Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Slivers por BlackBaccarat

[Reviews - 6]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Esta mañana me puse a cotillear los fanfics de MEJIBRAY que hay subidos a AY, ¡y son poquísimos! No puedo creerme que cada vez tengan más fans y que nadie se digne a hacer fanfics.

Si os digo la verdad, soy fan de MEJIBRAY desde noviembre de 2011, lo que me convierte en un hipócrita por quejarme de algo de otros, mientras yo he tardado casi tres años en escribir algo de esta gente. Lo más gracioso es que el TzMia no es mi OTP ni nunca me ha hecho demasiada gracia, pero bueno, las ideas son ideas y no deben desperdiciarse.

Notas del capitulo:

Os explico. Supongo que todxs lo sabéis pero yo lo repito... Ayer se dio la noticia de que, debido a una caída, Meto había tenido una fractura (de una costilla, dicen). 

Aunque decidieron aplazar los conciertos, MEJIBRAY hizo un mini-concierto, y se ve que Tsuzuku se puso a llorar, las fans también lloraron. Como para no llorar. Imagináos a Tzk llorando, qué cosa más deprimente, hace que creas que Meto se está debatiendo entre la vida y la muerte o algo, ay ;;. Vale. Me calmo.

Este fanfic está situado justo después de ese concierto en Hiroshima, ficción sobre qué pudo pasar en el bakstage desde el punto de vista de MiA.

Por cierto, esto no es un songfic ni tiene mucho que ver el título de la canción con el título del fanfic. Sencillamente la palabra parecía adecuda.

 

           Con lentitud, empapé el pedazo de algodón en desmaquillante, antes de cerrar los ojos y de un suspiro, hacer desaparecer el delineador negro alrededor de mis ojos. Koichi permanecía callado, y eso era raro. Seguía oyendo a Tsuzuku sollozar a lo lejos, no podía tranquilizarse por mucho que lo intentase, y yo me sentía mal por ello.

           Siempre ganan los mismos, siempre pierden los mismos. Ese pensamiento azotaba mi cabeza sin parar. Los mismos. Podía darme la vuelta, sentarme a su lado y tratar de consolarle, pero eso no sucedería. Reí internamente al comprobar que, aún pasados los años, seguía siendo un estúpido cobarde cuando se trataba de él.

            Terminé de limpiar mi cara, mirándome en el espejo del tocador y comprobando que las ojeras seguían ahí, que mi aspecto horrible seguía ahí. Habíamos pasado prácticamente, los tres, la noche en vela por Meto. No era preocupante, nos dijeron, no era grave, se pondría bien, pero había sido como un balde de agua helada cayendo sobre nuestros hombros, demasiado cruel para ser cierto.

           En esos momentos nuestro vocalista lloraba, y yo me sentía la persona más egoísta, más desagradecida y más rastrera sobre la faz de la tierra.

            Me daba rabia. Me hubiese gustado negarlo pero la verdad era esa, la verdad era que sentía unos enfermizos celos que conseguían, incluso, que me temblasen las manos. Algo me decía que Tsuzuku por mí no hubiese llorado de esa forma, y pensar eso dolía mucho.

            Tsuzuku podía acercarse de más a mí en los conciertos, besarme sobre el escenario y agarrarme cuanto le viniese en gana, pero detrás de las cámaras era todo muy distinto.

           El problema no era Meto, en verdad nunca lo fue y yo era más que consciente. Nuestro batería era el pequeño del grupo. ¡Venga ya!, si cuando empezamos aún era menor de edad: un niño. Seguía siendo un niño, seguía comportándose como un niño, seguíamos tratándole como a uno.

           El trato que Tsuzuku le daba era el mismo que le daba yo, el mismo que le daba Koichi. Sentir celos de eso sería, seguramente, patético.

           ¿Pero y Koichi? El bajista era esa persona inquieta, que actuaba por su cuenta sin pensar en los demás, sin pensar en qué dirán. Sus rarezas le hacían tan único que de tanto en cuando era inevitable sonreír por sus gestos, por sus tonterías. Pero Tsuzuku siempre tenía esa sonrisa triste cuando le miraba, siempre separados por un muro, siempre distantes. Intentaba disimularlo pero yo era capaz de ver esa barrera invisible que había entre ambos. Incluso Meto llegó a comentármelo una vez, los ciegos eran ellos.

           —MiA… —me llamó el de hebras rosadas.

           Le vi acercándose a través del reflejo en el espejo y pronto me abrazó por la espalda. Yo solo suspiré cerrando los ojos a la par que llevaba una de mis manos a aquellos brazos que me rodeaban. Sentí ganas de vomitar.

           —Estoy bien —respondí, aunque tampoco me atreví a moverme y él me apretó más fuerte.

           Oí un fuerte golpe y temblé entero. Un escalofrío recorrió mi columna, hizo que mis piernas se tambaleasen sin remedio.

           Sabía qué significaba eso sin siquiera abrir los ojos, y aunque no lo necesitaba ni quería hacerlo, terminé por desistir de mantener cerrados mis párpados y miré a Tsuzuku. Por eso Koichi había venido a consolarme a mí y no a aquél, si lo hubiese hecho al revés, solo hubiese acelerado el proceso. Toda la ansiedad de Tsuzuku se convertía en irascibilidad tarde o temprano.

