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Cancer por HatersLove

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Notas del fanfic:

Disfruten~

Notas del capitulo:

Bueno, aquí empieza lo que será un fic muy dramas(?). Si te gusta, léelo(?)

Capítulo 1: Confesiones

 

Corría por las calles desiertas de gente, pisando los charcos que se habían formado por una tenue lluvia matutina. Era el primer día de universidad después de dos largos meses de vacaciones y el castaño ya llegaba tarde. Rezaba porque él aún le esperara y aceleró el paso, sintiendo el frío viento golpear contra sus mejillas mojadas.

Dobló la última esquina casi derrapando, esperando encontrarse tras esta la, típicamente, fría y oscura mirada del moreno.

Pero, nada más doblarla, se fue de bruces contra el suelo, tropezando con una piedra que habían dejado en medio de la acera. Su maletín fue a parar lejos y su ropa quedó empapada al haber caído contra un charco.

¡Mierda!, se maldecía interiormente al percatarse de que aquello le iba a atrasar más. Su ropa se sentía pesada y, si bien de momento no sentía dolor alguno, seguramente se había hecho alguna rascada.

Buscó con la mirada, aún tendido en el suelo, el maletín perdido. Lo vio a unos metros más adelante y, unos metros más lejos, unos pies elegantemente vestidos por zapatos negros se acercaban hasta su bolso. El portador, se agachó a recoger su maletín y esperó a que el castaño reaccionara para dárselo.

El chico, fue levantando la cabeza hasta dar con la mirada del hombre que había cogido amablemente su bolso. Su vestimenta era algo formal, completamente oscura, haciendo contraste con su aspecto casi adolescente. Camisa negra, unos botones desprendidos dándole un aspecto más jovial; pecho y cuello intensamente blancos, sin manchas; una mandíbula cuadrada, labios curvados en una sonrisa divertida y un par de pozos profundos como ojos y un rostro enmarcado por un remolino de cabellos negros. Sostenía un paraguas y se abrigaba con un tapado oscuro, que le llegaba hasta poco después de las rodillas.

Por mucho que el castaño tratase de hablar, tan solo dejaba ir balbuceos y abría y cerraba la boca sin llegar a formar ninguna palabra coherente. Se decidió por fin y, visto que no podría hablar por un rato, se levantó con rapidez y corrió hacia su amigo. Cuando estaba a pocos pasos de él, el moreno abrió sus brazos recibiéndole.

El castaño saltó lanzándose contra el cuerpo de su amigo, abrazándose a su cuello. A causa del impacto, los dos cayeron al suelo, el moreno con el otro encima. Éste último sonreía contra el pecho del pelinegro y luchaba por no llorar de pura emoción. Le había echado tanto de menos...

El moreno, al principio contento y luego algo molesto por el contacto de su amigo, escuchó unos cuchicheos provenientes de dos señoras del vecindario, susurrando por lo bajo y comentando la escena que estaban montando ellos dos unos metros más allá. Con lentitud y algo de esfuerzo por no apartar bruscamente al castaño, fue separándolo de encima de él.

Cuando el menor reaccionó y despertó de su sueño imaginario, se apartó con rapidez de encima de su amigo y se sonrojó hasta la raíz. Observó como el moreno se paraba del suelo y recogía el maletín de nuevo, tendiéndoselo. Lo recibió sin dejar de sonreír en ningún instante y se paró, siguiendo al mayor hasta la parada del autobús.

Al llegar y pararse bajo la señalización de la parada, se percató de algo. Llovía y se estaba mojando. El pelinegro pareció darse cuenta y le agarró del brazo, metiéndolo bajo su paraguas y pegándole a su pecho toscamente. La delicadeza, no era principalmente su mejor punto.

En esa posición, el estudiante se sintió cálido y cobijado, protegido. Pasó sus brazos alrededor del torso de su amigo y apoyó la cabeza en su hombro. Estaba tan feliz que no se le ocurría nada de qué hablar. Tenía tanto que decirle, que tan solo se le ocurrió soltar contra la piel blanca del mayor:

-Te he echado mucho de menos...

Y era cierto, seis meses habían pasado desde su último encuentro. También era cierto que el moreno le había echado de menos, más de lo que nunca creyó extrañar a alguien, pero no se lo diría. No a él.

-Han pasado seis meses desde la última vez que te vi -habló el castaño en susurros.

