A pesar de tener todos y cada uno de los miembros totalmente empapados en sudor, el chico pelinegro no dejaba de vibrar. Estaba rodeado por una atmósfera caliente que en otras circunstancias probablemente habría sido molesta e insoportable, pero no resultaba así en aquellos momentos. Y aunque sentía que se cocinaba, Ryuichi, al igual que el resto del joven público, no dejaba de mover su cabeza de forma frenética al compás de la música.
Los cuatro hombres sobre el escenario, quienes juntos constituían su banda favorita y eran sus ídolos más respetados, se paseaban de un lado al otro visiblemente satisfechos, animando al público para que entonara los coros lo más fuerte que pudiera. Aparte de las letras de las canciones, podían escucharse sus nombres siendo gritados por todas las chicas; y es que los ejecutantes, con sus llamativos atuendos, sus cabellos levantados y su maquillaje extravagante -además de su música, claro está- volvían locas a las féminas. Empero, el artista del que más se escuchaba su pseudónimo siendo vociferado hasta la desesperación era el apuesto vocalista, como bien lo pudo comprobar el pelinegro colegial al ser terriblemente perturbado por un chillón y ensordecedor grito que se oyó junto a él.
Ryuichi apretó los dientes y frunció el ceño, sabiendo que a pesar de lo mucho que le molestara, no podía pretender callar a las fanáticas. Despotricó mentalmente contra ellas, eso sí, pero sus argumentos se acabaron cuando halló que con el estruendo había sido violentamente distraído de lo que estaba viendo… Y lo que miraba entonces no era otra cosa que al guapísimo Morrie.
Un fuerte sonrojo se posó en sus mejillas, y ya no le fue permitido disfrutar de los bises en paz. Se repetía a sí mismo que con justa razón podía observar a los integrantes de Dead End cuanto quisiera; después de todo, esa era la primera vez que la banda tocaba en Kanagawa. Por ello, resultaba todavía más justificado observar atentamente al frontman; ya que, como todo aquel que sabe algo de música entiende, es quien lleva buena parte de la mayoría del protagonismo en un concierto.
La presentación terminó sin que el chico de los ojos marrones se diera cuenta, perdido como estaba en sus pensamientos y coreando los estribillos maquinalmente. Observó a sus héroes desaparecer tras bambalinas mientras los miembros del staff desarmaban la batería y guardaban los demás instrumentos, por lo que el público comenzó a retirarse. El pelinegro de largo cabello lacio se quedó unos instantes más donde estaba, algo nostálgico al imaginar que faltaría bastante tiempo para volver a ver a la agrupación heavy presentarse de nuevo en la prefectura, cuando en eso, sintió que le tocaban el hombro. Se volteó.
Un chico pelirrojo, de cabello largo como el suyo, levantó la mano en señal de saludo, al tiempo que ocultaba la contraria tras su espalda. Vestía un jeans desteñido con agujeros en las rodillas y una sencilla camiseta negra, corte al hombro. El muchacho sonrió ligeramente, ladeando la cabeza segundos después.
-¡Hola! ¿Sabes? Creo que te he visto antes, y si no me equivoco, es porque vamos a la misma secundaria- miró la expresión un tanto confundida del menor, por lo que pasó a explicarse, rematando sus palabras con una sonrisa más amplia. –Quise hablarte porque veo que te gusta Dead End igual que a mí.-
-Sí, así es- respondió el otro, relajando su gesto también. –De hecho, son mi banda favorita; los escucho casi desde que empezaron.- El pelinegro se inclinó metódicamente. –Mucho gusto, me llamo Ryuichi Kawamura, pero puedes decirme sólo Ryuichi.-
-Encantado, Ryuichi-kun- el pelirrojo hizo otro tanto. –Yo soy Yasuhiro Sugihara, pero mis amigos me llaman Sugizo.-
Luego de eso, los dos chicos comenzaron a caminar hacia la salida. Iban intercambiando impresiones acerca del espectáculo que acababan de ver, pero una vez afuera, el mayor tomó la palabra.
-Ryuichi-kun… me preguntaba si tienes algo que hacer ahora- el aludido pestañeó sin entender del todo la extraña petición. –Es que me gustaría presentarte a mis amigos. Y bueno, como todos venimos saliendo del concierto, iremos a mi casa a tomar algo… ¿Qué dices?-
Debido al hecho de que el menor acababa de mudarse hacía relativamente poco de su Yamato natal, no había tenido tiempo de conocer a casi nadie en Hadano. El año lectivo había comenzado un par de semanas atrás, y por estar todavía ocupado en ayudar a su madre a conseguir lo que aún les faltaba en casa, no había podido socializar con nadie en el colegio. Entonces, le pareció aquella una muy buena idea, por lo que convencido, asintió de buena gana.
Sugizo lo condujo hasta uno de los autos que estaban aparcados fuera del lugar donde se había llevado a cabo el concierto. Dos jóvenes aguardaban apoyados en el vehículo, mientras que un tercero se había acostado sobre la tapa del motor de forma absolutamente despreocupada. Era el más rollizo de los tres.
