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Niños Monstruos por Itachi Madness

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Notas del fanfic:

Advertencia:

Este fic contiene

Yaoi

Seres sobrenaturales

Cosas cursis

La destrucción total de algunos clichés

 

Se le recuerda al lector que puede estar desperdiciando su tiempo en algo mejor

Notas del capitulo:

Esta idea la saqué de una película llamada: "Ookami Kodomo: Yuki to Ame"

Muy buena y hermosa, se las recomiendo

A pesar de eso, intenté hacerla lo más original posible, espero que sea mucho de su agrado y pasen un buen rato leyéndolo

Por cierto, esta historia no será muy larga, creo que tendrá como máximo sólo 2 capítulos

¡Mientras tanto, continúen leyendo!

Prólogo o “El recuento de los días y las noches de los niños monstruos”

 

 

Mi mamá cuenta que el día en que yo nací, los retoños que se encontraban en las masetas de la ventana, florecieron. Aún no era el tiempo para que lo hicieran, pero de todas maneras pasó. Esas pequeñas pero fragantes flores amarillas y blancas habían crecido y florecido con rebeldía, tal vez vio algo de ellas en mí esa mañana, y por eso me llamó Misaki.

 

 

Mi mamá dijo que la noche en que yo nací, en un zoológico cerca de nuestra casa, los monos comenzaron a aullar, ella lo mencionaba como una especie de canto a la luna llena que había esa vez en el cielo. Sin saber exactamente el por qué, tal vez sólo para conmemorar este inusual evento, me llamó Saruhiko.

 

 

Hace tiempo, hubo una chica que estudiaba biología en la universidad de Shizume la cual se enamoró de un hombre joven que a veces ayudaba cuidando las plantas de la facultad. Él tenía dos trabajos, uno como repartidor de comida y el otro como ayudante de cargas. Si terminaba temprano, iba a la facultad a cuidar las plantas, además, los cuidadores del lugar le habían tomado cariño y le permitían comer gratis en la cafetería. Una tarde, ella se decidió a hablarle, y su relación se formó.

 

 

Hace unos años, hubo una mujer adulta que estudiaba comunicaciones. Rondaba los veintitantos, era soltera y muy eficiente con sus proyectos. Pero la carrera no satisfacía por completo sus deseos y ambiciones. No aspiraba a puestos importantes ni trabajar para empresas multimillonarias, sólo quería experimentar las emociones que podría ofrecerle la vida de adulto joven, pero había realmente muy pocas cosas que llegaban a interesarle. Una noche, en una salida grupal, ella y sus compañeros de trabajo fueron a un bar cercano a un cementerio. Allí ella conoció a un hombre de ojos azul oscuro, y probablemente, lo que pasó por su mente al verlo por primera vez en ese lugar oscuro fue que él era “especial”.

 

 

Poco tiempo después, dieron el siguiente paso y se volvieron novios. Horas antes de mi concepción, el hombre citó a la mujer en un mirador, a una hora específica de la noche. Allí mismo, con toda la ciudad lejos de su vista, él le reveló que no era una persona común, frente a ella, el joven se convirtió en un lobo, de pelaje denso y ojos amarillos. Le contó que él descendía  de una especie de lobos que alguna vez habitaron en las montañas y que tenían la habilidad de tomar forma humana cuando era necesario, pero debido a que les dieron caza por conflictos con otras criaturas, su número se redujo. Él no se lo había dicho antes por miedo a que lo rechazara, pero ella no tuvo miedo y lo aceptó por completo.

 

 

Al final de esa velada, después de horas enteras de pláticas, prometieron volverse a ver. Tal vez fue por el atractivo de ese hombre, tal vez fue porque ella estaba muy aburrida, que frecuentemente lo iba a ver a ese bar, a compartir palabras sin sentido y opiniones de cualquier estupidez pero la llenaban más que sus clases y sus proyectos de trabajo. Una noche en especial él la sacó de ese lugar para llevarla muy cerca del bosque. Allí le reveló que era un vampiro y la quería como compañera, la mujer no se negó, porque igual lo deseaba.

 

 

Yo nací en mi casa, mamá tenía miedo de que al ir al hospital naciera con orejas y cola, pero afortunadamente fue un parto normal y nací siendo humano. Recuerdo muy pocas cosas de papá pero son recuerdos muy preciados para mí. Uno de mis favoritos fue cuando tenía dos años y él nos llevó a mamá y a mí al bosque, lejos de la gente; allí se convirtió en lobo y yo lo seguí, transformándome por primera vez, aunque de forma inconclusa, pasando a ser una extraña combinación entre cachorro y niño, ya que todavía era muy pequeño.

 

 

Poco después de saber que mi madre estaba embarazada, mi padre desapareció. Ella me tuvo sola en una casa a las afueras de la ciudad, cerca del bosque, poca gente habitaba ese lugar, así que no había mucha gente que se enterara de lo que ocurría por allí. Alejada de las personas me crió, o al menos intentó hacerlo ya que no le puso mucho esfuerzo, tratando de no ser grosero, pienso que si yo era tanto problema para ella no se hubiera tomado la molestia de cuidarme, pudo haberme dado en adopción al fin y al cabo… Tampoco es que la odie.

