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En el principio por LINALEE

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En el principio existían tres razas y tres mundos. Un Dios del que todos hablaba y nadie jamás había visto y un Diablo que rara vez se mostraba.

 

El mundo de los Demonios, criaturas de naturaleza vil que se aprovechaban de los deseos de los Hombres y tras pactos demoniacos se alimentaban de sus almas.

 

El mundo de los Hombres, cuya vida pasajera e insípida estaba dominada por sus impulsos y emociones. Podían ser tan perversos como el más vil de los Demonios o ser capaces de actos de bondad dignos del más amoroso Ángel.

 

El mundo de los Ángeles, seres celestiales de hermosa forma cuya luz dejaba anonadados a los Hombres y resentidos a los Demonios.

 

Nadie elegía como nacer, si como Demonio, Ángel u Hombre y el bien y el mal era un concepto extraño, incluso bizarro, lleno de matices y tonalidades.

 

PRIMERA PARTE

 

EL CONTRATO

 

 

 

CAPÍTULO 1

 

PADRE NUESTRO

 

I

 

Sebastián los veía pasar todos los días, a veces con estupor, otras con temor y en ocasiones con anhelo.

 

El día era hermoso, el Sol brillaba, los niños reían, las aves cantaban. Todos parecían tan felices. Ese tipo de días eran los peores, porque el impulso de vivir se arraigaba dentro de sí y no tenía nada en esta vida a lo cual aferrarse.

 

Era un esclavo, algo considerado poco menos que un Animal, ni siquiera meramente parecido a un Hombre.

 

De las tres razas, los Hombres eran la peor, nadie más esclavizaba y obligaba a trabajar hasta su muerte a sus congéneres.

 

Los Demonios, por muy malvados que los Ángeles proclamaran que eran, nunca tomaban algo sin dar nada a cambio y los Ángeles, totalmente autosuficientes no tenían necesidad de abusar de sus compañeros, para eso les bastaban los Hombres esclavos.

 

Sólo Hombres relegaban a los de su misma especia a una categoría inferior que la basura.

 

Estúpidos.

 

Decían que tenía trece años, pero parecía de diez. Sólo tenía su nombre, nada más le pertenecía. Recordaba ser un Esclavo desde que tenía uso de razón. Seguramente su madre también lo fue y si algún día tenía descendencia, lo sería también. Pero no la tendría, porque la vida se le escapaba de entre los dedos y moriría.

 

Estaba débil, maltratado, desnutrido y sangrante.

 

Hacía cinco días que su último Amo le había devuelto y hacía cinco días con sus noches que permanecía de pie afuera de la tienda de esclavos, en espera de que alguien lo comprará.

 

Un par de costillas rotas, el tobillo derecho dislocado y una cantidad incontable de heridas, moretones y cardenales fue el legado que su último Dueño le obsequió. Con el rostro sucio, medio muerto de hambre y ardiendo en fiebre, no esperaba que nadie lo comprara, ni siquiera servía como mozo de campo, mucho menos como esclavo de placer.

 

Hubo un tiempo en que había sido bonito, un niño muy hermoso, eso escuchaba decir a todo mundo, pero de eso hacía mucho, muchos Amos, mucho dolor, mucho miedo, mucho tiempo.

 

Y ahora sólo le quedaba permanecer de pie, bajo el gratificante Sol que calentaba sus fríos huesos, con la garganta reseca y el dolor de cabeza martillándole la sien. De un momento a otro colapsaría, caería al suelo y entonces su Amo lo arrastraría a un hoyo donde terminaría por morir.

 

Si tan sólo no doliera ni tardará tanto, la idea incluso podía ser maravillosa.

 

Nadie lo compraría, ni ahora ni nunca.

 

—Lo quiero a él—levantó los ojos para descubrir a muchacho de doce años señalándolo con el dedo desde cierta distancia. Su voz era suave, aunque también tenía una nota  grave. Vestía de blanco, era un Ángel, sólo los Señores de esta especie tenían derecho de portar tal color.

