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Babochka por BlackBaccarat

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Notas del fanfic:

Después de una tarde entera escribiendo, por fin lo acabé.

En verdad, es sencillamente una paranoia muy extraña, muy rara y muy curiosa. Hacía tiempo que quería escribirlo porque hacía tiempo que necesitaba desahogarme. Es difícil escribir esto estando en la posición de Ruki, porque a vosotros quizá os parezca insignificante, pero es sencillamente doloroso. Ser completamente invisible y completamente ignorado es debastador. No podéis llegar a imaginar cuánto. 

No os pido que os pongáis en mi situación, no es esa la finalidad, sencillamente quiero que me entendáis un poco mejor. Sirva o no sirva, soy feliz solo de haber escrito algo así. 

La idea la tenía desde hacía tiempo pero fue Rin quien me metió prisa y quien insistió en leerlo, así que ,e gustaría dedicárselo enteramente a ella. Especialmente a ti, espero que te guste y no te decepcione leerlo.

Babochka es mariposa en ruso -sí, es que usar títulos en inglés, japonés y español está sobrevalorado, hay que ser más hardcore-, haciendo alusión a la "metamorfosis" que es la transición. Había leído ese simil en algún lugar y me apetecía utilizarlo. 

Iba a usar la palabra Metamorfosis pero Orion tiene un fanfic con ese nombre -aunque en inglés- y pensé que sería guay buscar algo más original, y la palabra mola xD. 

Espero que os guste. La palabra disforia es algo raro de comprender, pero en el fanfic hay una explicacíon y sino lo buscáis en wikipedia que seguro que lo explica muy bien xDD, o quizá no, no sé... si os queda alguna duda preguntáis y punto, qué coño.

           Con aquella voz chillona y aguda diciéndole palabras casi al oído, él sonreía tratando de averiguar qué decía, entre el estruendo de la música que sonaba en aquella pequeña discoteca, aquella noche. La compañía de esa muchacha de larguísimos cabellos castaños casi negros y ojos azabaches como los suyos, de facciones aniñadas con sus veinticinco años de edad casi recién cumplidos, su metro cincuenta y cinco de estatura y sonrisa pintada en unos labios bermellón, era más que grata. Kai debía admitir que hacía bastantes años que no encontraba a una chica tan agradable con la que salir, una que le fascinase tanto. Llevaban dos semanas viéndose, y ya había visto algo realmente especial en ella. Solo tenía un pequeño fallo, uno que no lograba descifrar, uno que le impedía dar un paso más allá de donde estaban, cruzar la línea.

           Fue ella quien tomó la iniciativa y le arrastró hasta la pista de baile, invitándole a soltarse, a bailar y divertirse un poco, provocándole una sonrisa. Era esa jovialidad la que ansiaba por encima de todas las cosas en una mujer porque, siendo francos, aun siendo el optimismo una de sus mejores cualidad y más notorias, se sentía rápidamente contagiado del desasosiego y la tristeza de los demás.

           Le rodeó con los brazos el cuello y él no dudó en llevar las manos a su cintura, rápidamente acudiendo a su mente palabras que alguien que también había sido pareja de baile suya no muchos días atrás, sin música, solo un tranquilo vaivén, había dicho: «No me agarres de la cintura, parece que sientas que estás por encima de mí». Sonrió en recordarlo, todavía no creía que Ruki hubiese podido decir algo como eso. No podía borrar la involuntaria alegría que parecía tener tatuada en la cara.

           Ese era el fallo que esa preciosa mujer tenía, ella no era Ruki, nunca lo sería. Era cierto que en muchos aspectos se asemejaba, era cierto que las cosas que del vocalista de su banda no le gustaban, ella carecía de ellas, pero poco a poco debió darse cuenta que, incluso esos defectos, esas imperfecciones, hacían de Ruki alguien completamente especial para él. Su presencia era triste, y eso dolía, pero no podía rendirse tan fácilmente, él no.

