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Notas del fanfic:

Creí que no lo resubiría nunca.

Este fanfic estaba subido en mi otra cuenta, por si a alguien le suena. Necesitaba resubirlo. Sí. Porque le tengo tirría a esa pareja y no voy a escribir nada más de ellos y es bonito conservar las cosas. (Y duele admitir que es de los mejores fanfics que tengo).

Además que hay un detalle insignificante a cerca de cierta persona y... bueno. Cosas incómodas.

Y no me gustaba la sinopsis que tenía el otro. Ya lo he dicho.

Notas del capitulo:

Por cierto, este fanfic está basado en un capítulo de Castle —el 21 de la temporada cinco, siendo concretos—, cuyo nombre en español es el mismo que el del fanfic.

En verdad a parte de la trama no tiene demasiado en común con el original. Una escena sobre una panadería en la esquina y poco más. 

            El barullo de personas alrededor del edificio era cada vez más grande; sus voces se sobreponían las unas a las otras entre que la prensa y sus cámaras iban de un lado a otro tratando de buscar el mejor lugar; los sonidos de las sirenas de los coches de policía taladraban incesantes sus oídos al tiempo que corría sin pensar en nada ni nadie, haciéndose sitio a empujones entre la gente con su cuerpo temblando desde los labios hasta las puntas de los dedos de sus pies. La ansiedad le impedía incluso sentir dolor a cada paso que descalzo daba.

            Tan rápido como pudo, se aglutinó junto a otros cientos contra una de las tantas vallas que impedían el paso, deteniéndose con violencia frente a ella, sin ser capaz de coger el aire que sus pulmones le pedían después de la reciente carrera. Solo veía luces moverse a toda velocidad, el viento gélido impactando contra sus brazos desnudos y el latido de su corazón golpeándole las sienes; el miedo y el terror, eran mayores a él. No podía moverse pero tampoco podía quedarse quieto, era la incertidumbre de no saber, de no conocer. La angustia era su peor enemiga, la impaciencia uno de sus mayores defectos y ese tic que le obligaba a morderse las uñas hasta casi no dejar nada de ellas, no deseaba abandonarle de ninguna de las formas. Las personas estaban siendo desalojadas una por una por la policía, con eterna calma que contrastaba con su estado de ánimo. Las observó abandonar la sucursal, pero cuantos más salían del edificio, mayor presión de formaba en su pecho. No era capaz de ver a Takanori por ningún lado, ello era la peor de las torturas.

            Había sido minutos atrás que, en la tranquilidad de su apartamento mientras preparaba la comida para sorprender a su novio, había encendido el televisor con la intención de escuchar algo de fondo, descubriendo pronto que había habido un ataque terrorista en la sucursal en la que trabajaba su pareja. Había personas heridas y habían comenzado a desalojar con rapidez el edificio por temor a que hubiese más víctimas si otro artefacto estallaba. Aterrado, no había podido evitar correr hasta el lugar sin siquiera pararse a vestirse decentemente; sus impulsos tenían mayor fuerza que su sentido común. Quién iba a decirle que siquiera sus premoniciones catastróficas serían capaces de predecir la magnitud del mal que había dentro de ese edificio.

—¡Shima! —chilló con fiereza. Una, dos, tres veces; hasta que logró que la persona a la que llamaba, uno de los policías, se diese la vuelta y parase atención en él; aproximándose prontamente hasta su posición.

—Aki… —susurró. El rubio era un manojo de nervios en esos instantes, no necesitó oírlo de sus labios para saberlo; era más que evidente.

—¿Dónde está Taka? ¿Dónde está Ruki? —Parecía desesperado por una respuesta, especialmente exasperado y con una crisis de pánico atacándole; el contrario casi sentía lástima de él, era su mejor amigo. Siempre le había molestado que se alterase con tanta facilidad, en especial si se trataba de su pareja, no quería imaginar cómo reaccionaría ante un peligro real, iba a comprobarlo muy rápido, aunque hubiese deseado no conocer esa parte de Akira jamás.

            Con lentitud y temblándole las manos, sacó su teléfono y marcó un número que el rubio no logró ver, seguía histérico mirando al puerta con la esperanza que saliese en cualquier momento, pero seguía sin aparecer.

            —Pásamelo —con el teléfono contra su oreja, el castaño pronunció aquello arrastrando las sílabas, ¿qué debía hacer? ¿Qué debía decir? Le tendió el teléfono a Akira, tratando de mantener la calma que el otro no parecía poder alcanzar.

—¿Reita? —susurró una voz áspera al otro lado de la línea, no necesitó oír más palabras para saber de quién se trataba. El aire que no había podido salir de sus pulmones hasta entonces, se desprendió en un largo suspiro.

—Me habías asustado, yo…

—Respecto a eso —interrumpió, haciendo que al aludido se le cerrase la garganta al momento—, ¿podrías subir? Aunque no puedo salir, quiero verte.

—¿Qué sucede, Ruki?

—¿Puedes venir? —insistió.

 

 

Los peldaños de las escaleras se hicieron eternos, cada uno una aguja que se clavaba en su piel y le destrozaba, le atravesaba con lentitud y le hacía daño de una forma insoportable que no quería siquiera describir, mas su descubrimiento al arribar a la tercera planta, donde los policías le guiaron, fue todavía peor de lo que esperaba.

—Qué alegría —dijo Ruki, sonriéndole con cariño, con una sonrisa triste que el rubio no logró ver—, no quería morir sin verte una última vez. No me lo perdonarías. —Dijo, congelándole las entrañas a Akira.

 

La tranquilidad con la que habló, dolía. Takanori no era así, sino tan inestable que hubiese sucumbido al pánico pronto, pero se mantenía calmado, incluso cuando bajo sus pies había una bomba que amenazaba con explotar y volar por los aires todo el edificio. Matarle, matar a todos los que había allí.

No lo había asumido, no confiaba en la tarea de esos policías aunque le hubiese gustado decir que sí, no era un ser optimista; solo mantenía la calma con todo su esfuerzo con tal de no preocuparle. Estaba muerto de miedo, quería salir de allí, querría correr a sus brazos. No podía, no podía más que esperar, de pie y sin moverse sin saber cuánto tiempo quedaba.

