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Todos aman a Light, Parte II: El Caso Beyond Birthday por Camila mku

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Las luces azules y rojas de las patrullas de policía titilaban. Light se acercaba a la escena del crimen. Estaba en el asiento trasero de un taxi que Akemi había pagado únicamente para que lo llevara hasta ahí.

El chofer detuvo el auto, y Light se tomó unos segundos para mirar por la ventanilla el aspecto de la casa donde había ocurrido el homicidio. Era una casa como cualquier otra, aunque vieja y algo deteriorada por el paso de los años. Sin embargo, dado los sucesos recientes Light no dejaba de pensar que el aspecto que irradiaba era, más bien, lúgubre.

—Gracias —le dijo al chofer, y bajó del auto con tranquilidad.

Lo primero que observó fue que la policía había dejado las patrullas estacionadas en el jardín frontal. Había dos auxiliares tomando muestras mientras los técnicos fotografiaban todo lo que veían. Light empezó a caminar por la parte frontal del patio.

—Yagami, es un gusto verlo de nuevo —saludó el comisario de la jefatura al verlo entrar al jardín por el portón.

—El gusto es mío, Komoto —le dijo Light estrechándole la mano. Komoto era el comisario principal de la jefatura de Kanto y también era un hombre mayor, por lo que Light le hizo una sutil reverencia al saludarlo—. ¿Han encontrado algo diferente a los informes que estaban en el portafolio? —Cambió de tema, y desvió la mirada hacia la casa.

—No mucho —contestó el comisario con desánimo—. El equipo ha estado trabajando duro desde temprano y encontraron algunas fotos, una cámara, algunos documentos y papeles que quizá te sean de ayuda.

Light asintió.

—Gracias, Komoto. Iré a inspeccionar yo mismo —dijo amablemente y se retiró con otra sutil reverencia.    

Light siguió caminando por el sendero que daba a la entrada principal de la casa. Cuando subió las escaleras del porche notó que la policía había pintado con blanco unas huellas de pisadas en los escalones. Eso hizo que decidiera caminar con cuidado de no pisar nada.

Dio un vistazo general a la entrada. A simple vista tenía el aspecto de una casa común y corriente. Estaba hecha de madera, algo ajetreada por el paso del tiempo. El patio del frente tenía el césped cortado a la perfección. Las copas de los árboles habían sido podadas. Había un cantero lleno de flores en una esquina cerca de las rejas. Light percibió que, en vida, Watari había sido un hombre muy dedicado y detallista; un amante de la naturaleza quizás.         

Entró al fin al interior de la casa. Nuevamente vio las huellas de pisadas marcadas con blanco en las escaleras que continuaban hacia el segundo piso. Subió con cuidado mientras procuraba sostenerse de las barandillas. Cuando atravesó el pasillo vio muchas fotos de niños colgadas en la pared; niños en un jardín, niños en una plaza, niños interactuando entre ellos, niños leyendo, niños sonriendo… «¿Por qué había tantas fotos de niños? », pensó, «¿qué relación tenía con ellos?».

Se le hizo extraño que, habiendo sido detective, Watari tuviera algo que ver con niños. Enseguida sacó el anotador del bolsillo de su chaqueta, agarró la lapicera que había dejado en el anillero y escribió a toda velocidad: revisar quiénes son los niños de las fotografías y qué relación tenía Watari con cada uno de ellos.

Luego de atravesar el pasillo entró en una habitación; al parecer se trataba del cuarto de Watari, porque era espacioso y había una cama matrimonial en el centro. Comenzó a revisar el lugar de principio a fin. Encontró álbumes enteros de fotos en una repisa y adentro de una mesa de luz. También halló una portátil escondida en el cajón de un armario. Light arrugó el entrecejo. La agarró y se la llevó debajo del brazo mientras buscaba el cargador. Más tarde, cuando llegara a casa, inspeccionaría a fondo lo que había adentro de esa computadora.

A Watari lo habían matado dentro de su habitación. La pintura blanca que había usado la policía para remarcar las pistas en la casa había sido usada para bordear la forma de un cuerpo sobre las maderas del cuarto. Light se quedó mirando la figura por un instante. Según los reportes de la policía, el cuerpo había sido encontrado bocabajo y con más de diez puñaladas en la espalda.

«¿Quién sería capaz de hacerle semejante atrocidad a un anciano indefenso?», pensó Light, pero la voz de uno de los auxiliares del caso lo hizo salir de sus cavilaciones.

—Light, ¿qué hacemos con el resto de las cosas? —le preguntó un muchacho joven, con la cabeza asomando por la rendija de la puerta.

Light parpadeó.

—Llevémonos todo —ordenó—. Quiero que esta casa quede vacía. No estoy dispuesto a perder ni una sola pista —confesó con rostro ensombrecido—. Que todas las pertenencias de ese hombre estén dentro de las bolsas, y encintadas.

El muchacho asintió.

Light agarró el álbum de fotos y se lo llevó debajo del brazo. Miró su reloj de muñeca: Takada aún no había llegado. «Con suerte haya aprendido la lección y abandonó el caso», pensó Light y continuó con el desalojo.

Cuando el sol asomó en el horizonte y la noche se hizo presente, el equipo entero ya había juntado la totalidad de las cosas hasta dejar la casa vacía. Era hora de dar el siguiente paso: ir hasta la morgue para ver el cadáver.

