa. Por dicho motivo, considerando el lugar que tenía en la socialité, el futuro heredero de los Ishiguro se veía obligado a tener una educación estricta, la cual distaba bastante de aquella recibida por la mayoría de los niños de su edad; por lo tanto, gracias a las severas tradiciones de su familia, desde pequeño fue estimulado para que desarrollara, no sólo una extraordinaria habilidad de liderazgo, sino también una inteligencia magnífica y una sensibilidad que le ayudaran a rebasar cualquier límite mostrado por las personas a su alrededor. Todo eso aunado a la extraordinaria habilidad de deducción que poseía de manera innata, gracias a los genes de todos los antepasados que habían encabezado el bufete Ishiguro en las generaciones anteriores a la suya, ya que se trataba de un preciado don que todo futuro abogado requiere para ejercer su profesión exitosamente. Desafortunadamente los lujos tan desmedidos que lo hubieron rodeado durante su infancia, también lo convirtieron en una persona demasiado caprichosa, pues lo acostumbraron a tener todo lo que deseara con tan sólo pedirlo a sus padres: su vida llevaba un ritmo relajado, por lo que en ningún momento se vio en la necesidad de trabajar como hacían tantos muchachos de su edad mientras atendían sus estudios. Él, por el contrario, derrochaba cantidades exorbitantes, gracias a que la fortuna perteneciente a su familia era enorme; empero, un buen día que comenzó como cualquier otro, en su vida tuvo lugar un acontecimiento que le provocaría un giro tan peculiar como extremo. Y por supuesto que al inicio no habría podido saberlo, o sospecharlo siquiera; después de todo, los cambios tan radicales, como ése insinuaba ser, suelen acercarse de manera silenciosa para aparecer repentinamente, justo en el sitio y con la persona menos esperados.

Dentro de la agitada ciudad de Tokio, Japón se ubica Meguro, uno de los barrios de más abolengo de dicha ciudad, el cual es reconocido como la zona más exclusiva de ésta; y es justamente aquí en donde reside la mayoría de los empresarios importantes del país, incluyendo al señor Takumi Ishiguro: el poseedor de uno de los despachos de abogados más exitosos de Japón durante numerosas generaciones. Para su familia siempre hubo existido la sagrada tradición que declaraba que todo cabeza de la familia debía tener al menos un varón a quien heredarle dicha posición tan honorable, además de la dirección entera del bufete perteneciente a la familia. Precisamente por esta razón, Sorato era el preferido del señor Takumi, ya que a pesar de que también se desviviera en mimos para consentir a su hija menor: el varón siempre tenía una posición de mayores privilegios y atenciones. Dicha situación representaba la mayor causa de la actitud soberbia por parte del muchacho, aunque también era un hecho que éste poseía un encanto natural al que pocos podían aspirar, al cual existían aún menos personas consideradas como capaces de poder resistir. Evidentemente no resultaba tarea sencilla pensar en una persona que hubiera sido capaz de ir contra los deseos de un muchacho tan caprichoso y decidido a obtener lo que deseara; no obstante, a pesar de esa seguridad que siempre demostraba el joven Ishiguro, al grado que parecía sentirse el futuro rey del universo, algún día debía toparse con alguien que le hiciera abrir los ojos a la realidad.

En Meguro se ubica un gran número de mansiones, cada una de ellas provista de tantos lujos que casi habrían podido considerarse palacios, las cuales pertenecen a las familias más acaudaladas de la ciudad capital de Japón; una de las que resultan particularmente llamativas era propiedad de la familia Ishiguro, pues no dudaban en gastar el dinero que fuera necesario para hacer notar la opulencia con que vivían. A su vez, en el interior de esta mansión, específicamente en el fondo del segundo piso, se localizaba la habitación del hijo predilecto, la cual por supuesto se trataba de la segunda más amplia de toda la casa. En ese preciso momento lucía intensamente oscura debido a la presencia de unas pesadas cortinas teñidas con un vívido color rojo bastante oscuro, las cuales mantenían las ventanas completamente cubiertas. Faltaban unos segundos para que marcaran las diez de la mañana en punto, los cuales transcurrieron rápidamente, así que de inmediato comenzó a resonar una alarma que provenía de un moderno teléfono celular, el cual se encontraba encima de un elegante buró fabricado en madera oscura, con finos grabados sobre las orillas de éste, idéntico al que estaba colocado exactamente al otro lado de la cama, ambos a escasos centímetros de ésta. La pantalla de dicho aparato encendió una luz, mostrando una fotografía de su dueño como fondo, causando que toda la habitación fuera invadida por una animada melodía de rock, en la cual predominaban notablemente un par de guitarras eléctricas. Dicha melodía casi de inmediato logró interrumpir el sueño de la persona que dormía plácidamente en aquella cama, quien, a pesar de no ser una persona atada a rutinas muy estrictas, procuraba que no resultara frecuente despertarse en horas vespertinas; después de todo, su estómago rápidamente le exigía alimentos.

