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El tiempo entre nosotros por Sawako_chan

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Notas del fanfic:

 

Este nuevo fic es una idea loca que se me ocurrió, sin embargo, antes de comenzar quisiera dejar algunos puntos en claro para que no haya muchas dudas conforme vaya avanzando la historia. Espero que lo lean, es importante.

 

1.-Esta historia es original mía, pero también viene un poco de una película que vi hace poco, se llama "Kate&Leopold" así que si ven un fic con una trama igual a esta, quizá sea por eso. No es plagio ni copia exacta de la película, sólo tomé algunos aspectos para moldearla a mi manera.

2.-He incluido más personajes (poquísimos) que no forman parte de ningún universo en Marvel. Los metí porque serán apariciones que no tendrán importancia en el flujo de la historia, es decir, personajes de relleno de poca relevancia. 

3.-Es muy probable que algunas actitudes lleguen a cambiar un poco en algunos personajes. JARVIS será un amyordomo de carne y hueso, completamente humano. Steve tendrá algo más de carácter, no me gusta verlo tan apacible xD

4.- No acostumbro a jugar con muchos personajes en las historias que hago, pero he decidido introducir más parejas en esta historia. Habrá Thorki, y parejas que vayan apareciendo a lo largo del fic.

Ahora sí, muchas gracias.

 

Notas del capitulo:

Bueno, si ya leyeron las notas generales del fic, sólo me queda darles la bienvenida a este fic que apenas comienza, y quién sabe cuando termine xD bueno no, la verdad creo que será algo corto, un poco más de 10 capítulos, todo depende de ustedes.

Habrá algunas cositas confusas en este primer capítulo, pero siempre pueden dejar un comentario para despejar. Este capítulo es un tipo de introducción a la historia, ya verán por qué, pero eso no quiere decir que no sea importante. De echo es fundamental que lo lean bien xD

Un detalle importante: Steve mantiene el corte que usa en la película de Los Vengadores.

Por si tiene duda del ambiente de aquella época, puedes apoyarse con imágenes de la época Victoriana.

 

Capítulo 1.- La máquina del tiempo.

 

 

 

 

Nueva York, 1876.

 

El sol brillaba con fulgor detrás de pequeñas y esponjosas nubes, las aves volaban por lo bajo siendo alimentadas por las mujeres, mientras pequeños niños corrían felices, riendo y jugando. Los hombres se reunían en el centro de la plaza principal, donde solían mostrarse los más actuales inventos, descubrimientos y cosas que ante los ojos de todos parecían impresionantes. Excepto para un hombre: Steve Rogers. Excapitán del ejército militar de la nación.

 

Caminaba por ahí sin prestar mucha atención realmente a lo más novedoso que se estaba dando a conocer, al parecer una especie de máquina avanzada que permitiría a las personas viajar y manipular el tiempo. ¿Cómo la gente podía creer algo así? No sabía qué era más ilógico, si eso, o que él estuviera en ese lugar cuando debería estar protegiendo a su país de los enemigos, o entrenando en algún campo de concentración, en todo caso. Paseó su vista lentamente entre las personas presentes. Damas, señoritas, niños, jóvenes, adultos y ancianos. La plaza solía llenarse de todo tipo de gente los domingos por la mañana, y eso le reconfortaba un poco. Le recordaba lo unido que seguía siendo el pueblo, que crecía a pasos agigantados. Y también le recordaba cuanto le gustaba a él proteger a todas esas personas. Negó lentamente con su cabeza y suspiró. Apretó entre sus dedos el cuaderno que llevaba, y decidió sentarse en uno de los escalones cercanos a donde se estaba llevando a cabo esa conferencia para oír algo y no aburrirse mucho.

 

Cuando hubo logrado su propósito, se dedicó a mirar entre la gente más detalladamente. Entonces lo encontró. Un anciano sentado en una banca que daba de comer a las palomas, estirando suavemente su mano para que ellas comieran directamente de ahí. La imagen perfecta de la humildad, la sencillez y la caridad humana. ¿Cómo era posible que nadie se detuviera a mirar como él? Sonriendo para sus adentros, sacó de su bolsillo una pequeña tiza de carbón, y abrió su cuaderno en una hoja en blanco. Comenzó a dibujar trazos delgados, largos, sin marcar mucho la tiza, mirando de reojo al hombre que no se había movido de su posición. Su cerebro captó la forma de su cuerpo, la curvatura de la espalda, y con soltura, sus manos comenzaron a proyectar la imagen. Dibujaba sin saber sobre su alrededor, pero escuchando vagamente las palabras de aquel hombre con bigote.

