Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Steal me this pain. por Gurimen

[Reviews - 9]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Esta historia la empece hace mucho y creo que ahora ya la puedo dar por finalizada a pesar de que no he quedado tan satisfecha como quería. La iré retocando y tal vez la seguiré en un futuro.

Tengo que aclarar que los asteriscos son cambios de escenas o tiempo.

Disculpen por alguna falta o expresión errónea pero ya me canse de revisar una y otra vez.

Y espero que no sea demasiado exagerado y que os guste.

Gracias de antemano.

Murmullos lo despertaron de un turbulento sueño. Solo podía ver el techo y una sombra negra que lo tapaba.

Se movía pero sus piernas no andaban ni sentía nada bajo las plantas de sus pies.

 

El olor que desprendía aquel lugar era desagradable, a desinfectante y a la vez enfermedad.

 

Escuchaba murmullos. A pesar de que le hacían sentir angustia e incomodidad no le importaban. El dolor lo hacía todo llano.

 

Nunca más quería sentir algo que no fuera esa sensación tan horrible que golpeaba y empujaba su cuerpo hacia las profundidades del infierno.

 

De repente lo tomaron por los brazos. Tensó su cuerpo y gruñó como un animal salvaje al roce de la cautividad.

Los sacudió haciéndole perder casi el equilibrio.

 

–Tranquilo, chico.- Dijo uno de ellos.

 

Sus agarres eran fuertes pero su ansiedad lo era más.

 

-¡Mnnn!- Siguió gruñendo, no quería hablar, tampoco podía, sus labios estaban hinchados y cosidos, le dolían.

 

Desesperado por la libertad, el chico los azotó con sus brazos.

 

-¡Mhhh!- Siguió gritando con la boca cerrada al ser aplastado contra algo duro. Le ataron de brazos y piernas y enseguida le clavaron algo en el brazo. Empezó a jadear y su ojo bueno se volvió loco. Pudo ver sus rostros mirándole aunque no quiso apreciar cuáles eran sus reacciones. No quería nada de nadie. No merecía nada de nadie. Y con esos pensamientos durmió bajo los efectos de un sedante.

 

-Pobre chico, está destrozado.- Continuó diciendo el primer hombre.

 

–¿Pero qué dices? A matado a toda su familia. ¡Es un puto loco!- Chasqueó con la lengua el otro, mirándolo con algo de desprecio al primero.

 

–No sabes en que estado se encontraba. Me han contado que en la interrogación de los vecinos dijeron que sus padres estaban todo el día peleándose y armando jaleo. Aparte de que se ve que algo no estaba bien en ellos…- Le intentó excusar.

 

–Pero eso no es motivo, este chico confesó que lo había hecho con total conciencia de ello, no entiendo que mierdas hace en un hospital, tendría que estar en la cárcel.-

 

Sus ojos llenos de rabia miraban al chico. No se podía quitar de la cabeza la imagen de esa niña muerta, hermana pequeña del susodicho. El otro no dijo nada mas. Solo sabia que le daba mucha pena.

 

Después de aquella pequeña conversación dejaron el trabajo por finalizado. Salieron de la habitación y dejaron solo al chico, llevándose con ellos la silla de ruedas con la cual lo habían transportado.

 

***

 

Cuando el silencio reinó en la habitación y solo la pausada respiración del enfermo resonaba en las blancas paredes solo bastaron unos segundos antes de que la puerta del baño se abriera. Un enfermero salió de ella. Era joven, de rasgos bastante finos. Su pelo era del color trigo y sus ojos del de la miel. Su corazón aún latía con ansiedad.

Casi lo habían pillado haciendo aquello que tanto le avergonzaba. Le gustaba, no lo podía evitar. Robar le hacía sentir bien. Se guardo en el bolsillo los objetos que había cojido y luego, por pura curiosidad se acercó a la cama.

 

Su estómago se removió débilmente y sus ojos se dilataron. No pudo evitar sorprenderse al ver el aspecto de aquel muchacho. Tres grandes cortes atravesaban su cara, uno había partido por la mitad su ojo y el otro poco le había faltado. El tercero dividía diagonalmente parte de sus labios. Lo habían cosido como habían podido, tampoco tenían orden de dejarlo estético. El ojo que había sido reventado estaba tapado con una gasa, aguantada con unas vendas que le rodeaban la cabeza. Su pelo era muy corto y oscuro y si piel muy pálida, aunque alrededor de su ojo se podía apreciar tonos oscuros y amarillentos, seguramente por falta de sueño.

 

No podía apartar sus ojos de él. No debía de tener más de 20 años.

¿Por qué había llegado a esos extremos? Había podido escuchar la conversación anterior. Su mente se había imaginado un hombre totalmente distinto al que estaba durmiendo en la cama.

 

Después de aquello salió de la habitación. Casi se le había olvidado que aun tenia trabajo que hacer.