El mayor, que había estado fuera del país ese tiempo, miró a su acompañante con algo de temor. ¿Le guardaría rencor el menor por no haberle avisado que se iría? Recordó los largos meses en el extranjero, echando de menos su país, echando de menos sus costumbres, echando de menos a sus familiares y amigos, echando de menos a Kouyou.

Al llegar a Nueva York, después de semanas transcurridas, el pelinegro se dio cuenta de lo mucho que estaba enamorado de aquel chico. Allí, en aquella ruidosa y atormentadora ciudad, no tenía a nadie que le abrazase sorpresivamente por la cintura, que le sonriera siempre, que le animase en sus momentos flacos o que le recordase cada dos por tres que le quería.

-Te quiero… -Habló el menor, aún pegado a él. El moreno no respondió.

Cuando llegó a la ciudad y, posteriormente, el castaño se enteró de su huida al extranjero por boca de su hermana, Kouyou no tardó en llamarle.

“¡¿Por qué te has ido?! Me has dejado solo, Yuu… ¡Por favor, vuelve! Un año es demasiado, es demasiado… No te quedes allí, vuelve a casa por mí… Yo te quiero, Yuu, no me dejes…”

Un año era suficiente para ampliar sus horizontes como estudiante de medicina. Seis meses eran suficientes para volverse loco inundado por recuerdos, inundado por Shima. Dos días suficientes para estar de regreso a casa.

El pelinegro suspiró con resignación cuando el castaño apoyó la cabeza en su hombro y dejó que el aliento resbalase por su cuello. La sensación le ponía los pelos de punta y quiso apartar a Takashima, pero llegó a la conclusión que el menor ya llevaba demasiado tiempo sufriendo por su desaparición en el extranjero y dejó que el chico disfrutase de su contacto un poco más.

-Han pasado cosas muy interesantes desde que te fuiste. ¿Sabes? Conseguí pasar el cuatrimestre con sobresalientes con ayuda de Suzuki, ¿a que es genial? -El mayor no contestó, de nuevo.-Yuu, háblame… Echo de menos oír tu voz –confesó, apretando su agarre alrededor del moreno.

El pelinegro se giró a mirarle y, al ver la cara de preocupación de Takashima y sus ojos brillantes, le sonrió ladinamente para apaciguar sus preocupaciones. Entreabrió los labios para decir algo, pero la cerró al instante. Tenía tantas cosas que decirle y confesarle que no sabía por dónde empezar.

Cuando se decidió  a hablar, el autobús llegó hasta ellos.

-¿Vamos? –Se limitó a decir. El castaño sonrió de oreja a oreja y asintió efusivamente.

~*~

Esa misma noche, Takashima y Yuu se volvieron a encontrar.

Estaban sentados en el césped del patio trasero del menor, contemplando las estrellas que se dejaban entrever en el firmamento. El castaño hablaba de cosas sin sentido, triviales, riéndose de sus propias anécdotas. El moreno le observaba callado y sonriendo cada vez que el menor soltaba una carcajada.

Mientras uno parloteaba, el otro pensaba que aquel chico, Kouyou, era un tanto peculiar; siendo como era, bello, simpático e inteligente, se había enamorado de un tipo borde, egoísta y aburrido como Shiroyama. Éste no hablaba, el menor era, prácticamente, su único amigo y se limitaba casi siempre a estudiar.

-Y entonces le dije “¡Hey, esa es mi toalla!” y echó a correr fuera del vestidor. –Terminó de contar su historia, riendo. El moreno sonrió y observó como Takashima se giraba a mirarle. –Te he echado de menos, Yuu. ¿Tú me has echado de menos? –Preguntó, acercándose al pelinegro.

-Supongo que sí. –Más de lo que crees.

-¿De verdad? –Sí.

El mayor le dedicó una mirada severa, reprochándole que dudase de su palabra. Takashima rio entre nervioso y contento, y sus mejillas se tiñeron de un color carmesí. El moreno desvió la mirada hacia el cielo y pensó, con pesar, que ni las estrellas más brillantes conseguían hacerle sombra a aquel que tenía a su lado.

Unos brazos se enredaron en torno al cuello de Shiroyama y unos labios se posaron en su mejilla, tiernamente. Aguardó a que el castaño terminase con sus cariños y, después, suspiró largamente.

