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Confesiones de un ninfónano por koru-chan

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Notas del fanfic:

 Oneshot basado en la película Nymphomaniac.

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Capítulo único:


Mi historia…


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El cielo estaba gris hace un par de horas, al igual que aquel cuerpo inerte sobre la grada; mal herido e inconsciente. La capa gris densa que oscilaba junto al viento sobre la gran ciudad hizo retumbar el suelo adyacente a un fuerte trueno vecino a un haz de luz que iluminó aquel rostro ensangrentado.


Los tacones de una suela gastada por el día a día, de la monótona vida de aquel hombre asalariado, se hizo retumbar en aquel pasaje poco transitado tras la urbe que pronto volvería a sus hogares después de una agotadora jornada laboral; pronto anochecería de igual forma. Aquel sujeto de unos 35 años se detuvo alzando la mirada hacia el cielo. Nada afectaría su transitar al elevar su cabeza hacia el estruendoso manto negro que se estaba formando y que de forma desesperada, intentaba llamar la atención de los humanos que día a día transcurrían sus vidas mirando la suciedad de la grada.


Cerró sus ojos al sentir una gruesa gota de agua caer en su frente mientras cogía la solapa de su abrigo cerrándola por enésima vez aquella tarde porque el viento vertiginoso se empeñaba en abrirla.


Vió como la iluminaria  prendía de apoco sus luces justo cuando su marcha había vuelto a iniciarse. Caminó con presura haciendo eco sobre el pavimento a cada paso de su acelerado transitar, pero este se detuvo cuando percibió un cuerpo a lo lejos; tendido, inerte y embarrado. Por su mente pasaron dos posibilidades de actuar:


1.- Seguir su camino y hacer como si nada hubiese pasado; dejarlo tirado e indefenso. Total, debía estar inconsciente y no se daría cuenta de su bajeza inhumana.


2.- Ayudarlo.


En definitiva eligió la dos. Se acercó a su costado, se arrodilló contiguo a él y en un rápido análisis lo removió intentando que cobrara su perdida conciencia y en un par de seguidos meneos suaves a su hombro, el pequeño cuerpo reaccionó sobresaltado llevando su diestra hacía su frente herida percibiendo como su sucia mano quedaba manchada con su sangre.


—Llamaré una ambulancia. Quédate tranquilo, por favor—informó el asalariado quien tomó entre sus manos un moderno teléfono celular mientras el chico mal herido reaccionaba con movimientos lentos—aún confundido de su estado—. Apoyó sus antebrazos sobre el húmedo barro y negó con su cabeza recostándose nuevamente sobre el pavimento gélido. Llevó, con una mueca de dolor, su palma derecha hacía su frente sintiendo como gruesas gotas de agua le acariciaban el rostro—. Llamaré a la policía entonces…—el tipo de mayor edad lo miró confundido alzándose de su incomoda posición para llevar su teléfono hacía su oreja.


—No. Maldición, ¡estoy bien!—alzó su voz gruesa intentando alzarse visiblemente adolorido. Sus manos nuevamente decidieron detenerse sobre su cabeza mientras el agua que con insistencia caía, ya a esas alturas, empapaba su cabellera de un rubio miel sucio.


—Pero…—titubeó preocupado por el estado de aquel desconocido y mal herido chico.


—Si los llamas perderás tu puto tiempo, además… yo ya me habré ido cuando lleguen—afirmó tambaleándose al erguir su cuerpo. Aquel hombre se apresuró en ayudarlo, lo cogió de la cintura atrayendo su débil estado hacia su cálido pecho—. No tienes que ser tan complaciente con un extraño—dijo el mal herido alejándose unos centímetros del cuerpo desconocido. El mayor lo observó; su actuar era reacio y desconfiado.


—Yo soy así—habló desinteresado—. Entonces, dime qué puedo hacer por ti—observó al chico de rostro sucio y de cuerpo tambaleante por los golpes propinados por algún ser inadaptado socialmente.


