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Destino por SaraChan

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Notas del fanfic:

FIC INSPIRADO EN EL PASO DE CEBRA DE SHIBUYA, TOKYO. EL PASO DE PEATONES MÁS UTILIZADO DIARIAMENTE DEL MUNDO, POR EL QUE PUEDEN LLEGAR A PASAR MILLONES DE PERSONAS EN UN DÍA.

IGUALMENTE, ESTÁ INSPIRADO EN LA ESCENA FINAL DEL ENDING DE LA PELÍCULA “5 centímetros por segundo”, AUNQUE SIN FINAL TAN DOLOROSAMENTE TRÁGICO (xD)

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AGRADECIMIENTOS:

 - A Zhena HiK e Isis Dollanganger por ofrecerse a leer y corregir mi fic, por opinar y por ayudarme a mejorarlo. Sois las mejores, os adoro.

 - A LunaPieces por organizar el concurso y por valorar mi fic tan positivamente. Espero que este haya sido el primero de muchos otros eventos.

 - A todo el que lea el fic. Gracias por leerlo, espero que os guste.

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NOTA: He subido el Fic a FanFiction bajo el seudónimo de AkibaChanSP

Notas del capitulo:

Creo que ya he dicho todo lo que tenía que decir xD

Este primer capítulo es la "introducción" que hice en el fic. Los capítulos contarán con diversas longitudes, pero como mencioné en el resumen, este fic era originalmente un OneShot y no lo concebí para dividirlo en varias partes. Si he decidido hacerlo así es porque su lectura puede resultar pesada, ya que como OneShot es bastante largo.

RECUERDO: Los personajes y la historia original pertenecen a Oda Eiichiro. Yo sólo tomo prestados los personajes para... fantasear... *¬*

Un encuentro en un cruce de caminos frecuentado por estudiantes, por trabajadores o por simples viandantes. Un encuentro inesperado, similar a los miles de encuentros que podían llegar a producirse en ese concurrido punto que servía de paso hacia las escuelas, hacia la universidad o hacia la zona empresarial de esa gran ciudad.

Era un simple encuentro dentro de los múltiples que había en el paso de peatones que conectaba el corazón urbanita de la gran metrópoli con la zona residencial.

Pero ese encuentro fue EL encuentro.

Un encuentro que unió los caminos de dos personas extrañas y diferentes, dos personas desconocidas que por azar o suerte del destino se introdujeron una en la vida de la otra.

Un joven de 19 años, bastante huraño y solitario, con escaso sentido de la orientación frente a su gran sentido del honor y el orgullo, con un brillante futuro en el kendo, entregado en cuerpo y alma a ese deporte, y a quien se le atragantaban un poco las matemáticas, pasaba día tras día por ahí. Ese año había iniciado sus estudios de ciencias de la salud en la universidad, motivado tanto por su beca deportiva como por el gran equipo de kendo, reconocido incluso a nivel estatal, del que podría formar parte. No tan interesado en el estudio en sí, había pensado que un título en dicha materia podría serle de utilidad a la hora de alcanzar su gran sueño: convertirse en el mejor kendoka del mundo. Era cierto que, dado el poco interés que suscita este deporte a nivel mundial, siendo el mejor de Japón alcanzaría su sueño.

Pero este joven intrépido nunca ha sido el tipo de persona que aceptan retos fáciles.

Una vez alcanzado su título de mejor kendoka de Japón, lograría que el kendo se considerase deporte olímpico. Y esa era su gran aspiración… vencer en las Olimpiadas.

Absurdo. Ridículo. El kendo no era deporte olímpico, y todas las personas a las que les había dicho que lograría que lo fuera se habían reído de él. Incluso le habían propuesto que abandonara el kendo y comenzara una carrera igual de prometedora en la esgrima. Y era entonces cuando él se reía. ¿Esgrima? Hacer florituras con un sable no servía para canalizar todo el amor que sentía por las espadas. Las espadas no eran simples juguetes con los que entretenerse, no eran una herramienta en el deporte. Las espadas eran una forma de vida, una cultura perdida y unos ideales arraigados en su ser. Y no le molestaba que las personas se rieran de su sueño, en un duelo conseguía rápidamente aplacar sus burlas.

Y es que este extraño chico estaba a un paso de cumplir su sueño, pues siendo por cuarto año consecutivo vencedor del campeonato nacional junior de kendo, había llamado la atención de cierta persona…

Dracule Mihawk, o Taka no me. No era habitual que en este deporte permitieran a sus participantes presentarse con un seudónimo, pero Mihawk… Los expertos decían que era el mejor kendoka que nunca había visto Japón, y por tanto a él se le permitía todo. Y dentro de ese “todo” se incluían sus caprichos. Y siendo este joven vencedor durante cuatros años consecutivos, a un año de igualar el record de Mihawk, era lógico que éste sintiera curiosidad y quisiera comprobar en su propia persona la fuerza del joven.

