Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Más lejos que la muerte. por Akudo

[Reviews - 5]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

El manga y personajes pertenecen a Tadatoshi.

Esta historia es de mi entera autoría.

Notas del capitulo:

Era un oneshot taaan largo que terminé cortándolo en dos para evitar muertes cerebrales.

Me emocioné mucho haciendo el fic, no sé si soy la única loca que gusta de este tipo de tramas pero sigo feliz.

Resguardado entre las ramas de un gran árbol y la engañosa noche que silbaba un viento aterrador, una aguda vista seguía con sus pupilas sedientas la silueta que corría entre los cultivos para buscar refugio en el bosque luego de que lo hubiesen descubierto como espía, sin ser capaz de escuchar como un arco se tensaba hasta su punto máximo apuntándole directo al corazón, y cuando los ojos verdes que se combinaban con las hojas bañadas en penumbra se entrecerraron, una flecha atravesó su objetivo y el cuerpo cayó en el pasto sin vida.

— Pobre novato. Idiooota.

Se aseguró de que en un radio de medio kilómetro no se detectara ningún enemigo antes de bajar del árbol que le sirvió de torre de control, cayendo limpiamente sobre sus pies. Odiaba ese tipo de encargos, los soldados entrenados con vista de ave eran mucho más apropiados, y no había ninguna necesidad de hacerle a él, un General, acabar con tan pequeño problema. Su amo sí que era paranoico.

Suspiró sentándose entre las grandes raíces del árbol con su arco entre las piernas. Aunque su objetivo ya estuviera eliminado debía vigilar que nadie intentara pasarse de listo y avanzara hacia el territorio que protegía, así que cerró sus ojos y enfocó toda su atención en su sentido auditivo.

No tardó más de diez minutos en sentir algo más que los pequeños animales nocturnos moviéndose entre el pasto, sin embargo cuando se colocó de pie a toda prisa tensando su arco ya era tarde, aquella presencia fuerte pero ligera a la vez había sido más rápida. Una veloz ráfaga lo alcanzó y lo tumbó al suelo arrebatándole un quejido, siendo aprisionado por el peso de un cuerpo ajeno pero no desconocido.

— Estás muerto.

— Arg, Kiyoshi. ¡Qué rayos…!

— Shh.

Esa potencialmente sucia boca fue acallada por un beso, seguido de otro, y otro y muchos más, mientras una risita se colaba entre cada contacto con sus labios.

— Esp-… Kiyo-… ¡que te detengas, carajo! —con un fuerte empujón en el pecho se lo sacó de encima para sentarse, frunciendo sus gruesas cejas— Tengo que vigilar que ningún tarado como tú pase de aquí sin una flecha metida en el culo.

El más grande sonrió con una tranquilidad que de verdad irritaba al otro, sumado a la molestia de haber sido “vencido” por el castaño nuevamente. A pesar de su cuerpo alto y grande era jodidamente veloz y sigiloso, y se tenía tanta confianza como para no temerle a sus flechas.

Es un maldito santurrón, pensó dejando su arco a un lado.

— No te preocupes, acabo de ver a los de tu clan rodeando la zona. No se les escapará nada.

— ¡Entonces explícame cómo demonios te escabulliste sin que te vieran!

Tuvo ganas de tomar una flecha y clavársela a mano limpia entre los ojos pero se contuvo apretando los puños, aunque la amplia y boba sonrisa que formó el otro no ayudaba mucho a su autocontrol.

— Es el poder del amor.

— ¡Serás imbéc-…!

De nueva cuenta fue acallado por un beso, esta vez profundo y arrebatador que parecía absorberle la conciencia cuando quedó una vez más de espaldas al suelo, bajo el dominio del otro General.

Sí, en realidad eran enemigos, sirviendo a clanes distintos que tarde o temprano se encontrarían y no pararían hasta que la cabeza de uno de los líderes rodara lejos de su cuerpo de un certero espadazo. Sin embargo Kiyoshi lo había salvado una vez aunque le ardiera admitirlo, le habían asestado un profundo corte en el costado que le impidió acabar la misión con éxito. Casi todos sus hombres habían sido asesinados y él era el siguiente.

En ese momento el viento pareció cobrar vida y con dientes afilados mordió los órganos vitales de cada soldado que apuntaba su espada al pelinegro. Cuando el moribundo General pudo enfocar sus pupilas una gloriosa figura se levantaba frente a él.

Pensó que el castaño lo había dejado para el final y cerró sus ojos esperando el filo que acabaría con su vida, no obstante lo que sintió fue como le quitaban los restos rotos de su armadura y la parte superior de su ropa para atenderle su herida más grave. Su mirada confusa se clavó en el contrario haciendo mil preguntas sin hablar, y el más alto simplemente le sonrió disculpándose de antemano si le lastimaba un poco mientras lo curaba y le colocaba una venda.

Esa vez Kiyoshi había sido enviado para deshacerse del enemigo que Hanamiya había combatido y según el menor, no tenía órdenes de asesinarlo a él, por ende, según su lógica, no había problema en que lo acabase ayudando. Ese día Makoto se había sentido humillado y agradecido a la vez porque en realidad su deseo no era morir aún, no estaba listo para eso.

Lo que Teppei nunca le dijo es que había cometido una traición enorme al salvarle la vida, y al volver a la casa principal alegó ante su señor que no había podido matar al General del clan dorado porque éste había huido. Con su cabeza inclinada ante el hombre que juró proteger hasta el final de sus días, mintió.

No disfrutaba llevándose la vida de hombres que ya no podían luchar y defenderse, sin importar si era “correcto” o no.

Tampoco fue la última vez que ambos Generales toparon caminos, algunas veces por destino, otras por deseo propio, y la atracción entre ambos no tardó en liberar pasiones.

— No quiero que nos interrumpan así que debo ser el único que te oiga.

Kiyoshi podía parecer tonto algunas veces cuando en realidad esta era su verdadera naturaleza, dejándole al descubierto con esa mirada del color de la tierra tan aplastante, seductor, una mirada que le corroía hasta la última célula y despertaba su excitación.

