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Lo prometo por Angel del Diablo

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Notas del fanfic:

Este fic ha sido creado sin ánimo de lucro. Los personajes pertenecen a Masashi Kishimoto. 

Dedicado a ti, que te has tomado la molestia de entrar a leer. Y también a ti, que además vas a dejarme un rr. 

La puerta se quejó cuando Sai la empujó suavemente. Le habían dado las llaves pero había sido por mera formalidad: los cristales rotos de las ventanas más bajas le habrían permitido entrar.

Apretó la empuñadura del cuchillo de su padre y entró. Era su primer encargo solo y no sabía qué pensar; puso sus cinco sentidos en captar información del lugar tal y como su padre le había enseñado para después hacerle un informe lo más detallado posible. Se ganaría un buen sermón y posiblemente volvería a degradarlo a ayudante si su padre no quedaba satisfecho con su trabajo.

 

-El sol es muy agradable… cuesta creer que esté encantada –los rayos del sol recorrían como haces de luz toda la entrada. Era una casa muy antigua y sin embargo había sido habitada y cuidada por sus dueños hasta hacía tres años, cuando un espíritu había empezado a vagar pos las estancias, rompiendo objetos e hiriendo con estos a los inquilinos.

El moreno paseó la vista tranquilamente por la estancia y se rascó distraídamente la piel que quedaba oculta bajo el cuello alto del oscuro jersey. Le dolió y dejó de hacerlo: las magulladuras que le había dejado el último espíritu al intentar estrangularlo estaban durando más de lo esperado. Su padre le había advertido de que no saliera a la calle sin algo que tapara esa zona, les resultaría muy difícil explicar que eran cazadores de espíritus y que éstos casi siempre trataban de matarlos para así no ser destruidos.

 

Dio un paso y la fuerza de su bota hizo a la alfombra escupir polvo a su alrededor, haciéndolo toser.

 

-Qué lástima –se dijo para si mientras atravesaba la polvorienta pieza de artesanía. -Es una maravilla hecha a mano. –al igual que la alfombra, los muebles que adornaban el recibidor eran piezas de museo pero dañadas por el polvo. Subió las escaleras dejando atrás una puerta cerrada a la derecha. Por alguna razón, sabía exactamente dónde tenía que ir si quería encontrar al fantasma. Las ventanas del primer piso estaban también rotas y las motas de polvo bailaban en los rayos de sol. Los jarrones, de flores marchitas hacía tiempo, estaban labrados con exquisitos detalles y solo la amenaza sobrenatural los había protegido de los ladrones y el mercado negro.

 

Una puerta entreabierta al fondo llamó su atención sobre las demás. Entro sin vacilar, con el valor que le habían dado los años de experiencia acompañando a su padre: ya sabía el modus operandi y los tipos de espíritus y entes, ninguno lo había pillado por sorpresa desde hacía tiempo y las heridas que marcaban su cuerpo habían sido por el ataque tras sentir la amenaza, no por algún descuido por su parte.

 

La estancia era una biblioteca llena más de cuadros que de libros. En la mayoría había jardines de la época adornados con criaturas sacadas de los libros de fantasía que seguro encontraría en las estanterías. En las esquinas de todos había una firma garabateada con mucha filigrana, de la que solo se podría entender la inicial: S. Sobre la chimenea muerta había un cuadro enorme, envuelto en lo que parecía tela pero con la esquina superior derecha desprendida. Se veía la cara de un chico pelirrojo de ojos claros, cuya boca quedaba oculta y todo lo demás también, impidiendo adivinar su estatura o algún otro detalle.

 

El moreno toqueteó algunos libros, se asomó por las ventanas, revolvió el polvo de las cortinas y los cojines, pero no apareció nadie. Se sentó tras un rato en un sillón mullido y extrañamente limpio, frente a la chimenea, junto a una mesita de té y apoyó la cabeza en la mano, cerrando los ojos.

Una tierna caricia lo despertó suavemente. Sus ojos se encontraron con los claros de Gaara.

 

-¿Te he despertado? Lo siento –el moreno negó con la cabeza y se levantó, empujando al otro que estaba inclinado sobre él. Lo abrazó, sintiéndolo frío.

 

-Acércate a la chimenea –le susurró al oído, empujándolo un poco hacia el fuego. El pelirrojo asintió y lo apretó más fuerte.