—Es mentira —largó el rubio con sus ojos anegados de lágrimas, a Ruki le sorprendió que la histeria no pudiese con él, le conocía demasiado bien—, estoy soñando. Tiene que ser una pesadilla, lo es, ¿verdad? Dime que lo es… —solo recibió una vehemente negativa mientras sus ojos se humedecían. Una sonrisa fue lo único que necesito para hundirse. Tenía los pulmones llenos de cemento, pesaba, le impedía respirar, le impedía hablar pero, sobre todo, le impedía moverse aunque hubiese querido chillar y romperlo todo. El shock solo le permitía tiritar en silencio y sin moverse, como si fuese bajo sí que hubiese un explosivo y no debajo de su pareja.

—Estamos haciendo todo lo posible —pronunció el capitán de la policía, quien acababa de adentrarse en la sala, un hombre de largos cabellos castaños y constitución aparentemente fuerte; Yutaka—, los artificieros están trabajando a contra-reloj para desactivar la bomba. Ahora solo queda esperar.

—El detonador… —dijo Yuu, uno de los artificieros. Hubiese preferido no decir algo semejante, pero necesitaba que los implicados lo oyesen— es susceptible a los cambios de presión. Matsumoto, no puedes moverte, ni un poco, estoy hablando muy enserio, hay explosivo suficiente para volar este edificio entero. Y… aunque me parece un error que estés aquí, Suzuki, al menos, ya que estás, mantenle entretenido; puede que tardemos.

Cuanto más hablaba el moreno, que más entraban en la cuenta del peligro que corrían, de que aquello era enteramente real. Bonita forma de llamar la atención, se dijo Ruki. Quizá esperaban, aquellos que habían colocado las bombas, que no se percatase del clic que oyó bajo sus pies cuando empezaron a desalojarlos en explotar los dos primeros artefactos, mucho más pequeños, que apenas habían causado heridos; o quizá esperaban mantener la tensión durante horas para tener a la prensa entretenida, captar su atención. Tampoco es como si importase, fuese lo que fuese, el resultado no cambiaría.

Ambos asintieron, con dolor, tratando de disimular sus miedos, por el bien del contrario. ¿Era suficiente? Estaban rayando la histeria, ocultando bajo bonitas sonrisas sus temores, aquellos que pujaban con matarles antes que la explosión lo hiciese. Si Takanori no se movía, probablemente con esperar a que la policía hiciese su trabajo, tendrían suficiente; querían creer que había más probabilidades que saliese bien que no que saliese mal, pero era difícil desprenderse de la angustia. La muerte tocaba a su puerta demasiado pronto, querían esconderse bajo las sábanas y esperar que se marchase sin cumplir su propósito, pero el timbre seguía sonando como el tic tac de un reloj en sus oídos; hubiesen deseado ser sordos.

 

Tan pronto se encontraron solos, Reita se desplomó en el suelo. Sentía unas nauseas terribles que no deseaban desaparecer. Ruki parecía más calmado, con su cabeza en otro lugar, abstraído y tratando de mantenerse enteramente inmóvil. El cielo lleno de nubes y las primeras gotas cayendo sobre los empañados cristales, le hizo sonreír casi con rabia. El tiempo se reía de ellos.

—¿Estás bien? —pronunció con temor Reita.

—Mejor que tú —respondió mirándole, para pronto reír levemente sobresaltado por la pregunta. No era el mejor momento para decir algo semejante, pero entendió su miedo. Saber que la persona a la que amas puede morir frente a ti sin que puedas hacer absolutamente nada, solo observar con impotencia… debía ser horrible, como mil hormigas mordiéndote la piel—, eso seguro…

Siquiera podían tocarse, casi no podían mirarse, moverse, llorar… eran cosas que no estaban permitidas, unas por obligaciones externas, otras tantas por restricciones propias; como si un mísero movimiento en Reita pudiese desencadenar una reacción tras otra que acabase por hacer volar sus cuerpos y hacerlos pedazos.

»Te amo —espetó de pronto, ¿cuánto tiempo se había negado a pronunciar aquellas palabras? A esas alturas, con los ojos llenos de lágrimas, casi había sido una obligación, una forma de quitarse uno de los miles de ladrillos que cargaba a sus espaldas. Siquiera sabía si funcionaría, si sería contra-productivo, si solo causaría más daño. Se estaba arriesgando.

            Reita alzó la mirada y sonrió mirándole. Le hubiese gustado creerle, pero supo que sus sentimientos podrían estar influenciados por la situación, ser solo palabras bonitas que le consolasen si aquello terminaba mal. No. No podía conformarse con eso, pero trató de darle a entender lo contrario.

*

            «Déjalo, es inalcanzable». ¿Cuántas veces había oído aquellas palabras? En la facultad, cuando iban juntos a clase, Takanori, Ruki como le llamaban todos, se convirtió en el centro de toda su atención. Era una persona completamente atípica, extravagante, excéntrica, especial; había logrado conquistarle, a él y a cientos más. A simple vista, parecía inalcanzable para alguien semejante, que no tenía nada que ofrecer, solo era un chico que aun con ese estilismo violento y facciones algo rudas, siquiera podía leer en público sin tartamudear, un inútil que no valía para nada, eso se decía con ironía, eso le decían; no era mentira, no tenía ningún tipo de habilidad especial para nada, no sobresalía en nada; pero al final, se equivocaron ellos y no él en probar suerte.

Se tragó su timidez, se tragó su miedo y se tragó su histeria, para terminar haciendo el ridículo más espantoso de toda su vida.

            —¡Oye! —dijo para llamar su atención estando aquél de espaldas.

            Takanori, que le escuchó por encima de su música, se retiró los auriculares y se volteó a mirarle a los ojos. El rubio siquiera sabía que la cercanía iba a dejarle tan petrificado, que tan pronto como había llegado, su valor se fuese y corriendo con el rabo entre las piernas.

            —¿Pasa algo? —pronunció con lentitud, sorprendido porque, esa persona con la que no había hablado nunca, se le acercase y se dirigiese a él así—, Akira era tu nombre, ¿verdad?

            Pero, aunque esperó, jamás llegó a recibir una respuesta. Los ojos de todos estaban puestos en Reita, y aquél sentía que sudaba como si estuviese siendo  cocinado en un horno, temblando por el nerviosismo mientras era incapaz de mover un solo músculo; aquellos iris azules por las lentillas seguían mirándole fijamente esperando recibir una contestación, quizá curioso de averiguar no solo por qué se le había acercado, sino también por qué de pronto parecía que se le hubiese comido la lengua el gato.

            Con prontitud, alzó una de sus manos e hizo un rápido gesto con la misma, indicándole que esperase, antes de marcharse casi corriendo de clase, dejando al de hebras castañas completamente aturdido por la situación y mirando hacia todos los lados tratando de buscar una explicación; mientras un grupito al fondo no dejaba de desternillarse de la risa porque, como habían supuesto, Reita se «rajaría» antes de poder llegar a decirle a Takanori incluso su nombre.

