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De maids, butlers y los abismos entre ellos por Eruka Frog

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Naruto ni nada relacionado con el anime/manga me pertenecen, esta historia sólo tiene como fin divertirlos.

Notas del capitulo:

Hola, hola. A ver, la verdad es que esto es otra chorrada de las mías, pero si se deciden a leerlo pese a este pesimista advertencia, estoy segura de que les sacaré al menos una sonrisa. Eso claro, si se divierten leyendo tanto como yo me he divertido escribiendo a lo loco xDD

 

Importante que lean las notas de abajo, ¿vale?

 


De maids, butlers y la aventura de soportarse


Cuando uno se halla habituado a una dulce monotonía, ya nunca, ni por una sola vez, apetece ningún género de distracciones, con el fin de no llegar a descubrir que se aburre todos los días.


Germaine de Staël (1766-1817)


Capítulo I


Durante  años enteros, aquel chico lo acosó, lo golpeó y lo humilló de todas las maneras que a su pre púber mente se le ocurrieron. Su vida como estudiante de escuela media fue una gigantesca mierda debido a ese hijo de puta veinte centímetros más alto que él y que le doblaba también en lo ancho. Y nadie, absolutamente nadie, lo ayudó durante aquel infierno.


 


Su paso al instituto fue quizás lo único que lo salvó de tan asqueroso destino,  pero para entonces ya había acumulado tanta amargura dentro de su pecho, y tanta mierda en su cabeza, que era muy tarde para hacer las pases con el mundo. Decidió que Japón, simplemente, tenía un problema. No era un pensamiento racional, pero era mucho más fácil asignarle un área a su desagrado, que ubicarlo en todo el globo. De este modo fue que los sueños de viajero errante por el mundo comenzaron, y también, desde luego, sus nuevos problemas.


 


Resultó que expatriarse no entraba dentro de lo que sus padres consideraban “aceptable” o un “buen plan”,  así que no le pagarían un centavo de su pequeño y alocado plan. No pasa nada, era un muchacho de recursos y algo tan nimio como el dinero no lo desconcertó ni un poco. Simplemente, se tragó el orgullo y aceptó el trabajo que su desquiciada abuela llevaba meses ofreciéndole: travestirse en su perversa cafetería de putitas con volantes.  O como ella lo llamaba, Maid Café. Y como su abuela llamaba su “simplemente”: “ceder como una nenita ante la presión”.


 


El caso es que ahora los dos obtenían más o menos lo que querían. No, bueno, su abuela obtenía completamente todo lo que quería: una maid más que siguiera sus órdenes y tratara con absoluta amabilidad a sus clientes, que los embaucara con su sonrisa de tal modo que no les quedara otro remedio que gastarse su dinero en su local. Él obtenía un poco más de la mitad de lo que sus chapuceros cálculos le decían que tenía que  conseguir. Y los clientes de “Kitsune: Maid Café” obtenían un par de sonrisas y sonrojos que no eran, ni de cerca, la mitad de lo que querían obtener de la coqueta sirvienta francesa con piernas delgadas y un secreto a voces entre ellas.


 


-Maldita vieja –susurró bajito. Balancearse sobre unos tacones de cinco centímetros no era la parte difícil de su trabajo. Usar una peluca que pesaba 1200 gramos tampoco, ni siquiera el corsé que usaba para afinar su cintura y que le impedía casi del todo respirar con normalidad (que va, el esfuerzo le sonrojaba las mejillas y entre más sonrojos, más propinas). Lo difícil de su trabajo era llevar esas pesadísimas bandejas de reluciente metal, con carísimas teteras de porcelana, llenas de hirviente líquido, serpenteando entre un montón de mesas atestadas con dos docenas de ojos mirándote con adoración.


Y que encima, un hijo de puta distraído se te ponga delante con la mueca que durante casi tres años de trabajo había aprendido a identificar como un único mensaje “yo no soy como tú ni como todos los raritos de por aquí, es más, creo que todos aquí son unos auténticos fracasados que jamás harán algo con  su vida, ahora apártate y llama a tu abuela”. Siempre tenían el mismo tipo los chicos que buscaban a su abuela. Estreñidos hasta la muerte, con cara de que no se han reído en la vida, tiesos como si les hubieran metido un palo por el culo y lo hubiesen rematado con yeso. Estudiantes perfectos, que le estorbaban a él o a cualquiera de sus compañeras, incomodándolos con su intachable moral.