Light despidió al resto del equipo y volvió a tomarse un taxi, pero esta vez no fue solo. Su mejor fotógrafa iba con él. Se trataba de Namupa, una muchacha joven a quien siempre escogía cuando debía ir a la morgue porque, de todo el equipo, Namupa era la menos impresionable.

Hablaron poco y nada durante el trayecto. Light estaba demasiado concentrado intentando unir las pistas para llegar a alguna respuesta acerca del caso. A los pocos minutos de estar viajando por la aglomeración del centro de la ciudad, habían llegado a la cámara funeraria.

Bajaron del auto y Light le agradeció al chofer. El halo anaranjado del atardecer los acompañó en todo el trayecto hasta que entraron en la morgue. Juntar pistas después de un homicidio era el trabajo que menos le gustaba hacer; era tedioso y agotador y prefería que sus auxiliares se encargaran, pero dado que su auxiliar era Takada creía que lo mejor fuera que todo lo hiciera él mismo, para evitar errores.

Cuando atravesaron la entrada del edificio fueron atendidos por una secretaria que los llevó con el doctor Tokemi. Debieron esperar unos segundos para que el hombre les permitiera pasar a la cámara refrigerada.

—Adelante, Yagami —le dijo, y Light ingresó a la sala junto a Namupa.

El forense abrió el cubículo refrigerado donde guardaban el cuerpo y lo llevó hasta una camilla en el centro de la habitación. Light le echó un vistazo de reojo a Namupa. Sabía que era una muchacha que no se asustaba fácil, pero cuando el hombre despojó al cuerpo de la manta, Light percibió cómo ella se tensaba al ver las puñaladas.

—Se conservó en perfecto estado —anunció el forense. Hacía tanto frío ahí adentro que cuando hablaba despedía vapor por la boca—. Hasta ahora no ha habido ningún pariente o amigo que preguntase por él —dijo, elevándose de hombros.

Light inspeccionó el cuerpo con detalle. La piel blanca, la cara intacta… Todo se conservaba en perfecto estado a no ser por el torso: los agujeros de las puñaladas eran demasiado profundos; tanto que habían llegado a perforar los órganos. Light intentó adivinar qué tipo de cuchillo habían usado para hacerlos y recordó que ni él ni ninguno de los oficiales habían encontrado un cuchillo adentro de la casa.

Continuó observando el cuerpo con detalle y le pidió a Namupa que tomara fotos. Se detuvo en un signo que no había visto y tampoco había sido fotografiado cuando inspeccionó el portafolio del caso.

—Fotografía esto —le pidió a Namupa, y ella se apresuró en hacer lo que Light le ordenaba.

Se trataba de un código alfanumérico, una especie de tatuaje…

…………………………………….

—¡Anda, vamos ya! No me hagas tener que llamar a tu padre —le ordenó Takada a Masaru.

—No me atraparás —dijo él y empezó a correr por el cuarto a toda prisa. La toalla que lo cubría se cayó al suelo y el pequeño quedó con sus partes a la vista.

Takada bufó.

—¿Así vas a recibir a tu niñera? —le preguntó, ya cansada.

No dejaba de ver la hora en el celular. La inspección de la casa donde había ocurrido el homicidio era ese día y ya se había atrasado media hora. Le preocupaba que Light se lo dijera a Akemi, y hasta podía estar segura de que en ese instante Light estaría contando cronométricamente cuánto se estaba tardando.

—Mami, mira —dijo el pequeño, y empezó a hacer caras graciosas.

Takada se hubiese descostillado de la risa si la situación hubiese sido otra. Pero esta vez estaba en apuros.

—¡Masaru, ponte los pantalones de una buena vez! —ordenó, y escuchó que el timbre de la puerta principal empezaba a sonar con fuerza.

Takada bajó las escaleras y, bufando con hastío, abrió la puerta.  

—Lamento la tardanza, señora Kimoyi —le dijo Kanah en un susurro. Había usado un tono de voz infantil, como si pensara que iba a regañarla.

—No pasa nada —dijo Takada rápido—. Tengo prisa, Kanah, y no he logrado vestir a Masaru. ¿Podrías hacerlo por mí esta vez, por favor? —Desde donde estaban se podía oír las risotadas que soltaba el niño desde el segundo piso.

Kanah asintió. Entonces, Takada agarró su bolso y salió trotando de la casa con este debajo del brazo.

No dejó de ver la hora ni por un segundo en su celular. Se subió al auto y condujo hasta la vivienda del inglés. Fue tan rápido que estaba segura de haber cometido alguna multa. Cuando finalmente llegó, ya con una hora de atraso, vio que había solo tres policías y un fotógrafo. Buscó el auto de Light con la mirada, pero no lo ubicó por ninguna parte.

Se bajó y fue a hablar con uno de los oficiales.

—Hola, qué tal —lo saludó. El hombre levantó la mirada y le sonrió—. Soy una de las detectives auxiliares del caso. ¿Sabes dónde está el resto del equipo?

—Acaban de irse —dijo sin más.

Takada reprimió un insulto.

—¿En serio? —preguntó, incrédula—. Pero apenas pasó una hora.

El oficial se elevó de hombros.

—Escuché que el encargado del caso tenía prisa por ir a la morgue y ver el cadáver. —Takada quedó en silencio por un instante. Reprimió la ira y desvió la mirada.

—¿Qué le costaba avisarme por mensaje? —preguntó, pensando en voz alta.

—¿Qué? —preguntó el hombre, sin comprender.