-Aléjate de mí, te ahorrarás disgustos. –Ante la confesión del mayor, Takashima sonrió de lado con tristeza.

-Si, en un caso extremo, te pidiese que me correspondieras, ¿lo harías? –Ya lo hago.

-¿En qué caso?

-En el caso de que me estuviese muriendo.

Al mayor le corrió un escalofrío a lo largo de su columna y un sudor frío le mojó la espalda.

-Tal vez. –Respondió, girándose a mirar aquel par de orbes color miel.- ¿Por?

Takashima negó con la cabeza y, aún con sus brazos alrededor del cuello del contrario, volvió a acercarse y a posar sus labios sobre la mejilla de Yuu, tomándose esta vez más tiempo en finalizar el pequeño beso.

~*~

Kouyou caminaba alegre por los pasillos de la universidad con una bonita sonrisa en el rostro.

Ese sería el día. Por fin se confesaría, por fin le diría la verdad a Shiroyama.

Sin embargo, al llegar a las taquillas, se encontró de frente con una imagen que no le agradó para nada: al moreno se le había abrazado por la cintura un chico castaño, muy guapo, con varios piercings repartidos por el rostro. Hablaba animadamente con el mayor, muy pegado a él.

Torció el gesto y caminó más rápido, avanzando hasta ellos. Una vez delante, Kouyou sonrió de oreja a oreja a la feliz pareja, falsamente. Shiroyama, que hasta el momento parecía estar disfrutando del contacto con el otro castaño, se separó de él con algo de brusquedad. El pequeño hizo un disimulado puchero que no pasó desapercibido por Kouyou.

-Hola, Yuu. –Dijo el más alto ensanchando su sonrisa. Automáticamente después, viró el rostro hacia aquel que hacía un momento se abrazaba al moreno. –Hola… em…

-Kazuki, llámame Kazuki. –Takashima asintió. –Encantado, Kouyou. Yuu-san me ha hablado mucho de ti mientras estábamos en el extranjero.

Takashima sintió escocer su interior. Aquel era el chico con quien Shiroyama había estado en el extranjero, era ese del  cual el moreno no había querido hablarle por teléfono pero que sin embargo sí lo había hablado con su madre. Ahora entendía porque.

Kazuki le miraba sonriendo cálidamente. ¿Qué era lo que pretendía? Kouyou sabía que aquella sonrisa era más falsa, incluso, que la suya. Lo sabía por su forma de mirarle, diciéndole en secreto lo que sus labios callaban: no le devolvería a Yuu tan fácilmente.

Lo que no sabía ese pequeño castaño extravagante era que Yuu era suyo. Siempre lo había sido. Y que, por supuesto, solo él podía llamarle Yuu.

Pero la sangre le empezó a hervir en el momento que Kazuki, seguramente movido por orgullo, abrazó uno de los brazos del moreno.

Takashima sentía celos, unos celos profundos. ¿De verdad su Yuu le había dejado que le abrazase en público? Torció el gesto en una mueca de desdén y, cuando el castaño agachó la cabeza haciendo una pequeña reverencia, se limitó a ignorarlo y a mirar a Shiroyama, que observaba la escena perplejo.

El moreno, que no había despegado la vista del rostro de Kouyou, estaba terriblemente confuso y sorprendido. Su Shima no era así. Quizás, solo quizás, aquel castaño no era tan puro como pensaba.

-Yuu, solo venía a recordarte que esta tarde hemos quedado en el centro. –Habló muy cerca del moreno. Cuando Takashima, de reojo, vio la mueca deformada de Kazuki, acortó la distancia entre él y el mayor, posando los labios en su mejilla. –Te espero cuando se terminen las clases. –Dijo antes de irse con una sonrisa victoriosa en los labios.

Una sonrisa victoriosa que despareció nada más darse la vuelta.

~*~

Después de que tocase la campana con el inicio de las clases y que Kouyou traspasase las puertas del jardín trasero de la universidad, quedándose completamente a solas, cayó de rodillas al suelo empezando a derramar amargas lágrimas.

¿Y si… y si su Yuu se había enamorado de aquel chico? ¿Y si le había olvidado?