—Me gustaría… una taza de té con leche—entonó mostrándole una sonrisa irónica quizá esperando descolocarlo, pero el mayor sonrió de forma cálida cogiéndolo desprevenido al posar su brazo alrededor de su cintura agregando.


—Bueno, entonces tendrás que acompañarme; no suelo servir té en la calle—pidió con una sonrisita colada en sus labios delgados y sonrosados por el frío clima—. ¿Puedes caminar?


—Si…—respondió en un susurro el mal herido. Avanzaron por el desolado callejón abriéndose paso por la oscuridad que poco a poco descendía junto a la lluvia que a ratos se volvía furiosa convirtiendo el pavimento, bajo sus pisadas silenciosas, en espejos donde los faroles se reflejaban en radiante esplendor aquella noche.


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.


Con ansiedad tomó la porcelana entre sus manos sorbiendo con placentera satisfacción el contenido color canela de este. Saboreó sus labios luego de tragar un gran sorbo y volvió a dejar la taza en su respectivo lugar: Un plato a juego con aquel recipiente delicado y cálido.


El rubio, de una esquina de la habitación, lo miró con sus manos en sus bolcillos mientras aleatoriamente observaba el cristal y su menuda figura entre las mantas de su cama. Su rostro ahora se apreciaba de mejor forma, poseía una apariencia aniñada y una mirada acongojada, como si su corta vida hubiera estado llena de malos momentos. Su piel lechosa estaba repleta de moretones recientes y heridas abiertas, pero aquello no quitaba la belleza innata de aquella criatura bajo la tenue luz de una lámpara sobre una pequeña mesita de noche. Su cabello era ondulado, de un color miel que descendía hasta sus hombros terminado en unas puntas húmedas por el agua que había absorbido en su corta caminata hasta el departamento de aquel extraño y solitario hombre.


—Lavaré tu ropa—informó desapareciendo a través de la puerta dejando a aquel huésped en silencio, con una única compañera tras su espalda: La lluvia, quien incesante y en un ritmo continuo azotaba los cristales. Y tras un par de minutos, el rubio volvió hacia donde estaba su invitado—. La tormenta empeoró—se escuchó su voz haciendo acto de presencia desde el marco de la puerta para captar la distraída atención del menor quien lo observó detenidamente para luego volver a sorber el contenido humeante del recipiente entre sus manos—. Y bien, ¿cuál es tu historia?—se acercó con un banquito junto a ungüentos y gazas las cuales posó en la mesa de noche para proceder, con cuidado, a limpiar sus heridas y curar su cabeza rota, la cual se empeñaba en manchar sus cabellos de rojo.


—Mi historia…—murmuró cerrando los ojos al sentir el contacto frío del agua salina en su lacerada nuca.


—¿Cómo es que llegaste a ese lugar? ¿Te robaron?—preguntó al ver que no diría nada el susodicho  quien negó y bajó la cabeza.


—No. Soy sólo un cabrón hijo de puta—exclamó con la vista perdida.


—No deberías denostarte de aquella forma.


—Tú no me conoces...


—Cierto—dejó sus acciones viendo el ceño fruncido de su inesperado visitante—. ¿Cómo te llamas?—preguntó viendo la mirada extrañada del chico que, cabe destacar, tenía unos pozos profundos cargados de turquesa agua; unos ojos maravillosos, pero que en su mirar no era como su color, sus ojos estaban apagados.


—Ruki—dijo.


—¿Ruki?—cuestionó aquel vago seudónimo que no le decía nada.


—No te revelaré más.


—Entonces, mucho gusto. Yo me llamo Akira Suzuki.


—¿Qué mierda de nombre es ese?—se burló recibiendo una carcajada del asalariado.


—Ahora que te conozco un poco más… ¿me contarás?—el chico sentado en el lecho posó su espalda en el respaldo de la inmensa cama de dos plazas mientras sus labios esbozaban un  suspiro.


