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Invierno por Romantic Coffee

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Notas del fanfic:

Bueno, tengo que hacer esto antes de morir. 

 

Esto es una adaptación, porque yo jamás he escrito algo de Kmusic. Pero dios, que últimamente estoy en la necesidad de aplicarme a escribir de Exo ♥

Ok, ya vendré con un fic originalmente de ellos, esperen por mí (?)

Gracias por leer ♥

Notas del capitulo:

Ok, como ya he dicho, que es una adaptación de otro de mis Fics > Original. 

1.- SeHun es mayor que Luhan, por un año. No es que no les conozca ♥ 

2.- Es HunHan, porque cuando pensé en adaptarlo noté que las personalidades eran meramente parecidas. -Mentira, LuHan tú eres todo un macho & Hunnie, tú eres un príncipe-.

3.- Fuck my life, feels. 

 

 

Fue en invierno… quizá.

Pudo ser en verano, y ninguno lo notaría.

Otoño también es una posibilidad

¿Has pensado ya en la primavera?

 

En el mes que haya sido… yo no estaba demasiado enterado. Él siempre dijo que fue el destino, y yo no lo negué, pero tampoco creía mucho en ello. Lo llamaría más bien, accidente.

 

Ahora que lo pienso… fue en invierno, sí.

 

Los pasillos se sentían más fríos que de costumbre, con el olor a medicamentos que en vez de mejorarte parece ahogarte aún más.

 

Sí… fue en invierno.

 

Mi hermana menor nunca ha sido demasiado resistente a las enfermedades. Comenzó con un pequeño resfriado, de esos que te provocan estornudos y un poco de palidez en la piel. Nadie imaginó que terminaría postrada en una de esas salas blancas e inmaculadas del hospital, ni si quiera yo que pasaba horas a su lado.

 

Bueno… nunca fui bueno en darme cuenta de lo que pasaba a mí alrededor. Fue una de esas tardes, luego de hacerle compañía a ella hasta que llegaron nuestros padres. La época de clases había acabado, pero ellos insistían en que no me quedase de noche, que podía perjudicar mi salud o algo parecido. No discutí su idea y luego de recibir todas las instrucciones y pasar un rato en familia, salí del lugar.

 

Iba a paso calmo, con ambas manos en los bolsillos y la bufanda cubriendo hasta mi nariz. La enfermera de turno del piso pasó refunfuñando a mi lado, con un par de mantas entre sus brazos, deteniéndose unas puertas más allá de la de mi hermana.

 

— ¡Cuántas veces te he dicho que no hagas eso! —Para ese momento, yo creía que ella estaba realmente enojada. Su voz hizo eco en el pasillo, y tener la puerta de la habitación abierta no favorecía demasiado. — ¿Quieres salir de aquí, no?

 

Una risa cantarina llegó a mis oídos, lejos de parecer triste u enferma, era divertida. Ya me acercaba a pasar por la puerta, y la enfermera compartía lo que parecía un chiste. Mi Sonrisa no se hizo esperar, me parecía entretenido que alguien en el lugar tuviera el ánimo para reír.

 

Para cuando pude divisar el interior del lugar, noté a la enfermera con una sonrisa cálida arropando a un chico que se mantenía de espaldas, con las mantas que antes llevaba. La ventana estaba abierta, y la corriente de aire llegaba al pasillo, si quería salir de aquí, no lo lograría nunca.

 

Me pareció curioso, como pocas cosas, pero tuve que apurar el paso al notar también como algo de nieve comenzaba a caer.

 

Fue en invierno… porque al día siguiente, el árbol de navidad ya estaba instalado en la sala de estar para las visitas. Grande e imponente, alzado en la mesa de centro del lugar, con adornos en rojo y dorado. Muy típico, pero cosas así llamaban mi atención. El chico de la noche pasada lo contemplaba, supuse que era él por el cabello que apenas tocaba sus hombros. Parecía concentrado en la estrella que brillaba en la punta, con los labios sellados y los ojos bien abiertos.