 

-Ya está todo listo. Solo venía a despedirme de ti y a ver si habías acabado ya el cuadro. –Sai sonrió y negó con la cabeza.

 

-Aún no. Tendrás que esperar para verlo a la vuelta. Tranquilo, lo habré acabado a tiempo.

 

-Solo estaré fuera dos días, tendrás que darte prisa. –le colocó la mano bajo la barbilla y lo besó con fuerza. Sai correspondió al beso, sonriendo.

 

-Mientras esté fuera cierra la verja en cuanto anochezca y no dejes pasar a nadie extraño.

 

-Lo se Gaara. Y tú ten cuidado también. Nos queda muy poco y por fin podremos estar juntos sin problemas. –el pelirrojo asintió y apoyó la cabeza sobre la del moreno, acariciando con su pelo la mejilla de este. Solo unos cuantos días más y la casa estaría lista. Solo unos días más y podrían vivir lejos de aquella ciudad y de las personas que solo querían hacerles daño.

 

-Deja de darle vueltas. ¿A quién le importa lo que piensen? Lo único que debería importarte es que te quiero y que quiero estar contigo –murmuró Sai, adivinando que el silencio de Gaara era producido por los problemas que les habían causado solo porque ser dos hombres enamorados.

 

-¿Me prometes que volverás? Solo si lo haces podrás ver el cuadro.

 

-Te lo prometo. ¿Me prometes esperarme?

 

-Por supuesto, te lo prometo –se volvieron a besar y después el pelirrojo se marchó. Sai se quedó mirando por la ventana el patio y la verja, hasta que el pelirrojo salió por la puerta. Se subió a su caballo y le dio unas últimas indicaciones al mayordomo mientras se abrochaba del todo su largo abrigo. Después miró hacia la ventana, donde estaba Sai, cruzado de brazos para combatir el frío que emanaban los cristales. La ropa que llevaba era recargada y abrigada pero él siempre había sido propenso a helarse si se alejaba del fuego. La sonrisa del pelirrojo fue breve pero sincera. Espoleó a su caballo y galopó con rapidez seguido de sus dos hombres. Sai se quedó allí hasta que los perdió de vista.

 

-¿Desea un té, señor? –le preguntó la amable sirvienta un instante después.

 

-Muchas gracias –le asintió mientras cogía con cuidado un cuadro, escondido en una esquina lejos de la luz de los candelabros y lo colocaba sobre un caballete. Le quitó la tela que lo cubría y admiró su obra más grande y más trabajada. En el lienzo se veía a Gaara a un lado, con su habitual seriedad y al otro lado a él mismo, también serio. Y sin embargo había sabido lograr que sus ojos reflejaran el amor que sentían el uno por el otro. En realidad ya había terminado el cuadro pero no había querido enseñárselo a Gaara para que su partida no empañara la felicidad que sentiría al ver que lo había engañado: no era un cuadro solo de él, sino que aparecían los dos.

 

Solo faltaba su firma, que garabateó en una esquina mientras le servían el té.

 

-Estoy segura de que le encantará su cuadro.

 

-Eso espero –le dijo sonriendo y tomando la taza de té. Sintió de repente un escalofrío y se giró instintivamente hacia la ventana justo para ver un relámpago azotar el cielo. La pequeña taza de porcelana resbaló de su mano, estrellándose en el suelo con estrépito y derramando su contenido.

 

Sai miró al suelo, sin aliento, pero no había restos de la taza. Solo una zona algo más oscura en la alfombra producto de una mancha mal quitada. El sol había desparecido, oculto tras una nube y la habitación parecía más fría ahora que antes de haberla sentido caldeada por el fuego.

Jadeó, llevándose la mano al pecho y descubriendo que había soltado el cuchillo. ¿Qué había sido eso? Caminó dando tumbos, recorriendo el pasillo de vuelta a las escaleras, sin haber recogido el arma, solo con la idea de salir y coger aire puro.

 

-Rompiste tu promesa –a los pies de la escalera estaba Gaara. Llevaba su traje de chaqueta antiguo, con un pañuelo de puntilla al cuello. Los ojos estaban clavados sobre él pero estaban vacíos, no como los ojos del Gaara del cuadro.

 

-Volví y no estabas. ¡Rompiste tu promesa! –en cuanto el moreno quedó a su altura, un par de escalones por encima, el pelirrojo no pudo soportar más su silencio y se arrojó sobre él, cayendo al suelo. Forcejearon y patalearon, mientras Sai trataba en vano de hablar con él.