—No es una bonita historia—advirtió—. Y cuando termine me echaras de tu hogar—Su mirada se volvió melancólica perdiéndola en el contenido de su taza aún humeante—. Estoy enfermo…—comenzó—. He hecho cosas en mi vida que son repugnantes para cualquiera—continuó con pausas leves mientras la sinfónica lluvia era testigo de aquel cuarto ocupado por aquellos dos hombres y del relato que surgiría a continuación.


—Cuando era pequeño, era como todos; inquieto, soñador y sobre todo curioso… Tenía un primo de mi misma edad y vivíamos en casa de mis abuelos maternos. Jugábamos todo el día; él era la mente maestra de travesuras o juegos nuevos…


Yo siempre lo seguía en todo porque sentía que él sabía más y yo estaba hambriento de conocimiento y curiosidad. Por ello, aún recuerdo aquella tarde. Teníamos ocho años, quizá menos y estábamos en su cuarto sentado uno al lado del otro hablando trivialidades cuando él, juguetón, se acercó a mi oído:


Juguemos a algo nuevodijo deslizando su pequeña mano por mi pecho hasta acariciar mi diminuto miembro por sobre la ropa. El roce suave de sus manos me pareció la más exquisita sensación que había podido sentir en mi corta vida. Recuerdo que lo miré a la cara, tenía las mejillas rojas y cerró sus ojos cuando realicé la misma acción que el ejecutaba conmigo. Nos desvestimos, quedamos desnudos uno a frente del otro y él se posó sobre mi rozando nuestras partes púbicas, las cuales se endurecieron descaradamente. Estuvimos así hasta  que la fricción hizo que nuestros miembros doliesen. Él con una pericia extraña a su edad, metió mi pene en su boca y lo lamió y succionó hasta que grité de forma descontrolada; por primera vez había eyaculado y lo había hecho en su boca.


Agitado permanecí viendo como se masturbaba frente a mí mientras apreciaba como una gota líquida se desprendía de su pene seguido de más y más…—detuvo su relato para mirar el rostro del mayor quien lo observaba sin una mueca de desaprobación, sino más bien de intriga lo que le hizo entender que continuara con su narración—. Ese se convirtió en nuestro juego secreto hasta que cumplimos trece años. Mi primo cambió después que me mudé a una nueva casa junto a mis padres. Nos veíamos menos y yo sentía entrañable aquel “juego” el cual como una droga, sentía necesaria.


Era extremadamente ignorante a esa edad. Mi madre me había cuidado bajo una extraña burbuja impenetrable, decía que era muy frágil y temía del daño que me fueran a causar en el futuro. Por esa  aprensiva  forma de ser, fue que me hizo buscar satisfacción de otras formas.


En mi habitación tenía una televisión que mi abuela me había regalado. Esta estaba conectada satelitalmente y fue ahí que vi cosas que quizá un chico de mi edad no debería haber visto porque aquello fue demasiado precoz. Pero sentía que, debido al acercamiento sexual que había tenido en mi niñez, era un niño que había escalado varios escalones adelantadamente y, aquello, lo sentía bien de cierta forma. Pero a la vez consideraba que me faltaba más conocimiento.


Las películas porno heterosexuales eran pan de cada fin de semana; pasaba gran parte de la noche viéndolas. Pero al pasar el tiempo esas escenas trilladas se me hicieron aburridas. Yo quería algo más. Buscaba esa excitación que sólo había experimentado con mi primo hace años y, aquel viernes lo conocí. Me desperté a las tres de la madrugada, me había dormido temprano con la idea en mente de no ver más esas películas sin contenido alguno, pero al parecer mi cerebro las necesitaba. Encendí la televisión y ahí estaba: Un tipo musculoso penetrando analmente a aquel sujeto de aspecto virginal.


—El típico prototipo homosexual—rompió el relato aquel quien atento escuchaba, recibiendo una sonrisa a su comentario.


