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Rojo sobre Rojo por Kouryuu Shizuka

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Acababa de responder a una pregunta que el profesor le había realizado, y como siempre, había respondido correctamente.
Ahora volvía a su sitio a sentarse seguida de ciertos cuchicheos
que, en realidad, no tenían nada que ver con ella... sino con la persona que le estaba esperando justo a salir de la institución.
Aunque aun faltaban varias horas para que las clases acabaran, el Rolls Royce de un negro elegante y reluciente estaba allí esperando.
Durante las clases, se acercaban a preguntarle por aquel coche y en que si ella estaría ese día ahí también.
Y no le quedaba otra respuesta más que un rotundo "sí".
Raro sería el día en que ella no estuviera esperando, vigilando las inmediaciones...
Justo al terminar el día, no supo si tener entrenamiento de voleibol era un alivio o un pesar... y cuando comenzó a caminar junto a sus compañeras de clase, estas comenzaron a armar un pequeño revuelo porque la estaban viendo.
Allí estaba.
Justo en la entrada, de pie, con la espalda recta y los brazos rectos, colgados a cada lado del cuerpo.
El traje negro se le ajustaba perfectamente a cada curva de su cuerpo, a excepción de los pantalones, que lucían más holgados a medida que se descendía hasta los pulcros zapatos de un ancho tacón.
A pesar de que su aspecto imponía, también lo hacía la seriedad que reflejaba su rostro. A veces la comparaba con los guardias que hay delante del palacio en Londres; esos soldados a los que si les habla ni siquiera se molestan en mirarte.
A veces se preguntaba si al estornudar se limpiaría con un pañuelo, pero la verdad es que nunca la había visto enferma.
Sólo veía, día tras día, esa seriedad adornada por sus generosos labios, por aquellos ojos grandes y felinos a la vez, de un color gris que causaba escalofríos por la frialdad que poseían y para rematar el conjunto, ese precioso cabello largo negro azabache, que permanecía atado con una gomita a la altura de la nuca, y que siempre algunos hilos de cabello escapaban a la atadura.
Tanto sus compañeras como sus compañeros se habían quedado prendados de su belleza justo desde el primer momento en que la habían visto mientras llegaba a la escuela en el lujoso auto.
- Buenas tardes, Srta. Lorens - saludó la misteriosa mujer, con una leve inclinación, y eso despertó detrás de ella una ovación.
Nyssa era su guardaespaldas, y ella, Mia Lorens, la protegida.
Mia se despidió de sus amigas con una sonrisa y un movimiento de mano, mientras que Nyssa le habría la puerta y podía sentarse justo en el asiento trasero del coche.
Después Nyssa se puso al volante y comenzó a conducir hacia su casa.
Ese trozo del trayecto se le hacía aburrido, puesto que Nyssa no hablaba más de lo estrictamente necesario; siempre estaba encerrada en su silencio, y ni siquiera sus compañeros vigilantes en la casa habían podido escuchar su bonita voz, a pesar de que muchos imaginaban que debía de ser la de un camionero, a pesar de tener la apariencia de un ángel; pero de un ángel caído.
Mia se concentró en ver como los edificios pasaban por delante de ella y en como algunas personas miraban en lujoso coche, y sobre todo comentaba esas ventanas oscuras que no dejaban ver quién iba dentro del automóvil.
De soslayo la estudiante miró a la mujer que conducía y miró directamente debajo de su brazo.
Allí se escondía una pistola que nunca lograba saber ni la marca ni su calibre, pero una vez la vio practicar puntería y se estremeció con tan solamente ver que a la primera bala ya había dado en el blanco.
La verdad es que Mia no entendía por qué su padre le había puesto un guardaespaldas, y cando vio a una mujer lo entendió aun menos.
No es que fuera machista sobre que ese trabajo lo desempeñara una mujer, pero es que ella era una excesivamente joven.
Estaba segura de que podría acudir al instituto con ella si se lo propusiera, o quizá fuera una estudiante de universidad, porque más de 23 años no podía tener.
Y aun así con aquella edad era... guardaespaldas; poseía pistola y una puntería inmejorable.
Daba miedo, pero se sentía protegía.
Mia suspiró y se concentró en el examen que tenía para el día siguiente. Había intentado que una de sus compañeras le ayudara entender justo esa parte de matemáticas, pero no conseguía entenderlo.
Quizá Sven pudiera ayudarla. Ya lo había hecho otras veces, además, era el más amable de toda esa padilla de brutos que estaban a las órdenes de su padre.
