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Problemas... ¿dónde? por Ali-Pon

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Notas del fanfic:

Bueno, dije que haría un Aoki...y aquí está xD

Notas del capitulo:

¡Aló~! YEp soy nueva por aquí xB PEro quise intentar algo que siempre quise hacer -w-

Un fic de Aoki

^^/ ¡Y al fin logré escribirlo!

La historia será relatada por Kise...y tal vez por Aomine (cuando crea conveniente).

Es un AU...o al menos eso creo. Ya ustedes dirán xD

sin más estupideces que decir aquí arribe, les dejo leer.

Capítulo I

Lo mismo, aquí y allá

            Nuevamente las miradas incesantes de las personas a mi alrededor. Unas con sorpresa, otras con lástima, otras tantas con asco o temor. Parecía como si vieran a un monstruo. Sí, claro; un ‘monstruo’ que a duras penas puede caminar por sí solo. Sería compresible que cualquiera se asombrara por mi estado; yo, Kise Ryouta, un joven que camina con ayuda de una muleta y que tiene una jodida cicatriz que va desde la sien izquierda hasta la mejilla del mismo lado. Había pasado cerca de un año desde aquel fatídico accidente. Toda vía podía escuchar con claridad el golpe, las llantas chillar contra el pavimento, los gritos de mis padres y hermanas. Todo tan claro que me provocaba un estremecimiento abrumador.

            Sacudí mi cabeza, en un intento de no traer aquel horrible recuerdo. No quería romperme a llorar frente a tanta gente, era demasiado orgulloso para hacerlo. Caminaba por las concurridas calles de Shibuya, por el mero gusto de tomar un poco de aire ‘fresco’. Me sentía solo y melancólico. Estaba por pasar a la preparatoria y tenía miedo. Miedo a ver que todos se burlaran de mí y de la situación en que me encontraba. Mi último año de secundaria, nunca lo presenté; y con ello, ya no supe de los demás. De mis compañeros del equipo de baloncesto. Me desconecté del mundo, en un intento de evitar lo que justamente en unos días sucedería. Me detuve en el cruce, al igual que las demás personas que me ignoraban o me daban una rápida mirada. Mantuve mi mirada al frente, intentando auto-convencerme  que no importaba lo que pensaran las personas.

            Avancé cuando todo el mundo lo hizo. Recibí empujones y comentarios burlones. Si así era en la calle, no me imaginaba lo que podría suceder en la escuela; en aquel lugar lleno de personas que vería en todo un curso o incluso más. Pedí un taxi y, después de dar la dirección, fijé mi mirada en la ventana. Era un día nublado, con viento frío, en señal de que se acercaba una lluvia…a principios de primavera. Lamenté el no ponerme mi chamarra con capucha, con ella tal vez hubiese sido más fácil caminar entre tanta gente y evitar todo tipo de comentario hacia mí. Resoplé cansino, empañando el vidrio que mostraba mi rostro. Aquel rostro que alguna vez fue hermoso y digno de una foto. Ahora no quedaba nada, ni siquiera un consuelo. Solo esa maldita herida que causaba repugnancia en todas las personas. Una solitaria lágrima quiso recorrer mi mejilla, pero le detuve y la sequé con prontitud.

            Se preguntarán, ¿cómo es que voy a cursar el primer año de preparatoria si no presenté el último año de secundaria? En realidad, tomé clases privadas; esas me ayudaron a pasar el examen de admisión…además del ‘relato’ del accidente que sufrí. La lástima que mostraron los directivos, me asqueó y me causó un furor dentro de mí, que creí no poder controlarme. Sin embargo, obtuve un lugar en aquella preparatoria de paga. Mis padres creían que era una buena opción, a estar en una pública. Yo no creía lo mismo, y al igual que mis hermanas, pensaba que una escuela de paga era un infierno. No por los profesores, ni por la cuota tan alta, sino por las personas que están ahí. Esas personas que sonríen cual maniquíes, que se sienten bien con lastimar a los demás. En una escuela así se les perdona cualquier ‘travesura’, ya sea por el estatus económico de los alumnos en cuestión, o porque no les conviene castigar a los culpables. En fin, daba igual. Tal vez en una pública ocurriría lo mismo, y hasta peor pero…la experiencia que había adquirido me ‘decía’ que estar en escuelas de renombre no era la mejor.