 

-Espera Gaara… tienes que escucharme…

 

-¡Regresé pero ya no estabas! –su furia rompió una silla cercana y un jarrón de cerámica.  Sai trató de apartarlo, de soltar las heladas manos del pelirrojo de su jersey. Gaara tiró de la prenda y vio las marcas en el cuello del chico.

 

-¿Qué? –abrió mucho los ojos y soltó al moreno. Sai se incorporó y corrió escaleras arriba en cuanto recuperó el aliento. Recorrió el pasillo, cuyas ventanas se veían borrosas y entró en la habitación. El cuchillo estaba tirado en el suelo. Se agachó para cogerlo y la hoja pulida y morada reflejó las brasas recién apagadas de la chimenea. Se vio reflejado en la superficie y respiró hondo para contener las lágrimas un segundo antes de que entrara la doncella.

 

-Ya está todo listo, señor. ¿Ha decidido qué hacer con el cuadro? –el moreno bajó la mirada, de la doncella al cuadro que sostenía en sus manos. Lo había envuelto para enseñárselo a Gaara y desde ese momento no lo había vuelto a ver. Ya habían pasado dos semanas desde que el pelirrojo había sido asesinado. Unos decía que había sido asaltado cuando iba de camino a la nueva casa que había comprado. Otros que cuando ya volvía de nuevo. Algunos decían que había sido asaltado y los ladrones lo habían herido y abandonado. El resto pensaba que era un castigo divino por su pecaminosa vida. Sai solo sabía que no volvería a ver a Gaara. Que su último recuerdo era el de él sonriéndole y saliendo al galope en una noche oscura y fría.

 

Apretó el lienzo con fuerza, reprimiendo lo que sentía.

 

-Llama a alguien, quiero que lo dejemos aquí, colgado sobre la chimenea. –sin decir nada, la doncella obedeció. Antes de lo que se esperaba, el cuadro estaba colocado en su sitio. En el proceso se desprendió la esquina de la tela pero el moreno pidió que lo dejaran así.

 

-Le esperamos abajo, señor –cuando se quedó solo, Sai miró los ojos del Gaara del cuadro. Fue lo último que miró antes de desear con todas sus fuerzas dejar allí sus recuerdos y sus sentimientos por el pelirrojo. Ya en la puerta, se giró y se vio a sí mismo de pie, junto a la chimenea. Se despidió de ese Sai con un gesto de la mano y se marchó, dejándolo solo. El otro Sai, la parte del moreno que tenía todo su amor, se sentó en el sillón y se quedó mirando el cuadro, esperando al pelirrojo, cumpliendo la promesa que le había hecho de esperarlo para enseñarle la pintura.

 

-Eso es… –susurró para sí mismo el moreno, sentado de nuevo en el sillón y mirando el cuchillo, esta vez sobre la repisa de la chimenea.

 

-Te quedaste aquí atrapado porque nunca te enseñé el cuadro… –se levantó de un salto y tiró de la tela que cubría el lienzo sin marco. Parecía que todos sus sentimientos habían mantenido la obra de arte intacta. Parecía que acabara de terminar las últimas pinceladas.

Unos brazos fuertes lo rodearon, apretándolo por detrás.

 

-El cuadro nunca fue lo importante… Sai… volví por ti. –el aliento lo hizo estremecer. El moreno abrazó los brazos que lo rodeaban y cerró los ojos. Poco a poco encajaron las piezas en su mente: en cuanto se sentó en el sillón los sentimientos de su antepasado entraron en él, deseando poner fin a aquella larga espera. Él, que hacía poco que estaba en contacto con los espíritus, había despertado a Gaara de su letargo en cuanto se supo que había un nuevo cazador (él mismo). Por otro lado, el pelirrojo nunca se marchó. Cuando las vibraciones de Sai lo sacaron del lugar entre el mundo de los vivos y de los muertos, volvió a su casa y la encontró llena de gente desconocida.

 

-Gaara… aquello ocurrió hace ya mucho tiempo… llevas muerto desde entonces.

 

-Llevo esperándote desde entonces –corrigió el otro. -Y por fin has venido. –Gaara no parecía ser consciente de la situación.

