Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

S-Crew por Hotaru

[Reviews - 230]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo: Muchas gracias a todos los que se interesen en seguir leyendo esta historia después de ocho meses que no he actualizado. Espero no volver a tardar tanto.

Estoy trabajando en la corrección de toda la historia sin cambiar nada muy drásticamente. Espero tenerlo listo para finales de año. Mientras tanto seguiré actualizando.

No hay imagen para el capítulo ni las habrá para los próximos no sé cuántos hasta que cambie las imágenes de todos los capítulos anteriores, que también han cambiado de nombre (en mis archivos, en la página aún no).

Lo que sí ha cambiado es el resumen y las notas de la historia, espero que les parezcan buenos, como el capítulo que les traigo ahora. Es un capítulo más de Seth.

19: Atropos.

Al ver el jardín de esta casa no puedo evitar recordar mi infancia, aquí jugaba todos los días con la pelota, la mayoría de las veces solo. Era un niño muy travieso, enojón, caprichoso y llorón. Era una pesadilla. Yo soy la razón de que no quiera tener hijos, no soportaría cargar con un bulto así de fastidioso por toda mi vida. Talvez por eso es que mi padre hizo lo que hizo; pero aún así lo culpo a él, ese infeliz nunca va a obtener mi perdón por haber lastimado a mi mamá.

—Seth, ¿estás bien?

Asiento suavemente y doy un largo suspiro, luego me levanto de la banca. Elisa tiene los ojos rojos de tanto llorar. Aún no comprendo por qué mi abuela tenía que fallecer, ni siquiera estaba enferma, nunca lo había estado.

Me abraza con fuerza cuando ve que el llanto me está ganando de nuevo. Me siento tan mal que no puedo reaccionar a tiempo, pues apenas comienzo a levantar mis brazos y ella ya se ha separado de mí.

—La cena está servida… —murmura alguien a lo lejos. Es mi tía Nathalie, una de las primas de mi mamá que, como a todas, les digo tías; mientras que a su única hermana ni siquiera le dirijo la palabra.

—Gracias, ya vamos —responde Elisa por los dos.

—No tengo hambre… —le digo en voz baja.

Mi tía Nathalie no nos espera mucho tiempo, sólo mira hacia ambos lados y enseguida vuelve a la casa.

—Los muchachos están preocupados por ti, quieren verte —me dice. Sé que se refiere a mis primos, los hijos de los primos y primas de mi mamá, a quienes hace mucho tiempo no veo juntos. Mi familia es muy unida, aunque tenga sus eslabones sueltos, y esto que ha sucedido es una tragedia familiar, por eso es que todos están aquí. Su expresión facial, aunque dura como siempre, me hace entender que ellos no son los únicos preocupados por mí. Seguramente todos están preocupados por cómo estoy manejando la situación, pero nadie como ella.

—¿Dónde está mi mamá?…

—Fue al aeropuerto, no tarda en llegar —me responde con calma, sin importarle que haya evitado su comentario anterior—. Sophie viene en camino…

No puedo evitar sentir algo extraño dentro de mí, como si me hubiera comido una sonrisa, si acaso eso fuera posible. No soporto a los niños pequeños, pero Sophie es la excepción. Es sencillamente encantadora, no me molesta para nada que haga cosas raras por todos lados.

—¿Llegó Dominique? —le pregunto. …l es otro de mis primos, el tercero en edades, a quien adoro por distintas razones, y a quien más me gusta ver de todos ellos. Cada vez que lo veo, festejo en mi interior. Me hace sentir satisfecho saber que sigue entre nosotros.

Elisa asiente con la cabeza inmediatamente.

—Vino con Clayton. Estaban en la sala, pero seguramente ya están sentados a la mesa. ¿Vas a venir?… —pregunta con reserva, mostrando esperanza en su mirada.

Me gusta mucho verlos juntos, a Clayton y Dominique. A pesar de que pueden ser muy cursis, no me llego a enfadar con ninguno de los dos. Conocer parte de su historia, al menos a partir de que empezaron a vivir juntos, me hace comprender lo mucho que necesitan expresar cuánto se quieren y no estoy en desacuerdo con que lo hagan.

—No… —digo en un suspiro, mirando hacia abajo.

—Está bien… Pero tienes que comer algo más tarde, ¿sí?

—Es que de verdad no tengo hambre.

—No has comido nada desde hace dos días que cenaste un pedazo de pan. No quiero de pronto convertirme en mamá, pero ella está muy alterada como para darse cuenta de lo que haces… Como tu hermana mayor, te exijo que comas algo —me dice con voz firme, tomándome por los hombros suavemente.

La miro a los ojos, que son azules como los míos y los de mi mamá, aunque los suyos se parecen más a los de mi papá, pues son un poco grises, como los de él. Recuerdo que cuando era más chico podía sentirme mejor con el simple hecho de verla a los ojos, pero ahora no funciona.

Asiento con la cabeza una sola vez y me decido, sin decírselo, por sentarme a cenar con la familia.





Todos están comiendo con calma y no hablan mas que para pedirse la sal o la jarra con agua. Les agradezco que tomen la situación con seriedad y no estén haciendo mucho ruido, pero me gustaría que hablaran un poco para poder distraerme.

—¿Por qué el puré sabe raro? —pregunta espontáneamente Sophie a su papá, mi tío Gael, que es padre soltero. …l quería tener hijos, pero no quería sujetarse a ninguna mujer de por vida, así que le pagó a una para que tuviera un hijo suyo y le cediera todos los derechos del bebé, que resultó ser Sophie.

—Es porque es de caja, cariño —le responde mi tía Celeste, la esposa de mi tío Elliot, con una sonrisa.

—¿Puré de caja? —dice Sophie entre sorprendida y asqueada, y aparta el puré en su plato del resto de la comida.

Puedo ver las caras de todos iluminándose con una sonrisa, mas no la de mi mamá, y eso me destroza. El simple esfuerzo por intentar comprenderla, me saca las lágrimas. Yo no quiero perderla nunca, no creo poder aguantar.

Desvío la mirada hacia el frente y me doy cuenta de que Anouk y Andre, los hijos de mi tío Elliot y mi tía Celeste, me están observando con una expresión de lástima en la cara. Seguramente creen que estoy llorando por mi abuela, aunque ese no es el caso ahora, pero no les voy a explicar.

Siento un golpe en el tobillo, un puntapié. Busco entre mis familiares quién podría haberlo hecho, y es cuando me topo con una sonrisa de Dominique, que consigue animarme un poco y hacerme caer en cuenta de que estoy exagerando al considerar la muerte de mi madre de un instante al otro. Intento devolverle el gesto, pero lo único que consigo es experimentar nuevamente esa sensación de haberme comido una sonrisa.

—¿Alguien puede pasarme el salero? —pide Elisa. Tengo la ligera sospecha de que lo ha hecho para quitarme de encima la atención de Andre o Anouk, que son quienes lo tienen más cerca.

Se lo pasa Anouk, que ha cambiado mucho desde la última vez que la vi, o eso me parece porque al fin se ha dejado crecer el cabello debajo de los hombros. Ella no se llevaba muy bien con mi hermana cuando eran chicas, solían jugar una con la otra pero terminaban peleando por cualquier cosa. No fue sino hasta que la familia de Anouk se mudó a Chicago que, después de varias visitas una a la otra, se empezaron a comportar civilizadamente. Pero, aún cuando se lleven mejor que cuando eran unas niñas, a todos nos altera verlas convivir, aunque no sea nada más que para pasarse el salero.

—Seth, ¿no te gusta la comida, cariño? —pregunta mi tía Celeste— No has tocado casi nada en tu plato. Puedo hacerte otra cosa, si quieres.

—No es eso, es que no tengo mucha hambre, gracias…

—¿Me acompañas al jardín, entonces? —pregunta Andre, quien ya ha terminado de cenar y está listo para levantarse de su asiento.

Yo, con curiosidad, asiento con la cabeza y me levanto de mi silla antes que él de la suya.





Desde ayer que llegó no he podido evitar darme cuenta de lo diferente que está desde la última vez que lo vi, en las vacaciones de verano. Ahora se ve más delgado, descuidado, como si estuviera enfermo, y el delineador de ojos no le ayuda a mejorar su aspecto. Ahora mide más o menos lo mismo que su hermana, Anouk, que siempre ha destacado por ser la más alta entre nosotros. Quizás lo que más noto es su cabello, que de haber sido rubio dorado durante toda su vida ahora es castaño oscuro, aunque probablemente sea el resultado de algún tinte.

—¿Por qué me miras tanto?…

—Estás diferente… ¿Por qué me pediste que saliera?

—Te veías incómodo.

—No lo estaba —respondo de inmediato, aunque sea mentira.

Se encoge de hombros y sonríe de lado, avergonzado de sí mismo.

—Ah… la verdad es que eso no es todo —suspira después de un rato. Su mirada pasa directo al suelo, sus manos pasan de estar relajadas sobre sus piernas a entrelazarse entre ellas, sus hombros se encogen y sus labios se presionan hacia dentro.

