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If I can't be yours... por BlackBaccarat

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Notas del fanfic:

Bueno  chicas, después de una hora peleándome con la página, al fin consigo subirlo. ALELUYA. Lloro.

Es mi primer MiA/Meto y... estoy entre el 'me encanta' y el 'mediocre'. Sí, de un extremo a otro, oye. Os dejo la opinión a vosotras que sois más objetivas que yo. 

Espero que os guste.

Por cierto, he metido datos muy random que no sé si cuadran o no, si veis algo raro podéis avisar, n muerdo.

           Empujó la silla de ruedas con el de pelo azul encima a través de los pasillos hasta llegar al estudio, todo ello en un nada habitual silencio.

           Meto estaba especialmente callado esa mañana, parecía no tener ganas de hablar demasiado. Quizá estaba adormilado por los analgésicos que le habían dado.

           De cualquier forma, MiA sentía cierta preocupación hacia él en esos momentos.

           Koichi y Tsuzuku charlaban tranquilamente caminando por delante de ellos dos entre que, con especial lentitud, de sus labios escapó un lánguido suspiro consiguiendo la atención del batería, que alzó la cabeza y dirigió sus ojos hasta los contrarios. No sabía qué era, pero había un extraño sentimiento de pesadez dentro de él, un tembleque inusual y casi imperceptible de preocupación en sus dedos. A Meto hacía poco que le habían dado el alta pero no por ello estaba completamente recuperado. No quería reprenderle, ni preguntar tampoco, pero lo cierto era que tenía curiosidad de saber cómo es que había acabado con semejantes heridas.

           Observó a Tsuzuku dejarse caer sobre el sofá para más tarde cruzar las piernas. Entretanto, Koichi se sentó al otro extremo y subió las piernas sobre el mismo, en una esquina justo al lado de donde MiA había dejado la silla en la que permanecía Meto. Él se quedó de pie, cruzando sus brazos con mil y un pensamientos en la cabeza de los que no podía formar palabras para definirlos claramente. Se encontraba perdido en un bucle dentro de su cabeza, estaba cayendo en picado.

           —Bueno —murmuró con suavidad el vocalista—, tendremos que hablar de qué vamos a hacer con las giras, los lanzamientos y todo…

            

           A partir de ahí, de todos habían salido una serie de propuestas, habían discutido hasta la saciedad, habían levantado la voz, habían puesto un poco de orden y vuelta a empezar. Siempre era así. Eran los cuatro de carácter y fuerte y discutían habitualmente. No eran discusiones graves, ni nada que pudiese desestabilizar a la banda, sino una especie de debate. Cada uno exponía su opinión y se arriesgaba a ser acribillado por los demás.

           Al final terminaban encontrando un término medio que agradase a todos, y aquella vez no fue excepción. Tras dos horas, la reunión terminó como había comenzado, Koichi y Tsuzuku hablaban amistosamente y él permanecía en silencio y Meto también.

           Despegó la espalda del marco de la puerta y descruzó los brazos, antes de acercarse hasta la posición del de hebras azuladas. Se colocó de cuclillas justo enfrente de él, apoyando las manos sobre sus piernas. Meto le miraría con curiosidad tras el gesto, parpadeando con curiosidad.

           —¿Estás bien? —no más que un asentimiento por su parte recibió como respuesta.

           Con lentitud se incorporó y tras acariciar su mejilla, le dio un beso cariñoso en la frente, casi fraternal. Meto era el pequeño y como tal, se encargaban de cuidarle a él más que a los demás. Recordó que al principio ese chico solo se relacionaba con Koichi y que con esfuerzo Tsuzuku había conseguido llamar su atención. Tratando de recordar, no era capaz de llegar a ese momento pasado en el cual había logrado congeniar con el de hebras azules.

           —¿Puedo quedarme contigo esta noche? —le escuchó murmurar, sacándole de sus ensoñaciones, causando un respingo en MiA.

