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Noche y Día por Lucer

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*Noche y Día*

Esta historia habla de un vampiro; pero para que le entendamos mejor, os contare su vida mortal, aunque a su manera nunca dejó de serlo. Los principios de su niñez fueron muy felices, a pesar de que su padre estuviese siempre viajando, su madre le colmaba de cariño. Vivía en una pequeña casita en el campo alejado del hombre y seguramente por ello, de todo mal, pero cuando estaba en lo que para su corta existencia eran los días más felices de su vida, pues su padre había ido a verles y no parecía que se fuera a marchar. Mas no tardó en llagar la desgracia, vinieron hombres extraños, sus ropas completamente blancas con las cabezas tapadas por una caperuza del mismo color, provocaron el miedo en su casa, su padre se armó con un fusil, mientras su madre recogía algunas cosas a toda prisa, él no entendía lo que ocurría, pero aquellas reacciones le hacían tener miedo, un miedo diferente a cualquier otro que hubiese tenido hasta ahora, no era como cuando rompía algo y temía que su madre le castigara, o como cuando le asustaban falsos fantasmas que habitaban en la oscuridad, esta vez era un miedo a lo desconocido. Cuanta razón tenía al estar asustado, pues por mucho que sus padres se opusieron, fueron atrapados, cazados y tratados como animales. Ante sus ojos todo cuanto conocía fue pasto de las llamas, incluidos sus padres, por más que el grito, mordió, pataleo no logró liberarse de ellos, no entendía por qué, por qué había pasado... Uno de los agresores le tiró del pelo de tal manera que creía que le iba a arrancar la cabeza.

-Su pelo, sus ojos, son la prueba de que es una abominación, él es la prueba del pecado de sus padres, un hombre jamás debe de mezclarse con animales.- dijo otro de los hombres.

Hablaban de él como si no estuviese, pero allí estaba y por lo que entendía consideraban a su madre un animal. Otro de los hombres se le acercó, ante sus ojos se quitó la caperuza dejando ver un rostro blanco de rasgos toscos, y le escupió, sus compañeros rieron la gracia y repitieron lo mismo, algunos llegaron más lejos, pues acabaron apaleándole, y cuando yacía tendido en el suelo, medio inconsciente sintió que un liquido caía sobre él, nada más olerlo lo reconoció, era orina.

Tenía miedo, estaba asustado, pero sabía que no podía parar de correr, su madre le sujetaba la mano, pero no dejaba de estar por delante, pero alguien le cogió por detrás, atrapando también a su madre, la golpearon y ataron en una silla para luego salir de la casa y quemarla, su padre observaba la escena sujeto por dos hombres a los que golpeó hasta lograr soltarse y entrar en la cabaña, pero cuando él intentó hacer lo mismo, no pudo, y ante sus ojos vio como todo cuanto quería ardía.

-¡¡Mamá!! ¡¡Papá!!.- gritaba desconsolado.

Aun cuando se despertó de aquel sueño tan vivido, que no era otra cosa que el recuerdo del pasado, que desde hacía días le perseguía, allí estaba en los calabozos con más personas, aunque éstas no se le acercaban, le miraban por encima del hombro a pesar de que ha ellos también les trataban como animales. Todo cambio cuando una noche metieron en su celda a un anciano, cuando el carcelero les trajo la comida a todos, hizo como siempre una selección, sólo se les daba comida a los jóvenes pues podían ser útiles, ancianos y enfermos eran eliminados, para reducir gastos. Por eso el niño, que veía como todos se comportaban como verdaderos animales cuando la traían, le ofreció la suya al anciano, por mucho tiempo que llevase ahí aun perduraban las enseñanzas de su madre; éste la aceptó gustoso, pero le dijo que la compartirían, pues el también necesitaba recuperar fuerzas, mientras el pequeño comía su parte el anciano le explicaba porque eran así las cosas.

-El hombre blanco fue a la tierra donde vivía me saco de allí a la fuerza y me llevo lejos, cruzando el mar en un navío atado como si fuese un perro, para ellos sólo soy mano de obra, no valgo más que lo que pueda hacer, ahora soy viejo y ya no me quieren, al igual que a mi, esto le ha pasado a muchos otros. Nos arrebataron nuestra libertad y nos convirtieron en sus esclavos, porque según ellos no somos iguales, no teníamos los mismos conocimientos, pero para ellos lo más importante es nuestro color de piel, si no tienes su piel blanca no vales nada, nos llaman gente de color, como si eso fuese algo malo y cuando nos llaman negros lo dicen como un insulto. Y tú, mi niño, para ellos eres la peor de las abominaciones, eres una mezcla de las dos razas, según ellos no está mal acostarse con nuestras mujeres, pero hacer lo que hizo tu padre es un pecado imperdonable, no sólo osó vivir en pareja con una de nosotros si no que te tuvieron a ti, la prueba viva de su amor, tu piel más clara que la del resto de nosotros, tu pelo parecido al de ellos y tus ojos verdes, son la prueba de tu mestizaje.
-Sólo soy eso, la prueba de su amor, porque ellos se han marchado sin importar lo que a mí me pueda pasar, cuando todo ocurrió se llamaron el uno al otro, era como si yo no importarse. Y ahora unos desconocidos pretenden mandar sobre mí porque no tengo su mismo color de piel, no pienso permitirlo, yo soy libre y lo seré siempre, ni dioses, ni hombres mandaran sobre mi vida, eso es lo único que he aprendido de todo lo que me ha pasado. Luchare por mi libertad, prefiero morir a vivir como un pájaro enjaulado.- Le contesto el pequeño, sus palabras estaban llenas de rencor y convicción.

