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Ángel Guardián por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

IMPORTANTE: En esta historia existen dos narradores (distintos puntos de vista) : Uno escribe con letra normal (Asderel) mientras que otro escribe con negrita (Eliot) 

Aaaw >< siento mucho no haber podido subir antes D: de verdad que cada vez se me hace más complicado ><

bueno sin decir más aqui les dejo el capitulo 11 espero que les guste :p No me dí el tiempo suficiente para revisarlo asi que cualquier inchorencia o error que encuentres háganmelo saber :D

eso.. gracias por su atención <3

PD : denuevo salió muy largo >< perdooon

Capítulo 11: Índigo





- ¿Cuánto tiempo lleva ahí dormido?-
 Preguntó Gabriel mientras se acercaba a la silla donde estaba sentado y apoyaba su mano sobre mi hombro. Suspiré

- Lleva más de veinte días, Gabriel- Respondí con desaire.

 ¿Irás a despertar algún día? ¿Quién te hizo esto, Eliot? Quisiera saberlo, qué fue lo que te causó esto, si yo lo encontrase, lo destruiría con mis propias manos.

Abel entró a la habitación. Cómo lo había hecho en los últimos días tomó la pequeña aguja y la golpeó con sus dedos dos veces, luego y casi sin pensarlo inyectó su contenido en el antebrazo de Eliot. Retiró la aguja y salió de la habitación sin siquiera mirarlo, no soportaba verlo así. Esto se había transformado en una rutina de todos los días.

Yo me sentaba en una silla al lado de su cama. Día y noche sin parar de observarle. Tal y como lo había hecho toda mi vida, tal y como debí haberlo hecho. Me sentía terriblemente culpable. Si Eliot estaba pasando esto era por mi culpa, yo fui el que bajó a la tierra.

- Si solo no hubiese interferido…- Dije lamentándome casi en un susurro. Pensaba en voz alta. Gabriel alzó la mirada por sobre mí.

- ¿De qué demonios estás hablando?-  Preguntó sumamente molesto. Abrí mis labios para responder pero fui rápidamente interrumpido.

- No es tu culpa, Asderel- Dijo clavando fijamente sus ojos en los míos –Si tu no hubieses interferido, quizás Eliot estaría en el infierno ahora mismo- Le miré sorprendido. Gabriel fue el que me castigó por entrar en la vida de un humano y ahora él apoyaba la idea.

- Lo sé…lo sé- Dijo desviando la mirada y sonrojándose levemente. – No debí haberlos juzgado…a ti y a Eliot- Sonreí levemente, luego volví a posar mi mirada en Eliot.

- ¡Mátame…Mátame!  - 


Su voz parecía aún silbar en mi cabeza ¿Cuánto habías sufrido? No me dí cuenta del riesgo que estabas corriendo a mi lado. Soy tu Ángel Guardián y mi deber es protegerte, había fallado. 

Tomé mi cabeza con ambas manos, mi frente estaba ardiendo. No había dormido en días y mi cuerpo humano comenzaba a sufrir las consecuencias.

-Creo que fue Miguel – Dijo Gabriel de pronto.

-¿Qué?- Pregunté desconcertado. 

- Eso…creo que fue Miguel-

- ¿Por qué lo dices?-

- ¡Solo mírale!- Alzó levemente la voz –Aún está inconsciente… su shock debió haber sido muy grande…-

- Además…- Prosiguió tragando un poco de saliva –Tu mismo le has visto, Asderel…Jamás había visto a un humano desangrarse así- Hizo una pequeña pausa.

- Y solo conozco a una criatura capaz de destruirte desde dentro…- Terminó con voz quebradiza. Él también lo había vivido, él podía entender a Eliot. Quizás de verdad era Miguel el responsable de todo esto ¿Pero por qué?  ¿Por qué querría él tomar a un humano?

- No sé…- Respondió Gabriel como si estuviese respondiendo a mi pregunta –No entiendo por qué Miguel atacó a Eliot…- 

No pude contenerme más. Llevé ambas manos a mi rostro y sin poder controlarme las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos. Gabriel se acercó rápidamente a mí y tomando mi rostro con una de sus manos levantó mi mirada. 

- Cálmate, Asderel- Dijo clavando sus azulados ojos en los míos. No pude calmarme, verle así, de esa forma día a día comenzaba a desgarrarme por dentro. Jamás había sentido tanta angustia. Nunca pensé que los ángeles podríamos llegar a sentirnos así. 

Solo quería estar con él, verle sonreír. Poder mirar dentro de esos ojos grisáceos que amaba tanto.