 

            Con violencia, abrió la puerta del baño y poco le faltó para cerrarla con un portazo. La persona que se encontraba echándose agua en la cara en esos momentos, se sobresaltó tantísimo que poco le faltó para terminar en el suelo, y Ruki tuvo que hacer un enorme esfuerzo por mantener la endereza y la seriedad y no estallar en carcajadas ante la estupidez que desprendía ese hombre en cada uno de sus gestos.

            —Eh, tú —espetó con brusquedad, provocando un escalofrío en el más alto—, a pesar de mi aspecto, tengo bastante mal carácter, ¿lo sabes? No me gusta que me dejen hablando solo. ¿Eres tonto?

            Reita parpadeó en infinidad de ocasiones, abriendo la boca tras cansarse de ese tic para responder a aquella pregunta, pero no llegó a salir sonido alguno de sus labios, siquiera podría ordenar en su cerebro las palabras que querían salir de sus cuerdas vocales. Sí, estuvo tentado a responder con un asentimiento. Pero supuso que la palabra tonto se le quedaba bastante corta.

            —No tengo escapatoria, ¿verdad? —dijo tratando de ocultar su vergüenza tras una sonrisa boba. Casi parecía querer echarse a llorar, y el más bajo quería pegarle hasta saciarse. ¿Cómo podía tener esa cara tan seria y vestir como un ente anti-sistema y rebelde, y comportarse de una forma tan contraria? Había oído la expresión «un lobo vestido de cordero», pero no creyó encontrarse jamás a un cordero vestido de lobo. Las apariencias engañan, había oído decir.

            Tras resoplar sonoramente mostrando que estaba molesto y rodar los ojos, descruzó los brazos y se dio la vuelta para avanzar hasta la puerta, pero no llegó a tocar la maneta siquiera.

            »¡Me gustas! —dijo, armándose de valor. Takanori no salía de su asombro.

Se atrevió a mirarle de soslayo y boqueó. Era la primera vez en su vida que alguien se le declaraba con tanta franqueza; en verdad, era la primera vez que alguien se le declaraba. Una sonrisa se dibujó en sus labios.

No supo decir que no.

*

A pesar de lo que había creído, no había sido tan mala idea aceptar aquella propuesta. Reita seguía siendo el mismo idiota, pero había aprendido a quererle. Un año habían tardado en empezar a ser novios y, a esas alturas, Takanori siquiera era capaz de decirle lo que sentía. No quería ser cruel, no quería; pero sus miedos e inseguridades eran todavía mayores a los de Reita. Akira era un pobre chico introvertido que le tenía miedo hasta a su sombra, aunque a primera vista pareciese intimidante, pero aun así, cogía confianza extremadamente rápido y se volvía imposible despegarse de él. Era imposible odiar a alguien así, incluso cuando a veces tanta tontería se le hacía molesta, terminaba riéndose a su costa. Takanori era opuesto. Era especialmente inestable, propenso a los cambios de humor y con demasiados problemas emocionales sin resolver, era una persona complicada; pero el rubio le había dado su eterno apoyo, les unía un vínculo muy fuerte. A Reita le gustaba cuidarle, y él amaba por encima de todas las cosas, ser cuidado por él, lo necesitaba de alguna forma; ese cariño, ese amor que le daba.

Sonrió sin poder evitarlo, las gotas de lluvia impactando con violencia contra las ventanas eran lo único que rompía el silencio.

            —¿En qué piensas? —cuestionó el más alto en ver esa mueca en su rostro.

            —¿Recuerdas cómo nos conocimos?

—No podría olvidarlo.

—No lo hagas —pidió—, pase lo que pase no lo hagas —susurró, mientras dejaba que una silenciosa lágrima descendiese por una de sus mejillas.

—No puedo prometerlo. —Ruki volvió su mirada hacia él, entre sorprendido y dolido, con su corazón latiendo tan rápido que le taladraba las costillas—. O salimos los dos de aquí, o no sale ninguno.

—No puedes estar hablando enserio… —respondió aquél, pero Akira jamás en su vida había hablado tan enserio. Sí. Había tomado la decisión más dura de su vida, la más absurda, la más irracional pero también la mejor, la mejor en su opinión, quien a sus cortos veintisiete años pensaba todavía como un niño, quien amaba tanto —y no solo a la persona amada como era Takanori, también a sus amigo— que sería capaz de morir por ellos, con tal de protegerles, con tal de darles un poco de paz antes de lo inevitable. Así era él, así era ese idiota del que se había enamorado aunque no pudiese decir aquellas palabras. Una cosa estaba clara, ese chico tan bobo era lo mejor que le había pasado en la vida. «Gracias» pensó, pero aunque hablaba con la persona que seguía sentada frente a él sin moverse ni hacer nada, se guardó para sí aquel agradecimiento—. Eres un egoísta.

—¿No lo sabías? —rebatió él, arrancando una sonrisa al más bajo. Si hubiese tenido a mano algo para lanzarle, le hubiese gustado acertarle con ella en toda la cara. Estaba dando a entender que sería capaz de tirarlo todo por la borda solo por él. No sabía si aquello le hacía feliz, o si se sentía la persona más desdichada del mundo por saber que, si moría, sería el responsable subsidiario de la muerta ajena.

 

Los minutos se hicieron eternos, pasada una hora entera, el cansancio no solo físico, también emocional, empezaba a pasarle factura al más bajo. No podría permanecer de pie mucho rato más, era eternamente consciente y, aun así, estaba haciendo un enorme esfuerzo, porque sabía que moverse solo podía significar una cosa, y no podía rendirse, no podía dejarse caer.

El mismo temblor que atacaba a Takanori, hacía a Reita dar vueltas y vueltas por el despacho, influenciado por los nervios. El estrés y la ansiedad se hacían enormes con el paso de los instantes; como si sobre sus hombros cada vez hubiesen más toneladas de escombros. ¿Por qué tenía que haberles tocado a ellos? ¿Por qué? Se lo cuestionaban ambos, y buscando un motivo en sus errores, en lo que pudieron haber hecho y no hicieron, se hundían más y más en una desesperación sin fin. La vida pasaba ante sus ojos, los recuerdos bonitos; los recuerdos dolorosos, incluso esos, se proyectaban una vez tras otra ante sus ojos.

