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Shy por sasodei_konan

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Notas del fanfic:

Éste fanfic está basado en la canción Shy de Sonata Artica, se las recomiendo por completo, es una canción bellísima <3. Y es un One-shot (Edit, two shot).

Los personajes son Chris Hemsworth y Tom Hiddleston *explota de amor*.

Y, puse también la categoría de The Avengers porque... ahí uno se guía gran parte de las veces, espero y que no les moleste.

El sol de la tarde parecía ser suave y confortante, calentaba lo suficiente y no llegaba a enrojecer la piel. Ese era el sol de las seis de la tarde en Londres por la época de la primavera, casi el inicio, un poco más. El gentío era poco, pero pronto comenzaría a hacerse mayor, los pasos serían más acelerados y el tráfico haría que las bocinas se alzaran en claros reclamos de los conductores, ansiosos por llegar ya a sus respectivos hogares.

A Christopher en realidad no le importaba mucho eso, siempre se evitaba aquella hora gracias al trato que había hecho con su jefe; salir del trabajo a las seis de la tarde y a cambio trabajaría en el receso para el almuerzo. El convencer a su jefe para que le permitiera ese “lujo” había sido algo difícil, y a decir verdad lo había puesto a prueba la primera semana para ver si resultaba beneficioso.

Gracias a eso cada tarde a las seis con diez minutos aproximadamente se encontraba en el restaurante Citylite a dos cuadras de su trabajo sentado al fondo del salón en una mesa para dos, pedía un café y leía el periódico local hasta las siete menos quince minutos para no toparse con el tráfico. Se soltaba ligeramente la corbata y desabrochaba el primer botón de su camisa para darse un respiro, limpiaba sus manos con jabón en gel y cruzaba sus piernas al lado derecho de la mesa.

Era ya una rutina, cada día de la semana lo hacía e inclusive los sábados, a veces también pedía algo para comer, ya fuera solo como acompañado. Usualmente solo.

Puedo ver cómo eres hermoso,

¿puedes sentir mis ojos sobre ti?

Soy tímido y volteo mi cabeza a otro lado.

Junto con esa rutina también estaba el mirar a un joven mesero que nunca le había atendido en todos los meses que llevaba asistiendo ahí. De un principio había sido sólo una mirada curiosa, el chico había captado su atención al haber escuchado su nombre de sus labios. - ¡Hey, Chris! ¡Chris, dame una mano! - había dicho logrando que Christopher levantara la mirada de su periódico hacia aquel que lo había llamado, hasta que dio con que éste no miraba siquiera a su dirección, se refería a otro empleado que se dirigía rápidamente hacia él para al parecer, ayudarle con el uso de la máquina para pagar con tarjeta.

El primer encuentro.

Los siguientes fueron al verle pasar frente a él, a su lado, a lo lejos. Cada vez se dedicaba a examinarlo un poco más, sus cortos cabellos castaños casi rubios como los propios, un poco más claros, rizados, su piel bronceada, sus pómulos marcados, largos brazos, piernas y dedos, sus antebrazos desnudos al tener las mangas de la camisa –blanca- arremangadas, una encantadora sonrisa que le ofrecía a cada uno de sus clientes sin excepción alguna.

Descubrió que su nombre o apodo era Tom, así le habían llamado en varias oportunidades sus colegas. También supo que tenía dos hermanas, de un principio creyó que eran sus novias, pero luego de escucharles decirse “hermano” y “hermana” entre sí dio con la noticia, eran sólo ellos, tres. Coincidencia, en su familia también eran tres hermanos aunque todos hombres.

En muchas de esas oportunidades notó que era un fan de Shakespeare, un apasionado fan. A veces recitaba frases que Chris podía identificar, otras que sus compañeros le decían “Llegó Shakespeare”. Sino le había visto portar libros de dicho autor y poesía muy a menudo, o inclusive hablar con algunos de sus clientes del tema con gran alegría, mencionándose con orgullo a sí mismo como gran amante de las letras del dramaturgo.

Qué hermoso es, era lo que más pensaba inconscientemente al mirarlo sobre las hojas del periódico. De primer momento se había regañado por pensar tal cosa, no era propio de él, mas, lentamente fue aceptando que Tom irradiaba belleza en forma física y personalidad.

Cómo deseaba conocerlo más, quizá que le hablara de Shakespeare o poesía, cruzar palabra y mirada con él, que tomara su pedido, que le diera la cuenta, que le preguntara si necesitaba algo… Pero nada, jamás había ocurrido.

