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Gayballer. por Cuandomipadreduermee

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Notas del fanfic:

Holaa! Ya estoy aquii otra vez :P
Este fic viene despues de todo el barullo de los Mundiales y porque siempre he sido un gran aficionado a los deportes y claro esta, al yaoi ^^

Siempre es difiicil salir del armario, pero imaginense siendo un jugador del futbol (o deportiista en general), sino, por que no hay ninguno homosexual? (Que se sepa)

En fiin, gracias a los lectores! Lean lean!

Notas del capitulo:

Esta historiia solo tiene dos capitulos, aquii va el primero. Nada especial -w-

 

Gayballer.

1

 

Antoine intenta levantar los brazos como el sanitario le ha dicho, pero nunca había recibido un golpe tan fuerte y le resulta imposible. Se retuerce en el suelo y el médico le pide que se tranquilice y deje de rodar. Al final le sacan del campo y consigue salir por su propio pie. Se sienta en el suelo mientras le toquetean para asegurarse de que todo está en orden.

 

—Eh, mocoso, ahora estás con los mayores. Ten un poco de aguante, ¿no?

 

Antoine sigue intentando respirar, así que ignora el comentario de Deyo y sigue con su tarea. Maldito...¿Quién narices le ha atizado? Ni siquiera ha tenido tiempo de mirarle. Sólo ha sentido que algo –la cabeza del jugador, posiblemente – se clavaba en su pecho y su cuello. A lo mejor eso de los equipos grandes le queda...Pues eso, demasiado grande. Suspiraría, pero el dolor es casi insoportable. El médico da el visto bueno y su entrenador le levanta y le palmea la espalda.

 

—Vamos, chaval, vuelve ahí que te necesitan.

 

Es empujado hasta el campo, ovacionado, y medio obligado a jugar los treinta minutos restantes.

 

 

 

Bonito gol, D'eau, ¿qué tal tu golpe?

—Doloroso. Y por favor, no me digas que tenga un poco de aguante, que no sea tan quejica, niñato, etcétera...

—¿Deyo? Ni puto caso, sabes que es un poco envidioso –Leo se acaricia el pelo –. Está estresado por la lesión y le jode que un muchachito de diecisiete años como tú le vaya a quitar su titularidad.

—Dieciocho prácticamente. Los hago en una semana.

 

Leo ríe.

 

—Vale vale, hombrecillo, no te enfades. Nos vemos.

 

Su compañero abandona el vestuario. Ahora que nadie le felicita por algo todo le parece mejor, incluso diría que el golpe ya no le duele tanto. En cuanto se peina con esa cresta tan adolescente que se hace, agarra su moto y se dirige hacia su casa.

 

No es que no esté agradecido a todos por apoyarle de esa manera, pero es que está cansado. No se imagina su vida unos años más adelante, no quiere imaginársela. Y de todas formas, no le pidió a nadie tener ese don. Cierra el puño sobre el acelerador intentando ir más deprisa.

 

—¡Antoine! ¡Has estado genial! –su hermano Cédric corre a abrazarle.

—Gracias, Ced.

 

Su padre también tiene intenciones de abrazarle, pero Antoine pone mala cara y en un momento está encerrado en su habitación.

 

 

 

Steve abre los ojos y mira los números rojos del reloj que marcan las tres y cuarto de la madrugada. Sólo una persona puede llamar al timbre de esa manera y a esas horas. Se levanta a abrir, en calzoncillos y con los ojos medio cerrados.

 

—Antoine...¿qué coño haces aquí? ¿A estas horas?

—Perdona, Steve, es que...Joder, es que no sabía con quién hablar –se cruza de brazos, algo incómodo –. Siempre te quejas de la hora a la que vengo.

—Es que nunca eliges bien. Ni las cinco de la tarde ni las tres de la mañana son buenas horas para venir, recuérdalo la próxima vez. Anda, pasa.

 

Antoine se quita la chaqueta y la deja caer al suelo. Se sienta en un sofá color azul mientras Steve prepara dos cafés. Es mentira que no supiese con quién hablar, podía haber hablado con Leo, con su hermana mayor o incluso con su hermano pequeño, pero es que tenía ganas de verle a él.

 

El anfitrión vuelve con dos tazas de café negro y deja una sobre la mesa, frente a Antoine.

 

—Bueno, ¿y qué? Ya puedes haberme despertado para algo bueno.

—Es que...No estoy a gusto.

