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EL MEDALLON por lovesg

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Capitulo 1: El nuevo curso


El sol aún no había aparecido en el cielo, cuando Severus despertó sobresaltado. Secó el sudor de su frente con la manga de su camisón y se sentó en la cama. Tardó un rato en normalizar su respiración en la oscuridad.

Desde que a mediados del curso, empezó a notar como la marca de su señor comenzaba a aparecer no podía dejar de tener aquellas horribles pesadillas, aquellas horrendas imágenes que le recordaban una y otra vez, lo que fue y todo lo que eso conlleva. Se levantó con suavidad la manga de su ropa y miró la señal en su brazo izquierdo. Ahora no estaba tan clara como lo estuvo aquel día en el que descubrieron al espía que Voldemort tenía en la escuela, pero allí estaba, lo suficientemente nítida como para poder saber lo que era, la marca de uno de los cachorros del señor tenebroso. Si tan solo no se hubiera dejado arrastrar… ¿Cuántas vidas hubiera salvado? Sus labios se curvaron en una ligera sonrisa irónica. Esa era una pregunta que lo había corroído durante años, pero a la que Dumbledore había respondido apoyando una gentil mano en su hombro y susurrado un; ‘menos de las que ya has salvado como mi espía, Severus’. Por un momento Snape agarró su hombro como si pudiera encontrar su mano allí, recordando por un momento lo protegido que Albus Dumbledore podía hacerle sentir algunas veces. ¿Por qué cuando estaba solo no podía sentirse así? Tal vez porque llegado el momento de la verdad, cuando su señor lo llamara para pedir cuentas, sabía que estaría solo.

Severus, se vistió con clama y lavó su rostro frente al espejo de su habitación. Reflejado sobre la pulida superficie se podía ver un profundo cielo anaranjado, cubierto de nubes blancas como algodón. Parecía que por una vez en mucho tiempo no iría a llover.
Frotó sus sienes con suavidad, intentando calmar su jaqueca y recogió los libros antes de salir camino de la sala de profesores.

Los pasillos de Hogwarts aún estaban iluminados por la tenue luz de las antorchas, cuando Snape los atravesó con pasos ágiles. Su capa negra ondeaba tras de sí. Todavía tenía que arreglar un par de detalles más antes de bajar a desayunar. Nada le apetecía menos que ir al gran salón, pero el director había insistido en que quería ver a todos sus profesores allí. Ya sólo le quedaban un par de horas antes de la ‘gran diversión’.

Descendió por las escaleras hacia las mazmorras encaminándose hacia el ala de los Slytherins. Como jefe de su casa debía de asegurarse que todo estuviera en perfecto orden antes de su llegada.

Revisó todos los dormitorios, los baños y volvió a la sala común. En la pared, sobre la chimenea, algo llamó su atención; una pequeña bufanda; La lana parecía bastante gastada y descolorida, no obstante se podía leer en verde y plata ‘Slytherin por siempre’. ¿Cuánto tiempo hacia que no reparaba en ella? Severus, sacó la varita del bolsillo y realizó un sencillo conjuro sobre la prenda. En un instante pareció recuperar gran parte de su gloria pasada. Snape, la contempló en silencio. Aún recordaba con total claridad el día que él la puso allí.

Fue cuando estaban a punto de terminar cuarto curso. Slytherin, había vuelto a ganar el torneo de quidditch y lo celebraron por todo lo alto, especialmente porque no sólo se habían proclamado campeones de quidditch sino que la final acababa de ser contra el equipo de Gryffindor que habían perdido por un amplio margen. Aún recordaba la cara de James Potter y sus amiguitos. Casi podía ver ahora la sala abarrotada de chicos y chicas vitoreando a los jugadores, los aplausos, la alegría. Y allí estaba él, apoyado sobre los hombros de Malfoy mientras colgaba su bufanda en la pared, con una amplia sonrisa. ¿Cuándo había sido la última vez que sonrió así? Por desgracia aquello también lo recordaba bien.

Cuando al fin estuvo satisfecho con las estancias de su casa se dirigió al despacho para dejar sus libros. Ya unos pocos minutos para el desayuno.

—Severus. — lo llamó una voz conocida detrás de él. Se giró y esperó a que el hombre de largos cabellos y barba blanca se acercara a él.
—Director— dijo Snape inclinando ligeramente la cabeza.
—Buenos, días Severus. — Respondió Dumbledore con su habitual buen humor. — ¿Qué tal has dormido esta noche?
—Muy bien.
— ¿Seguro? Pareces bastante cansado. — en sus ojos azules había un extraño brillo.
—Por supuesto que sí. — respondió impacientándose un poco. ¿Qué era lo que realmente quería Dumbledore?
—Supongo que ahora ibas hacia el gran comedor, ¿no? Ya sabes que me gustaría…
—No, primero quería dejar mis libros en mi despacho.
—Te acompaño entonces. Así podemos conversar un rato.
—Con mis respetos…— Snape, pretendió decir algo particularmente mordaz. Más como un acto reflejo que por otro motivo, pero se contuvo mordiendo su lengua y aceptó su compañía durante un rato. Aunque hubiera encontrado alguna sorprendente excusa para no asistir a la estupenda reunión ya no habría forma de ponerla en práctica.