Chris se regañaba a sí mismo a la vez por no llamarlo para que fuera su mesero, más aún cuando volteaba la cabeza al notar que Tom sentía su mirada y volteaba para mirar sólo un periódico alzado. La impotencia sentida era terrible, hacía que Chris arrugara los costados de su periódico y apurara su café para retirarse cuanto antes de ahí y así que, aquel agradable joven no le viera.

Trabajando hasta tarde en el restaurante Citylite veo que llegas bien a casa,

asegurándome que no puedes verme,

esperando que tú me verás.

Las veces que Christopher tenía compromisos y no podía seguir su rutina iba al local más tarde, rondando las diez de la noche, y pedía algo para comer acompañado con una chica, tenían química como decían algunos así que acordaban cenar juntos. Fue así como descubrió que Tom vivía cerca de Elsa. En su segunda ida a comer habían salido tarde del restaurante llegando a media noche a casa de la mujer, cuando aparcó quedó casi en shock al ver al joven llegando a una casa en la cuadra del frente. Desde entonces las salidas con Elsa habían aumentado siempre insistiendo en llevarla a casa a media noche.

Cada vez se esmeraba más en que Tom ni siquiera sintiera su auto, se bajaba de éste para dejar a la dama en la puerta de su casa rechazando las invitaciones a pasar hasta que lo veía entrar a su hogar.

Al volverse suspiraba con decepción, Tom nunca le veía. Es verdad que hacía lo posible para que no lo notara, siempre tenía la esperanza de que lo hiciera y le sonriera.

Apretando molesto el manubrio de su auto se volvía a casa con un pésimo ánimo, pero siempre podía esbozar una sonrisa por el simple hecho de que había visto a Tom y sabía que había llegado bien a descansar a sus aposentos.

Mañana volvería a verlo en el restaurante, cruzarían miradas sin querer como desde hace un tiempo y seguirían sus propios caminos.

Algunas veces me pregunto por qué me miras y me guiñas un ojo,

no puedes estar actuando como mi Dana (¿Puedes?).

Te veo en el restaurante Citylite sirviendo todas comidas

y entonces veo mi reflejo en tu ojos.

El corazón de Christopher parecía detenerse y luego bombear con fuerza. ¿Qué había sido eso? ¿Estaba soñando? Sus ojos le estaban gastando una broma pesada, su imaginación estaba dominando a la razón, o quizá estaba tan cansado que veía cosas que deseaba.

Imposible, había sido real.

Mientras leía su periódico una de esas tantas tardes ya se acercaba la hora de volver a su hogar. Dobló el papel para dejarlo sobre la mesa y así beber su café tranquilamente hasta acabarlo. Levantó la mano para llamar la atención de su mesera e indicó que deseaba la cuenta con signos gestuales, la mujer comprendió enseguida.

Ordenó sus cabellos distraído y miró a su alrededor topándose sin querer con Tom. Sin pensarlo Chris sonrió cortés esperando un gesto similar de parte del mesero, pero éste por razones que no se esperaba le guiñó un ojo junto con aquella sonrisa y siguió trabajando.

Chris tuvo que apartar la mirada también ante tal gesto, el bombardeo de su corazón había hecho sus mejillas enrojecer ligeramente y sus manos sudaban frío. Las preguntas se agolparon en su mente entonces. Pagó y se fue aún sin poder responderse aquel gesto tan coqueto.

El gesto se repitió en varias ocasiones siguientes en que se cruzaban miradas, estuviera acompañado o no, el guiño venía al menos una vez por semana dejando a un Christopher lleno de preguntas.

¿Podía Tom fijarse en él?

Y Christopher volteó la vista ligeramente antes de levantarse e irse a casa, encontrándose con su propio reflejo en una mirada que estaba fija en él, en los ojos de Tom que le miraban irse de su local de trabajo. Chris apartó la mirada de inmediato y siguió su camino para volverse a casa.

-Oh, por favor…

Háblame. Muestra algo de compasión.

Me tocas en muchas, muchas formas, pero soy tímido, no puedes ver.

Tras el papel del periódico Chris suspiró. Había recién hecho su pedido, estuvo a punto de llamar a Tom para que lo atendiera pero se acobardó a último minuto y prefirió a su mesera de siempre.

Pensaba, cuánto pensaba. - ¿Por qué? ¿Por qué tú no vienes a tomar mi pedido? ¿Me temes? ¿Crees que Natasha es mi mesera oficial? No creo que te desagrade, estoy seguro que no, de lo contrario no me sonreirías con esos delgados labios ni me guiñarías con aquellos ojos que aún no puedo descifrar su color, pero ansío hacerlo tanto como Carlo Magno deseaba expandir más y más su imperio.