 


-Espera en la barra –ordenó, sólo por evitar un accidente. El tipo lo observó con claro descontento. Con su vestido cargado de holanes, la peluca rubia en mil caireles y su voz dulcificada, era difícil adivinar que era un chico en realidad, pero “ese tipo” de chicos siempre lo descubría. Al final de lo que pareció una maldita eternidad, el sujeto se terminó haciendo a un lado, para dirigirse a la barra.


 


-Gracias, Naru-chan –algunas risitas nerviosas y había terminado con el show al menos por un rato. La cafetería estaba llena hasta el tope como siempre, y con una de sus alegres compañeras descansando en casa por un grave cuadro gripal, el trabajo lo superaba. Odiaba su trabajo, y cada minuto que pasaba en él era una miserable tortura, pero era el único que podría asegurarle que su anhelado sueño se volvería realidad.


 


Sin tetera ni tacitas, ni líquido hirviendo, la bandeja era mucho más soportable. Serpenteó de vuelta hacia la barra, sofocado hasta las narices, sólo para acordarse del jodido pijo que ni siquiera había tomado asiento en uno de los altos bancos, ni se recargaba en la madera recién pulida, probablemente temiendo que se le pegara algún virus de marica travestido, como seguramente lo habría bautizado en su interior.


 


-Iré a llamar a mi abuela, pero no te aseguro que quiera recibirte –dejó caer al levantar la puerta de la barra,  para acceder a una de las dos puertas que  estaban del otro lado. Una  conducía a la cocina y la otra a la oficina de su abuela, y a esa hora podría estar en cualquiera. Al final, estaba en la cocina, riendo a carcajadas con Amane Sai, un Butler que por alguna razón disfrutaba de su media hora de descanso en compañía de su muy alcoholizada abuela, mientras picaban algunas fresas cubiertas de chocolate. –Te busca un estirado allá afuera –informó, acomodándose en la silla al lado de la de Sai. La cocina era un espacio amplio, con dos estudiantes de gastronomía preparando diligentemente los alimentos en casi todo el lugar, y una mesita en una esquina, en donde su abuela a veces se ponía a darles con el látigo, mayoritariamente cuando se aburría, pero también solía hacerlo para sacarse de encima el estrés. En ese momento parecía ser por la primera razón.


-¿Otro? –se quejó con un falso lloriqueó. Sai le dedicó una sonrisa comprensiva y un par de palmaditas en la mano.


 


-Ya, como si no disfrutaras la parte en que te lamen los dedos –refunfuñó.


 


-Sólo a veces –confesó su descarada abuela.


 


-Puedo ahuyentarlo si así lo desea, Tsunade-sama –se ofreció Sai, siempre solícito y cordial.


 


-Nah… lo atenderé.


 


Pavoneándose y lanzando quejiditos falsos a cada paso, su abuela salió de la cocina. Como sólo trabajaba medio tiempo, en realidad no tenía más que 15 minutos de descanso (que ya había desperdiciado), pero ya que la vieja estaría ocupada un rato, se dedicó a estirarse y a devorar golosamente las fresas cubiertas de chocolate, mientras observaba atentamente al muchacho de brillante cabello negro y palidísima piel clara que tenía delante, que le devolvía la mirada con gentil curiosidad.


 


-¿Pasa algo, Naruto-kun? –interrogó luego de un rato.


 


-Gaara está allá afuera –dejó caer por fin. Como siempre, el rostro del moreno dejó entrever apenas un ligero disgusto –si le dieras la oportunidad, descubrirías que es un buen tipo.


 


-Pffff… -esos eran los estudiantes de gastronomía, vaya ánimo. Los fulminó con sus brillantes ojos azules, pero probablemente la peluca le quitaba fuerza.


 


-Al contrario que él, a mí no me apetece andar con medias tintas. Lo he rechazado claramente dos veces, he sido firme en cuando a mi postura, no estoy siendo cruel.


 


-A diferencia de él –Aoi, una de sus compañeras, entraba a la cocina bostezando. Su verdadero nombre era Ino, una preciosa rubia con las curvas bien puestas-Hanabi,  la pobrecilla, me ha contado que la ha dejado plantada otra vez. Supongo que liarse a golpes con algún triste perdedor era más importante.


 


-No hables de él como si lo conocieras –gruñó enfadado. El corsé le impedía el paso correcto del oxígeno al cerebro y los tobillos lo mataban, así que no tenía paciencia para tonterías.


 


-No tengo que conocerlo para notar el golpazo que trae –respondió con irritación la rubia-Y Sakura va a tu instituto, me ha dicho que en efecto se ha liado con alguien llamado Suigetsu por la nimia razón de llamarlo nenaza. Algo que, en mi honesta opinión no solicitada, no es un insulto sino más bien una observación evidente.


