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Jisatsu no Uta por BlackBaccarat

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Notas del fanfic:

Los fragmentos de canción que aparecen en el fanfic(en orden) son parte de la canción que da nombre al fanfic: Jisatsu no uta /itsuwari no kamen (Canción suicida /máscara de mentiras).

Notas del capitulo:

* Emotional [KARMA] fue el primer álbum que sacó MEJIBRAY, en mayo de 2012. Se supone que el fanfic está ambientado en el antes de que saliese ese ábum. 

* La canción que aparece entrecomillada es Itsuka kimi ni korosare shineru nara(nombrecito...) que significa: 'si algún día muero asesinado por ti'. (La traducción que aparece es de MEJIBRAY Spain ST)

           Escribió en un costado de aquel folio repleto de borrones. Un par de gotas de líquido rojo mancharon aquellas hojas que de por sí, ya estaban bastante marcadas.

           Sus ojos pronto se clavaron en el espejo del baño. Tenía unas horribles ojeras, sus cabellos despeinados y grandes marcas de arañazos a la altura de su pecho. Sonrió de la forma más triste posible. 

           Pronto abrió el armario que se escondía tras el espejo para sacar varias vendas y alcohol. Aquello que serviría para arreglar el desastre que había provocado.

He probado a cortar mis muñecas.

Cuchillas

alineadas a cuarenta y cinco grados de mi muñeca izquierda.

Retraigo mi mano derecha, el líquido rojo fluye por fuera

           Las cicatrices en su muñeca eran incontables. Marcas infinitas, cortes no tan superficiales que dolían como si  estuviesen arrancándole la piel. Solo podía mirar sus heridas auto-infligidas con lástima. ¿Se daría alguien cuenta de su dolor cuando se colocase la camisa y las mangas y las vendas cubriesen sus heridas? Seguramente no.

           «Si pudiera morir…», palabras que revoloteaban desde hacía demasiados días por su cabeza. «Tsuzuku, realmente no vales para nada». ¿Era justo? ¿Era justo que su propia cabeza estuviese taladrándole de esa manera? «¿Me lo merezco?». Quería ser egoísta, destruirlo todo, destruirlos a todos. Destruirse a sí mismo. Pero seguía encerrándose en ese baño mientras destrozaba sus venas, se llenaba de cicatrices que jamás se borrarían y luego salía con una sonrisa que no era más que… una máscara de mentiras.

           Llenó sus heridas de desinfectante, las vendó y, frente aquel espejo que no hacía más que reírse de su apariencia, se vistió con suma lentitud. Todavía estaban a mediados de invierno pero, cuando llegase el calor, ¿qué haría? ¿Seguiría vistiéndose con mil capas que lograsen disimular todas sus heridas?

           ¿Estaría muerto para entonces?

           Lo había intentado. Cientos de veces lo había intentado pero, algo terminaba aferrándole al mundo de los vivos; algo le ataba y no le dejaba partir al otro lado. Pero pronto, él sabía que pronto esos miedos desaparecerían. Solo necesitaba algo más de valor.

He intentado ahorcarme a mí mismo

con una delgada y negra corbata.

La até al picaporte y entregué mi cuerpo.

Cuando empezó a doler, peleé.

¿Es demasiado pronto para morir todavía?

           Alguien picó a la puerta.

           No sin antes comprobar que sus vendas no dejaban que su sangre manchase sus ropas negras, y metiendo aquél pedazo de papel en el bolsillo de su pantalón, se dirigió hasta allí con parsimonia y abrió la puerta, descubriendo a MiA tras ella, quien rápidamente le miró con curiosidad. ¿Tanto maquillaje y lentillas azules solo para ir a ensayar?

           —¿Has venido a buscarme? —rió— qué amable por tu parte. ¿Creías que iba a perderme?

           —Eres capaz —respondió el castaño—… ¿Vamos?

