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S-Crew por Hotaru

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Notas del capitulo: Espero que les guste el capítulo.

Presentación.

06: Disturbing fairytales

– ¿Pero qué haces? – pregunta Samuel de inmediato.
Apenas me he girado después de invitar al castañito ése a ir con nosotros al centro comercial. Casi puedo jurar que Samuel ha puesto los ojos en blanco… es eso o su palidez ha aumentado.

– Enfrento tus problemas, me imagino… o probablemente creándote más. ¿Quién se preocupa?... no yo. – le dedico una sonrisa socarrona e intento poner atención a la clase de historia. Es una clase de lo más aburrida, y además el profesor tiene un carácter bastante fuerte, apenas llegó y enseguida nos amenazó con colgarnos de los pies y atorarnos la cabeza en un nido de hormigas. …se castigo parece algo salido de mis sueños.

Samuel intenta reclamar mi atención por el resto de la clase, pero mis intentos por ignorarlo resultan más fuertes que cualquier esfuerzo suyo. Pero sí, sus murmullos se vuelven molestos después de un rato.

– Se supone que íbamos a ir solos tú y yo. – su tono se escucha como un reclamo. La parte patética de la oración me hace sonreír, pero tengo que dejarle las cosas claras… las cosas andan mal en su cabeza, y si puedo arreglarlas… pues las arreglo.

Mantengo la calma y dejo mi bolígrafo sobre la mesa. En realidad no suelo tomar apuntes, me gusta más hacer dibujitos en secuencia en las orillas del cuaderno y entonces pasarlas rápido como si se tratara de una animación barata.
– Escucha, tú y yo no somos ni siquiera amigos; mucho menos somos lo que sea que te imaginaste, no es una cita, ¿entendido? – en todo momento lo miro directamente al ojo que no lleva cubierto con el cabello y el parche.
No me sostiene la mirada, algo completamente predecible.
– Si no estás de acuerdo en que… – me giro a ver al castaño y le sonrío con falsa amabilidad. – ¿Cómo te llamas, cariño?

Titubea unos segundos, pero finalmente se aclara la garganta y parece estar listo para hablarme.
– Spencer… – responde en voz muy baja, seguramente para que nadie se entere que está hablando con el nuevo que les hizo frente a los patanes y le habla al rechazado.

Vuelvo mi atención a Samuel, decidido en proseguir con mi argumento.
– Si no estás de acuerdo en que el otro perdedor nos acompañe, entonces no vayas y ya. Además, ¿no crees que sería reconfortarte tener a alguien más de quién burlarte?... ya sabes, alguien más que el espejo. El tipo ése seguro le teme a su sombra, ¿no suena divertido? – sé que sonreír no es muy apropiado, me hace quedar como un psicópata, pero igual esbozo tal gesto de satisfacción.

Samuel no me responde, no sé qué significa eso en su idioma. Si fuera otra persona, seguro creería que me está ignorando, pero él sólo me tiene miedo; tanto como le tiene miedo a respirar o parpadear frente al grupito de tarados.
Estoy seguro que será una tarde con alto contenido de diversión. Al menos para mí, creo que queda claro.

- - -


La clase de historia transcurrió más rápido de lo esperado. El ambiente se aligeró un poco cuando el profesor dejó a un lado su mal humor y nos pidió a cada uno que nos presentáramos. Samuel se negó a hablar, o mejor dicho, ignoró su turno.
Como curiosidad, me enteré que los guardianes de Scott Garland no se llaman Bruto Uno y Bruto Dos. El rubio es Demian y el otro, el lindo, es Stuart… aunque la gente no me cae bien nada más por linda.

– No me explico por qué éste tipo nos habla acerca del SIDA en nuestra primera clase… ¿aquí las cosas no avanzan de manera lógica, acaso?; ya sabes cómo es, primero hablan de las cositas que tenemos los varones y entonces extendemos el tema lo más posible porque es lo más interesante del curso… ¿no opinas lo mismo? – bromeo con Samuel; él no comenta ni hace chistes, sólo sonríe. Necesita felicidad, necesita alguien de quién burlarse… los maestros son el blanco más accesible, me supongo.