Por eso se mordió el labio aceptando las enormes manos de Teppei entre sus ropas e indumentarias que se ofrecieron a darle placer, recorriendo la pálida piel de su torso lleno de cicatrices, marcando cada músculo y costilla, jugando con la tierna carne de sus tetillas. No pasó mucho más para que la necesidad de hacer más contacto se hiciera desesperante y entre besos que ahogaban sonidos placenteros y lastimaban sus labios, Kiyoshi le retiró sólo las prendas necesarias antes de colocarlo boca abajo uniendo su pelvis con la intimidad del chico.

— Lo siento… no puedo ser muy romántico ahora mismo. —reconoció con el sudor corriendo por su ceño fruncido y su sonrisa sincera.

Cuatro meses sin verse, cuatro meses de fuego contenido que realmente le quitaban la calma a cualquiera, y Hanamiya lo constató al ser empujado hacia delante con un seca y certera embestida que lo obligó a morderse el puño para no gritar. Dolía, pero él tampoco podía aguantar y fue dichoso bajo el cuerpo caliente que lo penetró una y otra vez hasta que sus rodillas no lo soportaron y la mañana llegó, con una estruendosa explosión que hizo eco hasta las montañas.

A lo lejos la casa del clan de Kise se prendía en llamas.

— Hanamiya…

No tuvo que decir más cuando el otro ya terminaba de ajustarse la ropa y se colgaba sus armas en la espalda para correr a toda prisa al lugar, chistando de rabia cuando otra bomba detonó y una columna de fuego y humo más grande se elevó.

Tampoco le fue necesario mirar a su lado para saber que Teppei iba con él dispuesto a ayudarlo, y las palabras se atoraron en su garganta.

¿Y si los que estaban atacando en ese momento eran del clan al que Kiyoshi servía? ¿Por eso el castaño estaba ahí? Le costaba dudar del menor, pero si pensaba como un guerrero eso no era algo demasiado descabellado.

Sabía que un día como ese no tardaría en llegar, el momento en el que tendrían que enfrentarse en nombre de sus reyes. Y cuando eso pasara, ¿serían capaces de matar al otro con su propia espada?, ¿podrían dejar al otro morir? Apretó los ojos sólo un momento, su respuesta llegó sola.

— ¡Abajo! —gritó frenando bruscamente con su pie derecho, al tiempo que se armaba a una velocidad casi sobrenatural y apuntaba tensando el arco.

Una flecha rompió el viento en su dirección llevándose apenas algunos cabellos de Kiyoshi, que acató la orden del pelinegro evitando por poco que esa flecha le cruzara el cráneo. Makoto movió su hombro lo suficiente para esquivar la misma flecha sin perder de enfoque a su objetivo, y la suya abandonó su arco para matar de manera automática al que había atacado, quizás esperando justamente verlo llegar.

Rápidamente retomó el camino cruzando a través de un enorme agujero en la muralla que parecía haber sido hecho con alguna especie de potente ácido. Entre la gente que corría despavorida por refugio, las casas quemándose y sus soldados enfrentando el enemigo Hanamiya barría la situación con mirada crítica. Su prioridad era Kise.

— Tú ve a la casa principal, yo lo buscaré por los alrededores. —fue lo que Teppei le dijo con un rostro muy serio, leyéndole la mente.

Los que atacaban eran de un clan totalmente distinto pero el emblema que portaban en sus armaduras era para temer.

Akashi. Se mordió el labio fuertemente, así que el rey rojo había decidido invadirlos finalmente.

Mirando al castaño asintió.

— No te dejes matar muy fácil, idiooota.

Kiyoshi hizo un leve gesto de sonrisa, esa era la forma en la que Makoto expresaba su preocupación.

— Sí, tú tampoc-… —fue interrumpido abruptamente por una espada “fantasma” blandida en su dirección, logrando detener el ataque a tiempo con una daga oculta.

— ¡Kuroko! Detente, él nos está ayudando.

El de baja estatura lo vio por el rabillo del ojo sin aflojar la fuerza que ejercía con su espada, aunque en realidad a Teppei no le costaba mucho contrarrestarlo y eso le impresionó; ese chicho de largo cabello celeste amarrado a lo alto no era muy poderoso, lo que resultaba peligroso era su casi nula presencia y sorprendente agilidad para acercarse tanto sin ser notado. Cualquier otro guerrero en su lugar habría muerto sin saber cómo pasó.

Es una sombra. Kiyoshi había sido entrenado de manera similar, aunque su especialidad eran las estrategias y el combate frontal.

Finalmente Kuroko retiró su espada sin guardarla.

— ¿Dónde está el cabeza de pollo?

— Lo escondí.

Bien, al menos Kise estaba a salvo por ahora, sin embargo esa seguridad no iba a durar mucho a pesar de los fuertes soldados que lo protegían. Si el clan carmesí había atacado era porque ya se había preparado todo de una manera tal que perder no fuera una opción para ese engreído líder pelirrojo.

De nueva cuenta miró a Teppei y ambos asintieron a la vez, separándose en direcciones contrarias.

Su primer objetivo fueron dos soldados que arrinconaron a una mujer con dos niños a punto de ejecutarlos, deshaciéndose de ellos en un momento. Se limpió la sangre que cayó en su mejilla y diciéndole a la aterrada mujer que buscara un escondite seguro, el castaño vio en el cielo un halcón sobrevolando en círculos. Apretó fuertemente el mango de su espada, eso no podía ponerse peor.

Era una señal, de alguna forma su clan se había enterado muy rápidamente y ahora venían en camino desde muy lejos, seguramente para matar a quien resultara vencedor de este atentado, aprovechando las bajas y el cansancio.

El clan esmeralda, y nadie sabía mejor que él que su rey no perdonaría ningún cuello enemigo.

 

 

El caos ya había llegado al otro límite del territorio, en donde otra de las casas importantes estaba siendo tomada.

Hace varios años el territorio más pacífico había sido el que gobernaba el rey zafiro, por lo mismo muchos pueblos se le habían unido para recibir protección a cambio de trabajar y expandir tanto sus cultivos como el terreno, y para los ojos de otro tipo de gobernantes más territorio significaba más poder, así que el reino azul fue atacado y sólo una cuarta parte sobrevivió. El rey a punto de morir por una cuchilla envenenada clavada en su abdomen y el pesar de no haber podido defender a su gente, con su último aliento le encargó al rey dorado lo que quedaba de ellos, entre eso su único hijo varón de cabello azulado y piel morena, de mirada turbulenta como un huracán.

