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Al otro lado del espejo. por Chaotic Kittie

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Notas del fanfic:

Inicialmente esta historia fue creada para participar en un concurso navideño, pero como las cosas no siempre resultan como se planifican, he decidido compartirlo con ustedes.

Notas del capitulo:

Hola, he re-aparecido: para quien no me conozca pues soy Kittie, un gusto. Espero que disfruten de esta historia. Saludos.

Al otro lado del espejo.

By Chaotic kittie.

 

Para todo aquel que sienta una minúscula gota de soledad.

 

 

Un día extraño.

 

« ¿El cielo es azul? No, no creo que sea solo de un color. ¿Entonces de qué colores será? Me gustaría saberlo, se supone que es una imagen de refracción que llega a nosotros: una imagen difusa que se proyecta en pequeñas gotas de agua, por eso es azul. Es increíble ¿no? Todo es parte de una ilusión óptica. Después de todo, el cielo es como las personas, misterioso e indeterminado, una imagen proyectada de lo que queremos ver, a pesar de tener un montón de colores sólo podemos observar unos cuantos, sería una gran comparación con nosotros mismos. Jamás llegamos a ver todos los colores en una persona ».

Alonso.

 

—Hijo, desde ahora estamos solos en el mundo —dijo la mujer con una sonrisa de oreja a oreja— Tú padre me ha abandonado, a mi y a ti, así que tienes que quedarte conmigo, no tienes que defraudarme —comentó mientras le temblaban las piernas—. Mi niño es el único que puede entender a mami, así que se un buen chico y protégeme, me lo debes porque yo he hecho todo por ti, me he…—hizo una pausa y se arrodilló abrazando al niño— Quédate conmigo no me dejes nunca sola, hijo— y con eso, se largo a llorar sobre un niño que a penas tenía once años, desde allí nunca fue lo mismo.

 

La primera vez que sintió necesidad por escapar fue justamente cuando vio a su madre rogar por un poco de cariño. ¿Cómo estaría su madre ahora? Después de todo la había dejado sola, en un asilo que parecía más, un psiquiátrico. Pudiendo verse un poco mal agradecido de su parte, era hijo único y ella lo había dado todo por él, desde el principio, o eso cuchicheaban las viejas de la población Camilo Henríquez cuando el la envió a ese lugar, luego de sacar su carrera de Gestión financiera.

 

Lo que no sabia esa gente era el grado de sobreprotección que ella tenía con él, era enfermo, agobiante, como si no pudiera vivir sin un contacto filial que la mantuviera viva, era patético según Alonso. Esta necesidad sólo lo marco, con un odio profundo hacia su padre, con una idea mal hecha de lo que era una familia y con una impresión irrealista de lo que era la confianza depositada en otras personas.

 

Finalmente, el era un pez más en un océano inmenso y no había porque hacer tanta alarma, el estaba bien en su soledad, en su rareza existencial, pero las otras personas no le dejaban en paz, podía escucharlas hablando bajito en todas partes. Aburrido de aquel lugar, decidió cambiarse a penas tuvo un trabajo estable, decidió irse lejos, aunque no pudo abandonar la ciudad. Si, pues al fin y al cabo, era él quien se mantenía atado al pasado, en diversas formas y recuerdos.

 

 

Día de mierda.

 

«Es como si te fueras quedando en un rincón, estupefacto, intangible, sin brillo. Es como si vieras desaparecer tu propia existencia, y al final, te das cuenta de que estás viviendo el papel secundario en tu propia historia.».

Alonso.

 

 

1

 

Se encontraba en la misma silla que había ocupado por más de ocho años, con ese lápiz bic de tinta roja con el que remarcaba algunos errores sobre el papel roñoso. Aún no se acostumbraba a hacerlo directamente en el computador, a pesar de ser más trabajoso, el estaba acostumbrado a hacer las cosas a su manera. Cuando al fin acabo, levantó la cabeza y arregló su postura, estaba acostumbrado a trabajar encorvado, con sus lentes en la punta de la nariz. Se sintió observado y se dio la vuelta, para constatar de qué se trataba. Atrás de él, estaba su jefe de sección con una sonrisa socarrona en el rostro. Todos eran iguales, no veían la hora de hundirte, después de todo ese hubiera podido ser su puesto hace unos años atrás. Se volvió a girar, dispuesto a traspasar la información del ordenador, pasando de el olímpicamente como si nunca lo hubiera visto.