 

Normalmente, solíamos estar en silencio en la habitación, un silencio al que ambos estábamos acostumbrados entre nosotros. Las cosas nunca estuvieron mal, solo el hecho de estar acompañados, el uno para el otro, hacía que nos mantuviéramos tranquilos. Contrario a la rutina que llevábamos cada día, ella levantó la vista de su libro, moviendo la cabeza en señal de saludo ya que su garganta había sido particularmente afectada con la infección que le había atacado. Yo devolví el gesto, dejando mi mochila a un lado para tomar asiento, pero ella se adelantó, mostrando un papel que quizá escribió antes de que yo llegara.

 

Tengo hambre, los medicamentos me aburren ¿Cómprame un dulce?

 

Sonreí, tomé un poco de dinero de mi billetera y abandoné la habitación. Debía volver a la sala de visitas, donde estaba la máquina dispensadora más cercana. Miré un poco, buscando algún dulce a gusto de mi hermana, hasta que una voz me sobresaltó levemente. La risa cantarina volvió a mis oídos tras mi reacción, yo solo volteé.

 

—Yo creo que deberías comprar un chocolate ¿Sabías que tiene endorfinas que te hacen sentir como enamorado? — Mentiría si en ese momento, no me descolocó por completo. Lo sabía, en realidad lo había oído en una clase de química, pero no tuve tiempo para contestar nada cuando él volvía a hablar. —Es más, el chocolate tiene calorías que hacen entrar en calor. En un clima así es importante no bajar la temperatura.

—Eso es raro viniendo de alguien que solo anda en pijama, en los pasillos también hace frío —Normalmente, yo no hubiera contestado. Habría asentido y vuelto a mío, pero su vista no se despegaba de la mía, y yo tampoco era lo suficiente descortés para dejarlo sin respuesta. Él miro su ropa, y sus pies resguardados tras unas zapatillas de lona de igual color que el pijama, el pantalón largo que casi tocaba el piso y una camiseta holgada de mangas cortas.

—Es distinto. —Afirmó. Y yo pulsé el botón que hizo caer la primera bolsa de chocolates.

—Igualmente, tu temperatura no debe estar mucho más alta que la de esta sala.

 

Esbozó una sonrisa, tan grande y sincera, que sus ojos casi se cerraron por completo. Yo no pude evitar contagiarme con ella, recogiendo otra bolsa de chocolates que acababa de caer.

 

—De cualquier manera, el chocolate tiene calorías ¿No? —le alcancé al bolsa, intentando no reír al ver la sorpresa en su rostro. Él asintió, y yo por primera vez me preocupaba de algo más a mí alrededor, que no fuera mi familia.

 

Gracias

 

Asentí, dejando en sus manos la bolsa de chocolates que no tardó en abrir y compartir conmigo. Ella retomó la lectura, mientras yo saboreaba el último, sacando de mi mochila también una revista en la que estaba interesado.

 

—Hijo… despierta ya —Me removí inquieto, mis padres me miraban sonriendo. Ella también estaba dormida, con el libro sobre su regazo. Asentí, sonriéndoles de paso con una extraña sensación de felicidad. —Ya es tarde…

— ¿Quieres que te lleve a casa? —ofreció papá, me negué de inmediato. Estaban cansados, y pasar la noche en un hospital no era precisamente lo más cómodo del mundo, al menos había un sillón y algunas mantas en la habitación. —Cuídate.

 

Como la noche anterior, me tapé con la bufanda hasta la nariz. Esta vez, la enfermera ya venía de vuelta aún con las mantas entre los brazos. La puerta de chico seguía abierta, y la corriente de aire era fresca.

 

— ¿Quieres salir de aquí? —Pregunté yo esta vez. Él volteó, con los pies colgando de la cama. Por un momento creí que me echaría o correría a cerrar la puerta, pero no fue así. No hubo una respuesta concreta. —Si es así, cierra la ventana.