-Chicos, les presento a Ryuichi-kun- todos voltearon a ver no bien escucharon su voz. Hasta el castaño que ya dormitaba sobre el carro levantó la cabeza para ver al recién llegado. –Ellos son J e Inoran- señaló a un rubio y a un chico de cabello oscuro y lacio como el de él. –Y el de allá, que está a punto de fundirme el motor, se llama Shinya.-
-¡Oye, Sugichan! ¡No te pases!- protestó el aludido, bajándose del auto con cara de molestia y rascándose la cabeza aún medio adormilado. Todos rieron y las comisuras de Kawamura se estiraron también; no atreviéndose éste a hacer más que eso, sin embargo.
El pelinegro que estaba al lado del rubio se acercó al muchacho nuevo y le habló con voz tenue, mirándolo al tiempo que le ofrecía una linda sonrisa.
-Bienvenido, Ryu-chan. Creo que tú vas al mismo grado que Jun y yo, pero estás en otro grupo. Shin-chan y Sugichan nos llevan un año a los tres.-
Su interlocutor asintió, quedándose prendado de los expresivos y profundos ojos negros del que le dirigía la palabra. El detalle fue captado por el alto rubio, quien despegándose del auto de su amigo y rodeando con un brazo los estrechos hombros de su compañero, intervino en la conversación, intentando que su tono sonara casual, lo cual consiguió al intercalar las palabras con sus tan habituales risas.
-No deberías tomarte tantas confianzas con Ryuichi-kun, pequeño. Al igual que nosotros, lo acabas de conocer. Pero bueno, ¿qué tal si nos vamos de aquí? Realmente muero de sed…-
-¡Ah, J! ¡Eres un alcohólico!- bromeó Sugizo, al tiempo que abría la puerta del coche del lado del conductor y se subía. Quitó los seguros del resto de las puertas e invitó al nuevo del grupo a que tomara el lugar del copiloto. A pesar de la reticencia primera de éste porque hacer tal cosa tras haber sido apenas presentado con los demás le apenaba un poco, el bueno de Shinya no pareció molestarse en absoluto por el cambio, sino que estando a punto de subirse en el asiento trasero después de sus viejos amigos, secundó la petición del pelirrojo con una sonrisa bonachona.
-¿De dónde eres, Ryuichi-kun?- inquirió el mayor de todos cuando ya conducía, una vez que se enrumbaban a su casa. –Digo, porque se me hace muy extraño que hasta este año te haya visto en el colegio… ¿O fue que estabas en otro y te cambiaste?-
Que todos los demás se quedaran en silencio esperando su respuesta puso al interpelado un poco nervioso, pues hasta los de atrás habían interrumpido sus conversaciones triviales por escucharlo.
-Soy de Yamato. Mi madre y yo nos mudamos hace poco… Por eso es mi primer año en esa secundaria.-
-Es que ni te esperas a llegar a casa para comenzar a acosarlo, ¿eh Sugichan?- intervino Jun mientras bajaba la ventana de su lado y encendía un tabaco, esbozando una media sonrisa. Ryuichi se turbó visiblemente por semejante comentario y Sugihara miró a su amigo a través del retrovisor con ojos de querer matarlo, desviando el tema completamente a continuación.
-¡J! ¡Te he dicho que no me gusta que fumen en el carro porque luego mi papá me regaña!-
-Ven y quítame el cigarrillo, entonces…- repuso el rubio, devolviéndole la terrible mirada con una de descaro y autosuficiencia, la cual acompañó con un pequeño mohín de una de sus comisuras. Dicho gesto provocó un molesto bufido de parte del pelirrojo, que bien se podía interpretar como un “luego me las pagarás”. Inoran habló entonces, intentando relajar los ánimos.
-Oigan, ¿por qué no pasamos a algún lugar a comprar comida? Ustedes sólo piensan en tomar, pero hay quienes también queremos comer. ¿Ryu-chan, tú tienes hambre?-
El otro pelinegro se volteó de repente, y en su cara se evidenció que no estaba prestando atención. En realidad, se había quedado intentando procesar correctamente la indirecta de Jun.
-Yo ehh… sí, un poco. Pero no se molesten. Puedo comer más tarde.-
-¡Decidido!- declaró emocionado quien planteara la interrogante. -¡Pasaremos a comprar comida china!-
-¡Yeiii, sí! ¡Amo la comida china!- se sumó Yamada, aferrándose del asiento del conductor y zarandeándolo. -¡Tú siempre tienes ideas geniales, Ino-chan!-
-¡Shinya, no hagas eso!- El pelirrojo se sostuvo con fuerza del volante, asustado por el repentino movimiento, cuando en eso el semáforo indicó el alto. –De acuerdo… iremos por su famosa comida china, ¡pero es que ustedes sólo piensan en comer!-
-¡Los raros aquí son J y tú, que viven del alcohol y del aire! ¡Por eso estás así!- El castaño pellizcó una de las mejillas de su amigo, quien ya bastante estresado por las provocaciones iba a increparlo con un buen grito. Sin embargo, en eso el de rolliza contextura divisó un restaurante de los que estaban buscando. -¡Den la vuelta y los vemos en la esquina!- dijo, y de sopetón abrió la puerta, llevándose a su compañero de oscura melena consigo, casi que arrastrado.
