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Nuestra última noche… por koru-chan

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Nuestra última noche…

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—Dio positivo…—murmuró el médico con su vista perdida en una blanca hoja plegada con suma pulcritud. Cuando uno escucha la palabra positivo siempre lo relaciona con situaciones buenas, pero en este caso, en esta sala fría donde el silencio reinaba y el aire escaseaba; el primer estallido denotó.

Tomé aquel papel entre mis manos y lo observé deteniendo mi vista en lo único que, en aquel entonces entendía: “positivo”  y en mi mente su rostro apareció con una sonrisa tallada en sus labios, sonrisa que en cosas de segundos se esfumó en una bruma negra que me trajo a la realidad. Mis ojos se clavaron contra aquel médico especialista, quien me tranquilizaba con palabras banales que no me importaba recibirlas de un hombre que veía, día tras día, gente morir.

Cuando puse un pie fuera de la clínica, mi rostro acongojado cambió por completo, aquella tarde iría a ver a mi novio, no podía martirizarlo con mi estado y tampoco quería que él torturara sus días conmigo y con mi enfermedad avanzada.

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—Lo siento, ¿Llegué tarde?—se disculpó sentándose frente a mí mientras me daba una de sus inigualables sonrisas, de esas que sólo a mí me solía regalar. Vi sus ojos que se tornaron hacia el dorso de mi mano, dirigiendo, en acto seguido sus cálidas yemas hacia mi zurda fría e insípida, acarició esta con delicadeza observándome con sus enormes ojos azules y luego acercó sus labios al sorbete que tenía en mi vaso—. ¿Ocurre algo malo? Estas raro últimamente… —me miró cambiando el brillo de sus ojos a uno entristecido—. ¿Por qué querías hablar conmigo? No me digas… ¿Koron destrozó algo?—se mordió el labio inferior haciéndome rememorar mi enojo hace unos meses porque su querido querubín orinó en mis zapatos favoritos provocando, en mí, una sonrisa leve al recordar magno desastre.

—No. Ruki...—recobré nuevamente la compostura. Miré su mano posadas sobre el dorso de mi zurda y con pesar deshice su gesto cálido, percibiendo la aguada preocupación en sus orbes hipnotizantes—. Yo…—carraspeé mi garganta dificultoso al articular dichas palabras—. Quiero que esto se acabe—dije sin poder mirarlo a los ojos. Tomé el sorbete entre las yemas de mis dedos y revolví el contenido dentro de aquel recipiente cristalizado mientras esperaba sus palabras que jamás llegarían. Alcé la vista percibiendo como sus ojos me miraban como si las palabras que hubiera articulado con anterioridad, no las hubiera comprendido.

—¿Qué?—vi como separó sus labios para murmurar aquella corta pregunta, pero tras el sonido de conversaciones ajenas, la vajilla y el servicio, no pude distinguir el sonido de su voz.

—Yo quiero estar sólo…

—¿Sales con alguien? ¡Estas saliendo con alguien! ¿Desde cuándo?—su ceño se frunció molesto apresurándose en articular aquellas palabras que habían hecho cambiar su timbre de voz haciéndola resonar marchita. Negué con mi cabeza llevando ambas manos a mis sienes sintiendo como mi cabeza dolía horrores.

—No es eso Ruki. Yo… ya no te amo—nuevamente no pude mirarlo cuando aquellas palabras atropelladas de deslizaron por mis cuerdas vocales.

El chirrido de la silla deslizándose hicieron que alzara la mirada, sus manos plantadas en el cristal de la mesa y su flequillo cubriendo su rostro me estremecieron.

—Yo tampoco te amo. Nunca lo hice—intentó herirme, pero sus palabras eran vacías; eran esbozadas en un hecho desesperado por evitar que su corazón se rompiera más.

Bajé mi mirada cuando su pequeño cuerpo salió por la puerta de vidrio de aquel restaurante pudiendo apreciar como llevaba con desesperación sus manos a su rostro para limpiar el reguero de lágrimas que no me dejó apreciar en ningún momento.