 

***

 

Una silla repicó contra el suelo, seguida de un desagradable grito. El chico siguió haciendo sus abdominales, tal vez más a prisa que antes, forzándose, marcando arrugas en su rostro y frente.

Sudaba a mares. El estómago le dolía, lo sentía duro, húmedo y caliente. Todo eso se debía a que estaba nervioso. Los gritos procedentes de la planta inferior lo estaban volviendo loco. Sus padres habían comenzado a discutir. Una situación como esa no debería ser un problema pero para él suponía muchos dolores de cabeza y preocupaciones. No podía parar de dar vueltas y preguntarse el porqué de toda aquella mierda.

 

-¡La madre que te pario!-

 

Las sillas siguieron rozándose con rudeza contra el suelo hasta que un momentáneo silencio dio paso a un gritó, esta vez de mujer. Gritaba de dolor, aunque tal vez gritaba mas que nada para llamar la atención de los que tenía a su alrededor.

 

Y no lo pudo aguantar más. Era imposible que se quedará de brazos cruzados cuando sus padres se estaban matando en el piso de abajo. Bajó rápidamente las escaleras hasta encontrarse con la terrible escena. Su padre tiraba del pelo de su madre y ella gritaba de una forma que cualquier persona se podría volver loca de angustia y la hija pequeña intentaba separarlos. No sabia que hacer, cómo parar aquello sin romperlo todo. Sin romperse a sí mismo.

 

–Ya es suficiente.- Intento decir sin perder los nervios.

 

Ahora era la madre quien golpeaba al padre y la hija con ella.

 

¿Qué debía hacer para parar aquello? Un montón de cosas e ideas pasaban por su mente pero todas ya las había dado a cabo. Por muy radicales que fueran nunca servían. Lo sabía muy bien porque en las cabezas de sus padres no había nada más que odio y rencor hacia el otro. No podían ver nada mas, a pesar de que lo tuvieran delante o los estuviera sacudiendo entre gritos y llantos.

 

-¡¿Por qué me hacéis esto!?- Gritó inundado en lágrimas.

 

Tiro de su pelo aunque no sirvió de nada. Gritó y se abalanzó contra la pared, dándose horribles golpes.

 

–¡No puedo mas!- Siguió gritando.

 

Su hermana pequeña se había acercado a él, intentándolo pararlo, llorando al verlo en ese estado pero nada hacía cambiar de opinión a sus padres que en ese momento empezaron a golpearse porque su hijo se estaba autolesionado.

 

No les importaba causarle dolor. Se quedó mirándolos unos segundos, sintiendo su corazón enloquecer.

 

Fue a la cocina en silencio y tomó el cuchillo más afilado que encontró.

 

–No aguanto mas esta mierda…- Repitió.

 

Lo empuñó hacia él mismo, en el centro de su estómago, pero no podía. Era un gran cobarde.

 

No podía pararlos, no podía denunciarlos, no podía hacer nada, ni incluso suicidarse por el miedo.

 

Y esos gritos y llantos seguían. Inspiró profundamente para sacar el aire en una frustrada y rota risa. Miró como aun seguían comportándose como bestias. Pero lo peor de todo era ver como su hermana lloraba desconsoladamente, totalmente perdida mirando a sus padres.

 

–¡BASTA!- Se abalanzó nuevamente contra ellos dejando a cada paso que daba su vida, su inocencia y todo lo que tenía y sus manos se llenaban de gotas calientes y espesas. Esos gritos y esas miradas le rompían la cordura, el sentido de la vida y todo lo que una vez había sido dejando envuelto en pisadas de sangre y manchas en las paredes.

 

“Nunca más. Nadie, va dañarme.”

 

El cuchillo se deslizó suave y a la vez duro dentro de la casa de la casa del alma dejándola escapar con rapidez por esas grietas, como el aire en un neumático al ser reventado. Ni la voz ni la fuerza servían de nada para pararlo. Ni tampoco las lágrimas de sus propios ojos. Ni incluso esa pequeña voz ni manos que temblaban y gritaban.

 

“Nadie mas te va  dañar...así estarás mejor.”

 

Pensó mientras dejaba el pequeño e inerte cuerpo en el suelo.

 

Después de eso solo había dolor y más dolor, el color rojo y el teléfono comunicando en el suelo.

 

Abrió los ojos desorbitadamente y gritó. Sus ojos derramaron lágrimas pues el hilo que unía sus labios tiro de la tierna y viva carne. Se agitó unos segundos, frustrado y adolorido. Miró a todos lados. Estaba desorientado.

 

Poco en poco fue recordando como lo habían llevado a un hospital y atado en una cama. Jadeaba y seguía lagrimeando, intentando parar.

 

Enseguida llegaron un par de enfermeras.

 

-Tranquilícese, intente relajarse, respire hondo.- Iba diciendo una de ellas mientras le inyectaba otro tranquilizante en el suero, el cual lo mantendría relajado pero despierto.