—Ese mismo, el típico prototipo “tosco” que sólo le interesa embestir de forma salvaje y someter a su víctima, recuerdo que cuando vi aquella escena no entendía por donde lo penetraba, ¿acaso el muchacho tenía algo que yo no? Era tan inocente e ignorante… 


Al otro día fui a un cibercafé donde me pasé toda la tarde buscando información sobre el tema. Averigüé lo más que pude y mi mente se expandió atiborrada de información y, junto a ello, tuve un objetivo en mente: “Perder mi virginidad anal.


Busqué y estudié a todos los hombres cercanos a mí; compañeros de curso, conocidos del barrio o colegio. Pero nadie cabía en mi prototipo.


—Y ¿Qué hiciste?—preguntó intrigado volviendo a adentrarse al cuarto después de una pausa forzada por ir en busca de más té. Entró  nuevamente a la habitación con una bandeja en sus manos.


—Gracias—le tendió una taza nuevamente colmada de humeante líquido dentro de ella mientras el propietario tomaba asiento en aquel banquito junto a la cama entrelazando, entre sus manos, un tazón como el que le había tendido al menor sobre su cama–. ¿Tú qué crees?—el mayor le sonrió viéndolo beber del recipiente de delicada porcelana para dejarla a un costado, sobre el plato a juego, descansando sobre la mesa de noche–. Internet—continuó respondiendo su misma interrogante–. No tenía edad para ir a un bar gay, además, siendo sincero, me atemorizaba.


Las salas de internet temáticas eran mi opción, pero tenía un mayúsculo problema: Mi madre. Aprensiva como sólo ella sabía ser, no quería, por ningún motivo, contratar el servicio en casa. Así que tuve que maquinar un plan estúpido de adolescente de dieciséis años. Comencé a obtener malas calificaciones en el colegio mientras pasaba día tras día criticándole que no podía estudiar como los demás porque me hacía falta aquella necesaria herramienta. Mi plan, después de toda la sandez detrás de ella, funcionó. Y ahí estaba yo, comiéndome las uñas con desesperación cuando me hice usuario de dicha página, mi nombre salía entre los miles de tipos necesitados y viejos que apenas se les paraba el pene.


Mi mente estaba aterrorizada. Me llenaba de torpes incógnitas y me colocaba en miles de situaciones habidas y por haber. Y, ¿si alguien se enterara? Sería apuntado con el dedo arruinando la “perfecta” fachada familiar. Y, ¿si me reconocen…? Si alguien se percata que frecuento aquellos sitios por vil y asqueroso sexo,  y no cualquier sexo, sino gay.


Puras y santas barbaridades sin sentido…


¿Cuántos internautas pasaban en la red día a día? ¿Quién se podía enterar que yo estaba haciendo aquello?


Al principio, frecuentaba a aquel chat gay, sólo una vez a la semana. No hablaba con nadie, sólo me inmiscuía a ver las imágenes que adjuntaban de perfil; que, en su mayoría, eran penes naturalmente irreales, imágenes pornográficas coladas de la red, uno que otro buen físico y el más osado publicaba una foto “real” suya mostrando sus perfectos abdominales trabajados. Todo bastante fantasioso.


Hablé con unos cuantos hombres; nada más allá de lo típico. Hasta que me atreví a sacarme fotos sugerentes de mi cuerpo casto... Me di cuenta que era fácil calentar a los vejetes de aquellas páginas porque en su mayoría, eran seres carentes de sexo; casados llevando una doble vida e irían a todo, hasta pagar por cumplir sus más inhumanas fantasías y fetiches sexuales.


Cuando obtuve la mayoría de edad, mis padres—sobre todo mi madre—, tuvieron la ética de entender que debía hacer cosas de acuerdo a mi edad y optaron, con el dolor de su corazón, el darme permiso para ir a una típica fiesta. Ya había frecuentado algunas a escondidas, ya sabes, de esas donde no sabes que celebran o quién es el celebrado, la típica fiesta “del amigo de un amigo”.