           Incluso con esa sonrisa que aquél le mostraba, MiA no era tan tonto como para no darse cuenta de cuán fingido era ese gesto. Apagado y vacío, así le notaba. Había leído sus letras, las letras de sus últimas canciones. ¿No eran demasiado depresivas incluso si se trataba de él? Estaba preocupado, los tres lo estaban. Pero sencillamente no podían hacer nada, no podían meterse en la cabeza de su vocalista.

           ¿Había estado esa mirada triste siempre ahí? MiA lo sabía. Tsuzuku ya era así cuando le conoció. Años atrás, esos ojos habían sido igual de tristes. Por eso, ese hombre de cabellera negra y cuerpo lleno de tatuajes, tenía la sonrisa más bonita que hubiese contemplado jamás. El cómo brillaban esos ojos cuando sonreía sinceramente… ¿Dónde había ido ese calor, tan efímero? Quería tenerlo de vuelta.

           Se le pasaría, se decía el guitarrista. Pero lo único cierto, era que iban pasando los días y cada vez le veía más apagado, más demacrado. Un poco… ¿menos vivo?

           Pegó su cuerpo al suyo, con disimulo. Sabiendo, que si el más bajo se percataba que él buscaba su calor, se asustaría y, probablemente, no querría volver a acercársele demasiado. Le rehuiría. Más que probable, que MiA no pudiese aguantar si Tsuzuku decidía apartarle cruelmente.

           ¿Cuándo se había convertido en el motivo de su dolor? ¿De su angustia? Cuándo… no era fácil concretar una fecha. Incluso podía asegurar que, desde que le vio por primera vez, había sentido cierta atracción hacia el vocalista. Su forma única de cantar le embriagaba. Pero, ¿había quizá algo más?

 

           «Te amo. Pero es diferente de amarte. ¿Qué significan? Son solo palabras que inventó alguien. Pero, si tuviese que definir lo que siento, supongo que con un te amo estaría bien.

           ¿Son temores infundados los que me atacan? ¿Tengo razones para estar asustado? De ti, de mí. De los dos. ¿Quién eres? ¿Qué quieres? ¿Por qué me haces tanto daño al hablar, cuando no hablas de mí? Arañándome la piel. Deseando morir. La sangre se desliza por mi piel mientras chillo, ‘estoy bien’. Estoy bien…y, poco a poco, esa máscara se cae a pedazos. Se rompe. Me rompe».

           Lo releyó por tercera vez. Tsuzuku tenía la mala costumbre de plasmar lo que sentía, lo que pensaba, en folios. Pero, era tan despistado, que mayoritariamente terminaba por perder todo aquello que escribía, obligando a los otros integrantes a ir recogiendo los papelitos que el mayor de los cuatro iba dejando desperdigados por ahí.

           MiA, tras leer aquello, fue incapaz de acercarse hasta Tsuzuku a devolvérselo. Habían dolido esas palabras. Había dolido mucho. Esa mirada triste, que le traspasaba y le clavaba mil puñales en el alma hasta no dejar nada, ¿se debería a esa persona de la que hablaba? La persona… ¿a la que Tsuzuku amaba?

           Dejó que un par de lágrimas cayesen de sus ojos para pronto secarlas con la manga de su camisa.

           Justo en ese momento, la furgoneta paró frente al estudio. El sonido de la batería de Meto, podía oírse desde la calle a través de las ventanas abiertas. Ese chico, siempre, poniendo un entusiasmo casi insano a la hora de tocar aquel instrumento. Incluso si hablaba poco o nada, tenía una forma especial de trasmitir aquello que sentía a través del repiqueteo de las baquetas contra aquellos tambores y aquellos platillos.

           A Tsuzuku lograba tranquilizarle sobremanera ese instrumento tocado por el más joven de los cuatro. En cuanto ahogó un suspiro y dibujó una corta sonrisa en sus labios, MiA estrechó aquél papel que mantenía entre sus dedos, arrugándolo. Le faltó poco para destriparlo. ¿Por qué? ¿Por qué podía Meto sacarle una sonrisa a Tsuzuku tan fácilmente y él no? Más que celos, llegó a sentir envidia.