 

 

Cuando mamá quedó embarazada una segunda vez, yo estaba muy emocionado, iba a tener un hermanito. Recuerdo que papá también estaba emocionado, quería verlo nacer pronto y me pidió que cuando naciera, yo me portara bien y lo cuidara. Unos días después papá desapareció. Mamá estaba preocupada, pero no debía hacer muchos esfuerzos estando embarazada, así que se quedó esperando a que volviera, viendo la tele. De repente, en un canal pasaron el reportaje de que atraparon a dos cazadores furtivos que habían detenido cuando cargaban a un lobo muerto en su camioneta. Mamá no pudo contener el llanto cuando reconoció a papá sobre el capo del automóvil y desde ese día, nunca regresamos al bosque y me prohibió transformarme, aterrada de que pudiera sucederme lo mismo un día.

 

 

Madre no me prestaba mucha atención cuando era pequeño, al ser mitad vampiro tenía una gran resistencia inmunológica y nunca me enfermé. No mucho antes de comenzar a hablar, ella se acercó para tratar de leerme cuentos, quería que creciera lo más rápido posible y me hiciera independiente. Cuando crecí un poco más y ella estuvo segura de que no me transformaría en un murciélago o en otra criatura extraña, me llevó a una guardería donde pasé la mayoría del tiempo hasta que tuve la edad para entrar a la escuela. Nunca me gustó, odiaba estar rodeado de tantas personas y todavía ahora odio sentirme “en manada”.

 

 

Los primeros años de escuela fueron muy divertidos, hacía muchas cosas interesantes que no sabía y pude aprender, hice amigos con facilidad, era animado pero tranquilo y respetaba las reglas y las autoridades; sin embargo, desde tercero de primaria comencé a  cambiar, me hice más energético, rudo y rebelde. Al principio nadie me dijo nada, parecía algo normal entre los niños de mi edad, pero a finales de cuarto año, un día me peleé con otros niños, eran tres y los vencí a todos. Eran unos imbéciles, se burlaron de mi nombre y me llamaron “chica”. Al regresar de vacaciones, me hice todavía más explosivo, mi carácter más complicado, asustaba a mis compañeros y una vez le falté el respeto a un maestro, no me podía concentrar en las clases y finalmente mis calificaciones comenzaron a bajar. Mamá estaba preocupada por mi brusco cambio, pero no lo podía evitar, cada vez más me estaba comportando como un animal que buscaba la dominancia en el grupo desafiando a los que tenían puestos más altos y eso le estaba costando a mi historial académico y a mis relaciones. Ahora debía controlarme y mantener la calma para no dar más problemas.

 

 

Cuando entré a primaria, estaba más avanzado que el resto de mis compañeros, leía en voz alta con fluidez y las matemáticas me resultaban tediosamente sencillas. No me juntaba con absolutamente nadie y siempre compraba mi almuerzo en la cafetería de la escuela porque mi madre, aunque había resultado ser una buena y dedicada maestra, nunca me hacía el almuerzo. Luego iba a relegarme hasta una esquina oscura para comer solo. Para ese entonces nunca había conocido el deseo de beber sangre humana y mi sentido del olfato muy levemente más desarrollado que el promedio me hacían alejarme, porque todos apestaban a lo mismo, así que suponía que su hedor era lo que los distinguía como “especie humana”. Por suerte ellos tampoco se acercaban a mí, sólo susurraban cosas, rumores increíblemente falsos que sólo los niños podían inventarse y además creérse los cuales finalmente terminaba ignorándolos, de todas maneras, no tenía por qué interesarme en las opiniones de los imbéciles.

 

 

Yo desde siempre había tenido un olfato y un oído envidiable, por mi parte lupina, podía oír y percibir los olores de cada persona, pero eso a veces también resultaba inconveniente, sobre todo cuando escuchaba a otros rumorar sobre mí y fácilmente estallaba ante sus provocaciones. Llegué a detectar que todos los olores de las personas se parecían de alguna forma en especial, “tal vez ése era el olor de los humanos”, pensé. Pero al entrar en la cafetería no mucho antes de terminar quinto año olí algo nuevo, cerca del basurero cuando iba a tirar un cartón de leche. Había un chico de lentes que tiraba unos vegetales de su almuerzo y pude percibir un suave olor a tierra de cementerio. No sabría muy bien cómo describirlo, era una combinación entre olor a tierra y a muerto. No era el olor más agradable de todos, pero me intrigó bastante y no pude evitar mirarlo a la cara.

 

 

Aún antes de pasar a sexto, ya estaba planeando dejar de asistir a la escuela regularmente, sólo dispuesto a ir para presentar los exámenes y pasar de año. Hasta ese momento el mundo humano me había parecido repugnante, al saberme como un ente distinto que era obligado a vivir en él me hacía desear irme lejos, pero no podía irme mientras mi madre se encontrara aquí. ¿Lo ven? No la odio. Pensaba que mi estadía en ése mundo vacío sería muy aburrido, deprimente y tedioso. O al menos así lo fue hasta que me llegó un olor diferente, un fuerte olor a perro que de repente logré percibir entre tanta gente, una tarde en la cafetería cuando me deshacía de unos asquerosos vegetales. Apenas girando un poco la cabeza, encontré a un niño de ojos almendrados observándome con curiosidad. Yo disimulé para que no se diera cuenta de que también lo veía y terminé de tirar lo que quedaba de mi almuerzo. Originalmente prefería tirarlo en una maseta, no era de los que les gustara desperdiciar las cosas, los conejos se la comían, pero en esos momentos no tenía otro lugar en dónde deshacerme de ella.