Por esta razón, lentamente una mata de cabello de color rojo, con apenas dos mechones rubios en los costados, se asomó por entre las negras sábanas de seda que cubrían la enorme y mullida cama colocada justo en el centro de la habitación, hasta descubrir una cabeza irremediablemente despeinada, unos ojos color marrón bastante adormilados, y unos prominentes labios que se abrieron ligeramente para emitir un bostezo cargado de pereza. La pálida mano que anteriormente se había extendido para salir de aquella pieza de tela en busca el celular y así silenciar la alarma, terminó por apartar esa fina cubierta, al mismo tiempo que el ocupante de la cama extendía ambas piernas para destensar su cuerpo, el cual estaba apenas cubierto por un pantalón de la misma tela y el mismo color que sus sábanas, el cual formaba parte de su pijama, pero que no utilizaba completa en días calurosos como aquél. De esa manera fue que se levantó por completo de su lecho, calzándose unas pantuflas igualmente negras, para así hacer el acostumbrado recorrido que lo guiaba hacia la puerta principal de la habitación: desde descender por la pequeña serie de escalones que mantenía su cama elevada del suelo, aproximadamente a medio metro, hasta la sala de estar que tenía junto a la puerta, la cual atravesó sin detenerse.

Era entonces que su rutina matutina iniciaba, mediante cordiales pero distantes saludos dirigidos a los empleados con quienes se encontraba durante el largo recorrido hacia el comedor, con una sonrisa complacida al percibir que, una vez más, dejaba a todos a su paso observándolo con la boca abierta. Con la misma expresión de satisfacción llegó a la zona de la casa que tenía como destino, encontrándola totalmente vacía debido a que los empleados habían tomado la precaución de retirarse justo antes de su llegada, pues sabían perfectamente que al señorito le fastidiaba comer en su presencia. Tomó asiento en la silla que usualmente ocupaba su padre, en la cabecera de la mesa, donde estaba su café caliente y endulzado a su gusto, hecho que le complacía bastante, pues le ponía de pésimo humor cuando debía pedirlo al llegar a la mesa. Aunque todos los empleados de la casa sabían que el hecho de complacerlo con una cosa, no significaba que el joven Sorato no pudiera encontrar alguna otra razón para regañar a cualquiera que él deseara, únicamente por el simple placer de hacerles recordar que era él quien tenía el poder en esa casa… o por lo menos eso era lo que les demostraba.

—Buenos días joven Ishiguro…—le saludó tímidamente una de las tantas mucamas de la casa, que estaba a cargo de servir el desayuno para el joven heredero, consciente de que lo mejor era mantener la mirada fija en cualquier otro sitio, ya que con esa estrategia evitaba el contacto visual con él mientras no supiera de qué humor se hallaba.

—Buen día… por cierto te felicito, al fin has aprendido que exactamente a las diez de la mañana con cinco minutos, a menos que mi madre les dé una instrucción diferente, llego a esta mesa, y que en ese preciso instante mi café debe estar esperándome aquí. —A pesar de esa aparente felicitación por un buen trabajo, pronunció aquellas palabras con un tono de voz burlón, y una sonrisa satisfecha al darse cuenta del evidente nerviosismo de su interlocutora— y caliente por supuesto, que no se haya enfriado porque lo sirvieron antes de tiempo.

—Sí joven… le prometo que no volverá a verse en el innecesario menester de pedirlo o de corregir el resultado —musitó la muchacha, realizando una profunda reverencia ante él, por lo que su nerviosismo se volvió mucho más evidente.

—Más te vale, no serías la primera que despida por mostrar tanta incompetencia en su trabajo, después de todo yo soy casi el rey aquí y su deber es atenderme como tal —al enunciar su respuesta, y sin prestar verdadera atención a las disculpas que acababa de recibir, dio un sorbo más grande a su café con el objetivo de terminar de despertar.