Nada más atravesar la puerta de la mansión tuvieron que pasar un control, aun siendo la hija del dueño quien iba en el coche y después el automóvil se desplazó por la carretera que llegaba hasta la entrada. Allí ambas mujeres bajaron del coche y otro hombre se encargó del vehículo.
Entraron en la casa y Mia subió directamente a su habitación para despojarse de su uniforme y cambiarse por algo más cómodo.
Sin embargo, a pesar de que Nyssa estaba a cada segundo con ella, en esos momentos ignoraba donde ella se encontraba.
Varias veces su padre le había explicado que no era una guardaespaldas, a pesar de saber usar las armas de fuego (y más cosas que no le mentó), sino que la considerara como una niñera.
Ese día agarró un berrinche, puesto que con 18 años recién cumplidos, ya no era una niña.
Pero, ¿qué iba a saber su padre? A veces el hombre era una persona completamente desconocida para él. Siempre estaba encerrado en sus viajes por negocios y en sus negocios mismos.
Siempre había sido igual. Desde pequeña sólo había tenido a su madre, quien estaba con ella siempre, hasta que un cáncer se la llevó de su lado y se sintió sola.
La verdad es que era así como se sentía, a pesar de estar la casa siempre llena de gente; de esos guardaespaldas que cuidaban la mansión; que cuidaban a su padre y que la cuidaban a ella.
Pero cuando su padre se fijó en lo bonita que había crecido, decidió apartar a esos gorilas de ella y asignarle una mujer.
Y esa fue Nyssa, quien llevaba con ellos apenas tres meses.
Tres meses en los que Mia había cruzado pocas palabras con ella, y aun nisiquiera sabía su edad, cuando solamente al primer mes, sabía hasta qué número calzaba Sven.
Mia terminó por vestirse con un chándal, que echaba por tierra la elegancia que aquella familia poseía, pero es que estar por casa con esos estúpidos vestidos que su padre a veces le compraba para compensar su ausencia, eran horrorosos.
Después de hacer la tarea en absoluto silencio, se encontró con el problema de su examen, el cual decidió postergar para un poco después.
Primero quería comer algo y ver si Sven podía ayudarla.
Nada más salir de su habitación, una sombra se cernió sobre ella, provocándole un sobresalto.
- ¿Adónde va, señorita?
Mia se dio la vuelta y vio a Nyssa, quien no se había despojado aun de esa ropa oscura.
- Sólo a la cocina, no hace falta que me acompañes, en esta casa hay demasiada vigilancia...
- Es mi trabajo - argumentó sin más ella, y Mia suspiró interiormente.
Tendría que acostumbrarse a eso por el resto de su vida, ¡o más!
Al entrar en la cocina el delicioso olor inundaba la estancia, abriéndole aun más el apetito. Clara, la cocinera latina de la casa, debía de haber vuelto a hacer uno de sus ricos guisos para la cena.
- Pequeña Mia - saludó la mujer con una cálida sonrisa, al ver a la chica entrando al lugar, y después vio a su acompañante, a la que dedicó un ligero inclino de cabeza - ¿Cenará?
- No lo tenía pensando, pero ahora que puedo oler esta delicia, ¡sí! - asintió ella, apoyándose en la encima, mirando una cesta de frutas que estaba llena, y de la cual decidió que uno de esos melocotones sería su postre.
Como siempre, cenó en la cocina. El comedor era algo que nunca utilizaba, excepto cuando su padre estaba en casa, y siempre se sentía incómoda en él.
La mesa estaba situada al lado de una preciosa pared de cristal en forma de arco, desde la cual se podía vislumbrar el exquisito jardín y a varios hombres de negro repartidos a lo largo.
Clara le sirvió la comida con su acostumbrada sonrisa y se paró a ver a la mujer que se había apoyado en una pared, con los brazos cruzados y la mirada seria puesta en los mismos cristales en donde Mia tenía los suyos.
- Señorita Nyssa, ¿cenará también? - era una pregunta en vano, puesto que durante tres meses había venido repitiendo la misma respuesta, pero aun así tenía que intentarlo.
Nyssa solamente negó con la cabeza, sin tan siquiera hablar.
- Clara, ¿y Sven? Tengo algo que hablar con él.
Además de llamar la atención de Clara, también llamó la de la otra mujer.
- Mi niña, me temo que será imposible, tu padre lo reclamó para acompañarlo a uno de sus viajes, seguramente esté de regreso para el fin de semana - informó la mujer con un claro acento latino, a pesar de que se intentaba desenvolverse en el inglés lo mejor que podía.