- ¡Ni siquiera puedo entrar en sus sueños! ¡Están bloqueados! – Grité sollozando mientras apoyaba mi cabeza contra uno de los hombros de Gabriel. Hasta la entrada al mundo astral de Eliot se me había sido negada. Era desesperante, ni siquiera sabía si estaba bien o mal. 

De pronto, dejé de sollozar. 

- ¡Tengo una idea!- Dije alzando la voz mientras me apartaba de Gabriel. Quebré una de las agujas que Abel había dejado sobre una pequeña mesa al costado de la cama y con ella hice una pequeña herida en uno de mis brazos. Gabriel me miraba absorto. 

- ¿Qué estás haciendo?- Preguntó mientras se levantaba. 

- Solo conozco a una persona capaz de contrarrestar el poder  de Miguel- Dije sin mirarlo mientras me apresuraba a trazar un pentagrama en el suelo. 

- ¡¿Estás loco?!- Gritó mientras se abalanzaba sobre mí, intentando detenerme. Pero ya era demasiado tarde él último símbolo ya había sido trazado. 

No tardó en aparecer frente a nosotros. Una luz brillante iluminó todo y tan rápido como apareció se desvaneció. Allí parado justo en medio del pentagrama, jugando con una de las cadenas que lo tenían atado, el malévolo Lucifer nos miraba con desprecio. Clavando sus ojos ensangrentados en los míos, sonriéndome. Gabriel dio un paso hacia atrás, aterrorizado.

- Has…Has… ¡Has llamado a Lucifer!- Gritó mientras me tomaba por los hombros y me zamarreaba.

- Muchas gracias por la presentación, chico- Dijo el demonio mientras sacudía su cabello alargado.

- ¡Y veo que pudiste deshacerte de mi hechizo!- Exclamó entusiasmado mientras apartaba a Gabriel y palmeaba uno de mis hombros –No esperaba menos de ti, Asderel- Sonrió.

- Lucifer…- Comencé un poco nervioso.

- ¡Oh no!- Una fuerte carcajada esparció de sus labios – ¡Llámame Luu!- 

- Esta bien…Luu- Dije siguiéndole la corriente. Gabriel me miró desconcertado. 

- Necesito que me ayudes…- Dije mientras sobaba mis manos ¿Qué demonios estaba haciendo? 

- ¡No lo hagas, Asder…!- El grito de Gabriel era callado al instante tan solo con un chispar de los dedos de Lucifer. Le había dejado completamente inmóvil. Miré al demonio molesto.

- Tranquilo – Dijo riendo –Le liberaré cuando terminemos nuestra conversación-

- Ahora ¿Qué querías decirme?-

- Necesito que me ayudes a despertar a Eliot- Me miró extrañado. 

- ¿Acaso un ángel no puede hacer eso?- 

- Y qué me ayudes a saber quién le hizo esto…- Dije interrumpiendo, nerviosamente. Hice una pausa.

- Alguien ha bloqueado la mente de Eliot- Dije finalmente, suspirando.

- ¡Ah!- Gritó con entusiasmo. Una amplia sonrisa era dibujada en sus labios, los dientes de felino resaltaban brillantes. – ¡Así que han de dejarle el trabajo sucio al Diablo mismo!- 

- Sabes que no trabajo gratis, Asderel- Dijo bajando la sonrisa. Asentí con la cabeza. 

- Haré lo que desees, Lucifer- El clavó sus oscuros ojos color sangre en mí, tragué un poco de saliva, aún me causaba temor. Por sus labios cerrados en una mueca seria pensé que negaría mi petición. Un incómodo silencio llenó la habitación.

- ¡Ya te he dicho que me llames Luu!- Rió de pronto palmeando mi espalda. 

- Ya sabré que favor pedirte y en qué momento- Dijo mientras se acercaba a Eliot. Antes de poner su mano sobre su cabeza lanzó una última mirada amenazante hacia mí. - Pero si no cumples lo que te pida…- Comenzó 

- Devolveré tu alma a las condenas del infierno- Terminó en un tono ronco e inhumano, bestial. Un escalofrió recorrió todo mi cuerpo, volví a asentir con la cabeza.

Puso su mano sobre la frente de Eliot y la mantuvo así durante unos diez minutos. Lucifer trabajaba concentrado absorbiendo los recuerdos de Eliot y desbloqueando su mente. Yo me paseaba de un lado a otro de la habitación, expectante. Me frotaba las manos sudadas, mientras mordía mi labio inferior para intentar disimular mis nervios. Hasta que de pronto, vi una alargada sonrisa escapar de la boca de Lucifer, mientras que una mirada maniaca y frenética era dirigida hacia mí. 