El rey dorado aceptó el deseo de su amigo y le hizo espacio a aquella gente en su propio clan, forjando también a aquel niño que no era de su sangre para que un día gobernara junto a su heredero carnal. Tiempo después el clan dorado lloró la partida de su rey debido a una grave enfermedad, bendiciendo a su vez al nuevo emperador de lacios cabellos de color soleado.

Ahora les tocaba a ellos defender lo que sus padres habían protegido con su vida, por eso el único Aomine que quedaba en pie tomó su katana con el diseño de un dragón grabado y la desenvainó para unirse al carnaval sangriento.

— Cuida a Satsuki. —ordenó saliendo de la habitación bajo la asustada mirada de Ryou, que abrazaba en una esquina a la pequeña niña de cabello rosado y kimono de flores de cerezo, apretando en su mano libre una daga enfundada que esperaba no tener que usar.

Hábilmente Daiki fue encargándose uno a uno de los soldados que rodeaban la casa, para que la gente que no podía defenderse saliera en busca de uno de los refugios cercanos. Con su fuerza casi sobrenatural cada corte que infringía en los cuerpos ajenos era profundo y mortal, y esto sumado a su monstruosa velocidad lo convertían en un demonio casi imparable.

Cuando sacó su espada del último cuerpo que cayó con un ruido seco, chasqueó la lengua viendo humo salir de una de las puertas corredizas exteriores. No pudo evitar que su corazón saltara preocupado ya que, a pesar de sus excepcionales habilidades, era la primera vez que combatía y tenía miedo de perder todo nuevamente frente a sus ojos.

— ¡Nebuya, no dejes que nadie penetre! —su voz de mando llegó a oídos de su recién llegado General, que pateaba el cuerpo ya muerto de uno de los enemigos para desenterrar su lanza de él.

El moreno de gran tamaño sonrió con una inusual emoción y asintió a su orden. Nunca faltaban los que verdaderamente amaban derramar sangre como él. Así entonces Daiki le confió el exterior para entrar nuevamente a la casa, seguro de que alguien no deseado había logrado colarse dentro.

Sus pasos rápidos resonaban en el piso de madera cuando entonces sintió una presencia y sin dudarlo clavó su espada a través de la pared de papel, sacándola de inmediato para correr la puerta al haber fallado el objetivo.

— ¡Joder, Aomine! ¡Casi me degollas!

El de ojos azules contuvo el aliento, por poco mataba a su consejero Imayoshi-san. Se sobó la nuca disculpándose torpemente aunque por dentro suspiró de alivio, agradecido de que el pelinegro tuviera tan buenos reflejos.

— ¿Qué pasó con Ryou?

Ahora que se fijaba, Imayoshi llevaba en brazos a la pequeña Satsuki que temblaba de miedo sin sacar su rostro del pecho del mayor, tal como éste se lo había pedido. Imayoshi se irguió luego de haberse agachado para esquivar la katana y Aomine vio en la mano ensangrentada de su consejero una espada corta igualmente bañada de rojo. Al menos el más bajo no parecía herido y la niña tampoco, a pesar de que su kimono floreado estaba todo manchado.

Imayoshi se la había encontrado corriendo por uno de los pasillos siendo perseguida por uno de los hombres del clan rojo, y luego de salvarla, la pequeña con sus ojos muy abiertos y contraídos por el pánico, se aferró a él y le dijo con su vocecita que su Sakurai nii-chan no se movía y de su cuello salía mucha agua roja, que por más que le habló él no le respondía y por eso huyó al ver al hombre malo acercarse.

Así que a la pregunta del moreno Shoichi se limitó a negar con pesar.

El líder maldijo entre dientes apretando sus puños. No debía permitirse caer bajo sus emociones por personas a las que ya no podía salvar, su deber ahora era poner a salvo a los que aún vivían.

— Tengo que llevarlos con Kise, donde se encuentra hay un lugar seguro.

Si se quedaban ahí acabarían asesinados, aún con su fuerza no sería capaz de contrarrestar a todos los enemigos, además de que ya casi la mitad de la casa se encontraba consumida por las llamas. Y aunque los dos a su lado eran lo más importante para él, en ese momento había más de su gente que tenía que ayudar.

Corrieron fuera por una de las salidas acabando con los invasores que quedaban, sin embargo al salir finalmente se toparon con algo aún más peligroso.

— Finalmente las ratas salieron de su hoyo.

Aunque era Nebuya el que se encontraba frente a ellos, esa no era la voz del musculoso General. El escalofrió de Daiki se intensificó cuando el gran cuerpo lleno de heridas del otro moreno cayó inerte a sus pies y pudo ver la cara de los asesinos.

— ¡Lo maté, lo maté! ¿Verdad que lo viste? ¡Akashi me felicitará cuando se lo diga! —esa alegría casi infantil contrastaba totalmente con el motivo de dicha felicidad, por eso Aomine colocó a Shoichi tras de él.

Ese animado chico de cabello naranja que daba pequeños saltos, chapoteando con sus sandalias la sangre que se acumulaba en el suelo, se trataba de alguien muy fuerte si había asesinado a Eikichi. Otro General probablemente.

— Cállate, celebra cuando el corazón del rey azul se haya detenido.

Al lado de Hayama un tipo más alto de cabello plateado y ojos sin pupilas habló con una voz neutra y un rostro sin expresión, colocando la mano en su katana listo para desenfundarla.

— Lo sé. —Hayama pareció enseriarse aunque conservaba una sonrisa divertida de la que sobresalían sus colmillos, y en un movimiento tan veloz que era casi imposible de apreciar hizo un ataque a larga distancia.

Con su espada Aomine logró parar la cuchilla que había volado de las manos del de pelo naranja hacia él, aunque en realidad había sido sólo una distracción para el segundo ataque.

— ¡Aomine!

Advertido por Imayoshi el moreno empujó a éste a un lado y se apartó lo suficientemente rápido para esquivar la segunda cuchilla que terminó clavada en uno de los pilares de madera de la casa, corroyendo la corteza con el veneno que impregnaba el filo.

