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Quiero derretir tú frío corazón con cada una de mis ardientes caricias. por koru-chan

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Capítulo uno:

 

¿Qué hace mi jefe en un bar gay?

 

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Lo penetré de forma certera continuando con un ritmo oscilante y continuo. Apoyé ambas manos a los costados del cuerpo de mi amante arrugando entre mis puños las sábanas bajo nuestros cuerpos sudorosos. Le sonreí jadeante cerrando mis ojos disfrutando de sus gemidos bajitos acompañados de leves gruñido.

 

—… No pares. Me voy a correr—jadeó. Me acerqué a su húmeda cavidad mordiendo su labio inferior sintiendo como su cuerpo se tensó—. Mierda…—exclamó aprisionando mi miembro al contraer su entrada. Sisee de gusto lamiendo mis labios al ver como una sustancia viscosa se regaba en su vientre. El hombre, exhausto, respiró dificultoso bajo mi cuerpo mientras yo me acomodé de mejor forma sobre su anatomía. Enrosqué uno de mis brazos en torno a su muslo para alzarlo levemente y, así, introducirme más profundamente en aquel cuerpo inerte.

 

Tras eyacular, hundí mí rostro en la curvatura de su cuello sacando mi miembro semierecto de su entrada esbozando un ronco gruñido. Me acomodé entre sus piernas besando su pecho dorado y terso sin obtener una caricia ni una sutil reacción por parte de mi amante. Hice un puchero fugaz y, en un arrebato, cogí una de sus manos hábiles y varoniles para posarla en mi cintura y acercarme a sus finos y rosados labios. Lo besé de forma lenta y dulce. Sin poder evitar borrar aquella sonrisita llena de satisfacción por haber logrado entrar, un poco, a su corazón de hielo.

 

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—Es tarde. Rápido, levántate—frío como siempre me tomó del hombro meneándome un tanto brusco para que me alzara de su cama. Con pereza me senté en el lecho desordenado y bostecé somnoliento.

 

—Te ves guapo—le dije juguetón sabiendo su reaccionar interno. Vi como se acomodó la corbata de color vino frente a un espejo de cuerpo completo situado en un lugar estratégico de su cuarto. Alcé las mantas para levantarme de inmediato tras ver como estaba luchando con el nudo de aquella satinada prenda—. ¿Me dejas intentarlo?—toqué con delicadeza su mano haciendo que se volteara. Me alcé de puntillas para acomodar con maestría aquel lazo que le complicaba la vida—. Perfecto—lo miré con coquetería sin provocar que aquel rostro gélido me mostrara una señal de afecto.

 

—Vístete—me miró de pies a cabeza con clara incomodidad tras descubrir que estaba desnudo. Sus mejillas se entintaron de un rosado tenue. Mordí mi labio inferior. La imagen era adorable. Gustoso me alcé de puntillas tomando el control de su boca en un gesto rápido, brusco, hambriento y deseoso.

 

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Refregué uno de mis ojos viendo como las puertas plateadas se habrían con suma lentitud frente a nosotros. No pude evitar bostezar secando una lagrimilla de la esquina de mi ojo mientras veía como entraba a la pequeña cabina. Lo seguí ganándome detrás de él apoyándome de la pared de espejo. Aproveché aquel detalle para observar mi vestimenta y acomodar mi cabello. Suspiré cuando el silencio comenzó a reinar en aquel reducido lugar. Siempre era así con aquel lindo espécimen; me trataba como un desconocido. Colocaba una barrera a pesar que manteníamos una relación. Bueno, una extraña unión sin nombre.

 

—¿Cómo te sientes? No te duele, ¿cierto?—me acerqué a su ancha espalda acariciando sus caderas de forma lasciva. Sentí de inmediato un respingo, mas, aun así, no se alejó.