Estamos en clase de salud, pero parece más bien la clase de inhibición y abstinencia sexual. Poco más y se convierte en un curso para ser monja.
El tipo es feo, pobrecillo… por algo no le gusta el sexo. Bueno, en realidad creo que no lo ha experimentado. De lo contrario, estaría repartiendo condones y daría por sentada la clase.

– ¿No hay más recesos?... siento que me estoy pudriendo de aburrimiento. – le pego a Samuel con el codo, intentando llamar su atención.
No me responde, así que me giro a verlo. Está mirando en otra dirección, no despega los ojos de una chica, ésa con la que me senté en clase de artes.

Le doy otro codazo y entonces me pone atención. Asiente perezosamente y saca su teléfono celular para revisar la hora.
– En menos de dos minutos estaremos sentados en la cafetería, camuflándonos con las sillas…

– ¿Qué quieres, si no?, ¿que te recite un poema?... cuéntame algo, y si me interesa, opino… así es como funcionan las conversaciones. – conmigo, al menos.
Abrir un tema da pereza… y la verdad que no me interesa conocer sus pesimistas posiciones ante cualquier asunto de interés actual. Seguro me dirá que la única solución es la muerte, porque no vale la pena enfrentarse a los problemas si al final no nos llevamos nada, ni nuestra propia memoria. Me suena a alguien que conocí el año pasado… pero no puedo atestiguar que ésa sea en realidad la posición de Samuel.

– Y tú… – me giro para ver a Spencer, que está a punto de dormirse sobre la mesa. En esta clase tampoco se ha sentado junto a sus amigos. Probablemente se siente bienvenido a sentarse junto a nosotros. Qué curioso, porque no es bienvenido.

– ¿Volverás al lago, o seguirás siendo una princesa por el resto del día? – el lago de los cisnes… creo que no tiene mucho que ver, pero no hay modo de regresar el tiempo y decir algo más inteligente.

Sonríe de manera desanimada, pero no dice nada. Debe ser por sus amigos, el qué dirán en realidad no me importa… es obvio que a él sí.

– Qué vergüenza me das… – digo entre dientes y vuelvo a mirar a Samuel. Enseguida me percato me mira con curiosidad. Alzo las cejas para darle a entender que me diga lo que quiera decirme.

– ¿Eres así con todos por alguna razón en específico?...

– Si son estúpidos, sí… ¿te molesta? – de verdad intento que no suene como una amenaza o una reprimenda, pero eso es algo inherente en mí. Si me responde con un “sí”, significa un rápido avance con su comportamiento. Si no se deja de mí, entonces no se dejará de nadie. Sí, la tolerancia se mide en escala Seth.

– ¿Crees que soy estúpido? – me mira con tristeza y confusión al mismo tiempo. Pero qué pregunta tan poco relevante.

Obvio que la respuesta es afirmativa; él me parece estúpido y otras cosas más.
– Como que el cielo es azul. – suspiro. Cojo mi libreta y mi bolígrafo para entonces levantarme de la silla… es divertido ver la reacción del profesor, tan dispuesto a regañarme; pero no puede, inmediatamente cuando alza la mano para llamar mi atención, la campana da el toque de aviso para salir de clases.

Estoy fuera del salón y entonces sale Samuel y se queda quieto junto a mí. En realidad lo esperaba. No lo voy a dejar andar solo por ahí, no me caería nada bien para lo que tengo planeado: cambiarlo, moldearlo como a una persona de verdad y no dejarlo ser una muñeca de vudú a la que cualquiera puede clavarle un alfiler. Tengo que defenderlo a él para defenderme a mí, a nuestra condición. Suena obsesivo… será que soy obsesivo, no sé.