- ¿Qué? ¡…l era mi última esperanza! Me temo que suspenderé... - Mia dejó caer sus hombros y se levantó para coger el melocotón con desgana.
Caminó a su habitación con esos pasos acompañándola, como siempre y ambas se separaron justo cuando la adolescente se metió a su cuarto.
Nyssa poseía uno justo a su vera, por su seguridad.
Mia se dejó caer en la cama boca arriba y dio un mordisco a su fruta. Debía de intentarlo por ella misma... así que con energías se sentó delante de su escritorio y se dispuso a estudiar esas fórmulas que la llevaban de cabeza.
Aunque dos horas después decidió que era imposible y se distrajo mirando la pared.
- Quizá Nyssa sepa...
Mirando la hora, un poco tarde ya, y con algo de reparo cogió el cuaderno para salir de su habitación con sigilo y llamar a la puerta después.
- ¿Quién es? - la voz sin sentimiento alguno respondió, y ella se puso tensa sin saber por qué.
- Mia...
La puerta de madera blanca se abrió al instante, dejando a la muchacha algo petrificada, puesto que no se esperaba que la recibiese justo así.
- ¿Ocurre algo, señorita?
Pero Mia no podía articular una palabra, perdida en esa piel bronceada que relucía bajo una pequeña luz.
- ¿Señorita?
Por fin, Mia pareció reaccionar, y la miró con un ligero rubor en las mejillas.
- Perdona por irrumpir a estas horas, pero... ¿sabes algo de fórmulas matemáticas? Tenía la esperanza de que Sven estuviera y pudiera ayudarme, pero no está, y mañana tengo un examen importante...
Nyssa no dijo nada y simplemente le cogió el cuaderno con decisión y releyó por encima. Mientras ese reconocimiento a las fórmulas, Mia hacía otro.
Nyssa estaba vestida nada más que por una toalla blanca, que resaltaba ese moreno en su piel, y algunas gotitas de agua aun resbalaban por ella, logrando agitarle el corazón.
Pero eso era algo que no entendía.
Nyssa terminó por asentir y le dejó que entrara a la sencilla habitación, que no contaba con ningún objeto personal. Solamente parecía como si estuviera de paso.
Le indicó que se sentara mientras terminaba por cambiarse, y en esos minutos que tardó se sintió algo incómoda.
Era la primera vez que estaba allí, y que intercambiaría más de una palabra con ella, en tres meses.
Al poco salió vertida en un chándal blanco y rojo que le había podido ver algunas veces, mientras entrenaba en el jardín, peleando contra uno de los guardaespaldas que la había retado con una típica frase machista.
Esa vez ganó ella, y echó el orgullo del hombre por los suelos.
Mia le explicó las dudas e increíblemente Nyssa logró explicárselas con tal facilidad que pudo hacer ella misma los ejercicios.
- No sabía que se te dieran tan bien las matemáticas - comentó Mia, mientras cerraba el cuaderno y se levantaba para marchar a su habitación - ¿Si vuelvo a tener problemas podrás ayudarme?
Ella asintió sin ninguna emoción y abrió la puerta saliendo, asegurándose de que Mia entrara en la suya.
- Buenas noche, señorita.
- Buenas noches, Nyssa...
Mia se acostó comprendiendo la atracción de sus compañeros y la admiración de sus compañeras hacia ella.
Nyssa era una mujer muy bella, a pesar de parecer siempre triste. No, a pesar de estar siempre seria, puesto que nunca le había visto sonreír.
Nunca había visto ningún gesto en ella.
Y quería verlo... quería saber más de ella...

* * *

En alguna ocasión Mia había querido entrar al despacho de su padre y fisgar en su ordenador personal.
Una de las ventajas de que no estuviera nunca en la casa era que podía cotillear en cada rincón y encontrar cosas interesante, como la contraseña de ese ordenador.
Con suerte en él estaría el expediente personal de Nyssa.Y es que esa mujer, a lo largo de las semanas desde aquel día en que descubrió su agilidad en las matemáticas, se había vuelto una completa obsesión.
En una de las veces Mia consiguió deslizarse hasta el despacho, pero en el ordenador estaban los expedientes de cada hombre de la casa, incluso el de Sven, pero no estaba el de ella.
Cosa que le extrañaba y le entristecía un poco.
Había intentando hacerle preguntas personales a la mujer, pero es que nunca le respondía; siempre le dejaba las preguntas en el aire y se limitaba a vigilar y a caminara hacia delante.