           Y Tsuzuku se dio cuenta de la reacción que su tan insignificante gesto había causado en MiA. Se reprendió mentalmente por no haber sido capaz de percatarse de los intentos del chico de melena castaña por llamar su atención. Aunque, lo único cierto, era que no había querido verlo. Arrastrar al guitarrista a su desgracia era algo que no haría jamás. No se lo perdonaría. Se estaba alejando de él, de todos. Necesitaba estar solo y necesitaba sentir el frío que significaba la solitud. Antes de lanzarse al vacío.

 

Cuando salgo mientras soy alguien que no soy yo,

todavía es duro encontrarme con los ojos de las personas

           Se sentó a lo lejos de ellos y empezó a escribir en silencio. Enfrascado con el sonido que producían aquellos instrumentos al ensayar. Quería hacer un concierto. Quería gritar. Quería chillar. Quería… desaparecer y que, con él, todo; absolutamente todo, se desvaneciese sin dejar rastro.

           Necesitaba cantar como necesitaba el respirar pero, a su vez, él solo sentía que con el paso de los minutos, de las horas; la desilusión, la desesperanza y el dolor se apoderaban un poquito más de él. Apretaban su tráquea paulatinamente, pero Tsuzuku notaba aquella insignificante presión que cada vez se hacía más intensa. Trataba de liberarse, pero era imposible. Aquellas manos que representaban su propia depresión se aferraban con ira y con ganas a su piel y no tenían intención de separarse de ningún modo. No tenían intención de permitirle un respiro. Seguían arañándole con vehemencia.

           Incluso cuando las miradas de aquellas personas se fijaron en él, Tsuzuku siguió fingiendo que estaba solo en ese lugar, les ignoró.

           —¿Vas a venir o no? —preguntó Koichi. Algo cohibido, se atrevió a aproximarse hasta él y posó la mano en su hombro. El mayor de los cuatro solo alzó la mirada y sonrió.

           Un tembleque en sus labios en ese gesto, le hizo darse cuenta al de hebras rosas que aquél fingía. ¿Tan estúpidos les creía Tsuzuku como para no darse cuenta que estaba mal, que le ocurría algo espantoso que se reflejaba en esos ojos en forma de horrible y enorme tristeza? Porque lo habían notado. Y los «estaré bien» y los «no me ocurre nada», solo empezaban a significar para aquellos, que algo iba tan mal, tan mal… que no tenían forma de ayudar a remediarlo.

           —Perdonad, estaba acabando algo. —De nuevo, dobló el papel y volvió a esconderlo en sus bolsillos. Esa última canción…

Cuando hablo como si fuese alguien que no soy yo

respondo con una sonrisa fabricada

 

           Colocó el micrófono en la posición que más cómoda le fuese, y pronto comenzó a cantar dejando que su voz retumbase en las paredes de la sala de ensayos. Le hacía feliz. Cantar debía ser lo único que le hacía feliz y lograba hacerle abstraerse de sus problemas. Por esa razón, ansiaba hacer un concierto, entregarse a miles de personas, morir simbólicamente delante de ellas, delante de todos. Tenía miedo de morir solo, lejos de las personas que le importaban.

           Sentía no merecerlo. Las fans, su público, todo lo que había logrado hasta esos instantes. Aguantándose las nauseas, llorando en silencio y sin derramar una sola lágrima, solo había encontrado forma de desahogarse escribiendo, escribiendo cosas suicidas, ocultándose tras una máscara mientras moría poco a poco por dentro.

           No era diferente estar vivo a estar muerto, cuando lo hacía con abulia y carencia de ganas de seguir avanzando. Todo era negro, todo oscuro. Si la desesperación fuese agua, estando encerrado en un cuarto oscuro sin ventanas, ésta ya le llegaría por las rodillas, y subiendo de forma rápida. Pronto, no quedaría ni un ápice de habitación donde poder respirar.

