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Querido amigo por Cris fanfics

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Era un día lluvioso y oscuro cuando aquella mujer vestida íntegramente de negro vino a recogerme a la guardería.

Me sacó del edificio y, antes de subirme al auto que me llevaría al lugar que a partir de entonces sería mi nuevo hogar, me dijo:

— Lo siento, pequeño, tus padres se han ido.

Me quedé perplejo, sin saber cómo responder a eso. ¿Cómo iba a saber qué decir si ni siquiera entendía lo que estaba pasando?

Me viré y vi a mi profesora despidiéndose de mí. Antes de poder devolverle el gesto, la otra mujer cogió mi pequeña maño y me guió hasta la parte trasera del coche. Me ayudó a subir, me colocó el cinturón de seguridad y se sentó a mi lado. Momentos después el conductor puso en marcha el vehículo.

Mientras veía el paisaje pasar a través de la ventanilla noté como la mujer me observaba fijamente.

Me giré hacia ella y le pregunté:

— ¿Dónde están papá y mamá? ¿Vamos a verlos?

La mujer me dirigió una mirada que nunca había visto en nadie: sus ojos reflejaban lástima. En aquel momento no sabía siquiera el significado de la palabra “lástima”, pero aún así me sentí inquieto.

Ella respiró hondo y cerró los ojos. Cuando volvió a abrirlos me parecieron fríos, no reflejaban ninguna emoción, como si hubiese puesto un muro entre sus pensamientos y el resto del mundo.

— No, no vamos a ver a tus padres, Jordan. Se han ido. Pero vamos a dejarte con unas personas que te cuidarán de ahora en adelante. ¡Y podrás hacer un montón de nuevos amigos! —eso último lo dijo mientras me sonreía de oreja a oreja, pero su optimismo contrastaba con el tembleque de su voz.

— ¿Qué quieres decir con que se han ido? ¿A dónde han ido? —pregunté al borde del llanto.

Ella hizo una larga pausa, probablemente pensando en cómo responderme, pero tardó demasiado y empecé a llorar.

— Tranquilo, tranquilo…. —me dijo mientras me acariciaba el hombro tratando de calmarme.

—¡¿Dónde está mamá?! —sollocé a voz de grito mientras empezaba a moquear.

La mujer intentó calmarme, pero yo ya no le prestaba atención.

Me sentía indefenso. Quería ver a mis padres.

Ella se aflojó el cinturón, se acercó a mí y me abrazó. Poco después movió su mano hacia mi cabeza y empezó a acariciar mi pequeña melena.

— Tus padres no van a volver… —me susurró al oído— pero tranquilo, no vas a estar solo. Te lo prometo. No vas a estar solo.

En ese momento no me di cuenta, pero tiempo después —al acordarme de aquel largo trayecto que nos llevó a las afueras de la ciudad— caí en la cuenta de que ella también empezó a llorar cuando me dijo aquello.

Pensándolo con retrospectiva… la mujer era bastante joven, dudo que tuviera demasiada experiencia en este tipo de cosas.

Aunque, realmente, ¿puede uno llegar a acostumbrarse a las desgracias ajenas como si fueran algo cotidiano sin perder parte de su humanidad?

**********

No recuerdo en qué momento me quedé dormido. Era ya de noche y la lluvia había amainado cuando el coche se detuvo. La mujer había abierto la puerta, despertándome a causa del repentino frío que entraba del exterior.

— Jordan, hemos llegado.

Bajé del coche y miré a mi alrededor. A causa de la lluvia y la ausencia de carretera, las ruedas del coche estaban llenas de barro. El aire era más limpio y fácil de respirar que en la ciudad de la que habíamos venido y, a excepción del camino embarrado y el gran caserón en frente nuestra, todo estaba rodeado de árboles.

Nos acercamos a la entrada del edificio, dónde nos esperaba un anciano bajito y rechoncho con ojos rasgados y una sonrisa amable en el rostro y una adolescente de no más de catorce años bastante más alta que el señor mayor que la acompañaba.

