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Protector por Erzsebeth

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Notas del fanfic:

Un fic Whump Aldebaran porque si tengo un personaje fave, por supuesto que le haré un whump jajajaja.

Este fic sigue la continuidad normal, Episode G (CTM Megumu Okada, dibujas horrible, pero el contenido AldeMu 10/10) y un poco de Next Dimensions (aunque realmente no tienen mucha importancia, solo pequeñas referencias, así que no necesitan haberlos leído para entender). Cronológicamente está situado poco después que Seiya abandonara el santuario para el duelo galáctico, pero antes de que este ocurriera.

Mis headcanons que juegan en este fic:

-AldeMu adoptaron a Kiki desde que era bebé y cronológicamente Kiki debería estar con ellos durante la batalla en Episode G, así que lo menciono muy brevemente (tal vez haga un fic al respecto en un futuro, WHO KNOWS).

-Mu descubrió el cuerpo de Shion después en su última visita al santuario y logró darle sepultura antes de escapar a Jamir, eventualmente descubre que Saga es quien se hace pasar por el patriarca, conforme entrena más sus poderes. Mu le dijo a Aldebaran todo esto, pero Aldebaran siguió en el santuario para proteger a Mu y Kiki, en espera del regreso de Athena.

Tenía prohibido acercarse al santuario; a pesar de lo mucho que deseaba visitarlo. Sabía que ese era el lugar al que su pá Aldebaran siempre regresaba tras sus visitas a Jamir, que siempre le parecían tan cortas. Él soñaba con acompañarlo algún día.


Aun recordaba la urgencia en el rostro de su papá Mu cada que miraban a Aldebaran marcharse, la tristeza en el rostro de ambos adultos ante la separación, contrastando con la firmeza con la que le repetían que el Santuario era un lugar prohibido para todo aquél que no fuera caballero, que cualquier persona externa corría grave peligro si entraba.


Pero cuando había pasado una semana desde el día que Aldebaran debía haber ido a visitarlos, sin ninguna explicación para tal retraso, supo que debía tomar el asunto en sus manos. No era normal que su pá se retrasara tanto tiempo, menos sin avisar de algún modo; Kiki suponía que si lograba traer a su pá desde el santuario hasta Jamir, Mu no podría enojarse con él por romper la prohibición de irlo a visitar.


Esperó al mediodía, cuando su maestro tuvo que salir por ciertos materiales para la reparación de armaduras, y se encaminó hacía el santuario prohibido con ayuda de su teletransportación. Sabía la ubicación del santuario, o por lo menos en teoría. Aldebaran se la había enseñado en más de una ocasión, con la promesa de llevarlo a conocerlo una vez que su entrenamiento hubiera acabado. Sabía que había a sus alrededores, que ciudades quedaban de camino, y con sus habilidades psíquicas sería capaz de llegar al santuario sin tantos problemas, ¡No podía ser tan difícil!



No entendía a que se referían sus papás cuando decían que el santuario era “peligroso”, ¡Entrar había sido de lo más sencillo! En una de las paradas de su teletransportación, había quedado en una colina que daba la vista justo al enorme santuario, lo suficiente cerca para que distinguiera los diversos edificios dentro, aunque sin poder ver lo que pasaba dentro del lugar a detalle. Había una especie de arena en el centro, grandes terrenos cubiertos de verde y resaltando entre todo, podía ver las doce casas con los aposentos de Athena en lo más alto.


Mentiría si dijera que no quería visitar todos y cada uno de los rincones del santuario, el lugar que había soñado con conocer por tanto tiempo; pero en este momento tenía otras prioridades en las cuales concentrarse. Fijó la mirada en la segunda casa, la casa de Tauro, de Aldebaran. Un parpadeo y cuando abrió los ojos se encontró a los pies de la primera casa. La reconoció por los símbolos de Aries en la entrada, varios escalones lejos de donde se encontraba. Estaba lo suficiente cerca para llegar a la segunda casa caminando y no se arriesgaría a teletransportarse, a quedar más lejos o en un lugar desconocido. Además, podría tomarlo como una oportunidad de conocer la antigua casa de su papá Mu. Aunque hacía años que nadie la habitara, Kiki no podía controlar su curiosidad; solo exploraría un poco, no debía distraerse de su objetivo.


Cuando entró a la casa de Aries, esta estaba completamente oscura. Vacía, abandonada y podía jurar que a pesar del calor que hacía en el resto de Atenas, dentro de la casa parecía un congelador; tal vez como un reflejo de lo que había ocurrido años atrás. Kiki no sabía que esperaba, alguna señal de la infancia de su maestro, del lugar donde entrenó y se convirtió en uno de los caballeros más poderosos de Athena, pero nada. Solo polvo amontonándose. Avanzó por el largo pasillo que atravesaba la casa, que indicaba el camino para ir a la siguiente. Notó la luz al final y se dio la vuelta, dando una última mirada al lugar que se sentía igual de frío y miserable. Kiki pensó que jamás podría relacionar a su papá con este lugar y se preguntó si el día que volvieran al santuario lograrían transformarlo en un hogar como el que tenían en la torre de Jamir. Volvió la mirada hacia dónde provenía la luz; ya había perdido demasiado tiempo.