- ¡Creo que un compañero inesperado vino a visitar a tu amigo!- Gritó eufórico mientras apartaba la mano de la frente de Eliot y se ponía de pie. 

- ¡Me has dado una buena noticia, Asderel!- Exclamó. 

- ¡Espera un segundo! ¿Qué fue lo que viste?- 

Es Miguel…- Su sonrisa malvada se amplió mucho mas. –Está de vuelta- ¡No podía creerlo! Gabriel tenía razón. Miguel había vuelto y por algún motivo esto tenía que ver con Eliot. Estaba asustado.

- ¡Aaaah!- Exclamó sarcásticamente enternecido –Tranquilízate chico- Dijo mientras volvía hacia Eliot y empujaba su dedo índice contra su pecho, dejando una pequeña y casi imperceptible marca negra. Luego, en silencio avanzó hacía mí. 

- Hoy estoy de buen humor…- Comenzó mientras iba desabrochando lentamente los botones de mi camisa, yo estaba completamente inmóvil, sorprendido. 

- Te facilitaré un poco las cosas…- Susurró en mi oído mientras terminaba de desabrochar el quinto botón. Se detuvo ahí y apartó la camisa dejándola un poco más abajo de mis hombros. Allí, justo en el mismo lugar donde había marcado antes a Eliot, me marcó a mí. 

- Ahora no necesitarás más de mí para saber que le sucede…están completamente conectados- Yo guardaba silencio, absorto. 

- ¡Y no olvides que me debes un favor!- Gritó mientras volvía al centro del pentagrama. Antes de irse, un chasquido de dedos resonó en la habitación. 

- Nos veremos luego, Asderel- Dijo clavando por última vez sus ojos en los míos. Negros como la noche, con sus ensangrentadas pupilas penetrando en lo más profundo de mí ser, Luego desapareció, un nuevo escalofrío corrió por todos mis huesos y músculos, acababa de hacer un pacto con Lucifer, estaba condenado. 

Pero nada de eso importaba ahora.

Me quedé un par de minutos observando el pentagrama que aún estaba dibujado en el piso.

- ¡Dile a ese tipo que no me congele así nunca más!- Gritó de pronto Gabriel mientras lo veía volver a la normalidad. Un movimiento le hizo desviar su mirada a la cama donde estaba Eliot, yo hice lo mismo. 

El rosáceo de su piel no tardó en volver. Sentí como su corazón volvía a bailar palpitante y su respiración volvía a estar calmada y regular. Sus ojos comenzaron a moverse aún cerrados. Corrí hasta él y tomé su mano que comenzaba a retomar su calor. Abrió los ojos, esas pupilas cenizas volvían a mirarme con la misma dulzura de siempre, sonrió. 

- Estoy de vuelta- Susurró apenas. Solo el escuchar su voz musitar un par de palabras fue suficiente para emocionarme, no lo había escuchado en días y estuve a punto de perder la esperanza de hacerlo. Su murmullo entró en mis oídos como un suave cantar angelical. Fue como si hubiese estado perdido y la vida volviese a mí y me recibiera con brazos abiertos. Sentí la puerta cerrarse, Gabriel se había retirado.

- ¡Dios, Eliot!- Exclamé mientras mis ojos comenzaban a llenarse de lágrimas. No iba a perderte de nuevo. 

Sabía perfectamente que era la marca que había despertado Lucifer en mi pecho. Era la marca del Guardián, todos los ángeles la tenemos, siempre estuvo en mí y en ti también Eliot. Pero todo este tiempo no la había tomado en cuenta, te había despreocupado.

Pero no estaba dispuesto a fallarte de nuevo. 

- Te extrañe…- Balbució de pronto, con la voz quebrada. Lágrimas también amenazaban con correr por sus mejillas. Sin si quiera darme cuenta, de pronto se abalanzó sobre mí en un cálido abrazo que yo correspondí. 

- ¿Cuánto tiempo llevas sin dormir?- Preguntó de pronto.

- Poco más de veinte días…- Respondí desviando la mirada hacia el piso. 

- Ven…- Dijo mientras hacía un gesto con su mano e invitaba a sentarme a su lado. Yo accedí rápidamente –Puedes dormir aquí…- Sus mejillas estaban completamente sonrojadas, sonreí. Me senté junto a él y luego apoyé mi cabeza sobre sus piernas, recostándome. Comenzó a acariciar mi cabeza suavemente, el tacto de sus dedos entrelazándose con mis cabellos era sumamente relajante. Mi cuerpo estaba cansado, así que no tarde en cerrar los ojos y dormirme profundamente. 