—¿Es algo malo?

—Ni siquiera estoy seguro —se lleva las manos a la cara y suspira, cansado—. Mierda…

—No te presiones…

—Es… —se descubre la cara, pero aún mira al suelo —. Jamás me imaginé que me costara tanto decir algo…

—En serio, podemos hablar de cualquier cosa hasta que te sientas cómodo…

Se queda quieto por unos momentos y finalmente asiente con la cabeza. Toma aire y relaja su postura, se recarga en su espalda, mira hacia el frente y deja escapar un suspiro muy largo.

—¿Tienes novio?… —pregunta de manera casual, aunque abrupta.

—No —respondo, aunque me pese un poco hacerlo. Odio tener que soportar tantas cosas juntas.

—No… hm, no te creo.

—En serio.

—¿Y no estás interesado en nadie? —insiste. Me es claro que no sabe de qué más hablar conmigo porque generalmente nunca hablamos los dos a solas.

—No sé a qué te refieras con “interesado”, pero me gusta alguien… No quiero hablar de eso, ¿sí? —respondo, intentando ser dulce. No me siento con ánimos de contarle a él cuando ya se lo conté todo a mi hermana el día siguiente al llegar a Hanover. Su reacción fue muy parecida a la mía: todo le parecía bien, pero entonces le conté lo del aeropuerto.

No estoy enojado con Leon, no me siento decepcionado, sólo estoy triste. Cuando dos personas se gustan, lo más normal es darse tiempo para enamorarse y entonces comenzar una relación, supongo. Y estoy triste por no tener esa oportunidad, por no poder enamorarme de él, por no poder disfrutar de una relación con él. Porque, sí, me hubiera gustado ser su novio, es un gran tipo y definitivamente me encantaría poder formar una pareja con él, pero más adelante, no en este momento. Y, sin embargo, sé que ya no existe esa posibilidad, porque dudo que quiera quedarse y porque aunque él quisiera quedarse, yo no se lo permitiría, aún cuando le dije que aceptaría su decisión.

—Discúlpame… no quería hacerte sentir mal —murmura Andre, avergonzado.

—No es nada —murmuro, intentando sonar divertido aunque no lo esté—. Son cosas que pasan… no muy comunes, pero igual pasan.

Asiente suavemente, haciendo como que me comprende cuando es obvio que no tiene ni la menor idea.

—Nada en la vida es común si se sabe reconocer lo único en cada momento… —murmura, luego sonríe—. No se me ocurrió a mí, no me veas así… Me lo dijo alguien.

Sonrío un poco, aunque no por lo que ha dicho sino por lo extraño que me parece su repentino cambio de humor.

—¿Te lo dijo un amigo?… ¿No es aburrido juntarse con… “filósofos”? —pregunto, haciendo las comillas con las manos para no sentir que he ofendido a los filósofos de verdad.

—No —ríe por un instante—. Está lejos de serlo. Por lo general es muy torpe, pero tiene pensamientos demasiado… nutritivos, por llamarlos de alguna manera —de pronto lo noto incómodo, ha dejado de sonreír—. Además, es mi mejor amigo.

—¿Te molesta hablar de él? —pregunto, suponiendo de inmediato que he acertado en mi interpretación de su lenguaje corporal.

Levanta una ceja y se me queda mirando por unos instantes hasta que, haciendo un gesto de cansancio, suspira.

—No me molesta. Es sólo que… es difícil. Últimamente no puedo dejar de pensar en él… Aún estando ocupado, siempre lo tengo en la mente —va explicando a un ritmo lento y claro, lo más probable es que sea para entenderse él mismo—. Y si tengo que hacer algo, pienso de inmediato en hacerlo por él… Ir a la escuela, salir con mis amigos, hacer tareas en equipo, visitar a mi primo que vive frente a su casa; hago esas cosas con la única intención de verlo a él. Y cuando estoy con él, siento ganas de hacerle muchas cosas… de abrazarlo, de oler su cabello o su perfume, de tocarlo… siquiera sus manos o sus brazos. A veces siento que me pertenece, como si fuera mi derecho estar con él, y pienso que me gustaría estar siempre a su lado, por más obsesivo que eso suene… Sólo intento explicarte todo lo que siento…

No me ha dado la palabra formalmente, pero ya han pasado un par de minutos desde que dijo su última oración, por lo que supongo que es mi turno de intervenir.

—¿Es eso lo que querías hablar conmigo?…

—Con Dominique, contigo, con quien sea… cualquiera que pueda ayudarme.

—¿Intentaste hablarlo con tu hermana? —pregunto, ligeramente ofendido.

Baja la mirada y niega con la cabeza de inmediato.

—No quisiera ilusionarla —bromea, puedo saberlo porque sonríe un poco—. Aún tengo muchas dudas como para decírselo a ella… Primero tengo que estar seguro de que soy… tú sabes… Hasta para mí es difícil creerlo.

Lo observo con atención mientras se acomoda el cabello una y otra vez. Me provoca curiosidad que no quiera usar la palabra “homosexual”… o “bisexual”, que es posible.

—¿Qué es difícil de creer?…

—Que… pues… ¿No sería mucha casualidad que a mí también me… gustaran los hombres?

—Ah, por Dominique y por mí —murmuro al comprender a qué se refiere. Me encojo de hombros—. También es casualidad que tu hermana y tú sean ambos rubios mientras sus padres tienen el cabello negro, pero nadie se sorprende ni se alarma…

—¿Y si no me gustan los hombres? —pregunta, desesperado, o al menos así suena.

Me encojo de hombros nuevamente.

—Pues nada, supongo que todo seguirá igual… —le digo, aunque estoy casi seguro de que los hombres le gustan aunque sea un poco, pero no voy a forzarlo a que lo acepte hasta que se sienta listo— ¿Sientes algo por los hombres en general o se trata únicamente de un chico?

—Pues… no sé —suspira y se echa hacia atrás en la banca, supongo que para pensar en una posición más cómoda—, jamás me ha interesado otro hombre… al menos no lo suficiente como para darme cuenta. Algunas veces he sentido curiosidad por ver el cuerpo de otros, de compañeros de la escuela o conocidos, yo creía que era curiosidad y nada más…

—Yo jamás he sentido curiosidad por ver el cuerpo de ninguna mujer… —reflexiono en voz alta.

—A mí me gustan las mujeres, me he enamorado de varias y he… he… tú sabes…

—Sí, entiendo —lo interrumpo para que no se sienta forzado a entrar en detalles, no soy ningún estúpido y sé lo que intenta decirme—. Pero sabes que el hecho de que te gusten las mujeres no indica que no te gusten los hombres, ¿cierto?

Asiente con la cabeza y vuelve a suspirar, haciendo un ruido extraño con la garganta.

—Entonces, me gusta… ¿no?… —suena desilusionado, aunque no estoy muy seguro de que sea eso. Que te guste un amigo, sobre todo tu mejor amigo, siempre es motivo de horror. Las primeras preguntas que uno se hace son, primero: “¿sentirá lo mismo?”, segundo: “¿qué debo hacer?”, y finalmente, la más aterradora: “¿qué pasará con nuestra amistad?”. Yo lo he vivido una vez, y conozco a otras personas que también les ha pasado, aunque no a todas con sus mejores amigos.

—No sé, no me has dicho si… te… eh —titubeo, pensando la mejor manera de decirle algo sin asustarlo o incomodarlo—… si te atrae… física-… sexualmente —termino diciendo abruptamente. Quisiera retroceder un poco en el tiempo y terminar de decir “físicamente”, pero es imposible.

Tuerce los labios y se queda mirando hacia el frente fijamente, en dirección de los limoneros. Yo jugaba ahí con el vecino. Me pregunto qué habrá sido de Andrew. Pero no somos amigos ni es mi intención que lo seamos después de seis años de no verlo, no era muy inteligente entonces y dudo que lo sea ahora.

—Entonces es definitivo, me gusta mi mejor amigo… —dice con pesar después de que han pasado un par de minutos. Se cubre el rostro con las manos y respira con fuerza, le falta poco para llorar. Comprendo sólo una parte de su situación. Para él ha de ser muy difícil darse cuenta de que le gusta su mejor amigo, pero seguramente no tan difícil como darse cuenta de que le gustan los hombres… o al revés. Nuestra familia es muy abierta y comprensiva, y dudo que Andre tenga amigos homófobos qué perder, pues adora a Dominique casi tanto como yo y juntarse con ellos se sentiría como traición; no tiene absolutamente nada qué temer mas que el hecho de que su amigo no corresponda a sus sentimientos.

—Todo va a estar bien… —le digo, intentando tranquilizarlo.

Se descubre la cara y me muestra una sonrisa forzada, luego baja la mirada hacia el suelo, donde parece estar su ánimo.

—Lo arruiné todo…

—¿Se lo dijiste? —pregunto, sorprendido, pues según él ni siquiera estaba seguro de estar enamorado.