 

Lo miró a los ojos, tan azules como el mar. Era hermoso. Tenía el aspecto de un niño, pero sólo era una imagen engañosa, al contrario que los Hombres, los Ángeles y Demonios no envejecían ni cambiaban. Podía tener varios cientos o tal vez miles de años a sus espaldas y verse iguales a niños o adolescentes del mundo de los Hombres.

 

El Dueño de la tienda le abofeteó, el golpe lo envió directo al suelo. Tenía prohibido mirar a los clientes al rostro, a menos que se lo ordenarán.

 

—Señor, estoy seguro que podemos encontrarle algo mejor a su Ilustrísima persona. Ya ve lo maleducado que es, puedo mostrarle…

 

El tono del vendedor era condescendiente y servicial, muy diferente a los insultos y gritos con que normalmente se dirigía a sus Esclavos.

 

—He dicho que lo quiero a él. ¿Se atreve a contradecirme?

 

El vendedor tragó saliva y negó con la cabeza.

 

A diferencia de los Demonios, los Ángeles podían hacer lo que les placiera y nadie los censuraba.

 

Y había algunos muy violentos.

 

Había escuchado que había uno peores incluso que los mismos Hombres, más crueles, injustos y violento. La pequeña figura le sobrepasaba en estatura por algunos centímetros, se acercó a él y lo tomó de la barbilla, su mano era suave y olía a rosas, el simple tacto le estremeció, escondió la vista tras su flequillo, todo su cuerpo temblaba, inspiró y cerró los ojos en espera de un golpe.

 

—Sí, eres perfecto para mi objetivo—susurró suavemente y quitándose la capa de los hombros lo envolvió cubriendo su desnudes.

 

Hasta que no tuvieran un Amo, los esclavos en venta debían permanecer completamente desnudos, después, sólo si su amo lo quería y autorizaba podía vestir alguna ropa, regularmente harapos y andrajos. La mayoría de sus Amos prefería que permaneciera totalmente desnudo, listo para su “uso” en cualquier momento.

 

—Vayamos a casa, ¿sí?

 

Lo tomó por debajo de los hombros y le ayudó a ponerse de pie, sus blancas ropas se mancharon de sangre y suciedad, incluso su inmaculado rostro se tiño de hollín.

 

Quería decirle que no era necesario, podía andar por sí mismo, que por favor más tarde no fuera tan duro con el castigo, no era su intención ensuciarlo, pero no estaba autorizado a hablar.

 

No gimió, no gritó, ni siquiera lloró. No serviría de nada, sólo le quedaba esperar por su castigo.

 

II

 

Ciel había escuchado antes hablar de Dios, el creador del mundo, los Hombres, Ángeles, Demonios y todo ser sobre, encima o debajo de la faz de la Tierra que respiraran y tuviera existencia.

 

Sus Maestros le habían enseñado su nombre y mostrado su creación.

 

No le decían que era justo, bueno o benevolente, sino sabio; sólo un ser Todopoderoso y Justo era capaz de crear tantas maravillas. Digno de adoración y respeto.

 

No conocía a nadie que lo hubiera visto antes o siquiera hablado con él. Se le figuraba como un ente abstracto, carente de sentimientos, emociones o sensaciones.

 

Ni siquiera los Ángeles en las posiciones más privilegiadas daban constancia de su existencia.

 

Poco importaba si creía o no en él, no había ninguna diferencia.

 

La puerta se abrió de pronto, Alois, su mejor amigo entró a la habitación, una sonrisa traviesa, un pausar dominante, un guiño extraño.

 

—Lo he visto, es lindo.

 

—No lo molestes, es mío. Lo necesito.

 

—¿Crees que Dios te escuchará si le suplicas lo suficientemente alto durante un largo tiempo?

 

—No.

 

—¿Entonces porque lo haces?

 

—Porque alguien debe de gritar.

 

Alois calló un momento, sus ojos azules y cabellos rubios contrastaban con sus ropajes negros, su expresión usualmente alegre se tornó triste.

 

—No importa cuántos griten, sino no hay nadie capaz de oírte.

 

Ciel quién hasta hace unos minutos permanecía sentado frente al escritorio sumido en un mar de notas, se giró y lo enfrentó.

 

—¿Crees en la existencia de Dios?