 

     —El tiempo. Algunos han propuesto que el tiempo es la cuarta dimensión, pero para los mortales, el tiempo no tiene dimensión ninguna. Somos como caballos con anteojeras, solo vemos lo que tenemos delante. Siempre adivinando el futuro e inventando el pasado. ¿Cómo, se preguntaran ustedes, podemos romper con estas ataduras? Escuchen y podré decirlo: el secreto reside en el imperecedero poder de nuestros logros y creaciones, en la visión más allá de las cosas superficiales. Este invento, creado a partir de algo misterioso llamado rayos gamma…—

 

Su oído se desconectaba poco a poco y dejaba muy a lo lejos de su mente las palabras de aquel hombre, sólo se concentraba en su blanco: el anciano y las palomas. Sí, era un capitán del ejército, bueno, excapitán, pero desde niño le había llamado la atención el arte en general. Aprendió a dibujar a corta edad, pero tuvo que desistir de aquello cuando entró al ejército, y se volvió más importante salvar vidas que plasmarlas en un trozo de papel que con el tiempo se rompería y deterioraría. Se dio cuenta que la gente debía vivir y no ser reflejada simplemente.

 

Ahora que había vuelto contra su voluntad, a su ciudad de origen, podía volver a sus viejos pasatiempos. Por eso había decidido salir aquella mañana y dibujar algo que le moviera el alma. Y aquel anciano lo había hecho. Cautivaba su mente con la solidaridad que tenía al dar de comer a las palomas, con el cariño que las miraba, y luego, la tristeza cuando ellas desplegaban sus alas y entonces se elevaban por los cielos, o a los techos de las casas. Se sintió satisfecho cuando terminó el boceto; era muy bueno, pero aún no terminaba. Ladeó un poco el ángulo de la tiza y se dedicó a hacer las sombras, para dar profundidad a su dibujo.

 

Casi estaba terminando cuando sintió como el anciano lo miraba detenidamente. Él le dedicó una leve sonrisa, pero el hombre de cabello blanco le devolvió el gesto con una ceja alzada y entonces se puso de pie y se retiró. Su confusión se vio envuelta en preguntas sin sentido, pero tarde se dio cuenta que no solo el anciano lo había mirado. Sus ojos azules viajaron a su alrededor y se dio cuenta que todos los hombres y mujeres lo hacían, de forma detenida y con algo de asombro. Se sintió confundido porque no sabía qué había hecho para ser dueño de tanta atención, pero todo cambio cuando el hombre del bigote que había estado hablando acerca de la tal máquina, volvió a hablar, también mirándolo.

 

     —¿Qué espera, caballero? Le he dicho que suba aquí. —habló por una especie de cucurucho gigante, ¿Cómo le llamaban? Ah, sí: megáfono. Él alzó una ceja, y soltó la tiza con la que estaba marcando las últimas sombras de su boceto.

 

     —¿Yo?... ¿Quiere que yo suba ahí? —se señaló él mismo con el dedo índice de su mano, mientras negaba con la cabeza cuando el hombre le afirmó su pregunta—. No, no… yo… yo no creo en esas cosas, señor. Mis disculpas. —mencionó mientras se ponía de pie cerrando su cuaderno de dibujos, y sus mejillas se teñían de un leve color rosado al ser dueño de tantas miradas y atenciones. Le ponía nervioso ese simple hecho, pero trató de no demostrarlo en su voz o movimientos.

 

     —¿Cómo dice? ¿Qué no cree? ¡Pues suba aquí y le demostraré lo contrario! —seguía sonriendo, mientras le hacía señas para que subiera con él. Steve suspiró de forma pesada y se encaminó con pasos lentos pero grandes hacia el hombre. ¿Qué más podía hacer? Ahora era el blanco de todas esas personas, y si huía se vería como un cobarde de la tecnología. Él no era eso. Sólo por eso aceptó subir. Cada escalón que subía crujía a su paso, mientras el silencio reinaba incómodo en la plaza. Cuando llegó al lado de ese hombre, él lo miró con una sonrisa más, y le pidió dijera su nombre fuerte para que todos oyeran quien sería el afortunado de ser el primero en probar aquella exitosa máquina, que los haría avanzar o retroceder en el tiempo. 