Corrió hacia la salida y a las escaleras que daban a la casa de Tauro, la casa de su padre, empezando a subirlas. ¿Cómo sería su casa? ¿Estaría igual de vacía? Esperaba que no. No le gustaría saber que el lugar donde su pá pasaba la mayoría de su tiempo era un lugar frío y triste. Por otro lado, eso lo impulsaría a visitarlos más seguido, ¿no? Si consideraba la torre su verdadero hogar en vez de esta casa…


Sus pasos empezaron a disminuir, deteniéndose antes de subir los últimos escalones y observando la enorme estructura. ¿Y si su pá no consideraba Jamir su hogar? ¿Y si se sentía más cómodo aquí y por eso no había ido a visitarlos? ¿Y si ya no quería verlos…? Tal vez había hecho algo que lo enojó la última vez que se vieron; tal vez había sido muy ruidoso o le había quitado tiempo que quería pasar junto a su papá Mu…


Kiki negó con la cabeza, eso no era posible. Estaba seguro que los amaba a los dos, se los había demostrado tantas veces. Y aunque se hubiera enojado con él, no había modo que estuviera enojado con Mu. Si no quisiera visitarlos por su culpa, los visitaría para ver a su papá.


Pero en el remoto caso que esta fuera la razón de su ausencia, lo mínimo que podía hacer era entrar a disculparse y convencerlo de regresar. Ya había llegado hasta ahí, no tenía nada que perder y debía hacer que el regaño de Mu valiera la pena. Conforme se acercaba a la puerta notó que era más grande que la de la casa anterior; un tamaño acorde a quien vivía ahí. Tomó un respiro para serenarse y entró.


La casa estaba ligeramente más iluminada que la anterior, pero la luz apenas era suficiente para todo el lugar. Además, reinaba un silencio absoluto, casi tan sepulcral como el de la casa anterior; pero eso no tenía sentido. Está casa pertenecía a su pá, cuya risa y sonora voz podía reconocerse millas a la redonda; no tenía sentido que este edificio silencioso y oscuro fuera su hogar… a menos que él no estuviera presente en ese momento, ¿Habría salido? ¡¿Y si había ido a Jamir mientras él viajaba hasta acá?! Si sus dos padres estuvieran ahora en Jamir, sin saber dónde estaba él, si averiguaban dónde había estado…


—¡Me van a matar! —exclamó en voz alta sin percatarse, cubriéndose la boca al instante. Tras unos segundos oyó un sonido extraño, como respondiendo a lo que había dicho. Pensó que podría ser una especie de eco, pero el sonido había sido demasiado grave, una especie de gruñido casi animalesco…


Kiki buscó la fuente de ese sonido, adentrándose más hacia la casa y volviendo a oír los quejidos. A lo lejos distinguió la enorme figura familiar acercándose hacia él con lentitud; conforme más avanzaba, la luz hacía más visible el estado del habitante de la casa. No tenía puesta la camiseta, y aun así su torso estaba envuelto casi por completo gracias a las vendas, su andar era algo torpe y podía ver que sus piernas temblaban ante cada paso. Mirando con más detenimiento, pudo notar que las vendas estaban manchadas, y su rostro se veía pálido. Se veía tan… frágil. Nunca creyó que podría usar esa palabra para describir a su padre, el solo pensarlo se sentía mal, pero la imagen ante sus ojos era inconfundible. —¿Pá?


La figura que hasta ese momento parecía haber ignorado su existencia volteó hacia su dirección, exclamando con una mezcla de sorpresa y temor —¿Kiki? —al reconocer a su hijo frente a él, Aldebaran aumentó su velocidad, pero sus piernas se rindieron ante su cansancio, colapsando sobre sus rodillas pero deteniendo el resto del golpe con sus manos. Se incorporó sentándose sobre sus rodillas y mirando con más detenimiento —¿En serio eres tú? ¡No debes estar aquí!


Kiki retrocedió con temor al oírle gritar. Ni siquiera cuando hacía una travesura le había oído gritarle así. En respuesta Aldebaran trató de tranquilizarse, lo que menos necesitaba era asustar más a su pequeño. Hizo un ademán para que se le acercara, al cual Kiki no tardó en obedecer. —Lo siento, no quise… no puedes estar aquí, creí que te lo habíamos dejado muy claro. Debes irte, ahora mismo.