           Se ahogaría y moriría, cruelmente. Paulatinamente se iría quedando sin aire hasta caer desmayado. Sus pulmones llenos de agua, y él flotando en la desesperación que antes de morir le había cubierto. Visto de esa manera, podía decirse que morir parecía una buena forma de salir a la superficie de nuevo.

           Mientras cantaba, deseó no ser nada, desaparecer sin dejar rastro, ni un solo recuerdo tras de sí, que nadie se acordase de su presencia. No quería ocasionar dolor con sus egoístas anhelos. ¿Qué le retenía al mundo de los vivos? Se cuestionó.

           De soslayo y con disimulo, miró a MiA, quien tocaba absorto la guitarra. Quizá no quería morir por él. Su compañero se había equivocado por completo cuando aquella carta le ofendió, cuando sintió envidia y cuando sintió celos de a quién iba dirigida. Probablemente ni en un millón de años podría llegar a imaginarse que iba destinada a él y que no la había dejado por equivocación o despiste tirada por ahí, sino para que la encontrase. Esa forma de declararse no había servido. Debió suponer que sería así.

           Tenía anhelos de destrucción, de destruirlo todo, de destruirse a sí mismo. ¿Le destruiría a él también? ¿Se atrevería? A veces pensaba que estaría dispuesto a aceptar la destrucción del universo, íntegro, a cambio de morir él también. Imaginar que MiA también moriría no era tan agradable.

           Quería deshacerse de él, de los lazos que les ataban, incluso de MEJIBRAY, de todo. Si MiA le ataba a la vida, ¿debía destruirle también, para ser libre? Sonrió antes de volver a girarse y seguir cantando, cuando el solo había acabado.

           Lo decidió en ese justo momento. Ese día sería el último que pasaría sobre la faz de la tierra, con vida.

Rechazo el mundo con mi máscara de mentiras

Me dirijo a mí mismo con la máscara de mentiras que he creado

 

           —Me gustaría tener alas —pronunció Tsuzuku. Todos pararon atención en él—. Pero sé que no debo… estamos condenados a caer.

           Koichi dejó el bajo en su lugar, antes de llevar sus ojos al vocalista, con preocupación, emitiendo un casi sordo suspiro mientras trataba de comprenderle. Era demasiado complejo, demasiado complicado. Parecía estar muerto, sus ojos no eran los de una persona viva, no lo eran: era como una cáscara vacía. Meto ya había perdido la esperanza de hacerle reír, de animarle, para entonces sencillamente resoplaba sin más, MiA no quería ni mirarle.

           —No necesitas tener alas —espetó el castaño—. No las necesitas, por eso no las tienes.

           Tsuzuku alzó la mirada de pronto, fijando sus ojos en los de aquél que recién pronunciaba aquellas palabras. Una mirada fría e impenetrable, con su ceño fruncido, eso se encontró. Trató de sonreír, pero no pudo. MiA tenía razón y, incluso así, no había forma de arreglar nada, y dolía; no que tuviese razón, que le mirase de esa manera. Le ansiaba tanto y, en cambio, había decidido arrastrarle a su mundo y destruirle, cuando debió dejarle marchar. Siendo tan importante para él, debía mantenerse cuanto más lejos, mejor, por su bien, por el bien de los dos. Él, que solo era un idiota suicida.

En frente de las personas, soy alguien que no soy yo

           Sin previo aviso, se levantó del sofá esbozando una grata sonrisa, una grata sonrisa falsa. MiA tuvo que morderse los labios para no soltar un improperio. Era casi burlesca, como si se estuviese riendo de su preocupación, de sus sentimientos hacia él, de todo por lo que había luchado. Quién era esa persona que tenía frente a sí, quién era. No era el vocalista de su banda, sino solo un simple enfermo, una persona solitaria y triste tratando de paliar su soledad y su tristeza haciéndole daño. Y de qué forma. Cuánta crueldad, Tsuzuku era una persona excesivamente despiadada. Cada vez que trataba de apartarle, le ataba más a él. Como si tuviese pegamento en sus manos.

