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Frozen por Circe 98

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Notas del fanfic:

Yu-Gi-Oh! no me pertenece como tampoco me pertenece la trama del fic... bueno, tal vez un poquito (?)

 

Estando aburrida como una ostia, decidí matar el tiempo en esto. .-. realmente, necesito ayuda médica para ver en qué mato mi tiempo.

 

En fin, los que no gustaron de esa película, son libres de irse sin comentar. Nadie les está amenazando con pistola ni les está diciendo que lean, lo único que os pido es que le déis una oportunidad, como a todos mis fics. Si os gusta, bien, si no, también, :D

Notas del capitulo:

Ya os dije arriba, si queréis leerlo, adelante, no os impido. Si no os gustó la película, podéis abstenerse de seguir leyendo.

Una aurora boreal se mostraba a todo su esplendor, siendo visto por un chiquillo dentro del castillo pues éste dormía hasta arriba, junto a su hermano mayor. Ambos eran tricolores. El que acababa de despertarse se diferenciaba del otro por el tono de piel, era moreno, el otro era blanco y, además, su cabello también era diferente, qué decir de los ojos.


—Yami, pss —le llamó mientras se subía a la cama de su hermano, donde dormitaba lo más tranquilo que podía—. Yami.


—Hmm —gimoteó entre sueños.


—Despierta, despierta, despierta —dijo mientras le zarandeaba.


—Heba, vuélvete a dormir —le dijo. Abrió un ojo para verlo y luego lo cerró, acomodándose de nueva cuenta para dormir.


—No puedo Yami —dijo mientras se tiraba a dormir sobre su hermano quien se despertó y soltó un sonido de enojo por la actitud del mismo—. El cielo está despierto y yo con él. ¡Así que tenemos que jugar!


Su hermano despertó y sonrió de manera maliciosa.


—Pues juega tú solo —le dijo al tiempo que lo empujaba de su cama y volvía a acomodarse para dormir.


El niño cayó de sentón al suelo y solo pudo hacer un puchero. Estaba pensando a toda prisa lo que convencería a su hermano Yami de jugar con él. Cuando se le ocurrió, se levantó de nueva cuenta y subió a la cama del mismo, le abrió un ojo y susurró para él.


—¿Y si hacemos un muñeco? —Aquello funcionó. Su hermano abrió los ojos y sonrió. Era lo que más les encantaba a ambos.


Se pusieron algo en los pies para evitar tocar el suelo y salieron corriendo de la habitación. Dormían en el último nivel de aquel castillo y tenían que bajar hasta el primero. Durante su carrera, Heba no paraba de hablar y de apurar a su hermano quien le callaba para evitar que sus padres les descubrieran. Lo último que necesitaban era un regaño de aquellos dos señores que les habían dado la vida.


Al entrar, Yami cerró la puerta y Heba corría en círculos por el gran salón, estaba muy emocionado.


—¡Haz la magia! —Le pidió mientras lo llevaba al centro. Yami reía antes de que se detuviera— ¡Yami, haz la magia!


Su hermano comenzó a mover sus manos en círculos, generando chispas azules de ellas y Heba le miraba perdido, creó una bola de nieve. Adoraba aquello. Le preguntó si estaba preparado, era ilógico que lo hiciera pues lo conocía y sabía cuál sería su respuesta. Lanzó aquello al techo del salón y reventó en chispas azules, generando copos de nieve. Heba gritaba y reía al ver lo que su hermano podía hacer, lo amaba.


—¡Fíjate! —Le pidió Yami a su pequeño hermano. Tocó el piso y lo congeló por completo. Heba reía sin parar. El mayor apresuró el paso de la caída de nieve. Dejó un espacio donde podrían patinar y lo demás, dejó que se llenara de nieve.


Juntos comenzaron a hacer un muñeco de nieve. Si bien, carecían de ramas como tales, era un castillo el lugar donde vivían, debía haber madera y fueron por ella para los brazos y cabeza, además de botones y una zanahoria. Heba estaba más de expectante en lo que su hermano hacía ya que habían llegado a ese acuerdo por Yami.


—Hola, me llamo Olaf y adoro los abrazos —fingió una voz mientras movía al muñeco. Heba volvió a reír antes de lanzarse contra el muñeco.


—Te quiero Olaf —dijo mientras lo abrazaba. Al mayor se le ocurrió que podrían patinar y eso decidieron hacer. Heba agarrado a Olaf mientras que él impulsaba al muñeco con su magia para moverlos por la zona congelada.


Hicieron un montón de cosas antes de decidir deslizarse por las montañas de nieve. Yami se colocó atrás de Heba, agarrándolo de la cintura mientras caían, más que nada porque lo conocía y sabía lo lanzado que era. Luego, éste saltó a otra montaña, más pequeña. Retó a su hermano que le atrapara y eso hizo, al principio era lento, era apropiado para ambos pero el menor comenzó a ir más y más y más rápido, lo que dificultaba a Yami el hecho de crear nieve.