Niega con la cabeza y se burla por un momento de la mera idea.

—Escucha… me siento muy incómodo como para hablar… y tú te estás congelando. Si quieres ir adentro, entiendo. De hecho, me gustaría quedarme solo por un rato —dice tranquilamente, sonriéndome de forma sincera.

Asiento con la cabeza y me levanto de la banca. Antes de entrar a la casa, giro la cabeza hacia mi primo, quien no luce muy animado. Me gustaría poder seguir hablando con él un poco más, pero él ya no quiere y yo ya no aguanto el frío.





Al atravesar el pasillo y asomar la cabeza a la sala, me doy cuenta de que están casi todos reunidos ahí, a excepción de mi tía Nathalie, mi tía Celeste, Dominique y Clayton. Sophie está dormida en el sofá, con la cabeza sobre las piernas de Dorian. Es interesante verlos juntos, siendo que él es el mayor de nuestra generación, aunque no lo parezca, y ella la menor.

Nadie luce animado en lo absoluto, sobre todo mi mamá y mi hermana, aunque es posible que Elisa esté más alterada por la reacción de mi mamá que por la muerte de mi abuela. Elisa siempre ha sido la miembro más estable de los tres, o siquiera la más fuerte, es la que se ocupa de todo lo que los demás dejamos de lado y la que nos protege cuando estamos vulnerables, pues nos suele pasar al mismo tiempo a mí y a mi mamá.

—¿Está todo bien? —pregunta Anouk. Al verla, me doy cuenta de que me está hablando a mí. Seguramente se refiere a su hermano.

Asiento con la cabeza después de pensarlo un instante. A Andre le caería bien hablar con alguien, pero hasta que se sienta dispuesto a hacerlo. Y no es mi derecho decirle a la gente si se siente bien o mal, pues es algo que, a pesar de no haber sido yo su única opción y posiblemente tampoco la primera, me confió a mí.

Mi prima no parece muy convencida, pero no dice nada. Es probable que haya notado algo raro en Andre y esté esperando el momento más apropiado para hablar con él, pues son muy cercanos y ha de resultarle obvio que algo le molesta y no quiere decírselo.

—¿Hay postre? —pregunto al aire, a quien sea que quiera responderme. Me caería bien algo de azúcar.

Puedo ver que la cara de Elisa se ilumina de pronto.

—Hay pastel en la nevera, ¿quieres que te sirva? —ofrece, poniéndose de pie enseguida.

Asiento con la cabeza y, sin decir nada, me alejo de la sala y comienzo a subir las escaleras. Quiero acostarme, comer algo dulce y llamar a mis amigos por teléfono, primero a Spencer y luego a Samuel, pues Spencer se duerme más temprano. Podría hacer una llamada de tres, pero me doy cuenta de que hay ocasiones en las que Spencer se siente excluido y se queda callado, y yo no quiero que pase eso ahora que necesito hablar con los dos.

Voy caminando por el pasillo de la planta alta y, a pesar de que está muy oscuro, puedo ver que la puerta de una de las habitaciones está abierta y, aunque puedo equivocarme, estoy casi seguro de que es la recámara de Dominique y Clayton, o al menos lo será durante las vacaciones. Ya tenían planeado visitar Hanover antes de que mi abuela enfermara, se pusieron de acuerdo con ella y con mi hermana, quien pasa sus vacaciones en esta casa desde que empezó a estudiar en Dartmouth.

Aunque me siento algo cohibido ante la posibilidad de que Dominique y Clayton estén en un momento íntimo, sigo caminando, pues mi habitación es la siguiente a esa. Doy pasos lentos, esperando que Elisa me alcance antes de pasar frente a la puerta y el ruido los interrumpa si acaso hay algo que interrumpir. En una situación cualquiera no me importaría, pero no quiero enojarme con ellos si acaso descubro que están haciendo algo así en un momento como este. De pronto, siento mi bolsillo vibrar y un ruido como de explosión llena el pasillo, golpeando todas las paredes, haciendo eco. Es un mensaje de texto, y al ver la pantalla me entero que es de Spencer.

“Ánimo. No soy bueno dando mensajes de aliento… pero lo estoy intentando. Me importas mucho y quiero que estés bien. Estoy con Samuel, dice que te manda un abrazo… yo también.”

Sonrío un poco por la incomodidad que deja entrever en lo que escribe aún cuando ha dicho tan directamente que le importo. Lo del abrazo me confunde, pues nunca nos hemos abrazado, pero no planeo hacérselo notar. Ahora que sé que están los dos juntos, siento incluso más ganas de llamarlos por teléfono.

—¿Quién es? —pregunta Dominique desde adentro de la habitación. Su voz se escucha algo adormilada. Puedo respirar otra vez.

—Es… Soy Seth…

—¿Ya te vas a dormir?

Tomo aire, guardo mi teléfono celular y entro a la habitación. Las lámparas están apagadas, apenas alcanzo a distinguir las siluetas de algunos muebles por la poca luz del alumbrado público que se cuela entre las persianas.

—No… —murmuro. Dudo hacia donde ver, pero supongo que realmente no importa pues talvez él tampoco puede verme.

—Bien. ¿Puedes hacerme un favor enorme?…

Se pone de pie, pues estaba acostado, puedo escuchar el crujir de la cama.

—Eh… sí, está bien —accedo, aunque me gustaría hablar con mis amigos cuanto antes.

Una vez que la lámpara del techo se enciende, puedo ver que sigue con la misma ropa que llegó, obligándome a descartar cualquier teoría sexual sobre él y su novio.

—¿Te puedes quedar un rato con Clayton?… …l está en el baño, cepillándose los dientes. No le gusta quedarse solo en casas ajenas… —murmura, ligeramente avergonzado por ese pequeño detalle de su novio. A mí me causa gracia, pues me recuerda a Samuel, quien tampoco se siente cómodo en casas ajenas, me lo dijo al menos cinco veces la primera ocasión que visitamos la casa de Spencer. Aunque de Samuel no me sorprendió para nada.

—¿Vas a salir? —pregunto por mera cordialidad. Sea lo que sea que tenga que hacer, no es mi asunto.

—Al jardín… Andre me mandó un mensaje pidiéndome que saliera con él un rato —dice sonriente.

Suspiro con alivio al enterarme de que al menos se siente un poco mejor como para poder hablar, aunque sea con alguien más. Asiento con la cabeza, despidiéndome de Dominique, quien sale al pasillo aún sonriendo.

—¿Ya te vas a dormir? —repite Dominique unos segundos después, mas esta vez no es a mí.

—No, voy a llevarle esto a Seth. ¿Cómo has estado?… —responde Elisa.

Platican un poco más, nada relevante, y al cabo de un rato mi hermana entra a la habitación.

—Te traje pastel y refresco, no había leche —dice al entrar en la habitación.

Después de dejar el plato y el vaso en la mesa de noche, se sienta en la cama, justo a mi lado. Me pasa la mano por el cabello y me lo acomoda después de despeinarme. No se atreve a continuar, pues no me gustan los mimos y ella siempre lo ha sabido.

—Dominique me pidió que acompañara a Clayton un rato… —murmuro, pues creo que ella no se atreve a decir nada.

—Bien —dice en un suspiro—. Así no estarás solo tú tampoco…

Me encojo de hombros y tomo el vaso de refresco para darle un trago.

—Iba a llamar a mis amigos por teléfono… —digo después.

—Yo puedo quedarme con Clayton, si quieres —responde ella, entusiasmada. Hablar con mis amigos me levantaría el ánimo, o al menos eso supone ella, y es lo que ha esperado desde que llegué a Hanover.

Niego con la cabeza y me termino el refresco de un segundo trago.

—Eh, hola… —dice Clayton al salir del baño. Luce desconcertado—. ¿Se fue Dominique? —pregunta divertido.

Asiento con la cabeza y, como una señal, le entrego el vaso a mi hermana para que se lo lleve a la cocina.

—Y yo también me voy… —suspira Elisa y se levanta de la cama.

Por un rato ninguno dice nada. …l acomoda algunas cosas en sus cajones mientras yo me llevo a la boca un par de bocados del pastel. Mi abuela hacía pasteles cada fin de semana desde que empezamos a vivir con ella, en tres meses había logrado la receta perfecta para cada uno y los turnaba junto con el suyo, haciendo al menos uno de cada uno al mes; recordarlo me hace sentir bien, pero este pastel no sabe a ninguno de los que ella hacía, no sé de dónde lo habrán sacado, y estoy seguro que así me sabrán todos de ahora en adelante, pues ella ya no podrá volver a preparar ninguno de sus postres para nosotros. Aún cuando haya dejado libros con sus recetas por todas partes, lo importante era que ella preparaba los platillos especiales y los hacía aún más especiales con sus manos. Aún pequeños detalles como ese me hacen sentir pésimo.