           La hizo girar y ella sonrió, mientras él cerraba los ojos cuando sus cuerpos volvían a pegarse, tratando de imaginar que ese olor, esa presencia, esa voz, eran distintos, pertenecían a otra persona, a su solitaria y triste persona amada.

            

           —¿Por qué no pasas un rato dentro? —preguntó ella, en el portal de su casa, tras haber dado un corto beso a esos labios que no parecieron tener intención de corresponderla aunque ni lo notase.

           —Lo siento —respondió él con una de sus preciosas sonrisas—, mañana madrugo, quizá otro día…

           Asintió conforme aunque decepcionada, sonriendo levemente mientras se aferraba a ese «quizá otro día», como si se tratase de una extraña promesa. Él no podía ver el daño que hacía a todos tratando de engañarse a sí mismo.

            

           Enterró la llave en la cerradura y, después de segundos de vacilación, se armó de valor y entró al apartamento. Había tenido ciertos problemas con su casero y había acabado yéndose del piso, y mientras encontraba otro lugar donde alojarse, Ruki le había ofrecido quedarse en su casa unos días, unos días que ya eran un mes, aunque ni uno ni otro parecían querer que Kai se marchase a otro sitio.

           Entró y pronto la mascota del vocalista se acercó a saludarle, obligándole a agacharse a acariciar su cabeza.

            

           —¿Ruki? —cuestionó.

           Estaba todo a oscuras, todas las luces apagadas y un silencio sepulcral en el lugar. Era medianoche y esperaba que ya estuviese de vuelta, pero parecía haberse equivocado. Paseó por el apartamento después de ir a la cocina para ver si había cenado lo que él le había preparado —es decir, si había comido algo—, descubriendo pronto que la luz se escapaba bajo la puerta del baño cerrada.

           Tras un suspiro, se decidió a abrir con el temor de que el pestillo estuviese puesto o, aún peor, que el menor no estuviese solo, pero nada de eso ocurrió, aunque sí se llevó una grata sorpresa.

           —¿Se puede saber qué estás haciendo? —espetó al verle sentado dentro de la bañera, botella de vino en una mano y una cuchara manchada de helado en la otra.

           Tuvo que reprimir una carcajada que amenazaba con salir de sus labios. Ese chico era todo un caso. Tenía los ojos rojizos, supuso que por la borrachera que debía llevar encima, porque de haber llorado, todo ese maquillaje que llevaba en la cara —la base, la sombra de ojos negra y el delineador del mismo color junto con un intenso rojo en sus labios pintados—, no estaría tan perfecto e impecable.

           Sonrió extrañamente y negó con la cabeza antes de acercarse. Ruki había fruncido el ceño y los labios al verle reír de esa manera, dando un largo trago al vino, dejando así parte del pintalabios en la boca de la botella.

           —¿No vas a contestarme?

           —¿Ah? ¿No era una pregunta retórica? —cuestionó Ruki en respuesta, arrastrando las sílabas, con sorpresa.

           Kai negó antes de arrebatarle de inmediato la botella de las manos y meterse dentro de esa bañera blanca y sentarse sobre sus rodillas, obligando a Takanori a flexionar las  piernas y pegarlas a su pecho para dejarle espacio al batería. Un bote de helado de vainilla era lo único que lograba separarles. Dio un trago.

           —¿Qué tipo de persona se emborracha y acaba dentro de una bañera comiendo helado?

           —¡Yo! Ahora devuélveme la botella, ladrón.

           Kai se encogió rápidamente de hombros y se inclinó sobre él, recargando una de sus manos a la bañera para no caer. Habían quedado muy cerca, tanto que los cabellos de Kai, que ya estaban largos, llegaban hasta el rostro de Ruki. Él le miró a los ojos, con sus labios entreabiertos, ligeramente azorado.

           —Cógemela —espetó, y de inmediato, el vocalista notó su rostro enrojecerse de una forma que creyó imposible. ¿Había oído bien? ¿Realmente se refería a la botella?