           —Yo me voy ya —dijo, mientras apretaba el hombro de Koichi.

           El de hebras rosas llevó sus ojos a él y asintió apenas, antes de palmearle la espalda.

           —Tsuzuku, tienes que cuidarte más —respondió el bajista, mientras le miraba.

           Aquél pronto ampliaría su sonrisa para terminar por hacer un leve gesto de asentimiento.

           —Seguro que mañana estoy mucho mejor, no te preocupes por mí.

           Acarició los cabellos de Meto, que seguía sentado en el sofá con las piernas contra el pecho y abrazándolas, como si fuese un niño pequeño. MiA volvió a sentir ese pinchazo en el pecho de incomodidad, los celos, esos enfermizos celos que un día acabarían con él. Meto no tenía la culpa, pero sin embargo en esos momentos le odió, le odió con todo su ser por recibir ese tipo de gestos, por poder sonreír cuando aquél le prestaba atención.

           De pronto, sus pensamientos pararon, tuvieron que hacerlo. Después de despedirse de aquella manera de bajista y batería, le llegó el turno. Una caricia en una mejilla y un beso en la otra. Quedó paralizado sin saber cómo responder o no responder a eso. Porque, ¿qué significaba? Un beso, solo un beso, ¿por qué le había dado un beso a él y a los demás no? ¿Por qué? ¿Qué de especial tenía?

           —Las canciones nuevas están en mi mesa, querría saber qué te parecen —susurró en su oído.

           Y, antes de poder aventurarse a preguntar o responder nada, antes que el sonrojo de MiA se desvaneciese de sus mejillas, aquél había hecho lo dicho anteriormente y se había marchado, dejándole tan atolondrado como estupefacto.

           Tembló, mientras sus compañeros estaban tan absortos mirando al vocalista, que ni cuenta se dieron de sus ganas de llorar, de sus temblores, de su miedo. ¿Debía confesarse? ¿No debía? ¿Serviría de algo? Esas y mil preguntas más azotaban su cabeza. Le quería, y decía quererle y no amarle porque ansiaba poseerle, porque lo necesitaba. Se había vuelto egoísta por culpa de ese idiota vocalista, Tsuzuku le había cambiado para mal; aunque él no quisiese verlo, aunque Tsuzuku sí.

 

           La mayoría de las veces los sueños no se cumplen y, cuando lo hacen, las pocas veces que se cumplen, en muchas ocasiones las cosas no suceden como las personas planearon o esperaron, con frecuencia hay que saltar muros y pagar un precio muy alto. Esa era la sensación que tenía MiA respecto a Tsuzuku. Pensó que la música le salvaría y sólo se volvió un pobre adicto a ella. A los escenarios, a las fans; y, aunque el guitarrista ni se hubiese percatado de ello, a MiA también. Cantar era su vida. Por y para quién, había que preguntarse; la respuesta era sencilla. Cantaba por sus fans y cantaba para MiA, buscando dejar de ser invisible y llegar a él, cosa que había logrado sin siquiera llegar a separar los labios. Ese amor translúcido y confuso que sentía el uno por el otro; separados por un muro todavía podían oírse. MiA estaba ciego; Tsuzuku no, aunque fingía tener una venda cubriéndole los ojos. 

           Se sentó en la mesa del vocalista. Estaba llena de papeles desordenados, y unos pocos apilados en una esquina, bajo uno en el que ponía: 「Emotional【KARMA】」*.