Se recompuso lo más rápido posible para no perder de vista a sus atacantes, pero sus pupilas se desenfocaron al darse cuenta que el chico que acompañaba a Hayama ya no estaba con él. Desesperadamente trató de encontrar su presencia, sin embargo fue tarde y la hoja de una espada le atravesó el hombro izquierdo desde atrás obligándolo a caer sobre su rodilla. Tan silencioso, era una “sombra” como Kuroko.

— Baja la cabeza y muere como tu padre, rey sin valor.

A pesar del dolor Daiki se permitió reír con gracia, casi cínico. No podía permitir eso tan fácilmente, así que tomando la hoja de la espada enemiga con su mano desnuda se la sacó del hombro a la fuerza, rotando en sus pies para, en un hábil movimiento, golpear la clavícula del chico sombra con un pequeño explosivo que se le aferró a la carne como si tuviera garras y no tardó en estallar, alejándose de un salto para no ser alcanzado por la explosión.

Shoichi gritó preocupado el nombre del menor, protegiendo a la pequeña de la explosión que no fue muy poderosa, no obstante fue capaz de herir de gravedad al albino.

— Vaya, lograste sacártelo del pecho a tiempo. Esperaba ver un bonito agujero en ti. —rió Aomine con katana en mano. Cuando el humo desapareció, nuevamente al lado de Kotaro estaba el albino que con una expresión de dolor se tomaba su brazo ensangrentado, completamente inutilizable.

Sin quitarles los ojos de encima le ordenó a Imayoshi que escapara al escondite, aunque éste se levantó renegando el deseo del moreno.

— ¡Que te vayas dije!

El pelinegro apretó sus labios callando. Era inteligente, sabía que el sacrificio de Aomine no serviría de nada si ellos dos no se ponían a salvo, además no podía ponerse egoísta cuando la niña en sus brazos dependía completamente de sus decisiones. Ladeó su rostro avergonzado mordiéndose el labio hasta que sangró preparándose para escapar, a pesar de que su corazón latiera acelerado pidiéndole a gritos que no abandonara a ese odioso y estúpido crío con aires de grandeza, su amante.

No eres tan invencible como presumes, idiota. Trató de reír pero no pudo. Perdóname, y no mueras. Rogó en sus adentros poniéndose en marcha y Aomine se concentró en no dejar que los del clan rojo ni pensaran en seguirlos.

No obstante, no pudo evitar girar su cuerpo hacia atrás debido al sonido de unos fuertes galopes que golpeaban la tierra a su espalda. Se movió por instinto alcanzando a atajar a Satsuki antes de que se golpeara contra el suelo al abandonar inesperadamente los brazos de Shoichi; estiró su mano hacia el más bajo tratando de tomar la suya, con el fuego que consumía su hogar reflejándose en los iris oscuros del mayor, sin embargo los dedos de ambos apenas se rozaron antes de ser separados a la fuerza, cuando una soga se ajustó al cuello del pelinegro y a manos de un soldado carmesí fue cruelmente arrastrado a caballo por el terreno.

— ¡¡Imayoshi-saaan!!

Aquel grito abandonó su garganta con tal fuerza y un dolor desgarrador que su mente quedó en blanco por un momento. Trató de levantarse pero al instante volvió a caer, debilitado y con un ardor sofocante expandiéndose desde su herida por todo su cuerpo invadido por la cólera. Era veneno.

Debía ponerse de pie, debía salvar a Imayoshi-san, debía poner a salvo a Satsuki, debía protegerlos a todos, debía… debía…

Los mataré a todos. Sus ojos inyectados en ira poco a poco iban perdiendo la visión, el veneno hacía efecto rápidamente. Todo alrededor perdía color y sonido, sólo escuchaba el leve crepitar de las llamas y los sollozos de Satsuki que se hacían cada vez más lejanos. El olor a sangre también se desvanecía.

— Qué triste, qué triste~ —canturreó Hayama caminando tranquilamente hasta llegar al lado del peliazul— Parece que no te enseñaron que no debes darle la espalda al enemigo hasta que esté muerto.

— No lo mates aún. —ordenó Mayuzumi acercándose también, y miró al moreno desde arriba con ojos despectivos— Le daremos una muerte más apropiada.

— Oh, eres tan sádico, Chihiro. —rió, y cuando Aomine levantó su vista borrosa hacia ellos Kotaro lo noqueó con el mango de su espada.

 

 

Ryota era demasiado amable para ser un rey guerrero, muchas personas se lo habían dicho, pero eso era algo de lo que él no se podía deshacer. Su padre siempre le decía que la bondad era capaz de salvar más vidas que una espada y creía en eso, sin embargo ahora no podía permitir que tanta gente muriera a su alrededor mientras él se escondía ahí con los demás aristócratas, esperando que todo acabara.

— Quédense aquí y no hagan ningún ruido, traeré a todos los aldeanos que pueda.

Dentro de uno de los refugios subterráneos había una pared falsa a simple vista indetectable que sólo podía abrirse desde adentro, era donde Kuroko había llevado al rey dorado y otras “personas importantes” cuando inició el ataque, pero ni en ese remoto lugar Ryota era incapaz de oír los gritos de agonía de su gente pidiendo ayuda. La sangre se le puso tan caliente que no lograba pensar así que dejó que su cuerpo actuara por instinto, y sus ojos de un usual tono miel fueron atravesados por un brillante color amarillo salvaje.

Fue la primera vez que tomó su espada para matar a alguien y se empapó de sangre enemiga para dirigir a los inocentes al escondite. No podía dejar que su temor e inseguridad dejaran morir a la gente que creía en él.

No podría vivir si tenía que ser a costa del sacrificio de otros, de Tetsuya.

Dejó a las asustadas personas a cargo de un par de soldados, y ofreciéndoles una risueña sonrisa a los niños aterrados les pidió que dejaran de llorar ya que todo estaría bien. Los demás refugios también conectaban con ese lugar así que pronto llegarían más personas y debían estar preparados.

— No salgan hasta que yo o alguno de mis hombres de confianza venga por ustedes, ¿entendido? —su rostro se volvió severo y los soldados asintieron temiéndole por un momento. A pesar de su nobleza Kise llevaba la sangre de un gobernante muy bien arraigada.