 

El moreno tragó duro sintiendo como su cuerpo iba llenándose de un hormigueo y sus articulaciones se tiraban hasta quedar totalmente muertas. Le parecieron de gelatina.

 

A pesar de que en su interior hubiera una auténtica guerra y estuviera desbocado por ese sueño y ese recuerdo revivido no podía decir “lo siento” porque aún no sabía lo que sentía. Todo era muy confuso. Había sido cegado por la rabia y la locura y sobre todo por el dolor y el miedo a ser aún más dañado. Había reaccionado de la manera más primitiva posible. Golpeó hasta la muerte el foco del dolor.

 

 

***

 

Hubiera deseado dormir más pero tuvo miedo de ver de nuevo los ojos aguados de su hermana tirada en el suelo o sentir en sus manos la sensación de cortar carne.

 

***

 

-Gabriel, sabes perfectamente que este paciente te toca a ti. ¿Dónde estabas?- Dijo una de las enfermeras mientras salía de la habitación.

 

-Perdón, estaba en el baño.- Rió algo coquetamente mientras miraba a la chica, la cual puso sus manos en su cintura, tomando una pose de regaño.

 

A las enfermeras de ese lugar les daba miedo tener que atender a pacientes peligrosos, con conductas agresivas o algo extrañas, al fin y al cabo aun estaban de prácticas. Sin más, el mencionado fue a la habitación.

 

-Que bien que te hayas despertado. Así podré presentarme. Yo soy Gabriel y cuidaré de ti.- Le contó mientras le dedicaba una sonrisa.

 

El enfermero en sus adentros se había estremecido. Sus ojos eran como el agua del mar.

 

El moreno, en cambio, no cambió su expresión, ni le fijó la mirada. No aceptaría contacto de ningún tipo. No se merecía el contacto de nadie ni tampoco lo quería porque en el fondo estaba aterrado. Si le dañaban estaba seguro de que sería capaz de volver a hacerlo.

 

-Vaya…-Suspiró mientras miraba su ficha.

 

-Bueno Max, de aquí media hora te traeré la comida.- Le tuteo después de averiguar su nombre.

 

Después de aquello se fue, dejándolo nuevamente solo.

 

Al final los tranquilizantes terminaron por hacer efecto y su cuerpo y mente se pintaron de las paredes de aquella habitación. Le sumergieron en un profundo sueño.

 

 

***

 

“El juicio” Había asistido en un juicio antes de llegar. El “lo siento” del abogado de oficio que le habían adjudicado como a cualquier delincuente le aclaró que había perdido. Lo habían declarado culpable.

A pesar de que tenía 17 años iba a ir a la cárcel, pues en un mes cumplía los 18. Ese mes lo iba a  pasar en el hospital psiquiátrico, donde lo mantendrían vigilado y también así podría recuperarse de sus heridas. La sentencia había sido de 40 años de cárcel por asesinato múltiple y dependiendo de su comportamiento y estado mental acabaría en un psiquiátrico o libre.

“¿Tan poco?” Pensó en sus adentros. No deseaba ningún tipo de libertad. Solo quería estar encerrado y así tener por seguro que nadie se le acercaría ni le harían daño, ni a la inversa.

 

***

 

-La comida está aquí.- Dijo el chico.

 

Sin darse cuenta había pasado esa hora. Sujeta en sus manos estaba una bandeja de acero, la cual deposito a la mesita con ruedas habitual de cada habitación. Para terminar llevo ese conjunto cerca del chico.

Le subió la cama. Su expresión seguía siendo la misma. Neutral, fría y desgarrada por el dolor, pero eso no le importó al enfermero. Abrió la bandeja mostrándole lo que tenía para comer. Se trataba de un puré muy espeso de patatas y carne de pollo hervida muy picada.

 

Tenía cortes en sus labios pero podía comer por el lado sin heridas. No podía tomar muchos líquidos, pues incluso el cuchillo con el que se había cortado había rasguñado la encía, la cual también traía algún que otro punto. Max ni se interesó en mirar aquellos alimentos. Tenía un nudo en el estómago.

 

–Debes comer, aunque sea solo un poco. Tal vez te duela pero si comes te ayudará a recuperarte antes.-

 

Le habían dado órdenes de que no debía ser desatado con lo que él debía ser el encargado de darle de comer. Tomó un poco de puré con la cuchara, sopló y luego se lo acercó.

 

–Abre la boca.- Pidió amigablemente, como si fuera a un niño pequeño.

 

El moreno solo pudo apretar los puños, no por vergüenza sino por miedo. ¿Por qué lo trataba con tanta amabilidad? ¿A caso estaba loco?

 

–Vete.- Terminó por pronunciar. -¡Vete! -Gritó con rabia, mirándolo por primer vez, al ver que no lo hacía caso. No permitiría que nadie le llegara, no quería desarrollar ningún sentimiento por nadie. Su mirada se volvió enseguida en frente, su expresión volvió a la neutral.

El enfermero estaba más que acostumbrado a eso, con lo que no le dió importancia.