***

—De verdad, Severus. Yo creo que deberías de relajarte más e incluso sonreír. Pasas demasiado tiempo en las mazmorras— Iba hablando El director mientras entraban en el comedor. El rostro de Snape permanecía inmutable, salvo por sus negros ojos que dejaban ver un suave brillo de fastidio. Aquellos habían sido los 15 minutos más largos de su vida. Algunas veces Albus, podía ser de lo más irritante.

Cuando llegaron la mayoría de los profesores ya se hallaban sentados en sus sitios.

El profesor Flitwick de Encantamientos y jefe de la casa de Ravenclaw, se encontraba en el primer asiento de la izquierda, al lado de este se sentaba la profesora Sprout de Herbologia y jefa de la casa Hufflepuff y junto a ella la profesora Siniestra de Astronomía. A continuación se podía ver su silla vacía y al lado de esta a la profesora de transformaciones y jefa de la casa de Gryffindor, Minerva Mcgonagall. Las dos siguientes sillas también estaban vacías. La primera pertenecía al director de Hogwarts y la siguiente por supuesto para el que sería nuevo profesor contra las artes oscuras y, las dos últimas estaban ocupadas por Hagrid, el profesor para el cuidado de criaturas mágicas y la Profesora de vuelo, Hooch.

Después de que Dumbledore y Snape hubieran ocupado sus asientos, el director comenzó a dar su conocida charla sobre el espíritu del colegio y lo que esperaba de cada casa y de cada uno de sus profesores. La única parte nueva aquella vez fue que esperaban la llegada de dos profesores en vez de uno. Alguno de los docentes intentaron preguntar quienes, pero Albus los contuvo argumentando que esta noche los conocerían a todos. Una vez terminado el discurso, que ya todos se sabían de otros años el desayuno se materializó ante ellos.

— ¿Quién crees que será este año profesor contra las artes oscuras?— le preguntó Flitwick a la profesora Sprout.
—Como se supone que voy a saberlo. Yo no soy la de la bola de cristal. ¿Quién crees que se quedara con el puesto, Siniestra?
—Shhh. No lo digas tan alto. Quieres que Severus te oiga. — respondió ella en un susurro.
—No seas melodramática. Acaso piensas que se levantara de la mesa y nos lanzara alguna maldición. — Flitwick no podía creerlo.
—No me extrañaría. — comentó la profesora de Herbologia.
—Ni siquiera creo que quiera el puesto. — argumentó el profesor.

La profesora de adivinación aprovechó el momento para explicar cómo la noche anterior vio en los posos del té que se avecinaban muertes espantosas.
Snape, que lo había oído todo les lanzó una fría mirada, especialmente a la profesora Sprout. El hombre se inclinó un poco en su dirección para poder hablarles sin que el director, que estaba ocupado conversando animadamente con Mcgonagall, lo pudiera escuchar. Su voz sonó tranquila. Tan solo el brillo de sus ojos dejaba ver toda su malicia.
— Flitwick tiene razón, Pomona. Yo nunca deseé el puesto de profesor para enseñar las artes oscuras siempre quise explicar Herbologia y los beneficios de algunas de las plantas que tienes en el invernadero. Como esa maceta de Ardesa, que se que no enseñas en ninguno de los cursos, especialmente sí hay Slytherins. Es interesante que una planta tan pequeña pueda ser tan venenosa y sumamente difícil de detectar. Lo más curioso es que tiene el aspecto de una especie tan normal como el perejil. ¿No es gracioso?— El hecho de omitir la palabra defensa y aquella pérfida sonrisa no le pasó desapercibida a la profesora que perdió el apetito al igual que sus compañeros de charla.

Poco antes de terminar el desayuno Filch, entró en la gran sala seguido de su gata, la señora Norris. Se acercó hasta el director y le comunicó algo que solo pudo escuchar él.

Dumbledore se puso en pie y sonrió abiertamente antes de hablar.
—Parece que uno de nuestros nuevos compañeros ha venido antes de lo que pensábamos. Filch, por favor haz pasar a nuestra nueva profesora. — El conserje obedeció y salió de allí cerrando la puerta tras de sí.

Con un suave gesto el director hizo desaparecer los platos de la mesa. Cuando, tras un par de minutos la puerta volvió abrirse, todos estaban en pie para recibir al nuevo miembro de la escuela.


El director se colocó a espaldas de la recién llegada y la presentó a cada uno de sus profesores.
—Bien, esta es la Señorita Amanda Robledo. Estará aquí trabajando en prácticas por lo que seguramente estará un tiempo con cada uno de vosotros para poder aprender algo de vuestra experiencia. Viene de Europa. Espero que todos la recibáis como se merece.
—Encantada de estar aquí. — Saludó ella con una dulce sonrisa. La chica apartó un mechón rubio, que caía sobre su fino rostro, detrás de su oreja.

Snape la observó como solo un antiguo mortífago podría hacer. Debía de tener poco más de veinte años. Sus largos cabellos la llegaban hasta la cintura. Y sus ojos azules miraban todo con curiosidad. Su ropa era bastante extraña. Evidentemente era ropa muggel. Llevaba un jersey de lana gris cuyas mangas llegaban hasta la mitad de su mano. Una falda larga y unas medias. Por un momento los ojos de ambos coincidieron. Para su asombro la joven no hizo una de las acostumbradas muecas a las que se había habituado cuando lo miraban, ella le sonrió sin apartar la vista.
Snape la saludó inclinando ligeramente la cabeza.

—Severus. — Lo llamó Dumbledore— Después de la hora de la comida quiero que vengas a mi despacho.

 


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