           —¿¡Que te agarre qué!? —espetó, empujándole—. ¡Maldito pervertido!, ¡aléjate de mí!

           Se apresuró a golpearle el pecho, a pegarle patadas mientras Kai reía y reía sin parar y sin entender cómo el vocalista había logrado tergiversas tanto sus palabras como para creer que tenían algún tipo de mensaje sexual subliminal. Le parecía una tontería inocua, solo quería que Ruki tratase de quitarle la botella sabiendo que no podría porque él tenía más fuerza y era más alto, pero en cambio había recibido una infinidad de golpes de un niño de treinta y dos años sonrojado.

           Acabó por tumbarse, recostado, en el otro extremo de la bañera, mientras el chico en cuestión se mantenía encogido al otro lado, tratando de tapar su rostro tras sus manos y sus rodillas. A Kai le parecía tan y tan adorable, tan miedoso, tan introvertido, tan infantil, que no podía evitar reír y reír sin más, ocasionando que el rubor en el rostro de Ruki no hiciese más que crecer y crecer, sin parecer tener ningún tipo de intención de desaparecer por fin.

           —Vete, vete, vete —repitió una y otra vez—. No te quiero aquí, no te rías, ¡no te rías de mí!

           Estaba tan nervioso que a veces ni se entendía qué decía, era incongruente, incomprensible, Kai reía y reía sin parar, empezaba a dolerle el estómago de tanto hacerlo.

           —¡Que no te rías! —largó antes de estirar la pierna con tal de pegarle una patada en el pecho, aunque solo consiguiese que aquél le agarrase el tobillo y tirase de Ruki hacia él, arrastrándole hasta lograr tumbarle allí.

           Apartó el helado de en medio y pronto se echó encima de él, sentado sobre sus piernas para que no se le escapase y tumbándose encima, abrazándole con fuerza con sus brazos como pinzas, haciéndole cosquillas sin parar; mientras éste se revolvía y revolvía sin éxito, no dejaba de chillar que parase entre risas involuntarias que no deseaba que saliesen de sus labios.

           —¿A quién querías pegarle tú, eh? —espetó Kai entre risas, Ruki no cesaba en su intento de liberarse, había empezado a llorar de la risa, con sus párpados cerrados.

           Aprovechó la cercanía para morderle un brazo y Kai siseó, apartándole bruscamente. Ruki jadeó al verse liberado, mientras Kai fruncía el ceño sobándose con la mano la zona donde le habían clavado los dientes. El vocalista había empezado a reírse de él: por su expresión y porque había querido jugar con él y había acabado saliendo mal parado.

           —Te jodes —espetó, hundiendo sus dedos en el helado para pronto pasárselos por la cara a Kai, dibujándole tres líneas horizontales en su rostro, que iban desde una mejilla a la contraria, pasando por su nariz.

           Kai frunció los labios, y aquél rió aún más. Estiró los brazos hacia aquél y le abrazó, haciéndole tumbarse de nuevo sobre él, pero quieto, con la cabeza contra su cuello, acariciándole con los cabellos.

           Su respiración era agitada, nerviosa, cansada por el reciente esfuerzo al tratar de quitarle de encima. A Kai de pronto se le escapó una risita, y a Ruki ésta se le contagió. Pronto los brazos del moreno estaban rodeándole la espalda.

            

           —¿Qué se supone que haces aquí? —dijo Kai, cuando ambos se hubieron calmado.

           Ruki le miró extrañado, haciendo un puchero.

           —Ya te lo he dicho, no tiene una explicación razonable, solo he acabado aquí dentro de alguna forma…

           —No, qué haces en casa. Es lunes…

           Takanori suspiró. Era algo que no le gustaba admitir, pero lo cierto era que viviendo Kai con él, no era tan fácil de ocultar. Llevaba varios meses haciéndolo, todos los lunes contrataba a una prostituta —se sentía identificado con ella y, después de una primera vez, no pudo evitar repetir. Siquiera quería sexo, solo alguien que pudiese entenderle— y lo habitual era que no apareciese por allí esa noche, o que llegase muy tarde. Por su maquillaje impecable, por su ropa perfectamente planchada, supuso que no había salido, lo que no entendía era por qué. Qué le había hecho romper esa rutina.

