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Fiebre por starsdust

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Notas del fanfic:

En esta historia se mezclan universos, el de la serie clásica (con elementos de Episodio G) con el del manga Saint Seiya The Lost Canvas, que trata la guerra santa que ocurrió 200 años antes del presente, donde los santos son físicamente muy parecidos a los del presente, aunque en personalidad varían bastante en muchos casos. 

Sin embargo, este fic NO es un universo alternativo.

Dégel y Kardia (Acuario y Escorpio del siglo 18), que también aparecen en este fic, son del manga Saint Seiya The Lost Canvas, y allí aparecen entre los capítulos 100 y 113 (bueno, Dégel aparece antes).


OTRAS ACLARACIONES:

- Camus y Milo tienen las edades de Episodio G más o menos en este fic, y son un poco más chicos que Dégel y Kardia (que tienen más o menos 19-20 años en este fic, que pasa unos años antes de la guerra santa). 

- La parte de SS clásico está situada antes de que Camus se vaya a Siberia a entrenar a sus niños.

- La personalidad de Milo está inspirada en su manera de ser en Episodio G. Esto es, menos maduro, y bastante más infantil, por ser más JOVEN que en la serie clásica.

- Se entiende mejor tomando en cuenta los hechos de The Lost Canvas, porque a partir del capítulo 2, los personajes y los tiempos se entremezclan

-  Todos los dorados del pasado y del futuro tienen alguna participación en algún capítulo.

- Agradecimiento a mucha gente que me ha animado constantemente a seguir este fic... algunos de ellos visitan este sitio también, así que GRACIAS!!! :3

El santuario.


Milo despertó sintiendo que se ahogaba. Había tenido un sueño desagradable, tanto que incluso su corazón continuó latiendo a prisa luego de que había abierto los ojos. Las piezas del sueño no se desvanecieron al instante. Estaba en un lugar imponente y húmedo, pero a pesar de eso se estaba quemando desde adentro.


Quiero olvidar.


Un lugar antiguo al que Camus lo había llevado, donde estaba destinado a morir. Donde dormía una fuerza poderosa, más inmensa que nada que jamás hubiera enfrentado.


Quiero olvidar.


Las imágenes fueron disolviéndose mientras su corazón se aquietaba, y al ir olvidándolas fue despertando de su ensueño y lamentando haber deseado dejarlas atrás. Sentía que contenían un mensaje poderoso, pero había sido su propia voluntad la que había querido erradicar el recuerdo, como si se tratara de algo prohibido. Lo único que terminó por quedarle fue una sensación de calor que se le hacía desagradable. Antes de volver a la realidad por completo, una imagen se cruzó por su mente. Las heladas planicies de Siberia, donde Camus se encontraba en esos momentos. Un escalofrío le recorrió el cuerpo.


oOo


Esa misma mañana, incapaz de deshacerse de su impaciencia, se había dirigido al templo de Virgo.


–¿Un sueño? –preguntó Shaka, mientras llevaba a sus labios una taza de té.


–No es la primera vez… –Milo sostenía su propia taza entre sus manos, pero no hacía más que mirar su propio reflejo en el líquido que contenía– ¿Crees que signifique algo especial?


–Si me haces esa pregunta es porque tú mismo crees que significa algo especial, ¿no te parece?


Aunque Milo no respondió, la respuesta era sí. No podía apartar la vista de la imagen distorsionada que le devolvía el espejo del té, como si en su interior creyera que allí podía encontrar una clave.


–No me gusta cómo me hace sentir –susurró.


–Pero parece que necesitas resolverlo aunque no te guste. ¿Por qué no intentas recordar mejor el sueño la próxima vez?


Milo se mordió la lengua para no repetir lo que ya había dicho. Lo que más deseaba era poder olvidarlo por completo, pero el sueño volvía cada noche sin que él pudiera hacer nada al respecto.


Al alejarse del templo de Virgo, Milo sintió que su inquietud no había disminuido. Hubiera querido hablar con Camus, pero tendría que esperar a que volviera. Sintió una puntada en el pecho.


oOo


Camus volvió antes de lo previsto, y aunque no se sorprendió cuando ante él apareció un sonriente Milo para recibirlo, tampoco se sintió especialmente feliz por ello. Ni siquiera le había dado tiempo de pensar en qué decir o prepararse para comunicar las noticias que le habían sido entregadas, como hubiera deseado. No, allí estaba Milo, abalanzándose sobre él sin dejarle pensar en cómo reaccionar o qué decir.


–¡Camus, has vuelto! Quería hablar contigo...


Camus suspiró con cierto fastidio.


–¿No puede esperar un poco? No es... el mejor momento.