Así entonces abandonó el lugar y con un grito de guerra cortó con su katana adornada con incrustaciones de oro todas las vidas que pudo, recibiendo muchas heridas poco profundas pero dolorosas al ponerse en riesgo para proteger a los desarmados.

Jadeaba agotado cuando se encontró con uno de sus hombres, Kobori, y le pidió que llevara al grupo de aldeanos que había salvado y reunido al refugio principal, sin embargo no tuvo chance de recobrar el aliento cuando se atravesó entre los aldeanos que huían y unas flechas traicioneras que vinieron de distintas direcciones. Algunas pudo cortarlas y desviarlas, pero no logró hacer nada con la que se le clavó en el muslo y otra en el brazo.

Cerró un ojo fuertemente y su cuerpo se encorvó resentido, no obstante no se permitió caer aún y se sacó las flechas con sus propias manos. La última la utilizó como arma propia y a una velocidad acongojante la lanzó matando a uno de los arqueros escondidos que habían disparado, asustando lo suficiente a los otros como para mantenerlos a raya.

— Qué bola de patéticos miedosos, ¿no crees?

Un nuevo y molesto rival había aparecido a caballo, cabalgando en círculos alrededor del rubio hasta que finalmente se detuvo.

Ryota se puso en guardia y lo miró desafiante, ignorando la sangre que fluía fuera de sus heridas.

— Me gusta esa mirada. —aquel pelinegro se lamió los labios y sonrió— Entonces estará bien que salde cuentas contigo, niño lindo. Para devolverle el favor a tu padre.

El chico frente a él con un solo ojo visible y un lunar bajo éste frunció su ceño al levantarse el oscuro flequillo para descubrir su ojo izquierdo, atravesado en vertical por una notoria cicatriz que le llegaba hasta la mitad de la mejilla, además de que ese ojo a diferencia del derecho no poseía pupila y era de un color verde más tenue, claramente ciego.

— Ahh, tú debes ser Himuro. El debilucho al que mi padre le tuvo lástima y lo dejó vivir.

Esa sorna en la voz del rubio irritó de sobremanera al otro, que transformó su expresión a una de odio puro.

A pesar de sus propias palabras Kise sabía que no debía confiarse, el aura que desprendía ese tipo era muy peligrosa. El de cortos cabellos bajó de su caballo de un salto y desenvainó una de las dos espadas que llevaba en la cintura, apuntándola hacia el rey dorado.

— Esta vez el que no te perdonará la vida… ¡seré yo!

En un rápido movimiento se abalanzó sobre el menor, manejando con una impresionante gracia y velocidad esa espada que podía verse común pero daba unos golpes muy pesados que hacían temblar las muñecas del rubio cuando se cubría de los ataques, incluso la hoja de su katana comenzaba a fisurarse. Comprendió que si sólo se defendía acabaría muerto así que se alejó de un salto y afiló su mirada.

Entonces, sólo debo ser más rápido que él. Con esa única estrategia se lanzó al ataque y esta vez fue Himuro el que debió cubrirse de esos temibles espadazos hasta que logró encontrar una abertura por parte del rubio; sonrió apuntando a la pierna de Kise, mas no se esperó aquel fuerte codazo que le reventó el pómulo desde su punto ciego.

Dio un par de traspiés y se llevó la mano a la herida que le sangraba.

— Lo siento, es que tu cara lucía como si pensaras que ibas a ganarme, así que no pude evitarlo.

— Maldito…

La naturalidad con la que Kise lo cabreaba era igual o mayor a la que solía tener el antiguo rey dorado. Himuro aferró su espada con ambas manos y se lanzó en medio de un grito furioso.

Kise volvió a ser doblegado por aquellos fuertes golpes que ahora eran más rápidos y estaban a punto de romper su katana, así que no debía permitir que esa palea se alargara más, entonces con una astuta y veloz finta engañó por un momento el ojo del pelinegro que había apuntado su espada a donde creyó que el menor iba a moverse, y a cambio de su error recibió un puñetazo limpio en la nariz que lo aturdió lo suficiente para que Kise le golpeara las manos con el mango de su katana y lo desarmara.

Himuro abrió su ojo visible todo lo que pudo viendo con terror la espada del contrario en lo alto a punto de cortarle y la mirada feroz del rey dispuesto a acabarlo, cuando entonces un agudo dolor obligó a Ryota a detenerse y tosió una gran cantidad de sangre; bajó la mirada y una cuchilla había sido capaz de romper su armadura atravesándole el estómago. Era la espada de Tatsuya, pero no era Tatsuya el que la sostenía.

A sus espaldas uno de sus propios hombres lo acababa de apuñalar.

— Ka… gami… ¿por qué?

— Lo siento, Kise… pero no quiero estar del lado que va a perder.

Se notaba un poco de lástima en la voz del pelirrojo mas no se arrepentía, no quería morir por un rey que acabaría derrotado. Por eso se había unido en secreto al clan carmesí.

— No se preocupen, podrán arreglar sus diferencias en el otro mundo.

El pelinegro había sacado su segunda espada y no dudó un instante en deslizarla a través del cuerpo de Kise justo al lado de donde aún tenía clavada la otra, y sólo se detuvo hasta el final de la hoja cuando cortó también el abdomen de un sorprendido Taiga que lo miró descolocado. Himuro le sonrió a la vez que giraba la espada causándoles más dolor y la sacó de un tirón, provocando un grave sangrado en ambos chicos.

Kagami cayó de rodillas apretando su abdomen y el rubio lo hizo de costado casi inconsciente, aunque fue capaz de sacarse la espada que aún lo atravesaba. Demostrando una admirable fuerza de voluntad logro apoyarse sobre su brazo tambaleante para levantar el torso; aún no… aún no estaba acabado.

Himuro llegó a su lado y le apunto con su hoja para darle el golpe final.

— Espera.

Esa voz lo detuvo.

Miró tras de él y un tranquilo Akashi se acercaba a la escena con rostro imperturbable.

— Pero…

— No me hagas repetir una orden, y si te atreves a desobedecer perderás esa mano antes de que lo notes.