            Tuve amigos, sí. Tuve muchos, incluso de grados menores o mayores. En aquel entonces todos querían formar parte de mi círculo social; ya que jugaba en el equipo de baloncesto de la escuela y además era atractivo. Toda vía recordaba lo que se sentía correr con el balón en mano, sintiendo la adrenalina recorrer todo el cuerpo. Mi mayor sueño era el entrar a un equipo importante de baloncesto. En realidad, no me importaba a cuál, siempre y cuando éste me llevara a las hermosas canchas donde jugaban los mejores jugadores. Pero aquel sueño se esfumó en segundos, como una burbuja. Una hermosa burbuja; tan perfecta, que se elevaba por los aires, hasta que estalló.

            Estreché entre mi diestra mi rodilla derecha. En aquel momento cerré los ojos y quise golpear mi reflejo; pero me contuve. El conductor me avisó de la llegaba a mi casa, y sin decir nada, le pagué y bajé del vehículo. Miré cómo se alejaba aquel automóvil, sintiendo la fría brisa del ambiente. Me aferré a la muleta y, con desgano, me encaminé a la puerta de mi casa. Ésta constaba de dos plantas, con una fachada al estilo occidental, un pequeño jardín con hermosas flores de varios colores y un camino de piedras de río que llevaba hasta la entrada de la casa. Por dentro no tenía nada nuevo. Al igual que afuera, las paredes tenían tonalidades de beige y un poco de café. Había recuadros de fotos de paisajes. Erika, mi hermana mayor, era amante de la fotografía y fue la que llenó las paredes de aquellos cuadros. Todos pensamos que estudiaría Fotografía pero terminó estudiando Psicología. No entendía la razón de su decisión. Ella tenía una habilidad para tomar hermosas fotos, pero no quiso aprovecharla.

            Llegué al living y me di cuenta que había una nota en la mesilla de cristal del centro. Ahí, mis padres decían que habían ido a cenar por su aniversario. Suspiré derrotado. Pasaría la noche solo, ya que mis hermanas no llegaban hasta pasadas las ocho de la noche. Su universidad quedaba algo lejos, y aunque se les sugirió otra más cercana, se negaron. Eran igual de testarudas que papá, de eso no cabía duda. Paseé mi mirada por la habitación, admirando lo que siempre veía: sillones color café claro de terciopelo y en aquella televisión de cuarenta y tantas pulgadas. Después de mí ‘chequeo’, decidí ir a la cocina. Tenía hambre y quise darme el lujo de tomar un poco de leche achocolatada. Al llegar a la pulcra cocina, que mi madre adoraba, me fui director al frigorífico. Tomé el envase de la leche y sin miramientos, la destapé y sorbí directamente de la botella. Estaba fría, pero no importaba, me gustaba de aquella manera.

            Cuando me sacié de aquel líquido dulzón, cerré la nevera y me apoyé en ella. Necesitaba un respiro o algo, para calmar aquella ansiedad que me carcomía. Miré de reojo la muleta y chasqueé los labios. Me sentía inútil con tan solo verla, con tan solo saber que sin ella, no podría dar un paso sin antes caer al suelo. Golpeé la puerta de la nevera, desahogando la frustración que llevaba en mí. Estaba enojado conmigo. Todos querían que aceptara mi supuesta nueva vida, pero me negaba. Me sentía patético, me sentía en pañales. Aquella maldita placa que mantenía ‘estable’ mi rodilla, la odiaba. Odiaba mi estado. Pero así debía mantenerme. Los médicos dijeron que aquella placa era una buena opción para que volviera a caminar, pero ni las terapias pudieron devolverme la misma movilidad que tenía antes. Terminé utilizando muleta porque no soportaba la sensación que sentía y porque no podía mantenerme en pie de forma normal. Podía caminar sin necesidad de la muleta, pero solo distancias cortas. El dolor era horrible y tardaba en irse. Ni siquiera las pastillas lograban quitarme aquella horrible sensación.