Suspira. —Anda, explícate.

—Con el fútbol, Steve, no estoy cómodo. Esta tarde me pegaron un golpe terrible, casi no podía respirar. Tengo mucha presión sobre mis hombros, todo el mundo espera que haga algo alucinante siempre.

—Eso no es malo, la gente confía en ti.

—¡Eso sí es malo! –la voz de Antoine tiembla un poco –. Si la gente siempre espera algo de ti, lo más posible es que los decepciones, ¿entiendes? Estoy tan...estresado.

 

Steve se echa a reír un poco, aunque para enseguida cuando la mirada de su amigo se clava en él.

 

—Entiendo que haya sido un gran cambio para ti, pero esto no es nada. Apenas has jugado media temporada. ¿Qué crees que pasará cuando seas joven?

—Estúpido, ya soy joven.

—Claro que no. Tú eres una promesa, yo soy joven.

—Pues no entiendo la diferencia...

—Se podría decir que cuando tienes diecisiete, dieciocho o diecinueve años, eres una promesa. Cuando pasas los veinte, eres joven. Ah, amigo, cuando pasas los treinta, nadie te quiere. Eres demasiado viejo.

—Eso es una gilipollez.

 

Antoine se levanta y deja la taza de nuevo en la mesa. Se acerca a Steve y se sienta sobre sus piernas. Ninguno de los movimientos parece sorprender al susodicho.

 

—Eso significa que...¿solo te quedan seis años para jugar al fútbol?

—Andá, ¡pero si son menos de los que te saco yo a ti! –pasa las manos por su cintura.

—¿Ya estás con eso?

—Era una broma, una pequeña broma.

 

Steve corta el espacio que hay entre los dos y le besa. Antoine acaricia el pelo castaño de Steve mientras presiona los labios contra los suyos. No sabe muy bien cuando empezó todo aquello. Quizás cuando él tenía aún dieciséis y Steve veintitrés. Le conoció en una fiesta, en el cumpleaños de alguien –realmente recuerda fatal los detalles – y los dos se mostraban muy cariñosos. Abrazos, caricias...Luego llegaron los sentimientos.

 

Antoine sospecha que no son los únicos que tienen...algo, pero claro, sólo un loco lo diría en público.

 

 

 

Antoine se dobla con el peso de Deyo sobre su espalda. Su compañero rodea su cuello con un brazo y con el otro señala algún punto del campo.

 

—¡Vamos mi joven corcel, hacia la libertad!

—Quita de encima, capullo.

 

El joven se revuelve y termina cayendo de espaldas sobre Deyo. Por desgracia no se tuerce nada, así que tendrá que seguir jugando.

 

—Ouch. Quita de encima, rata enana.

—Si no me hubieses tratado como a tu caballo, quizás no me hubiese caído sobre ti. –Antoine abraza a Deyo. Puede ser un gilipollas, pero no le cae mal –. Además estás blandito –sonríe.

—Vaya par de maricas –Karlson les mira desde arriba.

 

Antoine se aparta bruscamente de su amigo y pone su peor cara. Es una reacción infantil y que puede que solo le delate más, pero el chico no puede evitarlo.

 

—Retira eso.

—¿Qué? –Karlson tuerce el gesto.

—¡Que retires lo que has dicho!

—Pues no sé, pequeño D'eau, te has puesto demasiado a la defensiva, ¿no? Por algo será.

Antoine aprieta los dientes —A lo mejor es porque no soy un ningún maricón de mierda.

 

No le cuesta nada pronunciar esas palabras, aunque sean mentira. Lleva tanto tiempo oyéndolas por todas partes que hasta le parece algo natural que la gente repudie lo que es. Se acerca a Karlson y pega su frente a la de él, con el entrecejo fruncido todo lo que da de sí.

 

—Eh eh. Antoine, déjalo, sólo era una broma, ¿vale? –Leo aparta a los chicos con el brazo y aprieta el hombro del joven –. Anda, sigue con lo tuyo.

 

Antoine mira hacia atrás mientras se aleja con Leo.

 

—Que te follen, Karlson.

 

 

 

Cerille mira a Antoine por encima de sus gafas de pasta. El chico está tan ausente que podría caer una bomba junto a él y no se daría cuenta.

 

La chica carraspea.

 

—Bueno, Anty, ¿qué hacemos? Llevamos aquí media hora.

—...¿eh?

—Que qué hacemos.