—Aún tengo chocolates —comentó, ignorándome. Me mostró la bolsa, aún quedaban unos cuantos, aunque no entendí por completo a qué quería llegar. —Calorías, Calor.

—Así no vas a mejorarte, puedes enfermar más.

—Eso lo sabrá el destino, por el momento no creo que el frío me haga daño.

 

Se hacía tarde y la conversación no iba a ninguna parte. Suspiré, avanzando por la inmaculada habitación, no muy diferente a la de mi hermana. Él me miraba tranquilo, aun cuando yo ya me encontraba cerrando la ventana.

 

— ¿Cómo te llamas? –preguntó, aunque sentí que debí ser el primero en hacerlo, de todos modos, yo me había entrometido de manera abrupta en su espacio privado… bueno, olvidando la información sobre las endorfinas y las calorías.

—Oh Sehun -mascullé. — ¿y tú?

 

 

Y Ahí comenzó todo… En pleno invierno.

La nieve comenzó a caer, segundos después.

 

— Luhan.

 

Los días siguientes, comprendí un par de cosas más con nuestras esporádicas conversaciones de pasillo, que básicamente se reducían a comentarios raros que yo trataba de responder de la manera más objetiva posible, pues había aprendido que de ese niño, muchas cosas eran impredecibles.

 

Me arde mucho la garganta

 

Escribió mi hermana en un papel, dejando el libro de lado. Ese día tampoco me había pedido que le comprara algún dulce, y seguía sin poder hablar, su voz no era más que un carraspeo inentendible. Según los médicos, el tratamiento demoraba más de lo esperado.

 

—Iré por la enfermera…

 

Como ya era costumbre para ese entonces, no me sorprendió oír la risa de la enfermera desde la habitación de Luhan. Me asomé despacio, golpeando la puerta que yacía entreabierta ganando la atención de ambos que estaban sentados sobre la cama, conversando como si tuvieran la misma edad.

 

—Perdón… es que a mi hermana le ha comenzado a doler mucho la garganta— Mascullé, avergonzado de pronto cuando Luhan me movió la mano y sonrió. La enfermera asintió con una sonrisa y salió del lugar.

—Quédate, ya que te llevaste a mi compañía —dijo, como un niño pequeño. A veces dudaba que tuviera más de diez años. Y eso me recordó, por primera vez, que con mucha suerte sabía su nombre.

— ¿Cuántos años tienes? —entré a la habitación, olvidando en ese momento que debía acompañar a mi hermana, estaría bien sola un rato. Luhan me miró, ladeando la cabeza levemente. Más bien, pensando algo que no costaba mucho a mi parecer.

—Depende… hay países donde tu edad comienza a contarse desde que las mujeres quedan embarazadas, dependiendo de eso, tengo 16 años. Pero si lo pensamos según la lógica del país en el que nosotros vivimos, tengo 15. 

 

Me senté en el sillón, con su mirada fija en mí como siempre que iba a decir algo, o a preguntar… o a responder a preguntas que nadie hizo jamás.

 

—Tu hermana está pasando sus vacaciones en este lugar. —Afirmó más que nada.

—Perdiéndolas, querrás decir. —Pues todos sabíamos lo aburrido y cansador que era estar ahí. Pero no podíamos irnos, y dentro de mí, aunque en ese momento no me habría dado cuenta, habría vuelto a ver a Luhan bajo cualquier excusa.

—No tiene que perderlas, no está sola aquí… hay más gente para conversar o jugar. ¿Solo tú vienes a verla?

 

Negué, recordando los días que podía irme un poco más temprano ya que llegaban sus amigos a visitarla, o nuestros padres. Incluso habían venido unas tías que nos llenaron de dulces que aún guardo en casa.

 

—Entonces tiene mucha visita, tres son multitud. Y una multitud alegra. Perder tiempo no es algo aceptable aquí.