—Ya está. Hola —vuelve a decir Clayton, ahora con una sonrisa casi burlona. Es obvio que espera explicaciones.

—Dominique dijo que te sentías incómodo en casas ajenas… Me pidió que me quedara contigo —me cuesta hablar con la garganta seca, no debí haberme terminado el refresco antes de probar la textura del pastel.

—Suena a algo que diría alguien acerca de su mascota…

Esbozo una pequeña sonrisa al recordar nuevamente a Samuel, que suele comportarse como cachorrito nuevo a cada rato.

—Se preocupa por ti —digo en voz baja, intentando sonar positivo, aunque se me dificulta lograrlo.

—Sí —responde, contento.

Veo que se acerca a un montón de maletas para buscar algo entre ellas, pero después de un rato desiste. Se rasca la nuca por un segundo y, con un gesto de enfado, seguramente el resultado de no encontrar lo que buscaba, camina hacia la cama y se sienta a un lado mío, donde estaba Elisa hace un rato.

—Puedes irte… —señala a la puerta—. No me molesta.

—Al fin que mi presencia te incómoda más que estar solo —bromeo, aunque, por mi voz seria, no lo parece.

—No me incomodas, es sólo que no te conozco muy bien y entiendo si quieres irte. Te he visto… ¿qué?, ¿tres veces en toda mi vida?… —suspira. Sé por qué de pronto suena desanimado, y no pienso ahondar en ello.

—Más que eso, pero necesitas contar los días.

—Sí, sí… Tú entiendes. No es como si hubiera tenido tiempo para hablar contigo… con Dominique… ya sabes…

No me imagino cuán difícil ha de ser para él recordar lo que pasó. A mí me duele y me molesta, pero seguramente no es ni la millonésima parte de lo que él siente.

—Pero además de esa vez —comienzo a hablar, restándole importancia al asunto que obviamente ninguno de los dos quiere tratar—, nos vimos en el cumpleaños de dieciocho años de mi hermana, y durante el tiempo que estuve en New York con mi hermana.

—Sí. Tenías novio esa última vez, ¿cierto?… No estoy seguro, siempre llamabas al pobre chico por su nombre, pero como lo mencionabas a cada rato…

—No finjas que no sabes, Elisa me dijo que le preguntaste.

Ríe un poco y deja escapar un suspiro.

—Lo siento, es que siempre me emociono cuando me entero de que dos niños, porque para mí lo eras y aún lo eres, no te ofendas, pueden tener una relación sin mayores problemas a pesar de que ambos sean hombres.

—Yo no diría eso… —digo, y me echo hacia atrás. De pronto me siento cansado, y sé que se debe a haberme acordado de él.

—Ah… No importa, él no te merecía —intenta animarme sin preguntar nada—. ¿Y hay alguien ahora?

Pienso por un segundo simplemente asentir con la cabeza y desviar la mirada para darle a entender que no quiero hablar del tema, pero comienzo a conocerlo a pesar de haberlo visto por primera vez hace años y no quiero cerrarme completamente.

—Sí, pero no es mi novio…

—¿Amigo con derechos? —bromea. Pienso que no está muy alejado de la realidad, a pesar de que no considero a Leon como mi amigo ni lo quiero como tal.

—Algo así… —suspiro, pero recapacito y me corrijo de inmediato—. Probablemente más que eso.

—Ya veo… ¿Crees que él sienta lo mismo por ti?

Me encojo de hombros. Lo he pensado varias veces, sobre todo en estos últimos días que no estamos en la misma ciudad. En algunas ocasiones termino por deducir que simplemente está encaprichado conmigo, en otras pienso que me convertí en su obsesión porque todas sus relaciones han terminado por celos, celos suyos, y como yo soy muy directo no tiene razones para preocuparse por eso. Probablemente cree que no conocerá a alguien con quien se sienta tan seguro como conmigo, así que no piensa dejarme ir ahora que me ha encontrado. Sólo pocas veces he llegado a pensar que talvez está sinceramente enamorado de mí, y son esas veces las que peor me hacen sentir, pues es cuando llego a esa conclusión que me pongo a pensar en todas sus cualidades, entre las cuales destacan su sinceridad, su amabilidad y su disposición hacia mí, y alguien tan bueno no debería de rogarle a alguien que no está seguro de qué es lo que siente por él.

—No sé… Yo no estoy seguro de qué es lo que siento por él… Me preocupa, me importa lo que le ocurra, me gusta mucho y me cae muy bien, pero no sé si lo quiero…

—¿No sabes o no quieres aceptarlo? —me interrumpe. No me agrada que la gente sea tan presuntuosa, mucho menos cuando me hace dudar, así que ignoro lo que ha dicho, lucho por conseguirlo.

—…l dice que me quiere, además de que le gusto mucho y que le agrada estar conmigo… pero no sé qué creer.

—¿Tiene alguna razón para mentirte?…

Su pregunta me toma por sorpresa. No lo había pensado de esa manera. En realidad no ganaría nada con decirme que me quiere sin hacerlo en realidad, pero no es eso lo que me preocupa.

—No, no la tiene… —respondo, aunque sigo pensando en su pregunta—. No es que crea que me está mintiendo, lo que creo es que no sabe diferenciar entre atracción, necedad, cariño, obsesión… y amor.

Escucho que se aclara la garganta y entonces acuesta para quedar al mismo nivel que yo.

—¿Por qué la necesidad de asegurarte de que te ama antes de empezar una relación?… se supone que él también intenta descubrir si puede amarte, saberlo desde un principio le quita todo sentido y toda emoción, ¿no crees?… —. Se me queda viendo por un instante, como esperando que hable, pero, como mi respuesta no es inmediata, decide continuar él—. Corrígeme si me equivoco, pero él no te ha hecho nada como para que dudes de sus sentimientos. Aún si estuviera confundido, hay una razón para que lo esté: hay una emoción que le hace pensar que te quiere de alguna forma… y eso es suficiente como para que confíes en lo que te dice. De ahí en más, puedes hacer lo que tú quieras. No porque alguien te quiera vas a acceder a estar con ese alguien… pero no tienes por qué dudar de su cariño —sonríe—. Por las caras que haces, me imagino que estás pensando en cómo contradecirme… No, no he dicho que le creas a todos los que te digan que te quieren.

Sonrío un poco por su último comentario, pero rápidamente mi semblante cambia a uno neutral, pensativo.

—No pensé que pasaría tan poco tiempo antes de… —empiezo a decir, mas la oración entera deja de tener sentido antes de terminarla, por lo que cambio de rumbo—. Según yo, después de Christopher, me iba a tomar mucho tiempo encontrar a alguien más…

—¿Te gustaba mucho?…

Cierro los ojos por un momento, pero los abro no mucho después.

—Lo quería mucho… —murmuro un instante después, reconociendo que no sólo me gustaba. Me cuesta creer lo lejano que se siente y lo cercano que es el día en que terminamos. No hace más de ocho meses que le estaba diciendo que lo amaba, y no hace más de nueve meses que él me estaba diciendo lo mismo. Me incomoda pensar en él, pues cuando lo hago me invade la incertidumbre. Intento convencerme de que no me importa, pues no me afecta lo que esté haciendo, pero me gustaría saber qué ha sido de él.

Clayton sonríe. Es una sonrisa cálida. Sospecho que está pensando en mi primo y por eso se queda callado. Ambos son muy afortunados, y no sólo porque son atractivos, sino porque entre tanta gente encontraron a alguien que los complemente.

—¿Y qué vas a hacer?… —pregunta, volviendo al tema de Leon.

—Dejarlo ir… o pedirle que se vaya —murmuro, resignado. Siento un rasguño desde adentro de mi pecho al decirlo, es muy raro. Clayton alza una ceja, expresando confusión, así que decido explicarle el resto—. Antes de que tomara el avión, me pidió que fuera su novio… Ninguno de los dos sabía cuánto me quedaría aquí y él estaba preocupado porque temía que yo volviera después de que él se hubiera ido de la ciudad… Le falta poco para terminar su licenciatura y le ofrecieron hacer su último año en Chicago, donde después podría empezar a trabajar. Y Armitage no es Chicago, que a mi mamá le vaya bien como abogada en esa ciudad, no significa que también le iría bien a Leon, así se llama…

—Es un bonito nombre —me interrumpe. Me hace sentir mal que, sí, a mí también me parece un bonito nombre, me gusta mucho.

—Sí… —digo en un suspiro, intentando no hacerle notar que su comentario me ha afectado un poco—. Y, pienso que… talvez le haría bien hacerse una reputación como abogado en una ciudad grande…

—Pero le quedan más cerca Los Ángeles, San Diego, San Francisco, Fresno, Sacramento… —vuelve a interrumpirme.

—Sería lo mismo, lo vería cada siglo… y no puedo pedirle que se quede aún cuando él esté dispuesto a desperdiciar esa oportunidad por estar conmigo. No estaría bien de mi parte.

Se pasa las manos por la cara. No es una situación fácil.