 

–No me iré hasta que comas.-

 

No le dejó de sonreír. En ese hospital se le conocía por ser un chico con mucha paciencia y persuasión con los enfermos.

Se quedaron en un largo silencio. El chico seguía manteniendo la cucharada en el aire, cerca de sus labios, esperando a que abriera la boca.

Sabía que lo mejor era irse y dejarlo sin comer pero quería insistir más. Lo quería observar y ¿por qué negarlo? Molestarle un poco.

 

–Tengo todo el día.y ten en cuenta que la carne fría no vale nada…-

 

El ojiazul se preguntaba por qué hacía aquello aquel chico. No comería si él se lo daba y estaba mas que claro que no le iban a dejar ir de manos.

 

Quería estar solo y la única manera de conseguirlo era siendo lo que la gente esperaba de él, un loco.

Abrió la boca y tomó la cuchara entre sus dientes, la lanzó haciéndola rebotar contra una de las paredes. La ensució de puré, después de eso siguió como antes.

 

Gabriel suspiró. –Te has ensuciado..- Tomó una servilleta y limpio su rostro, pero como si fuera un gato, Max se apartó de él.

 

–Vete…- Dijo en un murmullo. Se estaba cansado de hablar inútilmente.

 

Pudo ver el cansancio en su mirada. Bajó la cama y apartó la comida.

 

–Vendré más tarde.-

 

Después de eso se fue. Lo dejó nuevamente solo con sus pensamientos.

 

Jadeó agotado y después de eso unas pequeñas lágrimas cayeron por sus ojos.

 

–¿Por qué eres amable?- Siguió jadeando en un murmuro. Gruñó adolorido y cerró los ojos. No podía entender porque era amable con él después de lo que había hecho, porque en el fondo sabía que únicamente se había convertido en un asesino. Que mas daba si hubiese perdido la cabeza en esos momentos, podría haber parado de haberlo querido.  

 

-Perla...- Jadeó el nombre de su hermana a la vez que su mirada se rompía y sus pupilas se contraían hasta el punto que sus ojos color hielo se hacían más intensos y azules. Gritó con fuerza y con los dientes se arañó la piel de los labios, sacando los puntos y haciéndola sangrar a tal punto que en su boca solo se sentía un intenso sabor a hierro. Sus labios ardían y dolían. Sus ojos lagrimeaban pero no importaba nada. Volvió a gritar de puro dolor, moviéndose como un loco, alarmando a cualquier persona que pasara por el lado de su habitación o paciente vecino. El primero en entrar fue Gabriel.

 

–Max, tranquilo.- Acarició su frente mientras dosificaba el suero y aumentaba la dosis de tranquilizante.

 

Ladeo su ojo azul, haciendo que se encontrara con los de Gabriel, los cuales le tranquilizaron aunque no supo el porque, le recordaban a algo…

Consiguió agarrar la bata su chaqueta blanca. Tiró de ella tan fuerte como pudo, a pesar de que sus fuerzas iban menguando.. Luchaba por mantenerse despierto aunque no pudo hacer nada con aquellos sedantes que le vencían cada dos por tres. Se durmió con su imagen en  mente. Sin darse cuenta, Max había dejado ver sus verdaderos sentimientos. Le intentaba pedir ayuda con sus ojos y su agarre.

 

Miedo, tristeza, desconsuelo, eso era el verdadero Max.

Gabriel se quedó haciéndole compañía, tampoco tenía nada que hacer y a pesar de que ese chico hubiera cometido todos esos crímenes, por alguna razón le despertaba un extraño sentimiento, que aun no podía llegar a identificar,al ver como le pedía de aquella forma tan desesperada ayuda y comprensión.

 

Tuvo que curarlo de nuevo. Le miraba tiernamente mientras se sacaba de uno de sus bolsillos una crema cicatrizante que había robado de uno de las salas de curas.

 

“Un rostro tan bonito no se debe echar a perder…” Pensó mientras aplicaba suavemente el ungüento encima de cada una de sus heridas.

 

Cuando terminó no pudo evitar empezar a mirar dentro de los cajones de su mesita de noche. Acostumbraban a haber las pertenencias más utilizadas de los pacientes aunque como era de esperar, los suyos, estaban vacíos pues había entrado a la fuerza y nadie le había traído sus cosas. No tenía cambios de ropa, ni neceser para el baño.

Por supuesto robaría algún bote de gel y shampo de algún otro paciente.

 

Esa noche le tocaba hacer guardia. Nunca acostumbraba a pasar nada. Se quedaría todo el tiempo en el piso de Max, atento a si despertaba o no.

 

Sin querer ya había desarrollado un sentimiento de protección hacia él y hacia esa mirada.