 

 

Exactamente no recuerdo a qué edad dejé de tomar leche, una mañana de fin de semana al servirme un vaso y beberla, su sabor me asqueó y dejé de tomarla. Cuando mi mamá me dijo que posiblemente la leche que había tomado ese día estaba caduca, me animó a volver a beber otro vaso, pero me siguió pareciendo desagradable. Pero ella no se rindió, preocupada de mi crecimiento, todos los días para el almuerzo me ponía un cartoncito de leche; entendía su preocupación, estaba en plena época de asimilar todo lo que me comía para el “estirón”. Sin embargo, yo hacía trampa. A la hora del descanso, siempre le pedía a uno de mis amigos que se la bebiera por mí, de ese modo no regresaba con el cartón y la leche servía para alguien más. Lamentablemente luego de mis bruscos cambios, ya nadie se me acercaba, por lo que tuve que optar por tirar la leche. No me gustaba tirar la comida, menos cuando ésta estaba bien, pero si nadie iba a aprovecharla no tenía otra opción.  Cuando ví al chico con olor a tierra tirando verduras perfectamente comestibles quise decirle algo, pero yo tampoco estaba libre de culpas y finalmente tiré también el cartón.

 

 

En el primer día de sexto año, lo primero que noté al entrar al salón de clases fue el olor a perro que se extendía y sofocaba los demás olores. Por primera vez el olor humano que tanto me desagradaba no me amargó la mañana. Allí estaba ese mismo chico de ojos almendrados que ahora observaba hacia la ventana abierta con una especie de anhelo, más específicamente a las aves que en esos momentos revoloteaban con el viento. Ese viento que también entraba arrastrando su olor hasta la puerta y disipando los demás. A pesar de que ya se debían encontrar todos allí, muchos alumnos aún no habían llegado y el salón de veía medio vacío, el profesor aún no había llegado tampoco. Entendía el por qué de los retrasos, ya que éste grupo en especial, era para estudiantes con problemas de aprendizaje, yo no tenía ninguno, pero con mi pobre interés en las materias, casi nunca trabajaba o hacía tareas, se podría decir que sólo pasaba de año gracias a los exámenes.

 

 

Cuando entré a sexto año, me pusieron en un grupo “especial”, dijeron que podría tener déficit de atención y que tenían un medicamento contra eso, pero el tratamiento era largo y caro, mamá no podía costearse eso, y por eso terminé en un grupo de alumnos con problemas de estudio. Sentí que había caído en un hoyo, con aún menos libertad de la que gozaba antes, temía que un día la presión fuera a ser tanta que un día explotara y mi secreto saliera a la luz. Ya había estado a poco de que eso sucediera antes, en una pelea contra unos compañeros que intentaron robarme. Me superaban en número y me tenían atrapado en un callejón, en vista de esa desfavorable situación, atacando, accidentalmente hice que mis manos se convirtieran en garras y los rasguñé con ellas. En cuanto noté mis “manos” ensangrentadas, sólo huí aterrado y no salí de casa por una semana. Por eso ahora que me habían señalado como a una especie de retrasado, temía que hubieran más peleas. Pero algo sucedió el primer día de clases, junto a mí se encontraba ese chico con olor a tierra, que me observaba  desde la entrada.

 

 

Me senté en el asiento más próximo a él, lo hice porque prefería su olor a perro, no porque me agradara. La clase parecía un chiste, no sabían si debían tratarnos como alumnos normales o como retrasados, no tenían control sobre sus estudiantes y estaban muy mal organizados… era verdaderamente odioso. Cuando el descanso comenzó, fui directo a comprar mi almuerzo y de regreso encontré al niño-perro comiendo solo cerca de las escaleras. No era que me importara, pero después de tenerlo cerca dos veces, creí que era de los que se juntaban con más personas a hablar de videojuegos o programas de televisión  a la hora del recreo, pero sólo se sentó pegado a la pared como si temiera que alguien lo fuera a ver. Cuando me fui a sentar a mi lugar de siempre, recordé fugazmente las cosas que mamá me había dicho sobre los vampiros, que el sol les hacía daño, que debían de beber sangre al menos cada mes. Todo porque ella estaba comenzando a preocuparse, ya había pasado por la pubertad, estaba comenzando mi adolescencia y ella no había notado ningún cambio notable, como si al llegar a esta edad me fuera a convertir en un vampiro completo, necesitaría beber sangre como alimento base en mi dieta, y el sol quemaría mis ojos y piel cada vez que saliera de día. Si era cierto que la luz no era de mi agrado y estar bajo su calor mucho tiempo me produjera irritación, no había señal alguna de que la poca humanidad que de por sí tenía se redujera aún más.

 

 

Cuando iba a tirar mi leche, encontré al tipo con olor a tierra dirigirse a los contenedores de basura, sus vegetales en perfecto estado de nuevo iban a ser víctimas del desperdicio, y entonces me decidí a hacer algo diferente, le toqué el hombro y le dije que si no las quería, entonces que se las diera a alguien más.

 

 

El mocoso con olor a perro me detuvo justo en el camino, intentando convencerme de no tirar mis verduras, que se las regalara a alguien más, ¿pero a quién se las iba a dar? ¿Y él qué? Si ese otro día también había tirado su cartón de leche, no le pidió a nadie que se la tomara por él. Seguramente volvería a hacer lo mismo al final del día, justo como la gente hipócrita lo hacía comúnmente.