 

      —Steven Grant Rogers. —lo dijo fuerte y claro, como se lo habían pedido, y de inmediato pudo escuchar como las mujeres comenzaban a cuchichearse cosas como “¿Quién es él?” “No lo había visto antes” “Es apuesto, y no trae un anillo en su mano” “¿Estará buscando esposa, o fama?” esos susurros para nada discretos que llegaban hasta sus oídos. Las señoritas lo miraban de forma rara, casi como ansiando que bajara esos escalones para lanzarse sobre él. Tragó saliva lentamente ante el simple pensamiento. A él no le interesaba ninguna mujer, o al menos ninguna de las presentes. Él estaba interesado en…

 

     —Muy bien, joven Rogers. —le llamó el señor del bigote, el presentador del invento, interrumpiendo sus pensamientos—. ¿Puede ser tan amable de entrar a esa cabina, por favor? —le señaló una caja de metal, que estaba abierta ante el público. A simple vista se veía incómoda y algo pequeña, comenzaba a querer huir de ahí, pues si no lograba entrar por su estatura de 1.84 m, sería el blanco pero de burlas y habladurías por varios días. ¿Cómo, llevando una semana apenas en Nueva York, podría haberse metido en algo como eso? Con duda se metió en la cabina, costándole algo de trabajo, pero logró entrar y acomodarse de forma recta sin tener libertad de mover los brazos que se apachurraban entre las paredes—. Siento las incomodidades, joven, pero ésta máquina fue hecha para un hombre más pequeño. —le guiñó el ojo, y volvió a hablar—. Relaje sus músculos y disfrute el viaje, se hará famoso cuando regrese. —y con una gran sonrisa cerró la parte frontal de la caja.

 

Steve no tenía claustrofobia, ni ningún tipo de miedo al quedar encerrado. Otro en su lugar se habría puesto inquieto, pero él estaba entrenado para este tipo de situaciones. Respiró profundamente, sacando el aire por la boca, y repitiendo el proceso varias veces hasta calmar los galopes de su corazón. Enserio, ¿Cómo había llegado hasta ahí? Obviamente no creía en ese tipo de máquinas, magia o tecnología que les permitiera avanzar o retroceder en el tiempo, pero la falta de luz ahí dentro, y el movimiento y ruidos provenientes de la caja le hacían dudar sobre sus ideas. ¿Enserio estaría viajando por el tiempo? ¿Cómo sería ese viaje? ¿Pasaría todo de forma rápida, o estaría metido en una especie de tubo multicolor mientras atravesaba el espacio-tiempo? Todas esas preguntas no podía responderlas, y simplemente no quería hacerlo, ¿Por qué? Porque esas respuestas desencadenarían más preguntas sin sentido.

 

De repente dejó de escuchar movimientos, y su corazón también pareció detenerse. La caja poco a poco comenzó a abrir automáticamente su puerta principal, y una luz blanca atacó su rostro. No podía ver el exterior. ¿Cómo sería? ¿Qué clase de cosas encontraría ahí afuera? Tenía miedo de salir o asomarse, mucho miedo. Por primera vez no se sentía capacitado para hacer algo. Una especie de vapor comenzó a salir del exterior, y más movido por la curiosidad que por otra cosa, se animó a destapar la caja y dio un paso estrepitosamente hacia adelante, dispuesto a encontrar cualquier cosa…

 

Cualquier cosa excepto aquello…

 

 

 

 

 

La misma gente que había visto cinco minutos atrás estaba mirándolo, de forma asombrada y totalmente escépticos, al igual que él mismo. Su vista viajo rápidamente y reconoció todas las casas, la plaza, el lugar donde se había sentado a dibujar y al hombre del bigote, quien tampoco se movía. ¿Había… había sido un fracaso? ¡Y lo peor era que él lo había creído! Se sintió plenamente ofendido. Y quizá la demás gente también, pues después de un tenso silencio de largos minutos, comenzaron a desalojar el lugar de forma rápida y con malas caras, y frases ofensivas. Se giró con el ceño fruncido dispuesto a reclamarle al hombre, pero sólo encontró decepción personal en sus grises irises.

 

     —No… —susurró—. El trabajo de toda mi vida, tirado a la basura… es… es… —sus ojos se llenaron de pequeñas lagrimas que descendían por sus mejillas, y cayó de rodillas al suelo, siendo Steve el único testigo. Todos se habían ido ya. Se sintió tentado a abandonar el lugar también, pero una parte de su corazón lo obligo a arrodillarse al lado de aquel hombre y darle suaves palmadas en la espalda.

 

     —Tranquilo señor, estoy seguro que esto funcionará algún día. Quizá muchos años adelante, pero estoy seguro que lo hará. —y le sonrió cuando el hombre lo miró. Éste negó con la cabeza, y sorbió su nariz con un pañuelo que Steve le había ofrecido, guardado en su chaqueta. Suspiró pesadamente, y se puso de pie, seguido por el rubio joven.