Kiki podía oír el temblor en la voz de Aldebaran, podía notar como su cuerpo estaba lastimado por todos lados, como si estuviera a punto de colapsar. Necesitaba buscar ayuda, necesitaba llevarlo con su papá cuanto antes… Esa era su misión, llevarlo a casa sin importar el costo —Pero estás herido; estábamos muy preocupados porque pasó una semana sin que llegaras y yo quise venir a ver que no estuvieras enojado conmigo, llevarte de regreso a casa conmigo y papá Mu —Kiki se detuvo tratando de aguantar las lágrimas de todas las emociones que lo invadían de golpe.


—¿Una semana? —Aldebaran exclamó con genuina sorpresa. Parecía que había perdido la noción del tiempo y bastante. Buscó el modo de consolar a su hijo—, Oh Kiki, por supuesto que no estoy enojado contigo; nunca podría enojarme contigo. Lamento haberme atrasado sin avisarles, les causé muchos problemas, ¿Cierto?


—Eso no… ya no importa. Necesitamos volver a casa cuando antes —Kiki se colgó del brazo que tenía menos vendajes, centrándose en su misión. Se sentía tan culpable por haber desconfiado así de su padre, debió suponer que tenía una buena razón para su atraso, así que ahora debía remediar las cosas. —Papá sabrá que hacer para curar tus heridas, ¡nos encargaremos de ti!


—No puedo irme ahora Kiki, me necesitan aquí... Pero tú si debes irte —antes de que Kiki protestara, siguió— te prometo que iré a verles dentro de dos días ¿Okay?, habré resuelto todo para entonces. Tanto tú como Mu podrán hacerse cargo de mi todo lo que deseen, pero ahora no puedo marcharme, ¿Entiendes? Ahora debes irte, no deben verte.


Kiki se quedó en silencio, pensando que debía hacer. Por un lado sabía que no debía desobedecer una orden directa de su padre, pero por el otro no podía dejarlo solo viendo el estado en el que se encontraba… ¿Qué haría su papá Mu? —Yo… yo sé que papá Mu no querría que te deje aquí solo… —tan débil como estas pensó, pero no se atrevió a decirlo en voz alta.


—Y yo sé que no le gustaría saber que viniste aquí —replicó Aldebaran. —Mira Kiki, tu misión ahora no solo es regresar lo más pronto posible a casa, también le dirás a Mu que estoy bien —ante la mirada incrédula de Kiki que dudaba de calificar su estado actual como “bien”, pensó una mejor solución— ¡Un mensaje! Tu misión será entregarle un mensaje de mi parte. —Se levantó de golpe, trastabillando un poco pero logrando mantener la compostura. Se dirigió a uno de los muebles que, ante la falta de luz, Kiki no había distinguido antes, y sacó una libreta, una pluma y un frasco de píldoras. De las píldoras tomó un par en seco y empezó a escribir en la libreta con prisa; cuando terminó, arrancó la página descuidadamente y se la entregó a Kiki, quien se había acercado con curiosidad a ver qué estaba haciendo. —Listo, no dejes que nadie más vea esta nota. Ahora debemos llevarte a la salida del santuario sin que te descubran.


—¿A la salida? Eso no es necesario, puedo irme cuando quiera— Kiki hizo una expresión seria, concentrándose en volver a su casa y cerrando los ojos. Cuando los abrió notó que solo se había movido unos metros de su lugar original —¿Pero qué? Mi teletransportación…


—Kiki, aquí no va a funcionar… Las doce casas están protegidas para que nadie pueda teletransportarse entre ellas, por eso debo sacarte de aquí para que puedas usar tus habilidades a salvo. No podemos dejar que nadie te descubra usándolas… —si descubrían a Kiki, alguien externo al santuario que se escabulló sin ser notado, no tendrían piedad aunque solo fuera un niño. Si descubrían que era muviano… no quería ni pensar que planes tendría el patriarca si obtuviera a un joven con tanto potencial para usar el cosmos, de lo que haría con Mu si se percataba de la relación que tenían. Necesitaba solucionar esto y rápido.


—Espérame aquí, en un momento saldremos—colocó su mano sobre la cabeza de Kiki, despeinándolo en un gesto con intención tranquilizadora pero que solo  consiguió el efecto contrario.


Aldebaran entró a su habitación en busca de una camiseta para poder salir sin llamar la atención, el dolor tornándose en una molestia menor gracias a las medicinas que había tomado, pero aun con el peligro presente de volver a abrir sus heridas si hacía algún movimiento demasiado brusco. Después de considerar si valdría la pena cambiarse sus vendajes, se colocó la primera camiseta que encontró, con cuidado. No tenía tiempo para andar perdiendo en detalles sin importancia. Apenas salió de la habitación una voz desconocida lo llamó.