Los resultados fueron desastrosos… derrota absoluta para nuestro gran soñador, derrota grabada en su piel con una escalofriante cicatriz que surcaba su pecho, y en su memoria con grandes ansias por seguir luchando y mejorando, por derrotar al hombre que siempre había sido su inspiración y aspiración, y que le había demostrado qué tan lejos de su sueño se encontraba. Cualquiera se habría rendido, habría desistido y habría abandonado después de ese combate que había sido silenciado y ocultado de todas las formas posibles e imaginables. Pero él no.

Roronoa Zoro nunca se rinde. Y su derrota se había convertido en su gran motivación.

Pues sí, Zoro era el nombre de nuestro soñador. Un nombre poco usual incluso en Japón, último recuerdo de sus padres antes de que le abandonaran a la puerta del Dojo que le enseñaría la pasión de su vida.

No sólo su nombre era poco usual… su cabello verde destacaba allí donde fuera, intimidando a las personas y fomentando su soledad. Muchos le sugirieron que se tiñera el cabello de otro color menos llamativo, pero Zoro se negaba. Renunciar al color de su pelo, tan inusual y característico como era, habría sido como renunciar a una parte de sí mismo. En realidad, ahora no le incomodaba que le juzgaran por su pelo, pero sentir el rechazo de las personas había provocado unos “años locos” en su infancia, de los que aún conservaba tres pendientes colgando en su oreja izquierda. No era una mala persona, ni un delincuente ni nada que pudiera asociarse a su imagen descuidada y a su extraño cabello, eso podía asegurarlo cualquier persona que se hubiera decidido a conocerle. Pero la gente y sus prejuicios es cruel, y eso había provocado que Zoro nunca hubiera tenido una vida fácil.

Como ahora podréis comprobar, es todo lo opuesto a nuestro siguiente joven.

Esta vez hablamos de un muchacho de 17 años, estudiante de último curso en una de las preparatorias de la ciudad. El siguiente año entraría en la universidad… quizá. En realidad, este chico de mediana estatura era un tanto despistado, siempre estaba en su mundo de sueños y fantasías y rara vez prestaba atención a las clases. A duras penas había logrado llegar a último curso, con bajas notas y grandes esfuerzos de última hora tanto por su parte como por parte de sus amigos. Porque esa era la principal diferencia entre Roronoa Zoro y este curioso chico… él siempre estaba rodeado de gente. No se debía ni a su atractivo ni a su dinero, pues aunque tanto de lo uno como de lo otro no carecía, tampoco le sobraba. Sin embargo, había algo en él que ejercía una gran fuerza gravitatoria, provocando que todas las personas que le conocían no pudieran separarse de él. Y es que este era un chico muy sociable y con una despistada e inocente personalidad que, a pesar de exasperar a todo el que le conociera, no dejaba de contar con cierto encanto. Además, era una persona tremendamente expresiva. Tal era así que podía llorar al mínimo detalle insignificante, así como podía enfadarse y alegrarse con gran facilidad. Y todo eso podía pasar en apenas un minuto, pues era un joven tan simple que una palabra o una pequeña acción que para otros pudiera parecer irrelevante podía provocar todos estos cambios en él.

Pero eso no era malo. Al contrario, era parte de su encanto y atractivo.

Otra cosa que contribuía a que siempre estuviera rodeado por personas era su gran inocencia. No podía desconfiar de ninguna persona, quizá ni siquiera sabía lo que significaba “desconfiar”. Por ello, siempre se acercaba a la gente sin pensarlo, con una gran sonrisa en el rostro. Y gracias a esa sonrisa tenía amigos de todo tipo.

Y aquí encontramos otra diferencia entre ambos jóvenes: mientras que Roronoa Zoro mantenía la mayor parte del tiempo una expresión seria en su cara, este chico mostraba siempre una gran y brillante sonrisa en la suya. Y nadie podía resistirse a esa sonrisa, absolutamente nadie. Una vez que alguien veía al muchacho sonreír, caía en su red sin poder escapar de su órbita.

Aquí uno podría pensar que es lógico que Zoro no sonría y que este chico sí, pues la vida de Zoro, como he relatado, no ha sido precisamente fácil. Zoro estaba solo, y este chico siempre ha estado acompañado. Sin embargo, esa es la única diferencia que marca las distintas expresiones que hallamos en sus rostros.

Monkey D. Luffy tampoco había tenido una vida fácil.

