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Desafiando a la suerte. por RLangdon

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Cuando Klaus oyó el azote de la puerta a la entrada de la mansión, supo que estaba jodido. Y en cualquier otra circunstancia se habría preocupado, o habría salido huyendo como el buen cobarde que era. Sin embargo una sonrisa boba asomó a sus labios cuando divisó la silueta difusa de número Cinco junto a una de las columnas del vestíbulo.

Estaba hasta arriba. A otro nível, con las emociones aflorando y los chispazos de lucesillas estallando detrás de sus parpados.

—Por Dios, Klaus, ¿Te has metido esa porquería de nuevo?

Su espalda se deslizó lentamente por el respaldar del cómodo y mullido sofá. Y qué si se había metido un chute. No era la primera ni la última vez que lo haría. Estaba bien si así podía escapar un rato de esas visiones fantasmales que le asediaban todo el tiempo.

Al demonio con los espíritus y al diablo también con Ben, que no dejaba de increparle por su errada conducta.

—Das asco— oyó nuevamente decir a Cinco. Esta vez sus pasos resonaron contra el azulejo a medida que se acercaba.

Klaus rió, sin sentirlo realmente. Todo le hacía gracia desde que se había tomado aquella diminuta pastilla.

—Que te jodan, Cinco— se fijó divertido en los lustrosos zapatos con el nudo perfectamente hecho, subiendo poco a poco por las largas calcetas negras que llegaban al sudodicho arriba de la rodilla.

Entonces tragó saliva al terminar su recorrido visual de los pantalones cortos y planchados hasta el saco almidonado con el emblema tejido de la academia umbrella.

Estúpido mocoso y sus ínfulas de superioridad.

Aquella sonrisa pretenciosa traspasando los finos labios le dio escalofríos.

—Te joderé yo a ti si no me dices en dónde está Dolores.

Klaus elevó una ceja ante la advertencia. Después rompió a reír y se alzó torpemente de hombros. Si, ya le gustaría que Cinco le jodiera de otro modo.

—Cómo voy a saberlo— recostó la cabeza sobre el sofá ante el súbito mareo que lo sacudió. Quizá había sido mala idea beberse todos aquellos tragos, pero ya estaba habituado al éxtasis que le recorría tras colocarse. Era como deslizarse por un resbaladero sin fin—. Estas loco por amar a un estúpido maniquí.

No medirse con las palabras era solo uno de los múltiples y peligrosos efectos secundarios. Klaus se mordió la punta de la lengua cuando el rostro de facciones infantiles se acercó, cortando casi todo rastro de espacio entre ellos.

Los hoyuelos que se dibujaban en las mejillas de cinco cuando este sonreía siempre le parecieron un rasgo demasiado coqueto.

—Diego dijo que te vio bajar a Dolores del auto— la recriminación le llegó acompañada de un suave soplo, producto de la respiración de su interlocutor.

—Diego dice patrañas— le restó importancia, parpadeando ocasionalmente y manteniendo su expresión serena en todo momento—. Aunque no hace falta que busques esa cosa si es amor lo que quieres, hermano— su atrevimiento fue mucho más allá al apresar el rostro del otro con ambas manos, ansiando juntar sus labios. Ya estaba muy cerca de lograrlo cuando número Cinco lo apartó, empujandolo hacia un lado.

Klaus casi podía oír la risotada de Ben burlándose de su desgracia en alguna parte del vestíbulo. Colocado como estaba no supo si era real o un espejismo. Ahora sabía que Cinco si era real gracias al golpe, pero tampoco era que se arrepintiera de nada.

La sola acción de levantarse representó toda una proeza. Cuando finalmente su cuerpo y su mirada se estabilizaron, vio a Cinco bajando las escaleras, cargando bajo el brazo la mitad del maniquí.

Mierda. Lo había encontrado.

Nervioso, Klaus se dio media vuelta, tratando de disimular la sorpresa mientras se daba suaves golpecitos en los labios con la yema de los dedos.

—Y Klaus...

Tuvo que voltearse ante el llamado. Los ojos oscuros enmarcados por las largas pestañas le dedicaron una mirada de apaciguada ira.

—Como intentes volver a besarme, juro que me teletransportaré contigo al ártico y te dejaré allí varado en medio de la nada hasta que te congeles.

La amenaza no era en vano. Con un gesto de entero reproche, Klaus se hizo el ofendido, viéndole abandonar la mansión con destino incierto.

Bueno. Al menos no había dicho nada sobre volver a esconder al maniquí.

¿Cierto?

Era un riesgo que merecía la pena correr de vez en cuando.

Porque solo número Cinco tenía el poder de despertar en él sensaciones mucho más fuertes y electrizantes que la droga.


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