—Nada, nada… Estaba pensando —se apresuró a decir—. ¿Entonces están en la morgue? —El sujeto asintió—. De acuerdo. Iré a ver adentro qué estuvieron haciendo.  

Respiró hondo y empezó a caminar hacia el interior de la casa, pero el oficial la detuvo.

—No vaya, ese lugar quedó vacío. Se llevaron todo para sacar las huellas dactilares.

Takada se lo quedó mirando con cara de pocos amigos. Quiso insultar, pero no precisamente al hombre que tenía adelante. Caminó de regreso al auto y, en vez de ir hacia la morgue, fue directo hacia el departamento de detectives de Tokio.

……………………………………………………..

Elle estaba sentado sobre su cama, con las rodillas pegadas al pecho y los brazos entrelazados, como se sentaría un niño. Intentó reír ante la ironía que le causaba ese pensamiento: como un niño…, pero no lo logró. No podía reír, ni llorar, ni siquiera hablar. Estaba tan consternado con lo que había escuchado que no se creía capaz de demostrar ningún sentimiento. Se sentía vacío, oscuro, seco, hueco...

Jamás en su vida había pensado que algún día recibiría una noticia tan trágica como esa. Creyó que, con la vida pacífica que siempre había tenido Watari, él llegaría a gozar de una vejez larga y feliz.

Watari había sido el hombre más bueno y amable que Elle había conocido. Le había salvado la vida cuando lo encontró en una calle de Londres en pleno invierno y él con apenas ocho años, habiendo escapado del retorcido de Lester. Lo había llevado a su casa, le había dado un techo donde vivir, comida, disciplina, educación… Le había dado un hogar, algo que Elle no creyó que volvería a tener luego de que esos hijos de puta mataran a sus padres.  

Y ahora él ya no estaba. Nunca más volvería a ver a Watari, se lo habían arrebatado tal como habían hecho con sus padres biológicos. Volvía a sufrir otra pérdida… 

Elle comenzó a respirar con agitación. Sentía que el corazón le palpitaba tan rápido que saldría disparado por su garganta. Intentó calmarse, pero una furia interna empezó a encenderlo.  

Escuchó que tocaron a la puerta de su cuarto. No respondió, tenía la garganta cerrada de la bronca y no podía hablar. Cuando levantó la mirada vio que Grace asomaba la cabeza por la rendija de la puerta.    

—¿Estás bien? —quiso saber.

Lucía muy preocupada. No quiso acercarse demasiado a él para no invadir su espacio. Había trabajado en esa clínica por más de cinco años y conocía muy bien a todos los internos, y sobre todo a Elle, con quien había llegado a compartir una amistad muy profunda. Sabía que cuando algo le afectaba era mejor dejarlo solo, pero esta vez no se trataba de cualquier cosa: había muerto su padre adoptivo y no podía hacer como si nada.

Elle agachó la mirada. Se pasó una mano por el cabello y exhaló hondo.

—Elle… —insistió Grace. Esta vez había entrado al cuarto con cautela. Las luces estaban apagadas y ella no se atrevió a encenderlas. Creyó que él habría estado llorando y la oscuridad lo ayudaba a sentirse protegido.

Caminó hasta llegar a la cama y se sentó a su lado.

—No… —susurró demasiado bajito. Negó fuertemente con la cabeza—. No estoy bien, Grace. —La luz de la luna que entraba por los cristales de la ventana del cuarto ayudaron a Grace a ver las lágrimas que asomaban en los ojos de Elle.

Más y más lágrimas empezaron a caer y Elle se preocupó por limpiarlas con sus puños para no mostrarse así frente a ella. Grace sintió tanta pena por él que se le abalanzó y lo abrazó con todas sus fuerzas.

—Tranquilo, estoy aquí —le dijo para intentar calmarlo, pero sabía muy bien que esas palabras no lograrían nada. No era ella a quien Elle deseaba ver en ese momento, con vida, en su cuarto y abrazándolo. Pero era todo lo que, como amiga, podía hacer por él en ese momento.   

Se quedaron un buen rato así, abrazados, hasta que Grace sintió que el llanto de Elle disminuía; sus hombros habían dejado de moverse de arriba abajo con frenesí, ahora permanecía tranquilo.

Ambos se mantuvieron en silencio, las palabras sobraban en un momento así. El canto de los grillos del otro lado de la ventana lo ayudaron a recobrar un poco la cordura en medio de tanta agonía.

Tomó distancia del abrazo con Grace y volvió a fregarse los ojos con los puños. Los tenía rojos, cansados, desenfocados…

—Grace, necesito estar solo —le dijo con voz lacrimosa y sin atreverse a mirarla a los ojos.

Grace asintió con lentitud y no protestó. Se incorporó lentamente y, antes de irse, le sujetó una mano con delicadeza y le susurró:

—Estaré aquí para lo que necesites. —Le sonrió levemente, caminó hacia la puerta y salió fuera del cuarto.

Elle miró de reojo hacia el costado. La cama de Jordan estaba vacía y así se quedaría por un buen tiempo. Su compañero de cuarto se había escapado de la clínica. Según le había contado Grace, los médicos dijeron que no había soportado los síntomas de la abstinencia y se había fugado esa misma tarde. Cuando Elle se enteró, soltó una risa que le había servido para fingir su desconsuelo. Jordan había dejado la mitad de sus pertenencias dentro del armario que compartían en el cuarto, y entre sus cosas había olvidado una maleta. Justo lo que a Elle le faltaba. Pensó que sería buena idea usarla para meter sus cosas ahí y comprar un vuelo online a Kanto lo más pronto posible. Tenía la necesidad de ver el cadáver de Watari con sus propios ojos. Debía hacerlo.  