- - -


Mientras avanzamos por los pasillos no me dice nada. Me parece que sigue un poco lastimado por lo de “estúpido”. Pero qué va, me acaba de conocer… no debería importarle tanto lo que pienso de él.

– Quiero saber cuál es mi casillero. – le informo y comienzo a caminar más rápido. Voy en dirección de la pared de corcho, ésa llena de papeles.
Talvez aproveche para buscar el de Scott Garland y así sabré dónde colocar inofensivas bromas cuando sea necesario.

Escucho los pasos de Samuel tras de mí, suenan más seguidamente; al parecer él tampoco quiere apartarse de mí. Pero él me necesita, yo no lo necesito a él. ¿Si no necesito estar junto a él es porque quiero estar junto a él?... lo dudo.

Hago ruidos ininteligibles mientras paseo mi dedo índice por encima de la lista de alumnos acomodada en orden alfabético. Los números en rojo significan parte inferior, mientras que los números en verde significan parte superior. Qué ingeniosos, es como un semáforo.

– G… Garland Scott… ciento setenta y dos, parte superior. – suspiro, dudo aprenderme esos números para compararlos con los míos. – H… Halmrast Seth, doscientos treinta y siete, parte superior también. – con saber que ambos somos parte superior es suficiente para saber que no estamos juntos. En fin, el próximo año será… puedo hacer muchas otras cosas para fastidiarlo.
– ¿Cómo te apellidas? – pregunto a Samuel.

No responde, pero se apresura a señalar un nombre en la lista. Kifer Samuel. Ciento setenta y dos, parte inferior. Al parecer no vamos juntos.

– ¿Buscamos el de Spencer? – creo que a Samuel le molesta que mencione al tipo ése, sólo por eso hablo de él cuanto sea posible.

Concentra su mirada en la lista.
– Es… aquí. – señala el nombre de Burns Spencer. Tiene el casillero ciento sesenta y cuatro, parte inferior. En realidad no me interesa saber dónde va… sólo quería fastidiar a Samuel.

– ¿Y cómo se apellida...?, ah… ¿cómo se llama el tipo de cabello negro? – el bonito ése que se pone con Scott y con el castaño feo. Ni idea.
Samuel se encoge de hombros y por fin aparta la vista de la hoja con nombres. Creo que de verdad le molesta hablar de esos tipos.

Veo las listas una vez más… y sonrío. Es extraño; casi como una conspiración del destino… ¿qué tantas posibilidades existen de que a Samuel le toque compartir casillero con Scott?
– Eh. – llamo la atención del desdichado tuerto y le hago señas para que vuelva a ver la lista. Mis dedos están encima de su nombre y del de Scott.

Su carita al momento de enterarse me hace sentir algo raro en el estómago. Creo que tengo ganas de reír.
– Tienen que estar de broma. – suena como una suplica a todos los dioses. Si es que alguno existe. – Seguro que lo han hecho para molestarme. – dice un poco enfadado, pero no suena muy enérgico. Sería un declamador cero convincente.

– No te compadezcas de ti mismo, no es como si vayan a patearte cuando estés agachado para recoger tus libros… – me quedo pensativo por un instante. – Yo te acompañaré en las mañanas, te aseguro que no va a pasar nada… – la gente hace cosas peores que decir nombres, incluso más que patear. A decir verdad, me sorprende que Samuel no lleve un collarín o un parche en… ah, nada.

– ¿No sería mejor compartir casillero contigo?... o cambiarme por ti.

– ¿Y arruinarme la diversión de defenderte a diario, y al mismo tiempo humillar al idiota ése?... ¿qué clase de amargado crees que soy?... – le doy una palmada en el hombro, pero él se apresura a alejar mi mano.