Cualquier tortura, sería menos cruel que aquello. Los segundos pasaban sin detenerse mientras no sabían qué les depararía el futuro, si morirían ese día, si podrían seguir con sus vidas como si nada; si eso… cambiaría algo en ellos. La incertidumbre de no saber, la angustia; era terrible. Reita sentía ganas de vomitar, Ruki también; las sensaciones que estaban experimentando eran similares, temblaban, ansiaban llorar. Akira podía salir corriendo, pero Takanori no, y eso le daba rabia, le daba rabia que ese hombre estuviese obligándose a sentir tantísimo miedo cuando podía salir de allí y aguardar fuera. No, el que estuviese allí no iba a cambiar el futuro; pero tenía que admitir que estaba rezando para que no se arrepintiese y le dejase solo. No lo soportaría.

—¿Te quieres estar quieto? —le espetó el castaño de pronto—, me estás poniendo nervioso.

—¡No puedo! —respondió exaltado—, tengo miedo, Taka, tengo miedo…

—Pues vete.

—De perderte —suspiró—. No me importa morir, no me importa, solo quiero que tú estés bien.

Con lentitud, un largo suspiro escapó de sus labios, hasta que no quedó ni una gota de aire en sus pulmones. Era egoísta, pero Reita prefería morir antes que tener que suplir la pérdida de una persona a la que quería tanto, él siempre había sido así. Vivía dependiente de los demás pero no se atrevía a encerrarse en sí mismo con tal de no permitir que le dañasen, porque la soledad le dolía más. Con la misma facilidad con la que dejaba a las personas entrar en su vida, aquellas se marchaban dejándole un terrible vacío en el pecho, pero siempre encontraba la forma de arreglarlo; mas jamás se había enfrentado a la muerte. Solo imaginar que no volvería a verle, que no podría volver a besarle, que no podría llamarle si la soledad le pesaba demasiado, le temblaban los labios.

—¿Recuerdas nuestra primera cita? —preguntó Ruki.

—Recuerdo alcohol, no más. —Ambos rieron casi a carcajadas. Fue un buen recurso para romper la tensión, Takanori siempre supo ver más allá de Reita. Incluso cuando era él quien corría peligro, el rubio se encontraba mucho más exaltado.

Ciertamente, esa primera cita de la que hablaba Takanori había acabado siendo un improvisado botellón para dos personas. Tenían planeado cenar tranquilamente en el apartamento del rubio y terminaron bebiendo más de lo que comieron. Un verdadero desastre, pero no podían evitar sonreír absurdamente en recordarlo. Siempre habían sido así, tan libres, tan estúpidos; niños que no querían crecer.

Al conocerlo, Takanori había apodado a Reita como «Peter Pan», por su actitud, por su manera de ser, por su forma de conseguir que riese por cualquier bobada que hiciese; al final, le había contagiado esa conducta tan infantil. A veces, casi parecían más hermanos que no pareja.

»Eh, hacen unos dulces para chuparse los dedos en la pastelería de la esquina —dijo,  esbozando una preciosa sonrisa—. Cuando nos dejen salir de aquí te invito a lo más caro que tengan.

—Eres idiota —respondió, riendo. Eso era un «sí» en el que siquiera creía.

—Tú más.

Incluso en una situación con semejante tensión, con los nervios a flor de piel y el miedo tocándoles, no podían comportarse como personas normales. Akira se sentó cerca de Takanori, en un lugar donde ambos podían alcanzarse pero se abstenían de hacerlo; mirándose de soslayo y evitando los ojos ajenos, casi como en sus primeros meses de «amistad». La atracción entre ellos había surgido muy pronto aunque se hubiesen negado a verlo. Siendo francos, jamás habían sido lo que se dice «amigos».

Ambos alzaron la mirada cuando, con expresión de abatimiento y cansancio, Yuu entró a la habitación y se les quedó mirando. A Takanori el corazón le escaló hasta la garganta, impidiéndole respirar por segundos. No era posible que se asustase más, si ello ocurría, terminaría dándole un infarto.

—Suzuki ¿puedes venir un momento?

Tras un asentimiento lento y cierto temor de qué pudiese decirle, obedeció a aquellas palabras y, con sus piernas temblándole y casi impidiéndole caminar, se dirigió hasta la puerta; y una vez ambos cruzaron la misma, Takanori se derrumbó y comenzó a llorar en silencio. Sabía que no podía ser buena señal, esa mirada, esos ojos… no. No quería morir en ese lugar, no quería. Apretó los puños con fuerza, hasta que sus nudillos se tornaron blancos y sollozó casi sin quererlo. Estaba temblando y luchaba por no desplomarse al suelo. Su corazón latía tan rápido y tan fuerte, que parecía querer taladrarle el pecho.

Reita le dedicó una última mirada antes de salir por la puerta, notando cómo se le cerraba el estómago. Era muy doloroso verle tan asustado, había jurado protegerle, lo había jurado… No era su culpa pero ¿le exculpaba de alguna forma no haber puesto, él, la bomba en ese lugar? No lo hacía: Reita pensaba de ese modo.

—Hemos conseguido llegar hasta la bomba y…

—¿Y qué? —susurró Akira, cada vez temblaba de forma más violenta. El aludido suspiró largamente y se llevó la mano a la frente con tal de acariciarse las sienes; parecía buscar palabras para decir algo que no iba a gustarle.

—Hay un temporizador. Si no la desactivamos en media hora, todo esto volará por los aires.

*

Durante la primera semana de abril, había habido tres días consecutivos cargados de lluvias en Manhattan. Las calles estaban prácticamente desiertas: aunque había vehículos en ellas, las personas no caminaban por las calles si no era por mera obligación. Su primer mes juntos cayó dentro de esos días de mal tiempo. Takanori había maldecido hasta saciarse que esas gotas que caían incesantes del cielo, con un aguacero que parecía no tener fin y ya comenzaba a causarle dolor de cabeza, hubiesen arruinado sus planes de esa forma. Cierto era que cuando Reita se hubo declarado con un «te quiero» pronunciado aproximadamente un año después de ese «me gustas» con el que tuvieron ocasión de conocerse, siquiera fue capaz de corresponder a sus sentimientos no más que con un beso, no había dicho nada más. No pudo. A Akira le dolió, pero no le costó demasiado entenderle, que no lo dijese no cambiaba lo que sentía. Trataba de ser comprensivo. Por ello, porque no era capaz de expresarse con palabras, que había gastado parte de su tiempo y dinero en preparar una salida especial para ambos aquel primer mes.