   
  - Ya estás bien, Eliot- Dijo Gabriel mientras se acercaba a mí y palmeaba mi hombro con una gran sonrisa en su rostro. Asentí con la cabeza y devolví la sonrisa.

Estaba confundido. Apenas había despertado ¿Qué había ocurrido todo este tiempo? Ni siquiera sabía cuántos días habían pasado, tampoco por qué había estado dormido todo este tiempo. Sentía un vacío, en lo más profundo de mi inconsciente estaba faltando algo que no lograba recordar.

Me acerqué a la habitación donde dormía Asderel y me paré en el marco de la puerta. Lucía realmente cansado, una capa negra cubría el borde de sus ojos y párpados en forma de ojeras. Su piel sumamente pálida estaba hundida en los pómulos, seguro estuvo sin comer durante mucho tiempo. Sus cabellos caían cansados desde su frente y su cuerpo frágil como un cristal resbalaba como agua por encima de la cama. 

- ¿Cuánto tiempo ha pasado, Gabriel? – Pregunté por fin. 

- Más de veinte días…- Dijo suspirando – Asderel estuvo allí a tu lado sin moverse…hasta que despertaste-  Volví nuevamente mi mirada hacia el fatigado Asderel. 

- Será mejor que salga un momento…iré al mercado por algunas verduras- Dije sonriendo. Realmente quería salir, tanto tiempo enclaustrado y dormido en esa cama hacía que mi cabeza se sintiera aún más confundida. 

Atravesé la gran reja que protegía el jardín de la casa y me dirigí hacia el centro. Allí todo era alborotado, gente iba y venía de todas partes y se apresuraban en hacer sus compras rápidamente. Yo disfrutaba del pasar de las personas de aquí para allá y de los niños pequeños corriendo desenfrenadamente en las calles. Tomé mi tiempo para hacer las compras, tenía pensado en cocinar algo para Asderel y los demás cuando volviera a casa. 

El día estaba nublado. No escapaba ni el más mínimo rayo de sol de entre las nubes, el frío comenzaba a intensificarse y poco a poco se colaba entre mis ropas y mis poros, erizándome los pelos. Seguramente se aproximaba una tormenta y yo apenas vestía unos pantalones delgados y una sudadera vieja. Debía darme prisa y regresar.

Elegí un par de brillosas manzanas rojas y algunos mangos y luego me retiré. Una visita corta al centro del pueblo pero no menos gratificante. Me sentí como nuevo ¡Que importaba si había dormido por más de veinte días! Ahora estaba aquí, listo para acompañar a Asderel. 

Tomé un atajo de vuelta a casa. Un estrecho callejón de asfalto sucio, madriguera de ratas y gatos enfermos, me causaba un poco de asco pero era la forma más rápida de llegar. 

Un fuerte estruendo se escuchó en el cielo, los primeros truenos anunciaban que el agua descendería pronto. Comencé a acelerar el paso. No había nadie en los alrededores, mi única compañía en ese oscuro callejón eran los pequeños roedores que corrían de un lado para otro en busca de refugio, presintiendo lo que se avecinaba. Aceleré un poco más, casi corriendo. De pronto, en medio de mi camino una sombra se cruzó por delante de mí, haciéndome estrellar contra él, cayendo al suelo todas mis compras.

- D…Disculpe- Murmuró apenas suavemente una voz infantil. Alcé la mirada para verle. Vestido con ropas sucias tres tallas más grande que él, una gorra parchada y maltratada  y completamente embarrado. Un chico de no más de diez años, no medía más de un metro treinta, de piel pálida y un poco seca, con unos ojos violetas como él más bello atardecer primaveral que me miraban suplicándome perdón. 

- Está bien…Está bien- Dije sonriendo mientras me apresuraba a recoger las frutas. En ese instante la lluvia comenzó a desprenderse de los cielos frenéticamente, como la más fría mañana de invierno las gotas caían congeladas en forma de granizos. El viento soplaba fuerte y sin piedad, llevándose la gorra del chico, dejando al descubierto su sucio cabello castaño. Le observé un poco más atento, estaba completamente sucio y vestía como un vagabundo, sentí lastima. 

Me levanté y me dispuse a seguir mi camino. Había dado un par de pasos y aún sentía sus lívidos ojos fijos en mí. Me detuve. 

- Vete a tu casa…te empaparás- Dije sin voltear el rostro para verlo. Guardó silencio. Dí media vuelta.