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—Invité a Ruki, ¿No te molesta?—hacia un mes que no lo veía, no sabía nada de él, ni siquiera me había atrevido a preguntarles a mis amigos que era de mi pequeño herido; no me quería enterar, que tal vez, estaba saliendo con alguien porque de sólo pensarlo se me encogía el corazón.

—No. Es tu a migo también, Uru—dije desinteresado mientras acomodaba bandejas de comida sobre la mesita de centro de aquella espaciosa sala de estar—. ¿Dijo que vendría?—pregunté después de acomodarme sobre el sofá girando un poco mi cuerpo para ver al dueño de casa que se concentraba en la cocina buscando vasos.

—Me preguntó si vendrías tú… y le dije que no—se rió—. Va a venir.

—Eres idiota. Se va a molestar cuando me vea aquí…—pensé ansioso por su arribo.

Nuestros amigos comenzaron a llegar de apoco, aquella tarde seriamos siete en total. Y, cada vez que el timbre sonaba, sentía que el corazón se me encogía.

—Y, ¿qué película vamos a ver?—pregunto un moreno con un abanico de Dvds en una mano.

—Tendremos que ver una que nos guste a todos…—dije girando mi mirada hacia la puerta tras el abrupto sonido del timbre y un golpecito tenue contra la madera blanca y brillante.

—¡Pequeño! Y… amigo de pequeño. Hola…—escuché como Uruha se dirigió hacia la puerta y por inercia me giré cuando saludó a Ruki de esa particular forma afectuosa, pero mi corazón se contrajo al ver que era acompañado por otro. Vi los ojos de Ruki quien al instante borró su sonrisa al verme mezclado entre aquel grupo.

—Hola…—dije al verlo estático mirándome luego que saludó a todo, pero menos a mí.

—Buenas…—hizo un gesto con su diestra para saludarme desde lejos e incómodo se sentó junto a su nuevo amigo quien no tenía idea quien era, únicamente dijo que se llamaba Haru y nada más.

El transcurso de la tarde fue normal, como siempre entre nosotros bromeábamos o hablábamos estupideces como cada vez que nos encontrábamos.

—¡Ya! Veamos la maldita película  de una vez. Todos hablan como si no nos hubiéramos visto en años—bromeó uno de los chicos mientras yo me dirigía hacia el baño. Tomé mi mochila, de un armario que estaba en el recibidor, y me dirigí hacia a aquel cuarto. Cogí una cajita plástica de una envergadura bastante inusual y dispuse un coctel de ocho pastillas coloridas sobre mi palma derecha para tragarme de una vez todas aquellas toxinas que ayudaban, de forma precaria, a estabilizar  mi enfermedad sorpresiva. Bebí un vaso de agua por completo percibiendo en aquel instante como la puerta del baño se abría. Miré el contenedor que me delataba de mi padecimiento sobre el mueble del lavamanos y con ágil rapidez la guardé como si nada en mi bolso.

—Ah… Está ocupado—murmuró mi menudo pequeño parado en el umbral de la puerta dispuesto a salir raudo.

—No te preocupes, ya estaba saliendo—dije llevando un tirante de mi mochila a mi hombro derecho—. Te queda bien el color castaño—elogié viendo como sus abultadas mejillas se sonrojaban. Había cometido un error.

Cuando volví del baño todos ya habían tomado su lugar muy cómodamente en aquel sofá  amplio donde todos teníamos cabida. Cuando Ruki apareció se sentó junto a Haru quien parecía disfrutar bastante del alcohol. Ya llevaba cinco latas de cerveza sin contar la que recién había abierto.

—Hueles a alcohol—murmuró el nuevo castaño frunciendo el ceño molesto por esta acción; él odiaba la forma compulsiva de beber de algunas personas.