Quizá era precipitado, eran solo cuatro semanas las que llevaban juntos pero se sentía con necesidad de hacerlo. Era como si la lluvia le estuviese diciendo «Es demasiado pronto, vas a meter la pata», pero él, quien no creía en supersticiones, «señales del universo» ni nada similar, solo podía enfadarse con la borrasca que cubría toda la cuidad  y que había tenido que instalarse justo en ese lugar y en ese momento para su desgracia.

El timbre sonó, interrumpiendo sus reproches mentales hacia el tiempo y sus pensamientos en general. Suspiró con pesar y pronto se levantó no sin antes empujar con su mano uno de los botes de caramelos que había sobre la mesa y que acabó rodando por el suelo, había sido un impulso difícil de controlar; era eso o tirarlo contra la puerta.

La sorpresa que expresó su rostro cuando en abrir la puerta se encontró a Reita con una sonrisa boba y un paraguas negro en la mano, fue más que notoria. Si le hubiesen dicho que se había sonrojado, se lo hubiese creído; pero solo boqueó tratando de encontrar una explicación viable a lo que sus ojos veían.

—¿Qué haces aquí, idiota? —como siempre, tan amoroso con su forma de expresarse.

—¿No habíamos quedado? ¿No hacemos un mes hoy? Estuve un rato en Central Park pero no venías así que decidí… —pronunció, casi atónito por la pregunta ajena—, ¡no me digas que me he confundido de día!

—Frena —espetó—, ¿estás hablando en serio? Akira, Reita, amor mío, ¿no ves el diluvio que está cayendo? ¡Claro que hacemos un mes! Pero ¿cómo quieres que vayamos a algún lado con este tiempo? Espera… ¿has estado esperándome?

—Claro que sí —parpadeó Reita.

—Cada día que pasa me confirma que no tienes cerebro… —susurró, pero no pudo evitar que una sonrisa adornase sus labios—, ¿Y si pasas y comemos algo? Al menos pasaremos juntos el día…

—¡Eso hacemos casi todos los días! No quiero. Solo es agua. Además; las calles están vacías, ¿no te apetece?

Suspiró. Siempre se preguntó cómo aquél logró convencerle con una sonrisa boba e insistiendo demasiado. Era la habilidad oculta de Reita.

 

Compartiendo un paraguas, pegados el uno al otro, un paso tras otro el paseo se hizo bien corto a pesar de las tres horas que transcurrieron.  La plaza por la que caminaban, con sus zapatos mojados y sus dedos entrelazados, no dejaba ver a nadie más que a ellos. Las pocas personas que pasaban muy de cuando en cuando, lo hacían corriendo mientras ellos caminaban con toda la tranquilidad del mundo: Takanori con la bufanda de Reita enroscada en el cuello y cubriéndole la mitad del rostro, mientras el contrario sentía algo de frío por haberle prestado su abrigo a aquél, pero seguía arrullándole con los brazos y preocupándose por él.

—Al final ha sido buena idea venir —dijo, llevando sus ojos al cielo, tan gris pero a la vez tan bonito.

—Te lo dije —respondió, antes de girarse hacia él para dejar un beso en sus labios, aprovechando que, para hablar, aquél se había retirado las prendas de la cara. Takanori sonrió feliz. No era lo que tenía planeado, pero había sido más que perfecto.

 

Tras un fuerte estornudo, Reita lloriqueó y se revolvió sobre las sábanas de la cama del castaño. Esa salida imprudente por su parte le había costado una gripe, y en esos instantes solo le importaba el cansando que le pesaba, el dolor de cabeza provocado por la fiebre y la fuerte congestión que, además de impedirle casi respirar, le había dejado afónico. Takanori trató de mantenerle quieto, colocó el dorso de la mano sobre su frente y comprobó que seguía teniendo fiebre; más que preocuparse, una sonrisa ocupó sus labios.

—Te avisé.

—Te odio —respondió el rubio, haciendo reír al más bajo.

Pronto, se subió a horcajadas sobre sus piernas antes de inclinarse y, sosteniendo sus mejillas, dejar uno y mil besos sobre sus labios, mientras Akira trataba de apartarle y decía lo que parecía ser un «te contagiaré» tras otro del que apenas se entendían unas pocas letras cada vez, pero su pareja no se detenía.

—Eres un idiota —susurró—… un completo idiota. Mi idiota.

Con rapidez, se metió bajo las mismas sábanas y recargó su cabeza en el cuello del más alto, completamente tumbado sobre su cuerpo y con los dedos de una de sus manos entrelazados con los de la ajena.

—Te amo.

*

—Hay un temporizador —dijo Yuu, parándole el corazón al rubio— Si no la desactivamos en media hora, todo esto volará por los aires.

Y tal como aquellas palabras fueron pronunciadas, sintió un balde de agua helada caer sobre sus hombros congelándole hasta el último resquicio de esperanza que guardaba. Media hora, en media hora todo acabaría. Una cuenta atrás que empezaba ya y de la que no quería ni oír hablar. Un tic tac imaginario sonaba en sus oídos.

 

Antes de poder darse cuenta, se vio corriendo hasta el baño más cercano; donde todo lo que había ingerido horas antes acabó vomitándolo sin poder evitar que las lágrimas escapasen de sus ojos.

Golpeó con ira el inodoro con su puño hasta en tres ocasiones, sin importarle lo mucho que dolía o si ello no valía de nada. Necesitaba un tiempo que no obtendría para asimilar aquello. Incluso el «No te preocupes, eso no significa nada; tenemos las mismas posibilidades que antes» pronunciado por Shiroyama, le otorgaban la confianza que necesitaba para volver dentro.

 

Tras comprobar en un millar de ocasiones que no quedaba ni rastro del llanto en sus facciones, volvió a la habitación donde Ruki aguardaba quieto, moviendo sus dedos con nerviosismo y a punto de colapsar; ya no sabía si de nervios o por no poder moverse. Estaba perdiendo la poca cordura que ya de por sí tenía.

—¿Qué te ha dicho?

—Ah, no, nada… solo que ya han localizado la bomba, solo tienen que encontrar la forma de desactivarla—«Y la única forma de hacerlo es con un código que no tienen; ah, por cierto, si no lo encuentran en media hora, moriremos. Qué divertido» pero todo aquello no lo dijo, no quería que Ruki lo supiese siquiera.

—Reita, no sabes mentir —espetó el más bajo, alzando sus ojos para clavarlos en los ajenos—, repito la pregunta: ¿qué te ha dicho?

Se detuvo en seco en medio de la sala y agachó la cabeza para emanar un suspiro. Sus ojos volvían a llenarse de lágrimas.