El rey rojo no lo miraba, tampoco estaba en posición de ataque y ni siquiera tenía la mano puesta en su katana, sin embargo Tatsuya sabía que ese pelirrojo no hablaba a la ligera y cumplía lo que decía, por eso chasqueó la lengua enfundando su arma y se tragó su venganza con un sabor muy amargo.

— Mi querido Ryota, mira a lo que hemos tenido que llegar por tu estupidez… —Seijuro se inclinó para tomar el mentón del rubio, que apenas podía mantenerle la mirada— … cuando simplemente debiste aceptar convertirte en mi perra y darme tu territorio.

A pesar de su desgaste físico y el tremendo dolor, además del mareo y la debilidad por la pérdida de sangre, Kise se permitió reír en la cara del otro rey. Aún si volviera a tener la oportunidad jamás se habría dejado convertir a él y su gente en esclavos del clan carmesí.

— No, gracias… prefiero que me quiebren todos los huesos… —una tos le vino y salpicó con rastros de sangre el rostro níveo del más bajo, que lo miraba inmutable con sus ojos disparejos— Ups… —volvió a reír y el rey rojo se levantó limpiándose.

— Tendrás algo mejor que eso, Ryota. Vamos a ver dónde escondiste tus cucarachas.

Le hizo una señal a Himuro y el pelinegro agarró a Kise de su cabello amarrado a lo alto, pero antes…

— A- Akashi… yo…

Taiga soltó una de las manos de su abdomen para apoyarla en el suelo y tratar de levantarse.

— Oh, cierto… tú. —Akashi no vio la necesidad de mirar a esa escoria así que hablo sin voltearse, siguiendo su camino— Verás, la basura que vende su lealtad tan fácil no me sirve para nada.

El pelirrojo más alto abrió sus ojos con pánico, aunque antes de que pudiera levantar la mirada Tatsuya le atravesó la nuca con su espada hasta que la punta se clavó en el suelo, sacándola después tan rápido como la había enterrado y la enfundó dejándolo muerto. Ya acabado ese “inconveniente” emprendió camino tras su rey llevando a rastras al rubio emperador, que con la poca conciencia que le quedaba sólo podía preocuparse por lo que Akashi podría hacerle a su gente.

Esperaba que lograran permanecer a salvo, que Kuroko estuviera bien. Él ya no los podría ayudar.

 

 

La batalla se había alargado hasta que el cielo oscureció por completo, cubriendo de luto el mar de cadáveres que convertían aquel territorio en un campo de muerte. La tierra y los cultivos se habían pintado de rojo, los cuervos revoloteaban y metían sus picos en la carne de los cuerpos para alimentarse.

A pesar de todo las llamas aún eran capaces de alumbrar los pocos guerreros que quedaban en pie luchando por mantener sus vidas, aunque esa no era la suerte que les esperaba a todos.

— ¡¡Kiyoshi!!

De nuevo… una vez más ese grandulón cara de tonto se había atrevido a protegerlo. Él sabía que eso molestaba de sobremanera a Hanamiya y la verdad es que le gustaba mucho verlo enojado, por eso Teppei mostró una amplia sonrisa de gusto, tirado de espaldas en el suelo con el soldado carmesí sobre él, el que le había quitado de encima a Makoto antes de que éste resultara herido.

Hanamiya corrió hacia ellos y clavó su espada en el intruso, torciendo la hoja dentro de él hasta que éste expiró su último aliento de vida.

— ¡Kiyoshi, Kiyoshi estúpido!

No le quedaban tantas fuerzas pero aun así fue capaz de sacarle aquel cuerpo de encima al castaño, que al poder ver nuevamente ese rostro que tanto le gustaba sonrió agradecido de que estuviera bien.

— Discúlpame… creo que fui un poco imprudente, Hana…

La voz se le fue por un momento y Hanamiya apretó los dientes mientras lo llamaba estúpido una y otra vez, hasta que sus lágrimas no pudieron ser contenidas y cayeron una a una en el pecho de Teppei, en donde una mancha roja se extendía haciéndose más grande cada vez. Primero había sido un imbécil por dejar que el enemigo lo tomara por sorpresa y hacer que el castaño tuviera que salvarle la vida una vez más, y ni siquiera pudo ser lo suficientemente hábil para deshacerse de ese tipo a tiempo, quien dejó una daga clavada en el pecho de Kiyoshi antes de morir.

— Noo… ¡¡Nooo!! —a Teppei le gustaba Hanamiya cuando se enojaba, y también lucía hermoso ahora que lo veía llorar por primera vez, pero no le agradaba ponerlo triste— ¡No te mueras, estúpido!

Apenas tenía fuerza para mantener una leve sonrisa, ni siquiera pudo alzar su mano y limpiar el llanto del otro. Makoto apretaba sus dedos en los brazos del menor gritándole que se mantuviera con él, tratando desesperadamente de aferrarlo a la vida.

Sin embargo sus súplicas no fueron escuchadas cuando los ojos marrones de Teppei se apagaron, luego de susurrarle muy débilmente que le había hecho feliz conocerlo.

En ese momento el corazón de Makoto dejó de latir junto con el de Kiyoshi, incluso antes de que otro General del rey rojo se acercara a ellos y le hundiera su espada desde atrás.

— Te haré el favor de acabar con tu miseria. —fue lo que susurró aquel pelinegro de largas pestañas y aire afeminado, sacando su arma del cuerpo de Hanamiya para verlo desangrarse mientras el acuchillante viento de la noche que llevaba olor a muerte ondeaba su cabello y le rozaba fríamente la piel de sus mejillas.

Mibuchi contempló como el más bajo se abrazaba lentamente todo lo que podía al cuerpo del castaño; a pesar de llevar emblemas distintos en sus armaduras, a pesar de jurar su lealtad y servir a clanes diferentes ambos fueron capaces de entregar su vida por el otro. Era algo hermoso de ver, como los labios entreabiertos de Hanamiya borboteaban sangre por todo su mentón y sus ojos verdosos que iban perdiendo brillo lo último que querían observar era el rostro sereno de la persona que quiso hasta el final, el único que quería sentir antes de morirse.

Apoyó su mejilla en el hombro de Kiyoshi y con sus dedos débiles acarició los párpados de éste para que se cerraran, pareciendo que el castaño sólo dormía tranquilamente, así entonces los ojos de Makoto también descansaron y los amantes dejaron de existir.