 

 

Le dije que ya no, bajé mi cartón y en un arranque dado por mi explosivo carácter, le arrebaté sus verduras y me las comí frente a él. Fue extraño, ver su cara de susto me divirtió mucho, ya que desde siempre lo había visto con una mueca agria en el rostro.

 

 

Admito que me sorprendí, nunca me hubiera esperado que alguien se comiera lo que yo desechaba, sólo para que no se desperdiciara, la situación me parecía absurda, y por alguna razón, también cómica. Decidí seguirle el juego, quitándole su leche y bebiéndomela frente a sus ojos. Su reacción fue justo lo que yo esperaba, estaba completamente sorprendido.

 

 

Después de eso, todos los días, justo a la hora del almuerzo intercambiábamos lo que tanta repulsión nos daba. Primeramente, sólo nos dirigíamos la palabra para eso, pero después comenzamos a hablarnos durante las clases, a preguntarnos cosas de nuestras respectivas vidas y a divertirnos con la compañía del otro, terminamos en ese lugar apartado al cual le gustaba ir a Fushimi para comer juntos, apartados de todas las masas de gente, tanto del alumnado como de los profesores y nadie se nos acercaba a molestar. La compañía de Saruhiko, luego de pasar más allá de su fría y seria fachada, resultó ser muy agradable, era increíblemente inteligente, pero también se aburría a muerte con las clases, vivía él solo con su mamá y como ella trabajaba mucho para sostenerse los dos, la mayoría de las veces no tenía a nadie con quién pasar el tiempo durante el día.

 

 

Yata era la persona más interesante con la que me había topado, sus ideas, aunque absurdas y un tanto estúpidas, siempre me entretenían e incluso llegaban a divertirme, me daban una razón para continuar asistiendo a clases. Él era parecido a mí, sin un padre y con una madre que los sostenía, sólo que él tenía un hermano menor. Pero aunque él fuera un total imbécil, su compañía había comenzado a agradarme, más de lo que me hubiera gustado admitir al principio. De repente un día, dejamos de nombrarnos con los “respetuosos” apellidos. Sin pensarlo, una mañana al inicio de clases le grité “Misaki” y él me contestó enfurecido “Cállate Saru”. Por primera vez realmente me divertía, me comenzaba a gustar este mundo.

 

 

Nunca supe cuándo fue que cruzamos la barrera de la simple amistad, de repente, le había comenzado a hablar de cosas que nunca le hubiera dicho a nadie, le conté sobre mi padre que fue asesinado, y él me correspondió ese voto de confianza revelándome que el suyo los había abandonado luego de saber que su madre estaba embarazada. No se lo dije, pero su padre me pareció un maldito bastardo y cobarde, esperaba que en esos momentos el karma se lo esté cobrando, por todo el dolor que Saruhiko y su mamá tuvieron que pasar.

 

 

Una tarde, cuando recibí una llamada de mi madre avisando que no iba a poder llegar a casa por el trabajo, Misaki me invitó a comer a la suya, aunque me negué de todas maneras me llevó hasta ella, arrastrándome por toda la calle. Nunca me dejaba de sorprender, tenía más fuerza de la que su cuerpo aparentaba y también mucha voluntad como para aguantarme todo el viaje. Cuando llegamos, su familia me recibió con los brazos abiertos. La cena estuvo mucho mejor de lo que esperaba pero su madre a menudo me preguntara sobre nuestra relación, demasiado curiosa para mi gusto. Cuando terminamos, Misaki y yo fuimos a su cuarto a hacer la tarea, y hasta la noche me burlé de él por lo tonto que era con matemáticas. Como venganza por haberme “secuestrado”, a la siguiente semana lo invité a cenar en la mía.

 

 

La casa de Saruhiko estaba muy apartada de la ciudad, prácticamente junto al bosque. Aunque era bastante tétrica por lo mismo, estaba emocionado. Debido al miedo de mi mamá, nunca visitaba sitios con mucha vegetación, como si esta fuera a tentarme a convertirme en lobo y a salir corriendo. Conforme entraba a esa casa, el ambiente era cada vez más oscuro y desolado, en algún momento escuché a Saruhiko burlarse de mi cara asustada, me enojé y le grité, pero sólo lo divertí más. Cuando conocí a su mamá, supe que los dos eran muy parecidos, en esa aura fría. Ella me vio sorprendida con sus ojos vidriosos y le preguntó a Saruhiko si realmente yo era su amigo. Debió escucharme gritarle a Saru, y por su seriedad debió de extrañarle que su hijo invitara a alguien tan ruidoso como yo. De todas maneras, la tarde siguió su curso y comimos sopas instantáneas, porque ella dijo que no había tenido tiempo de cocinar nada. A mí no me molestó, me gustan las sopas instantáneas, pero sé que no es saludable comerlas seguido. Al final, Saruhiko me llevó a su cuarto y nos la pasamos hasta tarde jugando videojuegos.

 

 

Cuando la primaria terminó oficialmente para nosotros, lo primero que hicimos fue tirar nuestros uniformes y salir corriendo de la escuela. Habíamos logrado pasar a la secundaria, y digo “logrado” porque Misaki, aún con tantos problemas con su mini cerebro, logró aprobar el curso. Todo gracias a mí que le ayudé a repasar para los exámenes. Él quería visitar un puesto de crepés nuevo por el centro, así que para cerrar con “broche de oro” el ciclo escolar, fuimos a jugar videojuegos y a comprar crepas. No fueron del todo mi agrado, pero a Misaki le gustaron mucho. Ninguno se iba a ir de vacaciones, nuestras madres debían seguir trabajando, escuché que a Misaki le habían ofrecido trabajo, él pensaba tomarlo para así ayudar a su madre, y eso no me agradó del todo. No quería que Misaki se alejara de mí. Aunque eso sonara celoso y tonto, realmente no me quería separar de él. No le dije nada, no podía elegir por él, además, ese dinero extra sería muy bien recibido por su madre… tal vez yo debía de conseguir trabajo también, con suerte trabajaría junto a Misaki, y de todas maneras pasaríamos todo el verano juntos.