—¡Amo Aldebaran! Disculpe la interrupción inoportuna, pero el patriarca nos ha mandado a hacer un reconocimiento, ¡Parece ser que hay un intruso en el Santuario! —Un grupo de guardias estaba en medio de su casa, su líder hablando por todos.


Aldebaran buscó con la mirada a Kiki por toda el ala principal, sintiendo su corazón a mil por hora. Necesitaba sacar a esos hombres de ahí y salvar a su hijo.


—¿Intruso? Es imposible que haya pasado a la siguiente casa sin pasar por mí antes —exclamó con una risotada tratando de liberar la tensión en el ambiente pero sonando aún más nervioso.


—Dudo que en su condición actual pudiera hacer algo para detenerlo —la voz debió venir de alguno de los guardias en el grupo, pero no pudo reconocer de cual.


—Ejem… Aun así, son órdenes del patriarca así que no tenemos más opción que obedecer —el líder habló nuevamente, señalándole a sus hombres que revisaran todas las habitaciones del lugar.


No supo cuánto tiempo tardaron pero se le hizo eterno, no sabía en donde se había metido Kiki y si lo encontraban no podría perdonárselo nunca. Después de varios minutos, los hombres volvieron a concentrarse en su posición inicial.


—Aquí no hay nadie, podemos avanzar a la siguiente casa —exclamó el líder para luego dirigirse a Aldebaran—, mantenga sus ojos abiertos, el intruso aún podría pasar por aquí. —con esas palabras salieron del lugar en dirección a la casa de Géminis.


Asegurándose que estuvieran lo suficiente lejos empezó a llamar el nombre de su hijo, buscando donde se había escondido —¡Kiki! ¿Dónde estás?


—Por aquí pá, ¡Ayuda!


La voz de Kiki se oía apagada, pero logró seguirla hasta la entrada de la casa donde había un viejo baúl con el signo del carnero. El viejo baúl era una reliquia que había estado en casa de Aries desde que tenía memoria, Mu le había dicho que Shion lo había hecho el día que se había convertido en caballero hacía más de 200 años… por eso había estado bastante afectado cuando tuvo que dejarlo en su huida a Jamir; desde ese momento, Aldebaran lo había asegurado en su casa, para el día que pudiera regresar lo encontrara tal y como lo dejó, un poco de estabilidad en su vida.


El sonido se hizo más fuerte conforme se acercaba al baúl cerrado desde afuera. Se acercó a abrirlo con prisa, revelando a un preocupado Kiki que apenas lo vio se colgó alrededor de su cuello.


—¡Pá! ¿Estás bien? Apenas oí que esos hombres se acercaban me oculté aquí porque me dijiste que no podía dejar que me vieran —el niño se aferró más, asustado—. Tenían lanzas y espadas, pero papá Mu me dijo que Athena prohibía el uso de armas, ¿por qué las tenían? ¿Querían lastimarte? No quiero que te vuelvan a lastimar.


Aldebaran cargó al pequeño tratando de tranquilizarlo. —Estoy bien, no me van a hacer nada. Y me alegra que tú estés a salvo, pero ahora tienes que regresar a entregarle mi mensaje a Mu, ¿Recuerdas? —Trató de distraerlo con la misión que le había dado—. Los guardias deben estar en la entrada de las casas, debo buscar otra forma de sacarte de… —Miró el baúl una vez más, ocurriéndosele una solución. —Kiki, necesito que confíes en mí.


Y aunque Kiki estaba asustado sabía que no podía dudar, que debía ser valiente como sus papás. —Siempre pá.



—¡Ah! Estaba muy oscuro ahí dentro, que bueno que pude salir —Kiki sonrió mientras se estiraba. No sabía cuánto tiempo había pasado dentro del baúl, pero sabía que había avanzado cierta distancia, lejos de la casa de Tauro.


Aldebaran se arrodilló junto a él, para asegurarse que estuviera a salvo. Notó que su brazo comenzaba a sangrar, escondiéndolo de la vista de Kiki y tratando de limpiarse con las vendas que se habían aflojado. Para su fortuna, Kiki parecía no haber notado nada de esto pues estaba fascinado con el escenario a su alrededor.


—¿Dónde estamos? —miró el amplio campo a su alrededor, notando que estaban rodeados de varias lápidas, algunas más viejas que otras. Se acercó a tratar de leer los nombres en ellas, no sentía temor, en cambio mucha curiosidad.


—Este es el sitio de entierro para los caballeros fallecidos en batalla. Es un lugar de respeto para todos —O por lo menos lo era hasta hacía unos años. Cuando el falso patriarca usurpó el poder, el cementerio fue descuidado al tener la tumba del “traidor”, la tumba de Aioros que, al final de cuentas, había sido un caballero y se había ganado su lugar ahí (o tal vez como un recordatorio de qué le pasaría a aquellos que se atrevieran a traicionar al patriarca).


