A pesar de conocer a fondo ese rostro, no podía dejar de mirarlo, mucho menos en esas circunstancias, por mucho que le molestara.
Siempre que lo miraba, era porque tenia un insulto, una pelea, un comentario mordaz; alguna pelea que lidiar, pero particularmente en ese momento, era cuando mas le desconcertaba, porque le llenaba de extraños sentimientos y podía decir - no muy seguro - que le gustaba sentirlos y que a la par, le desesperaban.
Cuando miraba su rostro dormido, parecía que el mundo era completamente diferente; que las peleas no existían, que la vida se tomaba un respiro y dejaba de avanzar solo para verlo dormir. Era una serenidad que lo embargaba.
Las mañanas eran lo mejor, pues en el nacimiento del sol, su cálida luz llegaba misteriosamente a su rostro y lo iluminaba y le daba la apariencia de un ángel del paraíso; de algún extraño paraíso. Nunca había visto a un ángel, no creía en ellos, pero gracias a él, podía poner en duda su existencia.
Desesperante y ridículo. Precisamente lo que le inquietaba.
De creer en un dios, pensaría que se trataba se un ser astuto y artero, cruel y despiadado, y no dudaría en patearle el trasero por jugar así con su vida, pero se postraría a sus pies solo por darle ese pequeño momento de felicidad.
Cuando miraba ese rostro dormir, también le llegaban las dudas. ¿Como podía lidiar con su seguridad? ¿porque tenia miedo del futuro?
Si, miedo del futuro.
Eran pirata que arriesgaban su vida a las ordenes de un impetuoso y descerebrado capitán…ellos mismo eran unos descerebrados. Si, descerebrados, pero seguros de sus sueños. Pero a fin de cuentas eso no le preocupaba. Enemigos mas, enemigos menos; peleas, sinónimo de superación y avance. Determinación y muerte honorable.
Miraba el rostro dormido con una ligera sonrisa manifestando tranquilidad ¿y por que no? también felicidad, y él, parecía sentir todo lo contrario.
¿Que pasaría si el día de mañana moría?
Eran piratas expuestos y perseguidos. No piratas cualquiera, su presunción era grande. Confiaba mucho en si mismo y también en su capitán; también en los demás. Sobre todo en él. Sabia que la vida se les podía ir en una lucha. Lucha gloriosa.
La vida no es fácil, pero es hermosa.
Antes, la vida solo era "vida", ahora era extrañamente hermosa. Si, hay dolor, pero siempre hay un dejo de esperanza y buenos amigos.
Vivir por un sueño, por una meta ¿que importan los medios?
Ese rostro extrañamente celestial que volcaba por una parte su futuro, ese miedo irracional al futuro. Un futuro sin él.
¿Llegarían a su meta o morirían en el intento? ¿Envejecerían juntos, despertarían abrazados y desnudos y lo miraría como lo hacia en ese momento?
Nunca se preocupo por el futuro, si seguía con vida, significaba que tenia mas tiempo para realizar su sueño. Seria su destino el que se encargaría de eso; pero en esos momentos lo único que deseaba era vivir y no morir.
Quería rezar a ese dios inmisericorde y pedir al mundo que lo dejara vivir a su lado, dormir a su lado y despertar para poder ver su rostro; así, como lo hacia en ese momento, porque era lo mas extraño y hermoso.
Esa ligera sonrisa pareció ensancharse, tal vez su sueño se tornaba interesante. Suficiente para remover esos oscuros pensamientos.
Lo lleno un sentimiento cálido, lo impulso a mirarlo detenidamente y comprobar que esos miedos eran estúpidos y sin fundamentos. Vivir poco o mucho a su lado era suficiente, si lo hacia intensamente.
Luchas, sueños. Podía vivir como les diera la gana, por eso eran piratas, y aunque no lo fueran, a todos los unía la libertad de espíritu.
Vivir intensamente, sentir intensamente.
Para cuando ese primigenio rayo de sol acaricio tenuemente su rostro, ese dios ahora clemente, le regalo la visión de ese gracioso y extraño ángel que sonreía apacible; su piel pálida parecía mas suave de lo que era y relucía con una blancura inmaculada, y que decir de su cabello de oro que brillaba como un sol de primavera. Sus labios abiertos ligeramente presumían de su barba y bigote menos incipiente que antes, pero que para su dueño eran el orgullo de su galantería gallarda. Su respiración acompasada, sus manos descansadas cerca de su rostro, sus ojos cerrados que escondían la profundidad de su mirada, aunque un mechón tapaba misteriosamente uno, al igual que una de esas cejas ridículamente enrolladas.
Se concentro intensamente en ese hombre que se le presentaba soberbio, en su imagen celestial que guardaba la verdad del universo, la inmensidad del infinito, lo incognoscible de la vida… por lo menos de su mundo.
Ese maldito dios artero. Le alabaría agradecido.
El rubio comenzó a moverse, estaba regresando de su placentero sueño; era hora de cerrar por un momento sus ojos y dejar que despertara sin sorpresa, pues cuando despertaba a su lado, parecía contrariado, sorprendido por amanecer en la cama al lado de un hombre. Aun era algo nuevo para él, pero ya que la pequeña impresión pasaba, se calmaba y lo envolvía en un abrazo posesivo. No quería que al encontrar su mirada tan atenta se impresionara de mas y provocarle una incomodidad como en las primeras ocasiones, aunque también lo hacia para sentir ese abrazo.
No negaba que disfruto de esos contrariados y tímidos sonrojos, de esos estremecimientos y miradas avergonzadas, pero le pareció que sufría de mas y cuando fingió dormir, él, le recompenso con un abrazo que con suerte terminaba en otra entrega de su amor. Tenia que dejar que se acostumbrara, y si no lo hacia, podía vivir con eso.
Sin embargo, para su sorpresa, su estrambótico ángel no reacciono al sentirlo a su lado, simplemente se escucho un conmovedor suspiro y se acurruco mas a su pecho pero sin privarlo de ese abraso posesivo.
Ese dios jugaba con él.
Sintió una dicha enorme, de pronto ya nada importaba, nuevamente el tiempo se detenía. Ese cuerpo desnudo que lo abrazaba representaba toda su vida futura.
Ya no importaba si moría, no importaba si alguno moría; seria una vida completa porque la vivirían con intensidad. Disfrutaría de su dudoso ángel, de sus nakama, de sus aventuras. Como hombre cumpliría con todo lo que tuviera que cumplir, y cuando la vida le faltase, buscaría a ese dios, le patearía el trasero y se postraría a sus pies agradeciéndo de ese ángel pervertido que le había enviado, y le volvería a partir el trasero por lograr que pensara en poner en duda la existencia de quien no creía.