 

 

 

A medianoche despertó. Aún seguía bajo el efecto de aquella droga. Podía sentir como sus labios habían sido cosidos nuevamente. No habían tomado la precaución de inmovilizarle la mandíbula, con lo que ,no dudaría en usar para destrozar el cosido si intentaban volver acercarse a él. Aunque los enfermeros no lo iban a suturar de nuevo si volvía a hacer otra locura. No estaban dispuestos a perder más tiempo con él, ni tampoco a gastar material. Gabriel, el cual estaba presente mientras lo suturaron no dijo nada, pues no le apetecía discutir y menos delante de un paciente que había sufrido tanto, aunque estuviera dormido.

 

 

 

 

Miró de nuevo hacia donde había visto por última vez a aquel que había agarrado. No estaba, no había nadie en su habitación. Sollozó levemente y cerró de nuevo su ojo. Ahora se daba cuenta de que en realidad solo veía con uno de ellos. Lo había perdido al rajarse. No lloró ni se lamentó, con un poco de suerte eso le serviría para ahuyentar a la gente.

Apretó los puños al recordar como había sucedido todo aquello.

 

***

 

Se encontraba solo en aquella habitación, junto al, aún cálido, cuerpo de su hermana pero a ella la dejó atrás y caminó, descubriendo el inmenso charco de sangre que trataba de unirse con otro de igual de grande. “¿Qué he hecho?” Se preguntó mientras poco a poco entraba en un intenso bucle de ansiedad. Su respiración se aceleraba, su cuerpo se cubría de sudor frío mientras aún sujetaba aquel cuchillo. Grito mientras miraba toda la sangre. Quiso morir pero seguía siendo débil, muy débil. Empuñó el cuchillo hacia él y en un acto de desesperación se corto una vez. Gritó, lloró pero no fue suficiente, se cortó otra y otra vez perdiendo el equilibrio por el mareo y el olor a hierro pero no se desmayó, se levantó de nuevo y llamó a la policía para delatarse a sí mismo.

 

El tiempo pasaba, no sabía si rápido o lento, pues en su vista sólo había la pared blanca, algo más oscura pues era de noche y todo estaba ensombrecido.

Cerró del todo el párpado cuando alguien abrió la puerta y de nuevo el enfermero se acercó a él.

 

-Buenas noches…- Dijo suavemente.

 

Enseguida ladeo la mirada en dirección contraria al rubio. Había comprendido que no lo iba a poder echar, pues en realidad aquello era su trabajo y no lo hacía por él, sino porque era su deber.

 

-¿Cómo te encuentras?- Preguntó. El moreno no le contestó. Tampoco tenía porque. -Bueno, mañana por la mañana vendré a darte un baño y vas a comer.- Le dijo, dejando un espacio de tiempo para seguir hablando.- Como no lo hagas tendremos que poner otra vía para alimentarte-. Le comento, intentando parecer serio mientras miraba su expresión, la cual no cambió ni un solo matiz.

 

Torció levemente el labio y suspiró. Si lo pensaba mejor en verdad no tenía sentido intentar hacerlo reaccionar con aquello cuando se había desgraciado la cara a propósito. El dolor no era un problema para él. Dio la vuelta para que le mirase a los ojos.

 

–No vas a salir de aquí si no comes…- De nuevo hizo un espacio de tiempo al hablar.- …y creo que sea donde sea que tengas que ir, es mejor que un hospital.-

 

Lentamente fue llevando su mano a su mejilla aunque al instante la apartó tanto como pudo.

 

–Desatame.- Casi le imploró.- Haré lo que me dices si dejas de hablarme de esta forma. Comeré, haré lo que sea, pero déjame….-Jadeo y cerró los ojos, temblando de pura impotencia. ¿No podía entender que quería estar solo?

El enfermero se sorprendió.Se quedó pensando unos segundos.

 

-Esta bien, pero estaré contigo cuando comas y luego, te volveré a atar.-

 

Le daba pena tener que hacerlo pero no podía arriesgarse a que se lesionara aún más. El otro no contestó, simplemente inspiró profundamente, intentando aguantar las lágrimas que amenazaban con salir. Alboroto suavemente su pelo antes de salir de allí. En verdad no tenía ningún permiso para hacer algo como aquello sin la supervisión del médico pero igualmente lo iba a hacer.

 

Era como un animal herido. Sufría intensamente pero no quería que nadie le ayudara ni curará por miedo a ser más dañado, pues era débil y lo sabía.

 

A la mañana siguiente Gabriel fue de nuevo a su habitación.

 

-Buenos días.- Dijo una vez más el chico de pelo dorado.

 

Le sonrió como siempre y se acercó con el desayuno que le tocaba. Eran una especie de gachas líquidas, un zumo y unas galletas empaquetadas.

 

-Qué prefieres. ¿Bañarte o desayunar primero?-

 

De nuevo le estaba mimando demasiado. Dejar escoger era innecesario en un hospital.

 

Max le miró quedándose en silencio.

 

-Desatame…- Solo supo decir.

 

-Oh, claro.- Sonriente el mayor se acercó y lo liberó. –Ahora dime. ¿Qué prefieres?-

 

-Me da igual..-Contestó casi sin voz, mirándole con algo de desconfianza. Se perdía. Seguía igual de cerrado.