—Entendido joven…—ésta fue la única respuesta expresada por la muchacha, al mismo tiempo que colocaba sobre la mesa tres platos repletos de diversos alimentos, dos vasos con dos sabores diferentes de jugo, junto con diversos utensilios que sabía que su joven jefe iba a utilizar para comer su abundante desayuno.

—Puedes retirarte, pero quédate atenta por si necesito algo más —terminó de beber el contenido de su taza para que la rellenara antes de que se retirara, pues con sólo colocar dicha taza vacía sobre su plato, ella comprendería lo que deseaba.

—Así lo haré —tras haberle servido más café, y de haberle dejado una servilleta de tela sobre el regazo, retrocedió apenas un par de pasos.

En cuanto se alejó esa distancia prudente entre ellos, realizó una nueva reverencia igual de marcada que la anterior, sólo para retirarse finalmente de regreso a la cocina, por lo que dejaría al heredero Ishiguro dedicarse a disfrutar su desayuno a solas. Empero, ésta apenas se trataba de la primera parte de su rutina, pues al terminar de comer solía darse un largo baño de aproximadamente veinte minutos en su tina de baño, ya que le relajaba de sobremanera permanecer dentro del agua por algunos minutos extra, perdido en sus múltiples pensamientos. Esto lo mantenía de mejor humor, y por supuesto los sirvientes que tenían la tarea de atenderle lo agradecían: no era ningún secreto que aquel apuesto joven de dieciocho años de edad podía convertirse en la maldad en persona cuando se le provocaba; aunque tampoco era secreto que lo que él solía considerar provocaciones cuando se sentía de mal humor, para el resto eran hechos insignificantes. Así era Sorato Ishiguro, un muchacho que, a pesar de su inteligencia, sensibilidad y encanto, partes de su personalidad eran sumamente oscuras, y quienes las conocían, estaban convencidos de que era mejor mantener una relación cordial y distante con él, acatando sus términos para no brindarle ni el más mínimo motivo para explotar.

Él por otro lado, se sentía bien y totalmente satisfecho con la persona en la que se había convertido a través de los años, así como con las expectativas que tenía para su brillante futuro como cabeza de su familia, a pesar de que la idea de vivir lleno de las numerosas responsabilidades que ahora tenía su padre, ya le resultaba agobiante. Empero, todavía no era el momento de pensar en ello, pues seguía siendo demasiado joven, y ni siquiera había empezado sus estudios universitarios aún. Un año atrás ya había recibido su carta de aceptación temprana para la universidad de Tokio, la mejor de todo el país como era de esperarse, para estudiar leyes como era su destino; después de eso, y con el objetivo de repetir enteramente los pasos de su padre, tenía planeado tomar una especialización en Inglaterra; todavía no tenía idea acerca de cuál tendría que elegir, pero no estaba a discusión que eso era lo que debía hacer. Aunque semejante decisión no le preocupaba verdaderamente; después de todo, en ese instante estaba de vacaciones, y lo único que tenía planeado hacer durante lo que solía describir como las últimas semanas de libertad absoluta, era divertirse lo más posible; no obstante, su padre no le concedía demasiados permisos al respecto: en cuanto se hubo graduado de la preparatoria le había advertido que debía estudiar muy arduamente para así encontrarse preparado en el momento de ingresar a sus estudios superiores, por la que le dio una lista de libros que tenía que leer antes de que empezaran las clases.

En esto pensaba mientras abandonaba nuevamente su tina, llena con la misma espuma y sales aromáticas que habían quedado impregnadas en su piel, para colocarse encima una bata de baño y sus pantuflas de nuevo; una vez preparado, salió del cuarto de baño para regresar a su habitación, donde sorpresivamente lo esperaba su madre. La señora Yurisa Ishiguro era una mujer sumamente encantadora y amable cuando deseaba, pero ocupaba tanto tiempo atendiendo eventos de beneficencia y demás reuniones sociales, que el tiempo que quedaba para sus hijos resultaba tan escaso como el que les dedicaba su esposo; habiéndose casado y convertido en madre antes de lo que hubiera deseado, seguía siendo muy joven a pesar de tener un hijo universitario, y el jovial aspecto de su rostro, que se adornaba por una sonrisa en sus delgados labios coloreados de rojo, era un signo inequívoco de la satisfacción que sentía, misma que muy pocas mujeres de su círculo social podían demostrar. Ella en cambio, después de haber superado numerosas crisis en su matrimonio, ya no podía quejarse demasiado del hombre con quien se había desposado, y por extraño que este hecho le pareciera a la mayor parte de sus amistades femeninas, este regocijo no se debía únicamente a la inmensa fortuna de su marido: el encanto y la galanura de su hijo fueron la primera herencia que su padre le había dejado, lo cual de alguna manera estaba cerca de compensar los defectos que ambos tenían.