- ¿No tienes dónde ir…cierto? – Pregunté un poco compasivo mientras me agachaba y posaba mis manos sobre sus hombros. Negó con la cabeza. 

- Ven conmigo- Dije casi impulsivamente. Una sonrisa inofensiva iluminó todo su rostro. Le hice una seña para que me siguiera, cuando lo intentó su pierna izquierda se ladeó levemente. Le hice otro gesto para que se detuviera y me agaché para examinar su tobillo que parecía haber estado sangrando, suspiré. 

- Sube…- Dije mientras me agachaba y le invitaba a subir a mi espalda. Él pareció dudar algunos segundos y entre medio de leves sonrojos accedió. Tomé con una mano las bolsas de compras mientras que con la otra sostenía la espalda del chico, para que no cayera. Sus manos estaban frías, casi congeladas y temblaban a ratos. Parecía enormemente cansado y no tardó en dormirse sobre mis hombros. 

No pesaba demasiado así que no me costó llevarlo a casa. No sé cuánto tiempo fue el que estuve fuera de casa, pero pareció haber pasado mucho. La lluvia caía sin detenerse, por lo que me apresuré lo más que pude para llegar. 

Antes de que pudiese atravesar la reja, Asderel y los demás quienes se encontraban en el jardín se apresuraron en correr hacia mí a prestarme ayuda.

El chico seguía dormido sobre mis hombros, con cuidado de no despertarle Daemon lo tomó en sus brazos y lo llevó a una de las habitaciones de la casona. Yo y los demás chicos le seguimos en fila y con cuidado, curiosos. 

- ¿De dónde lo sacaste?- Dijo mientras cerraba la puerta cuidadosamente. 

- No sé…- Respondí entre leves carcajadas mientras sobaba mi cabeza. 

- Hay algo en él que no me agrada…-  Interrumpió Gabriel mientras intentaba abrir la puerta. Daemon le detuvo. 

- ¿De qué hablas?- Sonrió –Es solo un chico, déjale dormir-  Gabriel retrocedió y se dirigió al jardín. 

Todo el resto del día transcurrió sin mayor novedad. Cuando llegó la madrugada, yo aún daba vueltas por la casa sin poder dormir. Al doblar por uno de los pasillos sentí un ruido que llamó mi atención, venía desde la habitación del chico que había recogido horas atrás. Su puerta estaba cerrada, vacilé un par de segundos antes de abrirla, hasta que moví la manilla.

Allí estaba, sentado en el marco de madera de una de las ventanas que se encontraban abiertas. Sus ojos violetas se encontraban fijos e hipnotizados mirando hacia el cielo, tanto que no se dio cuenta de mi presencia. Ya se había dado un baño y Abel le había facilitado ropa, vestía una camiseta con mangas que le quedaba considerablemente grande. 

- Espero no molestar…- Dije mientras entraba cuidadosamente. Él giró la cabeza hacia mí. 

- N…No- Dijo tímidamente. Me aproximé hasta él y me senté en el otro extremo del marco. De alguna forma, me sentía responsable de este chico. Sentía una gran lástima por él que me obligaba a querer ayudarlo y saber todo de él. 

- ¿Cómo te llamas chico?-  Pregunté mientras acariciaba su cabello. 

- E…Ellen- Respondió un poco sonrojado. Sus ojos violetas de pronto me miraron sorprendidos y un poco asustados.

- ¿Q...Qué?-  Pregunté nervioso -¿Tengo algo pintado en mi cara?- Negó con la cabeza. 

- No…No es eso- 
Dijo risueño en una tímida carcajada

- ¿Qué es?- 

- Eres puro…- Respondió…  ¿A qué venía todo esto?

- ¿De qué estás hablando, Ellen?-  Dije en tono un poco burlesco. 

- Tu aura…- Comenzó a explicar de pronto ante mis sorprendidos ojos –El resplandor que te cubre es intensamente cálido- 

¿Él resplandor que me cubre? Nunca pensé tenerlo en mí. Me había fijado que los cuerpos de Daemon y Asderel eran iluminados por intensas luces cada vez que luchaban. Una vez le oí decir a Abel que cada persona llevaba una luz en su interior que a veces podía salir hacia afuera, a esto le llamaban Aura. Pero jamás creí escuchar a un niño hablando sobre esto. 

Guardé unos minutos de silencio, mientras me daba cuenta que el chico iba clavando sus ojos en mí cada vez más, como si quisiese atravesarme con la mirada y ver lo que había en mi interior. Me sentí un poco incómodo.