 

—Estoy bien—quitó mis manos de su cuerpo girándose con el ceño fruncido. Le molestaba de sobre manera que le preguntara esas cosas, más aún, a estas alturas del tiempo que llevábamos haciéndolo—. Estamos fuera del departamento. Compórtate, por favor—ordenó mientras yo le sonreía con coquetería tironeando la solapa de su traje para besarlo de forma posesiva, pero rápidamente, sentí la humedad de su boca empeñada en separarse; luchaba, mas, poco a poco se dejó llevar, apoyando una de sus manos en los espejos que contorneaban aquel elevador. Recibió el control gustoso, pero, en aquel instante sentimos como las puertas se abrieron, haciendo que Akira se quisiera separar de forma inmediata de mi boca, pero, como el muy hijo de perra que era, lo cogí de su nuca aprisionándolo contra mis labios sin importarme los grititos de asombro de las menopáusicas vecinas de mi rubio jefe—. Idiota—habló jadeante y molesto una vez que escuchamos cerrarse los paneles metalizados tras su espalda. Le sonreí triunfante.

 

—¿Viste? Conseguí que ninguna vieja respingona con falta de sexo se subiera—me reí a carcajadas frente a su rostro enojado. Me alcé de puntillas para rozar sus delgados labios de bello color rosa tenue, separándome de inmediato al ver que no había forma de cambiar su duro semblante. Negó con su cabeza e irritado se giró golpeando rítmicamente su pie contra la cerámica del piso esperando, impaciente, que el tortuoso trayecto, de veinte pisos, concluyera. Suspiré mirando su espalda. Siempre que se ponía así, me costaba horrores traspasar aquella barrera que se autoimponía, mas, yo me lo buscaba por hacer cosas que a él le molestaban.

 

Yo vivía mi sexualidad de forma normal y libre mientras él mantenía una doble vida llena de mentiras. Siempre tenía latente que su hermetismo cuidado, algún día, fuera descubierto. Era complicado para él. Ser el cabecilla de una gran empresa con gran prestigio e impecable vida complicaba las cosas por el régimen impuesto de la organización que nos rodeaba. Ser descubierto que en realidad su apariencia heterosexual era una falsa y que en realidad era gay y el pasivo de una relación con uno de sus empleados, era lo peor. Aunque tenía el conocimiento y estaba al tanto de todo, siempre terminaba metiéndolo en aprietos.

 

Abrí la puerta del Mustang rojo de mi amante acomodándome relajadamente mientras bostezaba y me acurrucaba en el asiento del copiloto. Vi como Akira se subió adecuando perfectamente su cinturón de seguridad para luego introducir la llave en la abertura para hacer andar aquel precioso auto.

 

—Ponte el cinturón—habló sin mirarme con la vista fija en el camino conduciendo hacia la salida del estacionamiento de su departamento.

 

—Claro, sólo si me das un besito—giré mi cabeza reposada en el respaldo del asiento estirando mis labios formando un piquito juguetón. Éste me miró alzando una ceja ignorando mis labios deseosos de probar los suyos una vez más antes de comenzar la farsa aquel día laboral. Fui ignorado completamente. Tomó la cinta cruzando mi pecho mientras refunfuñaba de lo pesado que era por no seguir mi jueguito, acaso ¿no se daba cuenta que lo deseaba a todas horas, minutos y segundos?

 

—Me buscaré otro—hablé infantil con las mejillas infladas sin tener réplica por parte de mi superior. Bufé prestándole atención a la radio para sintonizar algo de música para que amenizara aquel ambiente viciado. Arrugué mi nariz sin dar con algo bueno hasta que llegué a una canción que me hizo llenar de recuerdos de hace dos meses atrás. La melodía era un cover conocido: Toxic el cual era tocado de una forma muy sensual; lento y cautivador. Sonreí mirando a mí jefe y luego miré el paisaje de la ventanilla de mi costado. Aquella canción sonó en un momento exacto mientras me encontraba en un popular bar de ambiente el cual solía frecuentar en busca de lindos chicos para coger y divertirme por una noche…

 

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—Él de la mesa de la esquina está... bastante bien—mi amigo se mordió el labio bebiendo un poco del contenido de su vaso sin quitarle la vista a su objetivo deleitándose visualmente con el moreno de la mesita del fondo del local haciéndome reír a carcajadas.