—¿Tú qué harías?…

—Si esos fuéramos Dominique y yo… no sé. Dudo que nos llegue a pasar algo similar, nosotros tomamos todas las decisiones importantes entre los dos desde que nos fuimos a vivir juntos —dice en un tono como de ensoñación. Sonríe de nuevo y deja escapar un largo suspiro.

—¿Lo quieres mucho? —pregunto, cambiando el tema de una vez.

Gira la cabeza en mi dirección y me mira de manera extraña, con una ceja levantada y una sonrisa burlona formada en sus labios, mas en un instante devuelve la mirada hacia el techo.

—Lo amo.

Hago un par de preguntas más que él me responde con paciencia. Cómo llegaron a estar juntos, dónde lo conoció, cuándo se enamoró de él, quién llevó el mando de la situación, qué hicieron para lograr una relación tan estable. Me cuenta que lo conoció durante la preparatoria; Dominique, que ahora tiene veinte años, tenía apenas quince y cursaba el segundo semestre, mientras que él tenía dieciocho y cursaba ya su último semestre. Coincidieron en una reunión en casa de la entonces novia del mejor amigo de Clayton, que además es la hermana mayor de la entonces mejor amiga de Dominique. Clayton y otras personas festejarían el cumpleaños de la mayor, Helena; Dominique iría al cine con la menor, Alina, y unos amigos, quienes pasarían por ellos, pero al final cancelaron y se quedaron los dos con Clayton y los demás. Clayton sonríe, seguramente recordando la primera vez que lo vio, pues es lo que me está contando ahora.

—… Y no lo digo de una manera pervertida. Sí, yo ya era mayor de edad y él no, pero no había mucha diferencia de edades, así que eso no me convierte en un monstruo. Además, todo resultó bien… aunque no a su momento. Yo intentaba acercarme y él… él sólo se me quedaba mirando; cuando yo creía que me iba a hablar, no lo hacía, sólo abría la boca para meterse papas fritas o tomar jugo. Talvez mi entusiasmo lo asustó… o simplemente no le agradé a la vista.

Me parece casi imposible, siendo que Clayton es bien parecido, aunque yo no lo conocía entonces y la gente cambia mucho en poco tiempo. Talvez no siempre ha sido el muchacho de casi seis pies de altura, de ojos oscuros, mirada penetrante y con una sonrisa misteriosa que es ahora.

—Como si Dominique fuera superficial… —murmuro, incapaz de creer que mi primo pudiera ignorar a alguien basándose en su apariencia física.

Clayton ríe un poco.

—Aún así, prefiero pensar que era mi físico y no mi personalidad lo que repelía a mi novio —bromea—. Y te contaba… Dominique me gustó mucho, me encantó desde el momento en que lo vi entrar a la sala. Era, y aún es, perfecto. Primero fue físicamente, pero después empezó a hablar con los demás y me sentí incluso más atraído hacia él… me llamó mucho la atención que, a pesar de su tierna personalidad e inofensiva apariencia, pudiera hacer comentarios tan inapropiados y divertidos. Y su risa… Hasta el día de hoy, cada vez que lo veo o escucho reír, pienso que el mundo es mío —sonríe y hace una pausa, seguramente pensando en mi primo y su vida juntos—. La fiesta se terminó sin que yo pudiera lograr un buen contacto con él, pero no me di por vencido, nunca lo hice… no estaría aquí en este momento de haberlo hecho —hace otra pausa, considerando lo que acaba de decir—. Hasta me dan escalofríos de sólo pensarlo…

—Hola… —saluda alguien, Dominique, al entrar en la habitación—. ¿De qué hablan?

Me siento de inmediato, pensando en irme por si acaso quisieran irse a dormir de una vez, a pesar de que Clayton no haya terminado de contarme su historia.

—Le estaba contando cómo te conocí… Iba llegando a la parte de qué hice para que me dieras una oportunidad —responde Clayton.

Dominique sonríe y se saca la camisa así nada más, provocando que me tense en un segundo. Aún cuando a cualquiera le tomaría algo de tiempo encontrarlas, yo ya estoy familiarizado con la ubicación de sus cicatrices, por lo que las puedo ver casi inmediatamente.

—Lo estás durmiendo, mejor métete a bañar —murmura Dominique. Se acerca a una de sus maletas, de donde saca un par de toallas del mismo color, y luego se recarga en el tocador. Al notar que lo estoy observando, sonríe de medio lado y se cubre el pecho, colocando sus brazos cruzados frente a él. No puedo evitar pensar que talvez le he hecho recordar el incidente, sobre todo porque, como alcanza a cubrir casi todas sus cicatrices, parece que lo hace intencionadamente y no porque se sienta incómodo mostrándome su torso desnudo.

Aún siento rabia al recordar que alguien se atrevió a hacerle daño a Dominique, a él por encima de todas las personas que pudieron haber lastimado, a él que jamás le hizo daño a nadie. A pesar de que está físicamente recuperado, pues del incidente ya han pasado años, sé que algo dentro de él cambió desde entonces y me cuesta creer que todo volverá a ser como antes. Esos tipos se robaron parte de su seguridad y desviaron su vida hacia un camino más oscuro y difícil de recorrer. Me da tristeza y me hace sentir furioso imaginarme lo duro que ha de haber sido tanto para él como para su novio adaptarse a la situación. Recuerdo que, al menos cuando estaba en el hospital, no le gustaba que lo tocara otra persona mas que Clayton, ni siquiera sus padres o sus amigos, se pasaba horas llorando, sabía que se sentía mal aunque no recordara todo a la perfección, no hablaba mucho, sólo preguntaba de vez en cuando el por qué de su ataque. A todos nos hubiera gustado explicarle como si fuera un niño pequeño y que nos creyera como tal, nos hubiera gustado poder decirle que estaban celosos de su apariencia, de su inteligencia, de su casa, de sus amigos; pero no era posible creer esas mentiras, ni para él ni para nosotros, la verdad es que esos tipos eran, y seguramente siguen siendo, unos enfermos que encuentran el placer en el dolor de los demás, que únicamente se sienten bien consigo mismos haciendo sufrir a un inocente porque su cabeza no les permite captar la realidad como tal, donde todos existimos y todos merecemos existir. No puedo sentirme tranquilo pensando que esas personas siguen sueltas, esas personas que fueron capaces de acercarse a mi primo, cubrirle los ojos, taparle la boca, tirarlo al suelo y arrebatarle una fracción de su ser en cuestión de minutos con más que palabras y golpes, con más que una navaja. Me pregunto cómo puede encontrar la fuerza dentro de sí mismo para levantarse cada mañana y reprimir ese evento, cómo puede comer sin sentir náuseas, cómo puede caminar por la calle sin sentir pánico, cómo puede estar con su novio sin sentirse abrumado.

Clayton se está levantando ya, así que tomo mi plato y me despido de ambos con la mano. Espero que Spencer y Samuel aún estén juntos.





Al llegar a la habitación donde me he estado quedando desde hace más de dos semanas, lo primero que hago es tirarme boca abajo en la cama. Tengo sueño, ya es tarde. Me preocupa pensar que talvez Andre sigue en el jardín… pero Hanover es muy seguro como para que le pase otra cosa que atrapar un resfriado.

Me doy la vuelta sobre el colchón para que se me entienda al hablar y, tras varios intentos, logro tomar el teléfono de encima de una de las mesas de noche. Puedo ver la hora de Hanover en la pequeña pantalla del aparato, la 1:24 de la mañana, luego reviso mi celular, programado con la hora de Armitage, las 10:24 de la noche, allá es ayer. Decido llamar primero a casa de Spencer, esperando que estén juntos en una casa, pues a celular no creo poder llamar.

Hola —atiende su madre.

—Hola, llama Seth, busco a Spencer…

Seth, el chico rubio, sí. Spencer está con un amigo.

—Ah… Bien, ¿está en casa?

Sí, está arriba. Espera, le paso la llamada —murmura.

—Gracias —digo entre risas fingidas para ser agradable con ella.

Pasan unos minutos hasta que empiezo a escuchar murmullos de distintas voces, luego una puerta abriéndose y al final un portazo no muy fuerte. La puerta de la habitación de Spencer tiene el pequeño detalle de que no cierra bien todo el tiempo, por lo que hay que intentar varias veces; Spencer cree que se arregla con golpes.

Hola, ¿cómo estás?... —pregunta de manera sombría.

—Lo mejor que puedo estar en estos momentos —respondo intentando sonar positivo, pues en estos momentos lo mejor que puedo estar es triste, pero no es necesario que se lo diga para que lo adivine— ¿Y tú?

Eh… aburrido —murmura. Se escuchan risas a sus espaldas—. Es la verdad, estoy aburrido —le dice a alguien más.

Alcanzo a escuchar un “gracias” de otra persona en su habitación. Estoy adivinando que se trata de Stanley y no de Samuel.

—Qué amable eres… —murmuro, un poco decepcionado por no alcanzarlos juntos—. ¿Interrumpí algo?