Resbaló al tiempo que lanzaba otra vez su magia pero ésta dio contra la cabeza de su hermano, provocando que cayera inconsciente pero a salvo entre la nieve. Yami se levantó y fue por él. Vio, con sorpresa, que el flequillo negro —el de en medio que los diferenciaba— que tenía, se teñía de rubio.


Comenzó a gritar por sus padres, estaba asustado. Asustado de sí mismo pero preocupado por su hermano. Todo su miedo comenzó a reflejarse, entonces, en su creación. El hielo claro del suelo se volvió opaco, subía por los pilares hasta el techo. Congeló la puerta.


Escuchó cómo luchaban por abrirla pero no podía calmarse, su único hermano y la única persona a la que quería, estaba volviéndose más y más fría. La puerta se abrió y vio a sus padres. El rey Atem, parecido a él pero con piel morena y a su madre, de cabello negro, ojos amatistas y piel morena.


—Pero qué has hecho, Yami. Se te ha escapado de las manos —regañó su padre. La madre de ambos vio entonces lo que tenía en brazos y corrió hasta ellos dos. Yami los miraba y luego vio a su hermano.


—Ha sido sin querer, lo siento Heba —su madre le arrebató a Heba y lo cargó, notando la baja temperatura que estaba teniendo su cuerpo.


Atem salió corriendo de allí, ordenando a su esposa que mandara a preparar a los caballos. Ambos se dividieron entonces, la mujer traía a Heba y a Yami juntos, para no perderlos pero éste congelaba las cosas según caminaba. Atem fue a la biblioteca en busca de un libro pero lo que buscaba del libro era que contenía un mapa que le ayudaría. Lo encontró y tomó el mismo para salir corriendo en busca de sus hijos y esposa.


La reina tomó a Heba en brazos mientras que el rey, a Yami. Éste congelaba todo el camino a más velocidad. Su miedo y desesperación, además de la impotencia, de lo que le había hecho a Heba. Cabalgaron hasta llegar a un punto del bosque. Atem comenzó a gritar en busca de ayuda.


Había geiseres, escaleras de piedra y rocas cubiertas de moho. No obstante, las piedras no eran lo que aparentaban. Eran troles. Se movieron y hasta rodearlos y se sorprendieron de ver a la familia real visitándolos.


El más anciano se acercó y preguntó sobre los poderes de Yami: nacimiento o maldición. Eran de nacimiento. Pidió que le acercaran a Heba y le curó, diciendo que olvidaría todo lo relacionado con los poderes de su hermano y también agradeció que fuera en la cabeza y no en el corazón pues era más complejo. Yami lamentó el que su hermano no recordara de sus poderes pero el trol le pidió que le escuchara.


—Príncipe Yami, su poder seguirá creciendo. Hay una belleza en él pero también hay un gran peligro —el trol había creado una sucesión de imágenes. Al principio, se vio a sí mismo de adulto, de grande, creando nieve y viendo lo que fuera de la misma pero luego cambió, en vez de azul, era morado—. Debes aprender a dominarlo, el miedo será tu enemigo —en las imágenes, todos aquellos a quienes le había mostrado su poder, se volvían en su contra.


El rey negó aquello.


—Lo protegeremos, aprenderá a controlarlo —se levantaron de allí y fueron de regreso al castillo—. Hasta entonces, cerraremos las puertas, reduciremos el personal, limitaremos su contacto con otras personas y ocultaremos sus poderes a todo el mundo, incluido Heba —recitó el rey dentro. Eso mandó a hacer.


El personal se redujo a solo lo más elemental y los más de confianza. El castillo había cerrado puertas y ventanas para evitar que el poder de Yami saliera. Además, obligaron al mismo a que cambiara de habitación a una personal, dejando a Heba solo. Todo había ocurrido de la noche a la mañana y el menor solo pudo ver cómo su hermano se encerraba.


Era verano en ese entonces.


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Cuando Heba miró por la ventana, se emocionó muchísimo. Estaba nevando. Lo que significaría que podría jugar con Yami, como aquella última vez. Rio un poco antes de ir a la habitación de su hermano.


—Yami —tocó tres veces la puerta del mismo— ¿Y si hacemos un muñeco? Ven vamos a jugar, ya no te puedo ver jamás, hermano sal, parece que no estás. Solíamos ser amigos pero ya no más, no entiendo lo que pasó. ¿Y si hacemos un muñeco? —Acercó su boca a la parte de debajo de la puerta de su hermano para que se le escuchara— No tiene que ser un muñeco.


—Heba, vete —le pidió con voz desanimada. Era su mayor deseo hacerlo, hacer un muñeco con su hermano pero tenía miedo de su poder.


—Ya me voy —dijo, desanimado, y eso hizo. Se alejó de la puerta.


Conforme pasaban los días, Yami veía la nieve caer, no había tocado nada hasta ese día. Tocó la ventana y ésta se congeló por lo que se separó de manera rápida. Su padre lo supo por lo que, esa tarde, le llevó un par de guantes.


