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Wind of Gold por Yoru Eiri

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Notas del fanfic:

Algo pequeño, nada fuera de lo normal; relajación absoluta.

Aomine Daiki…

 

Su lengua repasaba, hábilmente, los lugares de siempre, humedecía lo que previamente se había preparado él mismo y tocaba los puntos sensibles de costumbre.

 

Kise Ryouta…

 

Gemía débilmente, entregado al agarre que hacía en las almohadas blancas del mejor hotel de aquella extraña ciudad. Cerraba los ojos con fuerzas y sentía que algunas lágrimas resbalaban por sus mejillas. ¿Tenía que ver con sus sentimientos? No, era simplemente el placer el que le invadía sin remedio alguno.

 

Sudaban sin control, el ventilador del techo no hacía más que girar a una velocidad extenuante sin el poder de acallar los gemidos del modelo. Ah sí, había llegado a ese país a modelar, ¿no era cierto? Un perfume, si, una fragancia con un aroma desgastado y poco apetitoso.

 

Había llegado a ese lugar días antes, les había entregado su alma a los encargados de su persona y se quejaba constantemente del calor y los insectos que merodeaban su blanca piel como si de carnada se tratase.

 

-Nada de sexo, ni lo pienses- y en las sombras, los ojos de su representante. Como un felino protegiendo su tierra, andaba de aquí para allá, siguiendo sus pasos, cubriendo sus escándalos.

 

¿Acaso aquel hombre desalmado no podría perdonar ni siquiera un número de decimales conocidos? Había entregado su vida a un contrato de un año, ¿qué más quería? ¿No podía permitirse pequeños placeres? ¿Para eso había dejado la práctica de su deporte? Vaya imbécil, siguiéndolo para todos lados como si fuera su niñera, aunque ninguno de los dos entendiera una palabra de lo que se decía a su alrededor.

 

-Mañana- había dicho él con un tono de padre- Ni se te ocurra llegar tarde.

 

En el lobby del paradisiaco hotel, vestido completamente de blanco, sintió un mosquito en su cuello y el mordisco se hizo inevitable.

 

-Y no permitas que los insectos hagan un festín de ti.

 

¿Un festín? Hacía cuanto que anhelaba un festín… de aquellos que sólo eran de uno contra uno, de esos con ojos desafiantes a mitad de la noche, de esos en plena cancha con la trémula oscuridad en ambas pupilas.

 

Asintió automáticamente sin prestar mucha atención a las chicas que pasaban a un lado suyo con un caminar provocativo. ¿Qué no se daban cuenta que el antojo de aquella noche no era ser montado sino montar? Los pareos blancos se movían de izquierda a derecha, de izquierda a derecha, las piernas morenas se mostraban como una plegaria sin respuesta y las sonrisas chocaban en sus tímpanos. ¿Y si se iba con aquellas bellezas? Podría encontrar lo que estaba buscando, ¿no? No, no podía traicionarse a sí mismo de aquella manera.

 

Se pasó la mano por el cuello y sintió el pequeño mordisco que le había hecho el mosquito; un pequeño beso que demandaba sangre a cambio de una fastidiosa picazón eterna y el desahogo del rascarse continuamente; contradictorio.

 

Su vida estaba llena de contradicciones.

 

Aomine Daiki…

 

Con las luces apagadas, en una madrugada que daba los buenos días a un pálido sol que pintaba el cielo de un rosa muy tenue. Aferraba las caderas del modelo con ambas manos y se entregaba al sabor de la satisfacción personal mientras seguía lamiéndolo en aquella posición, con la almohada en los pies y el ego boca arriba.

 

Kise Ryouta…

 

Con los codos en el colchón y la boca llena de la hombría de alguien más, concentrado en no fallar, en proporcionarle más placer del que él podía sentir y entonces, un leve gemido salía de sus labios y dejaba de hacer lo que estaba haciendo. Basta, murmuraba débilmente sin dejar de mover sus caderas a un ritmo casi planeado.