Ahora solo quedaba desolación y abandono, nadie pasaba por aquel lugar; por eso lo hacía el lugar perfecto para que Kiki se teletransportara de regreso a casa.


—¿Los caballeros fallecidos…? ‑—Kiki se acercó a leer las diferentes lápidas— Ox, DeathToll, Aioros… ¿Qué tiene esta tumba? —Señaló hacia una lápida sin marcar—, ¿Quién está ahí? ¿Por qué no tiene nombre?


Aldebaran suspiró al ver la lápida, recordando la historia que Mu le había contado sobre ella; la historia de un niño que tuvo que enterrar a su maestro, a su padre; que tuvo que huir del lugar que consideraba su hogar y abandonar a los únicos amigos que había tenido. Un niño sólo y asustado, pero tratando de ser valiente y luchar por lo que aún le quedaba. —Esa tumba le pertenece a uno de los mejores caballeros que existió, su nombre era Shion y a él le debemos que tu papá Mu sea la persona maravillosa que es hoy.


Kiki abrió los ojos con sorpresa, mirando la tumba con detenimiento. Claro que sabía quién era Shion, el hombre que había sido el padre de su maestro, tal como Mu y Aldebaran eran sus padres. Se acercó a la tumba con cierta devoción, sabiendo la importancia de ese hombre en la vida de sus padres, en su propia vida. Quitó una ramita que estaba creciendo sobre la tumba y empezó a hablar, sintiendo que en cierto modo, él podría oírle—: Hola señor Shion, me llamo Kiki y Mu es mi padre… así que de alguna manera, usted es mi abuelo —tal vez se veía algo tonto al hablarle a un objeto inanimado, pero su padre le había enseñado que todos estaban unidos por el cosmos— Papá Mu ha hecho un gran trabajo criándome, si puedo decirlo yo. Y aunque te extraña muchísimo, sé que está bien. Pá Ald nos cuida a ambos, ¡puedes confiar en él! Me hubiera gustado mucho conocerte en persona, pero espero que donde sea que estés, estés muy orgulloso de mi y de mis papás. ¡Gracias por guiarlos hasta mí!


Aldebaran se quedó sin palabras ante la madurez de su hijo, era tan pequeño y aun así… parecía comprender todo lo que habían atravesado, lo que Mu había pasado, aunque sea en un modo tan básico. Y también era capaz de reconocer lo mucho que su sola presencia le había ayudado a sobrellevar esto. Mu, Kiki… su pequeña familia por la que daría todo.


—Ustedes, ¿Qué hacen aquí? Este lugar está prohibido para los visitantes.


Aldebaran se puso en modo defensivo al oír la voz desconocida acercándose, escondiendo a Kiki detrás de él. Kiki por su parte ocultó su rostro detrás de su padre, tratando de evitar ser visto. Cuando la persona dueña de la voz se acercó lo suficiente, Aldebaran le reconoció entre quienes entrenaban en el santuario.


—Oh, señor Aldebaran, no lo reconocí. ¿Este niño le está molestando? —se dirigió hacía Kiki— Los estudiantes no tienen permitido entrar a esta zona.


La persona encargada del entrenamiento de los nuevos reclutas, junto a varios otros docentes, Marín, caballero de Águila.


Marín se acercó, mirando a Kiki con detenimiento. —Tú... nunca te había visto por aquí. No hemos aceptado a reclutas recientemente, así que no puedes ser uno de nuestros estudiantes —se quedó en silencio unos segundos, mientras su mente ataba los cabos que faltaban—. Acaso tu… ¿Eres el intruso?


Kiki entró en pánico al ser descubierto. Podría teletransportarse en ese instante y huir de este desastre pero si lo hacía ¿Qué pasaría con su pá? No podía dejarlo solo enfrentándose con algo que había sido su culpa, que habían sido descubierto por su curiosidad de querer explorar este lugar de descanso para los caballeros.


—Si lo es, pero no es un intruso. Es mi culpa —Aldebaran no tardó en defender a su hijo—. Él se escondió en mi baúl cuando fui a Rodorio por provisiones y se quedó atascado dentro sin que me diera cuenta. No fue hasta que llegué al santuario que lo descubrí y él, al notar lo lejos de casa que estaba, huyó en pánico; por eso activó la alerta. Pero ya lo encontré así que lo devolveré a su casa. Él no pertenece aquí, ni siquiera sabe que es todo esto. Es solo un niño… —sintió como Kiki se aferraba más a su pierna, necesitaba mantener la compostura por él. —Lo llevaré a la salida y asunto arreglado.