- ¡Mia!
La chica se encogió de hombros y cerró los ojos. Acababan de pillarle con las manos en el teclado del ordenador.
Algo malo.
- ¿Se puede saber qué haces?
La muchacha abrió un ojo y miró al hombre, dueño de la voz.
Gracias a dios era Sven.
- ¡Menos mal que eres tú!
- Sí, menos mal que soy yo - replicó el hombre rubio, con acento alemán - Si fuera otro estaría reportándose a tu padre inmediatamente, ¿qué estás mirando?
Mia apagó el ordenador y caminó hacia la puerta saliendo al pasillo.
- Si te digo no te reirás, ¿verdad?
El imponente hombre pareció pensarlo y después sonrió, haciendo que la chica pudiera confiar en él, como siempre.
- Buscaba información sobre Nyssa.
- ¿Nyssa? - repitió él, anonadado - ¿Por qué? ¿No te fías de ella?
Mia negó.
- Cuatro meses aquí y sólo sé su nombre y que sabe matemáticas.
El hombre suspiró e hizo un alto para asomarse a la ventana y ver a la mujer de la que estaban hablando, dándole golpes a un saco de boxeo colgado de la rama de un árbol.
- Ya sabes más que todos nosotros.
- ¿De verdad que nadie sabe nada? No entiendo el por qué de tanto misterio a su alrededor.
Sven pareció pensar lo mismo.
- Si la contrató su padre, es de fiar, sabes que él nunca se equivoca al escoger a su gente, y más si es para cuidarte.
- Sí, pero, ¿cuidarme de qué?
Sven no respondió. Eso era algo que no podía revelar, ni aunque Mia hubiera alcanzado la edad de 18 años.
A pesar de que él se había ofrecido a ser el guardaespaldas de la muchacha, puesto que habían tramado algo así como una amistad, el padre se opuso. No se fiaba de que ningún hombre estuviera lo más cerca de su hija, y es que era comprensible.
Mia, a pesar de conservar una altura pequeña, era una muchacha muy bella. Conservaba ese bonito castaño ondulado, heredado de su padre, y los preciosos ojos azules cristalinos, heredados de su madre.
De la mujer también había heredado esa piel blanquecina, y la hacía tan frágil como a la porcelana, provocando el efecto en todo el mundo de querer protegerla, incluso de querer dar la vida por ella.
Pero ella no parecía darse cuenta de eso. Estando tan sobreprotegida, Sven aun pensaba que era una chica inocente que no sabía anda de la vida; alegre y despreocupada que le afectaba un simple examen de matemáticas.
- Está bien, no tienes por qué responder - aceptó Mia - Vamos a jugar un partido de tenis, me aburro.
- No se me da bien el tenis, siempre pierdo.
- Claro, por eso mismo, yo nunca gano si juego contra otra persona - confesó la chica y después rió ante el ceño fruncido de su amigo.
Pocos minutos después, Nyssa había regresado a ocupar su puesto después de su pequeño entrenamiento.
Después del intento fracasado de hacerse con información, Mia no dejaba de cavilar en sus pensamientos sobre el pasado o el presente que pudiera vivir su "niñera".
En algunos momentos había comenzado a dudar de que Nyssa fuera su verdadero nombre, pero no podía entender porqué ella era todo un secreto, y era tan distante.
- ¿Ocurre algo?
Mia salió de su ensimismamiento y movió las manos rápidamente al momento que se sonrojaba.
- No, no, nada... - respondió inmediatamente.
Habérsele quedado mirando de forma tan fija no había sido buena idea.
Pero es que no entendía qué le estaba ocurriendo.
A cada día que pasaba y que la observaba más, descubría un pequeño gesto nuevo, insignificante cuando solamente veías su seriedad, pero importante cuando no dejabas de admirarla.
A veces esos pequeños hilos que escapaban de la goma, los retenía detrás de sus orejas, o simplemente los echaba a un lado, pero de alguna manera siempre acababan de nuevo en la posición original.
Siempre llevaba el último botón de la chaqueta desabrochado y usaba ropa tan justa que no podía entender donde escondía la pistola.
Observarla se había convertido en un hábito... y un día en que pudo ver ese precioso cabello suelto, ondeando al aire... sintió su corazón latir más aprisa que nunca.
Y no lo entendía.
Sven más de una vez había podido presenciar la forma en que la dueña de la casa miraba a su cuidadora; sonreía de forma escueta ante eso y seguía su camino sin molestar.