           Boqueó confundido unos instantes, mientras aquél le observaba con cierta intriga e, inclusive, nerviosismo. MiA no tenía ni la más remota idea del esfuerzo que debió hacer el muchacho para pronunciar algo así, sencillamente estaba anonadado, aunque terminó sonriendo.

           —Por supuesto que puedes.

            

           —Ya hemos llegado.

           Meto se agarró más fuerte de su cuello tras que abriese la puerta y observó dentro del apartamento con curiosidad dado que era la primera vez que entraba en ese lugar. MiA había subido al baterista a su espalda por las escaleras, a pesar de vivir en un cuarto, a esas alturas se encontraba agotado y le dolían las piernas, por mucho que tratase de disimularlo para no preocupar al menor.

           Se bajó de encima de él y dio varios pasos cojeando levemente. MiA le observaba desde la puerta por el momento sin decir nada. Se sentía nervioso por alguna razón, tanto que terminó suspirando mientras el baterista observaba a través del ventanal del balcón apoyado en un mueble para no hacer más esfuerzo al caminar del necesario.

           »¿Estás bien? —el más bajo asintió.

           —Estoy muy emocionado —admitió con una sonrisa, dándose la vuelta para observar al guitarrista, que al verle tan animado no pudo evitar escapársele una risita—. Nunca había estado aquí. Había estado en casa de todos los miembros, pero no en la tuya…

           En ese instante, MiA no pudo evitar morderse el labio inferior y apretar las uñas en la parte trasera de uno de sus muslos con irritabilidad. Había sido un golpe bajo y un nudo se había instalado en la boca de su estómago haciéndole tragar saliva. No se sentía cómodo siendo el último. En aquellos tres años, Meto no había pisado su casa. Había pasado la noche con Koichi y con Tsuzuku pero no con él.

           Una sensación incómoda le ocupaba por dentro, sintiéndose fuera de lugar como si realmente pensase que aquél no tenía interés alguno en su persona o algo parecido. Meto siquiera se percató del cambio de cara  del mayor a pesar de todo y continuó con una sonrisa adornándole los labios.

           —Sí —pronunció con cierta inseguridad—, me pregunto por qué hasta el momento no había tenido la ocasión de pasar la noche contigo.

           Aquél en respuesta no pudo más que encogerse infantilmente de hombros. MiA terminó sonriendo contagiado por la ternura que desprendía ese chico, pero la desazón seguía dentro de él, atacándole.

           —Gracias por cuidarme estos días, te lo agradezco, de corazón —pronunció—. Has estado muy atento conmigo y no sé cómo devolvértelo.

           MiA negó con la cabeza. No había nada a devolver. Le había cuidado las semanas que había estado ingresado como había podido. Recordó cómo se había enfadado con Tsuzuku cuando dijo que reanudarían los conciertos, más tarde se dio cuenta que había sido una estupidez. Había suspirado y tras recibir un abrazo del vocalista, había logrado calmarse. Se sentía culpable. Meto había insistido el día del accidente en que les acompañase ya que se le veía muy apagado, pero finalmente le había surgido algo y se vio con la imposibilidad de acudir. Si hubiese estado allí, quizá las cosas serían diferentes.

           Se acercó con lentitud y apoyó una de sus manos sobre la cabeza ajena, de quien por inercia cerraría sus ojos antes de reír suavemente.

           —No vuelvas a hacer que me preocupe por ti, eso es suficiente. Con eso tu deuda estará saldada.

           Meto asintió efusivamente. Los brazos de MiA pasaron por encima de sus hombros y le abrazaron desde la espalda, haciendo que él le mirase con cierta confusión, curiosidad incluso. No es como si se sintiese amenazado, de ningún modo, sencillamente había sido un extraño gesto de parte de ese chico.

           No recordaba exactamente cuándo había sido que habían empezado a llevarse bien. Meto era tímido, pero sociable, le gustaba mantener contentas a las personas a su alrededor, era atento y despreocupado, y especialmente empático. Tsuzuku le tenía miedo, en ocasiones había notado flotar ese sentimiento de él, aunque mayoritariamente no era eso lo que notaba. Mirar a Tsuzuku era adentrarse la mayoría de veces en el infierno, cuando ello fue a más, pasó a centrar su atención en MiA. Con Koichi congenió enseguida, ese chico de hebras rosas era como un niño travieso, antes de darse cuenta eran amigos, con el de cabellera plateada las cosas habían ido más despacio.