Marín se detuvo un instante. Por la máscara era difícil saber en qué estaba pensando, si se había tragado su pequeña mentira.


—Pero la alerta ya ha sonado, y todo el santuario se ha movilizado para buscarlo. El patriarca sabe de un intruso y dio órdenes directas de llevarlo ante él cuándo lo encontráramos, no podemos desobedecer, yo no… —tenía un gran conflicto interno. Sabía que era solo un niño y que el patriarca no se tocaría el corazón por este hecho. Por su parte, aún era responsable de sus estudiantes y si algo le pasaba por encubrir a un intruso, ellos quedarían a su suerte, y no podía permitirse eso.


—Yo me haré cargo a partir de ahora Marín, esto ya no te corresponde. —Aioria apareció a espaldas de Marín, colocando una mano sobre su hombro.


—Pero… —Marín hizo una pausa mirando con detenimiento a Aioria—. Entiendo. —Empezó a retroceder, tomando la mano de Aioria sobre su hombro y apretándola con brevedad. Confiaba en Aioria, sabía que él sabría cómo arreglárselas para salir lo mejor posible de esta situación. Miró por última vez al niño asustado, recordando un tiempo que ahora parecía lejano… y se marchó.


Aldebaran no sabía cuánto tiempo Aioria había estado ahí, cuanto de la conversación había escuchado, pero debía mantenerse firme en su posición si quería proteger a Kiki.


—Entonces, ¿Mantendrás esa historia? —Aioria se dirigió a Aldebaran esta vez—. Cuando el patriarca pregunte por el intruso, ¿Eso es lo que repetirás? Tú cargarás con la culpa.


Aldebaran tardó un segundo en entender su implicación, ¿Aioria lo cubriría? Era cierto que habían pasado muchas cosas juntos, pero con la situación actual en el santuario, el aire tenso que se sentía, no sabía en quien podría confiar y en quién no; pero siguió su corazonada —Esta es la historia, yo aceptaré el castigo que el patriarca decida.


Al oír la palabra castigo, Kiki empezó a  reaccionar dejando de ocultarse y avanzando para quedar enfrente de su padre —¡Pero pá! Eso no...


Aldebaran lo calló poniendo su mano en su boca —Si, eso haremos, te llevaremos con tu papá —Aún no sabía que tanto Aioria estaría dispuesto a cubrir, que tanto de todo esto sabía. Además, si no había oído a Aioria acercarse, podría haber algún otro caballero husmeando en sus asuntos. —Y debes darle el mensaje de que no debe permitirte volver aquí, ¿Entiendes? —esperaba que fuera suficiente para que entendiera y dejara este asunto por la paz.


Aioria apartó la mirada para dejarlos discutir sus asuntos. Hacía siete años que había visitado la torre de Jamir, una visita que no podría olvidar nunca. Así como no olvidaría a ese bebé, próximo discípulo del reparador de armaduras… que no tenía idea como había ido a parar al santuario. Pero no importaba; después de todo, le debía una. Tosió para llamar su atención pero sin voltear a verlos, mientras menos supiera mejor. —Si van a hacer algo que sea rápido, antes de que alguien más se acerque.


Kiki no reaccionó a la voz del hombre, las lágrimas que había logrado contener durante toda esta aventura amenazaban con salir de sus ojos finalmente. No quería dejar a su pá, no cuando lo veía en este estado tan deplorable, cuando acababa de oír que lo castigarían por su culpa. Pero no había mucho que pudiera hacer por él. Si lograba contactar a su papá Mu y ambos volvían, de seguro las cosas se solucionarían. Por eso tenía que irse lo más pronto posible y aun así…


Sintió la mano de Aldebaran sobre su cabeza y levantó la vista para verlo. Estaba sonriendo, sonriéndole a él. Había sangre en su camiseta, en su brazo, en la misma mano con la que estaba acariciándole su cabeza y aun así sonreía y hacía todo por protegerlo… era tan valiente. Así que debía ser igual de valiente que él. Limpiándose las lágrimas le dio un último abrazo sin decir nada más, desapareciendo ante los ojos aliviados de Aldebaran.


Apenas su hijo estuvo a salvo, se desplomó sobre sus rodillas, todo el esfuerzo que había estado haciendo por mantener la compostura y aguantar el dolor le pasaron la cuenta. Aioria se acercó haciendo un ademán para ayudarlo, pero Aldebaran lo rechazó, levantándose por cuenta propia.


—Estoy bien, tenemos que ir con el patriarca, ¿No? Si pasa más tiempo sin encontrar al intruso se desquitará con los guardias y demás caballeros. Mientras más rápido acabemos con esto mejor.