Niega con la cabeza varias veces y exhala con dificultad.
– Bueno, al menos… – no completa la oración, pero señala una hoja más con una leyenda indicando que los casilleros serían cambiados por nuevos éste año y que tardarían algo así de un mes para poner los nuevos. Qué bien, ahora el destino conspira en contra de mi diversión.

- - -


Compramos caramelos en la cafetería. Lo hice formarse entre mucha gente aunque él insistía en que lo hiciera yo; pero no funciona, yo no tengo nada que aprender, él sí.

– ¿Spencer te parece lindo? – pregunta Samuel, y luego vuelve a llevarse la paletita de cereza a la boca.

Ladeo la cabeza hacia la izquierda para expresar mi confusión. Mi madre constantemente me pide que no haga eso, pues según ella así parezco un perrito perdido.

La pregunta no parece tener trasfondo alguno.
– Está bien que te doy la oportunidad de iniciar un tema, pero no me preguntes cualquier cosa… y bueno, yo no lo definiría como lindo… no es feo, pero no es mi tipo. ¿Por qué?, ¿a ti te gusta?

Se encoge de hombros y niega lentamente con la cabeza.

- - -


El tema resulta ser más sustancioso de lo que parecía en un principio.
En los pasillos nos cruzamos con varios muchachos y Samuel constantemente me hacía la misma pregunta. Terminamos por concertar que, para preguntar, él se sacaría la paleta de la boca; y yo, para responder, negaría o asentiría, después alzaría los hombros para que él diera su veredicto. Creo que sólo dos me parecieron atractivos, pero a Samuel ninguno.

Y seguimos con las preguntas incluso en clase de filosofía. Es que si no se habla en ésta clase uno termina quedándose dormido; y no porque sea aburrida, es sólo que el profesor tiene esa capacidad de aburrimiento que me parece abundante en la escuela.

– ¿Te parece atractivo alguno de esos? – ahora yo le pregunto a Samuel. No parece entender a quiénes me refiero hasta que señalo con un movimiento de cabeza en dirección del grupito de Scott. Spencer está con ellos en esta clase; parece ser que se cansó de ser ignorado por nosotros y volvió a ser ignorado por personas más cotidianas para él.

Samuel se queda pensativo, pero no mantiene un contacto visual directo con ellos.
– Supongo… pero no me gustan. – pues vaya, al menos compartimos esa visión de las cosas. No es lo mismo deseo físico que deseo general. – ¿Y a ti?

– El… ¿cómo se llama el de cabello negro? – aún no recuerdo su nombre.

Samuel sonríe.
– Stuart… – parece un suspiro, creo que le molesta que le pregunte.

– ¿Qué?, ¿es el mismo que te parece lindo a ti? – qué interesante, otra cosa en común. Y bueno, no tiene por qué molestarse si es por eso; no es como si fuéramos a pelear para definir quién desea más a un hetero desconocido.

No responde, simplemente se encoge de hombros y continúa sonriendo. Es una sonrisa lúgubre, como si algo acerca de ese muchacho le incomodara.

- - -


Terminan las clases. En literatura sí me quedé dormido. No es bueno levantarse temprano.

– Vamos a mi casa. – comento, u ordeno, a Samuel. Nos encontramos parados fuera de la entrada principal. – De ahí al centro comercial. –

– ¿Es necesario?... quiero decir, ¿para qué? – se corrige, como con miedo.

– Necesito cambiarme de ropa… nada más espera a que Spencer termine de hablar con sus amiguitos y nos vamos los tres. – señalo a lo lejos, donde se alcanza a divisar su cabeza castaña entre otras tantas de colores distintos.

Samuel frunce el seño.
– Ya, en serio, ¿para qué lo invitaste? – se nota el fastidio en su tono de voz, claro, eso además de aflicción. Pero eso último parece ser común.

– ¿Qué importa?, no eres mi madre… por cierto, ahora que la he mencionado, ¿te gusta la comida quemada o prefieres comer en el centro comercial? – con esta oración consigo levantarle un poco el ánimo. Es por mi chiste o porque se ha dado ya por vencido, cincuenta y cincuenta.