 

—¿Hace cuánto qué no tienes sexo, Takashima?—me burlé viendo las mejillas sonrosadas de mi acompañante. Con una sonrisilla juguetona lo observé actuando algo cohibido. Resoplé divertido recorriendo aquel recinto disfrutando del ambiente de aquel día en medio de la semana. Era sagrado para nosotros juntarnos a beber en este bar temático gay; nos quitábamos el estrés semanal deleitando nuestra vista y, si todo salía bien, nos llevábamos a alguien a la cama—. Deberías hablarle, la técnica acoso visual no te va a funcionar—entoné jocoso levantándome por otra copa.

 

—¿Crees que sea hetero?—me cuestionó. Observé al moreno y luego crucé miradas con mi castaño y lindo amigo de trasnoche.

 

—Cariño, ¿qué hace un hetero en un bar gay?—en medio de mi camino, moví mis labios con aquel mensaje sin emitir sonido. Éste me entendió a la perfección. Nuestros años de amistad y complicidad no eran en vano. Sonreí sin perderme ningún movimiento de mi acompañante, quien, tímido, se acercó a la mesa de aquel hombre quien distraído miraba su teléfono. El castaño llamó su atención y tras un cambio de palabras éste se sentó junto al moreno con el cual entabló una plática amena.

 

—De lo mismo, ¿cierto?—me preguntó el joven del bar a lo que yo asentí viendo como llenaba con rapidez mi copa. Tomé el cristal coqueteándole al chico detrás del mesón que llevaba bastante tiempo mirándome. No era mi tipo; demasiado aniñado y bastante “vivido” diría yo, pero me gustaba flirtear, era mi esencia.

 

Llevé el recipiente a mis labios cuestionándome, mentalmente, la razón del porqué ya no tenía las mismas ganas de acostarme con cualquiera que me moviera un poco las caderas o me sonriera pícaro. Ahora deseaba algo intenso y duradero. Ya no quería acostarme con alguien que al día siguiente ni recordara su nombre. Buscaba, por una vez en la vida, una pareja que me hiciera enfrentar los problemas y conflictos cotidianos: Peleas estúpidas por convivencia, celos sin sentido, para luego solucionar todo con un perdón tierno y detallitos cursis.

 

 Caminé de vuelta a la mesita redonda que anteriormente estaba con el castaño, viendo, disimuladamente, el coqueteo intenso que mantenían esos dos ya sentado demasiados juntos para parecer simples conocidos. Suspiré mirando mi teléfono; esa noche me tendría que ir solo a casa y aún ni eran las nueve de la noche.

 

Terminé de beber mi vaso dejándolo sobre la mesa mientras alzaba la vista percibiendo como llegaban más chicos llenando de bullicio y risotadas divertidas el pequeño local. Aburrido, bufé comenzando a inspeccionar el lugar jugando con mi copa vacía mientras era tentado por mi mente a ir, nuevamente, a la barra para coquetear, inocentemente, con el joven muchacho; sólo para ver que salía de todo eso…

 

Cuando me decidí levantar y caminar hacia mi objetivo, mis ojos dieron de lleno con un rubio y sensual hombre conocido. Akira Suzuki; hombre deseado por todas las féminas de mi trabajo. Era mi jefe... Abrí enormemente los ojos cuando mi cerebro entendió que algo no andaba muy bien ahí. Akira Suzuki era gay…

 

No pude evitar cambiar mis facciones sorprendidas por unas llenas de burla y malas intenciones, mas, éste me ignoró completamente evitando chocar con mi cara jocosa. Como si fuese un completo desconocido, pasó por mi lado yendo hacia el área de venta de licores. Al parecer andaba solo y… era mi tipo. Sonreí a su espalda. Sí, tenía un prototipo de hombre extraño. Más que por su apariencia sensual, me atraía su personalidad gélida e intimidante. Parecía no tener emociones, pero debajo de todo eso quería descubrir lo cálido que era; me intrigaba saber cómo sería en la intimidad, y más ahora al descubrir su muy bien guardado secreto. Sonreí yendo detrás de él como imán. Pedí otro trago acompañándolo en silencio, sabía que detestaba mi presencia por lo quisquilloso de mi actuar y mi libertad deslenguada de expresarme.

 

—Decepcionará a todas las chicas del área de diseño—miré mi copa entre mis manos esperando una respuesta de sus labios de un pigmento rosa deseable. Éste bebió el contenido de su vaso tomándose el tiempo para contestar.