           La muerte, la desesperación, amor insano. Había tantas cosas que sacar de las letras de esas ocho canciones. Exceptuando dos que hablaban de sexo, las otras, todas, de una forma u otra, hacían referencia hacia la muerte. Por alguna razón, sintió incluso hasta cierto miedo. «Si algún día muero asesinado por ti sonreiré con una placentera sonrisa. Si algún día muero asesinado por ti, herido... el final maravilloso. Si sonríes te lo daré todo. Volveremos a enamorarnos jugando bajo la lluvia de sangre fresca» «Si algún día muero asesinado por ti, responderé sin desviar la mirada*». ¿Eso deseaba Tsuzuku? ¿Ser asesinado por esa persona a la que él amaba? Un escalofrío extraño le recorrió, como si de alguna forma supiese que esa persona era él, que aquél deseaba que le hiriese mortalmente.

           Sintió nauseas.

           Sus compañeros se habían marchado ya, en el estudio solo quedaba él. Pasó todas las canciones, leyéndolas una por una, teniendo que tragar saliva cada poco rato. A veces se asustaba de esa persona a la que él amaba, era demasiado complicado para MiA, aunque quizá eso era lo que más le atraía de Tsuzuku.

           El último folio, doblado por la mitad, llevaba su nombre. Le sorprendió, haciéndole fruncir el ceño.

           La abrió y leyó con lentitud. Los nervios pronto se apoderaron de él. «MiA, te amo. No me gusta esa palabra, pero te amo de todas formas». Una confesión directa que le dejó con la boca abierta.«No sé cómo podría explicar lo que siento, en el fondo siempre lo he hecho. ¿Has leído esas canciones? Las letras de amor son todas para ti, siempre lo han sido. Todas».

           Un escalofrío le recorrió, haciéndole cubrirse los labios y que sus ojos se anegasen de lágrimas.

           Se levantó de golpe y retrocedió, tirando la silla en el intento.

           El final de「Eiphilia」, ese «quiero matarte», ¿incluso eso era para él?

           Sin saber porqué, siguió leyendo: «Permíteme despedirme solo de ti. No quería arrastrarte a mi infierno, mereces a alguien mejor que yo. Tú eres más fuerte que yo; tú, que eres más fuerte que yo… Falta una canción, la última. Será lo último que te daré, mi máscara de mentiras, mi carta suicida».

           Su expresión de sorpresa no pudo ser más notoria, más nítida. Sintió, ya no miedo, pánico. Pánico ascendiendo hasta su garganta, un pitido incómodo y constante en sus oídos, como si el tiempo estuviese deteniéndose. El corazón latía tan rápido y golpeaba tan fuerte las costillas que sintió que podía salírsele el órgano del pecho.

           Temblando.

           Podía jurar que jamás en la vida había sentido semejante terror.

           Dejando caer los papeles que sostenía en las manos hasta esos momentos, salió corriendo. Siendo consciente, sabiendo mejor que nadie, que era más que probable, que su carrera no sirviese para nada y que la persona a la que quería salvar de una muerte segura, ya estaría  de camino al infierno.

 

           La afilada cuchilla se hundió de nuevo, con extrema lentitud, en la muñeca izquierda de Tsuzuku. Un corte limpio y doloroso que le hizo sisear y morderse los labios. Estaba viendo la muerte delante de sus ojos. Su capa cubriendo su rostro cadavérico y una guadaña en su mano derecha. Qué idílico. Tenía las alas negras enormes que él ansiaba, iba a entregárselas cuando todo concluyese.

           Sonrió con tristeza.

           Siempre hay razones para vivir, dicen. ¿Las hay? La muerte está en todas partes, te vigila, sabe el momento justo y preciso en el que cortar el hilo. Y vas al infierno y te pudres dando vueltas con mil almas más en un pozo sin fondo. Eso era la muerte y, aun así, Tsuzuku estaba llamando a su puerta antes de tiempo. ¿Cómo de malo podía ser vivir para ansiar algo tan horrible?

           El vocalista siempre tuvo una visión distorsionada de la realidad. Si él creía que el mundo iba a acabarse para él, probablemente lo pensaba nublado por sus pesimistas pensamientos que le hacían ver negro allá donde pisaba. Qué sería de sus compañeros de banda, de sus fans. Qué sería de MiA.