- ¿Y de qué color es mi aura?-  Pregunté un poco nervioso mientras desviaba mis ojos hacia el jardín. 

- Es violeta… Como mis ojos- 

- ¿Cómo…tus ojos? – Repetí mientras me perdía en el mar purpúreo de sus pupilas. 

-¡O algo parecido!- Dijo entusiasmado, sonriendo. Me puse de pie.

- Está bien, Ellen – Dije mientras le hacía un gesto con mi mano para que se fuese a la cama. 

- No es normal que los chicos como tú sigan en pie hasta estas horas – Terminé nervioso, intentando cambiar de tema mientras lo acurrucaba con las sábanas. 

Luego me desplacé hasta la puerta. 

- Buenas noches, Ellen- Murmuré antes de bajar el interruptor de la luz. 

- Buenas noches, Eliot…- Respondió con un leve bostezo –Que tengas dulces sueños- 

Lo que menos tuve esa noche fueron dulces sueños. 


Era una noche fría, pero yo daba vueltas en mi cama bajo incómodas sudoraciones que me hacían arder en fiebre. Eran pesadillas: Muchas, como verdaderos relámpagos entraban y salían de mi mente sin que yo pudiera controlarlas, eran tantas y tan confusas que aún no puedo recordarlas todas. La única que acude a mí es la que se ha quedado conmigo durante mucho tiempo. La visión de un joven de piel blanca y ojos violetas, como los de Ellen, como mi aura. Un joven que intenta hablarme una y otra vez quemándome los oídos con su voz inentendible. Una y mil veces, durante toda la noche y muchas otras noches de mi vida, su imagen llegaba hasta mí para torturarme. 

Estaba en uno de estos horribles sueños cuando un gran estruendo me despertó exaltado. El gran ventanal que tenía instalado en mi habitación de pronto, como por arte de magia explotó, llenando el lugar de pedazos de vidrio filoso como navajas. Me puse de pie rápidamente, pero era demasiado tarde, unos brazos inhumanamente fuertes me sujetaban firmes, dejándome inmóvil. Comencé a forcejear, pero no en el afán de liberarme, lo único que deseaba hacer era tapar mi nariz, el olor a azufre cubría cada rincón de la casona, invadiéndome. El hedor entraba por mis fosas nasales y me quemaba por dentro. No tardé en sentir nauseas, era demasiado insoportable. Un solo demonio no podía lograr todo esto, debían de haber más en la casa. 

Entre medios de los fuertes forcejeos logré soltarme, quedando frente al demonio. No traía ropa y apenas tenía un aspecto humanoide. Jamás había visto uno así ¿Esta era su verdadera forma? Todo su cuerpo estaba rodeado de escamas del mismo color de su piel. Sus ojos amarillos inspiraban el más grande temor y su boca, casi desprendida de labios dejaba ver unos feroces dientes como los de un lobo, afilados y alargados. Tenía unas finas pero letales garras como hechas de hueso y mortales heridas le cubrían por completo. Desde su espalda se desprendían un par de alas color negro, opacas y a punto de quebrarse. Comenzó a reír a carcajadas. Dí un paso hacia atrás, por un momento sentí miedo, pero debía defenderme. Sin pensarlo dos veces tomé una vieja lámpara y la quebré en su cabeza, apenas tambaleó y se abalanzó sobre mí, pero fui más rápido y le esquivé con facilidad, tirándolo al piso con todas mis fuerzas en una patada. Corrí hasta la puerta. 

- ¡Eliot!- Escuché la voz de Asderel saliendo de la habitación continua. Luchaba con dos demonios igual de horribles que el que me había atacado. Con soltura no tardó en destrozarlos y con un simple movimiento de sus ágiles manos los tomó por la cabeza y los degolló. Las habilidades en combate de Asderel habían mejorado mucho el último tiempo. 

- ¡Vete de aquí!- Gritó mientras una docena más de demonios llegaba hasta él. Sin pensarlo demasiado Asderel extendió sus alas y se dirigió hacia el cielo, detrás de él todos los demonios. Una gran batalla comenzaba a darse. Éramos víctima de una emboscada. 

Me dirigí nuevamente a mi habitación y tomé una espada que se encontraba escondida bajo mi cama. No era cualquier espada, su filo había sido bendecido con la sangre de ángeles, de Gabriel y de Asderel, así me era posible herir a cualquier demonio. 