           —No trabaja hoy —dijo.  No le gustaba hablar de eso.

           —No has cenado.

           —No quería comer.

           —¿Vas a volver con eso de que tienes que bajar de peso? —espetó con irascibilidad—, no comer no te va a servir para adelgazar.

           —¡No es eso! —respondió él rápidamente—. Eso ya pasó…

           »Estoy deprimido, Kai. Me odio. De alguna forma u otra me odio… La disforia terminará matándome y no puedo hacer nada.

           Disforia, qué palabra más espantosa. La primera vez que Ruki la había dicho, le había costado horrores definirla, y a Kai entenderle. Al final, le había casi suplicado que se imaginase encerrado en una pequeña, muy pequeña jaula donde no podía moverse lo más mínimo, ni un poco, sin ninguna posibilidad de remover los barrotes, con todos mirándole alrededor como si nada, como si no viesen esa jaula, algunos mirándole con asco, otros riéndose de él. Kai recordó haberse sentido muy nervioso al imaginar semejante cosa.

           Takanori odiaba su cuerpo, odiaba todo de él. Se había autolesionado, había pasado por una fase de anorexia y otra de bulimia, entre no comer y comer y terminar vomitándolo, maltratándose de una forma u otra. Se sentía una cucaracha, no, peor, una larva encerrada en una triste crisálida que no permite a nadie ver lo que era él en realidad, lo que quería ser. Porque a nadie le importaba qué fuese, con lo que parecía era suficiente, y eso era especialmente doloroso, se sentía impotente porque sabía que nadie lo entendería. Le costaba entender que Kai pudiese comprender mínimamente cómo se sentía.

           —El problema no lo tienes tú —susurró él, cerrando los ojos antes de quitarse los restos de helado de la cara, que empezaban a ser pegajosos y molestos.

           Ruki alcanzó la botella de vino como pudo y dio un trago, con sus ojos anegados de lágrimas y su mirada seria e impasible, tratando de mantenerse en calma mientras deseaba sollozar y pedir ayuda a gritos.

           —¿Sirve de algo? Soy yo contra el mundo, no importa si tengo razón. Estoy solo.

           Con lentitud, Kai se incorporó, sosteniéndole las mejillas y mirándole fijamente, serio. El rubio suspiró.

           —No estás solo, me tienes a mí, siempre me tendrás a mí. —Ruki sonrió, dejando que un par de lágrimas negras escurriesen por sus mejillas.

           —Gracias —susurró.

           »¿Crees que tengo la culpa? ¿Qué hay algo mal en mí y por eso soy así? ¿Por eso no soy normal?

           Kai negó, negó intensamente.

           —Hay muchas personas como tú. Que transgredas lo que se entiende por normal no te convierte en algo raro. El mundo no es cuadrado, pero la mente de las personas sí: todo es blanco y negro, lo negro nunca podrá ser blanco y lo blanco nunca podrá ser negro, no dejan espacio al enorme matiz de grises, no dejan que las personas salten de un lado a otro, o se queden al otro lado del color que les han dado.

           —¿Soy un color, Kai?

           —Los eres todos.

           Ruki abrió sus labios con sorpresa en oír aquello, había sonado especialmente dulce, nunca creyó obtener ese tipo de respuesta de Kai. Terminó sonriendo y teniendo que desviar la mirada cuando sus mejillas volvieron a  ponerse rojas.

           —No digas bobadas…

           —¡Pero es cierto!

           —¡Ojalá lo fuese! Pero no quiero ser esto, no quiero verme en el espejo desnudo y darme cuenta que nada en mí está bien, que mi cuerpo no está bien. No quiero que el mundo me vea como un chico, Kai.