-¿¡Pero qué demonios hacen!? ¡Inoran!-
-¡Ay, Jun, déjalo! Ni que te lo fueran a robar…-
Sugizo exhibió entonces el mismo semblante de satisfecha presunción con que lo molestara el de blonda cabellera instantes atrás. Al otro no le quedó más remedio que mantenerse en silencio y con los brazos cruzados tras haber tirado la colilla de su cigarro al pavimento, intentando disimular el rubor que apareció en sus pómulos, debajo de sus ojos achinados.
-…¿y vives muy lejos de aquí, senpai?-
Sugihara devolvió su atención a quien lo interpelaba.
-No. De hecho que ya casi llegamos. Mi casa estará sola hoy y por eso vamos para allá, pero usualmente nos reunimos donde Jun. Vive más cerca del colegio y sus padres no llegan sino hasta tarde.-
-Ya veo. Mi casa también pasa sola mucho tiempo: mi madre trabaja y yo… soy hijo único… -
Ryuichi suspiró pesadamente, recostándose en el asiento al tiempo que llevaba la mirada hacia el frente y la perdía en el horizonte. El pelirrojo le sonrió luego de que terminara de estacionarse donde su amigo les había dicho que los verían.
-Bienvenido al club, entonces. Aquí los únicos hermanos de alguien, que por ello es como si lo fueran de todos, son los cuñaditos de J…-
-¡Ahh, Sugihara, te estás pasando!- protestó el rubio, con voz amenazante. -¡Deja de decir tonterías!-
-Tú empezaste, Onose.-
Sonriendo todavía, el mayor se volteó y se acomodó en su asiento también. Momentos después, observó a su siempre hiperactivo mejor amigo salir del restaurante con varias órdenes de comida en las manos. Ese hecho no se le hizo extraño, pero cuando advirtió que el castaño era seguido por el chico menor, quien asimismo portaba otras tantas cajas más y a duras penas las cargaba, ya no pudo con el asombro.
-¿Pero están locos esos dos? ¡Debieron haberse gastado la mesada en todos esos platos!-
J sonrió de lado, subiendo la ventana cuando Yasuhiro encendió el motor.
–Parece que no conocieras a Shinya…-
Inoran entró de primero al auto cuando el rubio le abrió la puerta. Tras entregarle al muchacho parte de la carga que llevaba, le cedió espacio al mayor, quien venía detrás de él.
-¿Me quieres explicar que es esa exageración de comida?- inquirió el pelirrojo, viendo que incluso se les dificultaba a los de atrás acomodar todos los recipientes en el suelo y en sus regazos. El simpático castaño sonrió.
-Es que esos paquetes que traía Ino-chan son los de ustedes. El resto es mío.-
Todos voltearon a verlo, incluso el reservado Kawamura, y emitieron una sonora exclamación[1]. Shinya rió animadamente por la reacción súbita y generalizada.
-¡Mentira, bobos! Por supuesto que todo es para todos. Es sólo que ya saben cuál es la política de los Yamada: es mejor que sobre y no que falte. Además de que hoy nos acompaña Ryuichi-kun, y no íbamos a permitir que no pudiera comer cuanto quisiera.- Miró al pelinegro, quien a su vez le sonrió e inclinó la cabeza levemente a modo de agradecimiento. –¡Eso, sin contar con que aunque lo niegue, el ex capitán del equipo de fútbol come igual o casi tanto más que nuestro beisbolista estrella!-[2]
El de melena clara se sonrojó de nueva cuenta y desvió la mirada haciéndose el desentendido, ante los atisbos divertidos de sus compañeros. La sonrisa de Ryuichi permaneció por un tiempo más, pues aunque iba escuchando las bromas de los otros y hablando con ellos, meditaba asimismo acerca de que en el poco rato que llevaba de conocer a aquellos chicos, se la había pasado muy bien. Y que aunque todos eran diferentes –Sugizo se comportaba extrovertido y parlanchín, mientras que Inoran, dulce y amable; J actuaba decidido y altanero, aunque siempre risueño, y Shinya se caracterizaba por ser sociable y encantador- tenían muchísima cohesión de grupo y se evidenciaba que había gran cariño entre ellos.
Esa tarde, el pelinegro de ojos cobrizos y sus nuevos amigos comieron, bebieron, escucharon música y hablaron hasta que cayó la noche y cada uno se fue a su casa, pues el día siguiente sería lunes y debían asistir al colegio.
[1] La típica de la cultura nipona; que cuando algo es asombroso, cuanto más fuerte sea, mejor demuestra la admiración provocada.
[2] Tal cual resulta de dominio público, es bueno volver a tener en mente que Inoran se había ganado dicho apodo cuando jugaba al béisbol en la escuela. En cambio, respecto de lo que se dice sobre J y hasta donde yo sé, ese dato sería solamente una invención mía.