 

     —Usted no lo entiende. Este es mi invento, mi creación. Si algún día llegase a funcionar entonces no será mío, sino de otro. ¿Y yo? ¿Dónde quedarán mis años de estudio y esfuerzo? ¿Mis años de dedicación? Todo lo que sé, mis sueños, mis expectativas, estaban aquí. —señaló la caja de donde había salido Steve—. Puse todas mis esperanzas en esta máquina, todo mi conocimiento y mi dinero. Ahora no tengo nada de eso, solamente las burlas de la gente. —y su mirada se volvió vacía, mientras caminaba con paso lento hacia los escalones. Steve miró de forma detenida al hombre que se alejaba poco a poco caminando, dejando atrás sus sueños y el invento de su vida. Un momento… ¿lo estaba dejando atrás? ¿Enserio?

 

     —¿Dejará su máquina aquí, señor? —ni si quiera sabia su nombre, pero no quería oírlo. De cualquier forma el momento para presentarse había pasado, y aunque era una grave falta de educación, al otro hombre no parecía importarle demasiado. El susodicho volteó y le sonrió de forma triste.

 

     —No creo que nadie quiera robar un trozo de chatarra y deshonra. —y volvió sobre sus pasos para seguirse alejando, mientras el silencio de la decepción se notaba en el aire. Steve apretó su cuaderno de dibujos que no había soltado en ningún momento, y volvió a hablar fuerte y claro:

 

     —Pues si alguien decide robar esto y hacerlo funcionar, entonces, ¿Dónde quedará el trabajo de su vida? —y el hombre se detuvo. Eso bastó. Esa simple frase que caló hasta lo más profundo de sus huesos.

 

     —Vendré por ella en un par de horas. —y entonces se perdió en una esquina, cuando dio la vuelta. 

 

Steve suspiró y miró a su alrededor. Toda la euforia de la gente se había convertido en un fracaso para aquel hombre y su invento fallido. En cierta forma él también se sentía decepcionado por dejarse envolver ante la maravilla del momento en que entró a la caja. Bueno, al menos había aprendido una lección ese domingo. Pero una duda entró en su cabeza, y se acercó lentamente a la caja. ¿Cómo la había hecho funcionar? Y trató de buscar un botón, pero no encontró nada. Así que confundido, caminó por su alrededor tratando de buscar algún indicio, pero solo era una caja gris de metal. ¿Entonces, cómo…? Sus ojos azules viajaron rápidamente por el perímetro y encontró una especie de control gigante, con un botón rojo sobre el centro, y una especie de antena que sobresalía por la parte superior. Caminó hasta ahí y se vio tentado a presionar el botón, pero desistió de la idea, y mejor disipó esas ideas locas de su mente y bajó los escalones de madera.

 

 

 

Era ilógico pensar, incluso, que aquella máquina pudiese funcionar…

 

 

 

 

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Miró por última vez la noche oscura que prometía una tormenta, antes de volver sobre sus pasos al interior de su alcoba. Se miró en el espejo de cuerpo completo, y se sintió vacío. Vacío y sin ganas de bajar al baile que se efectuaba en su propia casa. Estaba cansado por los acontecimientos de la mañana con esa máquina, y su día había empeorado bastante. Comenzando por la fiesta sorpresa que habían organizado sus tíos para su trigésimo cumpleaños. Como si él fuese sólo un infante para creer que esa fiesta de gala iba a ser solamente motivo de su cumpleaños y regreso a la familia. Sabía que detrás de todo eso se encontraba algo oculto, pero no quería adelantar ningún hecho todavía. Tomó de un estante el moño que adornaría su cuello esa noche, y comenzó a anudarlo con movimientos firmes.

 

Estaba terminando de hacerlo, cuando dos toques sobre su puerta le hicieron pronunciar las palabras para que, quien fuera que estuviera del otro lado, entrara. Movió los ojos sobre el espejo, y descubrió a su tío entrando vestido con un elegante esmoquin parecido al suyo. Se sonrieron mutuamente, mientras Steve terminaba su labor. Se dio la vuelta y buscó su saco, comenzando a colocárselo también.

 

     —No te veo muy animado, sobrino. —mencionó aquel hombre con barba y cabellos grises, mientras se acercaba a Steve, tomándolo por los hombros y obligarlo a mirarle— ¿Qué te sucede? ¿Estás molesto por la fiesta? —

 

     —No, no es eso tío. Les agradezco mucho el detalle que han tenido conmigo, pero hoy en la mañana sucedieron varias cosas, que me han causado una terrible jaqueca. —mencionó desviando la mirada al ser incapaz de mentir a su tío en su propia cara. Bueno, no mentir, sino ocultar algunas palabras.