 

—Creo en la bondad y maldad dentro de cada uno de nosotros, seamos Demonios, Ángeles u Hombres.

 

Dio media vuelta y se marchó de la misma manera en que entró.

 

Alois era un Demonio por lo cual siempre vestía de negro.

 

Los Demonios no eran muy diferentes a los Ángeles, tan poderosos como estos e igualmente hermosos, con la única diferencia de que fueron creados de otra manera.

 

Su Líder, Satanás, el Gobernante de los Demonios no era conocido por su generosidad y buen carácter, pero al menos se mostraba en cuerpo presente en varias audiencias. Alois podía dar fe de su existencia y poder, mucho más de lo que Ciel era capaz de decir de su Dios.

 

Ni siquiera sabía porque se tomaba tantas molestias, trabajaría durante un par de años en ese proyecto y para qué. Nada en realidad. Nadie lo escucharía, sus Hermanos se burlarían, los Hombres también lo harían, pero a sus espaldas y los Demonios se jactarían de su Superioridad y harían gala de su bien conocida indiferencia. Necesitaban de las almas desgraciadas de los Hombres para alimentarse, ¿porqué deberían verlos como algo más que comida?

 

Alois era su único aliado e incluso él se mostraba escéptico.

 

Incluso si tenía éxito fracasaría, pero era inmortal, en algo habría que ocupar su tiempo.

 

Pensó en el Esclavo que había elegido horas antes. El más maltratado, a un paso de la muerte, casi inservible. Su mirada estaba tan rota como su alma. Ahora descansaba. Tuvo que obligarlo a dormir, sólo de esta forma fue capaz de capaz de evaluar la totalidad de los daños, asearlo y empezar la cura parcial de sus heridas, tan numerosas y profundas.

 

Era un Ángel, apenas conocía el dolor, durante los entrenamientos sus heridas eran inmediatamente sanadas.

 

El dolor le era algo totalmente desconocido, tan innatural como el temor a la muerte o el deseo de reproducirse.

 

De acuerdo, debía iniciar. Nada obtendría si seguía sumido en cavilaciones y filosofías sin sentido.

 

Se dirigió hasta la mesa donde descansada el Contrato de Compra—Venta, lo había adaptado de tal forma que ambas partes resultaran beneficiadas.

 

Sólo necesitaba una firma y listo. Pero esto no sería suficiente, le sería necesario algo más que obediencia y sumisión absoluta.

 

Y su trabajo sería conseguirlo.

 

Tomó el Contrato y lo leyó por última vez, satisfecho con el resultado. Salió de la habitación y se dirigió hasta la habitación donde su Esclavo dormía.

 

III

 

No le gustaba la oscuridad, era un niño grande, su actual Amo le dijo que ya tenía cinco años y podía soportar eso y mucho más. Pero no le gustaba, la oscuridad le daba miedo, se asustaba y lloraba, lloraba mucho, lloraba hasta caer dormido y se despertaba con el temor de que en cualquier momento la pequeña y oscura puerta se abriría y entonces su Amo lo liberaría de sus ataduras sólo para arrastrarlo a su habitación donde él y sus amigos le harían cosas que le dolerían mucho, para después darle sobras y encerrarlo en ese pequeño y oscuro espacio, totalmente atado e inmovilizado, donde no podría moverse y las ratas le mordisquearían los deditos.

 

No, no le gustaba la oscuridad para nada…

 

Sintió una pequeña mano en su frente, estaba fría, pensó en resistirse, pero permaneció quieto, no tenía derecho a quejarse, además podrían molestarse y entonces...prefería no pensar en las consecuencias.

 

—La fiebre no ha bajado, tomará un par de días, el resto de tú cuerpo necesitará meses, la mente tal vez años.

 

Abrió los ojos con pesadez, la cabeza le dolía.

 

El Ángel, el mismo que le había comprado en el Mercado.

 

El rostro de niño, las manos pequeñas, la mirada sabia, las ropas blancas.

 

—Preferiría una curación natural tanto como te sea posible, nos tomará más tiempo; pero las curaciones inducidas por “Sacros” son demasiado dolorosas y aunque la piel sane por fuera, el tejido interno no alcanza a reconstruirse completamente. Tengo entendido que es demasiado doloroso y quiero hacerlo lo más sencillo para ti.