Fue entonces que Mibuchi los dejó descansar y enfundó su espada retirándose.

 

 

Cada vez más cuervos se unían al festín entre un coro de sombríos graznidos. Irritado por esos asquerosos sonidos Kotaro pateó una de aquellas aves del infierno, haciendo que las demás aletearan y volaran despavoridas.

Terminó de arrastrar el cuerpo de Aomine dentro de una de las habitaciones que aún no era alcanzada por el fuego y lo dejó caer sin delicadeza alguna; el moreno gimió muy bajo, recuperando nuevamente la conciencia aunque aún estaba gravemente afectado por el veneno. Lo primero que logró oír fueron los gritos aterrados de Satsuki y se esforzó por rodar boca abajo y levantar el rostro hacia los malnacidos que la tenían cautiva.

— No la… toquen… bastardos…

— Estás como la mierda pero sigues actuando como si pudieras hacer algo. Eso me molesta un poco.

Hayama hizo una mueca de hastío y le pisó la cabeza, obligándolo a mantener la frente en el suelo, no obstante le sorprendió la fuerza que aún tenía el peliazul para volver a levantarla aún con su pie encima. No por nada era un rey.

— De hecho también estoy un poco enojado. ¿Así que es esta niña por la que aún no te das por vencido? Qué admirable… —Kotaro sonrió, el albino había resultado ser un sádico después de todo. Seguro estaba resentido por su brazo herido— … tan admirable que me dan ganas de vomitar. —acabó diciendo Chihiro al tiempo que agarraba bruscamente el cabello rosado de la infante con su mano sana, haciéndola llorar más fuerte.

— ¡Déjala! ¡Voy a matarte!

— Shh, quiero escucharla. —se agachó a la altura de la niña a sus espaldas y le sujetó ahora el rostro por la barbilla para que se mantuviera mirando al peliazul— Vamos, dile adiós a tu querido rey.

A pesar de su nula expresión el morbo era palpable en la voz de Mayuzumi.

Satsuki tenía demasiado miedo para hablar, ahogada en su propio llanto.

— Vamos, díselo.

— A-… ad-…

— ¡Dilo, con un demonio! —le apretó más fuerte la mandíbula y Aomine se removió violento— Dilo…

— … adi- di-… a-…

Mayuzumi perdió la paciencia y se levantó haciéndole una señal a uno de los soldados que se habían reunido con ellos; éste tomó a la pequeña y aunque Chihiro se puso en medio sin dejar que Aomine observara, él fue capaz de escuchar con horror como el cuello de Satsuki tronaba y sus sollozos fueron acallados.

El grito furioso que dio el rey retumbó en toda la habitación, enloqueciendo aún más ante la sonrisa satisfecha que el albino puso para él.

Kotaro se cubrió los oídos y se inclinó a un lado del moreno, sujetándole el cabello para que dejara de gritar y sacudirse.

— Ya cierra el pico, por más que chilles ella ya se murió.

En un parpadeo el de pelo naranja ya no fue capaz de sentir su mano, porque ésta cayó al piso luego de ser cortada sorpresivamente por la espada corta que Daiki había sacado de su hakama con sus últimas fuerzas. El que gritó ahora fue Hayama, agarrándose la herida sangrante con la única mano que tenía ahora.

— ¡¡Aaahhh, aaahhh!! ¡Mi mano! ¡El maldito me cortó la manooo!

Chihiro hizo una mueca apartando al escandaloso General y pateó la cara de Aomine, haciéndole escupir una gran cantidad de sangre. Como éste aún se removía fue retenido entre dos soldados que le doblaron el brazo hacia atrás para que soltara el arma, lo que hizo sólo cuando le fracturaron el hombro y apretó los labios conteniendo un alarido.

Notaron que el fuego ya estaba próximo y comenzaba a quemar la puerta que llevaba a esta habitación, por lo que el albino ordenó que lo dejaran allí para que acabara de morirse. Los ojos nublados del rey zafiro vieron como tiraron el cuerpecito sin vida de la niña a su lado y se esforzó por alcanzar su pequeña mano rozándole los deditos mientras sus ojos se ponían acuosos.

— ¿Qué hacemos con este?

Otro del grupo entró arrastrando el cuerpo magullado de un Imayoshi apenas reconocible, ya que había soltado la cuerda con la que lo arrastraba sólo cuando se aseguró de que el pelinegro estuviera bien muerto.

— Déjalo ahí, que le haga compañía cuando el fuego le esté carcomiendo la carne.

Obedeció y tiró a Shoichi al lado del moreno, que finalmente liberó lágrimas silenciosas al verlo de esa manera; su yukata oscura y todo su cuerpo estaban cubiertos de sucio, raspones y sangre, su cabello todo revuelto y su rostro golpeado y ensangrentado. Aomine puso todo su esfuerzo para lograr sentarse y recoger el cuerpo del mayor con el brazo que aún podía usar, atrayéndolo a su pecho en un abrazo. El veneno ya no lo dejaba hacer más y las llamas lo habían rodeado sin dejarle salida.

Ya no sentía nada, sólo mucho dolor en su alma, y susurró disculpas besando la cabeza de Shoichi, disculpas por no haber podido salvarlo. Y sólo siguió allí abrazándolo con cariño, apretando sus párpados cuando las llamas incandescentes lo envolvieron.

 

 

Una vez bajaron al refugio iluminado con lámparas de aceite, Himuro lanzó al rey dorado a un lado esperando a lo que haría Akashi ahora. En el lugar se encontraban varios de sus soldados manteniendo de rodillas a los hombres de Kise que habían encontrado por el lugar, desarmados y siendo amenazados por las espadas en sus cuellos. Estaban asustados, más cuando vieron a su líder en ese estado, y se preguntaron por qué aún los mantenían con vida.

Esa duda les fue respondida a continuación.

— No me sería suficiente sólo matándote, Ryota. Quiero que tus propios hombres te vean revolcándote de humillación, quizás algunos se exciten. Ya veremos.