De repente, sintió que su celular vibraba en el bolsillo de sus jeans. Lo sujetó y vio la pantalla: era un número desconocido. Enarcó una ceja, y atendió:

—¿Diga? —La señal iba y venía de manera interrumpida. Podía escuchar que alguien respiraba del otro lado pero permanecía en silencio—. ¿Hola…? —insistió a pesar de la interferencia.

Nada. Colgó y arrojó el teléfono sobre el acolchado de la cama. Se pasó una mano por la frente. Se sentía algo mareado y con un dolor de cabeza fuertísimo; tenía ganas de acostarse y no despertar jamás. Pero eso no le impidió que se levantara a encender la luz. Caminó hacia el armario y sacó la maleta de Jordan. Comenzó a guardar sus cosas: pantalones, remeras, zapatillas… Se llevaría todo. Usaría sus ahorros para sacar un vuelo a Japón al día siguiente, no podía andar perdiendo tiempo.

Después de que guardara la última prenda, su celular empezó a vibrar otra vez. Lo sujetó y vio que era el mismo número de hacía un rato. Suspiró.

—¿Hola? —preguntó, esta vez con hartazgo.

—Si me vuelves a colgar te destriparé como a un pescado —dijeron del otro lado. Era una voz computarizada, así que le fue imposible descifrar si se trataba de un hombre o de una mujer.

Elle se quedó entumecido durante una fracción de segundo. Escudriñó la mirada y rio.

—¿Qué? —preguntó con una sonrisa—. ¿Quién carajo eres, perdedor?

Escuchó que del otro lado también sonreían, pero de manera macabra.   

—Veo que te enteraste de que tu padre adoptivo acaba de morir… —Elle abrió los ojos como platos. La sonrisa en su rostro se había borrado de golpe, y le costó varios segundos salir del trance—. Una verdadera lástima —continuó diciendo—, tal vez si hubieses estado a su lado todo este tiempo esto no habría pasado. Pero, ¿quién soy yo para opinar? —Y rio de forma que Elle sintió maquiavélica—. Seamos honestos, Elle, nunca fuiste un buen hijo después de todo. Siempre abandonas a las personas. ¡Te importa un carajo! —gruñó.

Elle pareció caer en un trance. Sabía su nombre. De repente olvidó que estaba en un cuarto, en una clínica de rehabilitación, en Londres. Sus pensamientos iban tan rápido que apenas podía respirar.  

—¿Quién… mierda… eres? —preguntó, ya con la sangre helada del espanto y a punto de perder todo deje de conciencia. Sus ojos miraban en todas direcciones mientras pensaba más rápido que nunca.

Las sonrisas del otro lado se habían ido. En cambio, la voz se escuchó lúgubre.

—Cuando te fuiste, mi infancia se volvió un infierno… Me abandonaste, y ahora voy a hacer que tu vida se vuelva una verdadera pesadilla —rio—. Y sí… yo maté a Watari. —confesó—. Nos veremos pronto, Elle —le dijo, y colgó.

El titileo de la llamada empezó a sonar fuerte, pero Elle estaba demasiado ido como para reaccionar.

«¿Qué mierda fue todo eso?»,pensó mientras se dejaba caer sobre la cama.

El asesino lo conocía.

Había matado a Watari por venganza.

………………….

Light había entrado en su oficina luego del día agobiante que había tenido que atravesar. Tanto ir de aquí para allá le había agotado las fuerzas. Dejó la carpeta con las pruebas sobre su escritorio para revisarlas el lunes, ni bien llegara al trabajo. Al resto de los objetos que habían extraído de la casa del inglés los había guardado en un depósito bajo seguridad.

Estaba cansado, ya eran las ocho de la noche y era viernes. Necesitaba ir al bar por un trago y olvidarse de todo durante el fin de semana. Estaba cerrando la puerta de su oficina cuando vio a Akemi caminando por el pasillo, dirigiéndose hacia él.

—¿Podemos hablar un momento, Light? —le pidió, y Light sin comprender asintió y lo siguió hacia su despacho. Cuando estuvo a punto de atravesar el umbral de la puerta, vio a Takada saliendo de la oficina de Akemi. Lo miró de arriba abajo, fulminándolo con sus pupilas. Light sumó dos más dos y entendió perfectamente de qué iría la charla—. Siéntate, por favor —le pidió Akemi con amabilidad y Light así lo hizo—. Takada me ha dicho que has estado poco colaborador con ella últimamente —soltó, y aguardó por una respuesta.

Light enarcó una ceja. Sintió algo de incomodidad y, al final, dijo:

—Bueno, es difícil contar con alguien que llega tarde a la primera inspección.

—Takada me contó que tuvo problemas con la niñera esta mañana y que a eso se debió su tardanza —explicó Akemi—. También me dijo que te mandó siete mensajes advirtiéndote que se retrasaría y que no le contestaste ni uno. —Light se removió en la silla, incómodo—. Light, para llevar adelante este caso es necesario que los detectives que están a cargo se comporten como adultos. Si hay una rivalidad personal entre ustedes… eso no me concierne, y espero que sean lo suficientemente maduros para resolver sus problemas personales afuera de la oficina. Mientras estén trabajando bajo mis órdenes voy a pedirles a ambos que dejen eso de lado y que hagan su trabajo como corresponde. Takada es la mejor detective de Kanto y he decido darle el puesto de auxiliar porque no he encontrado a alguien más capacitado que ella para ayudarte. Sé que te gusta trabajar solo, pero este caso exige que trabajen en equipo.