—¿Madre?, ¿qué haces aquí?, yo pensé que no volverías a casa en todo el día, ¿acaso se canceló alguno de tus compromisos? —Mientras hablaba terminó de acercarse a su cama para tomar asiento al lado de su madre sin dejar de verla de frente, sentado de tal modo que podía mirar esos ojos iguales a los suyos, aunque un tanto más pequeños y rasgados, tal como los del japonés promedio, con excepción del color claro de estos.

—Así es, y debo decirte que me siento extraña al no tener compromisos que atender en las próximas horas, aunque vine a verte porque recibí una llamada de tu padre —agregó con una expresión primeramente seria, lo cual inevitablemente encendió las alarmas de su hijo ante la posibilidad de “peligro”.

—No estás aquí para regañarme o sermonearme ¿cierto?, porque honestamente yo no recuerdo haber hecho nada que amerite reproches —al responder, alzó una ceja en una expresión de intriga, al mismo tiempo que cruzaba una de sus piernas sobre la otra.

—Siendo honestos Sora, ¿cuántas veces en toda tu vida has recibido regaños serios de tu padre?, ya que tú eres su consentido, siempre te deja hacer lo que quieres —con una expresión divertida en esta ocasión, extendió una de sus manos hasta el cabello mojado de su hijo para repartir algunas caricias sobre éste— desde que naciste, tu padre se ha desvivido por hacer tu voluntad y tratarte como el rey de esta casa.

—Es cierto, madre, pero no estaba de más estar prevenido al respecto —igualmente no tardó en relajar su expresión, mientras se dejaba hacer por ella— tú no sueles mostrarte tan seria con asuntos sin importancia, así que me pones alerta.

—Bueno entonces, dejando de lado la forma en que te consiente tu padre, y en que por lo tanto yo también debo consentirte —conforme hablaba, terminaba de acercarse a su hijo para esta vez dedicarse a acomodarle su cabellera con los dedos, peinándola hacia atrás mediante acompasados movimientos de sus dígitos— me llamó para decirme que, por más increíble que parezca, en la mañana olvidó unos papeles, así que me pidió que te pidiera que se los lleves ahora mismo, ya que los necesita con urgencia.

—¿Yo?, pero madre estaba a punto de salir, ¿por qué no se los llevas tú? —Empezó a hablar con una expresión que mostraba su nulo interés por desperdiciar probablemente horas de su valioso tiempo en la oficina de su padre; sin embargo, el rostro bruscamente severo de su madre, le hizo comprender que no le permitiría escapar de hacer ese favor por nada del mundo.

—Hijo, él me dijo de qué papeles se trata, y por supuesto que lo anoté, pero no tengo ni la más mínima idea de lo que sean, en cambio tú ya has comenzado a familiarizarte con ese tipo de asuntos legales… además, por primera vez en muchísimo tiempo tengo unas horas libres de compromisos, ¿no te parecería justo permitirme que las disfrute? Ya tu hermana me había pedido que pasáramos un poco de tiempo juntas, y creo que éste es el momento adecuado, pasamos demasiado poco tiempo de madre e hija así que podría decir que estoy en deuda con ella.

—Ash está bien está bien… iré a la oficina con papá para que puedas pasar tiempo con Mika; ella tiene tanta suerte de que la quiera demasiado y que sólo por ella esté cediendo el sacrificar mi tiempo así —esta vez cruzó los brazos sobre su pecho, rodando los ojos en una expresión de fastidio a pesar de haber aceptado hacerlo.

—Pero mira qué hermano mayor tan considerado eres —comentó su madre a modo de respuesta, mirando a su hijo con un obvio dejo de diversión presente en su sonrisa, pues estaba mostrándole precisamente la reacción que ya se esperaba de él.

—Lo sé madre, soy el mejor: yo siempre soy el mejor, así que no podría decir nada más al respecto —ya que lo decía completamente en serio, sus palabras fueron seguidas por un movimiento ascendente de sus hombros, de modo que los encogía.

