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Happy End por RLangdon

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Terminó de apilar las cajas de la mudanza en su nuevo dormitorio y, tan pronto dejó de oír las voces provenientes de la planta baja, Amano Yukiteru cerró la puerta para hacerse nuevamente con su teléfono móvil. Abrió una nueva nota en la aplicación y registró en ella todos los sucesos acaecidos en la mudanza. Desde la última disputa de sus padres en torno al pronto e ineludible divorcio, hasta el cambio radical de ambiente al que lo había sometido su madre esa mañana.
 
Exhalando un suspiro de resignación tras haber plasmado la última línea, Yukiteru se puso la pijama y se metió a la cama. Afuera la lluvia arreciaba, llenando la casa con el repiqueteo insistente de las gotas contra los vitrales. Y aunque había más de alguna actividad divertida por llevar a cabo, no quiso moverse de su lugar. El móvil representaba el único refugio seguro que le permitía expresarse sin aprensión.
 
No era esa la manera en la que Yukiteru quería pasar sus vacaciones. Con sus padres distanciados, y él mudándose por tercera ocasión con su madre, dejando atrás a sus amistades para comenzar lo que sabía roto desde hace años.
 
Su familia no volvería a estar junta, y en consecuencia, le costaba cada vez más desenvolverse y hacer amistades. Lo que debería ser normal en cualquier chico, Yukiteru no lo poseía. Se sentía ajeno al solitario mundo en el que se encontraba varado, siendo intruso inclusive en su propio territorio, dónde había trazado una línea delimitante y se había enclaustrado detrás de ella, pues temía dejar entrar a las personas en su vida. Su baja autoestima y poca seguridad en sí mismo le orillaban a aislarse del resto de sus compañeros a dónde quiera que fuera, tanto y más ahora que comenzaba de nuevo.
 
¿Qué caso tenía esforzarse para encajar cuando lo único que sobresalía en él eran sus más profundos miedos e inseguridades?
 
¿Acaso valía la pena resultar herido por una amistad que no duraría más que unos cuantos meses antes de que su madre optara por mudarse a otro sitio?
 
Dolía demasiado estar sólo, pero dolería más estar acompañado, acostumbrarse a la presencia de alguien que no duraría mucho en tu vida, ganándose un lugar en ella pero dejando un hueco poco después.
 
Envuelto en las sábanas, trató de dormir, pero no pudo.
**
 
“7:45 am. Salí del edificio después de matricularme. Las clases comenzarán dentro de dos meses. Es mi primer día de vacaciones en una nueva ciudad. Papá no me ha llamado. A mamá no parece importarle tener que iniciar una nueva vida desde cero.
 
Quisiera estar en casa con mis amigos”
 
Yukiteru abrió otro anexo en su celular cuando cruzó la calle. Los transeúntes iban y veían a sus costados de forma apresurada, él apenas si los veía de soslayo, como si fueran entes pertenecientes a alguna clase de videojuego. El mismo solía sentirse atrapado en uno. Un juego de supervivencia dónde había que ser fuertes o de lo contrario, sucumbir al yugo de una existencia claramente forzada. Entretenido con su móvil, se dispuso a atravesar el siguiente cruce cuando el semáforo cambió a rojo.
 
Odiaba ese lugar. Siempre odiaba los lugares nuevos en los que su madre se establecía. Sin embargo sabía que no correría mayor suerte con su padre, que gustaba de pasar el mayor tiempo posible lejos de casa. En ocasiones solía preguntarse si sus padres serían más felices si él no existiera.
 
¿Se acabarían los problemas?
 
¿Se amarían más?
 
Metros antes de llegar a la residencia, guardó su móvil al divisar un grupo de chicos conversando animosamente en el césped. Seguramente se trataba de chicos del vecindario. No podía creer que su madre invitara de buenas a primeras a sus vecinos y sus hijos. ¿O habría sido a la inversa?
 
El recuerdo de sus padres discutiendo por teléfono sobre el divorcio, lo hizo desistir en su intento por integrarse. En lugar de ello, sacó su móvil y recorrió las calles hasta dar con un parque aparentemente vacío.
 
La ventaja de tomar siempre notas sobre lo que hacía era que cuando visitaba lugares nuevos, podía orientarse gracias a las descripciones.
 
En medio de la hierba alta cubierta de rocío había unos columpios situados cerca de las bancas. Y Yukiteru vaciló en acercarse cuando la presencia de un chico entró en su campo de visión. Se trataba de un muchacho alto, de cabellos platinados, facciones androginas y una profunda mirada rojiza que lo abatió tan pronto se supo observado. El chico albino se balanceaba despreocupadamente en uno de los columpios. Vestía un saco azul rey con los primeros botones abiertos, dejando al descubierto una playera blanca y una corbata a juego con sus jeans. El lustroso calzado se deslizaba por el pasto cada vez que el muchacho levantaba las piernas para darse impulso y columpiarse.
 