 

     —¿Lo de la máquina esa? —Steve lo miró con asombro—. Sí, me he enterado. En los pueblos chicos las noticias grandes se expanden muy rápido… pero, ¿te digo algo? En parte de alegro por eso. Has llamado la atención de varias señoritas, y están muy interesadas en saber sobre ti. Quizá una de ellas sea de tu agrado. —y comenzó a reír de forma liviana, alejándose poco a poco hacia el espejo, para verse en éste, mientras Steve se quedaba congelado en su sitio. Ahora comprendía todo. Detrás de esa fiesta de cumpleaños se escondía el verdadero motivo.

 

     —Entonces, ¿esta fiesta no es para celebrar mi cumpleaños, cierto? Sino para que yo despose a una de las damas que se encuentran en el piso de abajo. —afirmó—. Y usted se aprovechó de lo que pasó hoy y el revuelo que causó, para que más mujeres asistieran... esta fiesta ni si quiera estaba planeada, ¿cierto? —sus ojos azules viajaron hasta el hombre mayor, quien solamente bajó la mirada, dándole la razón de forma silenciosa—. Por eso tanto apuro porque yo volviera… sólo querían que yo me casara y…—no terminó la frase. Se sentía usado.

 

     —No es como tú piensas, hijo. —se puso de pie, hablando de forma lenta y pausada mientras caminaba a la ventana donde había estado Steve momentos antes de que él llegara—. La situación simplemente se dio así, y quizá tu cumpleaños fue un pretexto, pero tu tía y yo habíamos estado pensando en organizarte una fiesta. —miró como las pequeñas gotas de lluvia comenzaban a caer lentamente, estrellándose contra el asfalto de las calles.

 

     —¿Entonces cómo? No encuentro otra explicación lógica. Ustedes me sacaron del ejército y me pidieron que viniera aquí, ¿para qué?, ¿para deshacerse de mí? —su voz sonó más dolida de lo que pensó en un principio, pero no le importó. Se sentía traicionado, alejado de los suyos.

 

     —¡No, no! —su tío se giró con rapidez, viéndolo de forma triste—. Voy a decirte la verdad, hijo. Pero quiero que guardes la calma ante todo esto y me escuches hasta que termine, ¿entendido? —Steve asintió de forma frenética, mientras su corazón golpeaba con fuerza su pecho, ¿Qué verdad? ¿había algo que él no sabía? —La razón por la que te mandamos llamar es porque… me siento enfermo. No creo poder llevar por más tiempo la administración de esta casa, y mucho menos, la pequeña empresa que fundó tu padre. Por eso quise que vinieras, para instruirte sobre la administración, antes de que yo… —

 

     —No lo diga, tío. —se acercó con paso rápido hasta el otro hombre y le dio un abrazo fuerte, estrechándolo con amor entre sus brazos, siendo correspondido de inmediato. Sí, aún estaba molesto por algunas cosas, pero todo eso se había esfumado un poco. ¿Su tío enfermo? Era imposible. Él era un pilar para su hogar completo, no podía simplemente imaginarlo morir. Y entonces toda la responsabilidad del apellido caería sobre él, sobre sus hombros, obligándolo a llevar una pesada carga sin tener conocimientos. Por eso la urgencia de volver a casa. Por eso la urgencia de sacarlo del ejército y alejarlo de...

 

     —Algún día partiré de este mundo, muchacho. —se separó de su abrazo, para verlo directamente a los ojos mientras posaba una de sus blancas y arrugadas manos sobre la mejilla de Steve—. Y quiero irme viéndote feliz, con una mujer digna de ti, y los negocios a flote. No quiero que te vayas de nuestras vidas otra vez, por eso quiero que tengas una familia lo más pronto posible. Quiero tenerte cerca mientras siga respirando. —y una tenue lágrima se deslizó sobre su mejilla izquierda, siendo retirada por el más joven.

 

     —No se apure por eso, tío. Hoy mismo encontraré a una señorita y anunciaré el compromiso a la media noche. De seguro habrá alguien que me interese. —y le sonrió de forma consoladora. Con una sonrisa pequeña se apartó del otro hombre, y se dirigió hasta el extremo izquierdo de su cama, donde reposaba su sombrero, colocándoselo. Se miró por última vez en el espejo, quien le regresó una vista bastante apuesta, debía admitir. El cabello rubio perfectamente peinado hacia un lado y fijado, el traje impecablemente puesto junto con el sombrero negro, y sus zapatos brillosos y recién comprados. Pero su mirada no reflejaba dicha, ni júbilo, ni emoción por elegir a una chica entre muchas.

