Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

La bruma de tu retorno por Kyasurin W

[Reviews - 1]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Un pequeño one-shot que tenía entre mis archivos. 

 

1

 

Me siento sobre la cama, mis delgados dedos se frotan contra mis somnolientos y cerrados parpados que se rehúsan a mirar a su alrededor, un ligero destello se cuela por debajo de mis batidas pestañas, provocando que, efectivamente, entren en un modo donde ni siquiera el puesto sol y el sonido de los pajarillos les hagan observar el exterior. Todavía manteniendo esa posición, quito el espeso cabello que se arremolinaba en mis sienes por la incómoda posición en la que mantuve mi sueño.

No tenía idea qué hora era, pero debía ser temprano. Los rayos del sol se colaron traviesamente por las persianas que se tambaleaban como si de una extraña danza se tratase, todo gracias al aire acondicionado colocado arriba de ellas. 

Me dirijo al baño y mojo mi cara. El escurridizo líquido cubre cada una de mis facciones sin importarle el aspecto de ellas; mi pelo está despeinado, mis índigos ojos están somnolientos y hay surcos oscuros debajo de ellos, sin embargo, mis labios se ensanchan y una sonrisa se dibuja.

Me acuerdo de ti

Hoy te veré después de tres años, mil noventa y cinco días que han pasado desde la última vez que te miré. Justo hoy, no mañana, hoy; volveré a estar junto de ti y a eso se debe el escaso sueño que he tenido, a eso se debe la emoción que he estado acumulando todo este tiempo y que hoy me recorre desde la punta de mi pie, hasta mi cerebro, y es por eso que, quizá, he perdido la paciencia. ¿Cómo es posible que después de tanto tiempo aguardando, ahora me sienta más desesperado que nunca?

Me despojo de mi ropa rápidamente y entro a la ducha, quiero estar presentable para ti. Las gotas de agua me recuerdan a tus cálidas manos, en cuanto ellas me tocan, emprenden un largo recorrido, empezando por mi dorado cabello y culminando en el suelo de la regadera donde los rastros de éstas se mezclan en el gran charco que yace debajo de mí. 
Me lavo el cabello, masajeando con las yemas de mis dedos, y mientras mantengo los ojos cerrados, recuerdo los tuyos: oscuros y cristalinos. Siempre me pareció ridícula la idea de enamorarse de alguien por la mirada, pero en cuanto te conocí, lo comprendí

El sentirte de una forma diferente encima de mí me hacía entender diversas cosas. Me parecía imposible que un simple relampagueo de tus pupilas pudiese moverme hasta el mismo suelo. Como la piel se me ponía de gallina en cuanto notaba los matices grises viajar por todo mi cuerpo y estrellarse contra mis propios ojos. La electricidad, la química, la intensa corriente y fuerza que aglomeraba los deseos más prohibidos que no me exhibías, pero sí transmitías a través de una simple mirada.

En cuanto termino, me visto con la mejor ropa que tenía. La tela de mi camisa es como tu cabello: negro, y pulcramente aliñado. También me peino y me perfumo con aquella loción que tanto te gusta, regodeándome en la grácil aura con notas acuáticas de lavanda y ámbar.

Para el desayuno no tomo más que un café y un par de tostadas. Tengo el día planeado para pasarlo contigo, había pensado en almorzar juntos, salir a pasear a algún lado, mi mano encajada  perfectamente con la tuya como todo un rompecabezas, nuestras voces confundiendose con el ruido citadino, para luego, regresar a casa, sentarme junto a ti y mirar el atardecer mientras rodeas mi cintura con tu largo brazo y me susurras al oído lo mucho que me echaste de menos. Nuestros hombros chocarían, provocando que cientos de chispas salten por un simple roce y de pronto, una corriente fortuita de aire azote nuestras caras y nos deshiciéramos en risas.

Coloco una silla frente de la ventana y me siento en ella. Mi corazón galopa al saber que en cualquier momento llamarás al timbre y te daré el mejor recibimiento; sonrío como idiota, idiota enamorado que ansioso a la llegada de su amado no mide todo el dolor que se puede llegar a producir haciéndose ilusiones de algo que, quizá, no iba a pasar. 

Dio la tarde, el sol estaba en su pleno apogeo y yo sólo pensaba que los astros se habían puesto de mi lado para que fuese un clima estable y pudiese disfrutar el resto del día contigo, pero tú no llegas. 

Ocultando el peor de mis miedos, saco el móvil que había mantenido oculto en mi pantalón y lo coloco en el borde del ventanal, no sin antes, subir el máximo volumen, encender el vibrador y las luces para que en cualquier caso, notara una de tus llamadas. 

Pero la noche cayó y todos mis anhelos también. Y, de repente, aquellos oscuros pensamientos que había estado reprimiendo todo este tiempo, caprichosamente comenzaron a salir a flote. ¿Y si ya no me querías? ¿y si encontraste a alguien más? ¿y si ni siquiera te acuerdas de mí...? Aquellas interrogantes taladraban mi mente, dándome cuenta de que todos los «peros» que dijiste para no poder mantenerte en contacto conmigo era porque, tal vez, ya habías planeado todo desde aquella noche que partiste de casa. 

Había caído en la cruda realidad.

Siento una presión en el estómago y casi pude escuchar como las grietas de mi corazón que se habían mantenido unidas a base de esfuerzo constante se abrían, ahora más, rompiéndose en pequeños pedazos. 