Dejé de mirar sus acciones y me centré en la película, la cual estuvo pésima así que no podía evitar empaparme de los gestos que aún me tenían enamorado de aquel pequeño, al cual había destrozado en menos de cinco minutos.

Me hipnotizaba la forma de sus labios al posar cualquier bocadillo en estos y la forma particular que tenía de mover sus mejillas cuando mascaba, con cuidado, cada alimento. Vi cómo se estiró por un vaso de bebida y como miró a Uru para que sostuviera un plato que había posado en sus piernas, pero su mirada se desvió “casualmente” hacia mí encontrándome infraganti en mi escrutinio nada malicioso ganándome  el odio de su mirada. No pude evitar sonreírle y enfocarme por obligación en la mala película de terror, pero sin poder evitar mirarlo de reojo encontrándolo, varias veces, con sus orbes clavados en mí; éramos dos enamorados sin poder estar el uno con el otro.

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El cielo amenazante no sorprendió a nadie con aquella molesta lluvia. Rápidamente la calle, la cual transitaba hacia la estación, se pobló de coloridos paraguas. Me detuve en una esquina para cruzar la calle cuando mis ojos curiosos se percataron de una cabeza húmeda  que intentaba evitar mojarse colocando una de sus manos como visera sobre su frente. No pude evitar sonreír, jamás cambiaria ese lado despistado, que a pesar que le digan una y otra vez las cosas, de alguna u otra forma terminaba olvidándolas.

—Se te olvidó el paraguas…—murmuré cubriendo su cabeza con el mío, evitando que aquella maliciosa y fría lluvia arremetiera contra él. Sus ojos, con las pestañas húmedas, me miraron sin saber que decir—. ¿Para dónde vas?—me atreví a preguntar viendo como el semáforo cambiaba de rojo a verde dando paso a los transeúntes a emprender marcha hacia su destino.

—Al metro—susurró evitando pegarse a mi costado.

—Pero… —musité—, tú vives hacia la otra dirección—dije tal vez inmiscuyendo mi nariz en donde no debía.

—Iré a ver a un amigo—dijo checando su teléfono a cada segundo. Nos adentramos en la estación caminando uno al lado del otro en completo mutismo; la incomodidad era palpable. Vi como sacudió sus hombros y exhaló un estornudo seguido de varios de menor envergadura.

—¿Estás bien?—pregunté atreviéndome a tocar su frente.

—Sí. Lo estoy—dijo exaltado al percibir mi palma fría en su temperada frente.

—Tienes fiebre…

—Estoy bien—lo miré de reojo viendo como tiritaba el muy terco. Me quité mi chaqueta de cuero y se la tendí.

—Quítate eso—apunté a su sudadera empapada. Él me miró y sin chistar se quitó su humedecida prenda colocándose la tela abrigadora que yo le tendía.

Era hora punta y la estación estaba atestada en espera del tren que los llevaría a destino. Como siempre la gente comenzó a empujar para adentrarse al vagón y no quedarse fuera. Cogí la mano de Ruki quien se molestó removiéndose para que lo soltase, pero no lo hice adentrándonos, al fin, al vagón. Sentí, con desprecio, como aquel pequeño me miró y, de igual forma, soltó mi mano.

—No tuviste que hacer eso—murmuró girando su cuerpo para quedar de medio lado mientras se aferraba a un tubo dispuesto para la seguridad de los usuarios. Lo observé hacer mohines con sus labios viendo como de vez en cuando sus mejillas rojas y molestas me miraban de reojo. No pude evitar sonreírle e hipnotizado permanecí mirándolo. Hasta que una punzada horrible me hizo cerrar los ojos, me afirmé de aquel tubo frente a mí mientras con mi diestra cubría mis ojos masajeando mis sienes, pero aquel dolor incesante no amainaba.