 

Se dirigió a la puerta y la abrió con cortesía, dejando pasar primero a su tío y después él, mientras su corazón se oprimía poco a poco. Esa era la noche en que desposaría a alguien, en que se comprometería a pasar toda la vida al lado de una mujer que no conocía, y no le interesaba conocer. Suspiró y cerró la puerta, mientras al otro lado de la ventana se desataba una tormenta que duraría, probablemente, toda la noche.

 

 

 

 

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Había bailado con la mitad de las señoritas que se encontraban en el salón, una tras otra, y sus pies exigían un descanso. Así que ignorando las miradas de suplicas por parte de ellas, se dirigió a una esquina y tomó asiento, mientras se servía un poco de licor. Era cierto que muchas de ellas eran bellísimas, y había gran variedad: algunas de ojos verdes, azules, altas, bajitas, de cabello rojo, negro, rubio… pero ninguna como ella. Como la mujer que ocupaba su corazón. Esa agente que lo había enamorado con sus bellos ojos color cacao, su hermosa y perfecta piel, y su actitud desvergonzada a comparación de las demás damas de su edad. Ella era imponente, se daba a respetar entre los hombres, era mandona… pero también existía en ella un lado tierno, un lado cursi que él descubrió. Lástima que no hubiera durado tanto…

 

Sus ojos captaron a las damas que danzaban con los demás caballeros por todo el salón, luciendo sus mejores pasos y mirándolo de vez en cuando, seguramente para impresionarlo. Que equivocadas estaban ellas, pues les hacía falta carácter para impresionarlo. Sus ojos se desviaron hacia la ventana contraria de donde él se encontraba, y vio una sombra. Cerró los ojos y sobó el puente de su nariz con la yema de sus dedos. Había sido una alucinación, estaba seguro, porque ¿Quién estaría afuera con esa lluvia torrencial? Sin embargo, movido por la curiosidad, se acercó con elegancia hasta la ventana y vislumbró nuevamente a esa sombra. Era un hombre. Tenía que ser un hombre.

 

Se dirigió a la salida de la mansión, siendo seguido por varias miradas curiosas que se posaban en él. ¿Cuándo dejarían de mirarlo como si fuera un novato? Solo estaban esperando un solo error de su parte para comenzar a hablar, estaba seguro. Abrió la puerta principal, y distinguió la silueta. No se equivocaba. Entonces salió al recinto, siendo cubierto de la lluvia por el techo de la mansión.

 

     —¡Disculpe! —le gritó al hombre, quien volteo a verle, pero Steve no alcanzó a distinguir la forma de su cara, porque estaba cubierto por una gran capa con capucha— ¿Quiere pasar a secarse? ¡Pescará un resfriado si sigue bajo la lluvia! —pero el hombre negó sin decir ninguna palabra, y dio media vuelta para seguir su camino, pero algo resbaló de su capa y cayó sobre la acera. Steve abrió los ojos, sorprendido: era aquel aparato con el botón rojo que había visto. ¡Era ese! Por un momento pensó que era el señor de los bigotes, pero desistió de su idea al ver como aquel hombre tomaba el aparato entre sus dedos y caminaba de forma presurosa, alejándose. ¡Era un ladrón! ¡Alguien había robado el aparato del inventor! Y él, como buen Capitán movido por la moral, no podía permitir que algo así pasara. Se giró para ordenar que le trajeran un caballo, pero dedujo que tardarían algunos minutos, y eso le daría ventaja al desconocido.

 

Sin pensarlo más se quitó sus costosos zapatos y salió corriendo detrás del extraño, mientras que los invitados se arremolinaban en la entrada principal, haciendo muchas preguntas sobre su extraño comportamiento. Su tío salió de entre ellos, y Steve se detuvo a verlo.

 

     —¡Volveré antes de la media noche, lo prometo! —y sin mirar nuevamente atrás, corrió a todo lo que sus pies le daban. Por un momento creyó perderlo de vista, pues al estar vestido aquel hombre de negro y con la lluvia cayendo a cántaros, no podía distinguir bien, pero lo vio doblar en una de las esquinas estrechas de la avenida principal y sonrió. Ese era un callejón, seguro y lo atraparía.

 

Dobló por donde el otro había ido, pero lo vio escalando el muro con rapidez. Corrió hasta allí he imitó al hombre de negro, alzando sus manos y brincando para poder alcanzar su capa y jalarlo de ahí, pero no lo conseguía. El hombre era ágil. Ni si quiera le gritó o algo, estaba más concentrado en atraparlo. Cruzó el muro y desde esa altura lo miró dirigirse al puente principal. Chasqueó la lengua y juntó aire en sus pulmones para darse un impulso y caer de rodillas sobre el suelo, ¡joder que había dolido! Pero sin tener tiempo para quejarse, se puso de pie y continuó corriendo.