Light se lo quedó mirando mientras sentía que un volcán ardía en su interior.  

 

Salió de la oficina de Akemi sintiéndose irritado. ¡Tenía todo el sentido del mundo que la dejara de lado en el caso! Después de todo, esa misma tarde Takada había demostrado ser una irresponsable al ni siquiera haberse presentado a la inspección. ¿De qué le servía alguien tan inútil como ella? ¡De nada! ¡No le servía para nada!

Condujo hacia el bar gay al que solía ir los viernes cuando salía del trabajo. Estacionó en el lugar de siempre y eligió la mesa de siempre, la del fondo junto a la ventana. La mesera ni siquiera debió acercarse para preguntarle qué iba a ordenar, fue hasta la mesa con la copa de martini ya lista.

   —Gracias, Amy —le dijo. La muchacha se dio la vuelta y regresó a la cocina. Siempre lo atendía con gusto porque él solía dejarle mucha propina.  

Cuando estuvo a solas, Light sujetó su celular y entró a las redes sociales. Después de estar paveando un buen rato, viendo lo mismo de siempre, decidió meterse en su perfil de Tinder. Hacía tiempo que no lo abría y, cuando lo hizo, fue ametrallado por una cantidad estrafalaria de notificaciones, y la cantidad de mensajes privados que había recibido durante su ausencia era casi la misma.

Sonrió.

Había dejado de usar esa aplicación porque, si bien servía para encontrar sujetos disponibles relativamente cerca de donde él vivía, con el tiempo había descubierto que no se ofrecían para otra cosa que no fuera sexo gratis. Los perfiles siempre aclaraban lo mismo: no busco algo serio, solo amistad, y él odiaba sentirse usado. Así que de vez en cuando entraba a su perfil para ver qué tal el panorama, empezaba a hablar con algún extraño y, más pronto que tarde, perdía el interés y dejaba de responder a los mensajes.

Desaparecía. Al igual que había hecho con Blain.

Blain.

Si odiaba que lo usaran y buscaba algo estable, ¿entonces por qué huía de Blain? Ni él mismo podía responder esa pregunta. Si Takada le había enviado siete mensajes y él se había encargado de eliminarlos sin siquiera leerlos, entonces podía dar fe de que Blain le había enviado más de cincuenta en todo ese tiempo. Y también los había eliminado sin leerlos.   

  Salió inmediatamente de Tinder cuando vio que empezaron a enviarle mensajes después de haberlo visto en línea. Esa noche no quería pensar en Blain, ni en Takada, ni en el caso… ni en nada. Quería beber y no preocuparse ni pensar en nadie más que en él mismo.

Usó el sorbete para revolver lo poco que le quedaba de martini, cuando levantó la mirada y notó que un sujeto en la mesa de enfrente lo estaba observando. Le clavaba la mirada como si no hubiese nadie más ahí.

Light lo miró con detalle y se dio cuenta de que tampoco él podía dejar de mirarlo. Ese tipo tenía el aspecto físico que a Light le gustaba: pelo negro alborotado, piel pálida, tatuajes en los brazos, ojos negros, cuerpo esbelto…

El celular comenzó a vibrar sobre la mesa. Era Blain. Lo estaba llamando de manera insistente, y él no se atrevía a contestar.

Blain era todo lo contrario al tipo de hombre que a Light le gustaba físicamente; era rubio, musculoso y de piel trigueña. Pero por más que lo intentase, siempre acababa volviendo con él. Tal vez fuera porque se sentía seguro a su lado, o porque el hecho de que no fuese su tipo lo hacía sentirse más a gusto. Y es que, con el tiempo, Light había aprendido que “sus gustos” con los hombres nunca lo llevaron por buen camino, así que había optado por escoger hombres que no se parecían en nada a su estándar de sujeto ideal.  

Volvió a levantar la mirada y, esta vez, vio que el hombre no estaba en su mesa.

El bar estaba casi a oscuras, a no ser por las luces de colores. Miró hacia un costado y notó que el sujeto estaba parado justo a su lado.

—Hola —lo saludó aquel, le sonreía. Tenía las manos en los bolsillos de un jean arremangado y vestía camisa blanca.

—Hola —le respondió Light con cortesía, aunque con un poco de distancia, frío y cortante. Dio el último sorbo a su martini.

—¿Puedo invitarte un trago? —le preguntó.

Light sonrió y desvió la mirada.

—¿Estabas esperando que me lo termine para acercarte y hablarme? —retrucó mientras usaba el sorbete para revolver los cubos de hielo que habían quedado en el fondo del vaso—. No gracias, yo me pago mis propios tragos —dijo, y lo miró fijamente a los ojos. Sabía que lo había hecho sentir mal, porque de repente lo había visto perder la confianza en sus ojos. Light adoraba hacerlos caer de esa manera, hacerles sentir que no tenían chances con él, que él era una presa difícil—. Pero si quieres, puedes sentarte —sugirió cuando vio que el sujeto estuvo a punto de dar media vuelta e irse.