Stuart y el castaño que no es Spencer dan vuelta al aparcamiento, dirigiéndose a los terrenos posteriores del instituto. El castaño va tomado de la mano de una chica rubia… ¿qué hace esa versión miniatura de King Kong con una muchacha que bien puede buscarse a un novio con buenos sentimientos?... ya va, probablemente ella no quiere a alguien de buenos sentimientos sino a alguien con… ya me perdí.

Spencer avanza rápidamente hacia nosotros. Casi parece esconder su cabeza entre sus hombros. Qué paranoia, qué vergüenza estar con él en el centro comercial…

– Bienvenido… – suspiro con poco interés. – Vamos a mi casa, necesito quitarme esta cosa de uniforme. – anuncio e inmediatamente después emprendo el paso.

Vamos a la par, pero Spencer camina un poco apartado de nosotros. En realidad me importaría muy poco si se fuera por la acera del frente. Si tanto asco nos tiene, ¿para qué nos acompaña?
– ¿Te piensas ir por tu parte cuando lleguemos al centro comercial?... si la respuesta es sí, ¿qué esperas para largarte? – mi reclamo es suficiente para convencerlo de acercarse a nosotros.
Ay, tonto de mí… no me tiene asco, me tiene miedo. Qué divertido… jamás tuve mascotas y ahora de la nada tengo dos.

Detengo un taxi al llegar a una esquina. Sería divertido obligarlos a caminar por más de cuarenta minutos, pero yo no estoy dispuesto a gastar mis energías otra vez… tuve bastante con lo de la mañana.
Subo al asiento trasero junto con Samuel y Spencer se va en el de frente.
– Rose Leaf, eh… y ya, creo que me bajo ahí en la entrada. – indico al conductor. No me sé la dirección con precisión, sólo que es Rose Leaf y eso porque suena elegante. Y además es elegante.

- - -


Llegamos a un enorme arco que tiene inscrito “Bienvenido”. Ahí se detiene el taxi y bajamos; paga Spencer por ir en el asiento delantero… y por ser el invitado de honor, claro.

Pasamos el control de acceso con permiso del guardia y caminamos por la bastante amplia carretera del sector residencial.

Creo que se sorprenden cuando les digo “Aquí es”, frente a mi casa.
Que ya, mi casa no es tan simple o campirana… simplemente no es lo que teníamos Beverly Hills. Es de color amarillo pálido, tiene tejados marrones y decorados blancos en las ventanas. Tiene toda la apariencia de una casa rústica; esas a donde va la gente a visitar a sus bisabuelos si aún los conserva. Lo único que le falta a la casa para parecer de terror es un par de gárgolas en la terraza; pues hasta la naturaleza se empeña en lograrla oscura cubriendo sus paredes con las sombras de dos árboles enormes.
Noto la camioneta de mi madre junto a uno de esos árboles.


Seguimos el camino de rocas rojizas desde la acera al pórtico. Subimos cinco escalones de madera pintada de gris que crujen al ser pisados, como en las películas, gritos desgarradores que intentan advertir al tonto personaje rubio de no entrar a la casa. Por suerte yo sólo soy rubio, no tonto.
La puerta no hace ruido al ser abierta, pareciera que podría, pero no. Qué vergüenza si eso fuera.

– Tu casa es genial… – comenta Spencer.
¿Qué esperaba?, es obvio, es mía.

– ¿Quién es? – llama mi madre desde la cocina.

Apresuro el paso hacia la cocina; los otros dos son lo bastante intuitivos como para comprender que no tienen que seguirme a saludar a mi mamá.