—Los guantes te ayudaran —dijo al tiempo que se lo ponía—. ¿Lo ves?


—No has de sentir, no han de saber —recitó y Atem le siguió. Era eso lo que le había enseñado.


El tiempo pasaba volando, Heba ya no era un infante como antes, seguía siendo un niño pero ya no tanto, era más alto.


—¿Y si hacemos un muñeco? En nuestra bici hay que pasear, tu compañía hace falta aquí, con los retratos ya empecé a conversar. No te rindas John —le dijo a cuadro, en él apareció un caballero peleando pero solo era la imagen del mismo—. Es algo aburrido solamente ver las horas decir Tic Toc —estaba tirado frente a un reloj. Veía el péndulo moverse y comenzó a jugar con el mismo, haciendo como que con cada pie pateaba al mismo, provocando el movimiento y su boca hacía el ruido del reloj tic toc tic toc.


Dentro de la habitación de Yami, los padres de este le miraban mientras él caminaba nervioso por un rincón congelado.


—Tengo miedo, cada vez es más fuerte —dijo. Traía los guantes puestos, también era más mayor. No obstante, cada que crecía, cada vez tenía más miedo.


—Será peor si te poner nervioso —le reconfortó su padre, dando unos cuantos pasos para tocarle pero reaccionó mal, alejándolo.


—¡No! ¡No me toques! —Fue su exclamación al tiempo que se alejaba. Guardó sus manos contra su cuerpo, mirando a ambos progenitores— No quiero herirlos.


Su madre solo puso una mano sobre el hombro de su marido y lo vio. La mujer se sentía impotente al ver a su hijo aterrado a cada paso. Terriblemente aterrado por el pasar de los días.


Cada vez, se hacían más cortos los intervalos para Yami pero eternos para Heba. Casi sin darse cuenta, Heba tenía ya quince años mientras que Yami, dieciocho. Al menor se le hacía inútil ya tocar aquella puerta.


En vez de detenerse con la habitación de su hermano, se fue hacia la de sus padres donde corrió para abrazarlo.


—Hasta dentro de dos semanas —dijo mientras los abrazaba y ellos le devolvían el gesto. Hablaron por un rato mientras terminaban las maletas y luego pedían a la servidumbre que se las bajara. Volvió a su habitación luego de eso, ya se había despedido de sus padres.


Ambos reyes bajaron hasta la puerta principal, donde Yami les esperaba. Éste hizo una inclinación de respeto por el rango que tenían sus padres y, al levantarse, les miró con seria tristeza.


—Tenéis que iros —dijo. Era más una afirmación que una pregunta.


—No te va a pasar nada, Yami —fue el consuelo. La madre le sonrió antes de darle un abrazo efímero para irse con su marido.


Subieron al barco donde el mayordomo les despidió con alegría pues les iba a ver de nueva cuenta.


Sin embargo, durante el trayecto, una terrible tormenta les atrapó, causando que el océano se inquietara, provocando que el barco donde iban, se hundiera, ahogando a todos a bordo. Incluido a los reyes.


En cuanto llegó la noticia a su lugar de origen, la pintura que contenía a los dos reyes, fue cubierta, representando que ambos estaban muertos. Todo el lugar estaba de luto. El palacio especialmente, vestidos de negro en sus uniformes verdes.


Mientras, un sacerdote bendecía y daba el último adiós a los reyes. Carecían de sus cuerpos por lo que solo se hicieron dos enormes rocas, grabando el nombre de ambos en ellas. Heba estaba presente, escuchándolo, junto a los guardias que debían protegerlo y toda la ciudad. Yami no había salido y nadie lo tomó a mal, era el más afectado pues, todos suponían, que había pasado la mayor parte del tiempo junto a ellos tras cerrar las puertas.


Al término de la misma, Heba regresó al palacio y se presentó frente a la puerta de su hermano. Dudó un momento antes de tocar tres veces, como siempre hacía.


—Yami… —le llamó—. Sé que estas adentro, me han preguntado ¿A dónde fue? Ese valiente, y de mi trate, te vengo a buscar, déjame entrar… tú eres lo que tengo, solo escúchame ya no sé qué hacer —se apoyó contra la puerta y luego se deslizó hasta sentarse en el suelo—. ¿Y si hacemos un muñeco?


Mientras, del otro lado, Yami tenía la expresión más dolida del mundo. Recordaba sus últimas palabras. Nada le iba a pasar pero a él, no a ellos. Ahora, estaban muertos. Por el arranque de ira, de soledad, de tristeza, había congelado su habitación entera. Copos de nieve flotaban de la misma, estaba abrazándose a sí mismo antes de comenzar a sollozar. Todo… todo… desconocía lo que iba a pasar de ahora en adelante.


Ambos hermanos sollozaban. Habían sido sus padres, los seres que les habían criado los que habían muerto.

Notas finales:

En fin, creo que para esta misma noche está finalizado.

Sayonara~


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