Los ojos del hombre, negros e intensos, volvieron a brillar y Light sonrió por dentro porque sabía que era él quien estaba dominando la situación, que era él quien tenía la última palabra.

El sujeto sonrió y tomó asiento frente a Light.

—¿Le sirvo algo? —preguntó la mesera que, una vez más, se había acercado.

—Sí, otro martini para mí —dijo Light de inmediato—. ¿Y tú? —le preguntó.

—Ya veo —dijo aquel—. Prefieres ser tú quien invita, ¿eh? —Y sonrió.

Light enarcó una ceja.

—Definitivamente —le respondió—. Anda, pide tu trago.

—Quiero un vaso de cerveza rubia, bien fría.

«Típico», pensó Light. El hombre sonrió y miró a la mesera, que asintió y volvió a la cocina con la orden.

—Por cierto, me llamo Mako —le dijo cuando volvieron a estar a solas.

—Light —respondió él a secas.

—¿Y a qué te dedicas Light? ¿Qué haces de tu vida? —le preguntó sonriendo y abalanzándose hacia delante para escucharlo mejor, ya que la música estaba estruendosamente fuerte.

Por un instante, Light pensó que sería divertido verlo esforzándose por conquistarlo. Pensó en hacer lo que hacía siempre: mostrarse distante y bostezar mientras el otro hablaba. Expresarse de manera ruda, para asustarlo, y mostrar desinterés en lo que le contaba.

Y eso, por increíble que parezca, parecía volverlos locos a los hombres. Los enganchaba aún más. Pero esa noche Light no estaba de ánimos. De verdad estaba cansado y tenía más ganas de irse a dormir que de otra cosa.  

—Soy detective. Me encanta ver películas como a todo el mundo, me encanta leer como a casi nadie y vivo con mi perro, que se llama Rocco —dijo. Amy había vuelto con una bandeja y les sirvió los dos tragos. El tipo rio desaforado tras escucharlo. Cuando estuvieron a solas, Light sujetó su trago y le dio un sorbo—. Y no tengo que preguntarte nada acerca de ti. Con solo verte ya sé todo.

—¿En serio? —preguntó Mako cruzado de brazos y echándose de manera relajada contra el respaldo de la silla. Sonreía divertido—. ¿A ver? —preguntó con tono provocador.

Light le echó una mirada de arriba abajo antes de hablar, y finalmente dijo:

—Tienes veintitantos… me inclino por veintisiete. Te gustan las fiestas, divertirte, los videojuegos, jugar a la play con tus amigos, que son tan “machotes” como tú, jugar al fútbol, actuar como heterosexual… —Se detuvo y bebió otro sorbo de martini.

Mako empezó a descostillarse de la risa, y Light no pudo evitar observar lo sexy que se veía cuando sonreía. Mako volvió a ponerse serio, o al menos a intentarlo, y bebió un trago de su cerveza.

—Felicitaciones, acertaste en casi todo —acabó diciendo, y lo miró con sus ojos negros brillando, mostrando sus dientes perlados bajo una sonrisa aniñada. Sus brazos tatuados y su aliento a cerveza empezaban a enloquecer a Light, que ya iba por el segundo trago de martini y la ebriedad se estaba apoderando de él—. Pero te equivocaste en una cosa: me encanta coger con hombres, y todos mis amigos y familiares lo saben. No ocultaría algo así. Y aunque lo intentara, todos se darían cuenta. Soy demasiado obvio cuando algo me gusta, no puedo evitarlo —dijo, mirándolo a los ojos. Se acercó un poco más a la cara de Light y, sin pedirle permiso, se atrevió a tocarle una mano.

El tacto se sintió bien. Caliente y abrasador.

Light empezó a ceder. Miró los vellos en el pecho de Mako, su sonrisa aniñada, su mirada lasciva, sus tatuajes, su camisa semi desabotonada. Se quedaron hablando un buen tiempo, casi una hora, y le pidieron más tragos a Amy.

Luego de cinco martinis, Light ya se sentía más que acalorado. Mako, por el contrario, siguió tomando hasta casi perder la conciencia.  

—Estás súper ebrio —le dijo Light, y Mako no lo negó. En cambio, se rio—. ¿En qué viniste?

—Moto —respondió él sin parar de reír a carcajadas. Se reía de cualquier cosa.

—Típico. —Y esta vez sí lo dijo en voz alta—. Le pediré la cuenta a la moza y te llevaré a tu casa —ofreció Light y llamó a Amy con un gesto de la mano.

—¿A mi casa? —preguntó Mako—. ¡Claro que no! Me dejarás ahí y nunca más volveré a verte. Vamos a ir a tu casa —propuso, en cambio. Light rodó los ojos—. Yo sé poco y nada de ti, y tú supones todo de mí… ¿por qué no pasamos la noche juntos y terminamos de conocernos?

—Ni muerto —dijo Light cruzándose de brazos—. Uno, porque estás súper ebrio, y dos, porque ¡oh, olvidé decírtelo! También se nota a kilómetros que estás en pareja.

Cuando soltó esa bomba, Mako abrió los ojos como platos.

—¡Carajo, Light, das miedo! ¿Eres brujo o qué? —dijo sonriendo y acabándose la cerveza—. Ya dejémonos de esta charla sinsentido. Quiero coger. Larguémonos de aquí.

Sexo fácil. Mako era el típico sujeto de una noche y nada más. No había más que eso detrás de esa sonrisa gamberra. Le excitaba y, al mismo tiempo, le desagradaba, le repelía. Era un tipo común y corriente, como cualquiera. Hueco, completamente hueco.