 


Ino pudo haber perdido la cara a golpes de no ser por el inoportuno regreso de su abuela, que se cargaba tal cara de satisfacción que todos en la cocina contuvieron la respiración. Sabiendo el efecto que producía su expresión, la bien conservada mujer se sentó despacio, cogió una fresa bien gorda y la comió esmerándose en ser todo lo irritantemente lenta que podía.


 


-Lo siento, Sai-kun, pero tenemos un nuevo Butler.


 


**


Su hermano era el bueno de la familia. Y no bueno en el sentido de ser el chico con el peinado de raya en medio que no  lastima ni a una mosca, no. Si fuera así, entonces él podría ser el hijo malo a quien no le importa la posición de su familia, las expectativas de su padre o que no está atascado de prejuicios. Itachi era el bueno, bueno de la familia, el insuperable en todo. En titularse como abogado y experto en economía antes de los 25, en comprometerse con una muchacha de buena familia y tomar las riendas del negocio para que su padre se dedicara a su merecido retiro.  De este modo, Sasuke era el hijo malo, el que no cumplía las expectativas no por rebeldía o egoísmo, sino simplemente porque la bandera de Itachi estaba muy, muy alta.


 


Lo único que le quedaba era seguir otro camino. No un camino completamente diferente, porque al final tenía que seguir por la senda de lo intachable, pero si algo que variara un poco para llamar positivamente la atención de su padre a la par que reducía los puntos de comparación. Por eso Sasuke, pese a su misantropía, estudiaría medicina. Una de las profesiones más respetadas del país, y para rematar se especializaría en algo difícil como cardiología, para luego iniciar su propia clínica. Ni en sueños superaría los logros de su hermano mayor, pero probablemente su padre dejaría de mirarlo con desprecio.


 


Su plan tenía un obstáculo de lo más diminuto. Una cartita de recomendación que la universidad de su elección le solicitaba. En realidad, podría ser de cualquier persona ajena a su familia. La mayoría de los aspirantes se inclinaban por algún profesionista medianamente exitoso, algunos más ambiciosos elegían concienzudamente algún exitoso galeno. Pero sólo los que de verdad sabían lo que buscaban iban a buscar el premio mayor, el seguro del éxito: Namikaze Tsunade.  Otrora, una famosa medico directora del hospital más grande de Japón, autora de un millar de artículos y una docena de libros. Ahora, felizmente retirada.


 


Cuando se había enterado a qué se dedicaba en la actualidad, estuvo a punto de retroceder, pero un comentario insidioso de su padre, acerca de cómo Itachi seguramente podría conseguirle esa carta de recomendación, lo hizo decidirse a adentrarse a ese vulgar establecimiento frecuentado por toda suerte de inadaptados.  El exterior casi parecía respetable a pesar de la zona en donde se encontraba (Akihabara), con una puerta de vidrio duro y opaco, que no permitía ver nada del interior. Éste estaba casi bien, con una excelente calefacción, una decoración muy occidental y una clara preferencia por la higiene (cosa que él respetaba enormemente). El problema era la gente. Aún si pudiera pasar por alto el chusmerio de adolescentes y adultos jóvenes con pinta desaliñada, todavía estaba el terrible problema de las niñitas vestidas con lo que, luego de quebrarse la cabeza, comprendió que se trataba de una vulgar imitación de las sirvientas francesas. Vestidito café oscuro con mangas abombadas, delantales con mil holanes, y más y más holanes debajo de las faldas; todo eso aderezado con una cofia en sus cabellos y un “Bienvenido, Maestro” en la recepción.


 


Pasó de largo a la chica que lo había recibido, buscando con la mirada a la famosa galena, esperando saldar aquello cuanto antes. No obstante, después de notar que la mujer evidentemente no estaba a la vista, se decidió interceptar a una de las empleadas. Eligió a la que le pareció más bonita, pensando que si tenía que hablar con alguna, al menos tendría que hacer de la experiencia algo mínimamente agradable. Resultó que aquella rubita era un tipo. Evitando ser todavía más grosero de lo que seguramente sería, esperó cercano a la barra a que aquel fuese a buscar a su patrona (nunca mejor dicho).


 


No le quedaba claro en absoluto por qué alguien como Namikaze Tsunade podría haber elegido una vida de retiro tan extravagante, pero cuando ella en persona se puso frente a él, procuró mostrarse todo lo neutral que podía en un sitio como aquel.


 


-Vaya, vaya –la mujer lo miraba como si fuese un objeto. ¿Así se sentían las chicas? Qué basura. –Es la primera vez que uno de ustedes es así de guapo.