No, para nada. Mi papá está en la casa, ya sospecha demasiado como para arriesgar a Stanley aún más.

—Considera que lo haces por su bien…

Seguramente yo no sería el único en tomar medidas contra ese hombre si acaso se atreviera a actuar en contra de su propio hijo o un muchacho cualquiera por la simple razón de que son homosexuales.

En estos momentos no haría nada por él… —dice en un tono molesto. Puedo imaginarme esos gestos de enfado tan exagerados que hace.

—¿Pasó algo?

—Es que… desde hace un mes está insoportable. Desde que mi tío Jaymie se casó, no deja de hablar mal de él y de sus decisiones, hasta de su misma existencia y de la decepción que representa para la familia, incluso se la pasa mencionando que no podía esperar nada bueno de un bastardo arrimado. Ya sabes, porque mi tío es hijo ilegítimo.

—Entiendo, tu papá está fastidioso, ¿cuál es el punto?…

Pues que no se trata de que mi tío se haya casado con una mala persona, es sólo que se casó con un hombre… con el profesor Sean, el de física.

—Vaya… —es todo lo que puedo decir, pues la noticia realmente me sorprende.

Sí… tu mamá estuvo ahí, y mi mamá fue una de las testigos. Fue genial… ¿te imaginas que Samuel y tú fueran testigos en mi boda?, vestidos de negro, pelirrojos…

—No enloquezcas, princesa —bufo, divertido.

Ya, está bien…

—Mejor cambiemos de tema —propongo, esperando hablar de otra cosa que no sea ni mi abuela ni Leon—. ¿Qué ha pasado en la escuela?

Sé que Spencer me dirá mucho más de lo que Samuel querrá decirme, así podré confrontarlo por no decírmelo todo.

No mucho, en realidad… Nada nuevo, pareciera que vamos a clases con muertos —dice en tono reflexivo.

—No me refiero a chismes, me refiero a cómo han estado ustedes… ¿No los han fastidiado?

Siendo sincero, me preocupa más Samuel que Spencer. No porque uno me importe más que el otro, es sólo que Spencer, siendo hijo del director y “amigo” de un par de miembros del equipo de natación, tiene armas para defenderse, Samuel no.

No, todo está bien. Sólo que… Scott ha estado raro con Samuel, se le acerca demasiado… Obviamente, yo intento evitarlo, pero en clase de idiomas no puedo y sé que los asignaron de pareja para un trabajo durante las vacaciones —me hace saber, claramente enfadado.

Algo malo tendría que salir de estudiar idiomas diferentes. Spencer toma clases de español junto conmigo, mientras que Samuel estudia francés. Al salir de esa clase, Samuel siempre está de mal humor. Cuando está de mal humor, él no se pone grosero como la mayoría de las personas, sólo se retrae, habla poco, mira hacia la nada, se abraza a su cuerpo como si tuviera frío; me imagino que su cambio de ánimo tiene que ver con que Stuart también toma clases de francés. No lo dice, pero es obvio que lo extraña, o que extraña lo que fue, y no decirlo simplemente lo destruye.

Después de casi una hora de platicar de cualquier cosa, sin tocar el tema de mi abuela ni de Leon, decido que la llamada ha terminado, pues me gustaría hablar con Samuel al menos una hora y no creo que el sueño me lo permita si me quedo con Spencer. Además, por más que a Spencer no le importe, estoy seguro de que Stanley no está contento de que su cuasi novio esté dispuesto a ignorarlo por tanto tiempo.





Hola —escucho, por fin, en la bocina. Ya me estaba cansando del monótono sonido de llamada en espera.

—Hola… —respondo, entonces me doy cuenta de que he sonado mucho más desanimado de lo que creía—, ¿cómo estás? —pregunto de inmediato para no darle tiempo de preguntarme si me pasa algo.

Pues… no sé… aburrido, enfadado. Quería ir a casa de Spencer, me dijo que estaba bien… pero Stanley también iba a estar ahí…

—¿Esos son celos? —intento bromear, pero no me sale bien. Ninguno de los dos parece estar de buen humor.

No… —suspira después de un rato.

—¿Envidia?

Es lo mismo… —dice él. Obviamente no es lo mismo, pero no pienso discutirle nada, prefiero preguntarle por su estado de ánimo.

—¿Te sientes bien?

Sí, no me prestes atención… —responde de manera tajante.

A pesar de que no muestra mucho interés en hablar, no pienso darme por vencido. Sé que le hace daño quedarse solo cuando se siente mal, pues le da vueltas al mismo asunto una y otra vez hasta que termina echo un desastre por dentro. Me dí cuenta de eso un día que fui a su casa y por casualidad encontré una de las cartas que le escribió Stuart; todo parecía normal, estaba muy tranquilo, me dejó leerla y luego la leyó él. Le temblaban las manos y se le aguaron un poco los ojos, pero eso era de esperarse, pues yo sé lo que se siente terminar una relación sin estar preparado para hacerlo, lo único que se puede hacer es llorar. Aunque el resto de la tarde estuvo muy serio, creí que estaría bien y me despedí de él después de ayudarle a preparar la cena. Me dijo que nos veríamos al día siguiente, pero faltó a la escuela. Después de clases, fui a buscarlo a su casa, su papá me abrió la puerta y me dijo que Samuel estaba arriba, que se había sentido enfermo y que tampoco quería bajar a comer. Al entrar a su habitación, lo encontré sentado en la cama con las piernas cruzadas, con un montón de papeles sobre el colchón; eran cartas y alguno que otro recadito que le había escrito Stuart. Lo que dice en cada una de ellas es único y me impresiona que alguien pueda fingir tales sentimientos con tanto detalle, no logro comprender cómo ni por qué alguien haría eso. Samuel estaba llorando, tenía los párpados hinchados y los ojos rojos, probablemente no había dormido bien. Recogí cada papelito sin que él se opusiera y los dejé en su mesa de noche; después me pidió que me los llevara, pero que no los destruyera ni tirara, pues le gustaría recuperarlos algún día. Me quedé casi toda la tarde con él, la mayoría del tiempo abrazándolo en su cama, no cometería el mismo error de dejarlo solo dos días seguidos.

—No me pidas eso. Cuéntame, ¿qué te pasa? —le digo tranquilamente, esperando que se anime a hablar conmigo.

Hay un minuto de silencio en el que lo único que escucho es su respiración, después logro captar un sollozo. Puedo entender que ha estado llorando. Es posible que no haya atendido a mis primeras cinco llamadas porque quería tranquilizarse antes de hablar conmigo.

No me pasa nada, en serio… —dice entre sollozos.

—¿Me puedes decir de qué se trata, al menos? —no me gustaría cometer la estupidez de preguntarle si es por su madre cuando se trata de Stuart, ni preguntarle si es por Stuart cuando se trata de su madre. Es muy sensible a ambos y suficiente tiene manejando cada asunto por su parte como para que lo obligue a recordar uno mientras sufre por el otro.

No, no tiene importancia. No te preocupes por mí —insiste. Cada vez suena más triste y desesperado por cambiar de tema. Talvez no es buena idea llevarlo al límite siendo que no puedo tranquilizarlo físicamente, no podría manejar la situación desde aquí si acaso se saliera de control, pero sé que de igual manera le va a seguir dando vueltas a lo mismo.

—Claro que tiene importancia y claro que me preocupo por ti, deja de pedirme imposibles y por favor dime qué tienes —intento sonar calmado, pero evidentemente no lo consigo, me preocupa mucho que se ponga así y más si no quiere decirme nada.

Es que ya no puedo, Seth, de verdad lo intento… pero no consigo nada…

—Sam… ¿qué sucede? —me preocupa mucho la manera críptica en la que habla, me hace pensar lo peor.

Ya no puedo fingir que no me importa cómo me trata, Seth, no puedo fingir que me da igual como yo a él… No comprendo nada, no entiendo por qué… por qué es así conmigo. No sé qué le hice, qué pasó, qué hice mal… —está llorando, apenas y puede hablar bien, hipa y solloza cada media oración, alza la voz de vez en cuando para forzarse a hablar porque yo le he pedido que me cuente. Me siento peor que antes y no creo poder aguantar mucho antes de echarme a llorar junto con él.

—Tú no tienes la culpa de nada, Samuel.

Lo quiero mucho, Seth. Ya no puedo más… no puedo estar tan cerca de él, me duele. Estoy harto de verlo y no poder estar con él, y ni siquiera sé por qué… qué sucedió, por qué ya no estamos juntos.

—Porque es un cabrón, Sammy. No merece que te sientas así por él… por favor, date cuenta.

No tengo idea de nada y cada vez que lo veo me siento peor… Ya no puedo seguir…

—Sam… Sammy… —intento llamar su atención para que se calme un poco, pero no resulta, él sigue hablando sobre Stuart como si el tipo se lo mereciera.

¿Y por qué mierda estas malditas pastillas no funcionan?…

—Sam, escúchame…

Te estoy escuchando —dice de inmediato, molesto.