Light bebió el último sorbo de martini.

—Estoy de acuerdo —dijo al fin. Y cuando Amy se acercó a la mesa, y a pesar de las insistencias de Mako por pagar su parte, Light decidió pagar todo. Adoraba ser el dominante de la situación.

Debió ayudarle a Mako a caminar en línea recta hasta el auto, porque no dejaba de tambalearse.

—¿Esa es tu motocicleta? —le preguntó, y Mako asintió—. Dejémosla ahí. En serio, te ves mal. Voy a llevarte a tu casa.

Subieron juntos a su auto y, ni bien Light pisó el acelerador, Mako comenzó a tocarlo. Light reía mientras sentía cómo le acariciaba su entrepierna y besaba su cuello.

—Es acá —dijo Mako luego de que condujeran un rato por el centro de la ciudad. Light estacionó el auto frente a un departamento al que apenas le prestó atención—. Ven aquí —le dijo Mako con lujuria y agarró a Light del cuello de la camisa—. Quiero chapártela —le susurró al oído, y Light no se negó. Sonrió y dejó que le quitara el cinto de manera seductora.

Le bajó la cremallera lentamente mientras él se acomodaba de espaldas contra la puerta del conductor. La luz de la calle era muy tenue, casi ni se veían las caras.

Mako era un experto en lo que hacía. Se la chupó lento, y bien. ¡Joder que era bueno!

—Ven, vayamos a mi cuarto —le dijo, jalando a Light del brazo—. No está mi novio ahí.

Light volvió a subirse la cremallera. Quiso hacer de cuenta que el hecho de que Mako estuviese de novio no le afectaba, porque ni siquiera se conocían, pero no pudo evitar sentirse usado y, de repente, toda la calentura que tenía se había apagado.  

Mako salió del auto y se puso a buscar las llaves de la puerta en sus jeans. Se dio la vuelta cuando escuchó que Light había encendido el motor.

—¿Qué haces? —le preguntó desorientado desde la entrada de su departamento.

Light sonrió de lado desde la ventanilla del auto.

—Lo siento, cariño —dijo—. No cojo con gente en pareja. —Pisó el acelerador y se perdió con su Lamborghini en la oscuridad de la avenida.

………………………………………..

Había sido duro para Grace no interactuar con Elle desde hacía dos días, pero recordó las palabras que él le había dicho aquella noche: «Necesito estar solo»; debía respetar su privacidad.

La clínica estaba algo alborotada desde la partida de Jordan. Hacía mucho que un interno no huía y los médicos empezaban a cuestionarse si habían sido ellos los que hicieron algo mal como para que Jordan acabara yéndose así. Pero ese no era el caso, Grace sabía muy bien que había personas que no soportaban el período de abstinencia, y a veces ni la medicación servía para ayudarles.

Desde la partida de Jordan el ambiente ahí adentro se sentía tenso, y mucho más tenso estaría siendo para el pobre de Elle con lo de la muerte de su padre.

Grace respiró hondo mientras veía la portada del nuevo libro que acababa de entrar. Todas las semanas llegaban libros adentro de cajas de cartón y el trabajo de Grace era ingresar el código de barra de cada uno al sistema de la computadora principal de la biblioteca.

Justo en ese momento tenía en sus manos un libro de suspenso…. Leyó la sinopsis en la contratapa y pensó que era justo ese tipo de novelas que le gustaban a Elle. Pensó que seguramente, si se lo diera, lo ayudaría a distraerse un poco. Así que no esperó más y caminó con prisa hacia el cuarto de su mejor amigo.

Tocó a la puerta tres veces y nadie respondió. Tocó otras tres veces y nada. Insistió, pero parecía que no había nadie adentro. Cuando se dio cuenta de que la puerta estaba abierta, se metió a la recámara y, en efecto, no había nadie.

Grace arrugó el entrecejo. No había visto a Elle por ninguna parte ese día y, ahora que se detenía a pensar, tampoco había ido a almorzar junto a los demás internos. Grace había pensado que seguramente fuera porque estaba demasiado deprimido y probablemente quisiera estar solo, pero pensó todo lo contrario cuando se acercó al armario y vio que la ropa de Elle no estaba.

—¡Mierda! —gruñó. Había huido.

………………………….

La maleta estaba tan pesada que se le hacía complicado llevarla mientras caminaba cuesta arriba. Había estado viajando en bus desde temprano. Agradecía que en Londres el clima fuera siempre mayormente nublado porque, de lo contrario, estaría todo transpirado.

Había llegado. Soltó la maleta y miró por detrás de las rejas negras: era la Wammy´s House, tan sofisticada e imponente como la recordaba de niño. Hacía doce años que se había ido de ese lugar para mudarse a Japón junto a Watari, y en ese momento podía jurar que se veía como siempre.

Encontró el timbre a un lado de la reja y apretó el botón.

—¿Diga? —preguntaron del otro lado.

Elle descifró la voz casi enseguida.

—Hola, Roger —dijo, hablándole al micrófono del timbre. Sabía que también tenía una cámara y que Roger podía verlo—. Soy Elle.

La reja se abrió de inmediato y Elle pasó al otro lado, luego se volvió a cerrar. Elle le echó un vistazo al patio de la Wammy, era inmenso. Recordó haber pasado los mejores veranos de su vida en ese jardín, hamacándose en el columpio que Roger había atado a un árbol especialmente para que él lo usara.