 

Conversaciones como esa, me dejaban con algo que pensar al llegar a casa. Mi mente comenzaba a llenarse con palabras de Luhan, que decía de la nada, cuando quería y se le antojaba, con un toque de gracia o una sonrisa de oreja a oreja. Llegaba luego de la hora de almuerzo de los pacientes, cuando las visitas eran aceptables. Tenía permiso para entrar desde las dos de la tarde hasta las ocho, a menos que me quedara a dormir, lo cual por el momento no era el caso.

 

El árbol de navidad seguía ahí, un par de regalos acumulándose abajo. Típica área infantil del hospital que daba un ambiente hogareño. Aquello me recordaba que la Navidad estaba cerca, y posiblemente mi hermana y Luhan debieran pasarla en ese lugar.

 

—Se supone… que me darán de alta. —carraspeó ella, acomodándose mejor en la cama. Yo asentí, su voz era algo mejor que un murmullo.

 

Creo… que eso fue a 4 días de Navidad… estoy casi seguro. Pero la noticia no logró alegrarme del todo.

 

— ¿Mamá y Papá lo saben?

—Hm… ha-hablaron con el doctor… para pasar las fiestas –tosió levemente- en casa.

—Ajá.

 

Un par de minutos después salí de la habitación, bajo la excusa de querer tomar aire. El día estaba un poco mejor, el frío no disminuía pero al menos el sol calentaba un poco el ambiente. La nieve volvería por la tarde quizá.

 

Por eso mismo, se les permitía  a algunos niños salir a jugar al pasillo, o a la sala de visitas, sin abandonar jamás el piso. Caminé a paso calmo hasta la máquina dispensadora, eligiendo un par de dulces. A un lado del árbol, dos niñas y un niño de no más de siete años permanecían sentados alrededor de Luhan, mientras éste les contaba una historia de vaya a saber qué, pero los mantenía bien entretenidos.

 

Tomé asiento detrás de él, en silencio. Como me lo esperaba, la historia era de navidad y él sabía narrarla bastante bien, o inventarla en su caso, con esa gran imaginación que cargaba.

 

—Es hora de la merienda niños, a sus habitaciones —palmeó la enfermera, llamando la atención de varios que jugaban por ahí –Luhan ¿Quieres comer algo?

—No, las galletas son para santa —le guiñó un ojo a los pequeños y éstos rieron, corriendo tras la enfermera mientras movían sus manitos animadamente, gritando que volverían apenas los dejaran.

 

Luhan se puso de pie, sin reparar en que yo me encontraba sentado a sus espaldas con una sonrisa y una bolsa con sus dulces favoritos. Mi sonrisa desapareció cuando noté como bufaba, con la cabeza gacha, como si estuviera muy cansado.

 

— ¿Luhan? —De inmediato pegó un salto, riendo para ponerse de pie, pero aunque su sonrisa intentaba parecer firme, logré notar el tambaleo que dio y sus ojos algo desorbitados. — ¿Estás bien?

—Siempre oigo esa pregunta por aquí —me esquivó, igual que todas mis preguntas- es curioso oír las distintas respuestas ¿sabías? Algunos se quejan, otros sonríen, otros van a mejorar y unos cuantos lloran.

—Ten…

 

Y caminamos hasta su habitación, mientras él decía un par de cosas sobre los colorantes artificiales y el amarillo fosfato n° 5 que ponían en las bebidas de piña.

 

Mi hermana fue dada de alta al otro día. Y mis padres pidieron una semana de vacaciones para cuidarla en casa, pero yo seguía sin estar tranquilo. Las tardes en el hospital con Luhan eran agradables, entre todo y nada. Y aunque apenas sabía su nombre y su edad, sentía conocerlo mejor que nadie.