Milo retrocedió como un cachorro al que le hubieran arrojado un balde de agua fría. Había estado esperando por él durante días, y ahora que había llegado el momento del encuentro, Camus apenas si lo había mirado.


–Camus…


–Necesito arreglar unos asuntos, Milo.


–¡Pero es importante! ¡Y había estado esperando por ti! Porque sé que podrás ayudarme, porque sé…


–¿No deberías estar en tu templo? –preguntó Camus en voz baja, mientras seguía su camino cuesta arriba. Milo abrió la boca para contestar, pero antes de que llegara a decir palabra fue interrumpido por la voz de Aiolia, el guardián del templo al que se acercaban.


–Sí, ¿no deberías estar en tu templo? ¿Y no deberías haberme pedido permiso para atravesar el mío? –Milo levantó la vista para encontrarse con el santo de Leo cruzado de brazos a la entrada, con la vista clavada en él. El escorpiano se sintió invadido por una rabia que no supo contener y olvidó a Camus por un momento.


–¡No me hables así, león de circo!


–¡¿Quién es un león de circo, bicho rastrero?!


–¡Siempre metiendo la nariz donde no te llaman, gata regalada!


–¡Yo no soy quien fue a meterse donde no lo llamaban, insectucho de cuarta! ¡Vuelve a tu cueva, artrópodo asqueroso!


–¡Fui a darle la bienvenida a Camus! ¡Claro que no podrías entenderlo porque no tienes un amigo como él, Regulus! ¿Quién querría ser tu amigo? ¡Además no tengo que darte ninguna explicación! ¡Leona coja!


–¿Cómo que no tienes que darme ninguna explicación? ¡Es el protocolo del santuario, idiota!


–¡Claro, mira quién me viene a hablar del protocolo del santuario! ¡Imbécil!


–Hey, hey, ¿qué es esto? –preguntó una tercera voz. Aiolia y Milo se detuvieron por unos momentos. Era Shaka quien había hablado. Entre la agitación, ninguno de los dos lo había sentido acercarse.


–¡Él empezó! –gritaron los dos al unísono.


–Si van a gritar tanto ¿podrían hacerlo más lejos del templo de Virgo, al menos? ¿A qué se debe este escándalo?


Los aludidos se quedaron en silencio, como si no pudieran recordar cómo había empezado aquello. Milo intentó volver a ordenar sus pensamientos y unirlos a palabras, lo que le resultó especialmente difícil.


–Es que volvió Camus... –dijo Milo, sin querer explicar demasiado en frente Aiolia, pero deseando que Shaka entendiera lo que eso significaba.


–Y lo dice como si acaso necesitara una excusa para comportarse como un idiota. –agregó Aiolia conteniendo una risita.


–¡¿Qué dijiste, imbécil?!


–Esperen, un momento –previendo el comienzo de otra discusión–. Milo, te escuché decir algo antes… ¿cómo llamaste a Aiolia?


–¿"Imbécil"? –preguntó Milo, confundido.


–No, no… Antes.


–¿Leona coja? ¿Gato callejero? ¿Gata regalada? –fue repitiendo de a uno el escorpiano, mientras Aiolia escuchaba rojo de ira, sin poder creer que Shaka estuviera alentando a Milo a aquello.


Shaka meneaba la cabeza. Lo que había escuchado era algo diferente. Algo que había tocado un resorte dentro de él, pero que se le había escapado antes de que hubiera sido capaz de analizarlo y ahora se había vuelto apenas la sombra de una sensación familiar pero extraña al mismo tiempo. No era una palabra. Era un nombre.


–¡Cállate y vuelve a tu templo, plaga! –gritó Aiolia, sin poder contenerse.


–¿Qué, quieres irte a cazar ratas? ¡No quiero estar aquí, ya te dije que vine a recibir a Camus!


–¡¿Y no podías esperar a que cruzara tu templo?!


–¡Mejor ya vámonos, Camus! –dijo Milo, dándose la vuelta, pero encontrándose para su sorpresa con que no había nadie allí– ¿Camus…?


Shaka suspiró, resignado. Al parecer, ni Aiolia ni Milo habían notado que Camus había seguido su camino hacía un largo rato.


oOo


Camus había decidido que era el momento de hablar con Milo. Entró en el templo de Escorpio con su discurso perfectamente ensayado, un discurso que había estado preparando desde su vuelta de Siberia. Consideraba que cubría todos los puntos necesarios para explicar cuidadosamente la situación que quería tratar, sin dejar lugar a malentendidos.


Pero al atravesar la puerta la primera parte de su plan se desbarató, al encontrarse con que nadie vino a recibirlo. Miró a su alrededor en el templo vacío y avanzó hacia la parte lateral, donde estaban las habitaciones, sintiéndose contrariado por su error de cálculo.