 

-Bueno, entonces iremos a darte un baño.¿Puedes ponerte de pie. ¿Verdad?- Le miró acercándose para ayudarle por si acaso.

 

El moreno se levantó y se puso de pie sin ninguna dificultad aunque sentía su rostro tirante , ignoro el dolor. Era lo que se merecía y más o así pensaba. Al dar el primer paso no creyó que iba a perder el equilibrio. Los sedantes y demás lo habían dejado muy débil. Y por supuesto el que casi no hubiera comido en días también influyó.

 

-Tranquilo.-  Lo cogió enseguida para no se cayera. – No dejare que te caigas nunca más..- Dijo cerca de su oído.

 

Max se sonrojó y suspiro, sintiendo ese nudo en la garganta. Esas palabras de apoyo sobraban enormemente para el menor.

Caminaba torpemente hacia la ducha que estaba al lado de su cama, en un pequeño baño. Cada habitación, como era lo normal, tenía el suyo.

 

Una vez allí le hizo sentar en un pequeño taburete.

 

-Y ahora relájate…- Le sonrió dulcemente y fue acercándose.- Te quitaré el batín..-

 

Al escuchar la palabra “quitar” Max se puso enseguida a la defensiva.

 

-Puedo hacerlo yo solo.- Dijo mientras se curvaba hacia delante para que no pudiera quitárselo.

 

Suspiro. –Esta bien, inténtalo-

 

Sabía que no podría. No sabría coordinarse. La primera razón era porque no estaba acostumbrado a ver con un solo ojo y las posiciones de las cosas le iban a variar y la segunda porque los anestésicos también aturdían su lóbulo frontal haciendo que, hasta  que no se fuera del todo el efecto, no pudiera llevar a cabo acciones tan simples como desabrocharse un batín, porque no sabría por dónde empezar.

 

Le miraba mientras se quedaba quieto, intentando pensar como empezar con aquello. Jadeó sintiendo como la cabeza empezaba a dolerle.

 

-Joder..- Sus ojos se humedecieron y sin mas dio un golpe en la pared.

 

-Eh, Max...- Se acercó a él tomando su brazo. Me dijiste que no harías nada de eso. –Siguió, esta vez muy serio, intentado buscar sus ojos.

 

El reñido simplemente bajó la cabeza, relajando su cuerpo, dejándolo vía libre.

 

-Max, prometemelo de nuevo. Nada de golpearte. –

 

Seguía mirándole a los ojos a pesar  de que él mirara a la pared. Continuaba tomándole con fuerza de la muñeca.

 

-…Está bien…- Murmuró.

 

-Gracias.- Le sonrió.

 

Empezó a desatarle el batín, dejándolo completamente desnudo ante sus ojos. Por unos momentos fue él quien no supo como reaccionar. Su cuerpo era como el de una estatua de esculpida por el mismísimo Miguel Ángel. Durante todo ese tiempo le había parecido un niño, un hermoso niño que necesitaba ser cuidado y mimado pero ahora no podía verlo como tal, sinó como a un hombre. Max se mantenía con la mirada perdida en algún punto del baño. Estaba levemente ruborizado. Por alguna razón, le daba vergüenza aquello y eso, el enfermero, también lo había visto.

Le terminó de quitar el batín y lo dejó fuera del alcance del agua, colgado en un gancho. Intentaba esconder sus partes íntimas, totalmente desnudas. No hizo nada para que no se tapase, tal vez era mejor si era así.

 

-Um..¿Haces deporte, verdad? – No pudo evitar preguntarlo y así, tal vez, destensar el momento.

 

Tomó la alcachofa de la ducha y humedeció una esponja en la cual tiró jabón para poderla espumar. El chico asintió. Sin el deporte hacía mucho que había llegado a ese hospital. Le ayudaba a deshacerse de la ira y la tristeza. Aunque , desgraciadamente, llegó el momento en que no fue suficiente.

 

-Voy a mojarte.., vale? – Fue contándole.

 

Dejó que el agua resbalara por su cuerpo. Le miraba levemente estremecido. Siempre había estado acostumbrado a bañar viejecitos y viejecitas. Nunca pensó que llegaría un día en que la persona que tuviera que bañar le pareciese tan atractiva. Max al recibir el jabón suspiro en un hilo de voz. Su piel se erizo, provocando que sus pezones también reaccionan.

 

-¿Muy fría?- Preguntó.

 

El otro le contestó negando con la cabeza. En realidad se había estremecido de lo bien que se sentía.

 

-Vale, ahora procederé a lavarte…-

 

Con la esponja empezó a frotar uno de sus amplios pectorales. Tenía que tragar saliva cada dos por tres. Aquello realmente estaba siendo demasiado. Le estaba entrando un “hambre” más que voraz.

 

-Dame tu brazo.- Siguió pidiéndole sucesivamente hasta prácticamente enjabonar todo su cuerpo. Seguidamente se lo aclaró. También lavó su pelo, haciendo que inclinara la cabeza.  