           Frunció el ceño el moreno en escucharle. De pronto y sin previo aviso, se levantó y salió de la bañera casi corriendo, para terminar abandonando el cuarto de baño con la misma prisa, dejando al menor desconcertado y asustado, tan solo y desamparado… la compañía era adictiva, y la de Kai más. Casi tóxico no tenerle después de haber disfrutado de tenerle al lado, de que le hiciese reír de esa forma, que se preocupase por él, que le sonriese de esa forma tan bonita. Ese pobre idiota era la única medicina que necesitaba.

            

           Fue al cabo de poco tiempo que sintió una mano estamparse en su cabeza y pronto no vio nada. ¿Acababa de ponerle una peluca? Le miró extrañado, pero al verle sonreír de esa forma tan amplia, se le escapó una sonrisa boba.

           —¿En serio crees que una peluca va a arreglar mi disforia de género? —espetó, pero aquél le mandó callar.

           Se sentó de nuevo en la bañera como la última vez, y sacó de uno de sus bolsillos un delineador negro, Ruki seguía mirándole desconfiado. Ya iba maquillado, ¿qué pretendía hacer con eso?

           Cuando se lo aproximó, el arrugó la nariz y se alejó, pero pronto se vio acorralado, y Kai se rió antes de estrellar el pincel en su nariz. Takanori no entendía absolutamente nada, pero sencillamente suspiró y se dejó hacer. ¿Qué mal podía hacerle?

           Pronto descubrió qué pretendía Kai. Primero le dibujó un triángulo invertido en la punta de la nariz, y después tres rayas en cada mejilla, como si se tratase de bigotes. No pudo evitar pegarle una patada tras otra mientras se le escapaba la risa por la ocurrencia del batería, y éste le acompañaba mientras se abrazaba a sí mismo tratando de detener los golpes que aquél le propinaba sin parar con los pies sobre todo en los brazos y en la espalda.

           —¿Quieres parar? —dijo entre risas Kai.

           —Cuando dejes de ser tan idiota.

           —No tienes energía para aguantar tanto tiempo.

           Los dos se carcajearon ante la respuesta que él dio. Tenía razón, Ruki le mataría a golpes antes de conseguir que dejase de ser tan bobo, tan Kai. Era parte de él y, por mucho que el vocalista se quejase de ello, tenía que admitir que le encantaba que el líder de su banda fuese así.

            

           —Mira —largó cuando aquél se cansó de pegarle, tendiéndole un espejo en el que mirarse—. Así pareces una chica, ¿contento?

           Ruki alzó la mirada después de mirarse, mostrando cierto desagrado, arqueando una ceja.

           —Soy una chica —largó, y Kai puso cara de espanto al comprender que se había equivocado en las formas. No era fácil tratar con alguien en la situación de Ruki.

           Habían sido muchas cosas a explicar. Cuando Ruki admitió a Kai que era transgénero, el batería se le quedó mirando fijamente sin saber qué contestar porque no había entendido absolutamente nada. Ruki, que se lo temía, le había hecho sentarse antes de explicárselo todo. No parecía complicado pero a la vez lo era. Era sencillo de explicar que el haber nacido con un cromosoma Y, sin pechos ni útero, no definía que fuese hombre o mujer, que aunque en sus documentos legales constase como hombre, aunque todos le tratasen como a uno, no lo era: era una mujer, así se había sentido siempre, eso había sido siempre.

           No era difícil de explicar, pero era difícil que Kai lo entendiese. No había aparecido de la nada, no era un capricho suyo ni una decisión que hubiese tomado de golpe. No. Era algo que le había perseguido y le perseguiría toda la vida. Era diferente. Le habían criado como un hombre, pero no lo era, su cerebro se negaba a aceptar y a aprehender todas esas cosas que debía y no debía ser por haber nacido con ese cuerpo que él odiaba, detestaba y no le causaba más que asco. ¿Por qué tenía que definirle algo tan simple como un pedazo de carne, un puñado de hormonas y cromosomas? ¿Era más valioso todo eso que lo que había dentro de su cabeza y le hacía ser un ente pensante, un ser distinto? Al parecer no, no parecía entenderlo nadie.

