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Mariposas en el estómago por chibiichigo

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Naruto es propiedad de Kishimoto. 

Notas del capitulo:

Antes de comenzar me gustaría decir que súbitamente retomé las ganas de publicar cosas. No sé cuánto dure, así que aprovechen mientras puedan. 

Esta historia no es la gran historia, pero me gustó hacerla (serán tres o cuatro capítulos solamente). Ojalá que a ustedes  también les guste. 

 

Acto I. Cobra filipina

Cuando lo vio por primera vez, no sintió mariposas en el estómago. Lo que tenía por dentro, si debía ser un animal forzosamente y no sólo producción exagerada de bilis, era una cobra filipina con las glándulas llenas de veneno.

Tan pronto sintió impacto en la parte trasera de su vehículo le sobrevino un impulso asesino. Iba tarde a una junta con los potenciales nuevos inversores para la empresa de la familia—una consultoría que atravesaba por finanzas difíciles—y no podía darse el lujo de llegar tarde. Ya bastantes problemas se le habían ido encima cuando descubrió que su contador los había defraudado como para arriesgarse a quedar mal con quien podía rescatar no sólo su compañía, sino el empleo de cientos de personas.

Bajó del auto con adustez, exhibiendo una frialdad que sólo se mostraba en todo su esplendor cuando estaba furioso. No había  sentido ningún dolor al ponerse en pie, así que decidió que todo intento de asistencia médica sería no sólo inútil, sino estorboso. Colocó una de sus manos en su cabeza y tiró suavemente de sus mechones rojos mientras calculaba qué tan fuerte era el daño.  

Su cajuela estaba sumida y el cadáver de uno de sus faros lo saludaba desde el asfalto. Fuera de eso, no había ocurrido nada más grave que pintura despostillada.

—Lo siento, no pude frenar a tiempo—comentó una voz detrás de él.

Y entonces, justo cuando volteó, Gaara vio al causante de su imprevista desgracia. Todo en él, desde su alborotado cabello oscuro y su mirada inexpresiva despertaron en el pelirrojo el más violento y supurante odio. Crispó un poco los puños, lo suficiente para que no fuera evidente, e inspiró profundamente para alejar todo intento homicida de su cabeza.

—Deberíamos estacionarnos para llamar al seguro—Fue el único comentario que emitió antes de volver a su vehículo y encender la marcha.

Miró a través del retrovisor en caso de que al hombre del otro auto se le ocurriera darse a la fuga y, cuando recordó que era altamente improbable que eso sucediera, buscó un lugar libre junto a la acera.

Había que reconocer que, de los dos, el más dañado había sido el auto azul que impactó contra él. Tenía parte de la fascia destrozada y el parachoques caído, además, un poco de líquido comenzaba a escurrir. Había sido un choque mucho más aparatoso de lo que le pareció en un principio. Por fortuna él estaba bien.

Llamó a su secretaria, convencido de que, incluso si tenía un golpe de suerte, el seguro llegaría en una hora. Y Gaara había comprobado que no era un hombre al que las buenas rachas lo golpearan seguido. Además, estaba en el centro de Tokio, la capital del caos vial y los atascos.

Ni hablar: tendría que cancelar su cita.

—Matsuri, llama al inversor de Grupo Aoi y dile que tuve un problema que me impide llegar a la junta.

Odiaba dar excusas así de vagas, en especial porque le daba la impresión de que sonaban a pretexto de esposo infiel. ¿Comemos juntos? Lo siento, amor, se me presentó un problema. Un problema relacionado a la excesiva irrigación sanguínea al pene y a una fémina de carnes firmes dispuesta a solucionarlo.

—Licenciado Sabaku—contestó la chica luego de unos segundos de espera—, me acaba de llamar el inversor para pedir que reagende. Al parecer tiene una emergencia que no puede desatender.

—Bueno, algo de buena suerte sí tuve—musitó amargamente para sí mismo.

—¿Disculpe?

—Nada, programa la reunión para la próxima semana.

Inspiró profundamente y buscó en la guantera los papeles del seguro. Era agradable saber que, pese a las desgracias, el karma le sonreía un poco. Le quitaba un enorme peso de encima.