           La sangre borboteaba de sus heridas con lentitud. Dejó caer la cuchilla al suelo y tomó el bolígrafo de nuevo. Quizá debía haber ingerido alguna aspirina, pero alargar su sufrimiento le parecía una bella forma de despedirse de la vida.

Nadie querría aceptar lo que soy por dentro

            Solo era un suicida.

            La importancia de su existencia radicaba nada más en el hecho que tenía una bonita voz que compartir con el mundo, el don de llegar a los demás con letras demasiado tristes. Ese era su regalo para ellos. La canción de despedida. Entregar la máscara y permitirle a MiA que la rompiese.

            Un pequeño charco de sangre haciéndose más grande.

           

            No le sorprendió escuchar su nombre, a gritos, desde fuera del apartamento. Ya supuso de buen principio que MiA llegaría en el momento justo de verle morir. Eso quería. La soledad le espantaba tanto que se estaba aferrando a la única persona importante a él, aquella a la que arrastraría al abismo sin remedio y sin quererlo. En una inapropiada y estúpida carencia de sentido común.

           Miró sus uñas pintadas de negro y sus manos manchadas de sangre, unos segundos hasta que el menor consiguió, con sus nervios, abrir la puerta con la llave que escondía Tsuzuku fuera y de la que solo él conocía la ubicación y existencia. MiA siempre fue especial y nunca se dio cuenta.

¿Soy alguien que no soy yo para intentar vivir?

            —Tsuzuku —espetó con sus ojos anegados en lágrimas, rojos como su sangre, observándole moribundo en el cuarto de baño, recostado en la pared, escribiendo esa última canción bañado en sangre. Un muerto viviente.

            Sonrió, y el guitarrista nunca sabría si esa había sido una sonrisa sincera o una falsa. Solo supo, que logró que su corazón escalase hasta su garganta y sintiese terribles ganas de vomitar.

 

            Se aproximó despacio, temblándole las piernas, temblándole todo el cuerpo. Se arrodilló rápidamente delante de él, con toda esa desidia sobre los hombros, tratando de descansar un poco de ella aunque la presencia ajena solo hacía el peso más grande. Su dolor era enorme; tan enorme que estaba aplastándole. Él había aguantado todo por Tsuzuku, incluso el propio sufrimiento y tristeza del mismo Tsuzuku.

Rechazo el mundo con mi máscara de mentiras

            Frustrado, enfadado, irascible, MiA solo pudo preguntarse sin más, por qué ese hombre no había confiado en él lo suficiente como para permitir que le salvase.

            »La ambulancia no tardará en llegar —dijo en un susurró, cubriendo las heridas ajenas con una toalla tratando de detener el sangrado, aunque ya había salido gran cantidad de ese líquido de aquella obertura auto-infligida.

            Tsuzuku respondió abriendo sus ojos con sorpresa ante dichas palabras, las palabras de alguien que lloraba sin parar y sollozaba sin cesar ante el miedo terrible de perderle.

            —Estoy bien —dijo Tsuzuku— estoy bien, no necesito una ambulancia.

            El castaño guitarrista le miró, fingiendo una sonrisa antes de acurrucarse a su lado y abrazarle. Por primera vez, en oír aquellas palabras, pudo vislumbrar un ápice de miedo en esos ojos. Quizá estaba buscando una excusa para quedarse.

           Le alzó la cabeza levemente, presionando aquellos cortes enredados en la toalla. Se permitió el lujo de pegar aquella mano contra su pecho y con el llanto incesable e inacabable, utilizó la otra mano para alzarle la cabeza y que le mirase, ese rostro pálido, esos labios azulados que pronto besó desesperadamente. Como si supiese, o temiese, que esa fuese la última vez que le permitiesen, en esa vida, confesar todo lo que había sentido durante tanto tiempo.