           —Perdón —dijo Kai—. Hablaba sin pensar, olvídalo.

           Era imposible enfadarse con él, eso estaba más que claro, no si sonreía así y le miraba con esa cara de cachorro abandonado. Esa cara de «no he roto un plato en mi vida», era demasiado para Ruki. ¡Él era el que solía salir ganando por sus expresiones! No era justo que Kai se aprovechase de que, al igual que sus expresiones ablandaban a todos, las suyas le ablandaban a él.

           No pudo aguantarlo, alcanzó la alcachofa del baño y le apuntó al tiempo que abría el grifo, empapándole de pies a cabeza sin permitirle reaccionar.

           —¡No pongas esa cara, pedazo de imbécil!

           Kai cerró los ojos cuando sintió el agua, fría, mojarle entero, durante segundos antes de comprender que aquél no cerraría el grifo y optó por tratar de quitárselo, mientras aquél estiraba los pies hacia él tratando que no se acercase, mojándose de paso los pantalones, mientras él casi daba manotazos al aire intentando alcanzar lo que tenía en las manos y él no le dejaba.

           Fue pronto que Ruki empezaría a reír a causa de eso, de lo ridículo que se veía Kai intentando quitársela sin éxito, mojado de pies a cabeza y con todo su pelo, tan largo, cubriéndole la cara.  El batería se calentó, y pronto consiguió arrebatarle el aparato en cuestión y devolverle la jugada rociándole por encima, mientras éste se encogía y colocaba las manos sobre su cabeza tratando que el agua no llegase a él, mientras chillaba y se revolvía, pidiéndole que parase, que ya había suficiente, que lo sentía y que no lo volvería a hacer, como si fuese un niño.

           Kai cerró el grifo.

           —Estamos en paz —largó antes de volver a recostarse al otro lado de la bañera, completamente empapado.

           Ruki alzó la mirada, dejándole ver su cara completamente negra por el maquillaje que se había corrido por las gotas, la peluca despeinada y empapada y él con cara de pocos amigos. Parecía sacado de una película de terror, el líder no pudo evitar estallar en carcajadas muy fuertes.

           —¡No te rías!

           Kai negó con la cabeza insistentemente sin poder borrar la sonrisa, aun cuando Ruki se quitó la peluca y le pegó con ella, haciéndole daño incluso en la cara, no dejó de reír. El rubio optó por inflar las mejillas y cruzarse de brazos, como un niño pequeño, como hacía siempre.

           —Hasta con todo ese maquillaje en la cara, estás precioso.

           Consiguió que le mirase de reojo, desconfiado. La sonrisa de Kai seguía ahí, tan nítida, tan presente, enseñándole sus hoyuelos. Estiró la mano hacia él y tocó uno de ellos. En esos instantes, quien llegó a sonrojarse fue Kai, pero no dejó de mirarle, sencillamente le cogió la muñeca y, cerrando los ojos, suspiró.

           —No digas mentiras —espetó Ruki, apartando la mano de golpe y deshaciendo el agarre con ello.

           —Yo nunca te mentiría, Ruki, nunca, jamás…

           Tras un suspiro, llevó sus manos a su rostro y lo limpió con sus dedos, con paciencia y lentitud, mientras aquél mantenía su mirada gacha, tratando de no verle. Kai era demasiado dulce con él, demasiado bueno, mientras él no era más que un pobre idiota que no sabía dónde iba, ni qué era, ni qué quería hacer. Solo un niño perdido, un barco a la deriva.

           —¿No ves? —dijo Kai—, ya está. —Ruki se abrazó a sí mismo—. ¿Tienes frío?

           Llevó sus manos al filo de su camisa y tiró de ella hacia arriba, obligando a Ruki a alzar los brazos para terminar quitándosela, aunque éste tan pronto como se viese desnudo, trataría de cubrir su pecho con los brazos, con sus mejillas rojas y sin ser capaz de mirarle a los ojos siquiera. Era algo que todos sabían desde hacía tiempo, Ruki sentía especial vergüenza de su torso, era incómodo. Kai creía entender por qué, pero tampoco se atrevió nunca a preguntarlo.