           En el guitarrista se fijó por la época de A Priori, después de que al vocalista lo ingresasen por primera vez. Era el mayor y mucho más maduro que ellos dos, y también más maduro que Tsuzuku a pesar de sus dos años de diferencia —que no significaban mucho—. Intentó mantenerlos unidos, trató de controlar los ataques del líder y mantener una estabilidad en el grupo. Como bien había dicho Tsuzuku una vez en una entrevista, los cuatro tenían un carácter muy fuerte, ejercer un liderazgo allí era algo prácticamente imposible, a veces llegó a creer que por eso Ippu jamás se adaptó. Tsuzuku era líder casi únicamente de palabra, pero los tres en esos momentos confiaron en MiA para mantenerlos tranquilos. Meto creyó realmente que de no haber sido por él, hubiesen acabado disolviéndose. Ni Meto ni Tsuzuku hubiesen soportado que eso pasase, por ello el esfuerzo de MiA tenía mayor importancia si cabía.

           Se sentía enormemente agradecido. Pensó que sería más complicado mantener una amistad con el guitarrista, llegó a tenerle miedo, pero cuanto más jugaba para ver cuáles eran los límites contrarios, solo se encontraba con un chico especialmente agradable.

           Le acarició los cabellos con suavidad y Meto se acurrucó contra él mientras era oprimido con extremo cuidado para no hacerle daño, entre aquellos brazos. Recibió un beso en la mejilla y emitió lo que pareció ser un ronroneo en respuesta a dicho gesto de cariño por parte del guitarrista.

            

           La noche que había caído sin avisar y sin permiso, era oscura y sin luna. Las estrellas estaban ocultas bajo un manto de nubes negras que augurando tormenta se deslizaban hasta el horizonte. Meto había insistido en salir al balcón y MiA no pudo decirle que no de ninguna de las maneras, no si se lo pedía con una sonrisa tan bonita como la suya. No así.

           En esos instantes, el de hebras plateadas estaba sentado con las piernas recogidas y abiertas con la espalda contra la pared y un cigarro consumiéndose entre sus dedos, siendo fumado muy de tanto en cuando, de tal forma que pocas caladas había alcanzado a dar. El baterista miraba el cielo, que era como un manto azabache, un agujero negro que vaticinaba lluvia que no empezaba a caer. Meto parecía esperar esas gotas, sumido en esa opaca visión. MiA había optado por mirarle a él. Incluso sin una pizca de maquillaje, seguía teniendo la misma mirada dulce e infantil que atraía al mayor. Como un impulso que no cumplió, ansió tocarle.

           Había pasado mucho tiempo desde que le conoció —al menos, a punto de cumplir veintitrés, tres años parecían una eternidad—, poco a poco había desarrollado un interés en conocerle y poco a poco, a una velocidad inusualmente rápida, había creído sentir algo más por él que sencilla y llana curiosidad. A tal había llegado, que prefería observarle a observar el precioso cielo que cubría sus cabezas, tan arriba.

           Las primeras gotas cayeron y una sonrisa de felicidad se instaló en los labios del más joven.

           —Tenías razón —murmuró MiA—, al final ha llovido esta noche.

           Efusivamente, aquél asintió.

           —Te lo dije.

           Y dicho aquello, se aproximó un poco y se dejó caer sobre el pecho de MiA, acurrucándose allí, entre sus piernas, causando especial sorpresa en quien pronto le vio contra sí.

           Un parpadeo de desconcierto, y tras vacilar un momento, rodeó con sus brazos ese cuerpo más pequeño que el suyo y le apretó contra sí mismo para terminar cerrando sus párpados con fuerza. Su cabeza sobre la ajena y un suspiro de comodidad escapando sin querer de los labios del batería, aferrándose a uno de sus brazos con sus falanges.