Luffy es el nombre del pequeño muchacho del que estoy hablando. Y, desvelado su nombre, ahora toca hablar de su pasado. No tuvo para nada una infancia fácil. Sólo conoció a su madre el día de su nacimiento, pues luego desapareció, y nadie sabía… o quería contar al muchacho nada sobre ella. Tampoco tuvo padre, pues aquel que debía haberle criado era un revolucionario que luchaba en países oprimidos, ocasionando revueltas populares que los liberaran de su tiranía. Y su abuelo, la persona que en cierto modo se encargó de criarle, era un veterano de guerra, un militar de renombre que, a pesar de su ya avanzada edad, seguía sirviendo a su patria como instructor de jóvenes soldados. Su trabajo era bastante sacrificado, y sólo en sus escasos periodos vacacionales podía permitirse visitar a su amado nieto.

Esta es la causa por la que Luffy fue criado en un pueblo alejado de la gran metrópoli donde nos encontramos, al cuidado de todos los pueblerinos que poco tardaron en caer rendidos ante su sonrisa. Además, preocupado por su querido nieto, su abuelo había decidido adoptar a otros dos pequeños de edad similar a la de Luffy, para que el niño pudiera crecer feliz, jugando con los que pronto se convirtieron en hermanos para él.

Quien dice pronto… en realidad, los dos jóvenes adoptados y Luffy pasaron por bastantes problemas antes de convertirse en verdaderos hermanos. Pero como ya he dicho, y no me cansaré de repetir, la sonrisa de Luffy es un imán que no dejará escapar a quien quiera que entre en su campo magnético.

Sin padres, con un abuelo la mayor parte del tiempo ausente y con dos hermanos que le cuidaban y protegían, el pequeño no creció tan mal como podríamos pensar. Al menos, a diferencia de Zoro, tuvo gente a su alrededor que le quería y le apoyaba. A lo largo de su vida realmente sólo tuvo un gran golpe que superar…

La pérdida de un hermano no es fácil, y menos a la tierna edad de 7 años. Pero así fue, y un accidente marítimo dejó a Luffy sin uno de sus adorados hermanos mayores. Sufrió mucho durante semanas, deprimido y sin poder cerrar el flujo de lágrimas que corría cada minuto por sus mejillas. Pero siguió teniendo a su otro hermano, un pequeño que se vio obligado a madurar para proteger lo que aún quedaba en el mundo que valoraba por encima de su vida. Y su hermano, cuyo nombre era Ace, se hizo cargo de Luffy, sacándole de su profunda tristeza y devolviéndole la sonrisa a los labios.

Fue poco el tiempo que estos dos jóvenes estuvieron separados. Tres años para ser precisos, pues a los 15 años Ace abandonó esa población para estudiar en una buena preparatoria en una ciudad situada a bastantes kilómetros de distancia. Y tal era el cariño que Luffy tenía por su hermano, que se dispuso a estudiar para poder ingresar en la misma preparatoria y vivir con él. Bueno, realmente se “dispuso” a estudiar, pero su disposición no fue suficiente, y todo el pueblo sufrió una movilización para ayudar al pequeño a superar con éxito todos los exámenes. Sin embargo, la historia de esa odisea no es la que nos atañe en este momento.

Tras entrar en la misma preparatoria que Ace, Luffy se dio cuenta de un pequeño detalle: su hermano tenía 3 años más que él, y el mismo año en el que se mudó a la ciudad, el mayor ingresó en la universidad. Este hecho no desanimó a Luffy, quizá no podría estar con su hermano en la escuela, pero lloró y suplicó hasta que consiguió que Ace aceptara compartir un pequeño piso con él. A ver, no es que Ace no quisiera estar con Luffy… pero a los 18 años lo que menos te apetece es compartir piso con tu pequeño e inocente hermano menor, ya que eso no te permitiría llevar a tu casa a todas… todos los amigos que quieras.

Es cierto que la vida de Luffy, llena de amor por todos los que le conocían, no podía compararse con la fría vida que Zoro llevó a causa de su aspecto intimidante y personalidad cerrada. En realidad, Luffy contaba con una pequeña cicatriz bajo su ojo, fruto de una especie de prueba de valor extraña y sin sentido que había realizado muy pequeño. Y aunque esa cicatriz destacara mucho y no infundiera confianza a las personas que la veían, la sonrisa del pequeño rompía cualquier barrera, haciendo que la gente se reuniera a su alrededor.

Creo que esto es más que suficiente para entender levemente la situación de ambos protagonistas. Por tanto, tenemos un universitario amante del deporte y las espadas, solitario y serio, y un estudiante de último curso de preparatoria, alegre, inocente, despistado y muy sociable. ¿Cómo dos personas completamente opuestas pudieron conocerse? ¿Cómo pudieron inmiscuirse en la vida del otro a tal grado de cambiarla por completo?

Como dije nada más comenzar, fue a base de encuentros en un simple cruce de caminos. Un cruce tan concurrido, tan lleno de gente a todas horas, que parece un milagro o un juego (o ironía) del destino que dos personas así pudieran conocerse ahí.

¿Cómo fueron esos encuentros?

Notas finales:

Espero que os haya gustado =3


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