           Le echó una toalla sobre los hombros y, tras besarle la frente, volvió a recostarse en la bañera.

           —¿Y tú qué?

           Se encogió de hombros.

           —Yo estoy bien.

           —No digas tonterías —espetó Ruki—. Quítate la camiseta y enséñame tus abdominales. Y ven aquí que estás tardando mucho ya —largó, abriendo los brazos. Kai se rió.

           Se desnudó de cintura para arriba como aquél le había pedido y más tarde se acomodó sobre su pecho, dejando que aquél le abrazase y compartiesen aquella toalla.

            

           —¿Debería usar pronombres femeninos entonces? —susurró al cabo de un rato.

           Con el bote de helado sobre sus piernas, llenaba Kai la cuchara una y  otra vez alternándose uno y otro para comer de ella, entre que también se bebían la segunda botella de vino. Una combinación de sabores un poco rara.

           Ruki negó con la cabeza a la pregunta hecha por Kai.

           —No, mejor no. No quiero que te equivoques delante de los demás, no quiero que lo sepan.

           —¿Crees que te darían la espalda? ¿Realmente lo crees? ¿Incluso Reita?

           —No quiero arriesgarme —susurró mientras le apretaba más fuerte entre sus brazos. Parecía realmente asustado y Kai lo notó.

           —Como prefieras —respondió él—, con que tú estés bien me vale.

            

           —Me gustaría que me reconociesen como lo que soy sin necesidad de cambiar nada de mí. ¿Crees que será posible algún día? —dijo de pronto.

           —En Argentina lo es.

           Ruki le obligó a alzar la cabeza, mirándole con cierta extrañez.

           —¿Cómo sabes eso?

           —Porque me importas más de lo que tú te crees —suspiró—. Busqué cosas… estaba intentando entenderte mejor, sigo intentándolo. Creo poder imaginarme, a estas alturas, cómo debes sentirte. Yo, de estar en tu posición, no sé qué haría —extendió una mano hacia él, acariciándole una mejilla. El rubio volvía a tener sus ojos levemente humedecidos, aunque no parecía que fuese a llegar a llanto—. Ruki, lo siento. Siento todo lo que tienes que pasar, siento no poder hacer nada, no tener el poder suficiente para hacer nada. Te juro que lo siento. Si pudiese hacer algo, cualquier cosa, lo que fuese, lo haría sin dudarlo.

           Cuanto Kai más hablaba, más vulnerable se sentía Ruki, más perdido, más estúpido. Kai le estaba abriendo su corazón de una forma especialmente extraña, se estaba preocupando por él de una forma que nadie había hecho, y lo que sentía jamás había experimentado hasta esos momentos: poder confiar en alguien, por fin, le hacía quitarse un enorme peso de encima. Pasó los dedos por sus ojos para secar las posibles lágrimas que amenazaban con salir de ellos sin remedio alguno.

           —No me dejes —susurró—, no te atrevas a dejarme nunca, a dejarme solo. Con eso, Kai, con eso es más que suficiente.

           Tan rápido como pudo, cuando Kai se percató con terror que aquél amenazaba con empezar a llorar, que suplicaba de esa forma que no le dejase, que se mantuviese a su lado, sintió el corazón escalarle hasta la garganta de un modo cruel.  Prontamente le abrazó, le retuvo entre sus brazos con mucha fuerza, de rodillas sobre la bañera y aquél aferrándose a su cuerpo. Con la cabeza contra su pecho empezó a emitir los primeros sollozos, a empapar de lágrimas a Kai, mientras aquél con su cabeza sobre la ajena trataba que se calmase, aunque le dejaba llorar porque sabía que, de tanto en cuando, tampoco estaba de más.