            Al momento en que sentí lágrimas humedecer mis mejillas, supe que había sido suficiente. Me erguí, y con resignación, me fui a mi habitación. Ésta quedaba en la primera planta, mis padres acomodaron el cuarto de ‘triques’ para convertirlo en mi alcoba, ya que querían evitar que forzara mi rodilla; además de agregarle un baño ‘seguro’. Todas mis pertenencias las bajaron y  mi antigua habitación pasó a mi hermana Yuki; quien siempre había compartido con Erika y aprovechó aquella oportunidad para ‘independizarse’. Aunque era acogedora mi nueva pieza, sentía nostalgia por la antigua. Tal vez porque allí tuve mi primer encuentro sexual. De tan solo recordarlo esbocé una sutil sonrisa. Ocurrió un año antes de accidente y fue…normal. Es decir, nunca hubo amor de por medio, solo la simple necesidad de satisfacer los bajos instintos carnales y, sobretodo, la curiosidad de saber qué se sentía. Obviamente, lo había hecho con una chica, pero no me satisfizo en nada. Fue ahí cuando noté que el bello cuerpo de una mujer, no me atraía en absoluto. No negaba que era hermoso y único, al poder dar vida; pero no le vía nada más. Admiraba la belleza femenina, pero no pasaba de ahí.

            Me senté en la orilla de la cama y me dejé caer de espaldas al colchón. Me cubrí con mi antebrazo, los ojos. Sentía un vacío enorme, un vacío… de amor, tal vez. Tenía ese pensar de: “Quiero algo, pero no sé qué”. Y eso me jodía toda vía más. Tal vez, si hablaba con Kasamatsu, podría calmar aquella inquietud; no obstante, no lo hice. Porque sabía, de antemano, que a él no podía considerarlo mi amigo. No después de recordar que él solo me hablaba para tener estatus en la escuela. Bufé irónico al rememorar aquel día en que fue cínico y me lo dijo. Ocurrió un día antes del accidente, y fue una de las causas de que terminara así. Todo jodido.

            Pero la primera de todas, fue cuando tuve aquella discusión con mis padres. Aquella en la que les confesaba mi homosexualidad. Por ellos mis progenitores, me consentían hasta decir basta. Porque se sentían culpables y querían enmendar lo irreparable. A pesar de que les seguía amando, seguía enfadado con ellos. Detrás de su sonrisa, estaba aquella decepción de saber que su único hijo varón, era del ‘otro bando’.

            Muchas veces me pregunté si hubiera sido mejor que estuviera tres metros bajo tierra. Tal vez ahí no sufriría y les hubiera evitado disgustos a mis padres. Por mis hermanas ni me preocupo. Ellas me apoyaban y hasta me sugirieron que les preguntara, si tenía duda de algo. Me sentí un infante cuando dijeron eso, ya que ellas lo supieron antes que mamá y papá.

            Retiré mi antebrazo y me dediqué a ver el techo. Estaba a tan solo tres días. Tres días para ver los rostros de horror en todas aquellas personas. Tres días para saber si sería un infierno soportable. Cerré mis ojos, intentando dormitar, pero el ruido del motor del auto de papá, me hizo abrirlos y suspirar con fastidio.

            Sabía que en cuanto entraran, irían directo a mi alcoba y me llenarían de preguntas. Querían demostrar a toda costa su preocupación, y a pesar de que les decía una y mil veces que estaba bien, seguían ahí; con su cara de pena y tristeza. Me puse de pie, con dificultad, y me encaminé hasta el pequeño baño. Necesitaba un baño.