Al mirar en aquellos ojos verdes, al anciano le parecieron los de un adulto y no los de un niño, realmente hay circunstancias en la vida que te hacen madurar de golpe.
A la mañana siguiente se llevaron al anciano dejándole de nuevo en la soledad, pero eso lo único que consiguió fue que fuese más rebelde, que proclamara a los cuatro vientos su libertad, su condición como hijo de una mujer negra y un hombre blanco, de lo que no se avergonzaba, su sangre era tan roja como la de los demás, estos actos le llevaron a ser castigado al tronco y dejado ahí durante días, sin comida ni agua, pero no lograron minar su fuerza, al contrario la aumentaban cuanto más le hacían más fuerte se hacía, el día en que le quitaron del tronco, no duro mucho en los calabozos, le sacaron y limpiaron a la fuerza y una vez se encontraba presentable, le llevaron ante un hombre, mientras le decían que a partir de ahora tendría un nuevo dueño. Estaba a punto de protestar cuando el comprador se dio la vuelta reconoció ante él, al anciano que hacía unas semanas había compartido su celda. Únicamente por ello no dijo nada, aquel anciano le causaba respeto, además aunque hubiese dicho algo sabía que le habrían vendido igualmente.

-Puedes llamarme abuelo, todos lo hacen.- le dijo el anciano en el carruaje.
-Dime abuelo, ¿por qué me has comprado, si tú mismo dices que nos han robado la libertad?
-Lo descubrirás todo a su debido tiempo, mi niño, haz caso a este anciano que sabe lo que hace cuando te dice que esto es lo mejor que te puede haber pasado.- le dijo el abuelo en un tono cariñoso.

Decidió hacerle caso mientras miraba por la ventana, por mucho que quisiera evitarlo no podía evitar demostrar que le maravillaba todo aquello, los grandes edificios, los carruajes como en el que iba subido, jamás había visto algo así, aunque para él nada de eso era comparable a cuando veía la puesta de sol en los brazos de su madre.
Al llegar a la gran casa le sorprendió ver que todo el mundo le trataba con amabilidad, allí no parecía ser como en los demás sitios que había estado, no parecía importar de que color fuese pues todos se trataban con familiaridad, una mujer gorda y de piel blanca le plantó dos besos diciéndole que esperaba que le gustase lo que le había preparado; un hombre que tenia un color parecido al suyo le estrechó la mano y le dijo que más le valía que le gustase leer, pues allí se hacía mucho; un chico larguirucho y de dientes de conejo le dijo que le enseñaría a jugar a las canicas.

-No le atosiguéis tanto que acaba de llegar.- dijo una voz desde lo alto de las escaleras, en las que no había reparado al estar ocupado con la efusiva bienvenida.
-No seas así Roger, sólo estamos recibiéndole como se merece.- Gritó la mujer regordeta.

Pronto descubrió que Roger era el señor de la casa y que todos los que vivían en esa casa eran tratados como personas, además de que todos habían sido salvados de algo, como era el caso del chico de dientes de conejo que, hasta que Roger apareció en su vida, vivía del pillaje, o él abuelo al que salvo de ser un esclavo como a él...
Todos ellos se convirtieron en su familia, pero Roger fue mucho más para él, fue padre, hermano y amigo, por eso esperaba que llegasen las noches con gran ilusión por que él sólo aparecía cuando el sol dormía. No tardo en descubrir su secreto, era un vampiro, un señor de las tinieblas, bebedor de sangre, pero para él no dejaba de ser su padre; también descubrió que todos en la casa lo sabían y que no les importaba.

Los años pasaron siendo lo más maravillosos de su vida, vio como Roger acogía a más personas en la familia, pero ninguna fue tratada como él, pues del mismo modo que Roger se había convertido en su padre él fue para Roger un hijo, un hermano, y un amigo. Todos en la casa lo sabían, veían como aquel niño de ojos verdes había llenado de alegría la vida del vampiro, por eso, cuando el niño convertido en un joven de unos veinte años enfermo, la casa se lleno de silencio y pena, Roger permanecía a su lado día y noche, pues ya de niño se había puesto varias veces enfermo y habían preparado el cuarto para que no entrase ni un rayo de sol, lo cual no había molestado al pequeño, pues quitando los amaneceres, no soportaba el sol, le hacía daño en los ojos. Muchos fueron los médicos que le examinaron y todos dieron la misma mala noticia, no le quedaba mucho tiempo.