Todo se encontraba en penumbras y apenas pude reconocer la sombra que pasó por delante de mí e intentó abalanzarse. En un movimiento impulsivo empuñe la espada y estiré mi brazo firme. La hoja brillante atravesó algo, un cuerpo. Un resplandor iluminó toda la habitación. El demonio que me había atacado antes era traspasado por mi espada, desangrándose. Sus escamas comenzaron a caer de su cuerpo, como si se estuviese descascarando. Sus ojos se volvieron blancos, como si hubiesen quedado vacíos y sus alas comenzaron a caer en trozos, como una flor congelada desojándose en invierno. Toda su piel caía en mil pedazos, dejando ver luz, todo ese resplandor había estado escondido bajo la oscura fachada de demonio. Había olvidado que hace mucho tiempo los sirvientes de Lucifer también fueron ángeles. Asderel solía decirme que muchos aún mantenían la bondad angelical atrapada en lo más profundo de sus seres, que cuando se mataba un demonio y este parecía desaparecer en luz es que se había salvado ¡Había realizado mi primer exorcismo! 

Casi en menos de un parpadeo, la luz desapareció. Quedando tan solo la antigua piel de lo que alguna vez fue un Demonio. 


De pronto lo recordé ¡¿Dónde estaba Ellen?! Seguramente estaba asustado o quizás herido, o tal vez muerto. Tenía que ir a buscarlo.

Salí al pasillo y comencé a correr hacia su habitación. En la sala de estar encontré a Daemon y Abel. Daemon era rodeado por una blanca luz que le cubría por completo. Había una veintena de demonios encerrándolos. Corrí hacia ellos y atravesé a uno para abrirme paso. 

- ¡Chicos!- 

- ¡Ve por el chico, Eliot!- Gritó Daemon mientras ponía una de sus manos sobre la frente de un demonio y tal como si lo hiciese explotar por dentro, a través de su mano hizo que todo su cuerpo se llenara de luz que salía por los poros y ojos del demonio, haciéndolo desaparecer. Pero por descuidarse mientras me hablaba seis bestias se abalanzaron contra él y lo tiraron al suelo, mientras comenzaban a morderlo. 

- ¡Daemon!- Pensé que lo devorarían, pero por cada trozo de piel y carne que arrancaban uno nuevo llegaba a reemplazarlo. Otros tres más saltaron sobre él, ya no lograba verlo entre la escamosa piel de los demonios. Pero no tardó en apartarse de ellos. Como si fuesen un montón de moscas, tan solo con un destellar de luz que salió desde su cuerpo los apartó mientras que con su mano formaba una llama de fuego blanco que no tardó en lanzar contra ellos, carbonizándolos. Yo estaba impresionado, Daemon era ágil y feroz.

- No te preocupes por nosotros-  Gritó Abel mientras contenía a un par de demonios que se intentaron acercar a mí mientras yo miraba impactado a Daemon.

- ¡Ve por el chico ya!- Ordenó. Yo obedecí  automáticamente y seguí mi camino. Sentí un revoloteó por una de las ventanas, Gabriel se unía a la lucha y ayudaba a Asderel. Vi como los cuerpos de algunos demonios caían y se estrellaban contra el piso. También vi como todos los pasillos no tardaban en incendiarse, estaba todo en llamas. Estaba presenciando una de las más atroces batallas jamás vistas, la lucha entre el bien y el mal concentrada en un solo lugar. Escombros cayeron en llamas desde el techo. Debía apresurarme. 

Subí por las escaleras y abrí la puerta de la habitación de Ellen. Allí estaba, sentado mientras envolvía sus piernas con sus brazos, asustado y llorando. Un círculo de fuego le cubría y no lo dejaba escapar. Había llegado justo a tiempo, el chico estaba a punto de intoxicarse con el humo. 

- ¡Gracias a Dios, Ellen!- Grité al borde de las lágrimas mientras que sin importar el fuego que comenzaba a quemar mis ropas le abrazaba y le tomaba en mis brazos. Su rostro y sus brazos estaban marcados con leves quemaduras.

- Tranquilo…- Susurré mientras acariciaba su cabello –Todo ya va a termina…- 

No pude terminar la frase porque tuve que apartarme rápidamente. Con la fuerza de una bala Daemon atravesaba la pared, dejando un gran orificio en ella, cayendo al suelo. Miré en la dirección de donde había sido lanzado. Mefistófeles sonreía con singular soberbia mientras sobaba uno de sus puños. Se veía más malvado que nunca. Pareció recoger algo del piso, como si fuese un trapo viejo tomó a Abel del cabello y lo lanzó con fuerza. Daemon se adelantó un poco y atrapó su caída. Ellen me abrazaba estrechamente, tembloroso.