—Reita…—escuché su voz. Demonios, no quería que él me viera así. Su voz sonó tan preocupada que me hizo destrozar—. ¿Qué tienes? ¿Estás bien?—preguntó conteniendo el peso de mi cabeza sobre su hombro—. ¡Carajo, Reita!—llamó mi nombre mientras poco a poco me desplomaba sobre la curvatura de su cuello—. ¿Qué tienes…? Me estás asustando…

—Me duele… la cabeza. Por favor, quédate así un poco más—articulé.

—Podrías haber dicho eso antes. Me asustaste—exclamó abrazándose a mi mientras acariciaba mi nuca. Sentí como si Ruki temiera que yo estaba enfermo, o esa sensación me daba. Pero él no tenía como saberlo, sabía que sólo era su intuición; aquella insana preocupación por alguien que amas, creo.

Tal vez hice algo que no debía, terminar con Ruki abruptamente sin una razón; herirlo para que no insistiera, alejarme de él a pesar que quería estar cada segundo a su lado admirando sus gestos, la dulzura de su mirar y la suavidad de su piel. Ahora pagaba duramente, pero sabía que después, cuando yo ya no me encuentre con vida, el me lo agradecería, porque a pesar que egoístamente deseo estar con él, indirectamente le estaba enseñando a olvidarme.

—¿Por qué no pasas a mi casa? Para que te cambias de ropa y… luego vas donde tu amigo—le propuse viendo como continuaba con estornudos. Si seguía con aquellas húmedas prendas se enfermaría.

—Ya voy tarde a casa de Haru. Y yo no… —un sonido provenir de su teléfono celular hizo que ambos pusiéramos atención en ella, la cual provenía de algún bolsillo de sus pantalones azabaches. Buscó el aparato en su bolsillo derecho y miró la pantalla dubitativo de contestar

—Hola.

— …

—Ah… Ya veo.

—…

—Sí. No te preocupes. Nos vemos otro día. Bye—cortó tras una corta conversación.

—¿Y bien?—suspiró largamente colocándose de pie justo en la estación que la voz femenina del alto parlante mencionaba. Imité sus actos alzándome de aquel cómodo asiento del metro siguiendo sus pasos de cerca.

La lluvia se había puesto copiosa, toda la gente corría por refugio y a nosotros aún nos quedaban cuatro cuadras hasta llegar a mi casa. Preferimos tomar un taxi, en el cual el trayecto fue de cinco minutos. Nos bajamos y al instante quedamos empapados. A nuestro alrededor todos corrían con desespero por un techo mientras nosotros nos quedábamos ahí como bobos.

—Al demonio. Voy a quedar igual de empapado, no pienso correr—vociferó mi pequeño riéndose como sólo él solía hacer. Fue tan contagiosa aquella risa que la sentí como placebo para mi jaqueca, la cual había amainado en dolor, pero ella aún estaba presente martirizándome; los analgésicos ya no me hacían efecto.

Nos carcajeamos como niños chiquitos saltando en los charcos hasta que nos adentramos al recibidor de mi edificio, percibiendo como el portero nos miraba con mala cara por estar mojando sus preciado y pulcro piso.

—Tu portero nos esta asesinando con la mirada—murmuró en un susurro infantilmente. Sus carcajadas eran como dulce caricias en mis lóbulos.

—Me vale. Por algo pago contribuciones—dije cogiéndolo de la mano mientras abría el cristal para saludar al amargado hombre y mientras caminábamos mirábamos el piso como se llenaba de gotitas de agua.

De la nada los meses que estuvimos separados del uno y del otro quedaron en el olvido por aquellas risotadas y bromas estúpidas que articulábamos en el trayecto del ascensor hasta mi piso. Ver a Ruki riendo con sus ojos brillantes me llenaba de satisfacción. Era como volver a respirar; la culpa por hacerle daño me sofocaba.