 

—Nadie tiene que enterarse de esto—entonó cortante. Podía palpar como controlaba su creciente molestia hacia mí. Mordí mi labio saboreando el momento mientras observaba el líquido de mi copa. Claro, no era un hijo de puta para ventilar a viva voz su secreto. Sólo me limitaría a jugar con aquella nueva información y me divertiría en el proceso.

 

Busqué su mirada para espetarle algo más y, en aquel acto, vi como un tipo joven y delgado le hablaba con cierta doble intención. El sujeto lo escuchó y tras intercambiar un par de palabras discretas ambos se dirigieron a la salida. Mi jefe no se volteó hacia mí. Ni siquiera me dio una advertencia o tuvo la intención de pedirme que guardara el secreto. ¿Acaso confiaba en que iba a mantener mi boca cerrada?

 

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Al otro día lo vi en la agencia desde lejos. No estuvo en su oficina y, por casualidad, lo vi salir de una reunión. Lucía tan normal como siempre. Fruncí mi ceño intentando ignorar que, quizás, ¿había tenido una alucinación? ¿Tanta era mi calentura? Era cierto, el hombre era realmente guapo, pero guapo del tipo hetero; una fantasía que todo gay quiere y desea...

 

En el transcurso de la jornada, no lo volví a ver. Por lo que, en mi desespero, aquella misma noche―y en solitario―volví al bar. ¡Estaba en juego mi salud mental! Quería creer que era real y, sobre todo, anhelaba encontrarme con él de forma “casual” y poder conversar... o lo que se diera.

 

Esperé expectante que apareciera, pero no lo hizo.

 

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Decepcionado continué con mi vida cotidiana. A la mañana siguiente debía entregar un informe de avances a mi rubia y actual obsesión, pero ya eran las diez y no aparecía. ¿Otra vez no iba a venir? Observé su oficina cerrada desde mi puesto en el exterior. Suspiré adelantando trabajo antes de que le diera el visto bueno a mi archivo para no atrasarme en la fecha límite.

 

Por varios minutos estuve inmerso en mi pantalla cuando oí unas pisadas duras aproximarse. Alcé mi cabeza viendo como aquel hombre abría su puerta y sin mucho cuidado la azotó. En el área de trabajo hubo un largo silencio que paulatinamente fue llenado por vocecillas que especulaban sobre qué le había pasado al jefe y el porqué se veía más cabreado de lo habitual.

 

Seguro tuvo mal sexo. ¿A quién no le había pasado? Me mofé gustoso mientras me alzaba de mi puesto. Tomé unos documentos y, como suicida decidido, me dirigí a su despacho. Me detuve frente a su puerta escuchando como le gritoneaba a su secretaria por teléfono.

 

—Pobre mujer—esbocé en voz baja antes de dar pequeños y suaves toquecitos al cristal empavonado. No escuché respuesta así que me adentré de igual forma. Mi jefe me miró con el ceño fruncido debajo de sus anteojos, luego me ignoró bajando su vista hacia el teclado en el cual deslizaba sus dedos con suma rapidez. Vi como picaba el botón “enter” y se quitaba sus lentes masajeándose las sienes y el puente de su nariz.

 

Me senté en los cómodos sillones de cuero negro de su elegante oficina cruzándome de pierna en forma coqueta. Agradecí a los dioses el haber optado, aquella mañana, por aquellos pantalones azabache ajustados que me quedaban de maravilla—. A veces uno se gana malas experiencias acostándose con tipos que conoce por internet—canturreé sin quitarle la mirada de encima viendo como alzaba la vista de su computador aún más molesto que hace unos segundos. Había dado en el clavo.

 

Estaba seguro que Suzuki era uno de esos típicos gais no asumidos. De esos que se daban cuenta de sus preferencias sexuales cuando sus relaciones heteros normadas de años se iban por el caño. Tarde se fijaban que las mujeres no les calentaban y, frustrados, se convencían que deseaban con desesperación un miembro rebosante que les partiera el culo. Pero lo más complicado de todo era que, aun así, no se tachaban como gais por completo porque aún deseaban encontrar a la diosa, a la fémina que le solucionara su problemático deseo de penes y al fin poder vivir tranquilamente su vida perfecta y socialmente bien vista. Estaba seguro que ese era el caso de mi querido jefe.