 

Llegando al puente ya no podía distinguirlo, pero alzó su vista y se sorprendió. ¡Ese hombre estaba escalando el puente! Quería matarse, o camuflarse, o quizá quedarse ahí hasta que él se cansara de esperar y desistiera. Grave error. Un soldado estaba entrenado para estas situaciones, y algunas peores, incluso. Así que sin perder más tiempo, se quitó el estorboso saco que mantenía sus brazos algo apretados, y escaló sin importarle que se pudiera enfermar con ese diluvio.

 

El otro hombre era lento para escalar, así que Steve rápidamente le dio alcance, sosteniéndolo por la capa y dándole una vuelta brusca, para encararlo. Rápidamente retiró la capucha y se dio cuenta que, en efecto, no era el hombre del bigote. Pero entonces, ¿Quién era? No lo había visto nunca antes. ¿Acaso era un ladrón del pueblo vecino que venía a robar información? ¿O acaso era un infiltrado del bando contrario?

 

     —¿Quién eres? ¿Qué quieres aquí? —exigió saber, y sostuvo con fuerza sus hombros cuando aquel hombre trató de soltarse. Miró primero su tez, no veía mucho por las sombras de la noche, pero era moreno, de cabello negro y ojos oscuros, su estatura no rebasaría el 1.75, quizá un par de centímetros menos—. ¡Te estoy hablando! —quiso saber.

 

     —Emm… yo… —movía la cabeza, negando frenéticamente mientras trataba de soltarse—. ¿Por qué me persigues? —interrogó también, mientras sus ojos se encontraban.

 

     —Has robado el aparato de la máquina. —le dijo mientras buscaba con la mirada el aparato, que se encontraba bien sujetado en la mano de aquel hombre, bajo la capa. Él lo miró de forma confundida.

 

     —¿Este? —le enseñó precisamente lo que estaba viendo Steve, y asintió con la cabeza, sin aflojar en ningún momento el agarre, por si a aquel loco se le ocurría aventarse del puente y huir—. ¿Hay… hay uno de estos aquí? —interrogó con voz profunda y sus facciones se notaban más que sorprendidas. Steve frunció el ceño, ¿Qué estaba queriendo decir?

 

     —¡Claro! ¡Y es el que tú tienes, lo has robado de la conferencia de hoy! —le recriminó, mientras la lluvia seguía cayendo con más fuerza, y los rayos alumbraban por segundos el cielo, con sus estruendosos sonidos y deslumbrante luz.

 

     —¡No! ¡Yo no me he robado nada, esto es mío! —y le enseñó el objeto, retirándolo rápidamente antes de que Steve pudiera tomarlo—. Pero dices que hay uno aquí… entonces, esto es… —susurró lentamente.

 

     —No te creo nada, eres un ladrón. ¡Ordenaré que te arresten y devolverás eso a su dueño! —lo jaló de la capa mientras el otro se resistía de forma ruda. Era bastante fuerte para verse de complexión algo delgada.

 

     —¡No puedes hacer eso! —sujetó los brazos de Steve—. ¡Se puede alterar el flujo del tiempo! —soltó sin preámbulos, regañándose mentalmente después por haberlo dicho. ¿En que estaba pensando? Comenzaba a sospechar que haber dicho aquello traería consigo graves consecuencias. Steve lo miró de forma intrigada, mientras el agarre se hacía un poco menos grave y dejaba de apretarle los hombros que se le estaban comenzando a entumir.

 

     —¿Flujo del tiempo? ¿Tú también crees en eso? —el otro hombre asintió, de forma pausada—¡Eso es una tontería! ¡Su experimento con la máquina falló hoy en la demostración, no sirve! ¡Eso no sirve! —señaló el control que el otro aun sujetaba con fuerza, como si temiera que al caer fuera a explotar o algo, como si quiera una reliquia.

 

     —¿Experimento con la máquina?... ¿Hoy? ¿Has dicho hoy?—parecía estar asombrado, y por un momento Steve pensó que ese hombre estaba loco, pero loco enserio. ¿Quién camina bajo una tormenta, roba un aparato, cree en las tonterías de atravesar el tiempo, y escala un puente a la mitad de la noche? —. Responde por favor, es importante. —el hombre lo miró de forma suplicante, pero Steve no estaba dispuesto a ceder tan fácilmente.

 

     —Tu nombre. Si me dices tu nombre sin mentirme te diré sobre eso. —pero el otro hombre pareció pensar por algunos momentos sobre si hablar o no, con una mueca indecisa sobre los labios y las cejas fruncidas, como analizando—. Habla. —ordenó con voz gruesa.