—Hace tanto que no te veía sonreír así—entoné mirándolo detenidamente—. Lo extrañaba… — dije apegándome hacia el espejo de la pared del aquel cubículo ascendente. Había provocado de un momento a otro que las risotadas se transformaran en completo mutismo, sabía que no debía emplear ese tipo de léxico, pero no podía evitar sincerarme cada vez que tenía la oportunidad de tenerlo cerca, era demasiado obvio con mis sentimientos—. Perdón por…—me giré para enmendar mi error, pero su cercanía y sus ojos aguados me hicieron respirar entre cortado.

Sus talones dejaron el piso y sus manos se deslizaron hacia mi nuca húmeda. Sus labios fríos y tembloroso tocaron los míos, adhiriéndose con sutileza. Entre cerró sus ojos y cambió de posición sus labios para acariciar con sus rojos pétalos cada centímetro de mi boca

—Bésame—suspiró sobre mis labios llevando sus manos, que se encontraban en mi nuca, hacia mis brazos los cuales acarició en extensión hasta encontrar mis manos y desplazarlas hacia su cintura para dirigir, nuevamente, sus labios hacia los míos. Entre abrimos nuestras bocas al mismo tiempo que nos saboreábamos con ahínco; era como si un hambre voraz nos hubiera apoderado y sólo se tranquilizaría si nos acariciábamos y uníamos con frenesí.

En medio de la oscuridad de mi departamento quité las prendas superiores de aquel menudo cuerpo que me conocía como la palma de mi mano. Deslicé la yema de mis dedos por sobre su pecho desnudo haciendo que sus pezones se erizaran por el contacto de mis fríos dedos hasta descender hasta su abdomen. Pensé que jamás sería capaz de ver su cuerpo nuevamente.

—Reita…—murmuró en un gemido mientras besaba su cuello con devoción. Extrañaba tanto su piel de una suavidad irreal—. Estás más delgado—me miró sorprendido cuando abrió mi camisa y delineó los huesos de mis clavículas. Le sonreí acariciando sus muslos mientras acercaba su nariz a mi pecho y besaba con devoción aquella zona. Era como si nos tocásemos por primera vez, pero sin la inexperiencia de años. Nos conocíamos tan bien; sabíamos dónde acariciar y las zonas erógenas de cada uno.

Sus gemidos exhalados me embriagaban mientras subía y bajaba empotrado en mi pene sintiendo como aquella estrechas paredes se acoplaban.

Gruñí viendo como su perfecta anatomía se meneaba oscilante como si cabalgara mientras su mirada penetrante me observaba extasiado.

—¿Por qué me miras así?—preguntó sin dejar de moverse mientras acomodaba sus brazos hacia tras; sobre el colchón el cual usó como soporte para sus sexuales y atrayentes movimientos.

—¿A qué te refieres con “mirar así”? Eres hermoso, ¿cómo no te voy a mirar?—articulé entre cortado sintiendo como mi pene gustoso chapoteaba en la cálida entrada estrecha de aquel hombre que amaba con locura.  Me senté sobre el colchón tomándolo de las caderas al pequeño castaño quien exhaló reprimido un gemido sobre mis labios deteniendo su vaivén para acomodarlo con cuidado, de espalda, sobre el colchón. Besé sus labios con suavidad acoplando mi boca con devoción sobre la suya mientras me amoldaba entre sus piernas las cuales, gustosas, me recibieron. Sus párpados se contrajeron cuando arremetí mi primera estocada—. ¿Estás bien?—pregunté dificultoso mientras entraba y salía con suavidad.

—Sí, sólo… Se siente tan bien—articuló  echando su cabeza hacia atrás dejando relucir su hermoso cuello el cual poseía perfectos lunares. Su provocante acción me incitó, a que con sutileza, mordiera aquella lechosa piel recibiendo de su parte sonidos de placer que se escapaban por su garganta almizclada con mí nombre repetidas veces.