 

La voz sonaba fría e impersonal, casi distante.

 

Un Ángel lo había pedido prestado a uno de sus Amos en alguna ocasión, no recordaba a ningún otro ser más hermoso y cruel.

 

Fue la semana más larga de su vida, curaba sus heridas sólo para provocar nuevas, pero dentro seguía sintiendo como la piel desgarrada se resistía a sanar por completo.

 

El Ángel lo había sabido y lo hizo con este propósito, se preguntó si esté sería igual.

 

—Nos tomará al menos un año, será bueno para tu instrucción teórica antes de pasar a la práctica.

 

El Ángel que a todas luces tenía el aspecto de un niño de doce años hablaba en voz alta, cavilando consigo mismo.

 

—El peso y la estatura, necesitamos recuperarlos aunque sólo sea un poco, con un poco de suerte cuando seas adulto podrías tener el tamaño de…—el Ángel pausó un segundo y lo miró nuevamente, se asusto bajo su atenta mirada, en espera de una bofetada o un violento tirón de cabellos. No tenía permitido ver a nadie al rostro, mucho menos a los ojos—. ¿Cuántos años tienes?—le preguntó.

 

No contestó, no podía hablar hasta que le autorizarán directamente.

 

—He examinado tus cuerdas vocales y funcionan perfectamente. ¿Puedes hablar?

 

Asintió suavemente.

 

—Entonces, responde.

 

—Tre…ce…—las palabras fluyeron con dificultad y el sonido se le antojo rasposo, casi molesto. Llevaba mucho tiempo sin usar su voz, ni siquiera para gritar. A su último Amo no le agradaba  los gimoteos ni los gritos.

 

—Pareces de diez.

 

—Lo…sien…to…A…mo…

 

—No es tu culpa después de todo, tendremos que ver algunos detalles. Lo importante ahora es que descanses y te recuperes tanto como te sea posible.

 

Bajo las sábanas, las pequeñas manos de Sebastián se retorcían con nerviosismo; la cama era cómoda y las sábanas limpias, no quería bajarse de la suave superficie, pero en cualquier momento se lo pediría. Su Amo parecía satisfecho por el momento con hablar, pero su paciencia no duraría mucho y en cualquier instante lo mandaría al suelo con un puntapié y le pediría a algún otro sirviente que lo castigará. Su figura era demasiado delicada como para que él mismo se tomará la molestia de hacerlo, mucho menos ensuciarse las manos.

 

Si actuaba en ese momento, tal vez el castigo no sería tan duro ni doloroso.

 

Apretó los dientes e intentó ponerse de pie, el dolor le desgarro por dentro, las sábanas se tiñeron de carmesí por el movimiento brusco, lanzó un grito de terror y se arrojó al suelo golpeando con fuerza, instintivamente se llevó las manos hasta su cabeza en un intento inútil de protegerse de los golpe, si le ordenaban que las bajará, como seguramente harían, no tendría otra opción que obedecer y ahora sería doblemente castigado. Por permanecer demasiado tiempo en una cama y ser un esclavo desobediente.

 

Ciel observó al niño tembloroso en el suelo, los dientes le castañeaban y la sangre manchaba sus ropas. Debía ser doloroso. ¿Qué tonto impulso lo obligó a tirarse de la cama de esa manera? ¿Acaso no le había dejado bien en claro que necesitaba descansar?

 

No, sólo había hablado consigo mismo, sin tomar en cuenta los pensamientos o sentimientos del otro. Ni siquiera sabía su nombre, si es que tenía alguno.

 

Nunca antes había comprado un Esclavo, jamás. No encontraba placer en someter y humillar a otro ser, mucho menos a uno indefenso, pero había visto lo que sus Amos, Demonios, Hombres o Ángeles les hacían, de qué manera los rompían, hasta orillarlos a la muerte.

 

Pero el dolor físico y emocional le era tan ajeno que no pasaba de un mero observador curioso, pero al fin de cuentas indiferente.

 

El niño temblaba en el suelo, balbuceaba un par de disculpas inentendibles.