 

Había sido una experiencia diferente para los dos porque ambos se habían sentido extraños.

 

Una vez limpio y listo le puso un batín nuevo, ya que no tenía pijama y lo devolvió a su cama. Aun estaba un poco cortado con lo que se quedó sentado a su lado sin hacer nada por unos momentos. Aun pensaba en su cuerpo y su rostro sonrojado. Realmente le había tocado hondo.    

 

Al desviar la mirada hacia la bandeja de comida volvió en sí.

 

-El desayuno.- Murmuró.

 

Fue a por la bandeja y sin haber otra la destapo y empezó a darle las dulces gachas.

 

-Intenta comer todo lo que puedas.- Le sonrió aun un poco tímido.

 

Max, como le había prometido, sin decir nada y un poco adolorido abrió la boca y empezó a tragar lo mejor que podía.

Pasaron el desayuno en silencio. Gabriel se sentía muy extrañado de sí mismo al sentirse de esa manera, era como si hubiera entrado en una especie de shock del cual su cuerpo no podía salir. El moreno también estaba igual de cohibido y para su sorpresa y asombro no pensó en su pasado durante toda la ducha, solo podía pensar en los ojos del enfermero y sus manos tocándolo.

La verdad era que le había costado un poco no ponerse erecto y eso le avergonzaba. Nunca había tenido clara su sexualidad, pues nunca la había puesto en práctica. Era muy antisocial con lo que nunca se había relacionado mucho con la gente que le rodeaba, ni tampoco interesado. Su  mente estaba llena de problemas y preocupaciones que le impedían pensar ni hacer nada más de lo que ya hacía, que era ir al colegio, cuidar de su hermana y procurar mantener a sus padres lo más contentos posible, aunque había muchas veces que todo lo que hacía no era suficiente y se terminaban peleando otra vez.

 

Cuando volvió en sí se había comido todo lo que la bandeja.

 

-Muy bien, Max.- Dijo alegremente a la vez que recogía las cosas para irse pero se paró de golpe. –Que se me olvida…-

 

De nuevo buscó en uno de sus bolsillos, intentaba hallar esa pomada cicatrizante que tan bien escondía. Había muchas más cosas que guardaba como sus más preciados trofeos, pero en ese momento no le importaban. Le interesaba curar esas cicatrices.

Se acercó nuevamente a él.

 

–Tranquilo..- Susurro mientras que con delicadeza tomó su mentón y con un paquete de gasas que mágicamente había sacado de uno de sus bolsillos empezó a limpiarle primeramente las heridas con una de esas gasas previamente humedecida con agua y jabón.

 

Max quiso separarse de ese repentino agarre pero de nuevo se perdió en esos ojos color trigo que lo inmovilizaron. Se dejó curar y poner la crema.

 

-No se lo digas a nadie.- Dijo aun sin separarse de su rostro. Clavó su mirada en la de él. –Es un secreto.-

 

-…- El menor no contesto, solo se apartó desviando la mirada. –No tienes que hacer esto, si luego tiene que ser un secreto. -Hizo una pausa, cansado de hablar tanto.- No ayudes a un asesino…- Se mordió el interior de su labio. –Tal vez, saldrás mal parado…-

 

Le intento mirar a los ojos, quería alejarle antes que fuera demasiado tarde. No quería desarrollar nada por él.

 

-Escucha.- Sin tocarlo se volvió a acercar a su rostro. –Yo solo veo a un chico que necesita ayuda, no a un asesino. –Le sonrió tiernamente. – Confió en ti, se que no me harás daño porque yo NUNCA te voy a hacer daño a ti. –Le contestó serio y confiado de sus palabras.

 

-Nunca digas nunca.- Murmuró el primero muy apenado.

.

¿Cuantas veces le había prometido su familia que nunca más habrían mas peleas? ¿Cuántas veces le habían dicho que nunca más volverían a hacer llorar a su hermana pequeña?

Al recordarla lloró mucho mas fuerte. Lo empujó al instante.

 

-¡Apártate de mi! No me mires así, ni me hables! ¡Vete!- Gritó jadeante.

 

Empezó a tirarse del pelo. Había perdido otra vez el control de la situación sumergiéndose en una rabia que no podía dominar. Solo quería dejar de pensar en su hermana, arrancársela de la cabeza. Gabriel enseguida tomó como pudo sus manos y se las mantuvo bien sujetas.

 

-Tranquilo…- Susurró.  

 

-¡Dejame! ¡No me toques.! No merezco nada, ni siquiera esto! -Siguió forcejeando.

 

Casi no le podía controlar. Necesitaba ayuda pero por alguna razón no la pidió. Sabía que lo volverían a sedar como si fuera un animal rabioso y no quería que eso pasara.