Su mente ardía. Estaba haciendo demasiadas suposiciones, algunas incluso absurdas. Pero, una voz en su interior le decía que no iba tan mal encaminado con aquellos pensamientos y de alguna manera, dolía. El autodestructivo comportamiento que estaba teniendo con él mismo le estaba devastando lentamente, rompiendo su corazón en mil pedazos. Los celos, como cualquier otro sentimiento humano, era profundo. Profundo, doloroso e insoportable.

Se decía a sí mismo que lo dejase pasar, que olvidase aquellas suposiciones, pero sus ojos seguían derramando lágrimas, sus rodillas seguían temblando y su pulso se aceleraba cada vez más. Yuu lo era todo para él y la simple idea que este se fuera definitivamente de su lado, arrasaba con cualquier pensamiento coherente y hacía que sus ideas más suicidas salieran a la luz.

Sonrió amargamente, estirado en el suelo. No le tenía miedo a la muerte. Había aprendido a convivir con ella.

Sintiéndose estúpido por su actitud, por sus celos, por su ira irremediable hacia aquel castaño, no pudo evitar romperse en aquel rincón del patio. Pese a su forma de actuar, después del número que había montado en los pasillos, se sintió mal por ello. Él no era así.

Y si Shiroyama se hubiese enamorado de otro, tampoco podría hacer nada para remediarlo.  La impotencia y la desazón del momento le hicieron sacar su lado más pesimista, sus pensamientos más negros, sus sueños imposibles. Todo lo que había planeado junto al moreno, todo lo que había pensado hacer con él, no servirían de nada.

Tenía miedo, mucho miedo. Sentía que sin él no valía la pena quedarse en aquel mundo. Todo, todo él, giraba en torno hacia aquel pelinegro. Que éste despareciese de su vida de la noche a la mañana, como había pasado hacía ya seis meses, derrumbaba su mundo.

Un mundo que había forjado y creado nada más verle. Un vínculo que había formado nada más hablarle. Un amor que había sentido nada más tocarle. Si Yuu no vivía, él tampoco vivía. Si Yuu se iba, él ya no viviría.

Nada más nacer, estamos heridos de muerte.

En el caso del castaño, Yuu era su herida y Yuu era su salvación, a partes iguales. Si él ya no existía para Yuu… ¿Qué le quedaba?

Y lloró, lamentándose y desahogándose en mudos sollozos, repitiéndose a sí mismo que estaba equivocado, que aún no estaba todo perdido. A él le quedaban cartas por jugar y aquello no había terminado todavía.

No era la primera vez que lloraba de esa forma. Pero en aquellos momentos, siempre tenía al pelinegro a su lado, consolándole. “No seas estúpido y deja de llorar. Ahí tirado no vas a conseguir cumplir tus sueños”, le habría dicho. Su voz gruesa, a la vez que su gesto serio, rondaban por su cabeza haciendo que el castaño sonriera amargamente entre hipidos.  A él le quedaba poco por avanzar y aquel moreno, era su único sueño.

Con el corazón partido, el alma pesada y un pequeño atisbo de esperanza casi inexistente, el castaño se levantó de donde estaba.

Regresó a los pasillos, caminando pesadamente. Los ojos aún le lloraban, sentía el maquillaje corrido y la nariz seguramente estaba roja, pero le dio igual; a esa hora, todos estaban en sus respectivas clases.

Ingresó en uno de los lavabos masculinos, se miró en el espejo del baño y observó su cara. Estaba enrojecida, el rímel corrido se extendía hasta debajo de sus mejillas, los labios los tenía brillantes, los ojos rojos y la nariz moqueando. Hizo una mueca de asco y abrió el grifo del agua caliente, mojándose las manos y posteriormente, la cara.

Una vez limpios los rastros de llanto y maquillaje corrido, observó su reflejo con más detenimiento. Estaba pálido, las ojeras que adornaban su rostro empezaban a tornarse liliáceas. Su cara estaba terriblemente delgada y demacrada. Agachó la mirada hasta dar con sus manos, ahora algo huesudas.

Una pequeña gota dio con el mármol blanco del lavamanos. Volvía a llorar. Su aspecto empeoraba con el paso de los días y Takashima se lamentaba sin poder hacer nada al respecto. Si Yuu no le amaba, lo comprendería.

 Porque, ¿quién iba a querer a un moribundo?