 

Alois, Alois sabría que decir y hacer, era un Demonio y tenía decenas de esclavos. No debió subestimar su ayuda, tendría que llamarlo, pero eso sería más tarde, el muchacho en el suelo no podía esperar mucho. Se suponía que los Ángeles eran pura luz y amor, ¿cierto? Entonces porque…

 

Mentiras, los Ángeles no eran completamente puros y los Demonios tampoco inevitablemente malvados.

 

Más tarde le dedicaría atención a sus dilemas filosóficos por quizás millonésima vez, ahora debía de…

 

Se arrodilló hasta los pies del niño y tomó sus manos.

 

—Tranquilo, todo estará bien—le dijo en voz baja, poco más que un susurro—. No pasa nada. No te golpearé. Jamás. Comprendes. Jamás. Nunca haré nada que te haga daño, no debes temerme y tampoco permitiré que alguien vuelva a lastimarte. Te necesitó tanto como yo a ti.

 

Sentía como si las pequeñas muñecas del niño fueran a romperse de un momento a otro, delgadas y frágiles. El niño le observaba con los ojos llorosos y violentos espasmos sacudían su cuerpo.

 

—Pude haber escogido a cualquier otro, pero te elegí a ti. Porque te necesito. Haremos un Contrato y ambas partes resultaremos beneficiadas. ¿Comprendes?

 

El niño asintió sin atreverse siquiera a respirar. No le creía. No le sorprendía.

 

—Esta es tu habitación, duerme, aliméntate y descansa. Nadie te lastimará. Yo te protegeré. ¿Comprendes?

 

—Cas…ti…go…

 

Entonces comprendió y se maldijo a sí mismo por haber sido tan estúpido como para no verlo.

 

Las órdenes llevaban a acciones, el correcto o incorrecto desempeño de una orden conducía a un castigo o recompensa, casi siempre lo primero.

 

Desde la compra no le había dado ninguna orden y el pequeño niño quién siempre había vivido en espera de que le dijeran que hacer, se encontraba completa y totalmente perdido. Si no sabía lo que debía o no debía hacer, ¿Cómo podría evitar los castigos? ¿De qué manera intentaría protegerse? Su cabeza debía de ser un caos.

 

La situación le rebasaba en varias formas.

 

Como Ángel estaba acostumbrado a mandar y dirigir, pero no a niños indefensos y asustadizos, sino a adultos que aunque lo veían con respeto, para los no constituía una amenaza importante. Tenía el aspecto de un infante, le obedecían y reverenciaban, pero pocas veces le temían.

 

No sabía cómo ser un Amo, pero tampoco comportarse de forma amorosa.

 

El niño necesitaba un sano equilibrio entre ambos y él no podía dárselo. Tendría que apañárselas con lo que tenía.

 

—¿Cuál es tu nombre?

 

El niño lo miro con sus grandes ojos carmesí, aquel color que le hacía tan especial.

 

—Dime tu nombre—ordenó en voz alta, desplegando su tono más grave y autoritario.

 

—Sebastián—respondió al instante sin tartamudear.

 

Los finos labios de Ciel se torcieron en un asomo de sonrisa.

 

—Bien, Sebastián. Duerme.

 

Y de nuevo lo indujo a un profundo sueño.

 

El cuerpo se relajo y lo sostuvo en brazos durante un largo rato, pasando sus dedos por sus cabellos y los muchos cortes, contusiones, moretones y heridas que decoraban su cuerpo.

 

Dios no escuchaba los ruegos de nadie, ¿Por qué tendría que marcar él la diferencia?

 

No lo sabía, pero lo haría.

 

CONTINUARÁ...

Notas finales:

Jojojo, supongo que tengo que hacer un par de anotaciones de autor.

Antes que nada, me "jacto" de considerarme atea, XDDDD...pero creo que no es más que pura presunción, así que en este fic intentó...no sé, lanzar algunas "ideas" respecto a su existencia.

Espero no ofender a nadie y si lo hago, estan en todo su derecho de sentirse así. Así que lo siento, pero no puedo cambiar esto...así que perdón.

Cualquier duda, crítica, queja, sugerencia será bien recibida.


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