—Alonso ¿Acaso soy invisible? —Pronunció el hombre de traje.

—No.

— ¿Entonces? —Se acercó hasta el escritorio— Se supone que si vengo hasta aquí es por algo. Podrías ser un poco más amable, de ser así este puesto —Apuntó a su piocha— Sería tuyo.

—… —Con la misma cara de siempre volvió a su tarea pendiente.

Como le hervía la sangre a David cuando ese hombrecito hacia aquello, como si se sintiera superior al resto. Le cargaba tanto aquella actitud de su subordinado y a pesar de tenerle una rabia enorme, envidia más que todo, como muchos otros, no lo demostró.

—En fin. Aquí tienes, deberías ir este año, después de todo es un regalo que nos hace la empresa.

— ¿Qué es? —Preguntó inconcientemente, aunque a él no le gustase extender demasiado las conversaciones.

—Es la invitación para la fiesta de navidad, este año será en el Hotel Esmeralda. Estará toda la comitiva allí, así que han  pedido que todo el personal se presente.

—No creo…

—Nada de excusas, te lo perdone el año pasado porque soy comprensivo, este año no hay pero que valga Medina —Sentenció con suficiencia.

No podía hacer mucho con la indiferencia de Alonso pero de alguna forma se la estaba cobrando, lo único que conocía de este individuo era su terror por los lugares concurridos, era su castigo por ser tan altanero con él. Aunque verdaderamente no fuese obligatorio ir, lo llevaría aunque fuese arrastrando.

—Eso sería, así que prepara tu mejor traje, las indicaciones están dentro del sobre.

David desapareció con las manos en los bolsillos, victorioso de haber ganado la batalla, pues el tener un poco de poder siempre servía para algo, ese era el mundo de hoy, había que ser rápido y saber utilizarlo.

Alonso miró la elegante tarjeta por unos segundos y luego volvió a su trabajo, para cuando se dio cuenta ya eran las siete y media, y más de la mitad de sus colegas se había retirado a sus casas. Él mientras tanto, otra vez llegaba tarde a las malditas sesiones con el sicólogo.

 

Agarró su chaqueta y fue hasta al estacionamiento, en donde tenía su pequeño auto del ochenta y ocho, un viejo cacharro de esos que a penas se mantienen en pie pero que sirven incluso con su motor de seiscientos. Como agradecía tener el autito ese, lo había salvado de tantas, incluso de aglomerarse en la micro junto a los demás empleados cada mañana. Al imaginárselo sintió un leve escalofrió y partió rumbo a la consulta.

Para cuando llegó, la secretaria lo observó con una sonrisa, de esas que tienen ensayadas para los clientes y con las cuales mantienen el buen servicio que están otorgando, por eso nunca le gusto trabajar con personas.

—Buenas tardes, el doctor le está esperando adentro —Volvió a sonreír aquella mujer que estaba contratada más por su figura que por su inteligencia, aunque quizás el estuviera siendo demasiado prejuicioso con ese tipo de cosas.

—Si, gracias —Respondió y siguió derecho hasta el final del pasillo. Allí había un letrero blanco que decías: «Pablo Montecinos. Psiquiatría general».

Tomó el pómulo de la puerta con extremo cuidado y entró sin estar muy convencido, la verdad es que estuvo a punto de no ir, después de todo llegaba media hora tarde.

—Miren quien se digno a aparecer, cuanto tiempo sin vernos Alonso —Habló el hombre levantándose de su asiento.

—Si, tiene razón. He tenido bastante trabajo —Contestó, echando una mentira que no era tan mentira, puesto que en realidad tenía más trabajo en estas fechas.

—Bueno, lo importante es que viniste —Sonrió igual que la secretaria y por un minuto Alonso pensó que todo el mundo estaba conspirando en su contra. Como si un fugaz susurro de su madre se calara entre sus oídos para posarse graciosamente en su mente. «Todos son unos mentirosos hijo, no tienes que creer en nadie. Todos, nadie se salva, nadie. Grábatelo bien, Alonso». ¿Cuántas veces le habría repetido lo mismo? Esas palabras que no lograban borrarse por más que el tiempo pasase, con esa imagen tan de ella, con el cabello amarrado en una coleta baja y sus chochos desordenados tapando su frente llena de arrugas, con esos ojos desorbitados que a veces se veían idos. Con esa imagen tan de loca que era su madre.

—¿Alonso? —Preguntó el doctor zamarreándolo un poco—.  Te decía que si te has sentido mejor estos días.