            Me despojé de todas las prendas que portaba y, sin cuidado, las lancé al bote de ropa  sucia. Me miré unos instantes al espejo y acaricié la herida. Desde la sien hasta el final, en mi mejilla. Me mordí el labio, en un intento de reprimir un sollozo. Me preguntaba, ¿quién se enamoraría de alguien así de horrible? ¿Quién se atrevería a querer ser mi amigo de alguien que es dependiente de un pedazo de metal?

            Sorbí mi nariz y retiré todo rastro de llanto. Abrí la llave del agua caliente y me adentré cuando estuvo en la temperatura perfecta. Estuve unos segundos apoyado en la barra de metal que se encontraba bajo las perillas. Aquella ‘cosa’, la habían puesto para que pudiera apoyarme en caso de que me cansara. Puse los ojos en blanco y comencé con mi ritual. Enjaboné mi cabello con shampoo de manzana. Quise perderme en aquel momento efímero de paz, donde el caer del agua, era lo único audible. Cada que pasaba la esponja por mi cuerpo, sentía un alivio. Como si de esa manera, retirara las inquietudes que me aplastaban día con día. Solo en esos momentos, me sentía verdaderamente vivo y libre.

            Pero, como todo hermoso sueño, tuve que finalizar mi ducha. Cerré la llave y pude escuchar con claridad el llamado de mi madre. Dejé caer mi cabeza, sin tener ganas de responder; pero sabía que ella se pondría histérica si no lo hacía. Podía echar a volar su imaginación y crear situaciones que jamás ocurrirían. Recuerdo que alguna vez pensó que me cortaba, cuando me vio con un cúter y una pequeña herida en mi muñeca. Lo que en realidad había ocurrido, fue que lo había encontrado y comencé a jugar con él, ya que pensé que ya no tenía filo. Y entonces, ¡oh, sorpresa! Sí tenía filo y me había herido.

            Como no quería tener un sermón de mi madre, decidí responder y calmar sus nervios.

            –¡Kise!

            –¡Aquí estoy! –Respondí con voz fuerte y que hizo eco entre aquellas paredes blancas. Sabía que, por fin, mamá había dejado escapar el aire contenido en sus pulmones y sonreía aliviada.

            –¿Quieres cenar? –No tenía hambre pero sabía que de todas maneras, ella se encargaría de llenar mi barriga.

            –Sí. –Mi voz sonó desanimada y monótona. Como la vida que llevaba. Todos los días eran lo mismo: mis padres se levantaban temprano; mamá preparaba el desayuno y el almuerzo de mis hermanas; papá se preparaba para ir a su trabajo en bienes raíces y mis hermanas a la universidad; mamá se quedaba a atenderme, llamaba al profesor y se quedaba hasta que mis ‘clases’ terminaran para después llevarme al parque (para que caminara un poco); regresábamos y mamá se ponía a hacer la colada y después la cena; papá llegaba y comía, para después ver la televisión en el canal de deportes; mis hermanas llegaban horas más tarde y cenaban rápidamente para después subir y desvelarse; papá me hacía su interrogatorio y se despedía para ir a dormir; mamá se quedaba a lavar los platos sucios y a planchar la ropa que llevaría mi padre al día siguiente; a veces le ayudaba, a veces le hacía compañía hasta que terminara y se fuera a dormir.

            Y así, una y otra y otra vez, ocurría lo mismo. Sí, mis hermanas, rara vez, llegaban temprano y comenzaban a platicarme de todo. Me mantenían al día de sus vidas y eso me reconfortaba. Aunque no tuviera amigos con quienes hablar, ellas eran mi bálsamo para menguar mi soledad. Ellas sabían sacarme carcajadas y sonrisas sinceras. Con ellas podía soportar mi ‘enclaustramiento’.