Había mucho alcohol, drogas y preservativos en aquel alocado lugar de música estridente. El ambiente era un desastre; la casa sucia, vidrios rostros, gritos eufóricos, muchachas prepúbertas corriendo semidesnuda por aquella casa desconocida, tipos vomitando a la entrada y yo, bueno yo tenía en mente un objetivo que por razones obvias no había podido consumar y creí que tampoco sucedería aquella noche. Claro, hasta que hice contacto visual con un chico y mis esperanzas volvieron.


Era delgado; sus brazos eran fibroso. Utilizaba una camiseta suelta sin mangas y unos jeans ajustados junto a unas converse vino tinto rotas y sucias. Hablaba y se reía con sus amigos, pero siempre sin quitarme la vista de encima. Lo analicé por unos minutos, se notaba universitario tenía bastante estilo y una pose avasalladora. Estaba rodeado de chicas y de vez en cuando se le acercaban unas cuantas por su atención. Éste coqueteaba, pero no le daba esperanza a ninguna.


Pasó de gustarme a odiarlo en cosas de segundos, sólo por su forma de actuar tan soberbia que poseía.


En esto, lo vi alejarse del grupo que se encontraba. Me miró, como lo llevaba haciendo hace rato, y luego caminó. Lo seguí autómata hasta que lo vi adentrarse a un pasillo oscuro donde la música estridente de aquella casa atestada, apenas se oía. Caminé adentrándome mientras acariciaba con las yemas de mis dedos el papel tapiz hasta chocar con su sonrisa en medio de la penumbra, lo miré serio y de puntillas me acerqué a su oído: ”—Quiero que me desvirgues—“ le dije. Éste me miró extasiado mientras un: —claro—” inaudible salía de sus labios. Nos encaminamos a una habitación cualquiera de la casa y, tras un: —Quítate los pantalones—” me tomó y  me giró con brusquedad mientras separaba mis piernas, las cuales temblaban como un vil cordero llevado al matadero—sonrió mirando hacia la nada bebiendo otro sorbo de la taza de té que en medio del relato había vuelto a poseer entre sus manos y, tras un suspiro melancólico prosiguió—. Abrió mis nalgas tocando aquella zona inexplorada mientras escupía una buena cantidad de saliva y lubricaba por encima la zona. Acarició su miembro, el cual sentía sobre mi muslo derecho; caliente y húmedo. Cerré los ojos al sentir su cabeza en mi apretado agujero y como se abría camino intruso. Gruñó y jadeó tras mi espalda mientras de mis ojos se asomaban lágrimas traicioneras y mis puños apretaban la colcha fría bajo nuestros cuerpos. Contraje mi mandíbula al sentir la primera estocada, bramé en la segunda y grité en la tercera, en la cuarta sentí su mano en mi boca para callar mis chillidos  mientras perdía la cuenta de sus embestidas. Salió de mi manchando mis muslos con su esencia, seguido escuché como cerraba el cierre de su pantalón y como abría la puerta de la habitación. Recuerdo que mordí la almohada calmando mi llanto, y ahí en aquel lugar prometí que jamás me acostaría con alguien.


Con mis piernas temblorosas me puse de pie cogiendo mi pantalón oscuro abandonado en una esquina de la habitación viendo como una pareja fogosa se adentraba al cuarto para utilizar la cama desordenada y manchada con su semen. Después de un intercambio furtivo de miradas con el par salí caminando con lentitud sintiéndome desgarrado por dentro.


—Y, ¿la promesa duró?—preguntó el dueño de aquel pulcro hogar.


—La promesa no duró, sino el relato terminaría aquí y lo que me pasó no tendría explicación—replicó—. La mayoría de los adolescentes pierde su virginidad a los dieciséis. Y yo, a los dieciocho, consideraba que estaba muy atrasado en el asunto. Así que lo que me pasó, no fue la gran cosa.


Entré a la universidad y no me pude mantener dentro por más de un año. Por ello, decidí ya no perder mi tiempo y comenzar a trabajar. Conseguí un trabajo de tiempo completo en una editorial como ayudante, mientras continuaba con mi clandestinidad en las noches; ya sin miedos ni tapujos. Me había convertido en la puta de estas páginas de chat. Sacándome fotos provocativas conseguía llamar la atención y conseguir citas de sexo. Llegué a perder la cuenta con cuantos tipos me acostaba cada noche y con ello los problemas se acrecentaron.