Encontró a Milo recostado en una cama, respirando con dificultad, como si estuviera teniendo un mal sueño, a pesar de que tenía los ojos abiertos. Sintió una chispa de alarma encenderse en su pecho y se apresuró a acercarse a él, pero los ojos vidriosos del otro no demostraron ningún signo de reconocimiento. Su mirada parecía estar perdida en un lugar muy lejano, atravesándolo como si fuera de cristal.


–¿Milo…? –susurró Camus mientras acercaba una mano al rostro del escorpiano. Al entrar en contacto con su piel notó que hervía. ¿Fiebre? Milo murmuraba algo ininteligible. Camus sintió que un escalofrío le recorría el cuerpo.


Sin saber lo que hacía ni por qué, el acuariano estiró un poco su mano y colocándola sobre el pecho de Milo comenzó a bajar la temperatura el aire que lo rodeaba. Los ojos de Milo se cerraron suavemente, y su respiración se aquietó. Camus cerró su mano y detuvo el aire frío, sin entender del todo lo que acababa de ocurrir. Se incorporó para apartarse, pero en ese instante Milo abrió los ojos y lo sostuvo de la muñeca, sin dejarlo alejarse.


–¡Camus! ¡Viniste! –exclamó con una sonrisa.


–¿Estás bien? –preguntó Camus, soltándose de la mano de Milo e intentando deshacerse de la sensación de pánico que inexplicablemente le había provocado los hechos de hacía sólo instantes atrás.


–Sí…


–Creí que estarías cuidando la puerta del templo –dijo Camus. Milo bajó la vista un poco avergonzado, porque ni él mismo podía recordar por qué no estaba donde debía–. Estás enfermo…


–¿Enfermo? ¡No! Yo… he estado sintiéndome extraño últimamente. Por eso quería hablar contigo…


–Entiendo. –asintió Camus. Se sentó junto a Milo en la cama, intentando dejar un poco de lado la tensión.


–Gracias –dijo Milo con suavidad. La proximidad del frío Camus le resultó agradable, porque desde hacía tiempo y junto con los sueños venía persiguiéndolo una sensación de calor de la que no podía desprenderse. Antes de que pudiera darse cuenta se había acercado tanto a Camus que había apoyado la cabeza en su pecho. Camus no supo cómo reaccionar, pero se mantuvo inmóvil, como meditando sobre lo que debía hacer.


Milo levantó la cabeza y miró a su compañero. Camus había ocultado con éxito la sombra de preocupación que lo acechaba. Sus ojos eran tranquilos y límpidos, un perfecto espejo en el que Milo no se cansaba de verse reflejado.


–¿Estás seguro de que te sientes bien? –preguntó Camus, poniendo una mano sobre la frente de Milo y acercándose a él al mismo tiempo que Milo hacía un gesto descuidado de afirmación. Antes de que ninguno de los dos pudiera entender cómo, sus labios se habían rozado por accidente. Y antes de que ninguno de los dos se diera cuenta, se habían unido en un beso. Por unos momentos, Camus olvidó lo que había venido a hacer allí, y Milo olvidó el calor que lo consumía.


Cuando se apartaron, Camus desvió la vista. Milo, por el contrario, no podía apartar sus ojos de él. Camus intentaba recordar el discurso que había preparado. Pero de repente, aquello que tenía tanto sentido hacía unos minutos le parecía totalmente inadecuado. Las cosas se le habían salido de control, y no estaba feliz con eso. Se levantó y evitó enfrentar a Milo, que aún temblaba de fiebre. Allí tenía otro problema que debía solucionarse a la brevedad. Buscaría a alguien que se hiciera cargo.


–Camus…


–Muy pronto partiré hacia Siberia. Pero no volveré pronto esta vez… en realidad no sé cuándo volveré o lo que pasará.


Así no es como lo habías ensayado, dijo una voz en su interior. Pero así era mejor. Cuanto más tiempo permaneciera allí, más difícil sería retirarse. Conocía bien a Milo, y quería evitar que la situación se volviera más compleja de lo que ya era. Intentaba desacreditar la parte de sí que le repetía que ya se había complicado más allá de todo control posible.


–¡Camus!


–Creí que deberías saberlo –dijo Camus, mientras se alejaba sin querer mirar hacia atrás.


Continúa

Notas finales:

En el manga Episodio G, que cuenta la adolescencia de los santos dorados, Milo y Aiolia se llevan MUY MAL, como perro y gato.

Allí, Milo sí le dice "gatita" a Aiolia en ese manga, y cosas peores! Los insultos están inspirados en ese manga al igual que las interacciones de los personajes.

En el próximo: personajes de Lost Canvas :P


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