>>Oh, Tom, al menos dame las buenas tardes, dame la bienvenida al atravesar la puerta del restaurante en donde nos cruzamos miradas, tropieza a mi lado y deja caer la comida sobre mí para que puedas disculparte por tu torpeza y ayudarme a limpiar mi camisa, insistiendo en disculparte mientras yo te diga que no importa. Sentir tus dedos tomar delicadamente mi camisa para limpiarla un poco, mirar tus cabellos, tu rostro, al fin reconocer el color de tus ojos y resistirme el impulso de llorar ante la emoción de tenerte tan cerca de mí.

>>¿No tienes compasión de mí, Tom? ¿No ves mi desesperado ser gritando en silencio por una sola palabra de tus labios dirigidas hacia mi persona? ¿Soy indigno acaso? Soy un hombre ansioso por sólo tener tu atención, Tom.

La muchacha pelirroja llegó con su pedido: un café cortado con un emparedado que dejó frente a él, haciéndole bajar el periódico para sonreír y dar las gracias. Agregó un poco de azúcar al café y dio una mordida al emparedado.

Y seguía lamentándose en pensamientos mientras miraba con disimulo la silueta de Tom a lo lejos llevando pedidos. – Dulce criatura inocente, beldad esculpida a manos de dioses, Venus de mis pensamientos, Dulcinea de mis palabras, dios de mis plegarias. Sólo si supieras que con aquellas miradas siento que acaricias mi mano, que al captar el aroma de tu perfume cuyo nombre no reconozco siento tus brazos alrededor de mí, que con tu voz creo que estás a mi lado en el patio trasero de mi casa recitándome poemas y frases célebres de las obras de Shakespeare, con cada cosa tocas mi corazón de una y otra forma, lo acunas en tus brazos y lo besas dejándome tan manso como un cachorro siendo mimado.

>>Pero soy tímido. La timidez es la barrera que nos separa, tan alta como la mismísima muralla china, tan resistente como la única casa que no cae luego de un cataclismo, tan fría como los iceberg que flotan en aguas del Antártico, tan aterradora como el cuento de terror que se le recita a un niño pequeño antes de dormir.

>>Soy tímido, y no lo puedes ver.

Obsesionado contigo, tus miradas, bueno de todos modos

“Moriría cualquier día por ti”

(Lo escribo en el papel borrado una y otra vez).

Aquella rutina prosiguió por mucho tiempo como era de esperarse. Christopher hablaba con un par de meseros; Natasha y Chris, aquel del primer encuentro. Al llegar al restaurante le tenían la mesa reservada y le llevaban su café cortado para luego pedir su orden. Lo saludaban por su apellido al llegar, y lo molestaban cuando faltaba a su “cita”.

Pero ni una palabra se cruzaba entre ellos, entre Tom y Chris sólo habían miradas, sonrisas, guiños.

Los suspiros tras el periódico eran mayores. Chris no tomó en cuenta en qué momento había comenzado a tener el tic de frotar intensamente con sus dedos los costados de las páginas de papel al sentirse ansioso o nervioso.

Tomaba detalle de los gestos y movimientos de Tom, los propios habían pasado a la historia, toda su atención la tenía aquel alto rubio de cabellos rizados. Notaba aquella deliciosa costumbre suya de relamerse sus delgados labios a cada momento. El levantar la ceja derecha con más frecuencia. Acariciarse el cuello lentamente al hablar. Ser afectuoso, cálido y romántico. Reír siempre con un “hehehe”. Cantos y bailes improvisados. Ropas siempre bien arregladas. Cinturones negros y café oscuro, de cuero. Camisas blancas, celeste o morado muy claro. Barba corta. Dificultad ante las tarjetas de crédito. Y tantas otras cosas con las que se quedaba pasmado viéndolo en toda su estadía.

-¿Me estás llevando a la obsesión, Tom? –Se preguntaba en el silencio de su mente mientras escribía en un papel lleno de borrones y tachadas-. Podría decirte cuantas veces cruzamos miradas hoy hasta el momento. Siete. Sé los momentos en los que ocurrió, en cada uno de ellos intenté decir algo para que vinieras hacia mí. El resultado fue el de siempre.

“Moriría cualquier día por ti” fue lo escribió antes de volver la mirada su mesero platónico y suspirar. – Sí, realmente lo haría. Tú sólo da la orden, sublime verdugo de mis sentimientos, que yo no haré reclamo alguno ante cualquiera de tus palabras, sólo las cumpliré sin siquiera analizarlas.