—Eh, si. Bastante, todo ha estado tranquilo —Contestó de forma automática mientras volvía a la realidad.

—¿Algo nuevo? ¿Alguna novedad?

—No. Aunque quería pedirle un favor.

—¿Un favor? —Le pareció bastante raro a Pablo que él pidiera un favor. Era de esos a quienes les gustaba hacer las cosas solo.

—A ver ¿qué puedo hacer por ti?

—Es sobre esta fiesta que hay en la empresa. ¿Podría darme alguna licencia? —Susurró dubitativo, pues no le hacia gracia echarse una falta en el trabajo, pero verdaderamente no deseaba ir a compartir con sus colegas y menos una época tan plástica como lo era navidad, ni siquiera creía en Dios, o Jesús, o lo que fuese y según estaba informado de eso trataba la llamativa Navidad.

—Vamos Alonso, al menos podrías pensarlo —Comentó el hombre de calva prominente y lentes foto-cromáticos— Sería una buena idea, una oportunidad para compartir con tus pares.

—No, no —Respondió tajante—. No quiero ir.

—Pero, es una buena idea, Alonso. Esto podría ser un buen comienzo —dijo el sicólogo tratando de convencerlo.

La verdad es que su paciente era bastante difícil, llevaban tres años en consultas y seguía llamándole por su apellido, y eso no era todo, sólo hablaba cuando hacía falta y sus frases no tenían mayor contenido. Sinceramente, no habían avanzado ni un misero paso con su tratamiento.

El silencio del lugar por unos momentos se volvió incómodo, se podía escuchar como avanzaba el reloj y los pasos de la secretaria mientras buscaba alguno que otro papel.

La mirada de Alonso, mientras tanto, se desviaba de aquí para allá en busca de algo más interesante. Al final terminó posándose en uno de los rincones, en donde observó el pequeño árbol de navidad que estaba junto a la ventana, bastante escuálido y lleno de chucherías de distintos colores. Sonrió de lado mientras juntaba las manos, irónicamente el pequeño árbol de plástico tenía algo blanco encima, imitando la nieve de la época. ¿Qué diantres era eso? Si estaban en pleno verano, con un sol que pegaba raudamente sobre sus cabezas cada vez que tenía la oportunidad. Jamás, y digo jamás, porque en sus treinta años de vida nunca había visto un copo de nieve caer sobre la ciudad. Volvió su vista al frente, en donde se encontraba aquel hombre que hace más de tres años lo atendía, sus pensamientos volvieron a fluir hacia la corriente en la cual habían empezado y con un suspiró se arregló el cabello.

Claro que no era una buena idea, él estaba muy cómodo con su vida, no se quejaba. Además desde que estaba aislado, su problema ya no aparecía con tanta frecuencia y la verdad no exigía mucho. El era un hombre sencillo y que hacía bien su trabajo, sin embargo estaba allí echado en un sofá siendo observado por un hombre que tenía la tarea de analizarlo por completo para «sanarlo». Si no fuera porque el jefe le había insinuado esa pequeña opción para que conserve su puesto, seguramente el no estaría en aquellas circunstancias. Ni tampoco en las otras.

—Mejor lo piensas tranquilo —Suspiró cansado Montecinos— Está será la tarea de hoy, puedes irte.

—Está bien, gracias —Respondió mientras se levantaba del mullido sillón.

—Nos vemos el jueves, Alonso —Le recordó haciendo claro gesto de que no se le olvidara, había pasado varias sesiones en las que el hombre no se aparecía, y luego era él quien tenía problemas con la empresa. 

Pablo Montecinos trabajaba como un agente externo del Banco de crédito, normalmente su trabajo era sencillo. Había sido contratado con la finalidad de tratar el stress en sus trabajadores, o pequeñas cosillas que afectaban a la mayoría en la actualidad. Aunque con Alonso el caso era totalmente distinto, era un hombre con claros problemas sociales y conductuales, además de una clara aversión a los lugares concurridos. No estaba seguro del problema en sí, a pesar de tener algunas pistas, honestamente hablando Alonso era una de las personas que el no tendría demasiado cerca, por el hecho de ser demasiado complicadas. 

Notas finales:

¿Qué tal? La verdad es que espero sus impresiones. Extrañaba actualizar mis historias, pero verdaderamente no he tenido tiempo de subir, aunque les aseguro que he seguido escribiendo. Muchos saludos para todos y desde ya muchas gracias por leer.


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