 

Bajó del auto luego de repetirse mil veces que nadie está exento de sufrir accidentes y que, por consecuencia, el hombre que se había estacionado en su cajuela no era un idiota con cerebro de babuino, que debería ser declarado incapaz al volante. ¡Maldita liciada! Intervino sus pensamientos el recuerdo de una de las novelas mexicanas a las que su empleada doméstica era afecta. De verdad odiaba tener esos momentos de dispersión.

—Mi seguro llegará en media hora, más o menos—habló el moreno que se acercaba a su vehículo.

Gaara hizo una mueca de sorna. Ese “más o menos” era el margen de error que abarcaba desde media hora hasta dos horas.

—De acuerdo. El mío fue más sincero y dijo que en una hora.

El moreno profirió una sonrisa de medio lado y señaló una cafetería que estaba en la esquina.

—Iré a comprar café, sigo atarantado por el golpe. ¿Vienes?

El de mechones bermejos sólo negó con la cabeza. No tenía tiempo ni ganas de convivir con el hombre que le había chocado el auto. Además, su actitud innecesariamente serena lo molestaba. Estaba preparado para lidiar con una de esas señoras que salen de su casa dos minutos antes de que cierren la puerta del colegio de sus hijos, totalmente histérica y malhumorada… Aunque, bueno, tenía que admitir que no tener que lidiar con los problemas mentales ajenos era más conveniente.

 

Entró en su auto y comenzó a leer. Necesitaba relajarse y hacerse a la idea de que perdería toda su mañana en esa calle desconocida del centro de Tokio esperando al ajustador de la aseguradora mientras devoraba una novela francesa que ya ni recordaba bien de qué se trataba, luego de tanto tiempo de abandono.

“La justicia es injusta y en ella confío”. Tenía que recordar esa frase de Danglars en el futuro. Resultaba curioso que desde tiempos de Alexandre Dumas los humanos entendieran las falencias de sus respectivos sistemas judiciales y, más que buscar cambiarlos, se habían abrazado a las lagunas legales.

Escuchó el golpeteo de su ventanilla.

—Toma—El brazo extendido del moreno sostenía un vaso desechable con café. Ante la mirada interrogante del otro, se explicó—. Es mi culpa el que no estés en tu trabajo, colegio, casa o lo que sea que hagas, así que acéptalo.

¿Eso era una orden o una disculpa? Gaara estuvo a punto de lanzar un comentario sarcástico, pero decidió que no valía la pena hacerlo. Tomó el café entre sus manos y le dio un sorbo sólo para tragarse la ponzoña de su comentario, mientras se recordaba que no era sano meterse en demasiados problemas sin necesidad.

—Gracias.

—De nada.

¡Vaya! Ese extraño era tan poco propenso a las conversaciones como él. Siguió bebiendo de eso que parecía café pero era más un jarabe azucarado que costaban mucho más de lo que valían. Desde pequeño se había acostumbrado a beber café de Medio Oriente, de ése que vuelve locas a las cabras en insomnes a los hombres, pero no tenía reparo en consumir esos productos de cadena de vez en cuando. Mientras no excediera dos veces cada lustro, no le veía problema.

Saboreó un poco el café antes de darse cuenta de la situación en la que se encontraba. Él estaba dentro de su auto, el otro hombre seguía bebiendo su café afuera. En la calle. Cerca del paso de los autos. ¿Por qué no se iba a su carro y esperaba en silencio como esos conductores que se sienten igual que niño en tiempo fuera luego de chocar? Se sentía tentado a hacerle algún gesto para ahuyentarlo de la misma manera que a los perros de la calle, pero desistió.

Debía admitir que había sido un muy buen detalle de su parte comprarle un café. Claro, no había que ser un genio para comprender que toda esa bondad estaba inspirada en la culpabilidad que sentía el moreno por haberlo chocado y no por su generosidad nata, pero igual servía. Él no le habría comprado nada a nadie, por eso pagaba mes a mes la póliza de su seguro.

El moreno seguía ahí, lo que ocasionó que Gaara comenzara a incomodarse un poco. Mucho. Y a sentir algo de remordimiento por su falta de cortesía. Sólo un poco.

—¿Quieres entrar?—preguntó antes de arrepentirse por lo extraña que había sonado su invitación—Ya sabes, no es muy sano beber café en medio del paso de los autos. Ya tuviste un accidente el día de hoy,  así que sería odioso que te atropellaran también.