Por eso, Mia quería saberlo todo.
Tanto quería que cuando su padre estuvo en la casa un día y llamó llamar a Nyssa, ella se coló en la habitación con la clara intención de registrar cada cajón y cada rincón que hubiera en esa habitación.
- ¿Cómo encontrar algo si está prácticamente desierta? - la muchacha se entristeció por eso, y primero buscó en los cajones de la mesita de noche.
Pocas cosas la verdad: un reloj de pulsera plateado, varias cajas de clinex (¿para qué tanto papel?), una pequeña cajita de chicles de menta (¡le gustaba la menta!), una caja de cerillas y nada más.
Tras suspirar, volvió sus pasos hacia el armario y tras abrir las puertas miró sus ropas.
Allí estaba ese chándal, varios pantalones blancos y rojos, y chaquetas y camisetas del mismo color, separados de las perchas en donde lucían sus trajes oscuros.
Vaya, también aparte de gustarle el color oscuro, le gustaban los blancos y rojos y la ropa cómoda.
Algo era algo, ya que no había mucho más... Oh, sí que lo había.
Una maleta pequeña negra descansaba al fondo del armario, oculta entre tanta ropa.
Mia sonrió y atrapó el tirado. Cuando iba a poder abrirla... notó que algo fino se había posado en su sien.
Sin remedio se echó a temblar, entornando los ojos hacia quien estuviera allí.
Se estremeció aun más cuando pudo ver esa mirada felina de la dueña de la habitación y sólo pudo tartamudear una disculpa, y no podía dejar de mirar el cañón de la pistola que descansaba en su frente.
- Busques lo que busques, aquí no lo vas a encontrar - dijo ella, con una voz fría y dura.
Mia seguía sin poder moverse del sitio, ligeramente impresionada por ese arma.
De cerca parecía mucho más grande...
- ¿Qué hacías aquí? - Nyssa había perdido toda educación para pasar a tutearla.
- Yo es que... - Mia bajó un poco la mirada -... siempre eres tan distante que... que quería saber un poco más de ti...
Eso pareció sorprender a Nyssa, quien enarcó una ceja guardando su arma y se cruzó de brazos.
- ¿Por qué? - quiso saber al instante.
¿Qué por qué?
Ni siquiera ella entendía esa admiración que había criado y que había crecido de manera incontrolable hacia ella.
- Ya van cuatro meses - indicó Mia - Me sigues a todos lados y ni siquiera sé tu apellido. Ya sé que sólo eres mi guardaespaldas, pero me gustaría al menos conocerte un poco.
- Es innecesario, eso no ayudará a que salve la vida cuando sea necesario.
Mia frunció el ceño, esa mujer comenzaba a sacarle de quicio.
- Salvarme la vida de qué, ¿eh? - espetó Mia - En 18 años aun no me ha ocurrido nada.
- Exacto - contrarrestó Nyssa -, porque siempre ha habido gente protegiéndote, Mia. En vez de rebuscar en mis cosas y querer saber más de mí, deberías de preguntarte porqué tanta seguridad a tu alrededor. Ya no eres una niña, así que deja de comportarte como una.
Mia se sintió dolida. No había hecho nada tan grave como para merecerse tal regaño, ¿verdad? Parece que hubiera cometido el peor pecado de todos al querer conocerla un poco mejor.
Al querer ser su amiga.
Mia cerró los ojos con fuerza para abrirlos con más fuerza aun y mirarla con furia. De la misma forma caminó hacia delante, apartándola de su camino para salir de su habitación e internarse en la suya con fuerte portazo, que atrajo la atención de tres matones que estaban cerca.
Nyssa les hizo una señal de que no ocurría nada y los hombres se retiraron.
La mujer entró a su habitación y se sentó en una solitaria silla que había en uno de los rincones y cruzó una pierna, mientras sacaba su arma de la funda y comenzaba a desmontarla con cierta agilidad.
Entre pieza y pieza, rara vez se pudo escuchar un suspiro.

* * *

Varios días después todo seguía igual.
Nada había cambiado entre ellas; aun existía ese muro que Nyssa se empeñaba en levantar entre las dos,
La noche anterior, Mia había soltado rayos y maldiciones de la mujer que la cuidaba, mientras Sven comía una manzana en la cocina.
- ¡Es insoportable! - había gritado Mia - ¿Por qué no puedo despedirla? Seguro que mi padre encontraría otra mujer que me cuidara, en vez de esa... esa... marimacho hecha de hielo.