>>Pero no, no me pidas que deje de quererte, no me pidas buscar otro platónico porque tú eres único e irremplazable. No puedo quitarte de mi cabeza aunque esté con mi novia a quien amo, pero tú sigues ahí, tu sonrisa y la imagen creada por mi mente de ti dirigiéndome la palabra. ¿Te amo? Estoy loco por ti, la desesperación de Juan Pablo Castel es diminuta junto a la mia. Tom, Tom, Tom.

Todavía estoy sentado en el restaurante “Citylite” bebiendo café o leyendo mentiras.

Volteo mi cabeza y puedo verte, ¿podrías ser tú realmente?

Una tarde Christopher no se fue a la hora acostumbrada. Es más, pidió otro café y un par de galletas que de repente se le habían antojado. Fingía leer muy entusiasmado el periódico por lo cual nadie le interrumpió, Natasha y Chris supusieron que el quedarse un poco más había sido por la lectura. Pero la lectura no tenía nada que ver.

Si bien leía, leía frases hipócritas, algunas noticias que hasta el mismo conocía de otra versión eran completamente alteradas en esas páginas, cambiaría a otro periódico. Aunque eso lo venía pensando desde hace meses atrás pero no lo hacía.

Sus dedos apretaron más el papel periódico ensuciando sus yemas.

Tom no había aparecido. Al llegar creyó que estaría en la cocina, más al pasar los minutos descubrió que no estaba. Entonces, ¿dónde se encontraba? ¿Le había pasado algo? ¿Y si había tenido un accidente? ¿Si algún familiar lo había tenido? ¿Si estaba enfermo? ¿Había ido a comprar cigarrillos? ¿Dónde, dónde estaba Tom?

Casi estresado al desconocer el paradero de su platónico decidió quedarse hasta más tarde en el restaurante en la espera a su aparición. La primera hora había sido un martirio y se había obligado a beberse un café y comer unas galletas para calmarse un poco y no acabar en el delirio. Pero ya marcaban las siete y treinta minutos y ni rastros ni comentarios de Tom. ¡Cuánto quiso preguntarle a Natasha de él pero no se atrevía! La frustración. Ya faltando cerca de quince minutos para que se cumplieran las dos horas de su estadía supo que era momento de irse, la probabilidad que Tom llegara a esa hora –ya casi las ocho de la noche, oscuro- a trabajar eran mínimas. Por ende pidió la cuenta a la pelirroja y se levantó de su asiento desanimado.

-¡Oh, he llegado, he llegado! –Los oídos de Chris creyeron estar bajo una alucinación auditiva, por lo que se obligó a voltearse completamente para mirar a un Tom agitado amarrándose el delantal negro que hacían llevar a los meseros para atender.

Algunas veces me pregunto por qué me miras y me guiñas un ojo,

no puedes estar actuando como mi Dana.

Veo tu hermosa sonrisa y me gustaría correr lejos de mi reflejo en tus ojos.

Christopher sonrió con una felicidad inimaginable al verle sano y salvo hablando con sus compañeros, mencionando que iba a ocuparse de más mesas por su retraso que luego explicaría mejor. Tom levantó la mirada de su delantal y se encontró con el profundo océano que Chris le dedicaba sin poder voltear, deseando huir lo más rápido y lejos. Pero estaba hechizado.

Tom le guiñó el ojo con esa bellísima sonrisa característica y comenzó a trabajar.

Chris volvió a voltear para salir del local, feliz por haber visto a Tom, intrigado por enésima vez ante el guiño que venía por segunda vez en la semana. Al poner ambos pies fuera del local emprendió una corrida hasta su auto mordiéndose el labio. Las lágrimas de felicidad, tristeza y confusión caían por sus mejillas y decía suavemente:

-Oh, por favor…

Háblame. Muestra algo de compasión.

Me tocas en muchas, muchas formas, pero soy tímido, no puedes ver.

Cuando Chris terminó de beber su café bajó a la vez el periódico que cubría su rostro. Luego de casi un año de meditaciones mirando a Tom comenzaba a aceptar la fría realidad que le había preparado el destino desde el momento que puso un pie en aquel restaurante. Un semblante derrotado con aires casi depresivos, mirada perdida, labios juntos, manos quietas sobre la mesa.

Divisó a Tom a lo lejos hablando y riendo melosamente con una muchacha que le había ido a dejar un regalo. Se acariciaban sutilmente, se miraban directo a los ojos, se abrazaban. La hermosa señorita hacía todo lo que Christopher imploraba a los dioses por hacer. No fue mucho tiempo, a lo máximo diez minutos. Diez minutos en los que Chris quiso llorar como un niño al ver que perdía el juguete que por tantos meses soñó, yéndose a manos de otro.