—Hay un temporizador… —susurró, sin atreverse siquiera a mirarle. No había querido ver su reacción y había hecho bien. Ruki prácticamente había perdido el color en oírle decir eso. Apretó los puños.

—Vete. —Reita alzó la mirada de pronto, encontrándose con los ojos, negros, anegados de lágrimas de su pareja. Le rompió el corazón.

—No puedo hacer eso.

—Hazlo, hazlo por mí. No puedo dejar que te quedes… no puedo.

Negó con vehemencia, con una constante desesperación y tristeza en sus gestos, temblándole los labios, inundando sus mejillas el llanto. No, no y no. No podía abandonarle, no podía. Si salía por esa puerta, sería el fin. Pero si se quedaba, Takanori no lo soportaría. Era la terquedad de uno contra la del otro.

»Por favor…

—Habrán pasado miles de noches, millones de momentos desde que naciste, que nacimos —pronunció, logrando la atención de su pareja. Jamás le había visto tan serio—. Tanto tiempo lamentándose de cosas absurdas, insignificantes, y ¿dónde estás ahora? Sobre una bomba que amenaza con explotar, con matarnos a ambos. Tal carga de dinamita que podría derruir este edificio que, ¿qué tiene? ¿Diez plantas? ¿Más?

—¡No quiero que mueras! —chilló Ruki. Su corazón se saltó un latido en decir algo semejante.

            —No dejes que me marche, no me dejes ir. No podría soportarlo. Me conoces mejor que nadie…

—Eres estúpido si crees que con eso vas a convencerme —dijo, llenándosele los ojos de lágrimas.

—Hemos desperdiciado muchos días de nuestras vidas sin vernos, Ruki.

—Eso no cambia nada.

—Si ésta va a ser la última vez que te vea, quiero en los minutos que quedan, suplir los días que no te he tenido. Te lo suplico…

—Vete —repitió, con sus ojos rojos por el llanto—. Vete, vete, vete… Lárgate; déjame solo.

—¡No!

—¡Akira! —una tercera voz a sus espaldas le obligó a darse la vuelta, Uruha le miraba impasible—, tiene razón. Y lo sabes, no seas terco…

Se mordió los labios, rezó en silencio aunque no creía en nadie y cerró sus ojos meros instantes. No podía ver a Akira llorar de esa forma. Les oyó forcejear, oyó al rubio gritar y sollozar mientras el castaño intentaba tranquilizarle, luego todo fue calma mientras las lágrimas que nacían en sus ojos se mezclaban con la sangre de sus auto-desgarrados labios en su boca. Abrió los párpados y dejó ver sus enrojecidos ojos al mejor amigo de su novio, quien se había convertido con el paso del tiempo en alguien importante también para él.

—¿Se ha ido? —murmuró al no verle allí, llorando todavía más cuando aquél asintió y empezó a llorar también, en silencio. «Los hombres no lloran», había oído decir. Mentira, sucias mentiras.

Se sentía la persona más desdichada y egoísta del mundo. A pesar de todo lo que había dicho, en verdad estaba rezando para que se quedase. ¿Por qué nada en la vida podía salirle bien? No quería morir solo, no quería morir; y, si tenía que hacerlo, solo ansiaba perder la vida al lado de Akira. «Creíamos que la vida es para siempre, que los minutos corren muy lento. ¿Cuanto queda ahora? ¿Una hora?; ¿media?; ¿minutos quizás? Todos esos besos, esas caricias, esas miradas cómplices… ¿han sido en vano? Nada ha servido de nada…, absolutamente de nada». Tuvo ganas de levantar los pies, pero seguía siendo un idiota y un cobarde.

*

El mando se le resbaló de los dedos sin poder evitarlo. Parpadeó rápidamente a la vez que boqueaba. Frente a él, parado en la puerta, quien buscaba su atención, Reita, se había vestido con no más que un delantal para provocarle; mas lo único que provocó, fueron carcajadas por parte del castaño.

—¿¡Pero qué llevas puesto!? —Reita frunció el ceño.

—La última vez que me medio desnudo para ti.

—Bobo… —respondió, intentando contener su risa.

Se levantó con prontitud y, sin decir palabra, se acercó y se subió sobre él; enroscadas sus piernas a su cintura y sus brazos a su cuello, acopló sus labios a los ajenos ladeando el rostro y cerrando sus ojos. A pesar de la sorpresa inicial, aquél rodeó la cintura ajena tratando de evitar que pudiere caerse y sonrió a la par que correspondía al beso. Al final, había logrado lo que quería, que aquél dejase de prestarle atención al videojuego para prestársela a él.

—¿Vas a cocinar? ¿En serio?

—¿Te sorprende?

—No sabes cocinar —dijo Takanori, riéndose antes de besarle de nuevo. Al rubio le hubiese gustado objetar algo, pero esa lengua colándose entre sus labios le hizo callar de una forma muy grácil. Además, lo que había dicho el castaño no era ninguna mentira, al fin y al cabo.

*

—No tengo recuerdos malos —le dijo a Uruha. Sus ojos estaban completamente hinchados por el llanto; el más alto trataba de mantenerse calmado, pero se ponía en su situación y tenía que batallar por no llorar él también—, no los tengo desde que le conozco…

»Cuando me dijo que cuidaría de mí, que me protegería, me reí… Creí que sería una de esas promesas que no tienen valor, no más que palabras bonitas que se rompen rápidamente; pero lo consiguió. Nadie, nadie, nadie, lo había intentado siquiera hasta que él llegó. Pero ni por esas soy capaz de decirle que le amo. Shima… ¿soy una mala persona? ¿Soy un mal novio? Quisiera devolverle todo lo que me ha dado. Triste es, que haya necesitado corre peligro de esta forma para caer en la cuenta. Soy patético.

—No eres un mal novio, no eres mala persona. Taka, él sabe que le amas, lo sabe. No mentiré, le duele no oírtelo decir, pero lo entiende. Vive por y para hacerte sonreír; él siempre ha sido así.

—Si esto no acaba bien…

—No pierdas las esperanza aún, Ruki, quedan veinticinco minutos aún.

—Si esto no acaba bien —repitió— cuídale, como sea. No dejes que se hunda, por favor.

—¿No es lo que he estado haciendo siempre? —dijo, y pronto una sonrisa triste se instaló en los labios de ambos. Sí, sin Kouyou probablemente no hubiesen durado ni dos días. Le debía mucho a ese hombre, muchísimo—. ¿No quieres llamar a tus padres, a nadie? —Takanori negó. La única persona de la que quería despedirse había cruzado aquella puerta minutos atrás. Dos lágrimas silenciosas surcaron sus mejillas—. Kai está haciendo todo lo posible, Aoi también; por favor, confía en nosotros. Te sacaremos de aquí.