 

—¿Qué dices?—entonó entre dientes. Su ira era latente.

 

—Lo que escuchó—le sonreí—. ¿Le aconsejo algo?—me levanté de mi cómodo asiento acercándome a su escritorio. Posé la carpeta que traía entre mis brazos sobre la impecable y ordenada mesa de madera brillante, para luego aproximarme aún lado de él y sentarme al borde de su mesa. Me crucé, nuevamente, de piernas sin quitarle la vista de encima—... Es mejor conocer a los tipos antes de acostarte a ciegas con ellos—lo miré mientras saboreaba mis labios preguntando como sabrían los ajenos. Me bajé del escritorio tomando entre mis manos su impecable corbata. Acaricié con las yemas de mis dedos la textura de esta mientras le sonreía deslizando mi diestra por su pecho al mismo tiempo que lo observaba deseoso―… Pero si quieres, estoy disponible, te haré gritar mi nombre como una puta—susurré cerca de su boca sin rozarlo. Cuando terminé de hablar pude ver que no había cambiado la expresión de su rostro. Akira me iba a salir complicado, pero sólo me quedaba esperar si mi ofrecimiento valía la pena o si debía continuar con el plan B el cual consistía en secuestro y sometimiento salvaje, pero nunca había llegado a tanto. Me aparté de él—. Le dejé mi informe, cualquier cosa me manda a llamar…—apunté con mi dedo índice la carpeta de color azul que había dejado sobre el escritorio. Recalcando las últimas palabras guiñándole uno de mis ojos antes de salir de su oficina.

 

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Mi amigo, deslizó sobre la pequeña mesa una copa colmada de alcohol. Miré esta con tristeza percibiendo como éste se sentaba junto a mí.

 

—¿Qué te pasa?—me preguntó preocupado por mi estado anímico tan decaído.

 

—Perdí mi don de conquista. Le pregunté, por tercera vez en esta semana, si quería tener sexo conmigo, pero no obtuve nada. Y hoy lo volví a hacer ¡arrastrándome como nunca! Pero fui ignorado completamente—observé al castaño junto a un puchero fugaz.

 

—No has perdido nada, cariño. El tipo es amargado ¿Quién no querría estar contigo?—bebí el contenido de mi vaso alzando la vista cuando percibí como llegaba gente al recinto, y en el acto, crucé miradas con aquel rubio sensual que me había rechazado tantas veces en tan poco tiempo.

 

—¡Ahí está!—me senté derecho observándolo.

 

—¿Quién?—miró disimulado tras su espalda topándose con el rubio quien se había sentado en frente de la barra. Se rió de mí por mi actuar. Él sabía que jamás me descontrolaba por alguien. Bufé sintiéndome estúpido mientras apartaba la vista de aquel hombre. Estaba nervioso porque antes de venir para acá había jugado mi última carta: Le había enviado un mensaje de texto. ¿Yo era el motivo del por qué él estaba acá? Aquel pensamiento me llenó de esperanzas.

 

Evité mirarlo y sólo me limité a preguntarle a Takashima qué era lo que hacía; para prepararme si se decidía a acercarse para pedirme que tuviéramos sexo de forma salvaje y desesperada. Sonreí por mis pensamientos que divagaban expectantes. Extrañado salí de mi trance por una luz parpadeante y el vibrar de mi teléfono. Ensanché mis ojos al percatarme que tenía un nuevo mensaje con el remitente: Akira Suzuki.

 

Giré mi rostro hacia la barra, pero el sujeto ya no se encontraba ahí. Miré a mi amigo con los ojitos brillantes de emoción quien me hizo un ademán despreocupado con su mano seguido de un: ―. Que te vaya bien—más una sonrisita divertida por mi actuar tan desesperado.

 

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Me encaminé hacia la salida a paso rápido releyendo aquel mensaje una y otra vez: “Te espero en el estacionamiento…” porque necesitaba autoconvencerme que era verdad y no un invento de mi cerebro calenturiento y ansioso.


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