 

 

Entré a trabajar ese verano como mesero en un local de comida, originalmente iba a hacerlo en un bar, pero a mi mamá no le pareció, y me mandó a conseguir empleo en otro lugar. Saruhiko también entró conmigo, así que a pesar de tener que estar casi todo el día de pie atendiendo a cientos de personas, pude sobrellevar mejor el cansancio y la presión. Él me ayudaba tomando las órdenes cuando entraba un grupo de mujeres y originalmente yo debía ir a atenderlas. Por alguna razón nunca me había podido relacionar bien con una chica que no fuera mi madre, me ponía muy nervioso, tartamudo e idiota. Saru se burlaba de mí llamándome “virgen” y yo me molestaba, de todas maneras, ¿qué derecho tenía él de llamarme así cuando yo nunca lo había visto a él con una?

 

 

A pocos días de iniciar la secundaria, Misaki y yo nos escapamos de nuestras casas, una noche a inicios de agosto. Entramos a un edificio abandonado que iba a ser demolido en unos días y subimos hasta la azotea del lugar. Misaki se la pasó temblando todo ese tiempo, era divertido verlo asustado, se encogía como conejo y me abrazaba del brazo con fuerza, temiendo que de repente fuera a desaparecer y él se quedara solo. Era un iluso, yo jamás lo abandonaría en un sitio así, aunque fuera tentador oírlo gritar por mí… No, eso sería demasiado malvado. Cuando llegamos al último piso, creímos que la puerta hacia la azotea estaría cerrada, pero por suerte no fue así. Armados con mochilas llenas de comida chatarra nos tiramos en el piso y observamos las estrellas. Y como esa vez en la escuela, Misaki las observó con anhelo. Preguntó: “¿Cómo sería vivir en el bosque?” y yo sólo contesté: “Más tranquilo, sin gente odiosa ni entrometida”. A pesar de haber dicho algo tan simple al momento, en realidad sí pensé en la posibilidad de vivir en el bosque, donde estaría al fin alejado de los humanos, de sus reglas y su mediocridad. Si me fuera, seguramente me llevaría conmigo a Misaki, el único humano que realmente me agradaba. Misaki era mi mejor amigo y mi único compañero, él tampoco parecía soportar la sociedad de los humanos, por eso siempre estuvo alejado de ellos como yo, y tal vez si ella también aceptara, igual me llevaría a mi madre que despreciaba el sistema económico y social de la ciudad, y todas las trabas que le pusieron al ser madre soltera. Nunca me abandonó, por muy descuidada que fuera, por más sueños que por mí no pudo realizar, siempre veló por mi seguridad, mas o menos.

 

 

Había oído hablar de un edificio que estaba cerca del centro de videojuegos. Jugando, le dije a Saru que fuéramos a visitarlo, él no dijo nada así que pensé que lo había captado como una broma y no pensaba seguirla, cuando esa misma noche, él me llamó al celular y me dijo que tomara una linterna y comida, él estaba afuera, debajo de mi ventana. Sin preguntarle nada, fui a la cocina, tomé comida empaquetada, una linterna pequeña que luego usábamos para ver en lugares oscuros y de difícil acceso, y salí corriendo a verlo. Le pregunté a dónde íbamos, él dijo que a un lugar que me gustaría, y justo resultó ser el edificio ése. Nunca hubiera pensado que Saruhiko se tomara mi comentario tan literal, porque realmente lo había dicho de broma. Estaba tan sorprendido que por un momento olvidé que a mí me daban miedo los fantasmas… Aunque nunca haya visto uno. Cuando me dí cuenta, ya nos habíamos saltado las cercas de papeles amarillos y Saruhiko había abierto la puerta principal. Hasta que estuvimos dentro y comenzamos a explorar, el miedo comenzó a invadirme, por mucha vergüenza que me diera al admitirlo, yo realmente necesitaba aferrarme a algo para sentirme seguro, y me abracé de Saruhiko. Intenté verme fuerte para rescatar un poco de dignidad; no lo logré. Y no me pude sentir tranquilo y a salvo hasta que llegamos a la azotea y pude soltar su brazo. Me invitó a tirarme junto a él, sacamos las frituras y unas gaseosas y nos quedamos observando las estrellas. Hasta esa noche, desde que me había hecho amigo de Saru, me invadió la melancolía. Recordé esa noche en que corrí junto a mi padre en el bosque, la única vez que asumí la forma de lobo sin temor a ser descubierto, y las estrellas brillaban tanto como esa vez. Sin pensarlo, pregunté cómo sería vivir en el bosque, y Saru me contestó con que no habría gente odiosa. Me divirtió su respuesta, pero nunca dejé de pensar en esa posibilidad, en poder ser verdaderamente libre. Pero mi mamá nunca lo permitiría, no después de lo que sucedió con papá.