Con aquella pregunta martirizándole interiormente, sacó de su bolso de deporte un pequeño neceser lleno de cosméticos y algunos productos de aseo. Agradeció tener gimnasio aquel día y, del bolsillo de su chaqueta, sacó un par de botes amarillentos con pastillas en su interior.

Luego de tomarse la medicación y tranquilizarse, empezó a aplicar sobre su rostro aquellos productos de cosmética y peinó su lacio y castaño cabello con un pequeño peine.

Con la cara perfectamente maquillada, el pelo arreglado y una sonrisa dibujada en su gesto, salió del aseo con falso entusiasmo y una esperanza inexistente.

Aún quedaba una hora para que las clases llegaran a su fin, pero no tenía ganas de hacer nada, con lo cual se dirigió hasta un árbol que había en el patio delantero de la universidad a esperar a que el moreno saliera. Se sentó bajo el árbol y se recostó contra el tronco, sintiendo como una brisa fresca le acariciaba el rostro y pequeños rayos de sol se colaban entre las ramas, dejando atrás aquel montón de nubes grises que habían aparecido aquella mañana.

Estaba realmente cansado…

~*~

Shiroyama parecía no estar en clase. Miraba con atención al profesor pero su mente volaba en otra dirección. En dirección a un castaño con ojos de color miel.

Empezaba a dudar sobre su manera de ver a Kouyou. ¿Por qué se había comportado así en los pasillos? Esa manera irrespetuosa de actuar, esa forma altiva de mirar por encima del hombro; no le gustaba. Le recordaba a él mismo, y él, no era bueno. Takashima sí y eso le hacía dudar. ¿Habría cambiado su actitud mientras él estaba fuera del país?

Llegó a la conclusión que aquel comportamiento por parte del castaño se debía a algo, a un sentimiento exclusivamente reservado para humanos; los celos. Kouyou había sentido celos del castaño que ahora estaba sentado a su lado, en clase de anatomía.

Pero los celos no eran culpa del menor, tampoco de Kazuki. La culpa era suya. La culpa era suya porque le dio la oportunidad a Kouyou de permanecer a su lado.

Cuando la campana sonó, se levantó rápidamente de su asiento, recogiendo sus cosas con velocidad.  Takashima le estaba esperando  y, lamentablemente, él tenía cosas que decirle. Antes de salir por la puerta, alguien le cogió de la muñeca, deteniéndole. Se giró y se encontró con los ojos oscuros de Kazuki.

-¿Puedo hacerte una pregunta? –Cuestionó el menor, agachando la mirada. El mayor solo aguardó, girándose completamente hacia él. – ¿Tengo alguna oportunidad contra él?

El moreno sabía a lo que se refería. Hacia pocas semanas el castaño le había confesado sus sentimientos, aun estando en América. Shiroyama no le había respondido, puesto que al llegar al Japón, tendría su respuesta sin que él le tuviese que decir nada. La respuesta era Takashima.

Kazuki levantó la mirada con los ojos brillantes, tristemente brillantes. El mayor se limitó a negar lentamente, soltándose con delicadeza del agarre.

Caminó hacia la salida de la universidad, dejando atrás a un castaño con el corazón roto. Maldeció por lo bajo. Ojalá estuviese enamorado de él y no de Takashima. Así, los tres serían felices.

~*~

Llegó hasta la entrada y vio a Kouyou dormido bajo un árbol, apaciblemente. Se acercó hasta él con parsimonia y se agachó a un lado de su cuerpo.  No quería tocarle, ni tampoco hablarle así que se limitó a esperar a que reparase en su presencia.

Mientras ésto no ocurría, observó admirando en silencio su expresión dormida. Tranquila, apacible, relajada. Su tez era de un blanco inmaculado, ninguna mancha se asomaba en esa piel. Los ojos estaban enmarcados por un sinfín de pestañas largas y oscuras, que complementaban aquel mirar brillante que solía tener el menor. Pero lo que más destacaba en aquel rostro angelical eran, por supuesto, aquellos labios rosados, voluminosos y entreabiertos. Sonrió al ver parpadear con rapidez al castaño. Había despertado.

Al abrir los ojos, Takashima se encontró con el moreno parado a su lado, haciéndole sombra a aquellos rayos de sol que pasaban a través de las ramas del árbol. Sonrió y se estiró, sin dejar de mirarle en ningún momento. Le tendió la mano, para que le ayudase a pararse.