 

-Max, mírame, Max…- Era inútil. Por mas que intentaba llamar su atención no le hacia caso. Seguía llorando y jadeando, cada vez más cerca de soltarse. –Mierda..- Gruñó el enfermero.    Para sujetarlo se subió a la cama, dejando caer todo su peso encima del menor. -¡Max!- Gritó por última vez. La única manera de sacarlo de ese shock era provocándole otro o segándole. La última opción no le servía, con lo que solo le quedaba pensar en cómo llamar su atención.

Solo había una cosa que rondaba por su mente desde hacía un rato, tal vez sería suficiente impactante para que parara.

 

“Por favor no me odies.” Pensó mientras apretaba sus labios, tentando dándose fuerza.

Se inclinó hacia él a la vez que dejó ir sus brazos. Tomó su rostro le besó con fuerza e intensidad. El chico se quedó parado al instante. Toda la rabia fue sellada por su boca. La ansiedad enseguida lo dominó y volvió en sí. Y con fuerza, con sus manos, lo empujó hacia atrás.

 

-¡A..apártate!- Gritó sonrojado y con lágrimas en los ojos.

 

Pero Gabriel no se rindió, volvió a unir sus labios con los de él, besando su inferior con la misma fuerza que antes, succionando sensualmente, haciendo gemir de dolor al otro el cual empezó a golpearle con la espalda. Gritaba ahogadamente. Sentía subir el calor en sus mejillas y como las fuerzas le abandonaban muy lentamente Se rindió ante aquella nueva sensación que en el fondo no le pareció desagradable.

El mayor cambió de técnica, y los besó a la vez, los humedeció con su saliva hasta que el otro cayó agitado y rendido ante aquello.

En ningún momento llegó a corresponder. Su cuerpo había quedado inmóvil como el de una estatua.

 

Después de aquello se sintió liberado. Se separó suavemente, mirándole al rostro, aun acariciando sus sudadas y húmedas mejillas, fue separándose hasta abandonar la cama.

 

-Tranquilo…- Susurró una vez más.

 

Se quedó con él un rato mas, permitiéndole así quedarse más tiempo sin ataduras..

 

Aquel había sido el primero beso del ojiazul. No sabía como sentirse. Todo el rato estuvo inmóvil, saltando levemente por el hipo que le había causado aquel disgusto y mal rato. Miraba en dirección contraria a la del chico. Estaba avergonzado, confundido y sobre todo abrumado por esa sensación entre dolorosa y placentera que le había quedado en los labios.

 

Las horas pasaron y Gabriel no se iba de su lado. No quería atarlo. Pero si lo dejaba libre podría ser peor para el chico. Tomó suavemente su muñeca.

 

-Max, debo hacerlo hasta la hora de comer…-

 

El moreno le miró unos segundos para luego volver  a desviar la mirada, dejándose. Quería que se fuera, no podía sacarse esa sensación de encima, necesitaba estar solo. Se intentó acomodar, ya atado en la cama y cerró los ojos.

 

-Hasta luego…- Dijo el rubio en voz flojita, saliendo de la habitación con pena.

 

Sin darse cuenta sus manos intentaron tocarse la boca, pero las ataduras fueron enseguida un impedimento. Dio un vistazo a toda la habitación. ¿Por qué incluso querer estar solo era tan difícil? Todo el mundo se apartó de él cuando no deseaba la soledad y ahora que era lo único que ansiaba, no la podía obtener.

 

No entendía porque ese chico no lo repelía como todos los demás. Estaba loco, debía ser eso.

Y aun entendió menos aquel beso. Movió levemente sus labios aun algo húmedos de su saliva.

 

Le había gustado y mucho y eso no estaba bien. No porque fueran hombres sino porque él temía dañarlo, o que le dañara. Eso era todo. Era una cadena que siempre le  llevaba a ese punto de miedo a hacer daño a los demás. Si quería a alguien deseaba que este le quisiera también y que nunca le hiciera daño porque si era así no le podría perdonar nunca. Había llegado a esa conclusión a causa del sufrimiento que había aguantado con su familia. Nunca más se dejaría doblegar ni arrastrar por nadie. Nunca lloraría ni se sentiría mal por nadie.

 

Eso le ahorraría tener que herirlo.

 

“Porque el dolor se acaba cuando la persona ya no esta.. ¿verdad?”

 

Eso quería pensar y eso era lo que su mente le decía. La soledad era un dolor mucho más dulce y tranquilo. Algo silencioso y cálido que te envolvía y parecía que nunca te dejaría.

 

Abrió de nuevo su orbe azul. ¿Y por qué ahora parecía que una luz se abría paso en su oscuridad? ¿Por qué? Sentía dolor en su garganta cada vez que pensaba en él y en el fondo de su cabeza una frase retumbaba.

 

“¿Por qué no viniste antes?”

 

 

Continuará...

Notas finales:

Antes de todo. Felicidades y muuuchas gracias por haber leido hasta aquí.

Acepto cualquier tipo de comentario mientras que este sea instructivo.

Seguire con la historia la semana que viene.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).