 

 

En nuestra primera semana de secundaria la gente comenzó a acercársenos. Éramos la carne nueva de la escuela, nadie parecía conocernos de antes y por eso intentaban hacer conversación con nosotros. Yo los ignoraba, no tenía ningún deseo de cruzar palabras con alguien que no fuera Misaki, por el simple hecho de que no necesitaba a nadie más. Y Misaki tampoco tenía la necesidad de relacionarse con nadie mas que conmigo. Podría sonar excesivamente posesivo, pero no me importaba.

 

 

Cuando entramos a la secundaria nos obligaron a usar un raro uniforme, era horriblemente formal, pero la cruz que teníamos de corbata se veía bastante bien. Apenas terminada nuestra primera semana de clases, un grupo de personas se nos acercaron y nos invitaron a Saruhiko y a mí a un karaoke, para darnos la bienvenida. Yo quería ir, aunque mi voz no tuviera nada de especial, esta podría ser una nueva oportunidad de hacer más amigos. Pero Saruhiko declinó la oferta al instante, dijo que teníamos cosas que hacer y me llevó jalando de ahí. Obviamente me enojé, aún no entiendo cómo es que de un segundo a otro puede comportarse tan frío y esquivo con la gente, estaba bien que él fuera tan poco sociable, pero esa no era escusa para ser desagradable con ellos.

 

 

Apenas me sentí a gusto, liberé la mano de Misaki. Conociéndolo, ya sabía que me iba a recriminar mi comportamiento. Yo no contesté y evadí su mirada cada que gritaba. Sé lo explosivo y agresivo que puede llegar a ser, he sido testigo de sus rabietas que dejaron a más de uno con la naríz rota, pero por algo somos amigos, tengo la completa inmunidad hacia sus agresiones, y por eso mismo luego soy tan quisquilloso con él, porque me gusta verlo enrabietarse. “No necesitamos a nadie más”, le dije al fin, mirándolo directamente, antes de separarme una vez más de él y romper el contacto visual. Él me miró confundido, pero a pesar de que me preguntó a qué me refería no le expliqué nada y me alejé, obteniendo un Misaki enfurecido que me continuó gritando “¡maldito mono, hazme caso cuando te hablo!”. No era mi culpa que fuera tan idiota y no pudiera captar a la primera. Pero nosotros dos estamos muy bien así. No necesitamos de nadie más en el pequeño mundo que creamos para nosotros, era perfecto tal cual era, con las pocas personas que lo conformaban. Lo tomé de la cintura y le sonreí, Misaki se calmó y dejó de gritar, incluso se le formó un pequeño rubor en las mejillas. Al final, como lo predije, Misaki olvidó nuestra discusión y fuimos por unas crepas.

 

 

Por culpa de Saruhiko, toda la secundaria nos la pasamos solos. Nunca pude entender el por qué de su distanciamiento con los demás, a veces ni siquiera me permitía a mí estar con otras personas. A veces sentía que se comportaba celoso conmigo. ¿Pero estaba con él, cierto? Lo quería mucho, no es como si fuera a conocer a alguien más y luego lo dejara allí abandonado. Aunque llegara a tener una novia jamás me alejaría de él. Una tarde, ya harto de su actitud se lo dije: “Yo nunca me alejaré de tí”. Se lo grité en realidad, y lo único que recibí fue un abrazo aún más posesivo mientras él me susurraba que esas eran “palabras peligrosas”, le pregunté a qué venía eso y de nuevo comenzó a llamarme idiota y corto de mente, sin soltarme… Aún después de tanto tiempo, hay cosas de él que aún no llego a comprender.

 

 

Aún no sé cuándo fue que comencé a sentir cosas más fuertes por Misaki. Tal vez me volví así debido a una tipa que le mandó una carta de confesión y él se emocionó demasiado para mi gusto. No digo que me enorgullezco de lo que hice después, pero en ese momento lo ví necesario. Por primera vez me sentí amenazado, de que me quitaran algo importante. Falsifiqué una segunda carta y lo cité a una hora de la noche. Cuando la “encontró” le dije que no se emocionara, que podían estarle gastando una broma pesada. Misaki dijo que no toda la gente era truculenta y acudió al encuentro falso. Obviamente, él se quedó solo esperando por horas. Esa misma noche recibí un mensaje suyo diciendo: “Tenías razón”. Sé que como amigo no debía de mentirle, pero ese día realmente me sentí orillado a hacerlo. Le contesté: “¿quieres venir a mi casa?” y en media hora ya se encontraba en mi cuarto. Aunque le pregunté qué había pasado, él siguió respondiendo lo mismo, “tenías razón”. Fue la primera vez que lo ví tan decaído, me sentí culpable, pero todo valió la pena al final. Terminamos durmiendo abrazados y ya no habría posibilidad de que Misaki llegara a confiar en otro intento de seducción.

 

 

Apenas terminó nuestro segundo año de secundaria y el calor azotó a toda la ciudad. Me tomé un tiempo para ayudar a mamá en su trabajo en la floristería mientras Saruhiko iba de compras con su mamá. El mercado no estaba muy lejos de la tienda y enfrente había un puesto de revistas con un pequeño televisor. A veces lo veía, pues tenía que salir a meter o sacar masetas con flores. En ese momento estaban pasando una persecución policiaca vista desde un helicóptero, el camarógrafo grababa a una camioneta blanca que había sido robada. En esos momentos estaba cargando una maseta con hortensias que nos acababan de llegar pero me quedé viendo la pantalla cuando reconocí el mercado a donde Saruhiko iba a ir con su mamá. De repente, en la pantalla sólo se vio cómo el auto chocaba contra alguien que antes de que la golpeara empujó a otra figura. Quedé horrorizado luego de que hicieran un acercamiento a la figura que se salvó y descubriera que ése era Saruhiko, y cuando volvieron a enfocar a la persona atropellada resultó ser su mamá. Dejé caer las hortensias al suelo y la maseta se destruyó en el pavimento, yo dejé de pensar, sólo salí corriendo, no le avisé a nadie a dónde iba ni pensé en otra cosa, sólo corrí hacia donde estaba Saruhiko.