 


-¿Perdón? –interrogó confundido. No le gustaba el tono de la conversación, pero ya que estaba ahí en medio, tendría que guardar la compostura.


 


-Quieres que te haga una carta de recomendación –aseguró la mujer. Asintió un poco estúpidamente, y la mujer acentuó su sonrisa. Parecía mucho más joven de lo que estaba seguro que era, pero en sus ojos se percibía la astucia de la gente de cierta edad.


 


-Soy Uchiha Sasuke, estudiante de último año del Intituto Akatsuki, aspirante a la universidad nacional de Medicina.  –Le dedicó una profunda reverencia, y la mujer rió alegremente.


 


-Claro, claro. –Cuando fue capaz de controlar la risa, se recargó completamente en la barra que los separaba –tú necesitas esa carta porque realmente sabes lo que quieres… y yo también, claro, sé que quiero otro Butler guapo que atraiga clientela.


 


-¿Perdón? –a esas alturas se sentía como la persona más idiota del planeta, y justo delante de su ídolo.


-Quiero que trabajes para mí digamos… tres meses, y yo te doy tu carta –ofreció alegremente, ya saboreando las ganancias que aquello le reportaría.


 


-Perdone… estoy completamente seguro que me estoy perdiendo en algún punto –logró decir por fin.


 


-Claro que lo entiendes, Sasuke, estoy seguro que eres el más listo de todo tu instituto, probablemente seas incluso el mejor cuando des el examen de admisión, siempre lo son.  Desde antes de retirarme, han venido a mí un montón de estudiantes prometedores por la anhelada carta, y yo no se las he dado más que a dos. A uno de ellos fue por la amistad que me une con su padre, a otro, más recientemente, fue debido a lo mucho que frecuenta este mismo sitio. Y tú serás el tercero si trabajas conmigo una nadería de días en una nadería de trabajo.


 


¿De verdad sólo dos personas? Por como hablaban de la importancia de una carta de aquella mujer, habría pensando que al menos serían una docena. Miró alrededor, más que nada para no enfrentarse a la mirada maliciosa de aquella vieja. Como había dicho, él era muy listo y comprendía a la perfección lo que le pedía, pero no estaba seguro de cuáles consecuencias le podría generar. A ver, ese local estaba en Akihabara, muuuuuy alejado de cualquier sitio que su padre o alguien que conociera  y respetara frecuentara. Iba a clases hasta las cinco, pero si tomaba la línea correcta podría llegar a “trabajar” sin mayores problemas. Y sólo eran tres meses, y por lo que sabía, un Butler no era más que un sujeto que se pone frac y atiende amablemente a un montón de raritos, nada de voladitos como el travesti de hacía rato.


 


-Usted gana- se rindió por fin.


 


Si Naruto hubiese presenciado la escena, probablemente habría pensado en algo como “pobre diablo”.  Sasuke, el muy tonto, se limitó a pensar que quizás no era un día del todo desafortunado.


 

Notas finales:

A ver, antes de que a alguna se le ocurra agarrarme de la greña, les comento que necesitaba escribir esto. He estado hundida entre investigaciones y cosas de gente muy seria, así que la verdad no había encontrado el ánimo para escribir algo por placer. Sin embargo esta semana por fin me di la oportunidad, porque no tengo que entregar nada en el futuro inmediato, así que puedo dejarme ir un poco. Para mi gran sorpresa, llevo escritas más de 20 páginas, tres capítulos completitos T-T ¡En dos días! desde groupies que no escribía tanto y tan rápido. Este tira por una línea de humor/drama, hasta cierto punto, aunque no es serio ni nada. Exploraré el mundillo de los maid café, pero no esperen que me meta a profundidad, porque francamente no pretendo hacer todo un tratado sobre las maids y los butlers.

 

Como he mencionado, dado que he escrito tan rápido y todavía me dan ganas de más, estaré actulizando cada semana, y si termino mañana otros dos capítulos (será un fic más o menos corto) quizás pueda hacerlo hasta dos veces a la semana (actualizar, se entiende xD).

 

Y ahora, el chapucero nombre del maid café es una mierda grandota, así que si se les ocurre un mejor nombre, me cuentan y yo lo cambio a la de ya.

Perdón por la nota tan larga, pero era necesaria. Espero que les haya gustado, y tanto sea así como si no, espero que comenten sus impresiones. Y ya como dinámica y para alimentar los ánimos de esto (AY está agonizando, no se puede negar) les propongo que si comentan mucho, subo el siguiente cap mañana =D

 

 

 

 


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