—Ya no seas presumido y vístete para que vayas al bufete; la nota en la que escribí los papeles que tu padre necesita se la dejé al mayordomo, así que apresúrate: ponte guapo para que te vayas. Aunque claro que ya eres muy guapo, mi príncipe —en cuanto acabó de hablar dejó un sonoro beso en la frente de su hijo, dejando marcados sus labios rojos justo en el centro de ésta, para después encaminarse a la puerta— conduce con cuidado por favor, ya sé lo mucho que te gusta la alta velocidad.

—Agh mamá, me dejaste marcas de labial otra vez —se quejó el más joven mientras se ponía de pie para dirigirse a buscar un pañuelo en su buró y así limpiar el maquillaje de su frente— conmigo al volante no hay peligro, así que quédate tranquila.

—Más te vale Sorato, no hemos olvidado que has tenido muchas multas por exceso de velocidad las últimas semanas, y sabes que ese tipo de incidentes nos dan mala imagen con nuestras amistades —ya que escuchó a su hijo, tuvo que detenerse en el umbral de la puerta un momento, girándose sobre sus talones para observar a su hijo con la misma severidad que le había mostrado al inicio, quizás incluso más.

—Vamos mamá, lo dices como si hubiera provocado algún accidente, y en ese respecto mi historial está limpio —él por otro lado sonrió con diversión, guiñando un ojo antes de que su madre se retirara completamente.

Fue lo último que dijo el chico de cabellos rojos, antes de dedicarse a vestirse por fin en cuanto volvió a quedarse a solas, con todo el glamour que lo caracterizaba desde luego, pues siempre le había gustado vestirse de la mejor forma posible para cualquier ocasión, y así conseguir más de esas miradas que sabía perfectamente que se lo devoraban por completo; después de todo, el saberse el centro de atención le producía una satisfacción indescriptible debido a que halagaban su ego. Por ello, seleccionó su atuendo con sumo cuidado, aunque éste resultara un tanto sencillo a comparación de lo que usaba cuando salía con sus amigos, ya que requería sobriedad y elegancia para visitar el bufete de su padre, lugar donde probablemente tendría que desperdiciar algunas horas de su valiosa tarde libre. Sin embargo, una vez que se sintió lo suficientemente resignado ante el plan que le esperaba, empezó a vestirse justo frente al espejo de cuerpo entero que tenía en la parte interna de la puerta de su amplio vestidor. Sin demasiados esfuerzos eligió una camisa de una fina seda color rojo, un elegante traje color gris en una tonalidad clara, y un tanto ajustado del pantalón por supuesto, un par zapatos puntiagudos negros, lo cual fue complementado por unas gafas ahumadas y un reloj de pulsera. Resultaba evidente que cada una de sus prendas y accesorios pertenecían a una marca enormemente cara; después de todo, un muchacho con una posición social como la suya, el futuro heredero de una grandiosa fortuna y un prestigioso bufete de abogados, había sido acostumbrado desde su nacimiento a vestirse únicamente con ropa y zapatos de diseñador, utilizar los accesorios y perfumes más finos del mundo entero, y recibir cualquier cosa que deseara con tan sólo pedírsela a su padre.

A pesar de ser sumamente cuidadoso con su imagen en todo momento, no le tomó más que unos cuantos segundos en quedar completamente satisfecho con la imagen que le devolvía el espejo, de modo que lo último que hizo fue tomar su cartera, sus llaves y su celular para guardarlos en el bolsillo donde solía colocar cada uno. A continuación, salió de su habitación nuevamente, esta vez para dirigir sus pasos al estudio de su padre, la cual se trataba de su oficina en casa, pues ahí era donde debería encontrar los papeles que éste necesitaba que le llevara a su oficina, lugar al que se dirigió una vez que tuviera dichos documentos en las manos, a bordo de su automóvil deportivo color rojo, sin saber que una vez que llegara a dicho lugar, le esperaría el giro más grande que su vida podría experimentar. Considerando eso, tal vez dicho suceso tan repentino les demostraría que el verdadero término en lugar de “casualidad”, era “causalidad”.

Notas finales:

En verdad espero que les haya gustado el capítulo, lo suficiente como para seguir leyendo los siguientes capítulos y para dejarme sus comentarios para hacerme saber sus impresiones; procuraré que las actualizaciones sean cada semana, por lo que por el momento sólo me resta mandarles mis saludos y desearles dulces Lunas, por favor esperen mucho de mí ♥


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