 

 

Yo siempre odié el verano, el sol y el calor me mareaban, no me permitían pensar con claridad, si tenía la oportunidad no salía de mi casa que es fresca por esta temporada, pero ya se nos había terminado la comida y mamá había llegado con la paga de su trabajo, dijo que la acompañara a comprar alimentos, le dije que no quería, que mejor saliéramos cuando hubiera atardecido, pero ella prácticamente me obligó a salir. Alegaba que si nos tardábamos más, lo mejor se acabaría antes. Cuando salí fui deslumbrado por el odioso sol, sentí mi piel ardiendo con tantos rayos ultravioleta. Pensaba usar eso de escusa para no salir, pero ella salió con una crema bloqueadora, sabiendo que iba a salir con eso. No por nada ella era mi madre. Apenas caminamos un par de cuadras y comencé a extrañar a Misaki, ojalá me hubiera ido con él a ayudarlo, pero detestaba estar entre muchas personas desconocidas y muy probablemente hubiese terminado igual, trabajando bajo el sol entre idas y venidas como lo había narrado el otro día Misaki. Al final llegamos al dichoso mercado donde compramos carne, verdura y frutas. Odiaba las verduras, pero mi madre estaba empeñada en hacerme comerlas. Ya habíamos terminado, estábamos por irnos a casa cuando el sonido de sirenas policiacas nos llamó la atención. Yo podía saber que se estaban acercando hacia nosotros, a una gran velocidad, y enfrente había otro auto más pesado. Era una pequeña habilidad que vino con los genes vampiros. De repente una camioneta blanca salió de la nada, pasó sobre algo que lo hizo rebotar hacia nosotros. Me quedé helado, completamente inmóvil por la impresión, en cuanto me dí cuenta, un par de brazos me dieron un fuerte empujón y terminé golpeándome con el asfalto de la banqueta, a un metro de donde estaba antes. Me levanté rápidamente, intentando procesar lo que había ocurrido cuando me encontré a mi madre tirada en el piso con un gran charco de sangre brotando por su cabeza. Juro que en ese momento todo corrió en cámara lenta y el sonido se desvaneció. La camioneta había quedado muy abollada, los delincuentes se bajaron del automóvil, el motor ya no arrancaba y trataron de escapar a pie, y la policía rápidamente los aprehendió. Las acciones ocurridas pasaban lento, y a la vez rápido debido a ese efecto. Las calles se volvieron más grises… todo era gris, incluso el cuerpo de mi madre que se inundaba en su propia sangre y la gente que comenzaba a rodearme para ver si estaba bien. Levanté sólo un poco la cabeza, observando a sus asesinos resistiéndose y poco a poco la furia empezó a dominarme. De repente me sentía más fuerte, más poderoso, tan capaz de levantar un auto como de destruír sus cabezas tan sólo apretando mis manos. Por su culpa mamá había muerto, y yo quería venganza… Pero algo me detuvo, a pocos segundos antes de aventarme hacia esa gente. El sonido de una voz gritando mi nombre. Me giré hacia su origen, y ví a Misaki corriendo hacia mí. Junto con él, el tiempo regresó a su ritmo, los colores volvieron y por poco me quedé ensordecido por las sirenas de la policía. Yo seguía con mis rodillas tocando el piso cuando él me abrazó hasta casi tirarme. Repetía una y otra vez “Lo siento, lo siento”. Sus lágrimas mojaban mi ropa, sé que eran suyas porque eran muy cálidas.

 

 

Para cuando la ambulancia llegó, no se pudo hacer nada para salvarla, era demasiado tarde. La policía se llevó a los prisioneros y la ambulancia a la mamá de Saruhiko, yo todavía estaba agarrando su mano y él la sostenía con fuerza. No regresé al trabajo, me quedé con Saru. Para cuando cayó la noche, ya estábamos en su casa, lo llevé directo a su cama, no lo obligué a comer, ni a hacer nada, sólo lo ayudé a recostarse y dormí a su lado toda esa noche, esperando que Saru entendiera que yo seguía allí, que no lo dejaría.

 

 

Amanecí pensando que había soñado con una terrible pesadilla, pero al ver a Misaki recostado a mi lado me demostró que ayer fue real. Su mano aún se aferraba a la mía, dándome tranquilidad. Pensé en que si no hubiera llegado él, probablemente hubiera matado a esos hombres, de la forma más cruel que se me hubiera venido a la mente en esos momentos, cortarles sus cuellos y desmembrarlos al mismo tiempo. Estaba lleno de ira, angustia y dolor, no me hubiera importado mostrar mi naturaleza vampírica en plena vía pública. El que Misaki haya aparecido, fue prácticamente mi salvación. Ahora, esa mañana luminosa y amarilla estaba al lado de Misaki, que seguía dormido. Quise abrazarlo, besarlo, en la frente, las mejillas y los labios, entrar a su cavidad y recorrerla con mi lengua en un vano intento para devorarlo, pero me contuve, me le quedé viendo en silencio hasta que despertó.