Había muchos niños corriendo, sonriendo y jugando entre ellos… Le recordaron los años buenos. En aquel entonces Roger se hacía cargo de él y Watari iba a visitarlo los fines de semana. Se lo llevaba a dar un paseo por la ciudad; iban al cine, merendaban, pasaban una tarde espléndida, como si realmente fueran padre e hijo.

Debió reprimir el sentimiento o se pondría a llorar ahí mismo, y debía ser fuerte… por Roger, porque pensaba que si él se mostraba débil podría causar una conmoción en Roger. Él también acababa de sufrir una pérdida muy grande, Watari había sido su mejor amigo de toda la vida. 

Los niños lo observaban mientras caminaba hacia el porche e ingresaba a la casa. No lo conocían y más de uno lo escudriñó con la mirada. La secretaria lo llevó hasta el despacho de Roger cuando él se lo pidió.

Esperó a que Roger le abriera la puerta y entró a su oficina a paso lento. Elle le prestó atención a la biblioteca inmensa que tenía, con los años parecía haberse agrandado. Luego se fijó en las cortinas bordó, en el ventanal que daba a un balcón, en la alfombra redonda que cubría el suelo de madera, en el escritorio…, y luego se fijó en el rostro de Roger. Estaba ensombrecido.

—Te dieron el alta —dijo Roger e intentó sonreír, pero no lo logró. La tristeza que sentía era perceptible hasta en su voz.

—No —respondió Elle—. Me escapé.

Roger se lo quedó mirando. No reaccionó de ninguna de las maneras que Elle hubiese creído: no pareció decepcionado ni tampoco lo regañó. No dijo nada ni expresó nada. Simplemente asintió con la cabeza.

—Entiendo… Te sientes culpable por la muerte de Quillsh.

Fue como si le hubiese leído el alma. Elle apretó la quijada para retener las lágrimas.

—Sí —contestó con un gemido lagrimoso, apretó los puños con fuerza y desvió la mirada. Odiaba que lo vieran llorar—. Si hubiese estado en Kanto, esto no hubiese pasado. Hubiese podido protegerlo.

Roger negó lentamente con la cabeza.

—No es así —reflexionó—. Ambos sabemos que pasa lo que tiene que pasar. Debía suceder. Es todo —acabó diciendo con la mirada gacha, como si luchara internamente contra sus propias creencias.

Elle recobró un poco de calma y, cuando estuvo listo para soltar la bomba, lo hizo sin medir las palabras, porque sentía que no tenía la claridad mental suficiente como para cuidarse de no decir algo que fuera a herir a Roger, ni tampoco tenía la estabilidad emocional que eso demandaba.

—Roger… —dijo, mirándolo a los ojos con preocupación—. El asesino de Watari me llamó al celular hace dos días.

El rostro de Roger quedó petrificado mientras sus ojos escudriñaban a Elle. El tiempo parecía haberse detenido de golpe.

—¿Qué dices…? —logró decir en un susurro.

—Me llamó y me confesó que él o ella lo hizo. No pude distinguir si era hombre o mujer, estaba hablando con un modificador de voz. Rastreé la llamada por mis propios medios y vi su ubicación. Está en Japón, en la ciudad de Kanto —confesó. Los pensamientos parecían ir y venir en la mente de Roger, pero su postura continuaba rígida y su cara tenía expresión de no creer—. Saqué un pasaje online a Kanto, el vuelo es esta noche.

Roger asintió.

—Cuando vi esa maleta supuse que viajarías a Kanto, pero creí que ibas a ir al velorio, no a intentar resolver el caso tú mismo, que es lo que supongo estás pensando hacer —confesó. Respiró profundo y luego dijo—: Es mejor que avises de esto a la Interpol, Elle.

—No —dijo Elle con obstinación—. Si lo hago, el asesino dejará Kanto y quién sabe adónde escapará. —Tragó saliva. Después de una fracción de segundo, confesó sus verdaderos pensamientos—: Está buscándome, Roger. Quiere encontrarme. Me dijo que yo le arruiné la infancia y que ahora se encargará de que mi vida sea una pesadilla. Esto es una venganza. Pero lo que de verdad me inquieta es que… —Se detuvo y miró a Roger fijamente—: me habló en inglés.

Roger arrugó el entrecejo.

—¿Te habló en inglés?

—Sí —dijo Elle elevándose de hombros—. Y lo habló perfectamente, como un nativo.

Roger pareció meditar en sus últimas palabras.

—¿Qué insinúas? —le preguntó, aunque sabía perfectamente hacia dónde se dirigían los pensamientos de Elle.

—Watari me rescató de la calle de niño y luego me trajo a vivir aquí. Después me fui a vivir a Japón con él. —Roger asintió—. El único contacto que tuve con niños de mi edad o más chicos fue cuando estuve aquí, en la Wammy… y el tipo habla inglés —dijo por último y con obviedad—. Roger, necesito que me digas, uno por uno, el nombre de todas las personas con las que conviví mientras estuve aquí. —Roger elevó una ceja—. Si el asesino me conoce, entonces lo más seguro es que yo también lo conozca a él.

—Viviste aquí desde los ocho hasta los diecisiete —anunció—. Interactuaste con muchísima gente. Habrá más de doscientos nombres en la lista.

Elle lo miró, y asintió.

—Lo sé.

 

       

 

 

   

  

     

    

 

 

      

 

 

   

    


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