 

Antoine parpadea. Parece que vuelve en sí.

 

—Ah. Pues no sé. Haz lo que quieras.

 

La chica sonríe y se pega al cuello del muchacho para besarlo. Antoine se remueve incómodo y se levanta. Por supuesto que su novia no es más que una tapadera para ocultar su homosexualidad y proteger a Steve. Y protegerse a sí mismo, claro.

 

—Jopé, Anty, nunca quieres hacer nada.

—Ya. Estoy cansado, Cerille, ¿por qué no te vas ya a tu casa?

Cerille entrecierra los ojos —Vale, ¿puedes llevarme?

—Claro.

 

Cuando acaba con su falsa novia, se acerca a casa de Steve, dando unas cuantas vueltas por si alguien –algún fotógrafo – le ve. Steve parece dormir siempre; le abre con una camiseta dada la vuelta y en calzoncillos, despeinado.

 

—¿Es esta una buena hora?

 

Steve musita algo como ''cuando no duermo es una buena hora'' y abre la puerta para dejarle paso. Antoine se dirige al sofá azul de siempre y se acuna con la barbilla apoyada en las rodillas.

 

—¿Te pasa algo o disfrutas de mi presencia?

—Las dos cosas.

 

Steve sonríe.

 

—¿Qué pasa?

—Es que...No sé como decirlo.

—Pues dilo y ya está, Antoine. ¿Fútbol? ¿Familia? ¿Cerille? ¿Las tres cosas? ¿Sólo dos?

—Ay, cállate Steve –suspira –. Fútbol y...Otra cosa.

—¿Qué pasa ahora? –pregunta cansado, como si lo hubiese preguntado mil veces.

—Esta mañana, en el entrenamiento, Deyo y yo caíamos al suelo. Karlson lo vio y nos llamó maricas.

—¡Dios! –Steve se levanta y agita los brazos por encima de su cabeza –. ¡Cuidado, Antoine! ¡Karlson sabe lo tuyo con Deyo!

 

Antoine tira del brazo del otro para sentarlo en el sofá. Steve le mira con cariño y...algo más. Le coloca la punta de la cresta con sus dedos y le acaricia.

 

—Lo siento. Sigue.

—Karlson nos llamo maricas. Y yo, reaccioné muy mal. Fatal. Peor que fatal. Odié a Karlson.

 

Steve espera por si tiene algo más que decir.

 

—Vaaale. ¿Y? Quiero decir, ¿qué ibas a hacer sino? ¿Aceptarlo? ¿Decir que sí?

—Podría habérmelo tomado con una broma. Pero es que no lo es, Steve. Yo soy un marica, como lo eres tú, como lo son (quizás) otros jugadores. ¿Lo entiendes? Me enfadé con Karlson por decirme la verdad.

Steve ladea la cabeza. —¿Quieres decir que...?

—Que voy a decirlo. Voy a decírselo a todo el mundo. A todos. –Juguetea con los dedos del mayor –. Por supuesto no te mencionaré para nada.

 

Antoine espera la reacción de Steve, pero este no dice nada. Ni siquiera parpadea, tiene los ojos azules clavados en los suyos del mismo color. El joven traga saliva antes de que Steve se levante del sofá y empiece a gritar.

 

—¡Estás loco, Antoine! ¡No sabes lo que dices!

—Digo que no quiero ocultar lo que soy –intenta mantenerse tranquilo, aunque está a punto del desborde. Steve es lo único real que tiene, sin mencionar a su familia, y no quiere perderle –. Me da igual cuál sea mi profesión, ¿entiendes...?

—Entiendo, que eres un crío. Entiendo que estás pasando por una crisis porque la fama puede contigo. Entiendo que no aprovechas todo lo que tienes, y que eres un desagradecido. Entiendo que no quieres seguir con...esto, lo nuestro, porque si así fuese, te preocuparías por que la gente no lo averiguase en vez de publicarlo en cualquier revistucha de tres al cuarto.

—...Sacas las cosas de quicio, Steve.

 

El mayor niega con la cabeza y señala la puerta.

 

—Fuera de aquí, Antoine D'eau.

 

Antoine se levanta del sofá azul y sale a toda prisa de la casa de quien sea que sea ese que le está recriminando, que desde luego no es Steve. Sube a su moto y acelera para salir de allí todo lo rápido que pueda.

 

Sus problemas ya han empezado, y ni todavía no ha salido del armario.


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