Ambos se dirigieron a la residencia del patriarca y Aioria no pudo evitar notar la extensión de las heridas de su compañero, la sangre fresca que volvía a brotar de estas; no quería ni pensar las heridas que se escondían debajo de su ropa. No pudo evitar sentir como si acompañara a un sentenciado a muerte.



Apenas Kiki regresó y Mu reconoció su cosmos, sintió un gran alivio de ver que su pequeño estaba a salvo. Cuando se percató el estado en que estaba, su respiración agitada y una expresión de terror en los ojos, corrió a abrazarlo en un intento de consolarlo.


Kiki al sentirse en un lugar seguro, al pensar que todo eso había acabado, no pudo contener más las lágrimas en sus ojos, aferrándose con más fuerza a su padre.


—¿Qué tienes Kiki? ¿Dónde has estado?


Mu empezó a limpiarle las lágrimas, tratando de obtener una respuesta a su reacción. Trató de calmarlo acariciando su cabeza, sintiendo una humedad desconocida. Cuando revisó su mano pudo reconocer ese líquido rojo. —Sangre… ¿Dónde? —empezó a revisar su cabeza en busca de heridas.


—No es —sollozó— no es mía. —Empezó a buscar con desesperación entre su ropa, encontrando la nota que su padre le había entregado. —Es de pá. Él… él me dio esto para ti.


El niño empezó a llorar más intensamente, mientras entregaba la nota a Mu.


Cuando Mu oyó la explicación de su hijo sintió que su corazón se detenía. Aldebaran estaba herido, Kiki había ido a buscarlo a pesar de que lo tenía prohibido y Aldebaran había logrado sacarlo del santuario a salvo… lo cual no podía haber sido fácil. Le había enviado una nota, como si con una nota le quitara la preocupación que se agolpaba en su pecho. Tomó el mensaje, tratando de reunir la suficiente concentración para leerlo.


“Mi querido Mu, no te preocupes por mí. Estoy bien. Lamento haberme retrasado en visitarlos pero te prometo que en dos días iré con ustedes. Espérame por favor.  Te amo.


PD. No seas muy duro con Kiki, el solo quería ayudar, consuélalo por mí hasta que regrese por ustedes.


Por siempre tuyo, Aldebaran.


—Yo entré al santuario porque… —apenas Mu levantó la vista, Kiki siguió— quería saber porque pá no había venido, si yo había hecho algo malo —sollozó, acelerando el ritmo de su narración—, y encontré a pá herido... estaba lleno de vendas y había tanta sangre. Yo quería ayudarlo pero él me dijo que debía regresar a darte este mensaje —tomó una bocanada de aire antes de seguir—, luego aparecieron todos esos hombres con armas pero tu dijiste que a Athena no le gustan las armas y creí que iban a lastimarme así que me escondí y pá me ayudo a salir de su casa para que pudiera teletransportarme aquí, pero un hombre nos descubrió y dijo que iban a castigar a pá aunque luego dejo que me escapara… No quiero que castiguen a pá por mi culpa, así que ahora podemos regresar a ayudarlo, ¿verdad?


Mu se mantuvo en silencio, tratando de procesar toda la información recibida para decidir la mejor opción. La historia de Kiki, la imagen de Aldebaran herido y solo en ese lugar condenado le causaba dolor y temor al pensar que más podría sufrir ahí. Quería ir a curarlo, a protegerlo del mal que había corrompido el santuario y que se había llevado todo lo que amaba; ahora que tenía a Kiki y Aldebaran no podía dejar que la historia se repitiera.


Pero el ir al santuario ahora… sería poner en peligro a Kiki después de todo lo que Aldebaran había hecho para devolverlo a salvo. Además él le había pedido que no fuera al santuario, le había prometido que vendría por ellos en dos días, le había pedido que confiara en él y al no tener ninguna información adicional de la situación del santuario, de lo que sea que estuviera sucediendo ahí, la opción más lógica con la información que poseía era esperar… y por supuesto que siempre tenía que escoger la opción más lógica. Incluso cuando eso significaba que permitiría a Aldebaran sacrificarse otra vez por ellos, como llevaba haciendo todos estos años.


Se arrodilló para quedar a la altura de Kiki, pensando en la mejor manera de plantear la situación para que un niño entendiera —Pá prometió que vendría aquí en dos días Kiki, debemos estar aquí para cuando regrese.


—Pero, ¡no podemos dejarlo así! Está herido… ¿Cómo llegará hasta aquí con sus heridas? No podrá subir la montaña o pasar por el puente de roca así, debemos ayudarlo.


—Kiki, escúchame —Mu levantó la voz, apretando el agarre que tenía en los brazos de su hijo sorprendiéndolo— Si regresas ahí, solo será peor para él y para nosotros. Después de todo lo que hizo para ayudarte a salir… ¿Qué harías si te atrapan? Lo mejor que podemos hacer es esperar por él, ¿Entiendes?