           Tiró una silla al suelo de una patada y siseó. Supe que se había hecho daño solo por la cara que puso, pero ello no le tranquilizó. Estrelló su puño una y otra vez contra la pared, de forma errática. Cada golpe que daba yo cerraba los ojos con más fuerza. Estaba retumbado en mis oídos de una forma insoportable, como si estuviese pegándome a mí, quebrándome los huesos sin piedad.

           Nunca supe qué hacer en ese tipo de situaciones, y el bajista tampoco. Quien siempre lograba tranquilizarle era Meto, pero ahora estaba en un hospital. ¿Qué hacía nuestro batería? No era capaz de recordarlo, no era capaz. Quizá porque siempre apartaba la mirada cuando alguien se acercaba demasiado a nuestro depresivo vocalista.

           Desde la primera vez que le vi, Tsuzuku fue como una luz. Estaba triste, siempre había estado triste. Sus ojos hablaban más que sus labios y sus escasas sonrisas me hacían mucho más feliz que cualquier beso que pudiese robarme sobre el escenario. Quería devolverle una paz que, intuía, nunca tuvo; pero el resultado había sido el contrario. Quise sacarle a flote pero él me hundió en ese mar de petróleo, espeso y negro, sin salida, viscoso y pegajoso. Era el precio de amar a una persona así. Tan inestable, tan irascible, tan ambivalente, tan poco humano.  Tenía mil palabras para describir a ese chico, pero supongo que si tuviese que resumirlo a una sola, diría que triste era el adjetivo que mejor lo lograba.

 

           No supe de dónde saqué fuerzas, supongo que no fui capaz de verle así tanto tiempo, no fui capaz de seguir mordiéndome la lengua mientras veía temeroso cómo amenazaba con romperse los nudillos de seguir así.

           Aparté a Koichi con suavidad y me aproximé hasta él. Quizá podría recibir un golpe, quizá quien terminaba con algo roto era yo pero… probablemente dolería menos que verle hacerse daño.

           No dije nada, sencillamente le agarré los brazos y traté de detenerle, se revolvió y forcejeamos. Terminamos cayendo. Normalmente, en una época no muy lejana, hubiese tenido las de perder, pero no a esas alturas. Había sido duro verle perder las fuerzas día tras día, semana tras semana. Tenía altibajos con el tratamiento al menos era capaz de sonreír sinceramente, pero cualquier cosa, cualquier golpe por mínimo que fuese, le hacía estallar sin remedio de todas formas.

 

           Antes de darme cuenta, me vi llorando como un niño, temblándome los labios y emitiendo casi sordos sollozos, mientras me aferraba a él, a sus muñecas, mirándole a los ojos, esos ojos rojizos por el llanto, hinchados, esos labios desgarrados de tanto morderlos, sus espasmos. Ambos habíamos acabado derramando lágrimas, inmóviles, mirándonos en extremo silencio.

           De soslayo, vi a Koichi desplomarse en el sofá, agachar la cabeza y hundir su rostro en sus manos mientras comenzaba a llorar él también. Eso había provocado. Estábamos todos destrozados. Al fin y al cabo, era culpa nuestra.

           Me secó las lágrimas con el dorso de las manos, lentamente, lentamente respiré hondo y lentamente dejé de llorar. Él no lo hizo.

 

           De golpe, se levantó y se aproximó al tercero, al mediano de los tres.

           Se echó sobre el sofá y estrechó tan fuerte como pudo al bajista, colocándole la cabeza contra su cuello y dejando que sollozase sobre él. Se abrazaron tratando de darse ánimos y yo me sentí la persona más solitaria del mundo. De rodillas en el suelo, mirándoles, observando como esa persona que lo era todo, prefería consolar a otro antes que a mí.

           Que Koichi llorase era raro. Él, que solía ser tan animado y enérgico… de alguna forma sentí que lo hacía para llamar la atención de Tsuzuku. Pero no podía culparle. De haber podido, yo hubiese hecho lo mismo.

           Sin embargo conmigo era distinto. Ellos, los tres, eran niños, yo era más estable, más frío, más solitario. Podía soportarlo yo solo, se suponía.

           Siempre acabábamos igual. Se hacía una montaña de un grano de arena. Era inevitable que esos cambios de humor tan bruscos de Tsuzuku no nos afectasen. Lo de Meto nos había hecho estallar. No era que tuviese una costilla rota, se trataba de que no estaba allí con nosotros, y que no estuviese allí con nosotros significaba que nadie intentaría con todas sus fuerzas y todo su esfuerzo hacernos reír, que nadie nos despertaría haciendo tonterías, que nadie estaría allí siempre dando vueltas y dispuesto a subirnos el ánimo.

           Dicho así, de haber podido escoger, hubiese decidido enamorarme de Meto, pero eso no era posible. No podía elegir, solo podía resignarme a ser la última baza de alguien que no me veía. Era invisible.

           Si había un muro entre Tsuzuku y Koichi, entre yo y él había alambre de espino. No podía escalarlo, no podía tratar de saltarlo. Solo podía mirar a través de la alambrada a esa persona que nunca sería mía, por mucho que me esforzase o por mucho que tratase de hacerme ver. Estaba camuflado, condenado a no ser visto.

           Seguiría dedicándome gestos insignificantes, seguiría besándome en los conciertos como si nada sucediese, seguiría rompiéndome el corazón una y otra vez.

           Y lo peor de todo aquello es que nunca, nunca jamás, se daría cuenta del daño que sin querer me estaba haciendo. Eso era lo único que dolía.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).