 

 

Hablé con mamá, que estaba terriblemente angustiada y enojada conmigo, cuando salí corriendo nunca la llamé ni tampoco dí un indicio de a dónde iba a ir. Me disculpé con ella una y otra vez, pero no iba a regresar aún, me quedaría con Saru hasta que estuviera mejor. Ella milagrosamente entendió y me dejó quedarme. Apenas librado de ese pendiente fui a cocinar y le di de comer a Saru una pequeña porción de arroz frito que había aprendido a hacer de mi madre. No esperaba que recuperara el apetito a la primera mañana, pero no quería que se debilitara, si hacía poco más de 24 horas que no había probado alimento. Por suerte, agarró una cuchara y comenzó a comer. Se comió apenas medio plato, pero estaba felíz, Saru se estaba recuperando y no quería irme hasta verlo recompuesto.

 

 

Misaki no volvió a su casa hasta una semana después. Se la pasó junto a mí todos esos días, haciéndome compañía, ayudándome manteniendo la casa limpia, y a ordenar las cosas de mi madre. También me acompañó a la morgue para revisar su cadáver y testificar contra los delincuentes. Yo ya me sentía mucho mejor y amanecer todos los días a su lado me hacía bien. Mi apetito había vuelto y Misaki dijo que incluso había recuperado color. Cuando iba a irse, tuve ganas de estrecharlo entre mis brazos y decirle que no se fuera, que dejara a su familia y que se quedara a vivir conmigo. Pero me controlé, lo tomé de ambas manos con fuerza, y lo fui soltando  muy de poco a poco. Tenerlo lejos de mí me ayudaría a apaciguar el deseo que ahora sentía por él, por tenerlo entre mis brazos para besarlo y poseérlo, esa no era la manera correcta de relacionarse con los amigos, eso incluso yo lo sé, pero él ahora se había convertido en mi único sostén emocional, lo sabía, esos pensamientos podrían ser dañinos, podrían llegar a ser parte de una obsesión, poseer a Misaki en todas sus formas. Pero eso no sería bueno, ni para mí ni para él, él aún tenía familia, una que continuaba con vida y estaba muy apegado a ella. Aún le pertenecía a otros, y eso comenzaba a molestarme.

 

 

Cuando yo me fui, al llegar a casa todavía tenía la sensación de sus manos, siempre tan frías, pero suaves. Esta vez tuve miedo de regresar, sentía que debía quedarme a su lado, pero él ya se encontraba mejor, ya podía hacer solo las cosas y de todas maneras yo siempre lo iría a visitar de vez en cuando…El tiempo en que estuve con él se sintió tan bien, aunque tuviera que hacerla de su sirvienta me sentí tan extrañamente libre, sin el yugo de mi madre que me prohibía hacer tantas cosas por todos sus miedos, Saruhiko me comprendía, o eso quería pensar, porque él y yo siempre fuimos tan parecidos. La primera noche lejos de él no pude dormir bien, pensando en lo que Saru podría estar haciendo, preguntándome si extrañaba dormir tomado de mi mano…. Me sentía tan confuso.

 

 

El verano terminó, regresamos a la escuela. Todo parecía seguir igual entre nosotros, la demás gente no se había enterado todavía del deceso  de mi madre, probablemente porque el director no quería que se divulgara información delicada. Misaki consiguió una copia de las llaves para la azotea de la escuela luego de robarla e ir al cerrajero… admitía que se había vuelto más listo. Así que en el receso subimos a comer allí. El viento que se llevaba el ruido de la gente hizo de esa tarde una muy cómoda. Mientras me bebía la leche de Misaki y él se comía mis verduras comencé a notar algo raro en él, se notaba más vistoso. No sabía exactamente cuál era la diferencia de los días pasados, pero ahora se notaba más, incluso su olor a perro se había intensificado, pero no era algo que me molestara, si era de Misaki entonces estaba bien. Apenas había notado ese cambio, pero tal vez comenzó unos días antes de entrar a la escuela, nunca había sentido a Misaki tan intenso como ese día. Incluso en las clases de deportes se había lucido más, se había vuelto más rápido y ágil, pocos llegaban a seguirle el paso, el profesor empezaba a interesarse en él y eso me molestaba. Cada día estaba más convencido de que Misaki era mío, como amigo, pareja o lo que fuera que llegara a ser era mío, y sólo lo compartía a veces con su madre. Al final del día, cuando fuimos por nuestros zapatos, Misaki volvió a encontrarse con una nota de confesión. Me aterré. Misaki la observaba sorprendido, estaba seguro que la iba a abrir, pero frunció el seño y sin antes abrirla para leérla la partió en dos. Ahora mi mirada se dirigía a él y Misaki me la devolvió sonriendo. “No caeré de nuevo con eso” me dijo, y de un segundo a otro pasó uno de sus brazos por debajo de uno de los míos y los apretó haciendo que nuestros hombros quedaran pegados. Le sonreí contento alegando: “Veo que ya no eres tan tonto”, Misaki se enojó una vez más y yo no pude evitar soltar una pequeña carcajada que lo hizo callarse y sonrojarse. Tomé los pedazos de la carta para tirarlos a la basura y una vez fuera de la escuela nos fuimos caminando a casa todavía hombro con hombro a punto de juntar nuestras manos.

Notas finales:

¡Gracias por leer!

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