           —Yo también te amo —murmuró con todavía su boca encajada contra la ajena—, te he amado siempre.

           —Debí protegerte —respondió él, con sus ojos entrecerrados, como si no pudiese abrirlos del todo por el cansancio. No era la respuesta que MiA esperaba obtener, pero solo suspiró—. Solo me volví una carga.

           La sangre empapaba aquella toalla que ya no era de tan inmaculado blanco. Manchada con el color de la muerte.

           —No te vayas, no te despidas —suplicó el castaño. No fue capaz de negar lo dicho por ese hombre porque era cierto, había sido una carga—. No quiero…

Me dirijo a mí mismo con la máscara de mentiras que he creado

           Para esos momentos, sería Tsuzuku y no MiA quien se atrevería a besar al contrario. Dulce, apasionado y lento a la vez, tan lento como los minutos que parecían estar ralentizados y corrían a un ritmo anormalmente parsimonioso. ¿Más tiempo para despedirse o más tiempo para destruirse?

           —Quiero morir. ¿No sería hermoso morir de tu mano? Tú, la persona a la que tanto he querido…

           Aquel comentario enfureció a MiA, quien pronto le agarraría la mandíbula con vehemencia y, mordiéndose los labios, poco le faltó para golpearle.

           —¡No mientas! —espetó con violencia—, ¡tú no quieres morir! ¡Quieres que alguien te salve! ¡Solo eres un estúpido cobarde!

¿Estoy aferrándome al suelo con esta máscara de mentiras?

            Boqueó, sin decir una sola palabra. Después de todo, después de tantísimo tiempo, aquellos años tan largos, tan bellos y tan apacibles a su lado, aquél había podido ver de él más allá de esa apariencia. Más allá de sus tatuajes que cada vez cubrían más piel, de esa capa de maquillaje y de lo que quería demostrar que era. Cobarde. Qué palabra podía definirle mejor.

           Despedirse de MiA en aquella carta era dar pie a que le salvase, a que le arrebatase de los brazos de la muerte y le custodiase él. El guitarrista siempre fue más listo, más fuerte y más cuerdo que él.

           Pero ya era más que tarde.

           Con su brazo derecho rodeó la nuca ajena, introduciendo sus dedos entre las hebras de su castaño y largo cabello, obligándole a inclinarse sobre él con lentitud, mientras con los párpados abiertos se miraban a los ojos, los dos con ellos acuosos, brillantes y rojos por el llanto. Igual de negros, igual de bellos.

           Sus bocas impactaron al tiempo que sus párpados se dejaron cerrar.

           Los labios de uno y otro se frotaban entre ellos, los de uno con los del otro, demostrando en un gesto lo que en todo ese tiempo con palabras no habían podido. Tsuzuku siempre supo de los sentimientos de MiA y siempre calló a pesar de estar muy, pero que muy enamorado de él. Lo más cerca de admitir sus sentimientos había sido un beso sobre el escenario, un gesto fácilmente atribuible al fanservice y no al amor. Quién podría decir que eso era un gesto sincero de amor.

           Nadie podía.

           Lentamente, sus dedos perdieron fuerza y su brazo cayó  muerto hasta el suelo, justo al tiempo que los enfermeros se adentraban en el piso a toda prisa con intenciones de atender sus heridas auto-infligidas y llevarle al hospital.

           Sus labios dejaron de moverse, y poco a poco, muy poco a poco, su cuerpo terminó impactando contra el de MiA con sus ojos cerrados y sin conciencia.

           Lo único cierto era que nadie podía saber a ciencia cierta si moriría a causa de sus suicidas heridas; o si podría seguir viviendo sin más, como si nada de aquello hubiese llegado a suceder. Entre la vida y la muerte: un fino hilo que a veces es, a simple vista, casi invisible.

¿Cuándo ha llegado a ser tan malo el vivir?

Notas finales:

Si muere o no, lo dejo a vuestra imaginación.


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