—Sammy… —suspiro. No sé qué decirle que pueda ayudarlo, sólo sé que no quiero que esté triste por ese imbécil. No puedo simplemente pedirle que se sienta mejor, es imposible, ya lo he hecho varias veces y no ha funcionado—. No puedo imaginarme cómo lo estás pasando, no voy a pretender que he pasado por tu situación porque no es así… Realmente no tengo ningún consejo para darte, no te puedo decir qué hacer, en serio que… no tengo idea. No puedo pedirte que no llores, o que no te sientas mal, pero por favor confía en mí… Confía en mí cuando te digo que todo mejorará…

No puedes estar seguro de eso…

—Te lo prometo.

No sé en qué momento comencé a llorar. No se trata todo de Samuel, es que ya no puedo con todo, no puedo manejar tantas emociones al mismo tiempo, la pérdida, la preocupación, la impotencia, la rabia, la soledad; no soy capaz de soportarlas todas juntas.

¿Qué piensas hacer?

—No sé, Sammy. Pero no te voy a dejar solo en esto, estaré contigo cuando me necesites, sin condiciones.

¿Aún si me salgo del instituto?

—¿Qué?… No puedes hacer eso —digo preocupado, aunque aliviado al mismo tiempo. Me devuelve el aliento saber que no hablaba de suicidio.

No se me ocurre otra cosa… Podrías visitarme después de clases, ¿no?

—Sí, pero… ¿vas a seguir estudiando?

No sé, ni siquiera… No sé. Me duele pensar que no lo vería nunca más… ¿Por qué soy tan idiota?, ¿por qué lo quiero tanto?…

—Quiéreme a mí —le digo sin pensarlo muy bien. Ni siquiera sé qué he querido decir, aunque sé cómo ha sonado.

¿Qué?…

—No soy perfecto… pero sé que yo nunca te dejaré solo. Quiéreme a mí, Sam, quiéreme a mí hasta que estés listo para querer a alguien más —explico, tanto a él como a mí mismo. Me estoy comprometiendo a protegerlo de cualquier cosa hasta que él pueda protegerse por su cuenta, se trate de lo que se trate.

No, Seth, no… Por favor no me confundas más. No funciona así…

—Prometo darte todo lo que necesites, lo que sea… Cualquier cosa.

Ya basta, me ofende que creas que un amor falso va a ayudarme a superar otro.

No lo pensé de esa manera. Me dejé llevar por las ganas de ayudarlo. Me siento mal por haberle propuesto tal cosa, aunque es imposible que decida a quién querer así como así.

—No era mi intención… —murmuro después de unos minutos.

Su llanto ha disminuido gradualmente, ahora apenas lo escucho sollozar.

No te preocupes. Reaccioné muy mal… Gracias, pero no —lo escucho reír un poco.

—Así está mejor… —bromeo—. Sólo… lo que dijiste… mi cariño por ti no es falso, Sammy.

Lo sé. Yo también te quiero —dice con seguridad. Me lo puedo imaginar sonriendo, pero me gustaría estar ahí con él para presenciarlo—. Pero… como amigo… —bromea.

—No se te va a olvidar nunca, ¿verdad?…

Jamás. Te lo agradeceré por siempre… aún cuando tú quieres a Leon, me ofreces… cosas raras… —dice entre risas, risas que yo no puedo responder.

—¿Qué?… —pregunto con sorpresa.

Lo quieres, ¿no?

¿Por qué la gente asume que lo quiero?, ¿por qué para mí no es tan evidente? Me lo dice Spencer, me lo dice mi mamá, me lo dice mi hermana, me lo insinúa Clayton, me lo dice Samuel. Empiezo a dudarlo, pero no porque me lo digan los demás… no del todo. ¿Estoy negando lo obvio? ¿Puedo negar, acaso, que me gusta?, ¿puedo negar, acaso, que me encanta estar con él?, ¿puedo negar, acaso, que quiero que se quede? No puedo, no puedo negar nada de eso. No puedo negar que me gustan sus besos, sus abrazos, sus caricias, su voz, su mirada, su sonrisa. No puedo negar que me atrae, no puedo negar que me interesa, no puedo negar que me preocupa. No puedo negar que me estaba muriendo de celos cuando él estaba con su amigo en aquella fiesta. No puedo negar ya nada.

—Sí, lo quiero …

Maldita sea la vida, lo quiero.





Seguí hablando con Samuel hasta que le pedí que se fuera a dormir que, quisiera o no, tenía que despertarse temprano para ir a la escuela. Me gustaría poder encontrar alguna otra solución a su dilema, me gustaría que se quedara en el instituto, yo sé que puedo protegerlo de la gente, pero no puedo protegerlo de sus propios sentimientos. A pesar de que sabe que Stuart es un tipo de lo peor, no puede evitar quererlo, no puede evitar esperarlo, y verlo a diario sólo se lo hace más difícil. Platicamos de cualquier cosa, no le he contado nada de Leon, él no sabe que está pensando irse a Chicago, y está entusiasmado porque por fin acepté que lo quiero, cuando para mí es algo casi catastrófico. No pienso cambiar de opinión, no le voy a permitir quedarse si acaso eso quiere, y eso me parte por dentro.

Después de bañarme, bajo a la sala, donde está la mayoría de mi familia y alguno que otro conocido de la abuela o de la familia. Nuestros funerales son diferentes, ni siquiera sé si llamarlos funerales. Nosotros no seguimos ninguna religión, tampoco la abuela, ni festejamos tradiciones de ningún tipo. Mi abuela era francesa de madre y por haber nacido en Lyon, mas su padre era irlandés; ella se casó con un norteamericano que conoció en París y juntos tuvieron a mi mamá y su hermana, él murió cuando mi mamá tenía veinte años, nombró a mi abuela como heredera única de todas sus propiedades en el continente americano, por lo que decidió venirse a vivir a este país, una de esas propiedades es la hacienda de Washington donde crecieron mi mamá y su hermana, otra es esta mansión, que mi abuela le prestó por un tiempo a su hermana más chica, Marcelle, y a su esposo, Xavier, y fue donde crecieron mis tíos Elliot, Gael y Darcy, y que mi abuela ocupó en cuanto su hermana pudo pagar su propia casa, así podían estar todos juntos, pues Bastian, el hermano mayor de mi abuela, ya vivía en Hanover, con su esposa Meredith y sus dos hijos, Nathalie y Ben. Mi mamá es francesa por mi abuela y por haber nacido en París, aunque ya tiene la nacionalidad estadounidense, mientras que mi padre es noruego de padres y de nacimiento; ellos se conocieron cuando ella estaba estudiando Derecho y él Medicina en Harvard. Se casaron antes de que mi mamá terminara sus estudios y se fueron a vivir a Londres cuando ambos habían obtenido su título de grado, donde empezaron a trabajar y continuaron estudiando. Entonces nació Elisa, y tres años después nací yo. Cuatro años después, durante unas vacaciones en Hanover, se divorciaron. Revisando mi historia, yo soy… estadounidense por naturalización, francés de madre, noruego de padre e inglés de nacimiento; no sé cuáles de esas me reconozcan actualmente, pero tengo entendido que puedo reclamar cualquiera de las cuatro en cualquier momento, al igual que mi hermana. En cuanto a la religión, de la familia de mi abuela ninguno ha sido tan estúpido como para creer en esas cosas, mientras que mi abuelo era cristiano protestante y de mi padre no sé ni me interesa.

Después de la cremación del cuerpo, nos reunimos todos en la casa de quien ha fallecido, leemos las cartas que dejaron antes de morir, pues hasta ahora todos han sido lo suficientemente precavidos o paranoicos para hacerlo, se hace la lectura del testamento y al final comemos todos juntos. Siempre son en los jardines, para no manchar nada, justo ahora están armando mesas y colocando sillas en el jardín delantero. Todos nos vestimos de negro, aunque para el funeral de Marcelle, que murió a causa de cáncer, dijo que le gustaría que nos vistiéramos de blanco.

—¿Dormiste bien? —pregunta Dorian en cuanto me ve. Aún no se ha arreglado, trae ropa casual y está despeinado, seguramente anda ayudando a los más grandes a acomodar todo.

Asiento con la cabeza y, tras darme cuenta de que mi mamá no está en la sala, subo a buscarla a su habitación. Cuando voy cruzando el pasillo, pasa Andre por mi lado, vestido con ropa formal negra. También veo a Clayton, que trae puesto el pantalón de vestir pero no la camisa, sólo tiene la blanca de fondo. No entiendo cómo no se congela.

Al fondo del pasillo está la recámara de la abuela, la más grande de todas, con los muebles más antiguos y un montón de adornos de varios lugares del mundo. La puerta está abierta, y con atención me doy cuenta de que mi mamá está acostada en la cama; seguramente se quedó a dormir ahí. Entro a la habitación intentando no hacer ruido y me siento a la orilla de la cama para observar a mi mamá; sigue dormida. Me pregunto qué estará soñando, me gustaría saber si, como yo, está soñando que en realidad todo esto era una pesadilla. A veces odio despertar.