Kiki no entendía. Lo único que pensaba era en su padre herido y sólo, sufriendo más por su culpa. No estaba de acuerdo con la decisión que su papá había tomado…


Mu notó su expresión desafiante, viéndolo morderse sus labios en señal de duda. —Kiki, prométeme que no vas a volver al santuario por él —vio como Kiki evitaba su mirada, sin responderle— Kiki, prométemelo.


—¡Lo prometo! ¿Bien? —Gritó como respuesta a la insistencia de Mu— Lo prometo, pero no estoy de acuerdo —sin decir más, se teletransportó fuera del lugar, aunque Mu pudo sentir su cosmos en la habitación designada para él.


Mu pensó seguirlo, pero sabía que sería en vano. El niño necesitaba tiempo para procesar todo lo que le había ocurrido.


Sabía que algún día tendría que enfrentarse a la realidad actual del santuario, pero esperaba que hubiera sido más bajo su control.


Miró por la ventana, sin saber cuándo había oscurecido. Desde Jamir, la vista del cielo siempre era clara, lejos de la contaminación de las grandes ciudades, tenía una vista plena de su constelación guardiana. Fijó la mirada en la constelación vecina, la estrella más brillante e inconfundible que no parecía haber perdido nada de su luz. Y oró. —Athena por favor, protégelo. No puedo perderlo a él también, yo... por favor.


Solo el silencio respondió. Lo único que podía hacer era esperar por lo mejor.



No podía rendirse, no ahora que había llegado tan lejos.


Después del incidente con Kiki y de recibir su castigo en la forma de un plasma relámpago de Aioria (cómo lamentaba haberlo involucrado en todo esto), el patriarca le había ordenado al caballero de Leo hacerse cargo de todas las tareas y misiones que le correspondieran a Aldebaran que, “en su estado actual no sería capaz de cumplirlas”. Eso incluía más que nada el llevar las armaduras a Jamir para ser reparadas, un trabajo que en otras condiciones sería pan comido y era una de sus mayores alegrías cumplir, pero ahora… No. No podía dejar pasar esta oportunidad, se lo había prometido a Kiki. Así que insistió que él llevaría las armaduras, solo necesitaba un par de días y estaría listo.


El patriarca ni siquiera disimuló la risa que escapó de sus labios cuando oyó la urgencia en su voz, pero ni Aioria ni ninguno de los presentes se atrevió a cuestionarla; él menos cuando después que terminara su risotada, recibió su aprobación para marchar. Durmió un día entero tratando de recuperar fuerzas y de mantenerlas lo suficiente para el viaje. Al segundo día se encaminó con un par de armaduras a sus espaldas.


Ya había pasado por las montañas, solo le faltaba el puente de piedra y estaría a salvo.


Todo a su alrededor empezó a cubrirse de niebla, la ilusión de estar en una caverna a su alrededor. Ya había vencido esto, ya sabía que no era más que las habilidades de Mu, pero en su estado debilitado su mente parecía ser más susceptible a las ilusiones, por lo que tendría que atravesarlas otra vez. Pero nada lo detendría de llegar con su familia; con tal de que siguiera en línea recta sabría que estaría a salvo.


—Estás de regreso y tan débil.


—Débil, patético. Ni siquiera eres capaz de protegerte a ti mismo ¿Y crees que podrás proteger a esos dos? No me hagas reír.


—Solo ríndete, todo será más fácil. Ellos no te necesitan. Solo eres una carga.


Las ilusiones atacaban los puntos en su mente que consideraban más frágiles, sus inseguridades. Pero no se permitiría dejarse llevar, no cuando estaba tan cerca. Acomodó las tres cajas en su espalda, las armaduras que había llevado a reparar y cuyos dueños contaban con él. Su visión se nubló un segundo, su pierna le falló, tropezándose y cayendo sobre sus rodillas, volviendo a abrirse la herida en su pierna. Por lo menos parecía seguir en el sendero adecuado, un mal paso y caería a su muerte segura.


—¿Cuánta más suerte crees que tendrás? Solo ríndete, únetenos


Todo dolía. Pero no podía permitir que este fuera su final. Estaba tan cerca… Kiki, Mu…


—¡Psicoquinesia!


La ilusión se desvaneció a su alrededor, y la luz de las montañas le iluminó. Pudo reconocer dos figuras acercándosele, dos manchas borrosas que no pudo distinguir del todo.


—Aguanta papá, ya estamos aquí.


Reconocería esa voz en cualquier lado. Esas voces. Ahora estaba a salvo. Podría descansar por un minuto. Con eso en mente y sin poder evitarlo, cayó inconsciente.

Notas finales:

Este originalmente era un One-shot pero se alargó y decidí dividirlo en dos. Nuevo cap en un mes.


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