           Podía contar con los dedos de una mano los momentos así que había compartido con aquél, tan dulces, tan íntimos, tan suyos. Su respiración tan pausada, recargado contra su cuerpo y sus ojos entrecerrados, observando con cautela los relámpagos que rompían la uniformidad negra de ese abismo que les hacía de techo. Las gotas caían con tanta violencia que lograban mojarles, aun así, la música que formaban era hermosa. Si alguno hubiese susurrado algo, el otro probablemente no le hubiese podido oír.

           Tras dos horas de tormenta, en un silencio nada incómodo rodeándoles, con solo el sonido de las gotas impactar con vehemencia contra el suelo, los rayos retumbando las paredes, Meto terminó por dormirse entre sus brazos, como un niño pequeño. A MiA le sorprendió descubrirle con los ojos cerrados y sin responder a sus susurros. Era extraño, tan extraño que suavemente estaba temblando.

            

           Le tomó en brazos como pudo, intentando no dañarle, como si se tratase de una muñeca de porcelana con sus piezas recién pegadas.

           Le recostó sobre su cama y fue entonces le vio entreabrir los ojos y emitir un gruñido que indicaba que a pesar del esfuerzo del guitarrista, aquél había terminado por despertarse.

           Chasqueó los labios enfadado consigo mismo por no haber logrado mantenerle dormido, colocando los brazos en su cintura y mostrando en su expresión cierta molestia, pero Meto sencillamente rió.

           —No quería despertarte.

           —Eso ya lo sé.

           Se giró sobre las sábanas, acurrucándose bajo ellas y dándole la espalda al guitarrista.

           »Vas a dormir conmigo, ¿verdad? —murmuró, como si temiese por la respuesta que pudiesen darle. MiA boqueó anonadado, aunque terminó asintiendo a pesar que sabía que no le vería hacerlo.

           —Si es lo que quieres…

           Sin pensar, se tumbó a su lado y en la oscuridad casi absoluta de la habitación, le vio y oyó darse la vuelta, para pronto sentir sus brazos rodeando su cuerpo y su frente contra uno de sus hombros.

            

           A pesar del enorme esfuerzo que hizo, no consiguió conciliar el sueño en las horas que compartió cama con Meto. No podía despegar sus ojos de él, era hipnótico. La poca luz que entraba por las ventanas que daban a la calle le dejaba ver sus facciones tan tranquilas, sus ojos cerrados y su expresión mientras dormía. Los pensamientos revoloteaban por su cabeza como su fuesen avispas, zumbando en sus oídos de forma especialmente molesta, atacándole con violencia.

           Lo que sentía por él. Pensamientos que iban y volvían, cosas inconclusas que no le quedaban claras. Muchos «No sé» repitiéndose demasiadas veces, hablándose a sí mismo en silencio, no encontraba las respuestas que buscaba pero sí más preguntas que nadie podía contestarle. Eso para él era devastador, le parecía demasiado injusto. No podría admitir algo de lo que no estaba seguro, y lo que menos quería era hacer daño a ese chico.

           Cuando le conoció a penas tenía recién cumplidos los dieciocho, tenía el pelo teñido de negro e iba sin nada de maquillaje, aunque unas enormes gafas cubrían sus ojos. Meto estaba en la misma situación que él, los otros tres se conocían pero ellos solo sabían de Tsuzuku.

           Se había sentado al lado de Koichi ante la imposibilidad de hacerlo al lado de Tsuzuku. Estaba nervioso, pero al empezar a hablar prontamente Koichi y Meto habían congeniado, rompiendo el hielo de la situación. Tsuzuku había interrumpido algunas veces pero los dos restantes no habían dicho una sola palabra a parte de presentarse. Se sintió tan aislado que pensó que unirse no sería buena idea, pero el vocalista había dicho que quería al mejor y que él era el mejor, insistió tanto que no pudo decirle que no, y a esas alturas no podía decir que se arrepintiese.  