Entro a la cocina y la encuentro sentada a la mesa.
Mi madre es hermosa, y no lo digo porque sea un buen hijo con un mal sentido de la vista; la gente se lo dice, eso me avala. Su cabello es rubio platinado, más claro que el mío, su piel es blanca pero un poco sonrosada, no usa mucho maquillaje por lo que siempre se ve casi natural.
El haber dado a luz no le ha repercutido en lo más mínimo… ¿seré adoptado?... No, no creo, yo soy igual de hermoso que ella.

– Visitas. – le hago saber. Alzo las cejas de manera pícara y entonces ella sonríe incómodamente.

– Entonces supongo que no tengo qué preguntar cómo te fue en la escuela… ya hasta tienes…

– No son mis amigos, no te confundas. – la interrumpo. – Lo siento. – me disculpo inmediatamente por haber interferido en su comentario. Siempre que la interrumpo me dedica una mirada de indignación que no me provoca sentir culpabilidad.

– Ya. Igual no te diré que no lo vuelvas a hacer porque te conozco y sé que lo harás otra vez en un par de minutos. – suspira y vuelve su mirada a su plato lleno de ensalada.

– No, de hecho no lo haré. Necesito dinero para ir al centro comercial… ¿veinte dólares?, anda, no exijo mucho. – propongo, apoyando mis manos sobre la mesa y sonriendo como un niño travieso. Muy travieso.

Se lleva las manos a la frente y las pasa por su rostro. Suspira. El suspiro de una madre dice muchas cosas, pero siempre es mejor no preguntar.
– Nada más esta vez… – con una mano coge su bolso y con la otra saca un billete de cincuenta dólares. Qué espléndida; y eso que se nota que no está de buen humor. – Pero sólo porque no quiero quedar como una bruja frente a tus amigos. – me señala con su dedo acusador antes de tenderme su mano con el dinero.

Lo cojo antes de hablar; sólo por si acaso… se podría arrepentir si le digo cualquier cosa.
– Que no son mis amigos. – la corrijo. Sonrío y me quedo quieto frente a ella por un rato hasta que ella se cansa de verme y señala en dirección de la puerta para que me vaya.
Trueno un beso en el aire para mi madre y ella al ver esto chasquea los dedos para indicarme que me apure. Todo riendo… ella no es una maldita ni yo soy un masoquista.

Subo las escaleras a la segunda planta y después cruzo los pasillos hasta los escalones que sirven de preludio para mi llegar a mi habitación. Están entre dos paredes, dejando sólo un espacio para que muy apenas quepa una persona de complexión delgada.
Spencer y Samuel me siguen como perritos, pero Samuel siempre va un paso más adelante que Spencer.

Me saco la camisa y la echo a la cama inmediatamente al entrar a la recámara. No sólo es fea e incómoda, sino que también hace calor y la tela no es la más fresca del mundo.

Rebusco en el clóset una y otra vez para encontrar alguna camisa que se vea bien con unos jeans negros. Al final, cojo dos camisetas distintas y las pongo sobre la cama.
– ¿Cuál? – pregunto a los otros. Una de las camisetas es blanca, de manga tres cuartos, cuello redondo y tiene estampados tribales grises al frente; y la otra es color turquí, de manga larga, cuello en v, y no tiene estampados o decorado alguno.

– La azul. – dice Samuel con seguridad. Vaya, dijo algo con seguridad.

– Ah… ¿la azul? – titubea Spencer.

– Bien, entonces llevaré la blanca. – digo entre dientes. Siempre es más fácil irse con la escala de grises.

- - -


Mi madre nos hace el favor de dejarnos en el centro comercial porque supuestamente queda camino a su trabajo. Me parece que sólo tiene la intención de conocer a mis nuevos “amiguitos”. Qué locuras hacen las madres…
Se sorprendió muchísimo cuando le presenté a Samuel y Spencer. Estoy seguro que esperaba tipos con tatuajes y perforaciones por todas partes, o simplemente desnudos.