—Tienes razón, el seguro no cubre gastos por atropellamiento—Entró en el auto.

 

 

Al principio no hablaron mucho. ¿Qué se podían decir dos extraños? Por suerte para el pelirrojo, la conversación fue sustituida por sorbos de café. Hasta que el café se acabó.

El conde de Montecristo—examinó el hombre de cabellos negros su libro—. ¿Es del mismo que escribió La Dama de las Camelias?

—No. Ése es Alexandre Dumas hijo…

—Hmpf, ya veo.

 Pocos segundos después, el intento de conversación pasó a tocar temas más triviales.

—Hace un buen día, ¿no?

—Sí.

Y a otros un poco más reveladores sobre la vida de cada uno.

—Odio llegar tarde al trabajo.

—Yo también. Hoy tuve que cancelar una junta.

—Yo también. Lamento haberte chocado, los frenos no respondieron a tiempo.

—Ya veo. No hay nada por hacerle.

Sin embargo, pese a todos los intentos fallidos y a la naturaleza reservada de Gaara y, por lo que podía ver también de su acompañante, casi pudo decir que fue un momento agradable. Por lo menos tuvo en qué entretenerse la hora y veinte minutos que tardaron sus seguros en hacer acto de presencia sin tener que releer su libro desde el comienzo.

 

—¿Podría deletrearme su apellido, señor?—preguntó el ajustador del seguro al hombre que lo había chocado. El pelirrojo se encontraba llenando unos papeles donde confirmaba ser el agraviado en el accidente y aceptaba que el agraviante se hiciera cargo de los gastos, así que no le prestó demasiada atención y decidió que el nombre del sujeto, así como su apellido, permanecerían como un misterio que no le quitaba el sueño.

 

 

 

—Matsuri, ¿ya llegó al inversor?—preguntó a través del comunicador de su oficina.

No podía negar que estaba un poco ansioso por cómo resultaría todo. Había tenido que recorrer casi dos semanas la junta para que se ajustara al horario del representante del Grupo Aoi que iría a la junta.

—Sí, el señor Uchiha lo espera en la sala de juntas.

Uchiha, Uchiha, ¿de dónde le sonaba ese apellido? No tenía idea, pero estaba seguro de que ya había escuchado ese apellido antes. ¡Diablos! Seguro la duda le estaría taladrando todo el día y no tenía tiempo para perder en esas tonterías.

Se miró en el espejo para verificar su aspecto y se condujo a la sala de juntas. Tenía que obtener ese dinero.

—Buenos días—Se acercó al asiento donde estaba la persona con quien debía reunirse. Éste daba en dirección a la ventana, en dirección contraria a la puerta.

—Sasuke Uchiha, un placer conocerlo.

Gaara extendió la mano para ofrecérsela a su potencial inversor, cuando sus ojos se cruzaron. Y ninguno de los dos supo cómo manejar el peso de la casualidad sin lucir extrañados, pero no dijeron nada.

—Curioso…—musitó Sasuke.

—Sí, curioso—añadió Gaara, sin saber qué más decir. No venía a cuento comentar que su auto, ése con el que había colisionado, ya se encontraba en el taller mecánico.

 

Cuando lo vio por primera vez, no sintió mariposas en el estómago. Pero cuando lo vio por segunda vez, ahí, en su sala de juntas, sintió cómo el veneno de la cobra comenzaba a infectarlo. Y su corazón se paralizó de a poco. 

Notas finales:

¡Muchas gracias por leer! Apreciaría sus comentarios. 

En otros temas que me gustaría comentarles: 

Hace unos días salió un texto que escribí para Taller de Escritores de Fanfiction, lo pueden revisar aquí y también, si quieren, comentarme por allá lo que piensan al respecto. 

Por otra parte, he estado ocupada en el trabajo y como eso siempre suena ambiguo, me gustaría que vieran cómo sí es cierto. Esta revista, donde he estado casi dos años, es mi orgullo y mi felicidad más grande. Espero que la disfruten y que de vez en cuando me lean, aunque no sea en modo fanficker.

Mi LJ está abandonado y prácticamente muerto, lo mismo que mi blog, así que sólo me queda darles mi Twitter (o mi Twitter).

De nuevo, gracias por leer.


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