            

           Esa mañana se habían reunido para hablar de algunas cosas y para que Tsuzuku le enseñase a MiA algunas de las letras que había compuesto para ver qué descartar, qué editar, y qué iba a quedarse tal y como estaba. Recién se había tumbado en el sofá para descansar un poco, se había quedado dormido como un tronco.

           Quizá no había sido buena idea aceptar que Meto pasase la noche en su casa, solo le había traído más confusión que la que ya de por sí tenía pero ¿cómo podía decirle que no? No podía. No a esos rasgados ojos, tan negros, tan jóvenes, sabiendo parte de lo que había dentro de ellos. Esa ternura, esa actitud infantil, y en especial, aquella sonrisa tan hermosa y contagiosa. Durante la grabación de Shuuei había estado tan pendiente de él, tan dispuesto a hacerle reír con cualquier tontería, que poco a poco cada vez que se alejaba o se ponía a molestar de forma cariñosa a otros, sentía un enorme vacío en el pecho. Celos, inseguridad, miedo. Eran mil sentimientos encajados dentro de su cabeza a la fuerza sin posibilidad de sacarlos. No sabía qué le había hecho ese chico, pero se había vuelto dependiente de esa sonrisa tan bonita y tan única.

            

           Abrió sus párpados con lentitud, sobresaltándose enseguida y dando un salto hacia atrás siendo retenido por sí mismo contra el respaldo del sofá. Lo primero que había visto en abrir los párpados, había sido el rostro de Meto, muy maquillado y con todos sus piercings puestos especialmente cerca. El susto que acababa de llevarse había sido especialmente grande y pronto la risa no solo de Meto también de Tsuzuku y Koichi, opacó sus oídos.

           Frunció el ceño mirando al bajista y al vocalista a modo de reproche por su actitud y, aquellos dos, pronto desviaron la mirada tratando de aguantarse la risa para no ofender más al guitarrista que parecía estar bastante molesto por las burlas de esos ante el susto que se había llevado por culpa de Meto. Negó con la cabeza y poco a poco se incorporó, quedando sentado en el sofá donde hasta hacía unos instantes dormía, y el de hebras azuladas no esperó demasiado para aprovechar el espacio que ahora tenía en dicho mueble para dejar de estar sentado de rodillas en el suelo. Ya empezaban a dolerle las piernas de haber estado tanto rato en dicha posición.

           —Lleva rato intentando despertarte y no hay forma —pronunció el pelirrosa. Sus ojos sin maquillaje le hacían ver cansado, y supuso que no era él el único que aquella noche no había dormido nada bien.

           MiA miró al mencionado en esas palabras, haciendo un parpadeo casi involuntario mientras aquél arrugaba la nariz intentando descifrar qué estaba intentando ver mirándole tan fijamente y con semejante cara de estupefacción.

           —¿Qué no estás enfadado conmigo? —murmuró en un tono tan bajo que a aquél le costó escucharle y le hubiese gustado no hacerlo. Meto agachó la cabeza y suspiró mordiéndose los labios, los otros dos miraron la situación con curiosidad y estupefacción.

           Cuando MiA se había levantado por la mañana, sobre las siete o quizá un pelín más tarde —después de haber dado vueltas y vueltas por la cama ante la imposibilidad de dormir y ya harto de preocuparse de si cualquier mínimo movimiento suyo sería capaz de despertar a Meto—, había oído a uno de sus gatos dar vueltas por el salón como si jugase con algo y al acercarse había descubierto que el objeto en cuestión era Ruana, el peluche de Meto. Se lo quitó tan rápido como pudo pero ya estaba medio destrozado. Se sentía tan culpable que no sabía siquiera qué hacer.

           El baterista se había ido sin decir una palabra, con los ojos empapados en lágrimas y durante el ensayo apenas se habían mirado. MiA creía que aquél estaba enfadado con él y con razón. Su problema era que siquiera había pensado que alguna de sus mascotas pudiese agarrar el peluche ajeno y hacer tal cosa. Se mordió con fuerza los labios.

           —¿Por qué debería? —murmuró el de pelo azul tras varios segundos en que se mantuvo en silencio mientras meditaba acerca de lo ocurrido—. Solo es un peluche.

