Aquella mañana de primavera, en aquel hermoso castillo en las profundidades del oscuro bosque sólo reinaba la tristeza, aquella que sólo es causada por el peor castigo para un hada.
-Está claro que aquí no puedes estar –Dijo la reina de cabellos castaños y ojos dulces.
-¡Pero Alteza, yo no he hecho nada malo! –Replicaba un joven de cabellos rubios y largos recogidos en una trenza y con los ojos tan dorados como los rayos del sol.
-Sabes muy bien que te he prohibido volver a ese lugar, y sin embargo me has desobedecido. No tengo otra elección –Diciendo eso se acercó al muchacho que tan sólo atinaba a agachar la cabeza, logrando con eso cubrir sus ojos llorosos con su largo fleco. Con dolor y tristeza, la reina le quitó el cristal transparente que colgaba de su cuello y las alas del chico dejaron de emitir luz y luego desaparecieron. –Quedas desterrado hasta que logres encontrar tus alas y pruebes que puedes regresar con nosotros, mientras tanto serás sólo un simple humano. Ahora fuera, ve con los que te acogerán.
Al terminar su discurso el joven desapareció de la sala en la que se encontraba dejando sola a la reina que no dejaba de sufrir al apartar al chico de su lado.
-Es por tu bien, espero que lo entiendas –Y la reina derramó sus lágrimas.
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En aquella cabaña en las afueras del pueblo se podían escuchar las bellas notas que emitía el piano, era una melodía simple, pero bella, se podía decir que transmitía alegría e inocencia. Aquel joven de piel blanca, cabello corto y negro, con ojos rasgados y oscuros como la noche movía los dedos con agilidad y elegancia. Al terminar la pieza todo quedó en silencio por unos momentos, hasta los pájaros guardaban silencio para escucharlo tocar, pero cuando terminaba todas las aves continuaban su propia canción como queriendo compartirla con él.
El joven se quedó sentado frente al piano, pero observando el oscuro bosque por la ventana que tenía a su izquierda, algo llamó su atención. A lo lejos vio caer una luz dentro del espeso bosque.
A pesar de ser primavera, las mañanas eran algo frías, así que el joven tomó su abrigo y salió a saciar su curiosidad. Corría hacia dónde había visto caer la luz, al parecer cerca del pequeño lago que se encontraba ahí. Al llegar quedó sorprendido por lo que encontró: Un hermoso muchacho rubio que lloraba de pie a las orillas del lago. No lo sorprendía el encontrarlo ahí, sino el hecho de que estaba completamente desnudo y sin alguien que lo acompañara.
El joven de cabello negro se acercó lentamente al muchacho rubio que seguía llorando tristemente, de pronto el joven pisó una rama seca ocasionando que el muchacho se diera vuelta y lo mirara con curiosidad y algo de miedo.
-¿Estas bien? No te preocupes, no te voy a hacer daño –Dijo el joven cuando vio que el muchacho retrocedía un poco –Hace frio, toma –Le dijo mientras le ofrecía su abrigo-póntelo o te vas a enfermar.
Poco a poco el rubio se fue acercando y de manera tímida tomó la prenda que le ofrecía el moreno –Gracias –Dijo y se puso el abrigo.
-Me llamo Roy Mustang, ¿Cuál es tu nombre? –Preguntó el moreno mientras observaba al delicado muchacho que tenía frente a él, nunca había visto algo tan bello en su vida, el chico parecía de unos quince o dieciséis años cuando mucho, de cabello rubio y largo sujeto en una trenza, sus ojos que parecían de oro brillaban con las lágrimas que amenazaban con volver a salir y su cuerpo pequeño lo hacía verse frágil y, en opinión de Roy, muy tierno.
-Edward –El rubio se sentía curioso por ese hombre que se encontraba de pie frente a él, le inspiraba una tremenda paz y calidez, la sonrisa que en ese momento le regalaba le hacía olvidar lo que había perdido y estaba buscando.
-¿Por qué llorabas? Si me dices a lo mejor te puedo ayudar.
-Estoy buscando algo que perdí.-Dijo muy quedito y agachando la mirada.
-Y ¿qué perdiste? Si no me dices qué es lo que buscas no te podré ayudar a encontrarlo –Dijo tomando a Edward por el mentón haciendo que lo mirara a los ojos.
-Mis alas, debo encontrarlas o no podré volver –Terminando de decir eso comenzó a llorar de nuevo.
-No te preocupes, por el momento vayamos a mi casa, debes tener hambre –Roy estaba confundido, ¿cómo era posible que ese niño estuviera buscando sus alas? ¿Acaso era un ángel? Sin dejar de sonreírle y consolarlo tomó al rubio de la mano y lo condujo a su cabaña.