A su pesar, Yukiteru se reprimió mentalmente al saberse observándole un buen rato, encandilado por el extraño pero apuesto aspecto del chico. No sé veía mucho mayor a él, y no obstante, su atuendo y sus movimientos se correspondían con los de un adulto.
 
—¿Me vas a observar todo el día o esperas que te deje este columpio habiendo otro par a mi lado?
 
El comentario, pese a haber sonado sarcástico, tuvo el efecto contrario en Yukiteru, quien, resuelto, tomó asiento junto a él.
 
—Debes ser el chico nuevo del vecindario.
 
—Lo soy— respondió Yukiteru indiferente, asiéndose con fuerza de las cadenas para impulsarse. Hasta hacía unos cuantos minutos no le interesaba socializar, y en cambio, allí estaba, hablando con un desconocido en medio de un parque—. Yukiteru Amano— murmuró y volvió a tomar impulso, deslumbrado al ver lo alto que podía llegar.
 
—Akise Aru— intercambiaron una sonrisa amistosa—. ¿Acostumbras huir siempre de casa?
 
—No se a qué te refieres— profirió confuso.
 
—No importa— pronunció, está vez mirándolo fijamente. Aquellos ojos con tintes escarlata le recordaron a Yukiteru los conejos del campo.
 
Un amago de sonrisa acudió a sus labios, pero miró al césped para que el otro no lo notara.
 
—¿Ya has hecho amistades?
 
Yukiteru dejó de sonreír. Negó con la cabeza y se balanceó con menos fuerza.
 
—No sé si quiero hacer amistades— confesó algo apenado—. Podría mudarme de regreso en cualquier momento y las perdería.
 
Akise dejó de impulsarse también, modulando la velocidad con la de Yukiteru para establecer contacto visual. Cuando sus miradas se encontraron, Yukiteru sintió que el corazón le latía más rápido de lo usual.
 
—¿No te gusta arriesgarte? ¿Es eso?
 
Yukiteru lo meditó unos instantes antes de dar a conocer su respuesta.
 
—Más bien, no me gusta salir herido— admitió más a si mismo que a Akise—. Si me mudara el día de mañana, lo perdería todo de nuevo.
 
—Son buenos motivos— reconoció Akise, frenándose del todo—. Pero si no es de esa forma. Si mañana sigues aquí, ¿No será también doloroso estar sólo? ¿Esperarás de brazos cruzados hasta entonces, cerrándote del todo a las nuevas oportunidades?
 
Los labios de Yukiteru se abrieron un poco en asombro. No esperaba tales palabras provenientes de un chico que en su vida había visto, y sin embargo parecía poder ver a través de él, de sus miedos y dudas.
 
—¿Vienes aquí a menudo? — se animó a preguntar, obviando a su vez la respuesta a la pregunta de Akise. Este extendió una sonrisa más cordial, su semblante incluso se dulcificó ligeramente, haciéndole parecer menos glacial y distante de como Yukiteru lo había encontrado.
 
—No— contestó enseguida—. Pero vendré tanto como tú lo hagas. Si quieres y necesitas compañía, claro.
 
—¿Crees que es malo tener miedo?— Aunque se había establecido un ambiente más ameno entre ambos, Yukiteru se sorprendió de sus propias palabras. Generalmente no gustaba de compartir cómo se sentía. Vivía recluido en unos cimientos tan altos que ni siquiera sus propios padres eran capaces de derribar. A la larga esas murallas le mantenían con vida.
 
Rehuyó la mirada de Akise en cuanto se supo nuevamente observado.
 
—Tener miedo es normal. Te previene del peligro. Es como un mecanismo de defensa. Pero como tal, solo debe activarse cuando el peligro es real e inmediato, de lo contrario confundirías el resto de tus emociones.
 
Yukiteru asintió a lo dicho, pensando en lo curioso que era el hecho de que Akise pareciera tener pleno conocimiento de temas que a él personalmente le agobiaban.
 
—Si pasas tu vida huyendo porque tienes miedo— Continuó Akise en un tono más serio—.
No sólo perderás valiosas oportunidades, sino que estarías desperdiciando otras emociones mucho más valiosas, únicas e invaluables— abandonó el columpio, hurgó en el bolsillo delantero del saco y al tener su celular, lo colocó en las manos de Yukiteru. —Las personas solo deben permitirse huir si ello representa una mejora en sus vidas. De lo contrario serán tachados de débiles y cobardes.
 
Yukiteru contuvo la respiración, sabiéndose zaherido pero a la vez aceptando que Akise tenía razón. Vio en la pantalla del celular el número de contacto. No tardó en agregarlo en su teléfono.
 
—¿Entonces somos amigos?— se ruborizó al oír la risa deshinibida del muchacho.
 
—Eres muy raro, Yukiteru, pero no lo tomes a mal. Me agrada como eres. Vayamos mañana al lago a espaldas del colegio y podrás contarme más sobre tu viaje.
 
Un profundo alivio inundó el semblante de Yukiteru. Quizá la nueva mudanza no sería tan mala después de todo. Al menos ya tendría con quién pasar sus vacaciones.
 

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