           Alzó la cabeza y le dedicó una sonrisa que hizo a MiA suspirar mientras hacía una mueca en la que evidenciaba la incomodidad que sentía al notar que Meto fingía, que sus palabras no eran ciertas.  No era solo un peluche, era un objeto preciado.

           Pero no supo llevarle la contraria. Llevó la vista a sus manos y sonrió con tristeza tratando de evitar su mirada. En una situación como aquella no tenía idea de qué hacer, era como si aquello fuese a alejarle de Meto, tenía esa sensación, y no era nada agradable. 

            

           Se sentó, dejándose caer sobre el sofá, al lado de Tsuzuku, quien pronto reaccionaría ante la cercanía y le miraría un instante con curiosidad antes de volver la vista al frente. MiA suspiró y miró al techo, de un inmaculado blanco, recostando su cabeza contra el respaldo, y entonces Tsuzuku le palmeó la pierna como si supiese que le ocurría algo.

           —¿Realmente lo decías en serio cuando, en aquella entrevista, mencionaste que, de no ser compañeros de banda, jamás habríamos sido amigos? —cuestionó el guitarrista entre que sus ojos iban hasta los de Tsuzuku.

           Él no estaba de acuerdo con eso, pero aquellas palabras le habían dado miedo. Le hacía pensar en las pocas posibilidades que tenía de mantener una amistad o algo más con Meto. Él podía parecer una persona muy sociable pero en verdad no lo era tanto. No quería imaginarse sin haber conocido a ese chico. Esos tres eran personas muy importantes en su vida a esas alturas y no quería verse sin ellos. Y menos si se trataba de Meto. Sentía algo extraño cada vez que le veía, un extraño cosquilleo en el vientre y una sonrisa pujando por salir de sus labios. No quería perderlo pero estaba asustado.

           —Claro que sí —respondió—. Pero no me malinterpretes, MiA. Eres una persona maravillosa y Koichi y Meto también lo son, hablaba de que si no hubiésemos tenido ocasión de obligarnos a hablar hasta congeniar por pertenecer a la misma banda, hubiésemos tirado la toalla. Tú y yo chocamos en carácter, como chocas con los demás y como choco yo también. Las personas no se arriesgan a tener relaciones amistosas tan conflictivas.

           —Discutimos mucho —murmuró.

           —Bueno, no es discutir —rió Tsuzuku—, es más bien debatir con agresividad.

           —Que viene a ser lo mismo.

           Terminó negando con la cabeza y sonriendo él también sin quererlo. Agarró la bolsa que llevaba  y suspiró, antes de aproximarla hasta sí y abrirla para sacar de dentro a Ruana. Llevaba un zarpazo en el torso la cabeza medio arrancada y algunos rasguños más superficiales en las patas. También le faltaba el botón que hacía de ojo. Se mordió los labios.

           —Así que se trataba de eso… —susurró el vocalista y líder mirando el estado del peluche. Hasta esos momentos no tenía ni idea de por qué MiA había insinuado que Meto podría estar enfadado.

           —No creí que esto pudiese pasar —le estaban temblando los dedos—. Si le hubieses visto la cara cuando lo vio. Se puso pálido y de poco se pone a llorar. Solo pude leer decepción en esos ojos, me sentí tan mal, tanto... Si no soy capaz de mantener entero algo como un peluche como se supone que… —cortó la frase con un suspiro.

           —Solo es un peluche.

           —Pero es importante. Lleva muchos años con nosotros, es algo preciado, quería mantenerlo entero. ¿Qué pasa si estos ojos —dijo, rozando con sus dedos aquellos hilos que salían de donde entonces estaba el botón lila—, no vuelven a mirarme nunca? ¿Si no sonríe más? No puedo comprar uno nuevo sin más, no es algo que pueda reemplazarse con esa facilidad.

           —MiA —espetó Tsuzuku captando su atención. Él alzó la mirada del peluche (con sus ojos brillantes como si tuviese ganas de llorar, sacándole una expresión de lástima al mayor) para dirigir sus pupilas hasta las ajenas—. ¿Estás seguro de que aún estamos hablando de Ruana?