 

     —Soy Bruce… Bruce Banner. —pero el silencio del rubio le hizo suspirar. Si quería saber sobre esa máquina tendría que soltar algo de información, pero tenía que ser muy cuidadoso con hablar de más, pues no sabía lo que una simple palabra podría desencadenar—. Yo… vengo del futuro. —terminó la frase de forma tranquila, esperando la reacción del rubio. Él lo miró de forma rara, para después dar paso a una cara confundida.

 

     —¿Es enserio? Vaya que ese hombre les ha lavado el cerebro a todos. —suspiró—. Pero no puedo dejarte ir de todas formas, con ese aparato que no te pertenece. Si me lo entregas ahora prometo que no haré más grande este asunto y te dejaré marchar a… a donde sea que vayas. Pero dámelo… —susurró mientras tomaba un extremo de aquel aparato, pero lo sintió diferente. Lo vislumbró de forma rápida cuando un rayo alumbró el cielo, y notó que era más pequeño y la antena era mucho más reducida, también.

 

     —Ya te dije que es mío, no pienso dártelo. No puedo volver sin esto a casa. —lo jaló de nuevo, pero aquel hombre rubio era persistente, porque jaló el aparato de nueva cuenta hacia él, soltándole por fin del agarre sobre sus hombros. Ahora sólo jalaban ambos el control. Y Bruce comenzaba a desesperarse al igual que Steve.

 

     —¿Por qué no? ¡Sólo suéltalo! —sentía como su cabello se pegaba a su frente, y como su camisa empapada, se adhería como una segunda piel a su pecho, igual que el hombre que tenía enfrente.

 

     —¡No! ¡Sin esto no puedo volver al futuro! —y al decir esto resbaló cuando trató de ejercer más fuerza para arrebatar el aparato de las manos del rubio, trastabillando dos pasos hacia atrás, llevando consigo a Steve, quien resbaló también al no traer calcetines.

 

Bruce fue el primero en caer hacia el mar que se mostraba salvaje por la tormenta, mientras Steve, agarrado aún al aparato al igual que el otro hombre, había alcanzado a sostenerse de una lámina del puente, sosteniendo a Bruce también, quien se agarró con una mano de su pie mientras tampoco parecía querer soltar el aparato. La mano de Steve estaba mojada, y estaba resbalando por el peso doble de los dos, pero el rubio se negaba a dejar caer al hombre al mar, y soltar el aparato. Trató de sostener a ambos con su propia mano, pero no funcionó. Era mucho peso.

 

Cuando Bruce trató de impulsarse hacia arriba para sostenerse de algún lugar y no caer, Steve se soltó de la lámina del puente por error. Se había resbalado su mano. Ambos gritaron mientras caían a gran velocidad, y como si todo hubiera pasado de forma inesperadamente lenta por primera vez en aquella noche, mientras caían él apretó por accidente el botón rojo del aparato, viendo a centímetros de distancia el mar. Si no morían por la caída, seguro lo harían ahogados. Sería imposible sobrevivir al mar salvaje de la tormenta.

 

Sin embargo, segundos antes de caer, un rayo iluminó todo el cielo, que pareció calar en lo profundo de su corazón. Sus ojos azules viajaron hacia el botón y se dio cuenta que este brillaba de forma intensa, mientras la antena se coloreaba de una tonalidad azul bastante extraña.

 

 

¿Pero qué…?

 

 

Contuvo la respiración antes de cerrar los ojos, dispuesto a hundirse en el mar con aquel hombre, pasando por su pensamiento fugazmente sus tíos, su mejor amigo Bucky del ejército, y por último, la agente Carter. La mujer que amaba.

 

Pero no sintió en ningún momento ser rodeado por el agua. ¿Acaso estaría muerto ya? Y cuando quiso abrir los ojos, una pesadez sobre su cuerpo lo invadió, y todo pareció volverse aún más negro que antes. Sólo sentía el botón debajo de sus dedos, y pensó que había sido un idiota por seguir a aquel hombre que lo llevaría hasta su muerte, para después caer en la completa inconsciencia.

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

¿Qué tal? ¿Les ha gustado? La verdad es que yo disfruté enormemente escribir este capítulo, que da pie a una nueva historia. No apareció Tony, es cierto, pero lo veremos en acción dentro de poco, no se preocupen ;) 

Cualquier duda, aclaración, opinión, consejo o apoyo será bienvenido y tomado de la mejor manera. Espero que me digan si les gustó el primer capítulo :D

 

PD: Para quienes leen mi fic "Y por eso rompimos" no se preocupen, la actualización estará pronto, es solo que esta historia me comía las ansias xD

 

Los quiero. Un beso enorme.

 

Sawako_chan


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