Sobre la cama, en la pared, está un retrato de la familia, de nosotros cuatro, de cuando Elisa y yo aún éramos unos niños, aunque para nuestra abuela nunca dejamos de serlo. Me gustaría llevármelo para colgarlo en la sala de nuestra casa en Armitage, pero no quiero mover nada del sitio que le dio mi abuela.

—¿Qué hora es? —pregunta mi mamá de pronto. Sólo tiene los ojos cerrados, no está dormida.

—Las dos de la tarde…

Abre los ojos y, por primera vez desde que llegamos a Hanover, me sonríe.

—Te ves muy guapo —murmura.

Le devuelvo la sonrisa y me levanto de la cama, dispuesto a irme para que empiece a arreglarse.

—Discúlpame… —me pide antes de que me vaya de la habitación, lo que me obliga a volver a su lado, pidiéndole una explicación con la mirada—. Perdóname, no está bien que te deje de prestar atención…

—Es normal… —suspiro.

—Nuestra familia no destaca en eso de ser normal —bromea—. Leí la carta que me dejó mi mamá… Ella sabía que todo esto pasaría. No que moriría tan repentinamente, pero sabía cuál sería mi reacción… Me pidió… —. Se le comienzan a humedecer los ojos, pero antes de empezar a llorar se cubre la cara con las manos y respira hondo para tranquilizarse—. Me pidió que fuera fuerte por ti, porque estás vivo… Me pidió que les prestara atención a ustedes, que sí la necesitan, que pueden darle uso…

—La leíste antes que los demás —le digo, evitando hablar de lo que le dijo la abuela, pues eso era sólo para ella.

—No podía dormir… —responde con una sonrisa, desconcertada por mi “reclamo”.





Casi todos los miembros de la familia tenemos una carta de mi abuela, hasta Clayton tiene una. Me imagino que le pide, o exige, que cuide mucho de Dominique, y que lo respete, y seguramente le da las gracias por todo lo que ha hecho por él. En cierta manera me parece cómico que le haya dejado una carta, pero más que eso me parece muy dulce que lo considere parte de la familia, pues de hecho lo es aunque el gobierno no lo reconozca como tal. Sophie también tiene una, pero no quiere leerla hasta que sea un poco más grande, dice ella, aunque aún no sabe leer muy bien. De personas fuera de la familia, sólo tienen cartas sus amigas, un trío de señoras con cabello plateado y abultado como el de ella que empezaron a llorar en cuanto vieron el enorme retrato de la abuela que pusieron sobre la mesa central, en el jardín, aún cuando yo les pedí que no lo movieran de la sala.

Elisa está en la sala conmigo, llorando, aunque con una sonrisa. Ha releído su carta varias veces.

—¿No vas a leer la tuya? —me pregunta entre sollozos.

—Eh, sí… en un rato…

—¿Quieres que me vaya?

Me encojo de hombros. Sí, quiero que se vaya, pero hasta que ella quiera. Lo que está escrito no va a cambiar así lo lea hoy o mañana. Ella sonríe y, sin decir nada más, se retira hacia el jardín, donde están todos los demás.

Abro el sobre con cuidado, pues planeo conservarlo junto con la carta, y saco una hoja de papel doblada en tres partes.

“Mi niño, lamento tener que saludarte este día, pero te prometo que será la única vez que lo he hecho, pues siempre me ha dado gusto recibirte. Siento mucho no poder acompañarte en este momento de dolor, por desgracia no puede ser de otra forma. Realmente odio tener que reconocer que no siempre vamos a poder estar juntos. No me queda de otra mas que saber, no imaginarme, que vas a vivir una vida plena y que serás feliz. Me duele no poder presenciar cómo te conviertes en un adulto, cómo haces tu vida, cómo cumples tus sueños; sin embargo, estoy completamente segura de que todo resultará en lo mejor para ti y para los afortunados que tengan el gusto de estar a tu lado.

No te pido ninguna promesa en mi nombre como se la pedí a tu madre y a medio mundo, ya después te enterarás de qué les pedí… Puedes elegir de qué manera quieres ver esta petición. Por ti, por quien eres, por lo que vales, asegúrate de vencer cada obstáculo que se te cruce en el camino, aprovecha cada oportunidad que se te presente en la vida, consigue todo lo que quieras conseguir, cualquier cosa, lo que te haga feliz. Vales mucho y te mereces lo mejor. Hubiera querido saber qué es lo mejor para ti, pero aún eres muy chico como para saberlo y a mí no me queda mucho tiempo para enterarme.

Te tengo muchas sorpresas este día que espero te faciliten el camino, aunque sé que no necesitas ninguna ventaja adicional, pues con ser tú ya es suficiente, pero soy una abuela compulsiva y no puedo irme sin consentirte por última vez. Es normal que la familia se deshaga de las cosas de un difunto, y espero que ustedes se deshagan de todos mis tiliches por mí, tu madre sabe qué cosas conservar y cuáles no, y sabe qué es suyo como Elisa sabe qué es para ella. Para comenzar con las sorpresas, que espero aprecies cada una, te dejo todos mis libros de cocina y recetarios. Siempre has querido estudiar gastronomía y tengo que especificar esto en la carta, quiero que los conserves. Aún si cambiaras de decisión y quisieras estudiar otra cosa, tómalos en cuenta como un empujón a seguir tu sueño. Puedes hacer lo que quieras con ellos, no me importa si los modificas, si los publicas, si compartes recetas… es tu decisión.

Ahora no sé qué te parezca el matrimonio, pero de niño te fascinaba. Sin importar lo que decidas hacer, casarte o no, que estoy segura de que vas a poder elegir, espero que encuentres el amor, pues te lo mereces, se oponga quien se oponga. Eres un muchachito maravilloso, y te mereces a alguien… similar, a falta de alguien igual en el mundo. Es una lástima que yo no pueda conocer al amor de tu vida, pero sé que será el mejor hombre del mundo y no me preocupo por el cuándo lo irás a conocer, sé que va a llegar a tu vida.

Mi niño hermoso, te adoro como no tienes idea, eres lo más valioso de mi vida y espero que el mundo sepa cuidarte como yo intenté hacerlo.

Antoinette Dufranc.”






Después de llorar un rato en la sala, salgo al jardín, aún con los ojos húmedos pero la cara por fin seca. Todos lucen más tranquilos después de haber leído sus cartas, incluso mi mamá, que la releyó mientras todos leían las suyas por primera vez, que está conversando y riendo con mi tía Faye, la madre de Dominique. Mi hermana ahora está con Anouk y mi tía Darcy, que es la más joven de su generación con apenas veintinueve años. Clayton y Dominique están sentados alrededor de una mesa junto con Andre, mi tío Gael y Sophie. Mi tío Elliot y mi tía Celeste están en otra mesa con mi tía Nathalie y Dorian. Me reconforta verlos contentos a todos, es una desgracia que no vaya a durar para siempre, pero lo disfrutaré por ahora.

—Elisa, ¿qué te hizo prometerle la abuela? —le pregunto al acercarme a ella.

Las tres, mi hermana, mi prima y mi tía, me sonríen.

—Nada que no haya intentado hacer toda mi vida… —murmura, alegre, sin revelarme nada—. Ven, vamos con mi mamá, van a anunciar el testamento —advierte al ver que mi tío Ben sale de la casa con un sobre tamaño carta en la mano.

—¿Lo leíste? —le pregunta mi mamá a mi tío Ben, quien asiente con la cabeza y sonríe— ¿Qué dice?…

—Que… al morir, todas las posesiones y propiedades a su nombre, pasan al de una sola persona…—comienza a decir, alzando cada vez más la voz. Me imagino inmediatamente que se trata de mi mamá. Me espantaría si se tratara de su hermana—. Seth es el único heredero.

Odio las sorpresas, a veces me hacen llorar frente a otras personas.
Notas finales: Muchas gracias por su tiempo, y gracias por tomarse su tiempo de comentar quienes lo hagan. Espero ahora responder a los comentarios sobre la marcha.

Ahora, a los nuevos personajes que aparecen en la historia. Disculpen que no haya muchas descripciones, pero son quince personajes nuevos y amontonar tantos colores de cabello, estaturas y complexiones no me parecía mas que aburrido para los lectores. No será la única vez que serán mencionados, aunque no sea en la misma historia, espero aún poder redimirme en el futuro.

Den clic en los nombres.

Elisa Halmrast.
Antoinette Dufranc.
Nathalie Dufranc.
Dorian Hayman.
Ben Dufranc.
Faye Hurst.
Dominique Dufranc.
Clayton Alexander Young.
Elliot Badeau.
Celeste Dunlevy.
Anouk Badeau.
Andre Badeau.
Gael Badeau.
Sophie Badeau.
Darcy Badeau.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).