No sé que tienen en la cabeza algunos hombres que creen que, porque le mueves el rabo y tienen una buena noche de sexo, la relación iba para algo más serio ¡Con una buena felación se embobaban de inmediato! Patéticos. Debía admitir que era soberbio. Sabía que mi bonita cara infantil los atraía como abejas a la miel. Por ello, era selectivo y sólo a algunos los tomaba en cuenta para una segunda tanda o hasta más. Todo iba bien con mi modo de operar hasta que el asunto se complicó cuando comencé a salir con un tipo de cuarenta…


—¿Cuántos años tienes ahora?—preguntó con inquietud quien oía el relato con suma atención.


—Tengo treinta—respondió en un largo suspiro—. Pero en aquel tiempo tenía veintidós y éste hombre se creía todo lo que le decía, como verás el tenía esposa e hijos y le importaba una mierda; estaba cegado por mí—hizo una mueca asqueada antes de continuar.


—Te repugnaba, pero le seguías el juego…


—¿No entiendes? A mí sólo me importaba su pene en mi trasero y que este me proporcionara mi tan preciada droga sexual. Luego, lo que aconteció, no me lo esperaba realmente…


Me preguntó si lo quería. Yo lo único que quería era que se marchase de mi casa porque en una hora llegaría otro chico con el cual cogería. Así que en un acto desesperado para que se marchase le dije: “—Te quiero, pero no podemos estar juntos. Tú tienes tu familia y no dejarás a estos por mí… Yo soy egoísta, ¿sabes? Te quiero, únicamente y exclusivamente a mi lado, para mí y nadie más y eso no ocurrirá. Así que este es el adiós, nos vemos—“


Lo despaché y con una sonrisa satisfecha di por zanjado aquel obstáculo en el camino. Al cabo de una hora tocaron el timbre. Caminé feliz a recibir a mi cita, pero me encontré una agria sorpresa: La cara de aquel viejo repulsivo estaba junto a una maleta frente a mi puerta. El tipo entró a mi casa invadiéndola con su empalagosa presencia mientras yo lo intentaba echar. Y, en cosa de minutos, su loca esposa y sus pequeños hijos aparecieron. La histérica mujer golpeó al hombre justo después de verme y analizarme con un espasmo en el ojo por el cólera al ver que “la amante del cuarentón” se trataba de un hombre y, más encima, uno bien cabrón y puta. Para concluir ese hecho, mi cita de las siete había aparecido en el umbral de la puerta. La mujer furiosa salió de mi diminuto departamento mientras yo me cruzaba de brazos y miraba de reojo al chico quien me tendía unas flores y al viejo quien quedó con el labio sangrando.


—Y, ¿qué hiciste?


—Forniqué con ambos aquella noche y luego los eché de mi casa y les dije que no volvieran—el espectador explotó en carcajadas por la respuesta que le había dado aquel muchacho a quien el ceño se le frunció por dicha reacción.


—¿Qué tiene de gracioso?—preguntó cogiéndose la cabeza adolorido.


—Tú forma de relatar un hecho complejo. Lograste hacer comedia un suceso dramático que, en su momento debió haber sido horrible. Eso habla de tu capacidad de superar un hecho, quizá, estresante en tu vida—el de rostro magullado suspiró negando.


—No pensé que tu reacción sería reír; cualquiera, a estas alturas, estaría asqueado…


—Vamos, prosigue—vió como el chico se acomodó de mejor forma, posando sus caireles rubios sobre la almohada, su vista se posó en el cielo y luego miró a aquel rubio frente a él sentado pendiente en su hablar.


—¿Vives solo?


—Así es—el dueño de casa respondió bebiendo el contenido de su taza.