Parece darle preferencia a Spencer por encima de Samuel. Es que Spencer platica más… al menos con ella, claro, porque a mí no me dirige la palabra por voluntad propia. Por la forma en que abrió los ojos cuando vio a Samuel por primera vez, estoy seguro que él le pareció más lindo… como un hámster, porque los hámsteres no hablan.

– Por favor compórtate, Seth. – murmura mi madre con seriedad mientras se coloca las gafas de sol. Chanel, sólo hay una.

– Prometo que esta vez no besaré a ningún guardia… – pongo una mano en alto y entrelazo los dedos índice y medio.

Sonríe ligeramente y niega con la cabeza antes de soltar una suave risilla. Obviamente está recordando alguna de mis tantas salidas de cabeza.

No le toma mucho tiempo recuperarse.
– Y cuídalos… tú eres el más inteligente. – dice en voz baja, asegurándole de que los otros dos no escuchen. – Y no tienes idea de lo que eso me aflige. – suspira por última vez antes de arrancar la marcha y salir del estacionamiento del centro comercial.

Samuel y Spencer me esperan junto a una enorme puerta de cristal. Está abierta, supongo que por los sensores. Me siguen casi al mismo tiempo que paso entre los dos… tan sincronizados que casi puedo sentir que llevo guardaespaldas… guardaespaldas inútiles, pero guardaespaldas al fin.

– ¿Qué me quieres mostrar aquí, Sam? – me cansa decir su nombre completo. Aunque Sam suena como nombre de can… pero bueno, ¿qué es él sino un cachorrito sumiso, miedoso y torpe?

Lo toco del brazo unos minutos después, ya que no responde. Está quieto mirando al frente… alza una mano y saluda a alguien. Miro hacia el frente y me percato que la chica del grupo de Scott lo saluda de vuelta. Ella está sentada con su teléfono móvil en una mano.

Caminamos hasta la banca donde está la pelirroja, al menos Sam y yo, pues Spencer da unos pasitos y se aleja de nosotros en sentido diagonal; pero yo lo cojo de un brazo antes de que se separe definitivamente.

– Creí que no venías… – murmura Sam, como si le provocara pavor hablar alto en público. No es como si lo vayan a señalar y anunciar al mundo: “…se es maricón, golpéenlo.”

Río un poco.
– Serás imbécil, primero me reclamas que invite a Spencer y luego haces esto… – alzo una ceja y no le doy la oportunidad de responder a Sam, pues de pronto dirijo mi atención a la pelirroja. – Pero como sea, ¿nos harás compañía… desconocida? – ofrezco gentilmente. Así me entero más a fondo acerca de Scott, si es que es posible que ése tipo tenga fondo…
Hay que analizar a la presa, correr detrás de ella, alcanzarla… hacerla caer… y entonces sí; cortarle el cuello, arrancarle la cabeza, rajarle el cuerpo y sacarle los intestinos. Es la ley de la naturaleza.

Y eso le demostrará qué tan naturales podemos llegar a ser los maricas.
Notas finales: Eva Dylan.

Espero que les haya gustado.

Les agradezco a todos su tiempo. Me voy a responder sus comentarios y luego a dormir.

De nuevo intenté responder el comentario que recibí por parte de fanatic pero me resultó inútil. Terminaré colgándome si esto sigue así.

Definitivamente, comunicación no es el único problema que tiene Sean con Jaymie, y ahora con esto de Linda… vaya que se han empeorado las cosas. Y Scott, que ni está enterado, pero ha causado un fuerte disgusto a la pareja.
Un abrazo, gracias por tu comentario y tu tiempo.

Tampoco pude responder el de iSabel, pero aquí está la respuesta:

Creo que Sean se pondría rabioso de saber que a alguien le parecen graciosas sus desgracias, pero es la verdad… ese berrinche del final fue… particularmente desconcertante.

Espero te guste el nuevo capítulo.
Me despido, un abrazo, muchas gracias.
También gracias por la suerte, la necesitaré…


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