Cogí la cara interna de sus muslos alzando sus caderas para envestirlo de forma frenética, alcanzando repetidas veces aquel punto erógeno provocando que rápidamente sus paredes estrechas me aprisionaran dolorosamente. Tras la curvatura de su espalda y un gemido entre cortado su abdomen se llenó de su esencia dejando aletargado a mi pequeño castaño. Me acerqué a su rostro el cual, después de magno orgasmo,  provocó que su cabeza quedase tumbada hacia el lado izquierdo. Bese una de sus mejillas cubiertas por sus alborotados cabellos mientras gruñía en una última embestida antes de venirme por completo en su interior.

Me desplomé con la respiración errática sobre su pecho. Cogí una de sus manos entrelazando sus dedos con los míos mientras su zurda, silenciosa, se atrevió a deslizarse por mi espalda llenándome de una serenidad que me hacía falta. Miles de pensamientos truncaron mi mente; sabía a ciencia cierta que los de mi pequeño estaban de la misma forma, pero ¿Qué podríamos decir? Yo no tenía las palabras adecuadas para decirle: “Te mentí, sólo me quise alejar de ti porque tengo cáncer y moriré…” No, no podía decirle aquello, pero tampoco sabía que le diría cuando, a la mañana siguiente, despertásemos el uno al lado del otro tras habernos tocado con tanto amor. Dejándonos en claro, después de mudas palabras, que nos amábamos; y no habrían frases que demostrasen lo contrario aunque estas sean fuesen las más hirientes y dolorosas.

Aún el cielo no aclaraba y yo ya me encontraba levantado. No esperaba un despertar tan abrupto, pero la jaqueca me había sorprendido con unas ganas insufribles de vomitar. Me aferré mareado a la taza del inodoro devolviendo lo que aún mi estómago no había digerido del todo; arrojando, incluso, las pastillas que sagradamente debía tomar tres veces al día.

Vi como Ruki preocupado me observaba, su mirada de desolación me hacía recordar porque quería alejarlo de mí.

Me senté sobre el colchón de la cama con ayuda de aquel pequeño mientras este se devolvía hacia mi closet en busca de ropa sencilla para vestirme.

—Lo siento… —murmuré.

—Que tonteras dices…—fue lo que dijo mientras sus ojos intranquilos me miraban.

Entre abrí mis parpados sintiéndome frío y adolorido. Lo único que podía distinguir eran fuertes focos iluminando mi trayecto; era deslizando en una especie de camilla y mi cabeza daba aún más vueltas. Mis ojos se cerraron mientras sentía como miles de gruesas agujas perforaban mi cráneo.

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Abrí mis ojos encontrándome con un molesto sonidito de una máquina y mis brazos perforados con intravenosas. Mi cabeza ya no dolía, pero aun así me sentía muy mareado.

—Reita, despertaste—giré mi cabeza al percibir aquella voz tan familiar. Miré su rostro aún difuso intentando acostumbrarme a la luz tan brillante de aquella sala. Sentí como cogió mi mano entre las suya y como sus ojos llorosos me miraban. Vi como separó sus labios para hablar, pero en aquel momento la sala fue interrumpida por la presencia de un médico.

—Veo que despertaste—dijo mirando mi ficha. Luego se acercó para hacerme un rápido chequeo mientras vio de reojo a Ruki quien en ningún momento dejó de sostener mi mano con firmeza expectante por positivas palabras del médico sobre mi estado de salud. Pero yo ya lo sabía; éstas eran mis últimas horas de vida.

—¿Usted es familiar?—preguntó el serio sujeto de delantal.

—No yo soy su no…—detuvo sus palabras mirándome—. No yo… no soy su familiar—dijo bajando la mirada.

—Le tendré que pedir, entonces que se marche. Sólo familiares pueden estar con el paciente—dijo sin más anotando algunos datos en la ficha que había tomado.

—Pero, ¿cómo está? Se pondrá bien, ¿cierto?—preguntó obteniendo una evasiva por parte del médico.

—Sólo se le puede dar información a los familiares—comunicó—. Por favor retírese—el sujeto serio salió y Ruki me miró triste. Se acercó a mí y beso mi mejilla mientas mis parpados pesaban sin energía siquiera para respirar por mi sólo.