—¿No te sientes… solitario?—el hombre de traje le sonrió y miró los cristales empañados de la ventana


—¿Sabes? Sí. Soy el típico tipo que ya se “le pasó el tren”; el que trabaja de lunes a viernes en horario continuo, el que llega a casa y no tiene nada que hacer. Para mí los fines de semanas son interminables.


—¿Por qué dices que se “te pasó el tren”?


—Porque… a diferencia tuya, yo soñaba con el amor y este jamás tocó mi puerta.


—Yo igual sueño con el amor, bueno soñaba. Pensaba que en algún punto me cansaría de esta “adicción” y que al fin podría encontrar a alguien. Pero siempre necesito más sexo y con el tiempo me he vuelto insensible debido a esto. Concluí que aquello sólo eran patrañas y cuentos de hadas de algún loco soñador…


Continúe por años de la misma forma. No sabía los nombres con quienes fornicaba, ni recordaba sus rostros. Sólo quería satisfacerme y no me importaba nada más. Con los años había adquirido una coquetería innata; la forma de hablar, la sonrisitas y pequeños movimientos ya estaban incrustados en mí cuando veía a alguien de mi tipo. Por eso mismo he tenido tantos trabajos como los tipos con los cuales me he acostado.


Intenté frenar aquello y entablar una relación con tres o cinco tipos. Ahí comenzó todo mal porque uno de ellos era mi jefe y él pensaba que nuestra relación era única y especial. Esta vez se me fue de las manos el asuntito porque yo le decía a todo que sólo por tener su bien formado pene en mi culo.


Me desesperaban sus brotes “romanticones” cuando me regalaba flores y ostentosos obsequios. Podía sobre llevar estos sucesos sin ser tan despreciativo. Claro, hasta que un día llegó con un anillo a mis manos y sus maletas a mi departamento—que debo decir que él me había obsequiado—. Lo miré sin saber que decir. Llevábamos saliendo más de un año, pero jamás vi que la relación tomara ese serio rumbo porque yo nunca concebí cariño ni sentimientos de enamoramiento hacia él. De inmediato sentí ganas de huir y no volver a verlo más.


—¿Qué es esto?—“


Fue lo única estúpida mierda que pude decir con coherencia en esa situación.


—Bueno es obvio. Quiero estar contigo, amor…—“


Recuerdo que separé mis labios para espetarle algo, pero en aquel instante el timbre sonó con insistencia. Miré la hora y entré en pánico. Sabía a la perfección que era uno de ellos para nuestra “cita” que había previsto para ese día y donde aquel idiota enamorado no cabía.


Aún no lograba reaccionar, me puse mi calzado mientras arrojaba la argolla lejos y salía hacia la puerta encontrándome a mi “cita” discutiendo con mi jefe y autoproclamado pareja. Me comenzaron a gritonear exigiéndome respuestas a las que yo, esta vez, me dispuse a huir abrumado.


—¿Esta vez no cogiste con los dos?—el narrador rió negando con su cabeza.


—Les dije toda la mierda como era y no volví a aparecer en aquel lugar. Pasé días escondido recibiendo mensajes de amenazas. Poco a poco estos se hicieron cada vez más frecuentes y temía hasta de mi sombra. Decidí cortar por lo sano e irme. Huí lejos y llegué a ésta ciudad, pero no sé cómo ni el porqué, pero me encontró después de dos meses…


Hoy iba saliendo de mi turno y me adentré en aquel callejón para llegar pronto al metro que se encuentra calle abajo y, ahí, me lo encontré. Me golpeó sin chistar hasta que quedé inconsciente cuando azotó mi cabeza contra la muralla de concreto sólido y  me dejó tirado con una amenaza en el aire: Sí llamaba a la policía y colocaba una constancia él se encargaría, por medio de terceros, en acabar con mi mierda de vida. Y, ya sabes, no me quise arriesgar.


—No era la forma…—exhaló con una mueca desaprobatoria al acto de venganza de aquel hombre despechado.