           El guitarrista suspiró agachando la cabeza. Ni él tenía una respuesta a esa pregunta.

           »Eh, MiA. Esta no es una de esas cosas que no puedan volver a estar enteras después de romperlas.  Piénsalo.

           Después de decir aquello, se levantó del asiento y se marchó de allí dejándole solo mirando el peluche. Estaba seguro que Tsuzuku no solo se refería a Ruana cuando dijo aquella última frase.

            

           Pasó semana y media desde la noche en que Meto se quedó a dormir en su casa, tiempo en el que no tuvieron ensayos ni reuniones ni nada similar por lo que no llegaron a verse ni tan solo hablar. Aquella tarde eso cambiaba. Era el día de grabar el PV. Ni supieron cuánto tiempo les tomó hacerlo pero como siempre había resultado agotador. MiA había suspirado y con ganas tras echarse sobre el sofá para por fin descansar un poco. Meto, que no se encontraba muy lejos, rió por su actitud. Tsuzuku ya se había marchado y Koichi andaba recogiendo sus cosas.

           —¿Me acompañas a casa, Koi-chan? —preguntó Meto poniendo una de esas expresiones infantiles que funcionaban con todos sus compañeros para hacerles ceder.

           —Si quieres acompañarme antes a hacer la compra, por mí encantado.

           Pero al baterista no pareció agradarle mucho la idea pues enseguida hizo un puchero y frunció el ceño mostrándose descontento con la última frase pronunciada por el de pelo rosa.

           —Eso suena aburrido.

           —Venga, no seas crío.

           MiA rió. Eran habituales ese tipo de discusiones absurdas entre los dos y siempre le había hecho gracia verles enzarzados en una.

           —¡Pero no es justo!

           —Sí que lo es. Si no quieres venir no vengas, vete con MiA.

           Y tras lo dicho, ni esperó respuesta que se marchó haciendo que el contrario le observase irse con cara de sorpresa por su actitud tan brusca. Normalmente le seguía el juego.

           —Creo que está de mal humor… —murmuró Meto.

           —Eso parece, sí… —corroboró MiA.

           Meto se encogió de hombros.

            

           —Oye —dijo el guitarrista tras varios segundos en silencio, logrando la atención del de hebras azules. Parecía dubitativo, perdido, y Meto enseguida lo notó.

           Se acercó con lentitud y, cuando aquél se dejó caer al sofá, él se sentó al lado, sobre sus propias piernas.

           —¿Qué pasa? —murmuró.

           Pronto, el guitarrista le pasó una bolsa negra al menor sin ser capaz siquiera de mirarle a los ojos, manteniendo la vista en otra parte. Éste la observó con sorpresa y cautela pero rápidamente la abrió y sacó lo que había dentro.

           No pudo salir de su asombro al descubrir que, como había podido, MiA había arreglado el desperfecto que uno de sus gatos había hecho con Ruana. La felicidad no le cabía en el pecho. Nunca esperó que MiA hiciese tal cosa, no lo había creído posible, siquiera le había pasado por la cabeza. Darse cuenta que aquél se había tomado la molestia de arreglar su peluche de esa forma casi le hizo echarse a llorar de la emoción.  

           Sin pensárselo un solo segundo se echó sobre el mayor a abrazarle por el cuello, y en esos instantes el sorprendido fue MiA que no esperaba tanta efusividad por parte del batero.

           —No hacía falta… yo… gracias, MiA, gracias.

           Poco a poco, el de hebras plateadas le rodeó la espalda correspondiendo al abrazado, entre que Meto se apoyaba contra su cuello y se quedaba ahí quieto, con sus brazos pasando por detrás de su cuello. El guitarrista no pudo evitar sonreír  al notar cómo se acurrucaba contra sí y comenzó a acariciarle la espalda con los dedos.