De tras de Mefisto una horda de demonios, cien o quizás miles se apresuraban hacía nosotros. Daemon y Abel se adelantaron a Ellen y a mí y formaron una barrera para intentar frenar su paso. 

- ¡Salgan de aquí, rápido!- 

Intenté atravesar la puerta pero por ella entraba otra tropa de demonios. Sentí que alguien me tiraba por el hombro, Asderel me atraía hacia sí y nos envolvía con sus brazos protectores mientras que Gabriel se atravesaba por delante de nosotros, resguardándonos. La barrera de Daemon y Abel no aguantaba más, cada vez los demonios los iban empujando más hacia nosotros. Estábamos rodeados, cansados y malheridos. Estábamos acorralados, atrapados. 

No sabría decir cuántos demonios había allí. Millares de criaturas sedientas de sangre eran comandadas por Mefistófeles quien iba delante de los demás. Ellen comenzó a llorar desconsoladamente, sentía miedo, era demasiado pequeño para morir de una forma tan terrible. Con mi cuerpo me puse sobre él, en un último esfuerzo por protegerlo, pero fui apartado por la mano fuerte de Mefisto. 

- Tú serás el primero, luego acabaré con los demás- Dijo mientras me levantaba por sobre el piso y comenzaba a asfixiarme, clavando sus afiladas garras en mi garganta que comenzaba a sangrar. Asderel intentó ponerse de pie pero fue detenido por un centenar de demonios que se abalanzaron contra él, al igual que con los demás. El único que logró llegar hasta mí fue Ellen, quien tímidamente tiraba del pantalón de Mefisto. 

- ¡Tú serás el segundo en morir si no dejas de molestarme, chico!- Gritó enfurecido mientras me estrangulaba más fuerte y con la otra mano apartaba al pequeño Ellen. Comencé a sentir como el aire comenzó a faltarme. Definitivamente moriría allí, no había forma de salvarnos. Mi corazón comenzó a bajar su ritmo lentamente, como despidiéndose mientras que el tráfico de sangre en mis venas se hacía cada vez más torpe  y mi piel comenzaba a tomar un desagradable color azulado. Mefistófeles mantenía sus ojos fijos en los míos mientras sonreía sádicamente, casi me pareció escucharlo ¡Por fin te haré desaparecer! Decía la curvatura de sus labios. Mi vista se nublo, iba a caer en los abismos de la inconsciencia. 

- ¿¡Qué quieres ahora!?- Ellen nuevamente interrumpía a Mefisto, quién lo apartaba bruscamente de su pantalón ¿No lo entiendes, pequeño? Si molestas solo logras alargar mi dolor, detente. 

Déjame ser asesinado pronto.

Miré por última vez hacia los ojos llorosos de Asderel, quién no podía hacer nada por salvarme esta vez. Sonreí, despidiéndome. Luego cerré los ojos.

- ¡Deja de molesta…!- La voz de Mefisto era frenada secamente, mientras que su mano opresora me soltaba de improviso, caí al piso. 

Con mis últimos esfuerzos abrí levemente los ojos, pero no pude ver nada. Todo se hallaba iluminado en un resplandor color violeta intenso, que parecía quemar todo lo que encontraba a su paso. Una fuerza destructora y silenciosa hizo desaparecer sin dejar rastro a cientos de demonios, como una explosión, solo que sin estruendo. 

Todo pasó en un segundo, todo se iluminó rápidamente. No sé a donde fue Mefistófeles o dónde fueron a parar los cuerpos de los miles de demonios, pero todo desapareció en menos de un parpadeo.  

Con torpeza frote mis ojos. Todo el resplandor volvía a concentrarse en un cuerpo pequeño que caía al suelo, exhausto. Como si fuese nada más que un envoltorio de luz, la irradiación violeta que había hecho desaparecer todo volvía al cuerpo de Ellen, quién fue detenido por los brazos de Asderel antes de desmayarse. No podía creerlo, no lograba comprenderlo ¡Jamás había presenciado algo como esto! Nos habíamos salvado, este pequeño chico nos había rescatado. Estaba confundido, en un último esfuerzo miré el pequeño cuerpo de Ellen en los brazos de Asderel, no lograba entender.

No comprendía como alguien como él poseía un poder tan destructivo. 

- Gracias, Ellen- Intenté murmurar. No sé si me escuchó, no sé si mis cansados labios lograron completar la frase. Tampoco sabía si sobreviviría a esto, aún mi garganta se desangraba y aún sentía las fuertes manos de Mefisto asfixiándome. Cerré mis ojos como si mi sistema se hubiese apagado, sin poder evitarlo.


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