Pero Sven solamente había reído a sus comentarios y comido la manzana despreocupado.
- ¿Se puede saber porqué te ríes tanto? Así no me estás ayudando.
- Es que produce risa, Mia - reveló Sven - Tratas de ocultar tu admiración por ella en un berrinche, creo que en los años que llevo sirviendo en la casa, nunca había presenciado nada igual.
- ¡Nunca me he dado de cara con alguien como ella!
- Y por eso te gusta.
Mia había abierto la boca para contestar algo, pero no salió palabra alguna y el rubor ligero de sus mejillas había respondido por ella.
Y ahora estaba en el coche, en el asiento trasero, de camino a la escuela, teniendo por conductora al mono de las nieves.
Mia la observó de reojo y sintió las mejillas caliente.
Rápidamente volvió la mirada a las calles aun más fastidiada.
¿Cómo iba a gustarle una mujer?
No le gustaba, ¡claro que no!
El coche se detuvo justo a la entrada y Mia bajó. De fondo escuchó la voz de la mujer que la había llevado hasta allí, pero no quería escucharla.
No en ese momento.
Pero lo que sí escuchó fue los gritos horrorizados de los compañeros, que como ella, llegaban al instituto.
Mia sintió un gran peso que la tiró al suelo y al girar los ojos se encontró con que Nyssa la estaba abrazando, allí, tiradas en el suelo.
Un momento... ¿por qué sacaba su arma?
No la estaba abrazando... ¡la estaba protegiendo!
Nyssa con gran rapidez levantó a Mia del suelo y con rudeza la tiró dentro del coche, el cual además de lujoso era antibalas.
Porque estaban disparando.
Mia se agazapó en un rincón del coche temblando, mientras escuchaba los disparos. En una ocasión levantó la mirada por el cristal de la ventana y pudo ver a Nyssa, con el arma entre las manos, refugiada tras un lateral del coche, disparando hacia algún lado.
Ni siquiera en esos momentos perdía su temple.
A lo lejos pudo escuchar el grito de un hombre, y a Nyssa descubriéndose para avanzar hacia la acera de enfrente.
El hombre que había estado disparando se encontraba tirado en el suelo. Nyssa se acercaba empuñando la pistola hacia él, por si hacía algún movimiento, pero al acercarse vio que ya no se movería aunque quisiera. Una de sus balas había sido certera y se había incrustado en su frente.
La mujer se agachó para guardarse la pistola ajena, para sacar un teléfono móvil de su chaqueta y hacer una llamada. Cuando colgó se encargó de registrar el cadáver, a pesar de las personas que estaban mirando expectantes y curiosas.
Sustrajo de uno de los bolsillos una cartera con dinero y una tarjeta de un club, que miró por ambos lados.
No había más pistas de quien fuera ese hombre o quien le hubiera contratado.
Nyssa se levantó y se acercó hasta el coche, sentándose en la parte trasera, junto a Mia.
- No estás herida, ¿no?
Sin esperar la respuesta de la atemorizada muchacha, la despegó de la pared del coche y la revisó ella misma. Nyssa podía notar como su cuerpo estaba frío, seguramente por el impacto de recibir la realidad de que la querían muerta.
- No tienes nada... pero...
Nyssa la abofeteó con fuerza, provocando que el rostro de la chica se quedara de medio lado, cubierto por el cabello y sin apenas moverse.
- ¡¡Cuando te hable tienes que hacerme caso!! - gritó Nyssa, más enfurecida que nunca - ¡¿O es que acaso quieres morir?! ¡Yo al menos no tengo ningunas ganas de hacerlo y más si es por tu desobediencia!
Hubo un poco de silencio tras esas duras palabras, que fue roto por el llanto de Mia.
¿Por qué ella? No lo entendía, no podía entenderlo.
Por culpa de su tozudez, había estado apunto de morir. Es más, también podía haber sido la culpable de que ella muriese...
Mia levantó la mirada llena de lágrimas, que hacían que sus ojos azules brillaran, observando como Nyssa estaba furiosa.
No... no quería que muriera; no quería que se fuera de su lado; que dejara de protegerla.
Sin ánimo de recibir algún abrazo, se abalanzó hacia la mujer, atrapando entre sus dedos la chaqueta oscura y escondiendo la cara en su pecho, siguió llorando sin poder controlarse.
Nyssa la observó mordiéndose el labio inferior.
No le gustaba, pero rodeó los hombros femeninos, estrechándolos con un poquito de fuerza.
No quería ser cruel, pero era necesario.

Fin 01

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