—Te juro que me gustaría creerte —sopesó, riéndose.

—Shima —con prontitud y sorpresa, las dos personas de la sala despegaron sus ojos el uno del otro y los dirigieron a quien pronunció esas palabras—, no tenían con arándanos, así que te traje unas rosquillas de fresa, ¿te parece?

—¡Reita! —espetó Ruki.

—¿Qué? —dijo, alzando sus ojos del paquete que portaba en la mano, el rubio.

—¿No te habías ido?

—Dijiste que me fuese —parpadeó—, no mencionaste nada de no volver.

Kouyou se echó a reír. Ese hombre era un completo idiota, pero ese completo idiota era la persona más dulce del mundo.

—Eres estúpido —dijo el más bajo, mientras sus ojos volvían a llenarse de lágrimas. Lo último que esperaba, era que aquél volviese—, un completo idiota. —Reita sonrió.

—Este idiota te ama muchísimo. No pienso dejar que sufras aquí tú solo.

Eran las mejores palabras que podía oír y, a su vez, las más dolorosas. Mirando el reloj, podía darse cuenta que quedaban apenas dieciocho minutos. Cada vez sentía más y más miedo. No quería morir— ¿tienes hambre? Traje de esos brownies que tanto te gustan.

 

En tiempo parecía haberse confabulado en su contra. A pesar que hasta entonces parecía haber avanzado tan y tan lento que semejaba querer volverles locos, para esos instantes los segundos corrían a una velocidad casi vertiginosa. Antes de darse cuenta, se encontraban en los últimos diez minutos de la cuenta atrás. Nueve y cincuenta y nueve, y cincuenta y ocho, y cincuenta y siete; corriendo, el tiempo corría y se les escapaba de entre los dedos como si fuese brisa, las hojas cayendo en un día de otoño o el sol desapareciendo detrás del horizonte.

Reita había sucumbido a la histeria, había destrozado media habitación y chillaba y chillaba. Aoi, que era la única persona que restaba en el edificio además de ellos dos, suspiraba y se mordía los labios sabiendo lo mal que lo estaría pasando si estuviese en una situación como la del rubio. Debía ser inhumano, la peor de las torturas. Seguía esperando por un código que no llegaba. Hasta él se estaba alterando.

—Reita, cálmate, por Dios… —dijo Takanori con sus ojos anegados—, no arreglarás nada así. Basta.

—¡No puedo! —chilló, para pronto mirarle con las lágrimas inundando sus ojos. Tenía los labios desgarrados, sus manos temblaban y su cuerpo se convulsionaba cada vez que sollozaba, no tenía límite, su desesperación y desasosiego no tenían límite alguno, era como estar bañándose en un mar de petróleo. Espeso, profundo y negro. Luchaba por mantenerse a flote y, cuanto más lo hacía, más se hundía. Era la desesperación de saber que, si acababa sumergiéndose completamente y a la fuerza, no podría volver a salir, pero apenas le quedaba la boca fuera y poco más. Iba a perderle, lo estaba viendo. El miedo le estaba arrancando la piel, moliéndole a golpes hasta no dejar de él más que un pedazo de carne magullada y con todos los huesos rotos. No, siquiera eso era una metáfora acertada para definir el cómo se sentía. Si le hubiesen arrancado todas y cada una de sus extremidades, si hubiesen echado sal a sus heridas y le hubiesen clavado mil y un puñales en el estómago estando vivo y consciente, sentiría menos dolor y menos miedo del que experimentaba en aquellos instantes.

Se desplomó en el suelo y, revolviéndose sus cabellos y con violencia, ancló su rostro contra sus rodillas pegadas a su pecho y empezó a llorar como no lo había hecho nunca, en su vida. Su cabeza solo podía pedir milagros, suplicar en silencio mientras Ruki deseaba con todas sus fuerzas acercársele corriendo y abrazarle, consolarle como el contrario había hecho mil veces, darle fuerzas, decirle que todo estaría bien. Pero se mantenía inmóvil porque no podía moverse, no podía moverse ni un centímetro a pesar que le doliesen las piernas y ansiase con todas sus fuerzas sentarse en algún lugar. Su cuerpo se tambaleaba, casi pidiendo a gritos ser sujetado, al igual que su psique que parecía ser pateada cada vez más, y la situación de Reita no le ayudaba. Sus sollozos, sus gritos, su llanto, se clavaban en sus oídos hasta el punto que tuvo ganas de cubrirse los  oídos, pero siguió llorando en silencio, siguió diciendo palabras en las que ni él creía con tal de ver su sonrisa. ¿Cómo se hacía? Akira lo conseguía sin esfuerzo alguno, él solo estaba llorando. Al final, el inútil no había sido Reita, sino él.

*

—Soy un completo inútil —pronunció Reita entre risas, pero pronto fue callado por Ruki, quien le pegó un fuerte puñetazo en el brazo con todos los anillos puestos, lo que hizo sisear al rubio y mirarle con desaprobación.

—«Si juzgas a un pez por su habilidad para escalar árboles, vivirá toda su vida creyendo que no vale para nada» —dijo, repitiendo una frase que había escuchado en algún lugar alguna vez, no recordaba dónde, pero que le pareció ciertamente adecuada para la situación.

—Bruto —respondió aquél, para pronto abrazarle con fuerza desde la espalda, ocasionando que el más bajo se sonrojase y le empujase con fuerza tratando de liberarse, pero Akira tenía más fuerza que él y solo consiguió que le diese mil y un besos en la mejilla, mientras éste ponía caras de asco por la actitud empalagosa que aquél estaba tomando con él—, ¿tenías que pegarme?

—¡Bobo! Claro que sí —susurró, haciendo un puchero, de esos que a Reita tanto le gustaban— te lo merecías…

—Te quiero. —La primera vez que lo decía. Dejó a Takanori con una dulce sonrisa adornando sus labios, una que no pudo borrar.

*

Reita había descubierto su habilidad especial ese día, esa que le hacía dejar de ser ese «inútil para todo». Tenía la virtud más maravillosa de todas, saber cómo sacar de sus casillas a Takanori Matsumoto. No parecía gran cosa, pero era el mayor logro que una persona pudiese conseguir; y cuando aprehendió que podía hacerle feliz, que podría librarle de su desdicha y hacerle sonreír, aún se sintió más agradecido.