El moreno la recibió y tiró de ella, levantándole. El castaño se paró casi de un salto y fue a chocar contra el pecho del mayor, donde se quedó pegado, abrazándole. Pronto, Shiroyama empezó a sentir un picor en su nuca, indicador de que muchas miradas de los que ahora salían de clases se habían posado en ellos dos.

-Kouyou, haz el favor.  –Pidió entre dientes. –Todo el mundo nos está mirando.

-Me da igual.

-¿Qué?

-Que me da igual todo, Yuu. –Respondió, mirándole desde abajo con los ojos aguados.

El moreno no entendía nada. Ahora sí que no comprendía el estado de Takashima. Suspiró con pesar y dejó que el castaño volviese a esconder la cara en su pecho. Con algo de duda, levantó una mano y la puso sobre la cabeza del menor, acariciando lentamente.

Kouyou abrió los ojos con sorpresa y no pudo evitar que una lágrima se escapase de sus ojos. Apretó más su agarre y frotó con insistencia su mejilla contra el pecho del contrario. Suspiró y levantó la vista hacia su amigo, sonriendo e intentando ocultar su tristeza.

-¿Nos vamos, Shima? –Preguntó el moreno, mirándole a los ojos intentando adivinar qué era lo que pasaba por la cabeza a Takashima.

El castaño asintió y el mayor le cogió de la mano, llevándole fuera de la universidad en dirección al parque, sin reparar en las miradas indiscretas que les dirigían el resto de personas. Si al menor no le importaba, a Yuu tampoco le importaría.

~*~

Antes de irse a sentar en un banco, fueron hasta una pequeña parada ambulante donde vendían helados y donde el moreno insistió en ir. El mayor sabía que el azúcar solía animar castaño.

-¿De qué sabor lo quieres? –Animó a pedir algo a Kouyou. El otro negó con la cabeza.

-¿Esta mañana estaba lloviendo a mares y tú pretendes que me tome algo frío?

-También podemos ir a por chocolate caliente. –Respondió el otro. Takashima negó de nuevo con la cabeza, riendo levemente.

-De chocolate. –Cedió, al fin.

El moreno pidió los helados y, sin soltar la mano del menor, se dirigió a sentarse al banco más próximo. Empezó a lamer el suyo, mirando a lo lejos y esperando a que el castaño hablase.

 Al ver que no decía nada, giró la vista hacia él y le observó comer su helado, cabizbajo.

-¿Qué te pasa? –Preguntó, simplemente.

Takashima no respondió.

-Shima.

Silencio.

-Takashima, háblame.

Un sollozo. Un abrazo y helado de chocolate esparcido por el suelo.

El castaño ahora se aferraba con fuerza al cuello de Shiroyama, llorando por enésima vez aquel día. Abrazaba al mayor como si le fuese la vida en ello, susurrando su nombre contra el cuello contrario. Su amigo pasó los brazos por detrás de la espalda del castaño y lo apretó contra él.

Yuu no sabía qué hacer. Su Shima se estaba partiendo entre sus brazos y no sabía cómo reaccionar, estaba perplejo, anonado por la situación. Se limitó a acunarle y a susurrarle al oído que se calmase, que ya había pasado todo.

Un efímero y corto contacto entre labios realizado por Kouyou acabó por descolocar al moreno. El castaño le había besado, escuetamente, pero había sido un beso. Shiroyama deshizo su agarre y quiso despegar con tranquilidad al menor, que se aferraba a él con fuerza.

-Kouyou, apártate. –El otro negó con vehemencia como respuesta.

-Ámame Yuu. Ámame como yo te amo a ti, por favor… -Susurró contra su oído.

-No. Apártate.

-No quiero.

-Takashima, sal de encima. –Ordenó por última vez, se dijo.

-Siempre me dices que no mereces tenerme, que no eres suficiente para mí. Te ríes cuando te pido que aceptes mis sentimientos. Ahora todo eso me da igual. Tan solo quiero que me dejes conquistarte, que me correspondas, que me ames.

-¿Por qué ahora?

-Me muero, Yuu. –Dijo, mientras derramaba amargas lágrimas. –Tengo cáncer

 

Notas finales:

¿Que os ha parecido? Bueno, ante todo, espero que le haya gustado a mi Ruu(?). Y eso, que os quiero mucho y que espero que os haya gustado~

¿Rw? ;_;


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