            Cené lo más rápido que pude. No quería alargar mi estadía en la cocina para recibir una avalancha de preguntas. Me despedí de mamá y papá, quienes se sorprendieron. Normalmente me dormía a altas horas de la noche, porque no lograba conciliar el sueño. Me excusé diciendo que dentro de poco entraría al colegio y que debía de ‘acostumbrarme’ a dormirme temprano. Incrédulos, se tragaron mi maravillosa mentira y me dejaron ir. Estando solo en mi recámara, pude percatarme que había comenzado a llover. Como hacía frío, y no quería dolor de rodilla, me metí bajo las sábanas y me acomodé. Miré por largo rato, las gotas que resbalaban por el vidrio. Mi pieza estaba a oscuras y eso hacía más melodramático el ambiente. Resoplé de forma audible y fijé mi mirada en el balón de baloncesto, que se encontraba en una repisa que estaba por encima de la televisión de plasma.

            Añoraba aquellos días en que aquel deporte era mi centro. Añoraba encestar. Añoraba todo lo relacionado al baloncesto. Y eso me entristecía y creaba un hueco en mi estómago. Me cubrí con las manos, el rostro. Era insoportable saber que ya nunca más lo practicaría. Mi vida giraba en torno a eso, y ahora que ya no podía, me sentía desubicado.

            Sin mayor contratiempo, me cubrí hasta las orejas y me obligué a dormir. Tardé un poco pero lo logré. Sumiéndome en un pozo de paz.

           

            Los tres días que faltaban para entrar a clases, se pasaron con rapidez. De un momento a otro, ya estaba frente a la entrada de la dichosa escuela y con la mirada fija en el enorme letrero que decía: “Bienvenidos”. Tragué saliva y me armé de valor para entrar. Con lentitud caminé por el enorme patio. Rápidamente me vi rodeado de personas, todas ellas me miraban incrédulos. Bueno, era de esperarse. Fui hasta donde había tumultos de personas; por ende supe que ahí estaban las listas de las aulas. Con esfuerzo y uno que otro empujón me abrí camino y busqué mi nombre. Mi salón era el 1-D. Me giré de inmediato y comencé mi excursión por la escuela. Con un papel en mano, me fui guiando. Gracias al cielo que había impreso el croquis de la escuela, era un puto monstruo. Cuando llegué al aula escuché, tras la puerta, el ruido característico: personas hablando al mismo tiempo. Estaba tentado a no entrar, y lo hubiera hecho si no hubiera sido porque una muchacha, de cabellos rosados, me habló.

            –¿Nervioso por ser el primer día? –Dijo sonriente y con voz dulce. Le miré y pude verle con detenimiento: ojos rosados (al igual que el cabello), tez nívea, pechos grandes, cintura estrecha y piernas hermosas. No podía negarlo, era linda.

            –No. –Susurré y sin más, abrí la puerta. Todos guardaron silencio cuando me vieron cruzar. Me siguieron con la mirada hasta que tomé asiento, en una silla cerca de la ventana. No le dirigí la mirada a nadie y, en segundos, los murmullos escuché. Pronto llegó el tutor y nos dio la bienvenida. Más tarde, se nos pidió ir al auditorio, para recibir la bienvenida del director. Aquel día fue corto, por obvias razones. Para cuando dieron las doce del día, ya no había nadie en la escuela.

            Caminaba de regreso a casa, pensando en que no fue un mal día. Tal vez, sería un curso ‘pacífico’. De camino a casa, había una cancha de baloncesto. En aquella cancha comencé a jugar, con vecinos y niños que iban a jugar. Era divertido competir contra otras personas. La nostalgia inundó mi corazón y un suspiró cansino solté. Qué lástima que ya nunca volveré a jugar de aquella manera. Estaba tan ensimismado, que no me di cuenta de que un balón iba directo a mi cara. Y no fue hasta que sentí un golpe en mi rostro.

            Y tenía que ser en mi lado ‘bueno’.

            ¡Por un carajo!

Notas finales:

¿Y bien? ¿Chulo o no?

Sí, será una historia un tanto 'cruda' pero romanticona. Lo melosa no se me quita. Obviamente que en estos momentos, Kise, no es como generalmente es...pero poco a poco irá sacando su yo interior. 

Sí, estoy diciendo incoherencias por culpa del sueño. @w@

ashjashja mejor me voy y espero sus revs ^^

Cuídense

AliPon fuera~


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