           —¿En serio me das las gracias? Fue culpa mía, mi gato fue quien destrozó el peluche —suspiró. Se sentía tan confuso, tan inútil y tan nervioso que casi se le había olvidado hasta hablar. Estaba intentando ser sincero pero le estaba costando demasiado—. Quizá hubiese sido mejor idea comprar otro igual, no sería…

           —¡No! —le interrumpió Meto de golpe, separándose de su cuerpo para mirarle—. ¡Me lo compró Koichi! ¡Tsuzuku le puso su primer nombre, tú el segundo! Es parte de la banda, no quiero otro. Es nuestro. De ti, de mí, de Koichi, de Tsuzuku. Ruana es el quinto miembro de MEJIBRAY, y quiero que siga siendo así. Además —dijo llevando sus ojos al peluche, a las puntadas marrones que cerraban las oberturas que las garras felinas habían abierto días antes, recorriéndolas con los dedos—, parecen cicatrices. Es hermoso. Casi es más bonito ahora que antes.

           MiA se mordió los labios, pero aquél le siguió mirando tras alejar sus ojos del peluche, con una sonrisa en el rostro, una sonrisa muy amplia. No mentía, no estaba tratando de ser cortés: estaba tan feliz que esa sonrisa no deseaba borrarse de sus labios.

           »Hablo en serio. Muchísimas gracias MiA.

            

           Tras varios segundos en silencio, Meto se levantó mientras aquél seguía con la mirada en sus manos, antes de emitir otro suspiro. El de pelo azul ya no cojeaba. Había perdido el miedo a caminar y sentir dolor, y excepto algunos movimientos que todavía le hacían resentirse, se encontraba en perfecta forma.

           —¿Por qué siempre le sacas el lado bueno a las cosas? —cuestionó, haciendo que Meto parpadease mientras volvía la vista a él. Luego dobló sus labios en una sonrisa.

           —Porque alguien tiene que hacerlo.

           Aquella respuesta tomó más que de sopetón a MiA. No la esperaba, fue como un balde de agua fría, helada, cayendo por encima de su cabeza. Eran Koichi y él quienes mantenían alto el ánimo en el grupo eran ellos. El guitarrista podía fingir cuanto quisiese, pero solo era capaz de sonreír como un niño y comportarse como tal si había alguien cerca que le contagiaba esa actitud infantil, a Tsuzuku le ocurría lo mismo.

           Poco a poco, Meto empezó a caminar en dirección a la puerta, mientras el mayor le miraba sin saber si debía abrir la boca para pedirle que se quedase o en cambio debía mantenerse en silencio. El más joven se le adelantó, frenando en seco de golpe como si hubiese olvidado algo.

           —Ah —murmuró—, espera…

           Se dio la vuelta, entre que el guitarrista le miraba con curiosidad y se aproximó de nuevo hasta su posición.

           MiA supuso que iba a buscar a Ruana que se había quedado sobre sus piernas, pero contra lo pronosticado por aquél que en esos momentos llevaba el cabello teñido de plateado, se inclinó e impactó sus labios contra los ajenos. MiA abrió sus ojos como platos ante la sorpresa que dicho gesto, que no esperó recibir de aquél, le había causado.

           Un beso que apenas duró varios segundos antes de que éste se separase y se incorporase de nuevo con el peluche en sus manos. La sonrisa seguía adornando sus labios, no se había borrado en ningún momento. En cambio, el rostro de MiA mostraba enorme sorpresa.

           El mismo MiA era consciente de ello y, o lo había olvidado, o había subestimado al menor, pero lo cierto era que el baterista de su grupo era una persona muy empática. Era absurdo pensar que no se habría dado cuenta de los sentimientos de MiA, no después de todas las tonterías que estaba haciendo cuando estaba a su lado.

           No quiso esperar más, se aproximó a la puerta y desapareció tras el marco de la misma, dejándola abierta y a MiA todavía con la sorpresa en la boca que poco a poco se convirtió en una ancha sonrisa.

           Llevó los dedos a sus labios y rió suavemente. No sabía muy bien qué significaba ese beso, pero lo juró en ese mismo momento a sí mismo, no dejaría que fuese, ni mucho menos, el último que obtuviese de Meto.


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