— Buenas tardes, ¿es usted el señor Astram Schiller?

— Sí, soy yo, y usted es la señorita Victoria ¿verdad? Mi hija habló con usted esta mañana por teléfono.

Antes de que ella tuviera oportunidad de responder, el anciano continuó hablando.

— Oh, ¿y tú eres el pequeño Jordan?

Asentí.

— Encantado de conocerte, a partir de ahora este será tu nuevo hogar.

Como única respuesta me limité a bostezar. A pesar de haber estado durmiendo casi todo el día me sentía muy cansado.

— Disculpe…

— Perdóneme, señorita Victoria. Pasemos; dentro podemos empezar con los trámites mientras tomamos una taza de té —nos invitó a entrar.

Limpié mis zapatos en el felpudo y observé vagamente el lugar. El gran recibidor que se extendía ante mí tenía un par de puertas a cada lado; al fondo, en los laterales, habían dos escaleras que subían a un segundo piso y bajo estas, centrado, se encontraba el portón en arco que llevaba al comedor.

Nos internamos por una de las puertas de la izquierda, que nos condujo a un gran pasillo con muchas habitaciones que se me hizo eterno de recorrer.

Cuando ya habíamos avanzado una buena parte del corredor, la adolescente pareció darse cuenta de que me estaba quedando dormido de pie.

— Padre, Jordan parece estar muy cansado, ¿podría llevarle a descansar?

El señor Schiller pareció reparar en ello también.

— Claro, claro. Ah, y Aquilina —nos interrumpió cuando estábamos a punto de marcharnos—, dile a Xavier que hoy no podré leer con él, deséale buenas noches de mi parte.

— De acuerdo, padre.

Dimos la vuelta, fuimos al comedor —dónde tomé una cena frugal—, pasé a un baño que parecía ser para las visitas y subimos las escaleras. La segunda planta tenía una estructura similar al pasillo anterior, pero era aún más largo y tenía un mayor número de habitaciones.

Aquilina se detuvo en frente de una de las puertas, que se encontraba casi al final del corredor, y la abrió con delicadeza.

Dentro había un niño de mi edad sentado con las piernas cruzadas en la cama superior de una litera, leyendo un libro con plegables del sistema solar.

Al oír abrirse la puerta se sobresaltó y giró la cabeza en nuestra dirección con la delicadeza de un cervatillo.

Nunca había visto a alguien con unos rasgos como los de él. Era pelirrojo, tenía la tez pálida y, lo que más me gustó desde el principio, unos ojos de color verde oscuro con un ligero tono apagado.

— Hola, Xavier.

— Hola, hermana, ¿dónde está padre? Me dijo que vendría a leer conmigo.

— Hoy no va a poder venir, está ocupado, me ha dicho que te vayas a dormir ya.

De repente, él pareció reparar en mí.

— Hola, ¿cómo te llamas?

— Jordan —respondí tímidamente.

— Yo soy Xavier. ¿Vas a ser mi compañero de cuarto?

No fui yo quien respondió a su pregunta.

— Sí, él va a ser tu compañero. Pero ya hablaréis mañana, que está muy cansado y ya es tarde.

— De acuerdo.

— Tu cama es la de abajo, Jordan. Cualquier problema que tengas dícelo a Xavier. Mañana te enseñaremos el orfanato y conocerás al resto de niños.

Yo solo asentí mientras me metía en la cama.

—Buenas noches —se despidió Aquilina, apagando la luz y cerrando de nuevo la puerta.

—Buenas noches —respondió Xavier.

Yo no tuve fuerzas para decir nada. Una vez acurrucado entre las sábanas no tardé en quedarme profundamente dormido; cayendo en un sueño sin imágenes ni sonidos, solo pura nada. Y esa nada alimentó mi sensación de soledad e hizo que un pensamiento rebotara en mi cabeza una y otra vez.

«Mamá, papá… ¿Por qué me habéis dejado solo?»


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