No sabía si su «hilo rojo» se había enredado en Takanori o si era el final del mismo; rezaba por que fuese lo segundo, pero una cosa estaba clara, nadie antes le había hecho tan feliz. Le quería, le quería más que a nada ni nadie en el mundo. Aun así, no podía hacer nada para salvarle en esos momentos, y eso pesaba, le desgarraba el alma. Tres minutos, solo tres minutos y siquiera sabía cómo sonreír para que sus últimos momentos fuesen felices. No sabía cómo. No había forma de calmar su llanto.

Y Takanori estaba desolado. Pensando en las cosas que podrían haber hecho, que debían haber hecho, los momentos que habían desperdiciado, esas propuestas de matrimonio en broma que en dichos momentos ya no sonaban tan absurdas… en todo, en todos sus sueños que estaban a punto de romperse en mil y un pedacitos, incapaces de reconstruirse ni con el mayor de los esfuerzos. Pero no valía la pena. Solo estaba haciéndose más daño y era consciente, pero no podía hacer más.

—¿Estás seguro de que vas a quedarte? —susurró. El rubio lentamente alzó la mirada y se secó vehementemente las lágrimas aunque éstas se empeñasen en seguir saliendo de sus ojos. Se levantó con lentitud y se aproximó lo más que pudo. Con sus dedos temblorosos y mojados, acarició una de sus mejillas muy sutilmente. No quería ser el causante de un desastre.

—Más seguro que de todo lo que he hecho en toda mi vida.

—Suzuki Akira, te amo —dijo, tratando de dibujar una sonrisa en su rostro lleno de aflicción—. Te amo…

Con sus dedos, apretó la mano que tocaba su mejilla, con fuerza y dejó un beso en la muñeca de aquél, sacándole una sonrisa. Al menos, había conseguido hacer algo bueno.

 

Interminables patadas en las costillas, en el estómago y donde la punta de su zapato podía alcanzar mientras la persona agredida gritaba sin parar; pero todos le ignoraban. Uruha, con la espalda pegada a una pared fuera de la sala de interrogatorios, se tapaba los oídos con sus manos y trataba de pensar en mil cosas con tal de no oír aquellos gritos, el sonido de aquellos huesos quebrarse.

Entendía a Kai, entendía que, si esa persona era la única que podía darles el código, quizá habría que sacárselo por la fuerza si no quería darlo. Era un terrorista, un hombre sin escrúpulos que había hecho que la vida de su mejor amigo y su pareja corrieran peligro, se había reído de ellos. Pero, ¿por qué aún con eso se sentía la peor persona del mundo?

Le alzó con los brazos y estampó su cuerpo contra la pared. Kouyou se estremeció, dejó de respirar por meros segundos.

—¡Habla! O te mataré a golpes, ¡maldita sea!

—Uno, cinco, uno, dos… —pronunció, escapando gran cantidad de sangre de su boca. Hubiese querido aguantar un poco más, pero supo que ese policía le mataría si callaba.

Con lentitud, el castaño separó sus manos de sus oídos y, con sus ojos mostrando sorpresa, miró al capitán, quien le miraba con una expresión similar. Sonrió sin quererlo, a pesar que esa persona a la que tanto admiraba había tenido que bañarse en sangre prácticamente para conseguir algo semejante. Sacó el teléfono de su bolsillo y marcó tan rápido como pudo.

 

—Lo tenemos —dijo Uruha. Aoi, al otro lado de la línea, emanó el suspiro más largo que hubiese dejado escapar en su vida. El minuto y medio que apenas restaba estaba empezando a aterrarle. No quería morir estando de servicio—mil doscientos quince.

—¿Has oído? —pronunció Aoi con el walkie que le permitía comunicarse con las personas que se encontraban justo en la planta de arriba.

 

Reita emitió un largo suspiro y se desplomó de rodillas en el suelo. Llorando ya de felicidad. Estaba comenzando a perder los nervios, a exasperarse en exceso; aquello logró calmarle enteramente, su corazón empezaba a latir a un ritmo más normal.

 Tomó las manos de la persona a la que amaba, quien sonrió eternamente aliviado cuando oyó el mensaje proveniente de Uruha. La suerte, al final, parecía estar de su lado. Ni imaginaba lo que había tenido que hacer el capitán de la policía para lograr esa información. A decir verdad, si eso les salvaba la vida, poco importaba.

 

Marcó los números dicho por el castaño momentos atrás con extrema lentitud, paulatinamente. Ambos, Kouyou y Yutaka, aguardaban ya a esas alturas fuera del edificio, tras el cerco que había hecho la policía por si algo salía mal, para mantener también a los curiosos y la prensa al margen. Estaban rezando en silencio. No podían hacer más. El último número cayó, y la cuenta atrás se paró; haciéndole suspirar con alivio. Todo había acabado.

—Ya está chicos —dijo con una sonrisa adornando sus rostros; Reita se levantó de golpe y abrazó con fuerza capaz de romperle las costillas a Takanori, llorando los dos como si sus vidas dependiesen de ello, sujetándose mutuamente.

 

Yuu oyó un nuevo clic y, extrañado, sus ojos se volvieron al aparato que acababa de desconectar. Sin que supiese el cómo, ese cuarenta y ocho en el que se había frenado el cronómetro, marcaba cero.

El tiempo se paró. No para el mundo, que siguió avanzando como si nada importase, como si nada hubiese ocurrido, pero se paró para ellos que no pudieron hacer absolutamente nada antes que aquellos explosivos hiciesen el trabajo que se les había encomendado y explotasen, volando el edificio y haciéndolo derrumbarse.

Sirenas, chillidos, gritos de sorpresa, miedo. Terror en los ojos de Kouyou, que se revolvía entre los brazos de Kai, quien apenas podía sujetarle. Gritando el nombre de las tres personas que quedaban allí dentro, tratando de ir por ellos.

Volver el tiempo atrás, corregir sus errores, decir cosas que no había dicho. Con ese acto tan sutil que duró apenas milésimas de segundo, un corto minuto antes que el edificio cediese y se fuese abajo, había perdido a tres personas importantes para él.

Un hermano, un hijo, un padre, un amigo, un marido; esas tres personas significaban mucho para muchos; personas que no volverían a casa cuando la jornada de trabajo acabase.

Se habían quedado parados en el tiempo, en su tiempo, en ese lugar; sin poder moverse y sin poder avanzar.

No eran nada. 

Solo quedaban escombros y ceniza. Nada más.


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