Me levanto de la silla, dejando mis sueños, mi emoción y por más que quise dejar también mi amor, fue imposible. Apago el teléfono y lo aviento en algún punto de la habitación, mientras una silenciosa lágrima se desliza por mi mejilla y, entonces, el timbre suena. 

Un atisbo de esperanza parpadea frente a mí y corro hasta la puerta, esperando encontrarme con tu cara. Caigo derrotado al ver que se trata de un vendedor ofreciendo sus productos importados, sin pararme a evaluar lo grosero que sería y que estaba mal volcar mi frustración en otras personas, le cierro la puerta en las narices y me acurruco en mi cama. El colchón se hundió a la par que mi cuerpo y las sábanas no tardaron en arrugarse casi de la misma forma como estaban en la mañana. Contuve vanamente sollozos y lágrimas que estallaron en cuanto mis manos no podían contenerlos más. 

¿Por qué me hacías esto? Pese a que yo tenía la mayor culpa por no ser realista en una relación a distancia y seguir pensando en ti cada día, cada hora, cada minuto, cada suspiro... No me hablaste de frente, no me dijiste que pensabas rehacer tu vida y no sólo continuar con tu trabajo al otro lado del mundo. Pero en ese momento no lo contemplé, porque te conozco, o al menos eso creí, conocer cada partecita de ti. Pero no estoy enfadado contigo, porque yo fui quien me aferré a tu amor, a ese sentimiento que sólo la falta de interés, apoyado por el tiempo, pueden desvanecer, y aún aquí, en la soledad de mi cuarto, sigo creyendo que vendrás, que me dirás que tu vuelo se retrasó, que había mucho tráfico, sigo inventando excusas, y todo esto es porque solemos creer ciegamente en lo imposible, aun sabiéndolo, porque soy imbécil, tal vez, porque te amo. 

Me desvisto torpemente, con la visión empañada y la nariz entaponada por los mocos, me meto debajo de las sábanas e inconscientemente, acabo en posición fetal. El punzante silencio era interrumpido por mi cortante respiración, siento un dolor en el vientre, me duele tu recuerdo, me duele pensar que te perdí. 

 

                                                                               2



Entreabro los ojos y la pesadez de la claridad me hace cerrarlos de nuevo. No me he mirado al espejo y probablemente no pienso en hacerlo, pero sé que mis ojos estarán hinchados. Los abro de nuevo y barro mi entorno con la mirada por instinto, esperando encontrarme con alguna novedad, pero no es así. 

Sigo en la misma posición que fue la última que recordé antes en que en algún momento de la madrugada me quedase dormido, más por agotamiento que por gusto; estoy acostado de lado y me siento incapaz de moverme, mis fuerzas o ánimos son nulos, de pronto, siento una presión en mi costado. 

Me volteo de repente, por instinto, desobedeciendo a mis deseos de no trasladarme a ningún lugar en todo el día y, entonces, te veo ahí. 

Tu cabello está más largo de lo que recordaba y caía en suaves líneas sobre tu frente, tus ojos, más alerta que nunca, me miran con delicadeza; con cierto miedo al rechazo, acaricias con ternura mi mejilla, que a los pocos segundos ya está concurrida por tantas lágrimas que se escurren por ella, me acerco a ti, escuchando mis pretensiones y siendo víctima de la debilidad que tu aroma tan necesitado me produce y, más decidido que nunca, me abrazo a ti, me aferro a tu ropa y hundo mi cabeza en tu pecho, no tardaste en corresponderme.

Acariciando mi espalda con parsimonia, transmitiéndome una sensación de tranquilidad sobre mi piel desnuda, me aseguras que todo está bien, y en ese momento supe que no importa cuánto tiempo pase, cuantos ideas pesimistas tenga, o cuán lejos esté de ti, siempre serás tú, el dueño de mis deseos, el insomnio de mis noches, el autor de mis suspiros y el amor de mi vida. 

Después de un rato de estar acurrucados los dos, sin necesidad de palabras para demostrar la carencia que teníamos el uno del otro, me digno a alzar mi rostro, tu mirada revoloteaba por mi cara, sé que estás valorando mi aspecto y me siento avergonzado porque tengo conocimiento que estoy en el peor de los estados, sin embargo, te me acercas, probablemente más lento de lo que espero y tu respiración se mezcla con la mía en algún punto, quizá cuando tus labios se posan sobre los míos, sin malicia, sin ansías, dejando a un lado la falta de paciencia que tenía guardada, me entrego a ti, permitiendo que tomes el control. Tu lengua pasea cuidadosamente por la comisura de mis labios mientras intercambiamos alientos, y tu mano recorre con sutileza mi cintura provocándome corrientes tan potentes que me hacen estremecer pero que, a la vez, me encantan más que cualquier otro contacto que hubiese tenido.

Nuestros labios se ensamblan perfectamente, como si estuviesen hechos a la medida, a través de ese beso nos decimos todo lo impronunciable y escucho los latidos de mi corazón resonar contra mi pecho, aquel que se rompió y que tú, mediante un suave roce, recogiste pieza por pieza, y me hiciste creer en mí. En que no estaba equivocado en albergar tantos sentimientos y recuerdos, convirtiendo lo imposible, en inevitable. 

Cuando nos separamos, nos damos cuenta que la distancia entre nuestros cuerpos se desvaneció, y me sonríes. Tus mejillas están sonrojadas y con un deje de timidez que me hizo cubrir mi rostro al darme cuenta que te sentías igual que yo. Apartas mis manos y me susurras al oído dos simples palabras que yo podría considerar como la octava maravilla del mundo.

Te amo.

 

Notas finales:

Gracias por leer.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).