           —No te pido que muevas montañas —susurró entre sollozos Ruki—, ya estás haciendo más de lo que deberías. Gracias, gracias, gracias…

           —No te importa que no me lo pidas, si es necesario lo haré. Si es necesario haré cualquier cosa…

            

           Al final, terminó por volver a hacerle cosquillas para sacarle una sonrisa, ya que no era capaz de aguantar tantas lágrimas, no era capaz de verle así, tan apagado y tan triste. Amaba su sonrisa más de lo que amaba cualquier cosa en el mundo. Entendía sus miedos, entendía sus frustraciones, su tristeza, todo; o al menos quería intentar entenderlo. Si se había condenado a ser el único pilar de Ruki, ni le importaba. Quería a ese chico más que a nada, aunque jamás pudiese admitirlo. Tampoco importaba demasiado decir algo, si con sus actos ya demostraba que era así.

           Mirando el techo blanco del baño, hablando de todo y nada, bebiendo vino y comiendo  helado, lentamente uno y otro terminaron por sucumbir al sueño, y para cuando Kai se levantó, dolorido por la mala postura y lo poco confortable que era el material con el que habían hecho la bañera —no estaba pensada para dormir, eso era evidente—, además de la resaca, Ruki ya no estaba allí durmiendo sobre él, pero su aroma se le había quedado pegado a la piel. Sonrió en descubrirlo.

            

           —Te has ido sin mí —le dijo cuando se lo encontró en la compañía. Ruki, con un café con leche en la mano, sencillamente se encogió de hombros.

           —No quería despertarte, perdón. Pero gracias por todo, de verdad.

           Kai sonrió. No necesitaba palabras para responderle a eso, y que el rubio respondiese sonriendo también, le bastaba y le sobraba.

           —De todos modos hemos llegado los primeros —explicó Kai, haciendo un gesto con la cabeza para que el vocalista mirase el ascensor, por el que en esos instantes se dejaban ver tanto Uruha como Reita.

            

           A Ruki pareció encendérsele la mirada al verles, dejó el café sobre la mesa y fue corriendo hasta ellos, tirándose encima de Reita y subiéndosele encima. Al bajista tuvo que sujetarlo Uruha para que del extraño placaje su mejor amigo no se fuese al suelo. La cara del guitarrista era todo en poema, no entendía nada. Kai se carcajeó a lo lejos mientras Ruki golpeaba en un brazo con el puño a Reita. Esa mala costumbre suya…

           —Feliz cumpleaños, viejo —largó sin respeto alguno, Reita miró a Uruha pidiendo ayuda, pero éste solo se rió de él—, ya vuelves a tener un año más que yo. Menos mal.

           —¡Bájate de encima de mí, enano!

           El líder de la banda no pudo evitar sonreír ampliamente pero con cierta tristeza al verles así.

           Era más que agradable ver a Ruki tan animado, tan sonriente, tan  inquieto. Así le gustaba a él Ruki, justo así; pero a la vez, estaba celoso porque nunca, nunca, lograría tener el tipo de relación, tan cercana, como la que éste tenía con Reita. Ruki nunca saltaba de esa manera encima de él, a veces no se acordaba de su cumpleaños y jamás le felicitaría con tanta efusividad.

           Él sabía más que nadie de ese chico, sabía secretos que otros no conocían, le había visto llorar, le había consolado.

           Había hecho cualquier cosa menos decirle que le quería más que como se quiere a un compañero de banda o a un amigo, más de lo que querría jamás a ninguna mujer que pudiese aparecer en su vida.

           Ese pequeño al que probablemente sería mucho más correcto definir como pequeña, en femenino, era su todo.

           Tanto tiempo cerca y tanto tuvo que tardar en darse cuenta que le quería. Pobre imbécil, se dijo, por ser tan cobarde; pobre imbécil… Pero sonrió tontamente cuando se dio cuenta que, en el fondo, tenía toda la vida por delante para explicarle lo que sentía.

           Y sabía casi a ciencia cierta, que los sentimientos de aquél, no se alejaban mucho de los suyos.

           Eso era más que suficiente.


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