—Tal vez él sí estaba enamorado. Aunque, ¿sabes? Lo envidio porque al final nunca he podido lograr sentir algo así. Y tampoco lo sentiré; esta enfermedad soy yo y tengo que terminar de asumir que el sexo me gusta demasiado.


—Yo igual me enamoré y también fue la persona equivocada. Me engañó por bastante tiempo y todo se acabó cuando la encontré teniendo sexo con otro tipo en mi cama. Pero jamás le haría daño. Aquel tipo nunca te quiso—miró al muchacho acostado debajo de las cálidas mantas, quien lo observaba con lástima tras su corto y explícito relato de su amorío pasado, como quien cuenta una aburrida anécdota del día.


—Pero lo que hice no tiene perdón de nadie. Me merezco lo que me pasó y más.


—No hables de esa forma de ti…


—Así me veo yo. Me lo busqué y terminé consiguiendo lo que me merecía.


—No seas tan duro contigo; todos cometemos errores. De eso se trata vivir, ¿no?—la mirada del menor se posó en la del ojimiel mientras sus párpados sucumbían.


—No puedo creer… Has cambiado tanto…—habló adormilado el visitante—. Eras un idiota más; el arrogante popular del montón—continuó. Akira lo miró extrañado mientras se levantaba para arroparlo—. Tus ojos nunca los pude olvidar, seguro no me recuerdas porque eras tan “socialmente activo” que te involucraste sexualmente con  varios y varias en esas fiestas llenas de locos adolescentes. Yo de verdad era virgen cuando te pedí fornicar. Estuve dos semanas sentándome de formas extrañas—terminó frunciendo el ceño dejando descolocado al atento oyente quien se quedó mirando aquel rostro magullado por unos largos segundos. Quitó unos cuantos cabellos de su rostro y, si bien se esforzó en recordarlo, no lo logró. Su juventud había sido demasiado libertina y bohemia; bastante alejada de su cotidianidad asalariada de su día a día. Por ello mismo creía en el karma y la consecuencia de su solitaria actualidad. Esa fiesta en particular, para él, había sido una más de sus noches universitarias; a sus ojos aquel chico seguía siendo un desconocido.


.


Al día siguiente su despertar fue frío y mientras más se arropase con la colcha mullida, no lograba que su cuerpo se calentase. Con ímpetu removió el cobertor de su cuerpo entumecido por el reducido lugar en el cual había dormido gran parte de la noche. Se sentó en aquella improvisada cama junto a un quejido que se le escapó de sus labios; su espalda pagaba las consecuencias al verse forzado a pernoctar en aquel sofá de su sala. Con ojos somnolientos mientras refregaba, una y otra vez, sus manos en su rostro se puso de pie mientras con maniaco habito dobló la colcha que había fallado en su labor de proporcionar calor y una mueca se formó en sus labios al ver el blanco manto a través de la ventana de la sala; ahí tenía la razón de su gélido amanecer.


Se acercó con lentitud hacía un termostato que digitaba cero para subir la temperatura de su departamento. Frotó sus manos congeladas y se percató de la puerta abierta de par en par de su habitación. Con precaución se adentró a esta y su vista dio hacía el lecho vacío. Se acercó percatándose, en su tacto, que las sábanas estaban tan gélidas como la nieve que afuera cubría todo de hielo.


 

Notas finales:

¡Hola!

Como dije arribita, me basé en la película Nymphomaniac. espero que la vean, se darán cuenta que no está calcada al 100% tomé algunas partes y las adapté a mí, lo demás es challa de mi cosecha. Si escribía con detalle la peli me tardaría años en escribirla (?) además no podría, siempre tengo que meterle algo propio, pero como dije, véanla, esta buenísima, obviamente no es yaoi xD

Bueno y nada, como siempre gracias por leer y comentarme, por mi parte me despido, pequeñas, esperaré ansiosa sus apreciaciones sobre lo que escribí, de verdad espero que les haya gustado, tanto como a mí que escribí todo en un rato ansiosa por mostrárselo c:

 


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