 

—Mañana es navidad —estábamos en la sala de visitas, los niños habían ido a merendar nuevamente, luego de oír otra de sus historias. Yo asentí, mientras él jugaba con sus manos mirando el árbol, habían más regalos bajo él, algunos los traían los doctores, algunos los padres que vendrían a pasar la noche con sus hijos aquí. Nunca le había preguntado a Luhan sobre su familia, pero por lo visto, no era un tema que correspondía tocar en esa época. —La navidad es muy linda aquí, aunque no lo creas. Todo parecer brillar, parece que deja de ser todo blanco…

 

Esa noche me dejé caer sobre la cama, pensando en esas simples palabras. Y lloré, como hace mucho no lo hacía. Y como no lo había hecho nunca por alguien.

 

—Hijo ¿estás bien? —preguntó Mamá desde afuera, y una negativa apenas oíble salió de mis labios, haciendo que ella entrara de inmediato preocupada. Quise llorar aún más en ese momento.

—Mañana voy a pasar la navidad en el hospital, Mamá —mascullé, secando mis lágrimas. Ella sin embargo no pareció sorprendida, excepto por el hecho de que nunca había llorado frente a ella desde que tenía al menos ocho años. —Es muy importante para mí… y no sé si tú o papá van a molestarse, pero iré de todos modos.

 

Ella sonrió, como Luhan lo hacía cuando yo dejaba en sus manos una bolsa de dulces o como cuando explicaba algo. Y acarició mi cabello.

 

—Nadie va a molestarse pequeño, solo dale una buena navidad a quién vayas a hacerle compañía. En esta época nadie debe estar solo…

—Gracias…

 

Al día siguiente salí temprano, dejando mis regalos para ellos bajo el árbol. Me despedí de mis padres y mi hermana y corrí en busca del regalo más especial, el de Luhan

.

 

Aunque nada me pareció lo suficientemente adecuado para él. Solíamos hablar de muchas cosas, pero nada concreto, nunca mencionaba nada de gustos, solo hablaba, solo decía lo que pensaba. Pero jamás un Me gusta, o un No me gusta.

 

Finalmente opté por algo simple y un poco útil. Ya que cada vez que abría la ventana de su habitación, hasta que yo llegaba a cerrarla, pues ya no era la enfermera, Luhan tenía la punta de la nariz roja, como si tuviera mucho frío. Compré una bufanda, esponjosa, en color rojo con flecos dorados, que preferentemente le recordaran al árbol de navidad donde contaba historias. Junto a eso, también una caja de bombones rellenos con frutilla. Él siempre escogía esos para comer primero cuando abría las bolsas…

 

—Hoy es navidad —me dijo como saludo, con los pies descalzos colgando de la cama. Yo asentí, el regalo estaba guardado en mi mochila. La ventana ya estaba abierta y a Luhan ya se le había congelado -supongo- la nariz.

 

Ese día, por ser navidad las visitas podían entrar antes. Por lo que por primera vez pude escuchar una de sus historias desde el principio. Reí en silencio, cuando movía sus manos explicando algo, o hacía sus efectos de sonido que simplemente lograban capturar más la atención de los niños. Incluso algunos padres se habían unido a escucharlo, realmente entretenidos por su variada imaginación.

 

La noche llegó con rapidez, los niños y sus familias en respectivas habitaciones. Se oían risas, cánticos y más risas. Luhan me miró, titubeando algo que no logré escuchar muy bien. Él no preguntó si me quedaría, como nunca preguntaba nada de ese tipo. Pero pude notar que estaba feliz, cuando miró el reloj y sonrió, no a mí, si no que inconscientemente. Cuando quedaban 15 minutos aproximadamente para las 12.00, pasó un hombre, un doctor quizá. Vestido con un gran traje de Santa. Todos se asomaron desde las puertas al oír la risa del hombre rechoncho, que iba con su saco al hombro, lleno de regalos. Pasó puerta por puerta, dejando los regalos, hasta llegar a la de Luhan.