—Estaré afuera, entraré cuando me lo permitan, ¿sí?—murmuró bajito cerca de mi oído y luego besó mi mejilla de forma tierna, provocando que cerrase mis ojos en un trance de estupor por la cantidad de medicinas que me estaban administrando; placebos para alargar mi vida y que esta fuese lo menos dolorosa.

Desperté percibiendo como Ruki incómodo dormía con sus brazos cruzados sobre la colcha, con su cabeza posada sobre estos. Me atreví a estirar mi mano para alcanzar sus castaños cabellos que al tacto de sintieron tibios y acogedores. No pasaron más de cinco segundos cuando  se despertó por mis gestos.

—Voy por el médico, ¿te duele algo?— cuestionó atropelladamente.

—Estoy bien…—lo miré percibiendo como acariciaba mi mano—. Ya te enteraste, ¿cierto?— exhalé deslizando la máscara de oxígeno hasta mi mentón. Mi castaño con los ojos inundados en lágrima asintió.

—¿Por qué no me dijiste…? ¿Por qué eres tan idiota? ¿Por qué piensas por ti mismo egoístamente? —lloró en mi pecho aferrándose a aquella bata horrible de hospital.

—No quería… decirte porque no quería verte sufrir. No quería verte así—modulé lento y pausado.

—Egoísta…—articuló lacerado por el llanto que no lo dejaba hablar.

—Ruki, prométeme que conocerás a alguien aunque me ponga celoso...—vi como sus mejillas inundadas y brillantes me miraba negando con frenesí.

—¿Por qué dices esas cosas?

—Prométemelo…

—No puedo… Yo no me veo feliz con nadie más; con nadie que no seas tú—gimoteó frustrado por no poder hacer algo al respecto. Acaricie su rosto y luego me acerqué para besar su boca de ensueño mientras ambos llorábamos inmerso en un lamento descontrolado. Nos necesitábamos tanto que ninguno quería alejarse del otro, pero inevitablemente sería así; sólo estábamos a la espera que mi cerebro colapsara por los tumores que se propagaban. Mi cuerpo estaba medicado y, pasara lo que pasara, no sentiría dolor más que el del alma al ver a Ruki desecho por mi muerte.

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Y tarde o temprano llegó aquel día que todos esperábamos, pero nadie estaba preparado. Un pitido terrorífico alertó a Ruki y, como si todo trascurriera en cámara lenta, el médico con un par de enfermeras se adentraron a la sala donde vieron mi cuerpo sin vida y sin posibilidades de revivirlo.

—A un lado—dijo hombre situando gélidas plaquetas sobre mi pecho desnudo el cual ya no oscilaba y el color de mi piel ya no mostraba vida. Los electrochoques  se abrieron paso inútilmente; mi alma ya había dejado mi cuerpo sin fuerzas de vivir.

Cuando el sujeto en la sala de más alto rango estipuló la hora de mi muerte, Ruki salió de la habitación. Caminó un tramo largo de aquel pasillo y se desplomó en un silencioso desmayo.

Lamentaba no poder estar presente para poder socorrerlo, pero agradecía al destino por haberlo puesto en aquel camino; que olvidase su paraguas y la lluvia nos empapara; que sus labios se atrevieran por última vez a besarme y que el amor que nos profanábamos quedase consumado aquella noche, nuestra última noche…

 

 

Notas finales:

Hola 

No pasa mucho tiempo y ya les comparto algo nuevito, ¿Les gustó? Me da penita escribir este tipo de oneshot, pero no lo puedo evitar, me gustan mucho C: Y espero que a ustedes igual le haya gustado.

Y en un bonito Review me gustaria recibir su amor, para esta humirlde escritora C':

Ya pronto les traeré el epilogo para Amor en época Edo Espero leerlas pronto.

 

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¡Nos leemos bonitas!


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