Una noche en que la luna estaba llena, Roger lo cogió en brazos y lo llevo hasta el cementerio, allí bebió de su sangre, y le dio de la suya convirtiéndole en alguien como él, en un ser que se alimentaba de la sangre de los demás y al que únicamente el fuego y la luz del sol podrían matar. Así no sólo fue más hijo que nunca, sino también discípulo.
Los años pasaron, Roger no podía evitar sentirse mal, por su acto egoísta, le había regalado la inmortalidad, por que no deseaba perderle, más que nunca había entendido el dicho “no hay nada más triste para un padre que sobrevivir a los hijos”, y él al no soportar esa idea, había condenado a su hijo a estar siempre triste, porque para vivir tenía que matar, por eso sentía que le faltaba algo, como si le hubiesen arrancado una parte de si mismo.
La gente luchaba por abolir la esclavitud, pero a él que tanto había proclamado su libertad ya no le importaba, había decidido dejar que el mañana no llegase, se había despedido de sus seres queridos, decidido a morir en el mismo lugar que había empezado aquella nueva vida, pero cuando llego al cementerio, vio la pequeña figura de un niño llorando sobre una tumba recién tapada, se acerco a él y le preguntó.

-¿Por qué lloras?- aunque realmente el motivo era evidente.
-Mi mamá se ha ido, me ha dejado solo.- contesto el pequeño entre sollozos.
-Pero la vida es un momento precioso que para algunos dura más que para otros, el momento de tu madre se acabo, aunque ella hubiese querido estar más contigo no estaba en sus manos cambiarlo. Fíjate en mí, he hecho que muchos momentos llegasen a su fin, y ahora haré que mi propio momento acabe.- dijo dulcemente, intentando explicarle que nada era eterno.
El niño se aferró a él, mientras le decía.
-No quiero, no quiero que te mueras, no te dejare.- gritaba entre lágrimas.

Aquello le llego al alma, jamás se imaginó que pudiese pasarle algo así, por ello decidió hacer que aquella pequeña criatura de aspecto angelical, con sus rubios cabellos, sus ojos azules y su piel blanca como la porcelana; deseara su muerte. Le explico quien era, que era y como sobrevivía y el niño hizo lo que menos se esperaba, le ofreció su sangre.
Realmente en aquel cementerio murió su deseo de morir, dejando otro que era estar con aquel niño toda la eternidad, pero no le concedió lo que el creía una maldición, si no que permaneció a su lado tal como había hecho su padre con él, le vio crecer, aprender y cada día lo quiso más que así mismo, para él, aquel niño era como los amaneceres que vio junto a su madre.
En ocasiones la historia tiende a repetirse y su pequeño sol cogió la peste, no, no quería perderle, era tan injusto apenas tenía dieciséis años, como Dios permitía que le pasase eso a un alma tan pura, por ello cometió el mismo error que su padre, le entregó la inmortalidad, pero en el tuvo un efecto inesperado, se volvió loco, no le recordaba a él, ni quien era, sólo hablaba del sol, y al verlo así recordó una conversación que habían tenido en el pasado:

“-¿De verdad no puedes ver el sol?-
-De verdad, lo más cerca que puedo estar del sol, es tu pelo que tiene el color de sus rayos.- había respondido con cariño.
-Pues yo me moriría sin el sol, me pone muy triste no poder verlo cuando llueve y no sale, por eso me encanta cuando sale el arco iris, por que también esta el sol sonriendo.- había afirmado el pequeño”
Ahora no le quedaba duda de la veracidad de sus palabras, por más que hizo no lograba hacer que volviera en si, por eso cuando fruto de un descuido se escapó y salió al sol, decidió ir con él, y allí abrazándole espero a que él sol les convirtiera en polvo, pero cuando el sol salió sonriente como siempre le pareció que se estaba burlando de él, pero fue ese mismo sol, quien le devolvió la cordura a su ángel, éste al ver que se quemaban le empujó a la sombra a la vez que le decía:

-Tú debes vivir, sé que será duro, pero debes vivir. Te prometo que volveré a ti, y entonces tú serás el único sol para mi.- aquellos fueron sus últimos sentimientos dirigidos a la única persona que le importaba.

El vampiro de ojos verdes sigue viviendo, esperando pacientemente la vuelta de su ángel.

Principios del siglo veintiuno, paseando por una de las solitarias calles de la ciudad, nadie repara en él, y mucho menos se creerían su secreto. Allí vio papeles volando y a un joven que corría detrás de ellos, y al recoger una de esas hojas se vio a si mismo retratado en tiempos pasados, ante sus ojos se paro el dueño de la hoja, y al mirarlo vio la viva imagen de su ángel, salvo que ahora sus cabellos eran del color de la luna plateada, y únicamente tuvieron que mirarse a los ojos para saber que se habían reencontrado.

Lucer (Hikari&Yami)

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