 

—Hannie, como siempre, un buen niño —él rio, mientras Santa despeinaba su cabello, se veía más infantil de lo normal. Le entregó su regalo y continuó por el pasillo vitoreando un Feliz navidad a todos.

 

— ¿No te impacientarás por ver que es? —Pregunté. En el interior, aunque ya no trataba de ocultarlo tanto, deseaba despeinar sus cabellos también.

—Navidad es Navidad, los niños buenos dejan de serlo si abren sus regalos antes —respondió él, sentándose sobre la cama. —a la medianoche lanzan los fuegos artificiales…

— ¿Hoy?

—Este lugar deja de ser blanco —completó él.

 

Los diez minutos que faltaban hubieran sido tan normales como siempre, pero las luces apagadas y únicamente la ventana abierta no ayudaba. Acomodamos el sillón frente a la ventana, tomando asiento para disfrutar del espectáculo. Por lo que había tomado atención, claramente no era su primera navidad en este lugar…

 

—Yo… también compré algo ¿sabes? No me vestí de Santa quizá, pero espero que te guste —susurré, cohibido por primera vez en lo que iba de mis 17 años de vida. Él sonrió, bajando la mirada mientras jugaba con sus manos. Últimamente hacía mucho eso…

—No en todos los países se llama Santa, en otros se llama Papá Noel, Viejo Pascuero, Los reyes magos, y tiene muchos más nombres. Hay países incluso, donde no hay nada de eso, y en Navidad, la gente da regalos a quienes considera importantes por celebrar el nacimiento del Niño Jesús.

— ¿Qué celebras tú? —pregunté dudoso de su respuesta, o de si iba a dármela. Quedaban dos minutos para las 12, si el reloj digital de la habitación estaba correcto. El me miró, pero no sonreía. Y lejos de parecerme triste, fue lo más lindo, verlo con las mejillas sonrojadas, aparte de su nariz.

—Todos los años celebro muchas cosas, como seguir aquí. Este año, celebro que seas tú quien me acompaña…

 

Lejos de cualquier cosa, todo pasó rápido. Luhan siempre fue impredecible, el reloj estaba equivocado, los fuegos artificiales habían comenzado con una gran explosión verde y roja, y los labios finos de él, estaban sobre los míos.

                                                                                                                            

Fue un roce demasiado dulce, que apenas duró unos segundos. Y Luhan estaba nervioso, mirando hacia la ventana nuevamente.

 

—Creo que nos perdimos la primera explosión —susurró, sin mirarme. Por primera vez, me reí en voz alta y apoyando mi antebrazo en el respaldo del sillón, giré su cara con la mano libre y le planté otro beso. Puedo asegurar que fui el primero, pues sus labios se movían tan perfectamente inexpertos que me cautivaron, esta vez duró un poco más. Pero ambos sonreímos al separarnos.

—Feliz navidad —murmuré cerca de sus labios, subiendo para besar su nariz suavemente y desordenar su cabello. Como lo imaginaba, estaba fría.

 

Rio tiernamente cuando pasé la bufanda por su cuello, jugando con los flecos dorados entre sus blancos dedos. De inmediato escondió la nariz entre ella, tapándose hasta un poco más debajo de los ojos. El espectáculo de fuegos artificiales acababa de comenzar, por lo que saqué los chocolates y los puse enfrente.

 

—La crema de frutilla es atosigante con el chocolate, pero es tan adictiva que podría comer esto todo el día —murmuró, recostándose voluntariamente sobre mi pecho mientras mordía uno de los bombones. Acaricié su cabello una vez más, esa noche no hubo explicaciones ni nada más. Solo fuegos artificiales, bombones con frutilla y nosotros dos durmiendo en el sofá.

 

Notas finales:

Bueno, si han llegado hasta aquí, gracias.

 

Ya va la segunda parte, fuerza. 

 

Muchas gracias ♥ ¿Review? ; ; 

 

¿Sí, sí? 

 

 


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