Y Chris lo comprendió:

-Ya veo. No puedo tenerte, no puedo dejarte, allí porqué debo verte a veces.

Pero no entiendo cómo me puedes tenerme encadenado.

Y cada hora que pasa, te siento tener más poder sobre mí,

y no puedo dejar de repetir el escenario otra vez.

Sus palabras fueron claras y tortuosas para mostrarse como la verdad. En un momento creyó que las lágrimas lo traicionarían y lloraría sin consuelo en ese lugar.

-¿Perdón?

Christopher confiaba ciegamente que había caído en una alucinación otra vez, así que no se preocupó en lo absoluto al ver a Tom frente a él con una expresión sorprendida.

Tom se había acercado a él al dar cuenta que lo había estado mirando por mucho tiempo, incluido aquel en el que había estado con Kat. Pensó que por fin luego de meses Christopher le pediría algo a él y no a Natasha o su propio amigo Chris. Por ende fue que se encaminó a él con una gran sonrisa en los labios y un nerviosismo muy bien oculto, sin embargo antes de que pudiera preguntar, Christopher había comenzado a hablar dejándolo sin palabras, con esa mirada perdida en sus propios ojos.

Y Chris lo confesó:

-Algunas veces me pregunto por qué me miras y me guiñas un ojo,

no puedes estar actuando como mi Dana.

Veo tu hermosa sonrisa y me gustaría correr lejos de mi reflejo en tus ojos.

Oh, por favor…

Háblame. Muestra algo de compasión.

Me tocas en muchas, muchas formas, pero soy tímido, no puedes ver.

Oh, bebe…

Tom tuvo que agarrar con firmeza la libreta y el lápiz con los que anotaba los pedidos. Ante aquella declaración no sabía qué hacer ni qué decir, sólo la sorpresa se hacía obvia en su rostro y muchas preguntas se agolpaban en su mente.

Claro, ¿por qué le guiñaba un ojo cada vez que cruzaban miradas? De un momento a otro se había vuelto una extraña costumbre y no se avergonzaba de ello. Pero ahora que escuchaba la voz de Chris dirigirse a él, expresarse, y verle como si fuera sólo un espectro le hacía abochornarse.

Tragó con dificultad saliva mientras se llamaba a sí mismo por calma, su mirada no dejaba la de Chris, y tampoco tenía la más mínima intención de romper el contacto visual.

Reprodujo las palabras de Chris en su mente y suspiró ya más tranquilo, la sonrisa se asomaba en su rostro como siempre.

“Tímido”.

-Háblame. Muestra algo de compasión.

Me tocas en muchas, muchas formas, pero soy tímido, no puedes… Soy tímido, no puedes…

-Creo que ahora sí puedo verlo, ¿no crees?

Christopher pareció reaccionar al escuchar a Tom hablar. Primero quedó helado ante la situación en la que se hallaba. Resultaba al fin y al cabo que era efectivamente Tom quien estaba frente a él y, al parecer, había estado diciendo en voz alta aquellos pensamientos que solían repetirse en su mente. Entonces la sangre subió de golpe a su rostro al ver a su platónico apoyar una mano en la silla frente a él para moverla y sentarse.

Increíble. Tom sentado frente a él, hablándole, sonriéndole, mirándole. Y sólo a él.

-Soy Thomas, tú eres Chris, ¿no? Nuestro cliente habitual.

Y la sonrisa no se hizo esperar junto con las lágrimas por tanta felicidad, por lo que sólo bajó la vista a su café y levantó el periódico para, como siempre, cubrir su rostro dejando apenas visibles sus ojos. Pero al caer las lágrimas también negó la vista a su mirada y la llevó al periódico, dando un sorbo a su café antes de carraspear un poco y con todas sus fuerzas, afirmar lo dicho.

-Sí, soy Christopher, o Chris.

Tom sonrió al ver el periódico cubrir el rostro de Chris, por algún motivo su corazón creyó saltar de emoción y no aguantó el estirar el brazo para bajar las hojas y así ver su rostro.

-Puedo verlo.

…Soy tímido, no puedes verlo.

Notas finales:

Resultó muy corto, y es que con la canción no da para alargarlo más, aunque el tema sería muy lindo para continuarlo, quizá lo hago mas no aseguro nada para no crear falsas expectativas.

Espero que haya sido de su agrado, pueden darle reblog si lo desean, estoy comenzando a poner cosillas así en mi tumblr -quería hacerlo en fanfiction.net pero el inglés es mucho para mi(?)-.

Sin más me despido, gracias por leer.

 

-Deii Spooky.


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