El rey rojo dio una orden y mientras un par de soldados desnudaban a Kise y lo sujetaban por manos y pies, el pelirrojo dio una mirada por el lugar, curioso. Le había parecido escuchar algo, pero no veía nada que pudiera parece una puerta o algo similar.

La verdad era que se preguntaba dónde estaba toda la gente de ahí, era imposible que todos los aldeanos estuvieran muertos y que el refugio estuviera vacío, pero de antemano ya habían torturado a unos cuantos del clan sin obtener ni una palabra.

Qué leales. Pero no importaba, ya luego de acabar aquí se darían el tiempo de encontrarlos.

Se acercó a donde tenían al magullado rubio ya preparado y se sacó su espada con la funda puesta, golpeando con ésta las rodillas de Kise para indicarle a sus hombres que le separaran más las piernas.

— Toma esto y méteselo tan hondo hasta donde llegue. —el sorprendido soldado tomó el arma aún sin estar muy seguro de qué hacer; en realidad sí sabía lo que quería su rey, pero hacerlo…— ¿Acaso necesitas un dibujo? Date prisa.

Terminó asintiendo, no quería acabar muerto así que posicionó la punta enfundada y empujó pero no pasaba.

— No entra.

— Pues haz que entre.

Akashi se cruzó de brazos y el primer alarido no se hizo esperar, aunque no fue de parte de Kise sino de uno de los hombres del rubio que le gritaba que dejara a su rey. No obstante el pelirrojo no tuvo que seguir escuchando más cuando aquel hombre fue callado con un preciso corte en la garganta.

Uno más, uno menos. No importaba, aún habían muchos ojos que podían ver el espectáculo, y dudaba que otro se atreviera a seguir el ejemplo de su compañero.

Mientras el soldado carmesí escupía en la funda para hacerla más resbalosa Kise se tomó un momento para ladear el rostro hacia sus hombres arrodillados y les sonrió para transmitirles calma, pidiéndoles en silencio que ya no se pusieran en peligro por él, pasara lo que pasara ahora, vieran lo que vieran.

Su rostro se deformó cuando el tipo entre sus piernas le hundió dos dedos para estirarlo a la fuerza y así lograr profanarlo con la espada de su amo con crueldad. Kise se mordió el labio tan fuerte que se lo rompió pero por más que trató de contener sus gritos no lo logró, aquel dolor era demasiado espantoso.

— Dije más hondo, aún veo la mitad de mi espada.

El hombre acató la orden y sacó la espada sólo para meterla más profundo con mucho esfuerzo, ya que el cuerpo del rubio se tensaba y se apretaba rechazando la horrible invasión. Más gritos de agonía llenaron el lugar y la mayoría apartaban la vista, la sangre comenzó a salir como una marea del cuerpo tembloroso del líder dorado debido a los desgarros que estaba sufriendo.

El despreciable show sólo acabó cuando la voz rota de Kise dejó de hacer eco en sus oídos y perdió el conocimiento, quizás hasta había muerto. La espada ensangrentada finalmente salió de él junto con más sangre que no paraba de fluir, y cuando soltaron sus piernas éstas cayeron como peso muerto.

 — Creo que me puse un poco emocionado. —bufó Tatsuya con una sonrisa torcida de medio lado.

Esa expresión no se mantuvo por mucho tiempo en su rostro cuando entrecerró su ojo pareciendo confundido, llevó una mano temblorosa tras su cabeza y se sacó la cuchilla que de alguna manera se le había clavado en la nuca, cayendo al suelo estrepitosamente.

Todos se pusieron alertas y Akashi le arrebató su espada al soldado que la había usado; la desenvainó con rapidez mostrando los rubíes incrustados en la hoja y repelió con ella varias cuchillas que volaron en su dirección. Alguien estaba atacando desde la entrada pero no veían a nadie.

Los guerreros carmesí fueron cayendo uno a uno rápidamente y los del clan dorado se liberaron tomando las armas ajenas. Sin dudar se abalanzaron contra Akashi resentidos por su rey, y aunque el pelirrojo se deshizo de algunos lograron herirlo en varias partes del cuerpo.

Se alejaron un paso del emperador y éste recibió un corte fantasma en su espalda.

Sus ojos se abrieron de par en par sin comprender y giró en sus pies buscando al culpable pero no veía a nadie que lo atacara, aun así seguía recibiendo más cortes y heridas. Dio espadazos al aire ahuyentando a los otros soldados mas no conseguía nada y gritó enojado.

Por un momento se detuvo apoyándose en sus rodillas con la cabeza baja, respirando agitado, y cuando empezó a reír de una forma un tanto desquiciada pensaron que había enloquecido, no obstante, con un certero espadazo el pelirrojo mandó a volar de la nada un brazo pálido. Finalmente vio al de pelo celeste que se había ocultado entre las sombras y que ahora se tomaba su herida que chorreaba una cascada de sangre por toda su ropa hasta el suelo, con una expresión afligida debido al dolor.

Aun así Akashi seguía en desventaja, sabía que iba a morir pero no se iría solo. En ningún momento borró la sonrisa de su boca mirando directamente a Kuroko, sus ojos extraños mostraban una locura aterradora que puso en guardia al otro.

Por unos segundos todo se paralizó y fue entonces que el silencio fue cortado por una espada. El más pequeño, a pesar de su herida, actuó rápidamente rebanando el torso del pelirrojo desde su hombro derecho hasta el lado izquierdo de su cadera, con un corte tan profundo que el borbotón de sangre que salió de esa herida lo salpicó entero.

¿Qué había sido eso? Tetsuya estaba seguro de que Akashi había hecho un veloz ataque antes de que él lo acabara, pero ese ataque no había sido dirigido ni a él ni a sus hombres. Entonces…

Sus ojos celestes se abrieron horrorizados y su corazón latió a toda prisa. No podía ser posible que…

— Kise… kun…

Antes de que pudiera mirar, algo había rodado hasta chocar con su pie. Kuroko dejó caer su katana que se clavó en el suelo y bajó su mirada, encontrándose con la cabeza de su rey, sólo su cabeza nada más.

Ese dolor que le atravesó sin piedad no pudo compararse ni siquiera con el de su brazo mutilado.

Notas finales:

¿Siguen vivos? lol

Ojalá les haya gustado ya que la segunda parte no tardará.

See you.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).