 

-Soy un cazador, he venido a mandarte al lugar en el que debes estar. –Sai miró hacia la repisa y un instante después estaba allí Gaara. El moreno creyó que cogería el arma pero solo estaba mirando el cuadro.

 

-Deseaba tanto estar contigo… que no pude marcharme. Yo… te hice una promesa ¿recuerdas? Y por eso regresé. Tú la rompiste… ¿por qué? –le hablaba al Sai del cuadro. Le hablaba como si fuera alguien diferente. El moreno empezó a respirar con dificultad, sintiéndose terriblemente culpable por no haberlo esperado. ¿Cuándo había empezado a perderse? Ya no estaba seguro de quién era, si el Sai enamorado o el que había ido a acabar con aquél espíritu.

Gaara se sintió de repente muy cansado. Tanto tiempo allí, esperando… y al final nada había cambiado. Todo seguía igual que la primera vez que llegó. Se giró y miró a Sai, que seguía parado en silencio.

 

Un rayo de sol entró en ese momento en la habitación, atravesando completamente al mayor de los dos. Sai caminó hacia él, pero cuando acarició su brazo solo notó el calor del sol. Un segundo después estaba solo.

Agarró el arma y lo apretó con fuerza, tratando de serenarse, de encontrarse entre aquél mar de sentimientos. No solo sentía el amor por el pelirrojo, sino todo el dolor del momento en el que supo que estaba muerto. Y el remordimiento… la culpa por haberse marchado lo había acompañado durante todo el tiempo, desde que tenía memoria sentía gran culpabilidad cuando dejaba atrás a alguien. Y había sido por aquél Sai, que se marchó dejando atrás a Gaara y a todos sus sentimientos.

 

-¿Volverás a romper la promesa? –ni siquiera se sobresaltó al oír de nuevo la voz del pelirrojo tras él… lo único que en aquél momento le importaba era la respuesta a aquella pregunta. Con el cuchillo en la mano, se giró y caminó hasta quedar justo en frente del pelirrojo. Éste le sonrió como lo hizo la última noche que se habían visto, despidiéndose otra vez de él. Sai no dijo nada, solo alzó el cuchillo y, sin dejar de mirarlo a los ojos, atravesó aquél cuerpo que tan bien conocía.

 

 

Anochecía cuando el padre de Sai llegó por fin a la casa. Su hijo no había vuelto ni tampoco lo había avisado. Al entrar encontró todo oscuro, polvoriento. Caminó sin rumbo fijo, atravesando pasillos y corredores, subiendo y bajando escaleras. Lo llamó varias veces pero nadie respondió.

Al final llegó a un pasillo cuya última habitación estaba iluminada. El hombre moreno empujó la puerta y vio un fuego encendido, un sillón mullido y un ambiente familiar que parecía recién preparado.

 

-¿Sai? ¿Estás aquí? –todos sus años de experiencia no lo habrían podido preparar para lo que vio. La habitación estaba vacía pero eso no era lo más llamativo. Sobre la chimenea había un cuadro enorme, de tonalidades oscuras y tan fantásticamente conservado como si se acabara de colgar. En él había retratados un chico pelirrojo que miraba enamorado a un chico moreno, que a su vez sonreía ligeramente mirando al frente. Era Sai… que agarraba con las manos los brazos del otro, que rodeaban sus hombros. Y a sus pies, pintado con todos los detalles, estaba el cuchillo que le había dado para cazar a los espíritus. Estaba en sombra, resquebrajado.

 

-¡Sai! ¿Dónde estás? –no volvió a verlo. Nunca se encontró su cuerpo, ni el arma. Tampoco el espíritu volvió. Sin embargo aquella casa se cerró y nadie se atrevía a acercarse. Ni siquiera los niños más valientes, aun siendo retados por sus compañeros, eran capaces de dar un paso más allá de la verja cerrada. Porque en el pueblo se cuenta que en las noches muy frías, justo antes de que caiga una tormenta, se puede ver una ventana iluminada por el fuego de una chimenea y a silueta asomada, en el primer piso. Y si eres afortunado y te quedas allí lo suficiente, también se puede ver a otra figura, algo más alta, que abraza a la primera por detrás. Después se desvanecen, dejando la casa de nuevo en penumbra.

 

Owari.               

Notas finales:

Este fic ha sido creado para mi misma, por lo que quizás no te haya gustado. Espero que al menos lo hayas entendido. Muchas gracias por leer.


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