 

El lobby del hotel se vaciaba rápidamente a ciertas horas: por la cena, por los shows de la noche y porque todos se iban a diferentes clubs nocturnos a seguir con una fiesta infinita. Esas cosas le hacían olvidar, al menos por un momento, que no estaba de vacaciones, sino que había ido allí a trabajar.

 

Con su pésimo inglés y sus tremendas ganas de no hablar con nadie, había ido a sentarse al amplio sofá de color carmesí situado al lado de la fuente Dionisiaca. Revisaba su celular con la esperanza de encontrar algo interesante que pudiera ocuparle la mente en algo más pero no había nada. El reflejo de las luces le hacía sentir el calor y la picazón en el cuello. Quizá lo mejor era irse a la cama temprano como lo había advertido su tirano jefe.

 

-Cuanto tiempo- una voz conocida.

 

Sus ojos se abrieron con sorpresa y su visión se volvió borrosa por unos instantes.

 

-Jamás creí que tu vanidad llegaría hasta el punto de llamarme- vestido de blanco, como un huésped común y corriente. Se sentó a un lado del modelo, carraspeó la garganta y examinó a las chicas que aún quedaban suspensas en el lugar.

 

-Jamás creí que me fueras a hacer caso.

 

-Con un boleto pagado –sonrió como solía hacerlo a menudo- ¿quién no atendería a un llamado así?

 

¿Qué había sido lo que les había llevado a esa posición en una mañana como esa? ¿Las largas pláticas de noche? ¿Las botellas de vino espumoso? ¿Los lujosos tazones de fruta? ¿El servicio al cuarto, la pornografía de tetas grandes? No podía recordarlo en ese momento, mientras las olas se estrellaban con la playa, la brisa marina entraba por el balcón y el ventilador no hacía más que humedecer más sus cuerpos.

 

-¡Ya!- exclamó en cuanto el moreno sacó su lengua y se lamió los labios con excitación.

 

-¿Ya? Apenas había comenzado a divertirme- alzó sus caderas para recibir un último beso en su parte inferior y se deslizó con destreza para cambiar de posición.

 

Sentado en el viejo colchón, con la espalda sobre la cabecera de un tallado indescifrable, recibió a su amante en brazos y lo besó apasionadamente, abrazándole fuertemente para sentir más de aquella piel que sudaba más y más por las sacudidas de placer y el insoportable clima tropical.

 

Un beso que les dejaba sin aliento, en donde sus dos almas se fundían con una sola necesidad en mente: el uno del otro.

 

El modelo separó sus piernas, enredó sus brazos en el cuello de su amante y se fue acercando levemente a aquello que había estado añorando desde algunas noches en vela. Dejó escapar un gemido y dejó que se adentrara lentamente hasta donde se sintiera repleto de una sensación satisfecha.

 

Aomine susurró algo en su oído y le mordió con pasión, cosa que hubiese estado prohibida de no ser porque en ese momento, la mente del rubio estaba en blanco y sólo podía emitir monosílabos cargados de significado. Replicó con el movimiento de su cuerpo y dejó que las manos del otro le guiaran fuertemente tomando su cadera mientras buscaba una vez más aquellos labios para besarlos repetidas veces.

 

¿Y qué si el amanecer ya estaba allí?

 

¿Y qué si las olas se manchaban de luces solares y los turistas empezaban a acercarse a la costa para tomar el sol?

 

¿Y qué si tendría que inventar excusas?

 

No importaba ahora que su cuerpo pertenecía completamente a ese hombre, no importaba nada porque el único aroma que quería tener, rodeando su piel, era la del sudor de aquel otro, al que, ¿amaba?

 

 

Aominechi <3 estoy en un lugar paradisiaco haciendo un comercial, ¿no es genial? ¿Sabes que sería mejor? Que me hicieras tuyo mientras escucho el mar…

El boleto está a mi nombre.

Notas finales:

Espero que lo hayan disfrutado tanto como yo.

 

-Vianka


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